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Escritores en el recuerdo
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Libro electrónico310 páginas3 horas

Escritores en el recuerdo

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"Un libro repleto de recuerdos de una vida dedicada al teatro español y a sus autores, así como a sus colegas en España, Francia y los Estados Unidos, las memorias de Phyllis Zatlin son un tesoro de intuiciones y datos que de otra forma se hubieran perdido. Un buen acompañamiento gráfico ilustra su comentario. Traductora también, sus versiones dieron a conocer en el mundo anglosajón a diversos autores españoles. Muchos de los amigos que Phyllis menciona ya no están con nosotros, pero estas remembranzas dan un sentido de continuidad a sus vidas y obras, a la vez que enriquecen nuestro saber. Tal es el valor de estos Escritores en el Recuerdo."
ROBERT LIMA
Anales de la Literatura Española
Academia Norteamericana de la Lengua Española. (Correspondiente de la RAE).
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento5 ene 2018
ISBN9788416967971
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    Escritores en el recuerdo - Phyllis Zatlin

    Libro repleto de recuerdos de una vida dedicada al teatro español y a sus autores, así como a sus colegas en España, Francia y los Estados Unidos, las memorias de Phyllis Zatlin son un tesoro de intuiciones y datos que de otra forma se hubieran perdido. Un buen acompañamiento gráfico ilustra su comentario. Traductora también, sus versiones dieron a conocer en el mundo anglosajón a diversos autores españoles. Muchos de los amigos que Phyllis menciona ya no están con nosotros, pero estas remembranzas dan un sentido de continuidad a sus vidas y obras, a la vez que enriquecen nuestro saber. Tal es el valor de estos Escritores en el Recuerdo.

    Robert Lima

    Anales de la Literatura Española

    Academia Norteamericana de la Lengua Española.

    (Correspondiente de la RAE).

    Escritores en el recuerdo. Memorias de amistades en España y Francia

    Phyllis Zatlin

    Traducción de José Sánchez Compañy

    www.edicionesoblicuas.com

    Escritores en el recuerdo. Memorias de amistades en España y Francia

    © 2017, Phyllis Zatlin

    © 2018, Ediciones Oblicuas

    EDITORES DEL DESASTRE, S.L.

    c/ Lluís Companys nº 3, 3º 2ª

    08870 Sitges (Barcelona)

    info@edicionesoblicuas.com

    © 2015, ESTRENO Studies

    © 2017 de la traducción: José Sánchez Compañy

    ISBN edición ebook: 978-84-16967-97-1

    ISBN edición papel: 978-84-17269-08-1

    Primera edición: enero de 2018

    Diseño y maquetación: Dondesea, servicios editoriales

    Ilustración de cubierta: Héctor Gomila

    Queda prohibida la reproducción total o parcial de cualquier parte de este libro, incluido el diseño de la cubierta, así como su almacenamiento, transmisión o tratamiento por ningún medio, sea electrónico, mecánico, químico, óptico, de grabación o de fotocopia, sin el permiso previo por escrito de EDITORES DEL DESASTRE, S.L.

    www.edicionesoblicuas.com

    Contenido

    Prefacio

    1. ¿Disparos a ciegas?

    2. Encuentros en TWAS

    3. Jaime Salom: dramaturgo y oftalmólogo (1925-2013)

    4. Amigas, amigos y demás contactos

    5. El tabaco perjudica seriamente la amistad

    6. Los congresos son para hacer contactos

    7. ¿Tiene que ser traición, la traducción?

    8. ¿Hispanos disfrazados de franceses?

    9. Organizar el congreso es aún mejor

    10. Madrid: capital de mis amistades

    Últimas palabras

    Últimas fotos

    Índice onomástico

    La autora

    Homenaje en la SGAE, 1997. De izquierda a derecha: José María Rodríguez Méndez, Jerónimo López Mozo, Jaime Salom, Paloma Pedrero, Santiago Moncada, Phyllis Zatlin, Antonio Gala, Alfredo Castellón, Agustín Gómez Arcos, Pilar Enciso, Luis Riaza, Itziar Pascual, Fermín Cabal. Fotografía, Candyce Leonard.

    Prefacio

    Risa es la típica respuesta al mencionar que soy básicamente tímida. Probablemente sea porque quienes me conocen saben que, aunque no me importa plantarme delante de una clase o de un auditorio, cócteles o recepciones son una tortura para mí; y tampoco soy especialmente hábil en el cara a cara con alguien a quien no conozca o a quien no tenga nada que venderle, en sentido literal o figurado. Necesito una razón válida para llamar a una persona y pedirle una entrevista. Aun así, como ponen de manifiesto las anécdotas de este libro, eso es precisamente lo que he hecho en multitud de ocasiones, sobre todo con autores franceses y españoles. Llegando a suceder en muchos casos que esos autores, incluyendo a algún miembro de su familia, se han convertido en buenos amigos míos.

    Durante mis años universitarios en Rollins College, en Winter Park, Florida, fui jefa de redacción primero, y directora después, del Sandspur, nuestro semanario estudiantil. Allí hice mis primeros pinitos como entrevistadora durante mis dos últimos años, de 1958 a 1960. Me acuerdo especialmente de una conversación con el famoso organista y compositor francés, Jean Langlais (1907-1991), después del recital que dio en la capilla de nuestra facultad. Langlais, que era ciego, se mostró amable y cortés. Si mi francés le hacía temblar y mis preguntas le parecían no tan brillantes, tuvo la delicadeza de guardarse dichas impresiones.

    En 1960-61 disfruté en Francia de una beca Fulbright, pero no tenía motivos para ir llamando a la puerta de escritores desconocidos. No obstante, durante mis primeros años de docencia universitaria, me presenté un día en Nueva York para entrevistar a Francisco Ayala (1906-2009). Ayala, autor de novela y ensayo de talla internacional, había nacido en España, aunque vivió muchos años en el exilio tras la Guerra Civil Española. Enseñaba en Rutgers University, la Universidad Estatal de Nueva Jersey, donde yo trabajaba desde 1963 proveniente de Florida. Nadie nos presentó. Era yo profesora novata y no tuve el coraje de dirigirme a él para expresarle mi admiración por su obra. Los estudiantes de post-grado que estaban en sus clases disponían de una gran ventaja.

    Francisco Ayala era profesor distinguido en la University of Chicago cuando por fin di con una excusa para dirigirme a él. Matilde Castells y yo estábamos preparando un libro de texto de nivel intermedio para la editorial Harcourt Brace Jovanovich. Titulado Lengua y lectura, incorporaba de forma creativa (nuestra opinión) dos historias cortas y dos obras teatrales en un acto. Una de dichas historias era de Ayala, y había algún aspecto que necesitábamos aclarar. Su esposa seguía viviendo en Nueva York, por lo que aproveché una de sus estancias allí para visitarle en su apartamento neoyorquino.

    Francisco Ayala se mostró muy atento, sin duda, y tan cortés y bien dispuesto como Jean Langlais. Con mucha paciencia respondió a mis cuestiones. Una vez que el texto estuvo en la imprenta, mi siguiente proyecto de publicación fue una edición para estudiantes de una novela corta de Ayala, El rapto, también para Harcourt Brace. Francisco Ayala dio su aprobación a la propuesta y volvió a ofrecernos su generosa colaboración.

    Tiempo después, mi jefe de departamento, Remigio Pane, me animó a telefonear a Ayala durante un viaje mío a Madrid. Estaba seguro de que Ayala, de quien siempre hablaba en los términos más elogiosos, estaría encantado de recibirme. Cada vez que me reuní con él o le llamé por teléfono se acordaba de mí, me trataba como a una amiga, y enviaba sus más cordiales saludos al Profesor Pane.

    Estas experiencias tan halagüeñas con Jean Langlais y Francisco Ayala allanaron mi posterior labor de investigación. No todos los profesores universitarios piensan que sea aconsejable tratar personalmente a quienes son su objeto de estudio. En 1980, durante una representación de Petra Regalada de Antonio Gala, coincidí con el profesor John Kronik, que enseñaba en Cornell University, y con su esposa Eva. Después de la función, mi amiga Barbara Carballal y yo fuimos con los Kronik a charlar a un café. Kronik mencionó que él desaconsejaba que se estableciera una relación de amistad con los autores pues, en ese caso, la objetividad del estudioso podría verse afectada. La sobresaliente carrera académica de Kronik incluía la dirección de varias prestigiosas revistas especializadas, la más importante de las cuales era el PMLA de la Modern Language Association (1986-1992), por lo que su opinión no podía tomarse a la ligera. Aun así decidí ignorarla, y es muy probable que no le indicara que Antonio Gala se contaba ya entre mis amigos madrileños.

    He aprendido mucho de los propios escritores para lamentar el haber entablado relación directa con ellos. En muchas ocasiones esas charlas y cafés han resultado más productivos que muchas horas de biblioteca. Dos ejemplos me vienen de inmediato a la mente.

    Mientras trabajaba con las comedias de Víctor Ruiz Iriarte, le pregunté al mismo autor hasta qué punto sus obras y las de otros dramaturgos españoles estaban influidas por Luigi Pirandello. La cuestión surgía porque varios críticos habían comparado sus obras y las de Alejandro Casona con las del autor italiano, aunque en mi opinión esa conexión no fuera tan evidente. Ruiz Iriarte me indicó que más me valdría tener en cuenta al escritor ruso Nikolai Evreinov. Yo nunca había oído hablar de Evreinov, pero cuando localicé una traducción de su obra, The Main Thing, fui consciente de lo bien que me encaminaba Ruiz Iriarte. Escribí ese artículo gracias a la magnífica pista proporcionada por alguien que sabía mucho más que yo sobre el desarrollo de la comedia española anterior a la guerra civil. El artículo fue aceptado por una importante revista especializada, Modern Drama. Sharon Carnicke, experta en teatro ruso, me asegura que se llevó una buena sorpresa al descubrir mi artículo de 1979, dada la escasa atención crítica que hasta entonces había suscitado la obra de Evreinov.

    El mismo John Kronik me animó a investigar sobre la influencia de Bertolt Brecht en España. Kronik hizo el controvertido aserto de que el teatro español le iba a la zaga al latinoamericano porque los españoles no supieron nada de Brecht hasta la mitad de la década de los 60. Con John nunca fue fácil dilucidar si hablaba en serio o si nos estaba picando para provocar nuestra reacción. Más tarde, cuando uno de sus estudiantes le enseñó el artículo que yo había escrito, publicado en 1990 en Theatre History Studies, tuvo la amabilidad de escribirme para expresar su satisfacción por haberlo inspirado.

    El comentario de John Kronik me había incomodado por varias razones. Si el mundillo teatral español no sabía nada de Brecht, ¿cómo se las había apañado para representar sus principales obras en cuanto la censura franquista aflojó un poco? ¿De dónde salieron esas traducciones de Brecht? Yo ya conocía personalmente a algunos de los personajes clave que trajeron a Brecht a los escenarios españoles. Ellos, por su parte, me pusieron en contacto con otros. De estas conversaciones pude deducir que el profundo conocimiento y buena valoración que de la obra de Brecht había al sur de los Pirineos se podía explicar de varias maneras: por la lectura de las obras originales en alemán o mediante traducciones francesas o argentinas, o por los viajes a París para asistir a las giras del Berliner Ensemble. Más que de ignorancia de Brecht, habría que hablar de preparación: de directores, textos y repartos más que dispuestos a ponerlo en escena en cuanto se les diera luz verde.

    Diametralmente opuesta a la opinión de que los estudiosos deberían evitar la relación personal con los autores fue el comentario que me hizo Francisco Nieva. Además de dramaturgo y novelista de primera línea, Paco Nieva es director teatral, escenógrafo y artista plástico. «Deberías escribir tus memorias —me dijo—, probablemente sepas más que nosotros mismos de muchos escritores españoles». Se refería a las amistades que he ido cultivando con los años. Es ese consejo de Paco lo que me motiva a escribir este libro.

    Entre 1973 y 2009 no ha habido un año en que yo no haya viajado a España, a veces en más de una ocasión. A menudo se trataba de estancias cortas, de no más de dos o tres semanas, aunque durante los años sabáticos solía gravitar hacia Madrid, sin descuidar otros lugares, en especial Barcelona y algunas ciudades de Galicia. Durante 17 años, a partir de 1981, realicé viajes anuales a Salamanca para organizar el programa de verano de mi universidad, Rutgers. Desde 1987 y durante unos 20 años, también he viajado a Francia para seguir mis investigaciones sobre teatro. Desde mi jubilación a finales de 2008, mis viajes a España y a Francia se han ido espaciando, aunque siempre incluyendo cuantas visitas a viejos amigos como ha sido posible.

    Como resulta evidente en estas memorias, otra ventaja de consultar a los autores es la oportunidad de conocer a sus familiares y amigos. Qué maravilloso resulta a nivel profesional y personal tener un amplio abanico de conocidos que nos ilustran y apoyan. Eso es tan cierto de los viajes al extranjero como de los realizados por Estados Unidos. He disfrutado de largas amistades que generosamente han compartido conmigo su saber y experiencia. A este respecto, estoy especialmente agradecida a Patricia (Pat) W. O’Connor, fundadora y directora desde 1975 de la revista Estreno, publicación académica estadounidense especializada en teatro español contemporáneo; y a Martha T. Halsey, que asumió esa dirección en 1992. Cuando yo iniciaba mis peregrinaciones anuales a España, ellas ya estaban al tanto de mucha gente implicada en la escena española con quienes me ayudaron a entrar en contacto.

    Excepto para consultar pequeñas agendas que aún tengo a mano, o muy útiles mensajes de los varios amigos, escribo aquí fundamentalmente de memoria, sin recurrir a material escrito. Nunca me he desprendido de las cartas o las tarjetas postales que he ido recibiendo, de críticos y autores. Antes del correo electrónico, el servicio postal era la forma básica de comunicación intercontinental. Esos papeles, junto con obras no publicadas, programas teatrales y muchos otros artefactos, se encuentran ahora disponibles en la sección de Colecciones Especiales de la biblioteca de Rutgers, la Universidad Estatal de Nueva Jersey, en New Brunswick. Fernanda Helen Perrone ha sido durante estos años la documentalista responsable de poner un mínimo de sentido en ese caótico batiburrillo. Le estoy muy agradecida por su inagotable entusiasmo y su cuidadosa atención a estos materiales.

    Ya desde esta introducción llevo mencionados unos cuantos nombres, aunque solo doy fechas para aquellos autores a quienes llegué a entrevistar. Lamentablemente, para un número cada vez mayor debo incluir también el año de su fallecimiento. Tengo la esperanza de que mis anécdotas —y fotos— reaviven los recuerdos que de ellos puedan tener los lectores que los conocieron. El análisis crítico está más allá del objeto de este libro, aunque se puede encontrar más información al respecto en las bibliotecas universitarias o en Internet. Mis propios trabajos están identificados en mi página web: www.phylliszatlin.com.

    Quiero mostrar mi agradecimiento en especial a Elaine Bunn, que tuvo la gentileza de leer el borrador de las primeras secciones de este manuscrito. Planteó cuestiones esenciales sobre el propósito de mis memorias y la audiencia a la que iban dirigidas. ¿Por qué mis anécdotas iban a ser de interés para otros lectores más allá de aquellos especialistas que conocieran a los autores? De hecho, ¿por qué decidí estudiar literatura contemporánea? Y también, si me sentí obligada a hablar con los autores, ¿fue por no disponer de estudios académicos previos en los que basarme, como los que utilizaba ella para analizar los dramas históricos de Lope de Vega? Conociéndome como me conocía, con perspicacia observó: «creo que, más que en la teoría literaria, estabas interesada en incorporar el nombre de esos escritores al canon actual».

    Elaine tiene razón. Mi director de tesis en la Universidad de Florida no asumía que yo me empeñara en investigar sobre literatura contemporánea. En su lugar, insistía en que preparara una edición de una obra de Lope de Vega del siglo XVII. Me recordó esta posición suya a la que entrábamos en el aula de defensa de mi tesis, aunque añadió que procuraría no mencionarlo.

    Obstinada como soy, entonces y ahora, he tenido la satisfacción de «descubrir» autores de talento cuyas obras todavía no disfrutaban de reconocimiento académico en Estados Unidos, y a veces ni siquiera en sus países de origen. Los propios autores tenían respuestas para cuestiones aún sin explorar por los estudios de historia de la literatura. Solo ellos sabían qué daba forma y qué subyacía a su obra. En la mayoría de los casos, la teoría literaria no figuraba entre sus fuentes de inspiración. En el caso del teatro, los dramaturgos están más interesados en ver sus obras representadas y en el éxito que puedan tener, que en su posible relación con instrumentos teóricos de análisis textual.

    Volviendo a la pregunta de Elaine sobre los lectores potenciales, soy de la opinión que las historias personales pueden transcender el tiempo, el espacio y los estrechos límites de los intereses académicos o familiares. Desde que estoy jubilada, he escrito dos libros para la sociedad histórica del pequeño pueblo de mi madre, Jacksonport, Wisconsin: uno sobre nuestra familia; y otro sobre los antiguos residentes de Lakeshore Road, donde mis padres levantaron una pequeña cabaña en la década de 1930. Esas anécdotas van dirigidas a lectores cuyo interés no se limita a la familia Butler de Jacksonport o a los habitantes de nuestro camino del lago. Los comentarios positivos recibidos por esos relatos me animan ahora a buscar horizontes más amplios al narrar estas historias de autores europeos y de la amistad que nos une.

    Para esta edición de mis memorias publicada en España, quisiera agradecer la colaboración indispensable del traductor José Sánchez Compañy, sin cuya labor no dispondríamos de esta edición en castellano.

    1. ¿Disparos a ciegas?

    Quizás los doctores en filosofía de nuevo cuño sean hoy más sofisticados de lo que yo lo era a mediados de los sesenta, y ni se dedican a reescribir sin descanso sus tesis doctorales, ni dispersan sus esfuerzos de investigación sobre un amplio abanico de temas. En mi caso, para evitar lo primero, me embarqué en lo segundo. Definitivamente, no la mejor opción desde el punto de vista académico.

    Mi tesis doctoral se proponía echarle un serio vistazo al humor en la comedia española. Para respaldar mis asertos, citaba chistes. A uno de los miembros del tribunal, tal enfoque le pareció lo bastante divertido como para leer alguna de esas citas durante mi defensa. En apariencia, pasó lo mismo con los lectores de los extractos que envié a varias revistas, ya que no tuve problema para que algunos de ellos aparecieran en publicaciones académicas de prestigio. Un editor comentó que él y sus lectores consideraban que mi estudio ofrecía un ángulo diferente. A pesar de ello, en otra mala decisión, no puse mayor empeño en publicar mi tesis en forma de libro.

    Durante la década siguiente, no solo mostré poco discernimiento al alejarme de mi tesis para coescribir un libro de texto de nivel intermedio, sino que también me dediqué a temas tan dispares como la narrativa del puertorriqueño Pedro Juan Soto o de la brasileña María Alice Barroso. También empleé mi año en Francia para rastrear trazas de Jean Giraudoux en el teatro español. No sería fácil argumentar que estas iniciativas tan diversas formaran parte de un proyecto académico coherente.

    En el contexto del implacable «publica o perece» de la universidad norteamericana, lo que aprendí del proyecto de libro de texto es que se puede publicar y perecer al mismo tiempo. En el mundo académico, hay libros que no se consideran tales en absoluto, y para las universidades volcadas en la investigación, los libros menos valorados son los manuales. Mi compañera autora, la desaparecida Matilde Castells, se mudó a California donde encontró una universidad que apreciaba sus innovadores métodos como profesora de idiomas. Trabajó con constancia en ese campo desarrollando libros de texto muy reconocidos. A mí me faltaba tanto la experiencia como el apoyo institucional para seguir esa vía.

    Al igual que mi incursión en la escritura de manuales, mis escarceos con la literatura de Brasil o Puerto Rico tuvieron poco recorrido. Afortunadamente, para esa época descubrí a tres dramaturgos muy diferentes cuya obra y amistad se convirtieron en parte integral de mi vida profesional: Fernando Arrabal, Ana Diosdado y Antonio Gala.

    Fernando Arrabal (1932)

    Entre los primero artículos que redacté tras completar mi doctorado se encuentra un estudio de la imagen de la madre en las obras de Arrabal, autor al que conocí personalmente mientras enseñaba francés en Rutgers. Andaba yo fascinada con su Baal Babylone, y aunque la antología que utilizábamos en nuestras clases de francés intermedio —Voix d’aujourd’hui de Germaine Brée— proclamara que Arrabal era francés, era mi intuición que su novela corta tenía más bien raíz española. Mis colegas del departamento de francés me indicaron lo equivocada que andaba: si escribe en francés y vive en Francia, está claro: es francés. Mais non. Incluso hoy, tras residir en Francia durante más de medio siglo, el mismo Arrabal te informará de que es y se siente español. Y sin duda esta novela en concreto está íntimamente relacionada con las experiencias de su infancia en su país natal. Si la acción se sitúa en España y el personaje central es español, ¿importa tanto el idioma?

    Con el tiempo llegué a saber que Fernando Arrabal solía escribir primero en español para después traducir al francés, a menudo con la ayuda de su esposa, la francesa Luce Moreau Arrabal. Antes de jubilarse, Luce enseñaba español en la Sorbona, y ha escrito excelentes ensayos sobre las obras de su marido.

    Leí todo lo que encontré de y sobre Arrabal. Tenía la esperanza de prolongar mi artículo de 1968 con un estudio formato libro para Twayne’s World Authors Series (TWAS), de G.K.Hall. Esa esperanza se vio truncada, tajante aunque educadamente, por el director de la colección Hispánica, Gerald Wade. Su comentario a mi propuesta fue que Arrabal —quien para entonces ya era un novelista y dramaturgo de prestigio internacional— tenía que hacer algo de mérito antes de ser incluido en la colección. Así pues, mi propuesta fue rechazada de plano. Una década más tarde, una editora algo mejor informada, Janet Pérez, publicó una monografía sobre Arrabal preparada por Peter Podol. Cuando me presentaron a Peter y supe de su combinación de intereses españoles y franceses, le orienté hacia Arrabal, por lo que para mí su libro en TWAS tenía más de necesario avance que de desagradable sorpresa.

    No conocí en persona a Arrabal hasta 1983, cuando vino de visita a los Estados Unidos. Recibí una carta de un profesor de Maryland que se disponía a invitar al autor a su universidad, y se preguntaba si yo desearía hacer lo propio. Por supuesto que sí, aunque conseguir financiación suponía un problema. Para entonces yo seguía en la universidad de Rutgers, en el Departamento de Español y Portugués, no en el de Lenguas Románicas, como cuando me contrataron, si bien mantenía el contacto con mis colegas del Departamento de Francés. Uno de los profesores, Milt Seiden, aceptó coorganizar la visita y Arrabal se prestó a dar su charla

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