Dislexia: Una comprensión de los trastornos de aprendizaje
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Este libro estudia ese trasfondo, analizando cómo las dinámicas relacionales, en los primeros años de vida del niño, contribuyen a la organización de su mente, cómo las estructuras insuficientemente organizadas dan como síntoma el problema disléxico, y, a partir de ahí, cómo se puede organizar mejor su tratamiento, que, al fin y al cabo, es lo más importante.
Por su descripción detallada de la evolución de la mente, de la capacidad de aprender y del pensamiento, interesará tanto a psicólogos como a padres, maestros y a cualquier persona preocupada por estos temas.
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Comentarios para Dislexia
6 clasificaciones2 comentarios
- Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Muy bueno, ayuda a padres y maestros a comprender el niño con dislexia
- Calificación: 5 de 5 estrellas5/5un excelente libro sin duda me voy con una nueva perspectiva de la dislexia, a cada pagina me sentia indentificado. y pensaba en los años de terapia que tome por lo mismo cuando niño. en general muy recommendable leer este libro.
Vista previa del libro
Dislexia - Eulàlia Torras de Beà
Dislexia
7
Eulàlia Torras de Beà
Dislexia
Una comprensión de los
trastornos de aprendizaje
Colección Con vivencias
7. Dislexia. Una comprensión de los trastornos de aprendizaje
Primera edición en papel: octubre de 2011
Primera edición: diciembre de 2013
© Eulàlia Torras de Beà
© De esta edición:
Ediciones OCTAEDRO, S.L.
Bailén, 5, pral. – 08010 Barcelona
Tel.: 93 246 40 02 – Fax: 93 231 18 68
www.octaedro.com – octaedro@octaedro.com
Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra
ISBN: 978-84-9921-505-1
Diseño de la cubierta: Tomàs Capdevila
Realización y producción: Editorial Octaedro
Digitalización: Editorial Octaedro
AGRADECIMIENTOS
A todos los amigos y compañeros que me animaron a volver a escribir sobre dislexia y me ofrecieron su experiencia clínica y sus descubrimientos bibliográficos. A Aurora Jubany, que colaboró en la preparación de la parte clínica del primer libro y, cuando hace años se agotó, me ofreció su relectura paciente y cuidadosa, su crítica sumamente constructiva, sus sugerencias y su estímulo generoso a que lo volviera a escribir, apoyo a mi propia motivación para retomar este tema ya trabajado y escribir esta versión renovada y puesta al día.
A Blanca Anguera y Núria Beà por su importante, decisiva y generosa ayuda leyendo y corrigiendo los borradores, por su estímulo y sus sugerencias en todos sentidos, que me han inducido a introducir mejoras y a reorganizar capítulos con mucha mayor facilidad de la que hubiese tenido.
A nuestro querido amigo, en paz descanse, el Dr. Lluís Barraquer y Bordas, que contribuyó a lo largo de los años, espontáneamente, con toda generosidad, a mantener al día mi información sobre la dislexia –y sobre muchas otras cosas– a través de hacerme llegar copia de todos los trabajos que ha ido encontrando y pensando que serían de mi interés.
INTRODUCCIÓN
Hace muchos años escribí sobre la dislexia y ahora me siento motivada a volverlo a hacer porque, tratándose de un problema de gran actualidad que merece un buen número de publicaciones cada año, noto una sorprendente falta de diálogo entre los autores que la estudian desde sus respectivos campos de investigación,¹ lo cual repercute en lo que es definitivamente más importante: el tratamiento. Además, no he hallado en la literatura especializada ningún trabajo que se refiera al tipo de organización o estructura de la mente del niño disléxico, a su insuficiente organización o incluso desorganización, que además incluye específicamente una pobre integración del esquema corporal, body percept o imagen mental del cuerpo. Estos problemas en la organización o estructura mental del niño disléxico, con su añadido específico en relación a las dificultades de integración del esquema corporal, son el substrato de sus dificultades para aprender y de sus problemas o síntomas disléxicos específicos que describiré en los siguientes capítulos.
Como sabemos, dislexia quiere decir «alteración o disfunción del leer». Se la ha llamado también «problema específico para leer» (specific reading disability). Estas denominaciones hacen referencia a la dificultad que tienen algunos niños, adolescentes y también adultos para aprender a leer, que va siempre asociada a dificultad para aprender a escribir.
Los autores que se han ocupado de la dislexia defienden diferentes conceptos de este problema: algunos la incluyen en el gran grupo de los trastornos de aprendizaje como uno más entre ellos (Debray y Mélékian, 1971; Harstein, 1971), mientras otros, debido a la incidencia de los llamados errores o síntomas disléxicos, la consideran un problema de aprendizaje específico, diferenciado (Critchley, 1964; Nieto, 1975; Torras, 1977 y 2001; Padget, 1998). Hay incluso autores (Debray y Mélékian, 1970) que tienen en cuenta únicamente el síntoma lectura y dejan de lado todas las otras manifestaciones.
Mi posición es que los niños disléxicos y los niños inteligentes con problemas de aprendizaje tienen en común un tipo similar de organización de la mente que les dificulta aprender, pero considero que la dislexia, que se caracteriza por los llamados errores o síntomas disléxicos, es un problema específico dentro de ese gran grupo de los trastornos de aprendizaje, ya que esos síntomas dependen de dificultades específicas en la integración del esquema corporal (Torras, 1987) y tienen importancia tanto en el tratamiento como en la evolución y por tanto en el pronóstico.
Deseo llamar la atención respecto al peligro de confundir la dislexia con sus síntomas, cosa nada excepcional y que sucede precisamente cuando se desconoce el problema de fondo: la insuficiente organización o estructuración de la mente, en la que predomina un exceso de disociación. Debido a esto el niño tiene dificultad para integrar las nuevas experiencias y conocimientos, que permanecen en forma de islotes no articulados, poco aptos para desarrollar conceptos y criterios, en definitiva para madurar.
Así pues, considero que la dislexia es un problema de la evolución psicológica e intelectual, una de las múltiples formas de evolución inmadura; un síndrome que Mucchielli y Bourcier (1966) denominaron «la maladie du siècle» debido a que fue en el siglo xx cuando se detectó la dislexia. Progresivamente, a medida que se extendía la escolarización obligatoria y aumentaban las exigencias académicas para cualquier situación laboral, profesional y hasta social se fue descubriendo su incidencia y reconociendo su importancia y repercusión. Esta aumenta a medida que las sociedades son más letradas y más cultas. En las sociedades rurales, manuales o artesanales la dislexia se detecta con menor frecuencia y su repercusión en la vida de las personas que la sufren es menor.
En los grupos culturales intelectuales, especialmente los «de letras» el sufrimiento de los ciudadanos disléxicos es mayor y por supuesto las dificultades que el problema disléxico pone en la vida del individuo dependen del grado de afectación –de que se trate de una dislexia ligera, mediana o grave–. La severidad de la afectación depende por un lado de la gravedad de los síntomas específicos y por el otro, de la afectación de las otras capacidades y funciones relacionadas. Así, por ejemplo, hay personas disléxicas muy capaces para las matemáticas, la informática y ciencias de este tipo. Cuando la afectación es mayor y existe más dificultad para el pensamiento verbal, a menudo se pueden desarrollar habilidades procedentes del sistema sensoriomotor y llegar a ser un buen ebanista, electricista, electrónico, joyero, orfebre, diseñador, sastre… Cuando el problema es muy grave puede resultar solamente compatible con trabajos u ocupaciones muy elementales.
La dislexia es más frecuente en los varones –tres de cada cuatro personas disléxicas pertenecen al género masculino– sin que hasta ahora se haya podido determinar la razón. A lo largo del tiempo surgieron distintas ideas al respecto: que la dislexia en las niñas se detectaba menos porque a menudo a ellas no se las mandaba a la escuela; que los padres estaban más preocupados por la formación académica de sus hijos varones y por tanto las niñas más raramente llegaban a la consulta; y mucho más tarde se ha hablado incluso, como veremos, de influencias hormonales… Actualmente, cuando las niñas asisten a la escuela como los varones y las escuelas cuentan con psicólogos que conocen bien los problemas de aprendizaje, muchos con un fondo común con la dislexia, la proporción de afectación entre los dos géneros sigue siendo la misma.
El problema
En todas las aulas escolares existen niños de inteligencia normal con dificultades para aprender a leer y escribir, que al realizar estas funciones cometen errores característicos que se han considerado síntomas específicos de la dislexia. La severidad del problema varía enormemente: desde aquellos que no consiguen aprender las letras, hasta los que aprenden a leer pero apenas comprenden lo que leen, o consiguen escribir pero no automatizan el grafismo ni la ortografía, se encuentra una gradación en la que se combinan todas las posibilidades. Esto permite decir que, a pesar de los esfuerzos de algunos autores para describir subtipos de dislexia (Howes, 1999), en realidad no hay dos niños disléxicos iguales. Todos ellos padecen limitaciones y sufrimiento como consecuencia de su problema y no es excepcional que, en mayor o menor grado, estas dificultades continúen en la edad adulta.
Como he dicho antes, cuanto más culto y más letrado es el grupo social al que pertenece una persona disléxica, peor es su situación dentro de este grupo y por tanto mayores son sus dificultades y sufrimiento. De todos modos, como nuestro mundo occidental actual es tan distinto a aquel en que empezó a detectarse la dislexia y a descubrirse su importancia, es difícil saber con exactitud cómo serán las cosas en el futuro, ya que los avances tecnológicos de los últimos tiempos han producido y seguirán produciendo cambios importantes en cuanto al tipo de conocimientos necesarios, su función y su aplicación. Hoy en día sumar, restar, multiplicar y dividir, extraer raíces cuadradas y realizar cantidad de otras operaciones matemáticas, no tiene el papel que tenía antes. La importancia de las distintas funciones del leer y el escribir, entre las que se cuentan la ortografía y el tipo de grafismo, tampoco es la misma desde que se ha generalizado el uso del ordenador y de los correctores ortográficos. Además, los idiomas están siempre en evolución y los avances técnicos estimulan una evolución más rápida; recordemos como ejemplo la rápida introducción de léxico en inglés para según qué funciones y tecnologías, de cantidades de símbolos y siglas que se usan en todas partes y, ¿por qué no?, de nuevos lenguajes abreviados y con ortografía simplificada que usan los jóvenes para intercambiar mensajes. El problema continúa existiendo en el terreno de los conceptos, que al niño disléxico le cuestan tanto. Es decir, necesita desarrollar la capacidad de elaborarlos, para llegar a tenerlos claros, conseguir sacar consecuencias y aprender de la experiencia. Por esta razón, porque siguen teniendo que ver con los conceptos, los problemas disléxicos y su tratamiento siguen siendo cuestiones fundamentales.
Definiciones
En 1964 Critchley la llamó Developmental Dyslexia² y la definió diciendo: «Hablamos de dislexia cuando un niño no logra leer y escribir a la edad en que comúnmente se logran estas funciones, cuando no hay una causa pedagógica que lo justifique, ni un retraso intelectual, enfermedad mental o trastorno sensorial que lo explique.»
Para destacar la importancia del problema, con una nota de humor trágico Critchley llegó a decir que «la dislexia es una enfermedad mortal» al contar la historia de un muchacho que por ser disléxico en un paso a nivel no pudo leer la advertencia de que las vías estaban electrizadas…
Este autor sostiene que:
[…] los argumentos en favor de la existencia de un tipo específico de dislexia de evolución, ocurriendo en medio, pero nosológicamente aparte de la «olla podrida»³ de los malos lectores, puede decirse que descansan sobre cuatro premisas:
• Su persistencia en la edad adulta.
• La peculiar y específica naturaleza de los errores al leer y escribir.
• La incidencia familiar del defecto.
• La frecuente asociación con otros defectos de simbolización.⁴
De estos cuatro puntos me ocuparé más adelante.
Jackoway (1971), otro autor clásico, expresa así su punto de vista sobre el problema que tratamos: «[…] los niños con problemas extremos para leer realmente existen, tanto si elegimos llamar a estos problemas dislexia, inhabilidad severa para leer o cualquier otra cosa.»⁵
Otros autores, como Debray y Mélékian (1970), sostienen también la especificidad de la dislexia, pero consideran que, para niños de inteligencia normal, lo que la define es el grado de retraso en el aprendizaje de la lectura y la escritura. Consideran disléxico a «todo niño que lleve dos o más años de retraso respecto a los otros niños de su edad o a la media de su clase». Valoran los resultados del tratamiento basándose en tests de velocidad lectora y dejan en lugar secundario los otros síntomas que presentan los niños disléxicos, que veremos más adelante.
Revisando la literatura de los últimos años encontramos un gran número de publicaciones sobre la dislexia. En muchos de estos trabajos se vierten conceptos muy distintos y teorías bien diferentes sobre su origen y por tanto sobre su tratamiento. Su lectura nos ofrece un amplio abanico de descripciones de grupos de síntomas a los que a menudo se equipara con el problema. También en los últimos años, especialmente entre los autores de lengua inglesa, se ha ido extendiendo la denominación Specific Reading Disability/Dyslexia para referirse al problema disléxico, denominación que por otro lado sugiere cierta ambigüedad respecto al concepto. De todos modos, entre ellos Yancey Padget (1998), por ejemplo, describe los síntomas clásicos típicos, los diferencia de otros problemas de aprendizaje y recomienda tratamiento específico.
En contraste con los autores referidos hasta aquí, otros autores (de Quirós, 1970; Ross, 1976, Sapir y Wilson, 1978) creen que la dislexia forma parte del gran grupo de los trastornos de aprendizaje de los niños con un rendimiento intelectual normal en los tests, y que no es un problema específico, diferenciado. Argumentan que hay niños que al comienzo del aprendizaje de la lectura y la escritura hacen errores de los considerados típicamente disléxicos y que luego, a medida que progresan en el aprendizaje van superando estas dificultades.
En realidad esto es cierto, pero a estos niños no los consideramos disléxicos. Se trata de aquellos que cuando a los 5 o 6 años aprenden las letras escriben algunas o muchas en sentido inverso, como su imagen en el espejo. La gran diferencia es que estas inversiones son pasajeras; pronto el niño se da cuenta, las va corrigiendo y en pocos meses automatiza la escritura con la orientación convencionalmente correcta. Con los niños disléxicos, a pesar de que hay toda una gradación en cuanto a la frecuencia de estas inversiones y a la dificultad para corregirlas, la cuestión es muy diferente. Ellos, a pesar de que a menudo cuando los hacen fijarse se dan cuenta de la diferencia, no consiguen automatizar la orientación correcta de las letras y continúan invirtiéndolas o confundiéndolas durante años, a veces toda la vida ya que no es ni mucho menos excepcional que la dislexia continúe en la edad adulta.
Algo parecido sucede con otras dificultades ligadas a la evolución: retrasos del habla y de la articulación de las palabras, algunos tartamudeos del niño al comienzo del habla, ciertos retrasos o retrocesos en el control de esfínteres, algunas fobias… Muchas de estas dificultades suelen superarse y después, en apariencia, «no pasa nada». Tanto en pediatría como en psicopatología es precisamente la forma de evolucionar de esos síntomas la que a menudo nos da la medida de su importancia. Pero el hecho de que algunos evolucionen bien, no nos autoriza a asegurar que todos van a hacerlo ni a negar la posible existencia de una psicopatología mayor latente que solo se evidenciará más tarde.
Además, la posibilidad de una buena evolución «espontánea» –uso comillas porque nunca es espontánea del todo; siempre viene influida por otros factores del niño y del entorno– no quiere decir que no signifiquen nada, al