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Miguel-Ángel Cárdenas: imágenes de un video-artista. Vida y arte del hombre que durante años se hizo llamar Michel Cardena
Miguel-Ángel Cárdenas: imágenes de un video-artista. Vida y arte del hombre que durante años se hizo llamar Michel Cardena
Miguel-Ángel Cárdenas: imágenes de un video-artista. Vida y arte del hombre que durante años se hizo llamar Michel Cardena
Libro electrónico221 páginas3 horas

Miguel-Ángel Cárdenas: imágenes de un video-artista. Vida y arte del hombre que durante años se hizo llamar Michel Cardena

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Información de este libro electrónico

¿Quién fue realmente el hombre que durante más de tres décadas, la mayor parte de su carrera artística y sus mejores años, se hizo conocer como Michel Cardena? De origen colombiano nacionalizado holandés, este ensayo biográfico destaca no solamente su trabajo artístico durante ese periodo, sino los rasgos más distintivos de su personalidad.

Del Pop Art y el Nuevo Realismo, Cardena pasó a la performance y al video arte, campos en los que tuvo una posición destacada en el mundo artístico holandés de los años setenta del siglo pasado.

Un hombre extravagante, provocador, hedonista, bromista (su obra está impregnada de humor), y homosexual a voz en cuello. Siempre que se le presentaba la oportunidad, aprovechaba para poner de presente su condición de hombre gay, algo que, desde muy joven, transformó casi en una militancia. Era un hombre de ocurrencias ingeniosas y divertidas. Vida y arte, arte y vida eran una misma cosa para Miguel-Ángel Cárdenas.

Este libro, cargado de anécdotas de la infancia y la juventud de Cárdenas, permite descubrir también aspectos de un artista plástico cuya obra es relevante dentro de importantes corrientes del arte europeo del siglo XX.

IdiomaEspañol
EditorialAmira Armenta
Fecha de lanzamiento9 may 2017
ISBN9781370986682
Miguel-Ángel Cárdenas: imágenes de un video-artista. Vida y arte del hombre que durante años se hizo llamar Michel Cardena
Autor

Amira Armenta

There is no greater pleasure in life than reading good books, watching good movies, and meeting friends for dinner. And then discuss with them about politics, books and movies ...

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    Miguel-Ángel Cárdenas - Amira Armenta

    En busca de Miguel-Ángel Cárdenas

    Prefacio

    ¿Quién fue realmente el hombre que durante más de tres décadas, la mayor parte de su carrera artística y sus mejores años, se hizo conocer como Michel Cardena?

    Conocí al artista Miguel-Ángel Cárdenas (1934-2015) a comienzos de los años 2000 a través de una amiga común. Para esas fechas ya él casi no trabajaba ni exponía, de modo que mi primer contacto con alguna de sus obras sucedió algún tiempo después, casualmente, en una visita a su casa del Jordaan. Varias obras suyas colgaban en las paredes de su enorme apartamento, las cuales no debieron hacerme mucha impresión porque, en primera instancia, no me quedó un recuerdo claro de ninguna de ellas. En cambio mantengo presente la imagen del ordenado desorden que había en aquel lugar, y que en un escritorio se hallaba un enorme monitor encendido en el que se veía una imagen de fuerte colorido, azules, grises y negros. Era uno de sus recientes trabajos de arte digital, una técnica con la que estaba experimentando últimamente y que hubiera seguido desarrollando de no haber sido por la enfermedad, recién diagnosticada, que ya comenzaba a revelar los primeros síntomas.

    Solamente en 2004, durante una retrospectiva organizada por la Galería Wetering de Ámsterdam, que incluía obras de los diferentes periodos artísticos de Cárdenas, pude obtener una visión más completa de su obra. Pero, puesto que no soy especialista en arte, no estaba en capacidad de apreciar el verdadero valor de aquellos trabajos, ni era de mi interés profundizar en ello. A lo largo de todos estos años nuestra amistad se desarrolló de manera relativamente superficial, y se limitó a compartir de vez en cuando con amigos comunes una conversación en alguna cena, o en algún café.

    Por eso me tomó un poco por sorpresa el hecho de que, unos seis meses antes de su muerte, Miguel-Ángel me pidiera que escribiera sobre su vida. Aunque a esas alturas yo ya sabía algunas cosas sobre él, iba a necesitar muchos más datos para componer un libro. Conocía bien, sin embargo, el que es quizá el principal rasgo de su carácter, su condición de hombre gay, algo sobre lo cual él insistía particularmente, al punto de que, en su vida, ser gay podía ser incluso más importante que ser artista. Como algunos de sus amigos me lo hicieron notar cuando estuve recogiendo información para este libro, para él su homosexualidad era como una militancia. Una ideología. Conocía algunas de las anécdotas clave de su vida, esas que todo el mundo conocía porque se las habría oído contar más de una vez, pero eso era todo. De modo que mi primera reacción fue la de negarme a hacerlo. La verdad es que no contaba con mucho bagaje para emprender un libro, y se lo dije. Pero él insistió. No tardé mucho en comprender la razón de su insistencia.

    Al final de su vida, Miguel-Ángel estaba relativamente solo. Un pequeño grupo de viejos amigos siguió siéndole fiel. Fue la gente que lo acompañó y le ayudó a organizar la vida hasta el último adiós en el crematorio. Pero los días eran largos en la residencia geriátrica y no siempre podía ir alguien a visitarlo, a entretenerlo con una conversación. El necesitaba atención. Al aceptar comprometerme a escribir sobre su vida, me comprometía de paso a ir a verlo regularmente. Lo que para él sería también un entretenimiento, y para mí, que entre tanto había aceptado intentar al menos escribir el libro, una manera de aprovechar la principal y mejor fuente de información sobre el tema de su vida.

    Este libro es básicamente el resultado de muchas horas de conversación sostenidas entre diciembre de 2014 y mayo de 2015 con Miguel-Ángel, de entrevistas con algunos de sus mejores amigos y amigas, y de lo que extraje de la lectura tanto de su archivo físico de papeles y fotografías como de un enorme archivo digital que él me dejara al final, con reseñas sobre sus obras y exposiciones durante casi treinta años. El grueso de su obra fue realizado en las décadas del sesenta y setenta del siglo pasado, es por eso que, en el interés de describir sus trabajos, he dedicado especial atención a este periodo.

    Cada vez que iba a verlo con mi grabadora y libreta de anotaciones en mano, Miguel-Ángel me entregaba algo de su armario que él pensaba que podía servirme para el libro. Una foto, un recorte de periódico, un libro. La última vez me entregó un sobre grande en el que encontré entre otras cosas: una copia en color de su escudo Warming Up., etc, etc, etc, Company; copia de la nota que le envió la reina Beatrix de los Países Bajos agradeciendo la tarjeta de condolencia por la muerte de su marido, el príncipe Claus; fotocopia de la tarjeta que le envió Beatrix en 1968 cuando nació el príncipe Friso agradeciéndole de su puño y letra los artistieke gelukwensen que él le mandara cuando el nacimiento del niño; varias de sus tarjetas de visita con la bandera de Colombia, la bandera de Holanda, y en el centro una parodia del escudo de Holanda en el que en vez de la frase je maintiendrai dice je réchaufferai; el menú de una cena que dio el 12 de noviembre de 1990 para Wim Beeren, Dorine Mignot y otros amigos, en su palacio de otoño. ¡Miguel-Ángel y sus aires de grandeza! El menú, que estaba decorado con su escudo sobre un cortinaje verde, está escrito en castellano y consta de siete exóticos platos, como los ‘huevos pleonasmo’ servidos con una copa de vino blanco Borro della Sala; una copia del texto en español que quería usar para su tarjeta funeraria y obituario, con el poema Sueño vivir en un mundo sin religiones…; una tarjeta del veterinario recordando la vacuna de su perra Musa; un libro de cocina mexicana, que, según me dijo, lo tenía de la época de su amante mexicano.

    Miguel-Ángel me pidió específicamente que no me callara sobre el tema de su sexualidad. Como he mencionado antes, para él, ser gay era algo muy importante y quería que se supiera. Esto era algo que estaba siempre muy presente en sus conversaciones y en sus perspectivas, al punto de que a veces parecía una provocación de su parte. Sin embargo, bastaba conocerlo un poco mejor para darse cuenta de que lo que lo movía era en realidad un impulso ingenuo, a la manera como transgrede las normas un niño cuando expresa en voz alta una grosería con el fin de impresionar a los adultos. En este sentido las ‘provocaciones homosexuales’ de Miguel-Ángel hacen parte de su vocación transgresora en general, y tenían bastante de travesura.

    Debido a que yo no tengo formación en materia de artes plásticas, éste no podía ser un libro académico que se propusiera explicar la obra de un artista. Aunque intento acercarme en lo posible a su obra, el resultado es una especie de ensayo biográfico y tiene principalmente un carácter literario. Por eso no aparecen, salvo contadas excepciones, referencias bibliográficas. Este no es un libro de estudio. Quien quiera profundizar sobre la obra de Cárdenas no puede tomar este libro como una pieza central de investigación, sino como un complemento.

    Tampoco fue nunca mi intención hacer un recuento pormenorizado de la vida y obra del artista, ni referirme a todas sus exposiciones importantes, sino solamente resaltar lo que he considerado como lo más significativo de su carrera, corriendo el riesgo de que mejores conocedores de Cárdenas no estén de acuerdo con mi selección. Del mismo modo, no ha sido nunca mi interés pretender explicar el contexto artístico holandés en el cual se movió Cárdenas, aunque, cuando ha sido necesario, he ofrecido algunos elementos básicos para situar su trabajo en el ambiente de lo que se estaba produciendo en esos momentos en los Países Bajos.

    Debo hacer también una aclaración importante con respecto a los diferentes nombres del artista que uso a lo largo del libro, Miguel Cárdenas, Michel Cardena o Miguel-Ángel Cárdenas. El uso de cada uno de estos corresponderá al periodo de su vida al que me esté refiriendo. En general, he optado por llamarlo Miguel-Ángel, que fue el nombre que utilizó los últimos quince años de su vida, el que tenía cuando yo lo conocí, y la forma como él pedía a sus amigos que lo llamaran. Al final no soportaba que le dijeran Michel, un nombre que hizo suyo durante tantos años.

    Una gran preocupación de Miguel-Ángel al final de su vida era el miedo a ser olvidado. No solo me comprometió a mí a escribir este libro, también su buena amiga Mercedes García debía terminar un video sobre su obra que había comenzado hacía algún tiempo. Y las historiadoras de arte Tineke Reijnders y Corinne Groot estaban preparando una exposición sobre el In-Out Center, un proyecto de Michel Cardena a comienzos de los años setenta. La exposición tuvo lugar a finales de 2016 en el centro artístico De Appel en Ámsterdam. Desde su muerte, han surgido nuevos nombres y nuevas instancias interesadas en dar a conocer su obra. Esto es algo que lo hubiera hecho feliz.

    En una entrevista en la prensa diría alguna vez, Soy narcisista. Me visto de manera llamativa porque me gusta llamar la atención si voy a alguna parte. Creo en mí mismo y en lo que hago, veo las cosas menos buenas que hago, pero soy consciente de mis posibilidades.

    Hay dos clases de personas en el mundo, aquellos a quienes gusta que hablen de ellos, y aquellos que prefieren pasar de incógnito. Y entre los primeros hay también dos clases: los que nada más quieren que se hable bien de ellos y le temen a cualquier crítica, a cualquier comentario negativo; y aquellos a quienes no importa lo que se diga de ellos con tal de que se diga algo. Miguel-Ángel era de estos últimos. El principal objetivo de este libro es, pues, hablar de Miguel-Ángel Cárdenas. Ni bien ni mal. Todo lo que se dice sobre su personalidad, que no es siempre muy elogioso, está basado en sus propias declaraciones y en las opiniones de gente que lo conoció bien.

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    1. Un hombre puntual

    Me siento completamente rechazado cuando

    alguien no llega a la hora convenida.

    Él era un hombre puntual. Hasta a su última cita, la que tuvo con la muerte, llegó a tiempo. De hecho, antes de tiempo. Miguel-Ángel era de esas personas que por miedo a llegar con retraso se aseguran de estar en el sitio convenido con anticipación. Allí estaba él aquella mañana del 2 de junio de 2015 esperando desde hacía rato a que dieran las 11:30, la hora acordada para beber por propia voluntad el vaso de veneno preparado por la instancia médica municipal que se encarga de estas cuestiones.

    Esa mañana se despertó como de costumbre. ¿Qué cosas pasarían por su cabeza al poco de despertar? ¿Pensaría, hoy es mi último día, es la última vez que me despierto, dentro de unas horas habré dejado de existir? Quién sabe qué pensamientos cruzan la mente de una persona que se quiere morir y está a punto de conseguirlo.

    Pero Miguel-Ángel Cárdenas no era cualquier persona, el suyo siempre fue un comportamiento atípico. Esa última mañana, por ejemplo, su preocupación sería la de estar listo a tiempo. Que entrara pronto la enfermera de la residencia de ancianos en donde vivía desde hacía algo más de un año para que lo lavara, lo vistiera, lo peinara y lo perfumara. Que cuando llegaran sus amigos más cercanos y su sobrina, los que iban a estar presente en la escena final de su vida, no lo fueran a encontrar todavía en piyama, como había sucedido tantas otras veces, porque las enfermeras auxiliares no acudían cuando correspondía, porque se les atrasaban los horarios, porque el municipio había reducido los presupuestos para el cuidado de los ancianos y ahora no había personal suficiente para encargarse de tanta gente inválida como él. O porque simplemente las enfermeras lo dejaban a propósito de último por todas esas cosas que se decían, que se sabían, de él.

    Pero no, aquel día era especial y las auxiliares estuvieron puntuales. Cuando los amigos llegaron lo encontraron ya vestido, no con el bluyín Ralph Laurent que había comprado unas semanas antes, como a él le hubiera gustado, sino con un piyama nuevo, seguramente de fina marca para estar bien a tono con las circunstancias. Por cierto, el día que se estrenó el bluyín Ralph Laurent se lo hizo saber a todos los que casualmente fueron a visitarlo a la habitación. Uno de esos pantalones que si uno no sabe que tiene la etiqueta que garantiza la autenticidad de la marca por la que su propietario habrá pagado varios cientos de euros, podría ser también un pantalón comprado en el mercado de las pulgas. Pero Miguel-Ángel sabía que era de marca y nada más el hecho de saberlo era para él un placer en sí. También sus camisas, sus zapatos, sus corbatas, todo era de marca, y era importante que se viera. Y, sobre todo, que se supiera.

    Quería que lo enterraran con ese bluyín, pero los amigos protestaron, cómo te vas a ir vestido de bluyines con tantos vestidos buenos que tienes, y no le concedieron ese último capricho.

    Aquella mañana cuando llegaron los amigos ya él estaba peinado y perfumado con esa fragancia, el patchouli de Ermenegildo Zegna, a la que le fue fiel toda su vida. Nunca usó otro perfume. Estaba sentado, naturalmente, frente al computador, escribiendo, o intentando escribir con sus manos temblorosas, los últimos correos a Valentín. Un tal Valentín que se le apareció un día, casi al final de la historia, para ayudarle a paliar las molestias insoportables del párkinson. Ahora, por momentos, menos insoportables gracias a Valentín.

    Las manos le temblaban tanto que debió comprar un teclado enorme para acertar con las teclas, y en vez de un mouse le consiguieron un aparato que más bien parecía un pene negro en permanente erección –cosa que a él no le disgustaba ni mucho menos– para poder apretarlo con la mano y desplazar más cómodamente la flechita en la pantalla.

    La puntualidad de Miguel-Ángel era conocida de todos. Varias veces en entrevistas suyas publicadas en la prensa se refirió a eso. En una de esas entrevistas muchos años atrás diría, Cuando alguien no llega a tiempo me siento robado. Cuando tengo una cita con alguien, en lo único en lo que me puedo concentrar es en el encuentro con esa persona. Me siento completamente rechazado cuando alguien no llega a la hora convenida.

    *

    Una semana antes, Miguel-Ángel se las había ingeniado para mandar un email a amigos y conocidos invitando a tomar una copa y comer unos pasabocas colombianos la noche anterior a su eutanasia. Un borrel, como le llaman en Holanda a los cocteles, en este caso de despedida. Despedida de la vida. Para una persona tan social como él, cualquier evento podía convertirse en motivo de celebración. Cualquiera. El lugar: su habitación de no más de quince metros cuadrados en una residencia de ancianos de la calle Fahrenheit, en el Watergraafsmeer, un apacible barrio del este de Ámsterdam, el sitio en donde transcurrió su último año y medio de vida.

    El barrio Watergraafsmeer, un pólder de lo que hace tiempo debió ser un lago, es un sector de calles amplias pobladas de árboles y frecuentes zonas verdes en las que se puede apreciar bien el cambio de las estaciones. A finales de mayo, por ejemplo, la primavera está en su apogeo, y aunque los cerezos ya han perdido hasta el último pétalo, los antejardines de las casas se ven florecidos de azaleas, pensamientos, hortensias, petunias, begonias con todo su alegre colorido. Uno de esos barrios bonitos y tranquilos en los que parece que no pasara nada. Esto es así al menos del lado donde está la casa donde vivió Miguel-Ángel, porque el barrio es grande y hay diferencias según de qué lado uno se encuentre. Aquí la monotonía solo se ve interrumpida de vez en cuando por el cruce de alguna bicicleta, o el paso silencioso de un auto, seguramente de gente que vive en el sector.

    Jamás se imaginó Miguel-Ángel que alguna vez él terminaría viviendo en el Watergraafsmeer. Un buen barrio, pero un lugar de la ciudad que no tenía nada que ver con él, con sus gustos, con su estilo de vida. Él era un hombre del Jordaan, en el corazón de Ámsterdam, con su bullicio y su enredijo de callecitas estrechas, canales, puentecitos, cafés, bares, restaurantes, tiendas de viejo, galerías de arte. En el Jordaan justamente tuvo lugar su última exposición un año atrás, en la galería Kers. Un día caminando por el barrio con su perrita Musa –ya en ese entonces a Miguel-Ángel el párkinson casi no lo dejaba andar, más parecía que avanzaba con un trotecito torpe jalado por el lazo de la perra– se puso a hablar con una joven con la que se había topado otras veces en el camino. Así es en el Jordaan, la gente se conoce de tanto verse en la calle. La joven resultó ser la dueña de una galería cercana y convinieron en organizar la

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