Ensiferum
Por Santy Sánchez P.
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¿Qué es Ensiferum?
¿Qué vínculo puede unir al Rey Sabio de Castilla con un profesor de historia del siglo XXI? ¿Qué secreto se ha mantenido oculto durante novecientos años? ¿Cuán poderosa puede llegar a ser un arma para ser deseada por cualquier ejército? ¿Qué es Ensiferum?
Santy Sánchez P.
Nacido y criado en Lorca, apasionado desde muy pequeño por la Edad Media, aficionado a la música, la literatura épica y la novela histórica. Plasma en Ensiferum gran parte de su carácter conjugando historia y ficción.
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Ensiferum - Santy Sánchez P.
Título original: Ensiferum
Imagen de la cubierta de Sito López
Primera edición: Julio 2016
© 2016, Santy Sánchez P.
© 2016, megustaescribir
Ctra. Nacional II, Km 599,7. 08780 Pallejà (Barcelona) España
Esta es una obra de ficción. Cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia. Todos los personajes, nombres, hechos, organizaciones y diálogos en esta novela son o bien producto de la imaginación del autor o han sido utilizados en esta obra de manera ficticia.
Quedan prohibidos, dentro de los límites establecidos en la ley y bajo los apercibimientos legalmente previstos, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, ya sea electrónico o mecánico, el tratamiento informático, el alquiler o cualquier otra forma de cesión de la obra sin la autorización previa y por escrito de los titulares del copyright. Diríjase a Thinkstock, (http://www.thinkstock.com) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.
ISBN: Tapa Blanda 978-8-4911-2630-0
Libro Electrónico 978-8-4911-2629-4
A mis padres y a mi hermana, por creer siempre en mis
locuras y empujarme a cometerlas; a Mari, por
ser parte de Ensiferum; a Santy Jr., Carolilla y Adrián,
esta historia es para vosotros… y a esa profesora
de octavo de EGB que me dijo que nunca
haría nada en la vida.
Sinceros agradecimientos a Daniel Da Silva
por sus constantes consejos con la narrativa, a
Sito López por el diseño y gran trabajo de la
portada, a Mahue López por su ayuda con
la traducción del árabe y a Eli Pelegrín y
a Sami Corbalán por su paciencia e
impagable dedicación en la corrección
de la novela.
La lógica te lleva desde A hasta B,
la imaginación te lleva a cualquier sitio.
Albert Einstein
Contenido
PRÓLOGO
CAPÍTULO I
CAPÍTULO II
CAPÍTULO III
CAPÍTULO IV
CAPÍTULO V
CAPÍTULO VI
CAPÍTULO VII
CAPÍTULO VIII
CAPÍTULO IX
CAPÍTULO X
CAPÍTULO XI
CAPÍTULO XII
CAPÍTULO XIII
CAPÍTULO XIV
CAPÍTULO XV
CAPÍTULO XVI
CAPÍTULO XVII
CAPÍTULO XVIII
CAPÍTULO XIX
CAPÍTULO XX
CAPÍTULO XXI
CAPÍTULO XXII
CAPÍTULO XXIII
CAPÍTULO XXIV
CAPÍTULO XXV
CAPÍTULO XXVI
CAPÍTULO XXVII
CAPÍTULO XXVIII
CAPÍTULO XXIX
CAPÍTULO XXX
CAPÍTULO XXXI
CAPÍTULO XXXII
CAPÍTULO XXXIII
CAPÍTULO XXXIV
CAPÍTULO XXXV
CAPÍTULO XXXVI
CAPÍTULO XXXVII
CAPÍTULO XXXVIII
CAPÍTULO XXXIX
CAPÍTULO XL
CAPÍTULO XLI
CAPÍTULO XLII
CAPÍTULO XLIII
CAPÍTULO XLIV
CAPÍTULO XLV
EPÍLOGO
PRÓLOGO
Abrí los ojos. Estaba en medio de una nube de polvo. No veía nada; solo olía a tierra y sangre. Todo ocurría como a cámara lenta. Había cuerpos por todas partes, muchos de ellos mutilados. Las banderas y estandartes se agitaban frenéticas de un lado para otro… el estruendo era ensordecedor. Apenas era capaz de distinguir palabras entre gritos de dolor, de rabia, gritos de sufrimiento, cascos de caballos…
Caos.
Todo era confuso, no sabía cómo había llegado hasta ahí. Estaba tumbado en el suelo, cubierto de barro con tintes rojizos; era nauseabundo. Escuchaba el eco del metal contra metal, del acero crujiendo con el fragor de la batalla. Intentaba refugiarme de ese infierno pero no había forma de huir. El suelo estaba inclinado hacia mi derecha y los muertos se amontonaban unos sobre otros conforme iban cayendo, ladera abajo.
Uno de los hombres de armas me miró, estaba completamente cubierto por una armadura a excepción de su cabeza y respiraba con excitación por la boca. Su gesto irradiaba ira, tenía la mirada perdida y sus ojos eran negros como la obsidiana. Tenía la mitad del rostro cubierto de sangre pero no se dolía: no era suya. Volvió a girar la cabeza como si el encuentro de nuestras miradas no hubiera ocurrido y gritó:
–¡Ensiferum!
«¿Ensiferum? ¿Qué…? Ensiferum…» No tenía ganas de pensar, solo quería salir de ahí.
El guerrero dio una zancada y apoyándose en una roca saltó lo inimaginable –teniendo en cuenta la cantidad de metal que cargaba sobre su cuerpo–, blandiendo la espada contra el mástil del estandarte que, supuse, era enemigo. Vi como la tela a franjas horizontales blancas y negras caía en un charco tiñéndose de rojo. Había mucha gente retirándose, parecían… ¿árabes? Unos se ayudaban a otros y gritaban: ¡Uhrub!
«Si, suena árabe. Se retiran, pero, ¿dónde estoy?»
El guerrero que me miró antes clavó su espada en la tierra, acercó su frente a la empuñadura y apoyó una rodilla sobre la arena. Se puso a rezar. Después, con la destreza de alguien acostumbrado a ello, se sacó el peto metálico por la cabeza. Con la palma de la mano se limpió parte de la sangre que le cubría el rostro. Ahora sí se le veía bien la cara. Volvió a girarse hacia mí, se levantó del suelo desclavando la espada de la arena y se dirigió en mi dirección. Asustado, intenté ponerme en pie pero solo alcancé a sentarme; no tenía fuerzas. Me arrastré hacia atrás hasta topar con el cadáver de un hombre. No tenía escapatoria. Encogí las piernas y me abracé a las rodillas justo cuando él se detuvo frente a mí. Se agachó, me miró fijamente y se acercó a mi rostro lo suficiente como para que sintiese el roce de su aliento; ese hombre me resultaba tan familiar… Pero en el trance no acertaba a relacionarlo con nadie. De pronto alzó su mano, haciendo el ademán de agarrarme cuando… sonó el despertador.
Otra vez el mismo maldito sueño.
CAPÍTULO I
Año 2003
Eran las seis y media de mañana. Despertó sudando con las sábanas empapadas, y notaba el pulso acelerado. Llevaba más de tres meses soñando lo mismo. Un par de días antes investigó acerca de los sueños recurrentes y tras consultar en varias fuentes concluyó que había poca variación de una vez a otra y que siempre acababa siendo una pesadilla. Lo que más le llamaba la atención era que, al despertar, Jacob recordaba perfectamente lo que había soñado, todo menos el rostro del guerrero. Conscientemente sabía que le resultaba familiar y que no lograba relacionarlo con ningún conocido pero nunca conseguía ver al hombre del sueño.
En un par de horas tenía clase en el instituto en que impartía Historia. Había un trecho hasta su trabajo pero ya estaba acostumbrado a desplazarse a diario desde Lorca, al sur de Murcia hasta Mojácar, un pueblo con encanto en la costa de Almería. Durante ese año iba a ser lo habitual. Las oportunidades de impartir la materia en que se especializó en su provincia eran escasas, así que no tuvo otra opción que buscar fuera y Andalucía le pareció una opción adecuada. Durante la hora y cuarto que tardaba en llegar, se ponía al día escuchando noticias en la radio del coche, le gustaba cambiar de emisora y oír las distintas versiones que podía haber de un mismo acontecimiento, dependiendo del color de la emisora. Eso le divertía, y cuando calculaba que le quedaban menos de quince minutos para llegar, hacía sonar un par de canciones de una recopilación que llevaba grabada en un CD.
Como consecuencia de las pesadillas que solía tener, el descanso no era el adecuado, las ojeras delataban una mala noche y sus compañeros no tardaban en ironizar con el asunto. Otros le insistían en que buscara vivienda en el pueblo para evitar los madrugones, ya que achacaban la falta de sueño a la distancia de su casa al instituto. Jacob guardaba celosamente el secreto de su malestar y reía las gracias de sus compañeros sin dar más importancia al tema. Además, siempre quedaba el café.
Tenía un compañero con el que mantenía un trato especial, Samir, profesor de Lengua y Literatura, viejo amigo de instituto en Lorca donde ambos estudiaron bachillerato. Samir presumía de ser más práctico que Jacob en cuanto al asunto de la vivienda y alquiló un apartamento en el pueblo que compartía con otro chico. Tratándose de temporada completa lo disfrutaba por un precio más que asequible. Samir solía decirle que ahorraba más con su alquiler que él con el consumo de combustible y le echaba en cara el peso de su huella de carbono, como si eso preocupara a Jacob.
Ambos terminaron el bachillerato el mismo año, a pesar de que Jacob era dos años mayor que Samir. Jacob tenía mucho talento en las materias que le interesaban pero había repetido un par de cursos, hecho que, en vez de restarle estima, no le produjo más que beneficios. Jacob era bastante sociable en su adolescencia y dadas estas circunstancias asistió durante seis años al mismo centro, compartiendo clases con chicos de su edad, de uno y de dos años menos que él, ganándose así cierta popularidad entre estudiantes y profesores. Presumía de haber sido alumno de toda la plantilla del instituto y lo cierto es que el día que sacó el título y tuvo que despedirse del profesorado le costó reprimir más de una lágrima.
Una vez terminó secundaria, se matriculó en la Facultad de Geografía e Historia de Sevilla, donde esta vez, sin perder tiempo, aprovechó los años para sacar la licenciatura en Historia y poder opositar lo antes posible sin tener que depender económicamente de nadie. Fue así como al primer año de haber acabado la carrera estaba impartiendo temporalmente con vistas a seguir el curso siguiente.
Samir, sin embargo se formó en su país de origen, Marruecos, en la Universidad Malek Essaadi en Tetuán y gracias a su habilidad con el castellano, optó por la lengua española para hacer carrera precisamente en su idioma y en su país, tarea que no le costó mucho conseguir. Los dos mantuvieron contacto durante sus años de universidad y no fue casualidad que terminaran impartiendo en el mismo instituto: hablaban de optar al mismo centro y en la primera ocasión que tuvieron consiguieron plaza. Durante la carrera se veían en periodo de vacaciones de verano en Lorca. Dedicaban los días a recuperar el tiempo perdido
durante el curso, ponerse al día de sus asuntos y trasnochar alguna que otra vez.
Había un tercero que, aunque más independiente que estos, era un imprescindible
para Jacob. Se trataba del compañero de apartamento de Samir. Jacob llamaba imprescindibles
a aquellas personas a las que si se diera el caso de acabar en una isla desierta porque la humanidad se hubiese extinguido, echaría de menos. Este era Áxel, un chico de Granada y un fenómeno en informática. Sustituyó la entrada a la Universidad cuando acabó el instituto para hacer dos años en un Ciclo Formativo Superior de Desarrollo de Aplicaciones Informáticas, lo que le convalidaría los créditos suficientes para entrar prácticamente en tercer año de Ingeniería Informática en la Universidad Alfonso X de Madrid.
El punto de encuentro de los tres era la sala de profesores. Ahí disponían de casi todo lo que necesitaban: sitio donde sentarse, una consigna personal para sus pertenencias y una cafetera que permanecía encendida desde el amanecer hasta media tarde cuando el último profesor abandonaba la sala. En una ocasión y entre bromas hicieron el cálculo de los litros de café que tiraba la cafetera a lo largo de un curso y el resultado superaba los mil litros.
Tenían un ritual para los viernes; hacían tiempo durante la tarde, café tras café, hasta que llegaba la noche. Entonces iban a casa de Samir y Áxel donde, tras una ducha y una buena puesta a punto, salían a cenar a cualquier restaurante. Después iban a un par de pubs a tomar unas cervezas para dar la bienvenida al fin de semana.
Solían frecuentar un local en el pueblo. Era difícil encontrarlo si no te desenvolvías bien en el entramado de callejuelas de Mojácar. Tras subir y bajar unas cuantas cuestas se encontraba La Hiena
; era el preferido de los turistas más jóvenes, música indie, ambiente hippie y una gran terraza en la parte posterior donde el olor del humo denotaba que no solo se fumaba tabaco.
Tras varias semanas repitiéndose el sueño, Jacob iba perdiendo el miedo a que le tomaran por loco, cada vez sentía más la necesidad de compartir su pequeño problema con alguien, por lo menos con Samir y Áxel. Sabía que corría el riesgo de que se rieran de él, pero no solo intentaba que eso no pasara, sino que también le tomaran en serio y que de verdad entendieran que se trataba de un problema. Había pensado que el siguiente viernes sería un buen momento, Áxel también estaría por lo que podría ver dos puntos de vista muy distintos: por un lado el pragmatismo de Samir y por otro el dogmatismo de Áxel.
Era miércoles, la noche había sido muy dura, el sueño había vuelto a atraparlo y esta vez sí que se presentó a clase con mala cara. El mal humor también apareció en él ese día y sentía malestar, quizá provocado por la falta de descanso que arrastraba. Al término de segunda hora pasó por el despacho de Jefatura donde Abel, el jefe de estudios, no tardó en preguntar si le ocurría algo. Jacob no sabía cómo iniciar la conversación pero Abel le allanó el camino y tras ver su rostro, ojeras, palidez y un sudor propio de una crisis febril, le dijo:
–Vete a casa, no te veo bien. Hoy solo te quedan tres clases y entre otra compañera y yo te cubriremos.
–¿Seguro? Puedo seguir…
–Seguro. No sé a qué te dedicaras por las noches pero tienes un aspecto lamentable, será mejor que te recuperes y que mañana vengas con mejor cara.
–Gracias Abel, me cuesta conciliar el sueño, supongo que será una etapa de insomnio, pronto se me pasará.
Jacob recogió sus pertenencias, guardó unos exámenes que había puesto a primera hora en segundo curso y se los llevó a casa para corregirlos durante la tarde.
CAPÍTULO II
Sevilla, año 1284
El rey se encontraba en su lecho de muerte. Sabía que en cuestión de horas ya no tendría que preocuparse de asuntos tan importantes como su sucesión. Las pugnas entre sus dos hijos mayores tenían dividido el reino y ya no consideraba prioritario seguir tomando parte y decantarse por el mayor de sus herederos. Tenía claro que, en contra de su voluntad, Sancho heredaría la corona de Castilla y a falta de minutos para su marcha no le importaba lo que pudiera suceder con su reino. Había otro asunto que le preocupaba más. Intentó incorporarse y a duras penas consiguió llamar al sirviente:
–Haced llamar al caballero. –dijo con un hilo de voz.
–Sí, mi Rey.
En la entrada de los aposentos reales se encontraba perenne el caballero al que el rey hizo llamar, se adentró en la estancia y se dirigió al regio moribundo:
–¿Me habéis llamado?
–Hijo, acércate. Mi reinado se acaba pero las incursiones árabes han cesado, es cuestión de tiempo que recuperemos nuestras tierras. –El rey empezó a toser a la vez que sufría convulsiones por la alta fiebre. –Debes hacer juramento de una cosa, quiero que la reliquia quede olvidada hasta el fin de los días, debes encargarte de esto. No encontrarás a nadie digno de su sucesión en los años venideros. Sé que tardará en aparecer un verdadero portador y para cuando ese momento llegue, ya no será útil sino para enriquecer el ego del hombre. No te decantes por ningún lado, no apoyes a ninguno de mis hijos, huye y llévatela contigo. Respecto a mí, deseo que mis restos queden en este lugar. En cuanto a mi corazón, quiero que repose junto a tu madre, ella ha sido importante para mi reino. Gracias a ella he tenido el honor de contar con el más poderoso de todos los caballeros. ¡Jura que harás lo que te pide tu Rey!
–Sí, Majestad, pero…
–¡Haz caso hijo!, solo tú has sido el digno portador y tus días también acabarán. Debemos evitar que caiga en manos cuya intención no sea restaurar el reino y unir el territorio. Es tarde para esto, lo has intentado, has sido un guerrero fiel y te he considerado por encima de mi linaje. Ellos no te aceptarán si no es por intereses particulares. Desaparece, vete de aquí y vive en paz.
–Como mandéis. Yo solo… –intentó intervenir el caballero.
–Una cosa más, debes saber algo que solo empeorará tu situación. Nadie debe conocer quién eres realmente. –exhortó el monarca.
–No entiendo señor, soy vuestro fiel caballero. –contestó agachando la mirada.
–Sí, también eres… –el rey quedó inmóvil en silencio.
–¿Señor?
El rey exhaló su último aliento sin terminar de explicarse. Las instrucciones eran muy explícitas, otra cosa sería la voluntad del caballero. No llegó a hacer tal juramento.
CAPÍTULO III
El camino de vuelta a casa se hizo insoportable. Jacob notaba como le caían gotas de sudor por las sienes, estaba sumido en un agotamiento brutal, propio de la mayor de las resacas. Le recorrían escalofríos constantemente, le molestaba la luz del sol, el sonido de la radio, se sentía incómodo en el asiento del coche porque el cinturón de seguridad le oprimía el pecho con demasiada fuerza; estaba muy sensible a cualquier agente externo. Se le cerraban los ojos sin poder evitarlo, hecho por el que se llevó