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La Corriente Inferior - Episodio #1: Jane Doe: La Corriente Inferior, #1
La Corriente Inferior - Episodio #1: Jane Doe: La Corriente Inferior, #1
La Corriente Inferior - Episodio #1: Jane Doe: La Corriente Inferior, #1
Libro electrónico93 páginas1 hora

La Corriente Inferior - Episodio #1: Jane Doe: La Corriente Inferior, #1

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DESCRIPCIÓN DEL PRODUCTO

Es un mundo nuevo y riesgoso. No está de más ser inmune, ni tampoco tener mi propio hotel personal de 5 estrellas. A pesar de mi buena fortuna, no me atrevo a dejar que mi imaginación deambule demasiado. Se acercan días oscuros, obra de las manos crueles de nuestros amos. Tal vez debería haber hecho más para prevenir el brote, pero tampoco yo soy la persona que solía ser.

A la vista de todo, ¿por qué me salvó el destino? Porque soy la perra con la bazooka, lista para volarle la polla a un zombie a una milla de distancia si se atreve a poner un pie en mi castillo.

El día de ajustar cuentas se aproxima rápidamente, pero hasta entonces soy la reina del Black Diamond Regency.

ACERCA DE LA CORRIENTE INFERIOR

La Saga de la Corriente Inferior es una serie en curso. Cada episodio tiene aproximadamente de 10.000 a 20.000 palabras.

IdiomaEspañol
EditorialS.E. Gordon
Fecha de lanzamiento15 feb 2017
ISBN9781386777359
La Corriente Inferior - Episodio #1: Jane Doe: La Corriente Inferior, #1

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    La Corriente Inferior - Episodio #1 - S.E. Gordon

    Capítulo 1: Patio de recreo

    ¿Por qué tiene que ser así? No importa cuánto lo intente, siempre hay algo esperando para dármela por el culo. Me he cambiado de nombre varias veces sólo para despistar a la mala suerte, pero al final siempre parece dar conmigo.

    Este lío. Mi vida. Una.

    Y ahora esta mierda...

    No soy la cura, y por cierto no soy una salvadora. Sólo soy una humilde botones. Aquí están sus valijas, señor. Gracias por la generosa propina. Discúlpeme mientras le pongo una bala al zombie que está al final del pasillo. ¡Disfrute su estadía en el Black Diamond Regency!

    Quizás habría sido más fácil cruzar al otro lado y unirme a las hordas sin cerebro que se escurrían por las calles a la noche. Pero el destino tenía otros planes para mí, y al final me concedería mi deseo.

    Tres meses. Eso es todo lo que había trabajado en este agujero infecto. Era la primera y la única botones mujer, y puedes apostar el culo a que estaba orgullosa de eso. Con 98 libras, los empleados del hotel me miraban divertidos mientras acarreaba valijas que tenían el doble de mi tamaño. Mi poco temperamento y mi lenguaje descarado ciertamente no hacían que mis críticos se encariñaran conmigo, pero todos me respetaban, de lo contrario les patearía el culo.

    Llegaste a la nómina a fuerza de encanto, decían las chicas, pero sólo era una manera amable de decir que creían que me estaba tirando al jefe en el armario. Estaban celosas, por supuesto, y nunca admitirían que una idea tan original hubiera cruzado sus cráneos vacíos. Podían ser chicas botones también, si querían. Era conveniente para ellas sentarse detrás de la recepción y verse bonitas, pero había que tener pelotas para estacionar en doble fila el Mercedes de un rico imbécil en un estacionamiento público cuando se llenaba el garaje.

    Todas las asistentes eran implacables, incluida yo. Dejabas tu puesto y perdías. Todo el mundo lo sabía, pero a los muchachos no les importaba. Pero a mí sí, y no esperaba que me regalaran nada por mi cuerpo atlético y mi complexión delgada. Me rompía el culo para ganar cada centavo y no hubiera aceptado ninguna otra cosa. Y aunque la gente solía subestimarme, eso me daba una ventaja significativa al tratar con ellos. ¡Esos bobos!

    Agarré la barra y me levanté una docena de veces. Maldición, ya me estaba cansando. Solía ser capaz de hacer veinte sin problemas, pero en estos días apenas llegaba a las diez. Peor aun, había pasado una semana entera desde la última vez que había hecho mi característica vertical sobre el carrito de las valijas. En algún punto del camino había perdido el empuje.

    Hoy, sin embargo, era mi día de suerte. Hice a un lado la barra y enderecé mi cuerpo hasta ponerlo recto. Me mantuve así durante un minuto antes de ceder. Todavía lo tienes, niña. Me hice sonar el cuello y salté del carrito.

    Maldición, me sentía vieja. Debía ser la veinteañera más vieja del planeta. Aunque aún no tenía edad para beber legalmente, a nadie parecía importarle. Un shot de tequila y unas cuantas margaritas ya no me hacían el efecto de antes. En estos días tenía que descargar un cartucho completo de mi M16 para excitarme un poco.

    Al menos ya no era tan requerida. Está bueno que te ignoren, especialmente tus hermanos zombies. Los comedores ya no buscan nutrirse con mi carne, aunque en ese tiempo no estaba segura de por qué. Habían aprendido su lección, y ahora ya casi no reparaban en mí.

    Yo tenía un montón de cicatrices, sin embargo. Hay gente que colecciona tatuajes; yo colecciono marcas de mordidas. Me recordaban cuántas veces me había visitado la muerte, sólo para irse con las manos vacías.

    El destino puede ser una cosa resbaladiza a veces, y los roles se revierten en un pestañeo. Antes, yo no era más que un drone, no diferente de los caminantes de afuera, satisfaciendo cada deseo de los clientes por el bien mayor de la compañía. Ahora era dueña del lugar, o casi. Y una vez que los clientes se devoraron al staff, las llaves del reino me fueron confiadas a mí.

    Desata un ejército de muertos y serás rey; al menos, así es como lo hizo Ash.

    Me hice una taza de Earl Grey y miré deambular a unas cuantas almas perdidas. Los zombies solían venir directo a la puerta y tirarme un tarascón. Siempre dejaban un enchastre sangriento, y a veces me preguntaba si algún día podría llegar al frente de la casa en una condición respetable. Pero, una vez que me probaron y comprendieron que no había un gramo de carne fresca dentro de mí, perdieron el interés en el hotel. Poco a poco, se redujo su número. En estos días sólo venían de a puñados. Yo esperaba que no cambiaran de parecer.

    Me acabé el té y puse la taza en el carrito vacío. Era raro que usara los carritos para algo que no fuera transportar cadáveres, pero ocasionalmente había otros usos para ellos. Empujé el carrito, eché a correr y salté encima. El carrito navegó por el vestíbulo antes de desviarse y estrellarse contra el escritorio de la conserje. Me caí del carrito y aterricé de espaldas.

    Las cosas locas que hacía ahora para divertirme. ¡Era jodidamente patético!

    El escritorio de madera de cerezo era importado de Francia, hecho exclusivamente para el hotel. Era uno de muchos artículos raros que adornaban el vestíbulo, pero

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