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El santo que libertó una raza
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Libro electrónico487 páginas10 horas

El santo que libertó una raza

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Una de las satisfacciones más profundas que deja en el alma el estudio de la vida de Pedro Claver es la conclusión a que se llega. Se ha dicho que escribir la vida de un personaje es emprender el más apasionante de los itinerarios: es la ruta de un alma.
Pedro Claver es una de las figuras más admirables del siglo XVII, como hombre, como sociólogo y como santo. Fue testigo vivo de la tragedia social del continente negro, el reino de la esclavitud; allá voló mil veces su celo de apóstol y allá quiso ir en los últimos años.
Vio llegar a los hijos de África a las costas de América, encadenados; y su aspiración suprema fue hacerlos libres. Debió conocer su historia y su lenguaje, hablaba la lengua angola.
Al contacto con esos miles y miles de desgraciados, que procedentes de 40 naciones la esclavitud arrojó a las playas de América, su carácter se volvió cada vez más melancólico.
Asistió como forjador eficaz a la segunda etapa del Nuevo Mundo, a la edad de oro colonial, por representar ese período de 50 años del siglo XVII la continuación del imperio hispánico continental, en la línea de las riquezas, de los heroísmos y aún de la santidad.
Fue uno de los gigantes del espíritu que dulcificó y canalizó la rudeza del conquistador. Claver, sin quererlo, representó en su profunda vida interior, la síntesis de tres mundos: físicos, morales y sicológicos.
No llenan su biografía grandes conflictos e intervenciones políticas —él era el esclavo blanco de una raza negra oprimida y su personen) ante los dueños—, sin embargo, en esta canalización de cultura, en este esfuerzo por incorporar una raza esclava a una libre, injertándola en una tierra física y moralmente nueva, en una lengua y una fe nuevas también, consiste su mayor grandeza y el título por el cual le podemos llamar con plenitud de significado: el santo que libertó una raza.
Pedro Claver será un santo interior que lleva a la acción la espiritualidad de san Alonso Rodríguez y será a la vez un místico que lleva la espiritualidad a la acción social del P. Sandoval. Con estas ideas se aclara toda su vida y se iluminan las posibles paradojas que encontramos en su heroísmo. Esta es la clave de su historia sencilla.
Por otra parte, como matices menores, descubrimos que hay que modificar conceptos acerca de su carácter. No era tan rudo como quieren algunos hacerlo aparecer. En su vida social no era antisocial con las clases altas, pues una de sus amistades más profundas fue precisamente con una persona de esta clase. Hay que rectificar sus relaciones con los superiores también. No es el santo brusco y rectilíneo que vive en su callada y dolorosa mortificación. Sabe ser amigo, mantiene relaciones con lo más granado de la sociedad cartagenera, tiene el sentido moderno de la formación de jefes y aplica un método social religioso que le llevará al triunfo.
El presente libro es realista. No es una biografía acaramelada. Tiene algo de esta literatura cruda, moderna, que llama a las cosas por su nombre y no se espanta ante las realidades más violentas. Preferimos los testigos directos a las consideraciones románticas.
Pedro Claver fue un hombre de su tiempo que se entregó totalmente a la caridad, no importa las exigencias que trajera consigo. Ciertos heroísmos no deben producir repugnancia, sino al contrario, admiración profunda. Talvez por eso su mensaje es actual, hoy después de tres siglos.
¡Mensaje de Claver!
Veremos cómo su acción tiene interferencias con tres continentes: Europa, África, América.
Para escribir la vida de San Pedro Claver, talvez se necesita sentir profundamente dos mundos, el europeo y el americano. Escribir del joven catalán y su mundo, sin conocerlo, es casi imposible, es el defecto de muchas biografías escritas del lado americano.
Escribir de San Pedro Claver en su medio de Cartagena con todo el ambiente americano, sin conocerlo, es imposible. Tal vez sea necesario haber vivido los dos mundos: ser hispanoamericano.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento16 sept 2017
ISBN9781370171217
El santo que libertó una raza
Autor

Angel Valtierra

Angel Valtierrra (1911-1982), fue un sacerdote jesuita colombo-español, docente de la Universidad Javeriana especializado en periodismo, historia y comunicación social, que se destacó por realizar varios estudios bográficos acerca de la vida y la obra de San Pedro Claver a quien la historia concedió el merecido título del "esclavo de los esclavos"

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    El santo que libertó una raza - Angel Valtierra

    INDICE

    A manera de prólogo

    Pórtico

    Actualidad de un santo

    Pedro Claver: hijo de su siglo

    Estampas de esclavitud

    Un niño nació en Verdú

    Infancia sin historia

    Dos santos en una isla dorada

    De Sevilla a Cartagena en galeón

    En la Nueva Granada

    Un puerto negrero

    Un maestro genial

    Un voto histórico

    El apóstol de los esclavos

    Llama en la noche

    Ante el mundo del dolor

    Cuerpo en cruz

    Cárceles e inquisición

    Herejes y piratas

    El amigo

    Cuerpo y figura

    Monotonía admirable

    ¿Incomprendido?

    Sed perfectos

    Por calles y caminos

    Soledad en el alma

    El cielo sobre la tierra

    El dinámico inmóvil

    La muerte junto al mar Caribe

    El rey de los esclavos

    La suprema glorificación

    Santuario viviente de América

    El libertador de una raza

    A MANERA DE PRÓLOGO EL DEBATE SOBRE SAN PEDRO CLAVER

    Por Eduardo Lemaitre

    Quizás sea mi condición de cartagenero, o sea de heredero, en parte, del recuerdo que a mis remotos abuelos debió dejar san Pedro Claver, lo que me haya valido, más que ningún otro título, para que el R. P. Ángel Valtierra se haya dignado invitarme a prologar este libro.

    Y lo hago con mucho gusto, porque la figura del Esclavo de los esclavos, ha atraído siempre mi curiosidad, así en su calidad de santo elevado a los altares, como de personaje histórico, centrado en aquella Cartagena variopinta y bullente del siglo XVII. Nada puede serme por lo tanto tan grato como participar, así sea marginalmente, en esta magnífica obra, que es fruto de una larga investigación, y que ayudará a conocer mejor no sólo al personaje biografiado, sino a comprender el ambiente histórico y social en que éste hubo de vivir.

    En realidad, lo que podríamos llamar el gran debate histórico y crítico sobre Claver apenas está comenzando. Que fue santo, es cosa que para la iglesia y los católicos se halla fuera de toda duda. Pero. . . ¿qué clase de santo, es decir, en qué rango, —porque en la santidad hay también una jerarquía de valores—, podemos ubicarlo? ¿Fue la suya una de esas santidades un poco desteñidas que dejan un modesto recuerdo, una fugaz estela, un discreto perfume en las generaciones subsiguientes?

    ¿O, por el contrario, debemos afirmar con exaltación patriótica que Claver fue, —si se me admite el símil pagano— uno de los grandes titanes de la iglesia católica? Colocar a nuestro personaje en su nicho preciso y en medio de la formidable falange de los santos del cristianismo, he ahí una labor difícil, pero no imposible, que está apenas empezando y en la que el Reverendo padre Valtierra está llevando la voz cantante en estos tiempos que corren. Por ejemplo: uno de los reparos que con más frecuencia se han hecho y se hacen a la figura de Claver, y ello sin duda con el oculto designio de rebajar la estatura histórica del santo, es el de que fue intelectualmente mediocre.

    Nada produjo nunca tanto placer a ciertos escritores inficionados de racional y renanista, como la revelación, que de pronto se apareció ante sus ojos, de que en los informes que sobre el personal jesuíta de Cartagena se enviaban periódicamente al general de la Compañía, Claver apareció siempre, o casi siempre, calificado con notas modestas. Los críticos heterodoxos saltaron enseguida de júbilo. Y no sólo los de puertas adentro, sino también otros muy ilustres de allende el mar.

    Cito al escritor inglés Aldous Huxley, quien en Los Fines y los Medios, obra tan interesante como disparatada, dice cosas de este tenor: "Estos individuos son personalmente buenos dentro de un sistema abominable del que ni siquiera dudan.

    A menudo hombres que sin ser inteligentes eran profundamente buenos han llegado a la santidad. El Cura de Ars y San Pedro Claver son ejemplos típicos. Debe admirarse a hombres tales, en razón de las cualidades —sobrehumanas, si se quiere—, que despliegan".

    Pero al mismo tiempo me parece indispensable reconocer que no son completos. Y más adelante añade Huxley: el perfecto desprendimiento exige, para los que aspiran a alcanzarlo, no solamente caridad y compasión, sino, además, una inteligencia capaz de advertir las consecuencias de carácter general que pueden implicar los actos particulares y capaz de ver al ser individual dentro del sistema de relaciones sociales y cósmicas del que no es más que una parte.

    Lejos de mí, negar el hecho de la modestia intelectual de San Pedro Claver, hecho que aparece, al menos formalmente de las calificaciones de sus superiores. Aunque, desde luego, si atendemos a ciertos aspectos psicológicos del personaje, cuya humildad no parece haber sido espontánea, sino buscada mediante una heroica violencia sobre sí mismo (porque su temperamento natural era, según parece, colérico); o si imaginamos la situación personal del santo dentro de su propia comunidad religiosa, a la cual, seguramente debían incomodar muchas de sus actividades, estaría lícitamente permitido sospechar que aquellas calificaciones no respondieron siempre a una realidad auténtica, sino que obedecieron a una oculta renunciación por parte del jesuíta, o a una desdeñosa valoración por la de sus superiores. Eso no podemos saberlo. Pero, en fin, puesto que los datos de que disponemos no son otros, debemos aceptarlos.

    Lo que no puede admitirse es la tesis general de que la santidad debería siempre ir aparejada con un alto grado de inteligencia y de sabiduría, tal como Huxley parece sostenerlo.

    Que todos los santos sean al mismo tiempo sabios y que a las virtudes heroicas se unan luces intelectuales superiores, he allí un ideal maravilloso. Pero sí, para llegar a la santidad, lo que ante todo implica el desprendimiento de todo egoísmo para entregarse al servicio del prójimo, fuera necesario, antes, ser doctor, ni el cristianismo habría podido arrancar de Pedro y sus compañeros de apostolado, ni los altares de la iglesia estarían llenos, porque no abundan en la humanidad los San Pablos, los San Agustines, los San Jerónimos ni los Santo Tomases.

    Claver pudo ser y seguramente fue ajeno al gran brillo de la inteligencia. Pero quizás sólo así, y porque era así, le fue posible hacer las cosas que hizo y entregarse sin más preocupaciones a su obra evangelizadora. Lo había dicho el salmista:

    Ut jumentum factus sum apud te. Así era, pues, Claver y muy bien que así hubiera sido, porque así ganó su batalla tal como el paciente borriquillo que muele y muele siempre, sin fatigarse para sacar la miel en su trapiche, sin pensar en el mundo que lo rodea, ni en las aves que cantan en el ramaje circundante.

    Otro aspecto no menos interesante y que vale la pena discutir a fondo con relación a Claver es el de aquella insidiosa especie, que el propio Huxley, en los párrafos anotados parece acoger, y puesta a circular entre nosotros por los mismos críticos a que arriba me he referido, según la cual la acción de Pedro Claver, aunque meritoria desde el punto de vista religioso, careció de la trascendencia social y política necesaria para mejorar fundamentalmente el status de los esclavos en nuestro país. Tal actividad, según infieren, se redujo a una labor de caridad superficial enclavada dentro de un conformismo político y social sin proyecciones hacia el futuro.

    Pues bien: sobre esta especie, responsable quizás del relativo poco culto que Claver, como santo, ha tenido precisamente entre las gentes de color de nuestro país, habría que decir muchas cosas. Una de ellas es la de que quienes tal crítica formulan no han sabido jamás remontarse en la corriente del tiempo para situarse en el ambiente y en el momento histórico que vivió el santo. Esos tales querrían ver en Claver una especie de líder sindical de nuestros tiempos, o de abogado laboralista, corriendo de juzgado en juzgado o de gobernador en virrey en demanda de prestaciones sociales para su clientela.

    Nada más absurdo ni más equivocado. Querer encontrar en San Pedro Claver los conatos de un revolucionario de nuestros días o de un reformador político sería una impostura histórica. Claver estaba en lo suyo, es decir, evangelizando; y, además, colateralmente, procurando aliviar la suerte de los infelices esclavos. El sistema de la época era, si se quiere, abominable, pero esa era la realidad social de aquellos tiempos dentro de la cual Claver tuvo que operar.

    La esclavitud de las razas tenidas falsamente por inferiores era admitida sin vacilación por los europeos. Y aún más: consta que precisamente en los años en que Claver ejercía su apostolado en Cartagena, los ingleses vendieron en Jamaica 2.000 irlandeses —blancos desde luego—, en calidad de esclavos.

    No había, pues, en el siglo XVII una conciencia muy clara sobre la ilicitud de las instituciones esclavistas; y si en relación con los indios americanos el padre Las Casas había logrado que no se les redujera a propiedad de los conquistadores, ello se debió a los esfuerzos de la Corona española que, apoyada en las argumentaciones de algunos pensadores avanzados, impidió que aquella infamia se prolongase.

    Pero en relación con la esclavitud de los negros, el consenso era universal. Pretender que un pobre misionero luchara contra aquella tremenda realidad político-social sin tener, por otra parte, como Las Casas, vocación polémica, ni, como éste, capacidad para poner la exageración, cuando no la mentira y hasta la calumnia al servicio de sus generosas tesis, sería pedirle peras al olmo.

    Con todo, Claver hizo en ese campo lo que pudo. No hay duda, por ejemplo, de que conquistó de las autoridades del país condiciones de trabajo mucho menos duras y crueles para los esclavos, entre otras, la prohibición, para los amos, de que los obligaran a trabajar en días festivos.

    Ni la hay sobre la dulcificación general de las relaciones que hoy llamaríamos obrero-patronales, vale decir, de amo a esclavo, que Claver consiguió a base, en primer lugar, de ejemplos edificantes. Y, además, por la prédica y la persuasión, cuando no con francas amenazas.

    En realidad, pues, nuestro santo hizo, en su época y en nuestro medio, aquello que nadie, en el mundo de nuestra política, no sólo de la colonia, sino aun de la propia república, se atrevió a hacer jamás, al menos con tanta pureza de intenciones. Por eso Fernando de la Vega lo llamó, quizás con un poco de exageración, pero apuntando hacia donde era: Claver, el hombre-Estado. Porque en realidad el jesuíta catalán hizo en nuestro país y por el pueblo de nuestro país lo que ni el Estado, ni sus gestores hicieron jamás.

    PÓRTICO

    Todas estas cosas y muchas otras más que darían para innumerables páginas, deben ser objeto de ese debate crítico que, como arriba dije, apenas está comenzando. Por eso, divulgar lo que Claver, allá en la remota mañana de nuestra colonia logró hacer por nuestro pueblo, —pues que los esclavos de entonces eran nuestro pueblo de hoy—; extender el conocimiento de las virtudes heroicas de este hombre que ascendió a los altares católicos prometiendo ser esclavo de los esclavos y cumpliendo esa promesa en más de cuarenta años de apostolado insomne; decirle, en fin, al mundo, especialmente a este mundo de nuestros días en que una absurda lucha racial parece brotar de nuevo en el corazón mismo de una nación que rige los destinos universales, lo que Pedro Claver hizo por las gentes de color en América, y decirlo con la sencillez, la nobleza, la exactitud histórica y la galanura idiomática con que el padre Valtierra lo hace, es y será obra plausible desde el punto de vista religioso y muy meritoria desde el histórico o simplemente literario.

    San Pedro Claver se consagró a Dios como un esclavo fiel.

    Firmó así su entrega definitiva: El esclavo de los esclavos negros para siempre. Así pensó él de sí mismo.

    Y Dios le constituyó en señor de los corazones y de la historia.

    Los siguientes juicios constituyen la mejor alabanza.

    Era el refugio y recurso de todos los negros, escribe la esclava Isabel Folupa.

    El gran historiador de la Compañía de Jesús P. Antonio Astraín, S. J., ha dicho de él: El insigne San Pedro Claver es el primer misionero del siglo XVII.

    Por su parte, Luís Pastor el historiador de los papas escribe: Lo que este solo hombre que en verdad puede llamarse esclavo perpetuo de los negros ha hecho por mitigar los peores males sociales queda grabado con letras de oro en la historia.

    El Concilio Tarraconense que congregó gran número de prelados en el año 1727 suscribió una declaración firmada por todos en la cual se dice solemnemente:

    Pedro Claver fue columna inexpugnable de toda la iglesia occidental... es el segundo Javier de la Compañía de Jesús

    Finalmente las palabras de dos grandes pontífices modernos que declaran:

    De cuántas vidas de santos he leído ninguna me ha admirado y conmovido más como la de San Pedro Claver. Pío IX.

    Y por su parte León XIII tiene unas palabras cumbres:

    Después de la vida de Cristo ninguna ha conmovido tan profundamente mi alma como la del gran apóstol San Pedro Claver

    San Pedro Claver nació en Verdú (España) el 26 de junio de 1580.

    El 8 de diciembre se consagra a Dios con la tonsura eclesiástica.

    Entra en la Compañía de Jesús el 7 de agosto de 1602.

    El 15 de abril de 1610 se embarca para la entonces Nueva Granada, hoy República de Colombia.

    Se ordenó de sacerdote el 19 de marzo de 1616.

    Hace su profesión religiosa solemne y su esclavitud el 3 de abril de 1622.

    Muere el 8 de septiembre de 1654.

    Sus virtudes son declaradas heroicas el 24 de septiembre de 1747.

    Beatificado el 20 de julio de 1850 y canonizado el 15 de enero de 1888.

    El 7 de julio de 1896 fue declarado patrono de las misiones con negros.

    El día 8 de septiembre de 1954 se celebró El tercer centenario de su muerte.

    Es patrono de Colombia.

    Su santuario en Cartagena de Indias, Colombia es uno de los más visitados de América; más de 20.000 personas venidas de todo el mundo desfilan cada año ante sus reliquias.

    ACTUALIDAD DE UN SANTO

    Una de las satisfacciones más profundas que deja en el alma el estudio de la vida de Pedro Claver es la conclusión a que se llega. Se ha dicho que escribir la vida de un personaje es emprender el más apasionante de los itinerarios: es la ruta de un alma.

    Pedro Claver es una de las figuras más admirables del siglo XVII, como hombre, como sociólogo y como santo. Fue testigo vivo de la tragedia social del continente negro, el reino de la esclavitud; allá voló mil veces su celo de apóstol y allá quiso ir en los últimos años.

    Vio llegar a los hijos de África a las costas de América, encadenados; y su aspiración suprema fue hacerlos libres. Debió conocer su historia y su lenguaje, hablaba la lengua angola.

    Al contacto con esos miles y miles de desgraciados, que procedentes de 40 naciones la esclavitud arrojó a las playas de América, su carácter se volvió cada vez más melancólico.

    Asistió como forjador eficaz a la segunda etapa del Nuevo Mundo, a la edad de oro colonial, por representar ese período de 50 años del siglo XVII la continuación del imperio hispánico continental, en la línea de las riquezas, de los heroísmos y aún de la santidad.

    Fue uno de los gigantes del espíritu que dulcificó y canalizó la rudeza del conquistador. Claver, sin quererlo, representó en su profunda vida interior, la síntesis de tres mundos: físicos, morales y sicológicos.

    No llenan su biografía grandes conflictos e intervenciones políticas —él era el esclavo blanco de una raza negra oprimida y su personen) ante los dueños—, sin embargo, en esta canalización de cultura, en este esfuerzo por incorporar una raza esclava a una libre, injertándola en una tierra física y moralmente nueva, en una lengua y una fe nuevas también, consiste su mayor grandeza y el título por el cual le podemos llamar con plenitud de significado: el santo que libertó una raza.

    Su mano blanca se posó sobre 300.000 cabezas negras. Su corazón se entregó fraternalmente. El heroísmo de su caridad no tuvo límites. Fue hasta la locura. Sin una mirada a la época, sin una reconstrucción histórica, no tienen explicación muchos hechos de su vida, como no lo tienen las hazañas de unos hombres que domaron las selvas y los ríos de este Nuevo Mundo. El dorado terreno no brilló en el término de sus dolores; la eternidad fue la meta de este conquistador.

    Al lado de los tremendos vicios, de la sed de oro, de las opresiones de la persona humana, del desprecio de la vida, la personalidad de Claver surge como la de los grandes libertadores de la historia. Por eso no es absurdo ni anti-histórico colocarle en un sitio preferente dentro del panorama de la historia universal y especialmente de la americana; dentro de la edad de oro del imperio español ocupa uno de los principales lugares.

    No pensamos volver mucho sobre los sucesos históricos externos en el transcurso de la biografía de Claver. No tenemos muchos datos sobre lo que el santo pensó acerca de su época y sus variaciones. No dejó escritos y los contemporáneos se contentan con algunas frases.

    No escribía mucho a sus familiares. De las noticias que traían los capitanes de los navíos, sólo le interesaban dos cosas: ¿Hay paz en Europa? ¿Cómo va el santo padre? Paz y pontificado. Dos ideas que en su sencillez talvez sean clave de la historia de su siglo.

    Si en la presente biografía se busca alguna novedad, podría decir que considero nuevo —fue un descubrimiento para mí según iba estudiando las fuentes— el influjo trascendental de dos hombres en su vida.

    Pedro Claver, debió tener horas de indecisión tremenda; su rostro era serio y callado su carácter; dudó de su ideal concreto y una especie de complejo de humildad le impulsaba a ciertos desalientos sacerdotales. Se encontró en su camino con dos hombres geniales y santos que enderezaron su ruta con firmeza y le hicieron un hombre de voluntad de acero.

    Joven aún recibe el impulso sobrenatural de un santo, que plasma para siempre su espíritu y le lanza por los caminos del apostolado en las Indias. Al llegar a América surge una nueva crisis y talvez a base de los recuerdos de su amigo el portero de Mallorca.

    ¿Dios no le querría como él? En este mundo nuevo encontró también un guía que le enderezase firmemente. Si Alonso le forjó internamente, el P. Sandoval le hizo sociólogo práctico. Conforme al carácter de su raza, Claver es tradicionalista. No le gustan las miradas revolucionarias y menos en la vida espiritual. Seguirá la letra y el espíritu de estos dos hombres hasta el heroísmo. Desde este momento no habrá más titubeos.

    Pedro Claver será un santo interior que lleva a la acción la espiritualidad de san Alonso Rodríguez y será a la vez un místico que lleva la espiritualidad a la acción social del P. Sandoval. Con estas ideas se aclara toda su vida y se iluminan las posibles paradojas que encontramos en su heroísmo. Esta es la clave de su historia sencilla.

    Por otra parte, como matices menores, descubrimos que hay que modificar conceptos acerca de su carácter. No era tan rudo como quieren algunos hacerlo aparecer. En su vida social no era antisocial con las clases altas, pues una de sus amistades más profundas fue precisamente con una persona de esta clase. Hay que rectificar sus relaciones con los superiores también. No es el santo brusco y rectilíneo que vive en su callada y dolorosa mortificación. Sabe ser amigo, mantiene relaciones con lo más granado de la sociedad cartagenera, tiene el sentido moderno de la formación de jefes y aplica un método social religioso que le llevará al triunfo.

    El presente libro es realista. No es una biografía acaramelada. Tiene algo de esta literatura cruda, moderna, que llama a las cosas por su nombre y no se espanta ante las realidades más violentas. Preferimos los testigos directos a las consideraciones románticas.

    Pedro Claver fue un hombre de su tiempo que se entregó totalmente a la caridad, no importa las exigencias que trajera consigo. Ciertos heroísmos no deben producir repugnancia, sino al contrario, admiración profunda. Talvez por eso su mensaje es actual, hoy después de tres siglos.

    ¡Mensaje de Claver!

    Veremos cómo su acción tiene interferencias con tres continentes: Europa, África, América.

    África, el continente en ebullición, sufre actualmente la crisis de su nacionalismo, de su mayoría de edad, de su orientación definitiva. Está despertando de su sueño misterioso de esclava. Y ese despertar es violento. A sus puertas están llamando dos civilizaciones: la cristiana y la comunista.

    La Iglesia católica ha registrado en los últimos años en África, uno de los éxitos más admirables de su historia misionera: más de 12 millones de convertidos. Pedro Claver, el gran amigo de la raza negra de ayer, tiene también hoy un mensaje para ella.

    En América, el problema del negro es también álgido. Aquellos esclavos que llegaron encadenados, hoy día libres, pesan en este continente.

    En muchos aspectos han esclavizado a sus dueños; muchos rasgos de sus costumbres, de su cultura, han invadido la vida moderna. En dos grandes pueblos de América, Estados Unidos y el Brasil, el elemento negro tiene por diferentes aspectos un papel definitivo.

    Existen problemas raciales y problemas de aclimatación. En otras naciones el negro ha perdido la fe de sus mayores; viven en un seudo-paganismo práctico al margen de la fe del blanco. Hay que reconquistarlo. Pedro Claver tiene también un mensaje para América.

    En Europa hay una gran preocupación. El viejo continente que mandó misioneros y los manda actualmente al mundo entero, sufre la crisis de sus masas separadas de Cristo. Se han hecho muchos intentos infructuosos y desafortunados de acercamiento. La unión de la santidad con la acción social se hace evidente. Pedro Claver, el gran apóstol de los pobres y desgraciados, tiene hoy más que nunca una gran fuerza ejemplar.

    Para escribir la vida de San Pedro Claver, talvez se necesita sentir profundamente dos mundos, el europeo y el americano. Escribir del joven catalán y su mundo, sin conocerlo, es casi imposible, es el defecto de muchas biografías escritas del lado americano.

    Escribir de San Pedro Claver en su medio de Cartagena con todo el ambiente americano, sin conocerlo, es imposible. Tal vez sea necesario haber vivido los dos mundos: ser hispanoamericano.

    Hace algunos años, el 6 de septiembre de 1953, tuve durante largo tiempo en mis manos, en Cartagena de Indias, la reliquia de San Pedro Claver. Una cabeza perfectamente conservada, con sus huesos duros, su boca firme y una especie de rictus, que aún conserva, lleno de firmeza. Al sentir su leve peso experimenté una tremenda emoción. Esos huesos venerados, hace tres siglos eran realidad viviente; sostenían unos ojos ardientes y un corazón más grande que el mundo. Ese brazo descarnado hoy, bautizó 300.000 esclavos negros.

    La Providencia divina quiera también glorificar al esclavo de los esclavos haciéndole rey de los corazones de tres continentes.

    Tres siglos no han podido apagar la hoguera de su recuerdo heroico.

    Él fue el Libertador de una raza y a la vez el esclavo de los esclavos.

    Hoy día sus reliquias sagradas están en su santuario de Cartagena, la ciudad amurallada y heroica. Miles de personas desfilan ante él cada año. Es uno de los grandes santos de América, escala necesaria para todos aquellos que creen en el espíritu y sus valores.

    San Pedro Claver hoy más que nunca es el testimonio viviente de la supervivencia del amor Fraterno y heroico.

    La única realidad que puede salvar a nuestro mundo oprimido por el odio y el egoísmo.

    PEDRO CLAVER: HIJO DE SU SIGLO

    El siglo que corre desde la elección de Paulo III hasta la muerte de Urbano VIII (1534-1644), es en la historia del papado, según Ludovico Pastor, uno de los más importantes y esplendorosos y cuya señal característica lo constituye la reforma y restauración católica.

    La época que le toco vivir a Pedro Claver es una de las más apasionantes de la historia religiosa. Siglo de contrastes, de contraofensivas, de espíritu constructivo. Más sereno que el anterior, menos crudo en sus empresas, menos dinámico tal vez, pero en el fondo más lleno de emoción.

    Ya estaba lejos la época renacentista, en la cual parece que el brillo del mármol de los desnudos hubiera dado un impulso carnal a una generación cansada. Y no existía esa mística de la belleza antigua, ante la cual se doblegaba la virtud y la ciencia; ya no había esa euforia pagana que se avergonzaba de la simplicidad del evangelio porque no estaba escrito en el lenguaje de Platón o Virgilio: la época de Julio II, de León X y de Alejandro VI, había pasado para siempre.

    Por otra parte, iban quedando atrás también dos grandes ciclos históricos trascendentales: el descubrimiento de América con sus conquistas heroicas, sed de epopeya, ansia afiebrada de oro y roturación de campos vírgenes, y la gran crisis que tambaleó a la cristiandad: la herejía protestante.

    Los pueblos en este final del XVI ya estaban estabilizados: unos, caídos en la lucha con la herejía, tenían en el alma una inquina agresiva contra todo lo que fue su antiguo patrimonio, listos a la persecución y a la represalia: otros, más fieros en su victoria, se preparaban al contraataque, no tanto activo y armado, como interior, robustecido por la reforma.

    Las líneas de fuego en el campo religioso se habían estabilizado. En adelante habrá guerras religiosas, persecuciones, sangre y juicios sumarios, pero ante todo será la renovación íntima lo que servirá de bandera. La época que se extiende de 1559 a 1659 en el mundo político y de 1566 a 1669 en el religioso enmarca la vida de Claver perfectamente.

    A su luz se explican muchas de sus actuaciones y, aunque el santo que estudiamos no pertenece a la categoría de los hombres exteriores, es decir, que pesaron por su actividad política, sin embargo, su actividad

    apostólica eminentemente espiritual debía ponerse en contacto con la política y la vida de tres continentes. No se explica su vida si no se tiene en cuenta la época en que vivió. La rudeza de su heroísmo no halla marco sino en el cuadro violento, negrero, pirata y encomendero.

    El ansia loca de su celo de las almas, además de Dios, halla su explicación e impulso en el contraste con la sed de oro que primaba en muchos jefes conquistadores. En la batalla del mundo que vivió, él representaba al heroísmo cristiano enfrentado al heroísmo profano.

    Se ha escrito, al hablar de ciertas violencias e incomprensiones, que fueron pecado de la época, no de una nación determinada. Querer hoy aplicar los principios nuestros a una situación política de los siglos XVI y XVII en las relaciones políticas y religiosas, es deformar la historia y hacer que sus hombres aparezcan desfigurados como vistos en un espejo cóncavo o convexo; estarán o desmesuradamente alargados o desmesuradamente achicados

    He aquí el panorama a grandes líneas de este período trascendental que le tocó vivir a Pedro Claver. Nació cuando su patria era un gran imperio, eran los días de Felipe II. Todavía en las planicies de Verdú resonaban los ecos alegres de las victorias de Lepanto, donde tantos catalanes habían luchado.

    La península ibérica en ese mismo año de su nacimiento se unió en un bloque con Portugal. Él no lo sabía, pero ese mismo año una monja andariega y santa de Ávila, Teresa de Jesús, alcanzaba del Papa Gregorio XIII la aprobación de la reforma carmelitana. A los 7 años debió oír hablar a sus padres y hermanos en las noches largas de invierno, de la muerte violenta de una reina inglesa que murió por ser católica, y el nombre de María Estuardo quedó en su imaginación... Un día allá en Cartagena de Indias les recordará a los herejes ingleses historias de dolor y apostasía.

    Unos años más tarde, los correos llegados de Barcelona, el gran puerto de España, traían a las planicies de los olivares de su tierra, una nueva tremenda: La Gran Armada, la Invencible Armada, había sido derrotada por las tempestades, y una reina hereje y perseguidora se reía de la católica España.

    Así pasó su niñez en Verdú. Ya en Barcelona, mientras estudiaba latín, pudo oír los comentarios de sus profesores jesuítas del colegio de Belén, acerca de la conversión de Enrique IV el rey francés. Tal vez no llegó a sus oídos la persecución del Japón, pero sí sintió en su plenitud la muerte de Felipe II allá en el lejano Escorial. Claver tenía 18 años.

    Ya había perdido a su madre y a su hermano. La lección de la muerte estaba allí cerca y lejos. Al dejar el continente europeo, en 1610, quizá no presintió la decadencia de su patria, las tempestades e intrigas del mundo. Sevilla era todo vida y movimiento. Los galeones subían y bajaban por el Guadalquivir, cargados de oro y telas preciosas.

    Claver nunca fue un político, más aún apenas quiso darse cuenta de los sucesos crueles del mundo en que vivió. Por eso ya en Cartagena representaban más para él las noticias de la canonización de San Ignacio y Santa Teresa, 1622, y la fundación de la Congregación de la Propaganda Fide, ese mismo año, que el desarrollo de la larga guerra de los 30 años, 1619-1648; la subida de Richelieu, 1624; las hazañas de Wallenstein. 1628, o la paz de Praga en 1635.

    Las noticias de la turbulenta Europa llegaban amortiguadas a su residencia de Cartagena de Indias. Cuando los capitanes de los buques negreros, con la emoción en el rostro tostado por el mar de tres meses de travesía, empezaban a contarle agitadamente sucesos de la vieja Europa, él delicadamente les interrumpía. Una sola cosa le interesaba del mundo que dejó: ¿hay paz?, ¿cómo sigue el papa?.

    Un día de 1640, un soldado, tal vez un catalán, que conocía las hazañas de sus paisanos, se le acercó con sigilo, y le dio una noticia. Cataluña se ha levantado contra el rey Felipe IV. Hay guerras, hay muerte en esas provincias, algunos amigos, algunos familiares, habían caído en esa guerra fratricida, y Claver pensaría un momento en el valle tranquilo de Verdú, en sus olivares y frutales, en esa Barcelona que recorrió conmovido, en la Tarragona de su Noviciado, en Gerona de su Filosofía, en toda esa Cataluña que le tocó atravesar. Claver debió sentir esas luchas fraternas, y en medio de sus negros y de sus heroísmos, vino a su mente la santa montaña de Montserrat, y allí la Mo-reneta de su alma, la Virgen que un anciano santo de Mallorca le dijo un día que era muy bella y buena, porque él la había visto cuando subía al castillo de Belver.

    Pero no debió ver más de la escena temporal del mundo, y al llegar su muerte, el imperio temporal de España estaba declinando... Felipe IV era un inepto y tan sólo llegaba a él la destrucción de su colegio que quedaba encima de las murallas de Cartagena. Luis XIV reinaba en Francia. Oliverio Cromwell en Inglaterra; la reina Cristina de Suecia se convertía al cristianismo, y también en la Nueva Granada reinaba la muerte. Ese mismo año, 1654, fallecía en Bogotá el presidente gobernador Juan Fernández de Córdoba y el arzobispo Cristóbal de Torres.

    Su vida transcurrió en un gran período de la historia final del siglo XVI y medio siglo del XVII. Constituía uno de los períodos políticos más transcendentales de la historia universal, y tal vez Claver no cayó en la cuenta que asistía sin saberlo a la Edad de Oro de su patria, que ya declinaba. La vida de San Pedro Claver queda así enmarcada políticamente.

    Mundo religioso.

    Más cerca del corazón de Pedro Claver estaba él mundo religioso. ¿Qué hay del papa? Esta era su pregunta favorita. El pontificado pasaba por uno de los períodos más esplendorosos. Mientras los príncipes cristianos rompían en esta mitad del siglo XVII con frecuencia sus lazos políticos con el Pontificado y descuidaban la publicación de los Decretos de Trento, el espíritu de este gran concilio se extendía por toda Europa. España, que había dado a la Iglesia tan grandes reformadores durante la segunda mitad del siglo XVI continuaba produciendo santos a pesar de sus crisis económicas y políticas; Alemania, desgarrada profundamente por la anarquía religiosa y política, multiplicaba sus esfuerzos por la restauración del clero y una mayor edificación de los fieles; Italia se veía invadida por grandes congregaciones de caridad y enseñanza; en Francia se producía un gran movimiento de restauración católica, retardado por las guerras religiosas; y personajes como Francisco de Sales y Vicente de Paúl derramaban por toda la nación su piedad, celo y caridad. Por otra parte, en las misiones extranjeras la actividad proseguía incansable.

    En las rutas abiertas por Javier, Nobili, Ricci, Anchieta, etc., avanzaban millares de misioneros coordinados ahora por la reciente Congregación de Propaganda Fide, fundada por Gregorio XV. En el campo intelectual hubo un gran florecimiento que sin llegar al del siglo anterior, alcanza un gran vuelo en los estudios teológicos e históricos con los bolandistas y en la ascética y mística con la renovada escuela francesa de espiritualidad.

    La época que va de 1566 a 1665 es fecunda y apretada en contenido religioso. El siglo XVI se cerró con ceremonias grandiosas de año santo en 1600. Tres millones de fieles llegaron a Roma en reparación por los ultrajes que el papa había recibido por el cisma y las guerras religiosas. En Roma se postraron en aquellos meses los fieles de Europa.

    Se vio allí un gran número de hugonotes que hicieron el viaje por curiosidad y no por devoción sin temer a los rigores de la Inquisición, que cesan durante el año jubilar, y cuando vieron al anciano Papa que cada día hacía las visitas a las iglesias y se prosternaba a los pies de los apóstoles y los mártires, recibía a todos los peregrinos, servía a la mesa a los pobres y

    oía su confesión, dejaron de creer que el papa fuera el anticristo. 36 abjuraron sus errores ante él e hicieron profesión de fe católica en la iglesia de San Luis, con Armando, ministro de Ginebra, que les había llevado.

    En los comienzos del siglo XVII, la herejía protestante parecía implantada definitivamente en los países del Norte; reinaba como soberana en Alemania, del Rhin al Vístula, del Mein al Mar del Norte y el Báltico; triunfaba con insolencia en Inglaterra multiplicando en ella las leyes más draconianas contra los católicos; preponderaba en Escandinavia, en los Países Bajos y en Suiza, aquí de trece cantones había ganado más de seis a su causa. Las naciones que se habían conservado católicas, no formaban ya una unidad poderosa, organizada jerárquicamente alrededor del papa y del Emperador, tal como lo había conocido la Edad Media.

    España tenía problemas en Italia y con el papa; los Estados italianos estaban revueltos; Francia padecía divisiones profundas, arruinada por las disensiones y las guerras. Las dos ramas de los Habsburgos, española y austríaca, no tenían consistencia para una acción común.

    En medio de todos estos estados divididos, sólo la santa sede parecía mantener cierta unidad. Los decretos de Trento entraban en vigor, hubo algunos nepotismos, pero no era el escándalo del Renacimiento; la corte de Roma se había purificado y los grandes Papas de esta época se preocupaban, ante todo, de su misión espiritual.

    En el siglo que le tocó vivir a Pedro Claver habían pasado ya los escándalos renacentistas, y la rebelión protestante se había estabilizado. Un mundo nuevo se había abierto a la iglesia allá en la lejana América y se sentía un aliento de juventud en las almas. La Iglesia, sangrando por mil heridas y deplorando la pérdida de miembros queridos, no solamente resistió a la tempestad de la herejía, sino que halló en su propia vida el camino para la purificación interior.

    ***

    La fundación de Loyola, escribe Pastor, tuvo entonces una época esplendorosa. Sus hijos trabajaron incansablemente en todos los países católicos de la Europa meridional, central u oriental, en la educación de la juventud y del clero, en los ministerios apostólicos con los fieles y en ganar de nuevo a los apóstatas.

    Por encargo del papa tomaron sobre sí las misiones diplomáticas más difíciles y se adelantaron hasta Estocolmo y Moscú; por el mismo tiempo, como soldados de avanzada del cristianismo y de la civilización, extendieron su acción a Japón, China, India, Etiopía y Constantinopla, mientras en la América española rivalizaban con las misiones de los dominicos y franciscanos. Su abnegación, prudencia y adaptación a las circunstancias existentes fueron recompensadas en casi todas partes con grandiosos éxitos. (Pastor, XVII. Introducción, página 36).

    Este es el juicio del gran historiador de los Papas acerca de las relaciones de la Compañía de Jesús y la iglesia cuando nació Pedro Claver. El mundo misional, realmente, estaba lleno de esperanzas. Su vida apostólica, consagrada al apostolado con los miserables esclavos, no le permitió grandes intervenciones externas en el campo eclesiástico.

    En la historia de los papas, de Ludovico Pastor, su figura ocupa unas líneas. Sus tres grandes preguntas: ¿Hay paz en Europa? Paz, este era el problema político más grande de la época. ¿Qué hay del papa? Era la fuerza armonizadora de la cristiandad. ¿Cómo trabaja la Compañía de Jesús? En aquellos momentos era fuerza de vanguardia, y él, como hijo fiel, la llevaba en el alma.

    Esta fue la época pontifical que le tocó vivir a Pedro Claver; tiempos de reforma religiosa, de florecimiento espiritual y también el final de una época temporal para el Pontificado. El mismo sería uno de los exponentes más notables de este renacimiento católico. Fue un adalid de la fe.

    Este período no sólo fue admirable por sus grandes Papas, sino que se distingue también por sus grandes santos y fuerzas católicas: Santa Teresa y San Juan de la Cruz, San Felipe Neri y San Carlos Borromeo, San Pedro Canisio y San Roberto Belarmino, San Vicente de Paúl y San Francisco de Sales, San Camilo de Lelis y San José de Calasanz, San Francisco de Sales y los jóvenes San Luis Gonzaga y San Juan Berchmans, por no citar sino unos cuantos que florecieron en este período.

    Fuerzas de la Iglesia como los jesuítas, capuchinos y hospitalarios de San Juan de Dios, que recientes en su fundación trabajaban con inusitada fuerza, y floración de órdenes nuevas, como los carmelitas reformados, lazaristas, escolapios, eudistas, filipenses, sulpicianos, hijas de la caridad y visitación.

    Obras admirables como la de Carlos Borromeo, que funda 800 escuelas en la sola diócesis de Milán; Camilo de Lelis, que hace de los enfermos el ideal de su vida, y deja al morir en 1613, 20 casas con 300 religiosos. Más de 3.000 religiosos que vivían en los monasterios del Cister y la Trapa, en donde el abad Raneé, otro Bernardo, moderno en doctrina, piedad y mortificación dejó su huella profunda reformadora.

    ESTAMPAS DE ESCLAVITUD

    Santos e instituciones que surgen en la Iglesia para servir de ayuda en la gran batalla contra la herejía y la persecución: calvinistas, hugonotes, anglicanos, jansenistas y galicanos. Para reforzar el gran frente que sufre persecución en Inglaterra y Holanda; para dilatar la fe en esas misiones florecientes del Oriente, China, India y Japón, donde los nombres de Nobili, Ricci son inmortales; y en las florecientes de la América Hispana, para la cual parece haber llegado su siglo de oro.

    Sin duda alguna, la labor más brillante de la Iglesia en este período se realizó en América. Había pasado ya la época de la conquista con sus turbulencias y avances rápidos. A esta mitad del siglo XVII le correspondía la consolidación, más aún,

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