Un Trío como Bienvenida a Casa por Navidad (El Club de la Llave número 7)
Por Jan Springer
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Raquel tiene un secreto muy pícaro y está demasiado avergonzada para dejar que nadie lo sepa. Cuando El Club de la Llave organiza una Noche de Tríos de Fetiches de Santa, es casi demasiado bueno para ser cierto. ¡Tiene que encontrar la forma de participar sin que nadie lo averigüe!
Rob y Ron Simpson, los camareros del Club de la Llave, se tiran de cabeza a los sobreros de Santa por la discreta y agradable Raquel. Pero ella no sospecha lo que sienten por ella. Aunque lo sabrá, porque Raquel volverá a casa después de un viaje por Europa y los gemelos van a darle el mejor trío de bienvenida a casa por Navidad de todos los tiempos. Lo harán con la ayuda de algunos juguetes picantes, la Habitación Roja, una palabra de seguridad y...Santa Claus.
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Un Trío como Bienvenida a Casa por Navidad (El Club de la Llave número 7) - Jan Springer
Prólogo
Querido diario,
Tengo un fetiche con Santa Claus. Éste es mi mayor secreto. Sólo tú lo puedes saber, además de un par de novios a los que simplemente no les gustaba vestirse de Santa fuera de temporada, claro. Decían que yo era inmadura, rara y totalmente pirada, queriendo que Santa Claus le hiciera el amor. Ojalá fuera normal, como todo el mundo.
Cerró el diario que había encontrado por accidente en la habitación de Raquel y frunció el ceño.
Guau, no tenía ni idea de que a Raquel le gustaba Santa. Había oído de mujeres a las que les excitaba el vestido rojo y negro, el tipo con la barba blanca, pero...¿la dulce y callada Raquel?
Nunca lo habría adivinado. Ni en un millón de años.
Puso el diario de nuevo debajo del cojín de la silla del pupitre de Raquel. No quería curiosear, de verdad que no. Sólo había estado limpiando la casa para el regreso de Raquel y había encontrado su diario completamente por accidente.
Debió haberlo dejado allí, pero era curiosa por naturaleza y no había sido capaz de resistirse a hojear hasta que había parado en la entrada sobre el fetiche de Santa Claus. ¿Cómo demonios iba a ayudar a Raquel sin que ella averiguara que sabía lo del fetiche de Santa?
Frunció el ceño y siguió limpiando.
Capítulo Uno
Varios días después...
¿Quién eres tú de nuevo?
Dentro del pecho de Raquel burbujearon emociones intensas mientras miraba fijamente a su padre. Él estaba sentado como una muñeca de trapo en su silla de ruedas. Su pelo gris estaba despeinado y un hilo de baba caía por las comisuras de su boca. Normalmente ella habría peinado su pelo, lavado su cara y sus dientes y luego habría leído para él. Pero hoy estaba muy cansada para hacer nada, e increíblemente triste sobre cómo acabaría la vida de él. Al mirarla no había ni un atisbo de reconocimiento en sus ojos azul pálido. Ni una pista de que ella era su hija.
Papá,
susurró, intentando sonreír. Temblaba seriamente.
Me llamo Raquel,
dijo un poco más alto. Por favor acuérdate de mí, Papá.
Ella extendió la mano. Él dudó antes de poner sus dedos, frágiles y fríos, contra su palma. Se estrecharon la mano. Él la agarraba más débilmente que ayer, y aún más débilmente que el día anterior.
¿Eres la enfermera?
preguntó dulcemente.
Oh, Dios, no.
No, Papá. Soy tu hija, ¿te acuerdas?
Una oleada de esperanza creció dentro de ella mientras una pizca de reconocimiento brotaba en los ojos de él. Igual de rápido, se disipó. La desolación más absoluta se adueñó de ella.
Hola. ¿Te conozco?
preguntó él de nuevo. Esa mirada ausente había vuelto.
Papá, por favor. Necesito que vuelvas.
Raquel suspiró. No, no me conoces. Me pasaré de nuevo mañana. Hasta entonces.
Debería haberse quedado y haber pasado algún tiempo con él, pero lo único que quería hacer era irse a casa, arrastrarse hasta la cama, echar las mantas sobre su cabeza y simplemente dormir durante el resto de su vida.
Amargas lágrimas brotaron y tras pasar las sillas de ruedas plagadas de ancianos, dejó que las lágrimas calientes rodaran por sus mejillas.
Maldita sea, papá.
* * * * *
Raquel se despertó con el sonido del piloto anunciando que pronto aterrizarían y que por favor se pusieran los cinturones de seguridad. Hizo lo que le pedían e ignoró a la pequeña señora que estaba sentada a su lado y la sonreía cordialmente.
Su padre había muerto esa noche. Completamente solo. Mientras dormía. La culpabilidad por no haber pasado tiempo con él ese día y no haber estado allí cuando murió la roían por dentro tanto que sus amigos habían pagado los gastos para mandarla de viaje a Europa.
Raquel sonrió y su corazón se enterneció al recordar las viejas viudas a las que sus amigos la habían mandado. Una en Italia. Una en Francia. La otra en Suiza. Habían sido amables con ella y la habían mantenido ocupada, enseñándola a cocinar, a arreglar su cabello y a hacer vino casero.
Ahora, tras varios meses en el extranjero, volvía a casa. De vuelta a su ciudad natal y a todos los amigos que la habían apoyado. La culpa sobre lo que pasó con su padre aún perduraba y su tristeza se había vuelto un poco menos intensa con el tiempo. Iba a casa. De vuelta a donde su padre había muerto. De vuelta a sus recuerdos.
Raquel agitó su cabeza. No, tenía que dejar de pensar así. Había hecho lo mejor para su padre. Se había dado cuenta de esto cuando, estando en una góndola en Venecia, había visto a una mujer más o menos de su edad ayudando a su anciano y frágil padre a subirse a la embarcación. Había círculos oscuros debajo de los ojos de la mujer, pero ella sonreía mientras que el anciano caballero le devolvía la sonrisa. Su padre había sido feliz mientras había estado con ella. Hasta que el último rastro de sus recuerdos se había ido. Él había sido feliz y ella había hecho lo mejor que podía hacer.
Eso era todo lo que importaba. Ahora ella había vuelto para ser feliz.
* * * * *
No veo a Raquel. ¿Estás segura de que viene en este vuelo?
preguntó Rob a su hermano gemelo mientras que se paraba cerca de las puertas de llegada, mirando a la gente recoger su equipaje en el torniquete.
Eso es lo que decía el correo de Jaxie. ¿Ves?
Ron sostenía el papel.
Sí, no hay duda. Entonces ¿dónde está?
¿A lo mejor se las ha apañado sin nosotros de alguna forma?
respondió Ron mientras trataba de ver a través de la masa de pasajeros que se amontonaban a través de las puertas.
Madre mía, no podía esperar a verla. Sólo había podido conocerla brevemente cuando su hermano y él habían sido contratados en el Club de la Llave como camareros. Habían trabajado con Raquel y se habían quedado prendados por la callada mujer. Luego su padre murió, y ella se puso muy triste. Nadie había sido capaz de animarla. Ni siquiera ellos.
"Joder, está