Descubre millones de libros electrónicos, audiolibros y mucho más con una prueba gratuita

Solo $11.99/mes después de la prueba. Puedes cancelar en cualquier momento.

El futuro truncado de Amie
El futuro truncado de Amie
El futuro truncado de Amie
Libro electrónico444 páginas6 horas

El futuro truncado de Amie

Calificación: 0 de 5 estrellas

()

Leer la vista previa

Información de este libro electrónico

Amie regresa a su amada África y a su vida habitual, pero sus enemigos no la han perdonado, ni olvidado. Están decididos a vengarse y recuperar su honor. Lo acontecido una noche lo cambia todo, dejándola sin casa, ni amigos, ni nombre, ni futuro. De repente, ya no existe y aquellos que la controlan se lo dejan bien claro; debe obedecer o morir.

Futuro Truncado es el tercer libro de la saga Amie, un bestseller que ha recibido múltiples premios internacionales a ambos lados del Atlántico. De ser un ama de casa ingenua y recientemente casada, Amie pasa a enfrentarse a retos que cambian sus creencias y comportamiento más allá de lo reconocible.

Una aventura de acción trepidante, que te mantiene pegada a sus páginas y que está ambientada en el África salvaje de la actualidad.

IdiomaEspañol
EditorialBadPress
Fecha de lanzamiento10 may 2017
ISBN9781507182437
El futuro truncado de Amie

Relacionado con El futuro truncado de Amie

Libros electrónicos relacionados

Ficción de acción y aventura para usted

Ver más

Artículos relacionados

Comentarios para El futuro truncado de Amie

Calificación: 0 de 5 estrellas
0 calificaciones

0 clasificaciones0 comentarios

¿Qué te pareció?

Toca para calificar

Los comentarios deben tener al menos 10 palabras

    Vista previa del libro

    El futuro truncado de Amie - Lucinda E Clarke

    El futuro truncado de Amie

    Lucinda E Clarke

    ––––––––

    Traducido por Eva Romero 

    El futuro truncado de Amie

    Escrito por Lucinda E Clarke

    Copyright © 2017 Lucinda E Clarke

    Todos los derechos reservados

    Distribuido por Babelcube, Inc.

    www.babelcube.com

    Traducido por Eva Romero

    Diseño de portada © 2017 Daz Smith

    Babelcube Books y Babelcube son marcas registradas de Babelcube Inc.

    Amie una aventura africana

    Lucinda E Clarke

    ––––––––

    Traducido por

    Eva Romero 

    DEDICATORIA

    Dedico humildemente este libro a mi abuelo H.J. Archibald que poseía y dirigía un periódico en China. También fue escritor, pero, más que eso, después de ser repatriado a Inglaterra desde un campo de guerra de prisioneros japonés, sufrió pesadillas y hablaba en sueños. Solo entonces descubrió la familia que había estado trabajando para el MI6. Teníamos un espía de verdad en casa.

    Como siempre, se lo dedicó también a mi querido marido que ha sufrido cada línea, cada bloqueo y cada inspiración de la escritora. Gracias por su ayuda y apoyo.

    Finalmente, pero no por ello menos importantes, se lo dedico a todos aquellos lectores que me han honrado comprando, leyendo y comentando mis libros, al igual que a muchos amigos de esta escritora que han sido de un apoyo mayor de lo que jamás pudiera haber esperado. Mi más profundo agradecimiento a todos y cada uno de vosotros.

    Aunque puede que dejes África, una parte de África nunca te dejará a ti.

    España 2016

    También de Lucinda E Clarke

    ––––––––

    Amie, una aventura africana

    Amie y la niña de África

    Truth Lies and Propaganda

    More Truth Lies and Propaganda

    Walking over Eggshells

    Unhappily Ever After

    1 EL ADIÓS DEFINITIVO

    2 UNA SENSACIÓN DE DESASOSIEGO

    3 PROBLEMA SOLUCIONADO

    4 BUSCANDO A SAM

    5 OUMA ADEDE AL RESCATE

    6 VACACIONES INFERNALES

    7 EL ATAQUE

    8 MUERTOS VIVIENTES

    9 ÚLTIMOS DÍAS EN APATU

    10 CALMA ANTES DE LA TORMENTA

    11 TIROTEO EN EL CENTRO COMERCIAL

    12 ¿DÓNDE ESTÁ VIVIENNE?

    13 HORA DE MARCHARSE

    14 LA RESIDENCIA

    15 MADDY DICE

    16 UN FIN DE SEMANA NADA ROMÁNTICO

    17 AMIE SE FUGA

    18 BIENVENIDO REFUGIO

    19 REGRESO A LA SELVA

    20 NUEVOS RECIÉN LLEGADOS

    21 LA HISTORIA DE KEN

    22 LA HUÍDA

    23 RESCATE Y MUERTE

    24 UNA DESAGRADABLE SORPRESA

    25 REUNIÉNDOSE CON LOS TIBURONES

    SOBRE LA AUTORA

    A mis lectores

    También de Lucinda E Clarke

    Críticas

    1 EL ADIÓS DEFINITIVO

    En la actualidad

    Detrás del velo, las lágrimas corrían por el rostro de Amie mientras miraba cómo introducían los ataúdes en las tumbas recientemente abiertas. Podía recordar bien poco de los días anteriores y luchaba constantemente contra el pánico que la embargaba. Su mente era un revoltijo de pensamientos inconexos, recuerdos borrosos y preguntas. Gente que no conocía bien había invadido su mundo para provocar aquel terrible funeral.

    Desde donde se hallaba, en el extremo más lejano del cementerio, parcialmente escondida detrás de un alto árbol de caoba natal, podía ver a Ouma Adede, que una vez le había predicho su futuro. ¿Qué estaba haciendo allí? Había otras personas: la Sra. Motswezi del orfanato en el que Amie había encontrado por primera vez a Angelina, caras que le resultaban parcialmente familiares de haberlas visto en el club, parejas con las que habían cenado o con las que habían nadado en la playa. Había un hombre alto, muy guapo, con el pelo rubio, al que no había visto antes nunca, probablemente era de la embajada. Y Ken, por supuesto, el sol se reflejaba en su piel morena y en su rizado pelo negro que evidenciaba su ascendencia africana. Incluso Jennifer y Patrick estaban allí, pero a Amie no se le permitía hablar con ellos, ni tampoco acercárseles. En algún momento, sin pensar en ello, había dado un paso hacia delante como si fuera a dirigirse hacia donde estaban y unirse a ellos, pero una mano la agarró por el brazo y la retuvo.

    ‒No puede aproximarse más, ni ahora, ni nunca. ‒La severa voz no mostraba ninguna emoción.

    Al fin el pastor terminó su panegírico. Uno a uno, los asistentes al funeral desfilaron dejando atrás las tumbas en dirección a sus coches. Ouma Adede levantó la vista y miró directamente a Amie, aunque esta estaba cubierta con un velo negro islámico y escondida detrás de un árbol, podía haber jurado que le había dedicado un breve gesto de saludo con la cabeza. Pero, después, la anciana hechicera abandonó el cementerio sin mirar atrás. ¿Se habían cruzado sus miradas realmente o había sido su imaginación?

    Una vez que todos los asistentes al entierro se hubieron marchado y el pastor se apresurara a hacer lo mismo, Amie fue escoltada directamente hasta el coche y, luego, de regreso a su habitación y, una vez más, se cerró la puerta tras ella.

    Ahora Amie podía llorar en privado.

    La Sra. Motswezi también había abandonado el cementerio, pero si se había percatado de la presencia de Amie, ¿habría pensado que su amiga era fría e insensible? Cuando los africanos asistían a un funeral lloraban, chillaban y sollozaban. Para Amie, esa no era una opción. Sufría en silencio, sin hacer ostentación de su pena. Era inglesa, no africana.

    De vuelta a la prisión de su cuarto, Amie buscó un pañuelo de papel para sonarse la nariz y limpiar sus ojos. Haber visto a la Sra. Motswezi había descorrido un velo de su pasado y provocado que se retrotrajese a una conversación que había tenido con la anciana directora hacía solo unas cuantas semanas antes en el orfanato.

    ‒¿Qué les dirá? ‒le había preguntado.

    Amie había estado observando a los niños, muchos de los cuales tenían la vista perdida en el espacio, y se preguntaba a dónde les había llevado su mente. ¿De regreso a la guerra? ¿A las atrocidades que habían presenciado? ¿Habían visto a miembros de su familia ser masacrados y asesinados? ¿Habían sido forzados a presenciar cómo reducían a cenizas sus casas? ¿Habían corrido a escaparse y ocultarse en la selva? Qué terrible debía de haber sido para ellos. No tenían idea de por qué los adultos se comportaban así. ¿Por qué estaban tan enfadados los unos con los otros? ¿Por qué los hombres mataban a la gente?

    ‒Venga. ‒La Sra. Motswezi había señalado una pequeña mesa, en realidad una tabla de madera sobre dos pilas de ladrillos‒ Venga y tómese un té, está caliente.

    Amie la había seguido y se había sentado a su lado sobre un tronco de árbol viejo. El aire estaba tranquilo, el calor irradiaba tanto desde el cielo, en lo alto, como desde el suelo, en lo bajo, el polvo giraba a su alrededor impulsado por una ligera brisa mientras arrastraban sus pies por la suciedad.

    La directora cogió una tetera del fuego y vertió agua hirviendo en dos tazas de metal en las que sumergió una misma bolsita de té, antes de añadir cuatro cucharadas bien colmadas de azúcar en cada una. No importaba cuantas veces Amie le había dicho a su amiga que no tomaba azúcar con el té, la anciana mujer simplemente la ignoraba. A los africanos les gusta el té con su azúcar y nadie toma menos de cuatro cucharadas en cada taza.

    Amie se llevó la taza a los labios, luego hizo una pausa.

    ‒¿Qué les dirá? ‒había repetido.

    La Sra. Motswezi había alzado sus escasas cejas.

    ‒¿Sobre la guerra?

    ‒Sí. ¿Cómo les explicará los enfrentamientos y las matanzas y las brutalidades que tienen que haber visto?

    La directora se había encogido de hombros.

    ‒Nada.

    ‒Nada, ¿nada en absoluto? ¿No lo mencionará? ‒Amie no había sido capaz de ver lo acertado de la postura de la directora. ¿No sabía todo el mundo que se debe hablar de los traumas pasados para empezar a sanar?

    ‒No hay necesidad de ello ‒había hablado la Sra. Motswezi con firmeza‒. Pronto olvidarán. Deben enfocarse ahora en crecer y recibir una buena educación y aprender a comportarse y a hablar inglés. Eso es importante en el mundo hoy en día. Los países importantes hablan inglés y conseguirán trabajos mejores.

    Amie se acurrucó bajo las sábanas de la cama de su prisión mientras recordaba las palabras de la Sra. Motswezi. Reconocía el abismo que se abría entre los africanos y ella misma; el funeral le había hecho ver las cosas bruscamente. Aunque los africanos lloran y sollozan ante una pérdida, no dedican semanas a lamentarse o a compadecerse. Continúan con sus vidas.

    ¿Era mejor mirar hacia el futuro y olvidar el pasado? En realidad, la gente normal no tiene elección. Viviendo día a día, trabajando muchas horas solo para cubrir las necesidades básicas, no se tiene tiempo para sentarse a sentir pena por uno mismo.

    ‒Estos son los afortunados. ‒La Sra. Motswezi había señalado a los niños, algunos solitarios, otros sentados en grupos o corriendo, jugando con una pelota hecha con varios pares enrollados de medias viejas‒ Han llegado hasta mí y yo cuidaré de ellos. Otros no son tan afortunados.

    ‒¿Se refiere a las pandillas de la ciudad? ‒Amie había señalado con su pulgar en la dirección en la que se hallaba el centro de la ciudad.

    ‒Sí. Algunos de estos pobres pequeños encontrarán una familia, un jefe al que seguir y obtendrán consuelo de los de su grupo. Durante un tiempo serán felices, pero solo durante un tiempo.

    Amie sabía lo que quería decir la Sra. Motswezi. Más tarde o más temprano, la mayoría de los niños serían atrapados robando y, o bien el dueño de la tienda, o bien el dueño de la propiedad, les propinaría una buena paliza. No podrían escapar a un castigo mayor si se llamaba a la policía. Aquellos guardianes uniformados de la ley no se lo pensaban mucho para pegarles antes de mandar a los de más edad a la cárcel. Cuando Amie estuvo encarcelada, había estado en una celda en las oficinas principales en el centro de la ciudad, pero la cárcel de las afueras no había cambiado desde mucho tiempo antes de la primera guerra civil y, extrañamente, no había sufrido daños en ninguno de los conflictos vividos. A Amie le producía escalofríos cada vez que pasaban por delante con el coche de camino a la playa. Docenas de hombres se sentaban fuera bajo el calor abrasador, no había ni una pizca de sombra, y podía intuir que no se les permitía entrar en los edificios a modo de barracones que rodeaban dos de los lados del recinto. Había aprendido a apartar la vista de los ojos desesperados que seguían su coche mientras pasaban de largo la alta valla que culminaba en alambre de púas. Amie habría preferido pasarla lo más rápido posible, pero la carretera no estaba aun asfaltada y los baches eran muy grandes, especialmente después de las lluvias, así que la velocidad no era una opción.

    «¿Qué posibilidades tienen estos pequeños? ‒se preguntaba a sí misma‒. ¿Qué esperanzas de futuro? ¿Qué ambiciones?»

    ‒¿Qué posibilidades tienen? ‒dijo Amie en voz alta.

    La Sra. Motswezi se la había quedado mirando antes de que su rostro se relajara y respondió:

    ‒Ya hace muchos años que está en África, y todavía piensa como un hombre blanco.

    Agarró a Amie por el brazo y, con la otra mano, señaló un árbol cercano de la variedad conocida como espina de camello.

    ‒¿Ve esos pequeños pájaros amarillos?

    Amie asintió con la cabeza.

    ‒Son los tejedores. Son pájaros africanos. Tienen el espíritu de África. Ve, el macho construye el nido en el extremo de esa fina ramita.

    Amie lo había visto esforzarse por insertar una brizna de hierba alrededor de una bola a medio terminar emplazada en el extremo de una rama que se balanceaba peligrosamente con la suave brisa.

    ‒Le cuesta muchas horas construir su hogar, arriba, en lo alto, a salvo de las serpientes y de los lagartos, para que no se lleven sus huevos. Pero... ‒hizo una pausa‒, todo ese trabajo puede que no sirva de nada. Solo cuando la hembra piensa que es un buen nido, accede a poner sus huevos allí. Mire, aquella otra de allí va a ver si es un buen hogar.

    Una hembra, de colores menos brillantes que los del constructor que la llamaba ansiosamente, estaba investigando el nido. Se aferró delicadamente durante unos instantes a la bola que había tejido el macho y, luego, desapareció dentro a través de un agujero que había en su extremo inferior. Transcurrido un tiempo, reapareció y se fue volando.

    ‒Lo ve ‒continuó la directora‒, no le gusta. Ahora, él tendrá que volver a empezar a construir otro nido que sea bueno para ella. Puede que lo intente muchas, muchas veces, antes de que a ella le guste su nido.

    Amie sonrió. Lo conocía todo sobre los tejedores y sus hábitos. Dirk se lo había contado hacía tiempo cuando estuvo en el lodge de caza. Las grandes bandadas de pájaros pequeños eran algo común de presenciar por todas partes, se agrupaban por seguridad, construían docenas de nidos en el mismo árbol, cada uno en sí constituía un hábil milagro de artesanía.

    ‒Aprendemos de estos pequeños pájaros que tenemos que vivir. Somos fuertes, no nos damos por vencidos. Somos africanos. ‒La Sra. Motswezi se irguió en su asiento, adoptando una postura recta y mostrándose en toda su altura.

    Sí, los africanos se afligirían por su muerte y, luego, continuarían con sus vidas. Pero Amie no estaba segura de si ella podría hacer eso. Se sentía totalmente derrotada, completamente perdida. El futuro se mostraba ante ella como una niebla y no había forma de ver a su través.

    2 UNA SENSACIÓN DE DESASOSIEGO

    Seis meses antes

    Cuando Amie bajó del avión en el aeropuerto de Apatu, aspiró profundamente el cálido aire africano. Sintió que gran parte de sí se relajaba, estaba en casa. Inglaterra era una tierra extraña y no le costó mucho volver a la vieja rutina. Con el nuevo Gobierno, los planes para la construcción de la planta de desalinización habían vuelto a cobrar vida, sorprendentemente lo construido hasta el momento había sufrido pocos daños, y Jonathon de nuevo estaba ocupado desde el amanecer hasta que oscurecía. Con los estrechos contactos que mantenía con los que estaban ahora en el poder, el proyecto iba bien y parecía como si fuera a estar acabado y funcionando en el plazo de dos años.

    Amie volvió a su ajetreada rutina. Había una nueva casa que organizar. Era mucho más grande que la antigua, con cuatro habitaciones, todas con baño incorporado, además de un baño de invitados, tres salas para las visitas y un estudio. La cocina estaba algo anticuada, pero en buen estado, e hizo varias excursiones a las tiendas para abastecerla con todo, ollas y sartenes, vajilla y cubertería, ropa de cama, unas cuantas piezas extra de mobiliario y aparatos electrodomésticos. Tuvo que buscar mucho para encontrar todas las cosas que necesitaba. La nueva mercancía llegaba apenas en cuentagotas a las tiendas después de una segunda guerra civil en el transcurso de un par de años.

    Una de las primeras cosas que Amie compró fue un nuevo celular. Justo cuando bajaban del avión por la pasarela, el antiguo se había caído del bolsillo de su abrigo y se había estrellado contra el asfalto haciéndose añicos. La mujer que iba delante de ellos se peleaba con un carrito de bebé y dos pequeños malcriados, así que antes de que Amie o Jonathon pudieran llegar al final de las escaleras para recuperar lo que quedaba de él, el teléfono ya no podía ser reparado. Amie recogió unos cuantos pedazos que no habían sido atropellados por las ruedas de los camiones de reabastecimiento que pasaban a toda velocidad por el lado incorrecto del avión, y luego además había sido pisoteado por los pasajeros que se apresuraban a entrar dentro del fresco edificio de la terminal. Tiró los restos doblados de metal y plástico en una papelera que se hallaba fuera de la puerta de llegadas percatándose de que hasta la tarjeta SIM había resultado dañada. Nunca vio el mensaje amenazador que había llegado a su buzón después de subir al avión en Londres. Procedía del grupo que había prometido venganza. Si pensaba que aquel capítulo de su vida estaba cerrado, estaba equivocada.

    La estaban vigilando y sus vigilantes no perdían detalle.

    Amie y Jonathon fueron a su antigua casa para averiguar si alguna de sus pertenencias todavía estaba allí, pero los nuevos inquilinos se pusieron bastante violentos y decidieron que no merecía la pena todo aquel alboroto para recuperar las pocas cosas que pudieran haberse salvado. Ambos se percataron de la multitud de niños pequeños que entraban y salían en desbandada por la puerta trasera, el montón de juguetes rotos y descuidados, el relleno del sofá, que estaba a la vista, y el descuido general y la sucia apariencia de los actuales propietarios. Era improbable que pudieran recuperar alguna de sus posesiones.

    Amie no protestó mucho. La empresa de Jonathon había sido sorprendentemente generosa, probablemente porque les preocupaba que después del caos Jonathon se hubiese negado a regresar a África. Así es como él se lo explicó a Amie, pero ella sabía muy bien que posiblemente era el Gobierno británico el que estaba efectuando la mayor parte de la inversión. Si Jonathon pertenecía todavía al círculo de espías de Su Majestad, lo querían en Apatu por una buena razón. Solo podía esperar que no sospecharan que otra guerra civil estaba a punto de estallar.

    A pesar de sus reservas, Amie se pasaba la mayor parte del tiempo feliz yendo de una tienda a otra y gastando a placer, aunque no compraba mucho. Era consciente de que después de perder todo lo que antes había poseído, su actitud hacía las posesiones materiales había cambiado. Antes, había sido bastante posesiva con sus pertenencias, ahora se daba cuenta de lo poco importantes que eran. La vida, la salud y la habilidad para sobrevivir estaban ahora entre sus prioridades. Sí, era agradable rodearse de cosas bonitas, pero no eran necesarias para ser feliz o para tener una mejor vida. Muchos africanos tenían muy poco y aun así eran felices. Nunca más se preocuparía por lo mucho que tenía, siempre y cuando sus necesidades diarias estuvieran cubiertas y tuviera a Jonathon a su lado.

    Al llegar a casa después de otro viaje a las tiendas, Amie se quedó mirando el tamaño de su nuevo hogar y decidió que no podía limpiarlo ella sola. No eran solo las habitaciones grandes, sino también la veranda que rodeaba la casa las que había que barrer cada día. La amplia extensión de suelos embaldosados precisaría que se le pasara la mopa y el polvo era un problema constante en un área donde los céspedes eran un lujo, el agua era demasiado valiosa para desperdiciarse en las plantas y en la hierba. Amie miró el rastro de polvo que se extendían desde la casa al muro exterior. Este era de un metro ochenta y dos centímetros de alto y estaba rematado con cristales rotos rodeando por completo la propiedad. Unos cuantos empecinados árboles y arbustos sobrevivían sobre la tierra descubierta, en particular los grandes higos chumbos, cuyas raíces se adentraban en la tierra en busca del agua que había muy por debajo de la superficie.

    Amie entraba y salía de la casa forcejeando con los paquetes que llevaba en las dos manos y decidiendo que era una locura arreglárselas sin ayuda. No acababa de mudarse cuando, una vez más, había sido bombardeada con largas filas de ansiosas mujeres, jóvenes, de mediana edad y ancianas, que le pedían trabajo. Las había rechazado a todas. Era demasiado pronto para contratar a otra criada. Todavía echaba de menos a Pretty con todas sus molestas manías. Sí, había robado azúcar y mermelada y había quemado deliberadamente la ropa con la plancha esperando que Amie se la regalara por resultar inservible. Pero con el tiempo habían llegado a un entendimiento mutuo y, secretamente, había llegado a considerarla como un miembro más de su familia. Pretty adoraba a Angelina y cuidaba tanto de la niña como lo hacía Amie, siempre podía confiar en ella para proteger y consentir a la pequeña huérfana.

    Sentía que era casi una deslealtad emplear a alguien en su lugar. Pero Pretty había fallecido, otra víctima de una guerra civil africana sin sentido. Y Angelina tampoco estaba ya, y ambas habían dejado un enorme vacío en el corazón de Amie.

    Quizás era hora de buscar ayuda y, por supuesto, eso se esperaba. Las esposas de la comunidad de expatriados también tenían que prestar un servicio a la gente local y pagar al menos a un trabajador para la casa y a otro para el jardín y la piscina.

    Cuando se lo mencionó a Jonathon, este se mostró encantado. Amie pensó que se lo había tomado como una señal de que se estaba adaptando de nuevo a la vida y que estaba completamente recuperada del trauma sufrido los meses pasados.

    En el tiempo que le llevó decirle a un par de sus trabajadores que su mujer quería una criada, las mujeres ansiosas por convertirse en empleadas domésticas formaban de nuevo cola fuera de la casa tocando estrepitosamente a la puerta para pedir trabajo. Algunas eran alegres y divertidas y enumeraban sus habilidades y atributos en togodiano, inglés chapurreado o incluso en lenguaje de signos. Otras lloraban y rogaban que les concediera el puesto. Tenían familia, niños enfermos, padres y abuelos que mantener. Después de que Amie hubiera escuchado una tras otra sus duras historias, se sentía emocionalmente agotada.

    Tras una segunda guerra civil en la que los rebeldes primero habían derrocado al Gobierno y luego habían sido depuestos, la gente local había sufrido lo peor. Muchos habían perdido a miembros de su familia. Hombres jóvenes habían sido forzados a ingresar en un ejército improvisado y miles habían muerto en ambos lados.

    Habían sido años de terror. Cuando alguien llega a tu casa y te pregunta de qué lado estás; hay un cincuenta por ciento de posibilidades de dar la respuesta correcta. Si los rebeldes eran los que llamaban y decías que estabas con ellos, reunirían a todos los jóvenes que pudieran encontrar y los enviarían a luchar. Si averiguaban que estabas del lado contrario, toda la familia sería acribillada por una lluvia de balas.

    La mayoría de la gente local no entendía realmente de qué iba todo. Sabían que el Presidente Mtumba de la tribu kawa había estado al mando antes de ser asesinado. Luego, las fuerzas de Togodo Libre de la tribu m’untu habían tomado el poder en una guerra civil sangrienta y se habían instalado en el palacio real y en los edificios del Gobierno. Estos, a su vez, habían sido masacrados por los kawa que lucharon para volver a recuperar el poder.

    Por nacimiento, todos los africanos eran de una tribu o de otra, pero las lealtades estaban divididas. La mayor parte de la gente simplemente quería que se le dejara ganarse su modesta vida en paz, pero siempre había alguien para quien esto no era suficiente. Ahora, el Presidente Mboyo era el líder y tenía a Ben Mtumba como su mano derecha.

    Mientras estuvieran al mando, en teoría, Amie y su marido estarían a salvo. Amie se había hecho íntima de Ben después de todas las aventuras que habían vivido juntos, pero en África nunca se puede estar segura de lo estable que es un gobierno. Si había suficiente gente insatisfecha, la contienda podía empezar de nuevo y, esta vez, no habría duda de de qué lado estaba Amie, aunque personalmente no le importara quién se sentaba en el palacio presidencial de Apatu, la capital de Togodo. Ben incluso había visitado la casa y le había asegurado que la vida transcurriría como antes. El nuevo Gobierno pacificaría la tribu del norte que se había levantado principalmente porque temían que la nueva riqueza procedente de las extracciones mineras en el norte les fuera arrebatada. Ahora les prometían que todos los togodianos se beneficiarían por igual, independientemente de sus orígenes tribales y, una vez más, el país sería un lugar pacífico y seguro en el que vivir.

    A pesar de sus tranquilizadoras palabras, Amie tenía sus dudas. El tribalismo había sido el azote de África desde los albores de los tiempos y no creía ni por un momento que llegaran algún día a ser una gran familia feliz. Por ahora, la vida se había normalizado y se reducía a poner en orden su casa y a ayudar a la Sra. Motswezi en el orfanato.

    Sin embargo, Amie no se podía relajar por completo, todavía tenía muchos malos recuerdos. El orfanato no era lo mismo sin Angelina, con su tímida sonrisa, su dedo pulgar metido en la boca y su pequeña mano asida firmemente a los pantalones o a la falda de Amie. Había montones de otros niños sin padres a los que cuidar, no solo víctimas del SIDA, sino también huérfanos de la guerra. Como todos los edificios habían sido reducidos a cenizas, la Sra. Motswezi, tan infatigable como siempre, había organizado tiendas, sacadas de algún lugar, que hacían las veces de dormitorios y aulas. Había rogado, pedido prestado o hurtado provisiones de Dios sabe dónde y Ben había dispuesto que unos constructores erigieran instalaciones más permanentes. Hasta la fecha, no había habido rastro de ellos, pero los tiempos africanos son una ley en sí misma.

    Varias nuevas familias de expatriados habían llegado a Apatu y el antiguo estilo de vida volvía lentamente a reinstaurarse. Se habían realizado grandes reparaciones en el club. La piscina había sido reparada, aunque el área que rodeaba el edificio era todavía un baño de lodo y las pistas de tenis todavía estaban inservibles.

    Amie echaba terriblemente de menos a Kate y, cada vez que iba a la ciudad y veía el espacio vacío donde había estado la tienda de vestidos indios, un escalofrío le recorría la espalda y sus piernas le flaqueaban. Nada se había hecho para retirar los escombros y todavía era una pila de piedras revueltas, vigas rotas y fragmentos de acero corrugado.

    Para el asombro de Amie, a medida que llegaban las esposas de los expatriados, se la consideraba ahora como una veterana. Acudían a ella en busca de ayuda y recordaba a Diana aconsejándola en el restaurante del hotel Grand cuando llegó por primera vez. No hacía tanto tiempo de ello. Ahora no tenía ni idea de dónde estaba Diana, solo que había subido al último avión durante la evacuación.

    Había sido especialmente útil al sugerirle qué criada escoger y Amie suspiraba mientras se pasaba los dedos por el corto y rubio pelo que le enmarcaba su rostro ovalado, ligeramente bronceado, y sus grandes ojos grises. ¿Cuáles eran las principales cuestiones a tener en cuenta? Era necesario que supiera algo de inglés o le costaría toda la vida hacerse entender, aunque los africanos tuvieran una brillante aptitud para los lenguajes. No tenía sentido pedir referencias, la mayoría de la gente local no entendía que fueran necesarias y sería demasiado fácil decir que los papeles se habían perdido durante la guerra. Intenta al menos conseguir alguna clase de documentación oficial, le había dicho Diana. El nuevo Gobierno había introducido un sistema de documento de identidad, pero la gente era reacia a solicitar uno, desconfiando de las razones que había para tenerlo. Ya en el pasado algunos se habían escondido cuando la gente del censo llegó para hacer un recuento de los miembros de la familia, no confiaban en la explicación de que las autoridades necesitaban planear con antelación las escuelas y hospitales del futuro. Cuanto menos supieran los que estaban al mando, mucho mejor, ese era el sentimiento general. Las zonas gobernadas por los jefes más progresistas habían obtenido resultados más exactos, pero estas eran contadísimas.

    Amie era reacia a preguntar a las candidatas de qué tribu procedían. Normalmente, otros africanos lo podían saber, pero eso era demasiado para ella. Por ahora, tendría que confiar en su instinto.

    Finalmente escogió a una mujer que le dijo que tenía veintiún años. Tenía una amplia sonrisa, hablaba mínimamente inglés y le aseguró a su nueva señora que no tenía hijos y que no planeaba quedarse embarazada a corto plazo. Su joven esposo había muerto en la guerra, todavía lamentaba su pérdida y su familia pediría una alta dote cuando recibieran la próxima oferta de matrimonio.

    Amie la creyó y decidió darle una oportunidad a Lulu, recordándose a sí misma no ser demasiado blanda. Iba a ser firme desde el principio, no era una señora ignorante a la que se podía engañar fácilmente. Le advirtió a su nueva empleada que no intentara robar nada o quemar deliberadamente la ropa mientras planchaba o que parara de trabajar en cuanto le diera la espalda.

    Los que la vigilaban estaban encantados con que Amie hubiera escogido a Lulu, era joven, vulnerable y sería fácil asustarla. Ahora todo lo que tenían que hacer era asegurarse de que siguiera sus órdenes.

    En poco tiempo, Lulu demostró que era extremadamente eficiente en la casa. Aprendió rápidamente a cocinar los platos que Amie le mostró cómo hacer, recordaba mover los muebles para limpiar debajo de ellos y pasaba horas planchando la ropa mejor de lo que Amie nunca podría. Se movía con rapidez y eficiencia, a diferencia de muchos africanos que realizaban sus movimientos de modo que estos se adaptaran al perezoso estilo de vida que imponía el sol abrasador, y era callada y discreta.

    No, su jefa simplemente no podía encontrar defecto alguno en ella, pero cada vez que se trasladaba a su kaya (el cuarto de la criada) en el jardín, por alguna extraña razón, Amie se sentía incómoda. No podía saber la razón concreta, pero a menudo sentía que alguien la estaba observando. Pensó que había visto sombras alejadas de la vista, otra presencia no siempre en la misma habitación, pero cerca. Comenzó a preguntarse si la casa estaba encantada, luego se dio mentalmente un rapapolvo. Simplemente no creía en fantasmas, espíritus, voces de ultratumba y toda esa clase de tonterías. La vida estaba allí y ahora, y cuando te mueres, estás justo eso, muerto.

    Recordó brevemente la predicción de la hechicera de que perdería a alguien que amaba y aquello se había hecho realidad. Pero cielo santo, eso era algo que le podría haber sucedido a cualquiera en cualquier momento. También le había advertido de que no sacara a la niña de África y se habían llevado a Angelina a Inglaterra. Amie se dio un buen rapapolvo. Había estado viviendo con los nervios a flor de piel en aquella época, escapando, asustada, en modo supervivencia. Ahora, todo había vuelto a la normalidad y podía mirar las cosas con más sensatez. Los africanos podían tenerle miedo a los hechiceros o sangomas, pero si lo pensaba con detenimiento, a la fría luz del día, una chica criada en la cultura occidental no creía fácilmente en tales tonterías. Era verdad que la anciana mujer la había impresionado y Amie la respetaba como persona, pero, ¿predecir el futuro con mensajes de los ancestros? No.

    Aun así el sentimiento de desasosiego no la abandonaba. Aparte de su inquietud, todo fue bien durante varias semanas. Amie se decía a sí misma que su imaginación se desbordaba y que necesitaba poner sus pensamientos bajo control, hasta que un día, sentada delante de la ventana con su ordenador portátil en las rodillas, vio algo. Fue solo durante un breve instante, pero estaba convencida de que había visto un hombre joven en el jardín. Se levantó y caminó rápidamente hasta la puerta delantera y salió fuera. No había nadie allí. Rodeó la casa y ni siquiera vio a Lulu. «Debo haberlo imaginado ‒ pensó mientras entraba de nuevo dentro»

    Unos cuantos días después volvió a suceder. Otra figura espectral apareció brevemente en el campo de su visión periférica y se desvaneció igual de rápido. Esta vez, Amie estaba segura de que no lo había imaginado. Cogiendo una escoba, era el arma más cercana que cayó en sus manos, corrió al jardín a mirar entre los arbustos, sus pies resbalaban y se deslizaban sobre el suelo polvoriento. Tampoco había rastro de nadie.

    ‒Lulu ‒gritó‒. Lulu, ¿dónde estás?

    La criada apareció en la puerta de su kaya, restregándose los ojos y Amie se sintió culpable de haberla molestado.

    ‒Sí, señora.

    ¿Era la imaginación de Amie o la mujer parecía inquieta?

    ‒Lulu, ¿has visto a alguien en el jardín?

    ‒¿Aquí? ¿En este jardín?

    ‒Sí, en este jardín, Lulu. He visto a alguien.

    La respuesta de Lulu fue la de encogerse de hombros y permanecer callada.

    ‒Alguien estaba aquí en la cochera y luego se puso detrás de esa palmera. Era un hombre.

    Lulu solo miró y no dijo nada.

    Amie la miró durante unos instantes y, luego, dándose cuenta de que no iba a conseguir ninguna respuesta, le indicó por señas que se fuera y completó sola el circuito por la casa. Como esperaba, no había rastro alguno de un intruso.

    Los que la observaban atentamente estaban encantados con la oportunidad que Lulu les había ofrecido. Podían acceder a la propiedad fácilmente siempre que su señora estaba fuera. Sin embargo, eran pacientes, y sabían que solo era cuestión de esperar a que llegara la hora adecuada.

    Aquella noche, Amie sacó el tema en la cena.

    ‒Estoy segura de que alguien merodeaba por el jardín esta tarde ‒dijo pasándole las verduras a Jonathon.

    ‒¿En nuestro jardín?

    ‒Sí,

    ¿Disfrutas la vista previa?
    Página 1 de 1