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El electricista
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Libro electrónico456 páginas6 horas

El electricista

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Información de este libro electrónico

Ricardo, un joven huérfano, llega a principios del siglo XX a Barcelona, una ciudad llena de oportunidades.

La ambición, la rebelión de los obreros y la primera guerra mundial serán el trasfondo de un acontecimiento muy importante tanto para él como para el progreso de la ciudad y de toda Catalunya: la construcción de la hidroeléctrica de La Vall Fosca, una de las obras más ambiciosas de aquella época, en la que él juega un papel clave.

Ricardo, a pesar de su juventud, se enfrentará a un escenario de luchas por el poder y se acabará convirtiendo en un hombre frio y calculador que sobrevivirá a la más despiadada ambición.

Pero Ricardo conserva en su interior el anhelo por encontrar la felicidad y lucha por encontrar el amor, debatiéndose entre dos mujeres que, junto con los acontecimientos ocurridos en el período entre 1900 y 1917, marcaran su vida para siempre. Una novela que te atrapará desde el principio haciendo que te identifiques con el personaje principal, Ricardo, y que sientas como propia su lucha por conseguir triunfar en el mundo de los negocios, pero manteniendo los principios morales que había aprendido en su infancia y su búsqueda del auténtico amor.

IdiomaEspañol
EditorialCaligrama
Fecha de lanzamiento27 mar 2015
ISBN9788416339600
El electricista
Autor

Eduard Abadía

Eduard Abadía es un apasionado de la sociología y la historia. Construye ficciones con una gran dosis de creatividad y una dinámica de guión cinematográfico. Aporta un estilo libre a la narración y rigor en el marco histórico. Vive en Barcelona y se declara enamorado de su ciudad.

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    El electricista - Eduard Abadía

    Introducción

    En Sarriá, zona habitada, principalmente, por la burguesía, empieza nuestra hist oria…

    Sentado en su sillón Chester negro, se encontraba Santiago, hombre de blancos cabellos, su piel arrugada denotaba el paso de los años, sus manos temblorosas, llenas de pequeñas manchas, sujetaban una fotografía, su mirada estaba fija en aquel rostro, el de un joven, sus ojos se cubrieron de lágrimas lentamente. Mientras sentía esa opresión en el pecho, los recuerdos volvían a su mente.

    Cómo cambian las ideas, los valores y el orden de las prioridades conforme van transcurriendo los años, si la experiencia de las personas se pudiera transmitir y ser aceptada, cambiaría para muchos el paso por la vida, podrían haber evitado muchos errores y obtenido esa felicidad tan anhelada por cualquier ser humano; pero la naturaleza, en su capricho, desea que la falta de conocimiento y ese orgullo mal entendido sea el que nos haga forjar nuestro destino.

    Abriendo los ojos de nuevo, miró aquella fotografía, con el dedo índice acarició su cara, deseaba transmitir su cariño, aunque fuera sobre aquel papel barritado.

    Su mirada se perdió a través de la ventana, donde un jardín la recogía entre sus rosas, respiró profundamente, cerrando los ojos, conocedor de sus fuerzas, presentía el fin de su existencia, los recuerdos fluyeron como el brote de un manantial…

    Capítulo I

    La Carta

    ¿C uánto tiempo hacía que no tenía noticias de su hermana?, aquella carta era una llamada de aux ilio.

    Santiago, sentado frente a la mesa de su despacho, leía las palabras de Isabel, a la cual hacía más de 17 años que no veía, las últimas noticias que tuvo fueron a través de terceras personas y de eso hacía ya más de 12 años, tenía conocimiento de que residía en Zaragoza, lugar dónde su esposo tenía asignada su guarnición.

    Los recuerdos llegaron a su mente, recordaba a su hermana pequeña, en sus juegos y travesuras, era una niña dulce, alegre, llena de ilusiones, todo había sido maravilloso hasta aquella primavera de 1883, fecha en la que apareció aquel oficial, Isabel se quedó prendada de su arrogancia y simpatía. Al inicio, parecía que todo acabaría en una ilusión de adolescente, sin más trascendencia que la que pudiera comportar un primer encuentro de flirteo entre jóvenes.

    Su padre no le dio ninguna importancia, los días iban sucediéndose hasta que llegó el final del verano, fue entonces cuando Isabel solicitó permiso para poder comprometerse con Fernando, un teniente de caballería. La reacción de su padre fue, en principio, de asombro a lo que le siguió una irritación enorme por el hecho de haber iniciado una relación sin su consentimiento.

    Isabel intentó explicarle que todo había sucedido muy rápido, que estaban los dos muy enamorados y que deseaban casarse. Debido al cambio de destino, Fernando debía partir fuera de Barcelona y ella quería ir con él. Su padre no atendió aquella llamada de su hija, se refugió en su propio orgullo sin pensar en las consecuencias que podrían derivar de su actitud negativa.

    Santiago cerró los ojos, unas lágrimas se deslizaron por sus mejillas, aquel era uno de los peores recuerdos que permanecían en su mente, aquella mañana de septiembre, cuando encontraron a faltar la presencia de Isabel en el desayuno y descubrieron que había huido con su enamorado, dejando como única explicación una carta a su padre dónde le indicaba su decisión de abandonar la familia para unirse en matrimonio a Fernando.

    Su padre renunció a ir en su busca, haciéndoles saber que Isabel ya no pertenecía a la familia, la desheredó, apartándola de cualquier vinculación con su apellido.

    La madre de Santiago e Isabel había fallecido hacia cinco años, posiblemente su comprensión hubiera podido evitar aquel triste suceso.

    Santiago volvió a leer la carta de su hermana:

    Querido hermano,

    Después de tanto tiempo sin haber dado señales de vida, supongo que esta carta te resultará extraña, el motivo que me impulsa a dirigirme a ti es mi hijo, se llama Ricardo, fruto de mi matrimonio con Fernando, que Dios tenga en su Gloria, pues falleció hace tres años, se contagió de las fiebres tropicales cuando estuvo en Filipinas.

    Hace unas semanas contraje una pulmonía, mi estado es grave y, según me ha informado el médico, mis días están llegando a su fin por lo que quiero pedirte un único favor y es que te hagas cargo de Ricardo. Aunque es un mozalbete, pues ya tiene dieciséis años, debe tener un hogar, es bueno y responsable, no te creará problemas, te lo aseguro.

    Santiago, por favor, te lo pido por el cariño que siempre te he tenido, te ruego que vengas a recogerlo y hagas de mi hijo ese hombre de provecho que siempre he soñado.

    Vivo en Zaragoza, en la calle del Coso, 16, me conoce la gente por Isabel la catalana, no tardes, te espero.

    Con cariño, Isabel

    Santiago se levantó y fue en busca de su esposa Irene, le comentó el contenido de la carta y la decisión que había tomado, que no era otra que acceder a la petición de su hermana, siempre que ella lo aceptara de buen grado, pues deseaba tratar a Ricardo como uno más de la familia. Irene, su esposa, aprobó la decisión pero antes deseaba comunicar la noticia a su hijo Javier.

    Aquella mañana de febrero del año 1900, Santiago, acompañado por su esposa e hijo, se dirigió a la estación del Norte, desde dónde partiría en tren hacía Zaragoza.

    El viaje fue largo y pesado, cuando llegó a la estación se dirigió hacia la salida para solicitar los servicios de un coche.

    El cochero lo llevó hasta la calle del Coso, apeándose delante de una casa de dos alturas. Allí, en un lado, indicaba el número 16. Al pasar una mujer, le preguntó:

    —Disculpe, señora, ¿puede decirme dónde puedo encontrar a Isabel La Catalana?

    —Sí, claro, es la planta superior, la puerta de la derecha, ¿es usted su hermano?

    —Sí —dijo, asombrado por su conocimiento de su persona.

    —Isabel me ha hablado mucho de usted, lo está esperando, está muy grave la pobrecíca.

    Llamó a la puerta y le abrió un joven, dedujo que se trataba de su sobrino Ricardo, era casi tan alto como él, delgado con pelo moreno y ondulado, pero lo que más le llamó la atención fueron sus ojos, aquellos ojos verdes eran los de Isabel.

    —Buenas tardes, ¿vive aquí Isabel?

    —Sí —contestó el joven.

    —Soy Santiago, el hermano de Isabel, supongo que tú eres Ricardo, ¿no?

    —¡Ah!, sí, claro, por favor, pase, tío, madre está en la cama, no se encuentra muy bien.

    Lo acompañó hasta aquella habitación, era una vivienda muy humilde, sencilla, pero estaba todo ordenado y limpio.

    Cuando Santiago entró en la habitación encontró a Isabel en el lecho, aquella imagen le produjo un gran impacto, su aspecto era terrible, su rostro reflejaba el final de su existencia, sus ojos verdes estaban apagados, sin brillo alguno, su tez era grisácea, se acercó a la cama y, tomándole la mano, se la besó, Isabel hizo un esfuerzo por sonreír mientras él notaba la presión de sus dedos sobre los suyos.

    —Isabel, cariño, ¿por qué no me has llamado antes? —No pudo evitar que su voz se entrecortara pues sentía un nudo en la garganta.

    —Santiago, hermano mío, gracias por haber venido —llevando su mano hasta los labios, besándola.

    A pesar de haber pasado casi 18 años, su hermano seguía siendo un hombre muy apuesto, alto, de constitución fuerte y anchas espaldas, con una sonrisa que siempre la había cautivado, seguía manteniendo aquel bigote con su final rizado hacia arriba, de ojos marrones y un pelo lacio castaño oscuro.

    —Mira, éste es Ricardo —extendió su mano hacia el joven para que se acercara a la cama.

    —Ricardo, hijo, ahora mi hermano Santiago será quién te cuidará, debes hacerle caso y seguir sus consejos, te irás a Barcelona a vivir con su familia.

    —¡Madre!, no digas eso, por favor, te vas a poner bien —el rostro de Ricardo reflejaba su desesperación por ver como su madre anunciaba su fin.

    Santiago se sentó al lado de su hermana y estuvieron hablando, con las pausas obligadas por la tos y la falta de fuerzas de Isabel.

    Habían transcurrido cuatro días desde la llegada de Santiago a Zaragoza, aquella mañana, cuando Ricardo llevó el desayuno a su madre, como de costumbre, la encontró con los ojos abiertos mirando al infinito, su frente estaba fría, su corazón había dejado de latir aquella madrugada…

    Santiago, con la ayuda de los vecinos, organizó el entierro. A la salida, tomó por el hombro al joven Ricardo y le dijo:

    —Hijo, es hora de volver a casa.

    Ricardo estaba deshecho, toda la tensión acumulada durante aquellos días había hecho acto de presencia, derrumbando a aquel joven, miró a Santiago y le contestó.

    —Tío, ¿se refiere a su casa de Barcelona?

    —Sí, ¡naturalmente!, mi casa es, a partir de ahora, tu nuevo hogar.

    Recogieron las cosas más importantes que Ricardo deseaba conservar, la poca ropa que poseía el muchacho, y el resto lo ofrecieron como gratitud a los vecinos. Santiago devolvió las llaves al casero y le pagó hasta el último céntimo que debía su hermana.

    Durante el trayecto en tren hacia Barcelona Ricardo mantenía una actitud triste, su mirada se perdía a través de los cristales de la ventana del compartimiento, veía alejarse pueblos, campos y montañas.

    Santiago rompió el silencio y le comentó cómo era su primo Javier, unos años mayor que él, estaba estudiando Arquitectura, fascinado por los grandes maestros que estaban surgiendo en Barcelona, narraba el tipo de construcciones y cómo era la vida en la ciudad. Prosiguió con mucho entusiasmo comentando los buenos tejidos que producía en su fábrica textil.

    Ricardo escuchaba sin emitir ningún sonido, seguía ausente de aquella conversación y del entorno.

    —Ricardo, debo preguntarte qué es lo que te gustaría estudiar, pues tu madre me comentó que eras un buen estudiante.

    Aquella pregunta hizo volver de su ensimismamiento al joven muchacho, cambiando de cara, miró a su tío diciendo:

    —Verá, tío, me gustaría estudiar electricidad, o algunos estudios que tuvieran que ver con ello.

    —¿Electricidad? Ahora sí que me has pillado por sorpresa, no estoy muy al corriente de cómo y dónde se puede estudiar esa carrera, si existe, claro, de todas formas me informaré en cuanto lleguemos a Barcelona.

    El viaje transcurrió con un interrogatorio de Santiago referente a cómo habían vivido durante aquellos años. El joven le explicaba todo cuanto sabía y lo que su madre le había contado, desde la partida de su padre a la guerra de las Filipinas hasta su regreso. Le explicó que enfermó debido a las fiebres tropicales, falleciendo al cabo de unos meses. Su madre vivía modestamente con la paga de oficial que tenía asignada.

    Le informó de que había estudiado en un colegio de los jesuitas de Zaragoza, que le gustaba mucho leer y que seguía con entusiasmo los avances tecnológicos de Tomás Edison y Nikola Tesla, en EEUU.

    El tren iba reduciendo la velocidad en su entrada a la ciudad, llegando por fin a la estación del Norte de Barcelona.

    Capítulo II

    Barcelona a principios del siglo XX

    Cuando llegaron a Barcelona, Santiago y Ricardo tomaron un carruaje que los condujo hasta su casa ubicada en el antiguo pueblo de Sarriá. Ahora anexionado a la ciudad de Barcelona, está situado en la parte alta, bajo la falda de Collserola, la sierra que guarda las espaldas de la ci udad.

    El carruaje se detuvo ante la puerta de entrada de una casa, Ricardo vio, por primera vez, el lugar dónde había nacido su madre. Ahora pertenecía a su tío Santiago, quién siempre había vivido allí. Era un edificio de dos plantas con buhardilla, rodeado de un pequeño jardín, cerrado por un muro con sus verjas de hierro. En la entrada principal de la casa había dos grandes moreras, una a cada lado, accediéndose a la puerta principal por cuatro escalones de mármol gris.

    No habían llegado a la puerta cuando ésta se abrió, apareciendo en ella una sirvienta con su uniforme negro y una cofia en la cabeza, de aspecto juvenil y bien agraciada. Mostrando una sonrisa, se dirigió a Santiago:

    —Bienvenido a casa, Señor, ¿quiere que le lleve el equipaje?

    —Sí, gracias, María —contestó Santiago, indicando el camino a Ricardo.

    Entraron en un salón dónde una bella y bien vestida dama estaba sentada leyendo un libro.

    —Irene, ¿cómo estás, cariño? —Santiago se acercó hasta su mujer, dándole un beso.

    —Mira, te presento a Ricardo, nuestro sobrino, el hijo de Isabel.

    Irene se levantó mostrando una tierna sonrisa, era una mujer con una edad cercana a los cuarenta años, de altura normal, su cuerpo seguía manteniendo una silueta perfecta, lo que mostraba el cuidado que tenía en no engordar, sus ojos eran azules, su pelo, color castaño claro, lo tenía largo aunque su peinado lo recogía en la parte trasera de su cabeza. Lo tomó por las manos y, mirándole fijamente a los ojos, dijo:

    —Querido Ricardo, lamento mucho la pérdida de tu madre, debes estar desolado, sé que estabais muy unidos, deseo ayudarte en lo que precises, hijo.

    —Gracias, tía —el recuerdo de su madre volvió a surgir, era todo tan reciente, los acontecimientos se sucedían sin dar tregua para su asimilación.

    —Supongo que estarás cansado del viaje, acompáñame, te mostraré tu habitación —tomó el brazo del muchacho y lo acompañó al piso superior, se detuvo frente a una puerta que abrió, dejando ver el dormitorio.

    —Ésta será, a partir de ahora, tu habitación, antes lo fue de tu madre, la hemos acondicionado un poco para ti, sacando los detalles femeninos que albergaba, ¿te gusta?

    —¡Es muy bonita!

    Realmente era muy acogedora, con una gran ventana bien arropada por unas cortinas y visillos, por dónde los rayos de sol penetraban, dando una agradable luminosidad a todo el espacio. La cama estaba centrada, un trabajo realizado por un gran ebanista lucía en la cabecera, enfrente un secreter y, opuesto a la ventana, un gran armario ropero.

    —Ricardo, hijo, veo que María ha dejado tus cosas al pie de la cama, dejaré que las organices. En una hora cenaremos, te esperaremos abajo.

    La dama cerró la puerta tras de sí. Lo primero que hizo Ricardo al quedarse sólo, fue ir directo a la ventana y mirar a través de ella. Emplazada justo en la fachada principal de la casa, gozaba de una amplia vista del exterior. Lentamente, fue extrayendo toda su ropa y los recuerdos que se había llevado de su casa, colocó la ropa en el armario y puso en los cajones del secreter sus libretas y libros. Sobre la mesita de noche colocó la fotografía de sus padres.

    Llamarón a la puerta, Ricardo abrió, ante él se encontraba un joven de unos 20 años, de pelo castaño claro, ojos marrones y de aspecto agraciado, realmente era una copia de su padre. Esbozando una sonrisa, le dijo:

    —Hola Ricardo, soy tu primo Javier, mi madre me ha dicho que estabas aquí, vengo a buscarte para la cena, ¿Quieres bajar?

    —Sí, ¡claro!, gracias.

    No esperaba conocer a su primo de aquella forma tan directa, pero debía reconocer que le causó una buena impresión, parecía una persona alegre.

    Bajaron las escaleras hasta la planta inferior, cruzaron el vestíbulo de entrada dejando el pequeño salón dónde estaba su tía sentada cuando llegaron a la casa, pasaron a una estancia mayor compuesta de tres ambientes. En el centro estaba la mesa, dispuesta para la cena, en un lateral había un hogar adosado a una pared repleta de libros en sus extremos, una cornisa de mármol blanco lo cubría. En el centro de la pared colgaba un cuadro de un paisaje otoñal, enfrente una mesita baja rodeada por unos sillones. En el lado opuesto, una gran cristalera, con variedad de colores guarnecida por unas enormes cortinas con visillos, formaba un escenario del gran ventanal, unas alacenas guardaban ambas paredes, en el centro, un sofá con dos sillones y una mesita de café.

    Se sentaron a la mesa, Santiago y su esposa Irene ocupaban cada una de las cabeceras, en un lado estaba Javier y en el otro Ricardo, ambos centrados en la mesa. Aquella primera cena sirvió para que Ricardo tomara confianza con su nueva familia. Javier le comentó su gran devoción por la arquitectura, Santiago mostraba el orgullo que sentía por su hijo, Irene, con su tono maternal y actitud dulce, logró que Ricardo se sintiera libre de aquella presión acumulada durante las primeras horas.

    Aquella primera noche en Barcelona, a Ricardo le costó conciliar el sueño, había sido un cúmulo de cosas nuevas, la familia que acababa de conocer, pues solo hacía unos días que su tío Santiago había aparecido en su vida, su tía y Javier, su primo, aquella nueva casa, el servicio, un factor totalmente diferente a lo que estaba acostumbrado, de ser él quien se ocupaba de toda la casa, a ser servido y no hacer casi nada.

    Unos golpes sonaron en la puerta del dormitorio de Ricardo, despertándole de su sueño tardío.

    —Sí, ¿quién es?

    —Don Ricardo, le esperan para desayunar —la voz clara de María le produjo un sobresalto, ¿qué hora era?, se lavó la cara, se vistió de prisa y bajó al comedor.

    —Buenos días —le dijeron al unísono sus tíos y primo.

    —¿Cómo has dormido esta noche? —le preguntó su tía.

    —Muy bien, gracias –mintiendo lo mejor que pudo, para disimular que había tardado en conciliar el sueño.

    —Ricardo, Javier te acompañará hoy a dar una vuelta por la ciudad —dijo su tío.

    —Sí, será fantástico —corroboró su primo.

    Después de desayunar, Javier y Ricardo salieron de la casa y tomaron el tren de Sarriá hasta llegar a la plaza de Cataluña. Para Ricardo era una novedad desplazarse en tren por una ciudad, Javier le mostraba los diferentes edificios indicándole el arquitecto que los había proyectado, de esta forma pudo asociar los nombres de Antoni Gaudí, Josep Puig i Cadafach, Lluis Domènech i Montaner, Enric Sagnier i Villavecchia, Josep Vilaseca, etc., con los edificios y monumentos más emblemáticos de la ciudad.

    Para el joven Ricardo todo aquello tenía una importancia limitada aunque admiraba la devoción que ponía en sus explicaciones su primo, mostrando una vez más su fascinación por la arquitectura.

    La Barcelona de 1900 era una ciudad en plena expansión industrial, lo que comportaba un aumento demográfico y una clase burguesa en aumento, mostrando la decadencia de la aristocracia. A pesar de los temores por el movimiento anarquista, las ostentaciones de riqueza seguían siendo lo habitual del momento. Por el recuerdo de la famosa bomba del Liceu y otras, habían bautizado a Barcelona con el sobrenombre de la ciudad de las bombas.

    Fue un día completo, jamás había asimilado tantas imágenes y comentarios asociados en tan corto espacio de tiempo, Ricardo estaba exhausto. Cuando llegaron a casa se fue directamente a su habitación dejándose caer sobre la cama.

    Fue la llamada de su primo lo que advirtió a Ricardo que debía bajar a cenar, cosa que le apetecía bastante, ya que sólo habían comido un bocadillo que les había preparado Remedios, la cocinera.

    Santiago rompió el silencio inicial en la mesa para dirigirse a Ricardo.

    —Ricardo, hoy he estado investigando sobre las posibles alternativas para poder estudiar el tema de la electricidad que me comentaste. Por la información que me han dado, parece ser que en la Escola lliure provincial d’arts i oficis dan clases sobre ese tema, mañana iremos para matricularte.

    —Gracias, tío —aquella noticia le sorprendió por la rapidez con que su tío había encontrado la fórmula para satisfacer sus deseos de futuro.

    A la mañana siguiente, Santiago y su sobrino fueron hasta la calle Comtes d’Urgell dónde se ubicaba la Escola, creada en el interior de un complejo industrial textil.

    Las clases de especialidad estaban impartidas por los mismos profesores de la Universidad, la sección de electricidad era una novedad, creada el año anterior por las expectativas técnicas que aportaba al sector textil y al futuro de la ciudad.

    La mitad de la población de Barcelona era analfabeta y, entre la clase obrera, solo pocos jóvenes podían permitirse el lujo de estudiar. Los empresarios, en su afán por conseguir obreros cualificados para sus fábricas, apoyaron esta escuela que admitía a todos aquellos que aportaran un certificado de su empresa y supieran leer y escribir. El coste de la matrícula era de, aproximadamente, cinco pesetas.

    Los primeros días en la Escola fueron un poco duros, la timidez de su carácter no era el mejor aliado para conocer a otros compañeros, el desconocimiento de la lengua catalana y su origen maño completaban aquella situación.

    La formación que poseía era de las más altas y el hecho de pertenecer a una familia de la burguesía hacía que fuera muy apreciado por los profesores.

    Juan fue su primer amigo en aquel centro. Era un joven de familia inmigrante, era un año mayor pero parecía que tuviera diez años más, era de complexión fuerte y muy alto, con una cara redonda y con las mejillas sonrojadas, de ojos grises y grandes, con una sonrisa permanente dibujada en su cara, su picaresca, unida a un carácter extrovertido, le hacía desenvolverse con una soltura increíble.

    Cuando Ricardo le preguntó por qué quería ser electricista, su respuesta le dejó sorprendido, su gran meta era la de liderar a los obreros de aquel nuevo sector.

    Capítulo III

    La fiesta de graduación

    Era una mañana de junio de 1904, habían transcurrido cuatro años desde la llegada de Ricardo a Barcelona. Su integración era total, se sentía feliz con su nueva familia. Adoptado por sus tíos, se había convertido en su segundo hijo y disfrutaba de todos los privilegios que ello comportaba. Lentamente se había ido adaptando a la sociedad catalana, siendo aceptado y querido por t odos.

    Javier cursaba su último año de arquitectura en París, donde vivía con los parientes del socio de su padre, el Barón de Baiber, cuyo hijo era su gran amigo y compañero de curso. Ambos finalizaban la carrera aquel mismo año. Carlos, el hijo del Barón, tenía una hermana menor, Alicia. Su belleza mediterránea, de cabello oscuro y ondulado, hacía que sus ojos verdes destacaran, su cuerpo de jovencita estaba totalmente formado, su alegría era contagiosa lo que hacía que todos los que la rodeaban la adorasen. Ricardo se quedó prendado de ella desde el primer día que la vio, aumentando aún más su admiración tras el comentario que le hizo su tío indicándole que le recordaba muchísimo a su madre.

    Aquel día era muy importante, regresaba Javier y, en su honor, su madre había preparado una comida especial. Tomás, el hombre para todo, estaba ultimando la colocación de una mesa en el jardín. El calor era soportable y preferían estar al aire libre.

    Era la una del mediodía cuando se oyó la bocina del nuevo Studebaker, un automóvil con un motor bicilíndrico que había comprado aquel año Santiago. Javier saludó con los brazos justo al traspasar la entrada de la verja, su madre bajó los peldaños de la entrada para ir a su encuentro.

    Durante la comida, Javier comentaba las anécdotas vividas en París, el conocimiento de la pintura impresionista, y sus primeros contactos con los nuevos artistas de Montmartre, entre los cuales destacaba aquel malagueño llamado Pablo Picasso que alternaba sus estancias entre París y Barcelona.

    Javier dio a conocer la fecha de su graduación a finales de mes y la idea de los Barones de celebrar una fiesta en honor de su hijo Carlos. Santiago frunció el ceño y comentó:

    —Supongo que deberemos acudir a esa fiesta y celebrar en otra ocasión tu graduación.

    —No importa, Padre, lo pasaremos fenomenal en su finca —Javier era una persona que siempre se amoldaba a todo, siempre encontraba el lado positivo de las cosas.

    Cómo había pronosticado Javier una semana antes, llegó la invitación de los Barones para la fiesta de graduación de su hijo Carlos. Toda la familia estaba invitada, era una comida al aire libre en su casa de la avenida del Tibidabo.

    Santiago estacionó el automóvil al lado de los muchos vehículos que estaban aparcados en la entrada del jardín, desde allí unos sirvientes les indicaron la zona donde se celebraba el acontecimiento.

    En la antesala del salón principal estaba el Barón, de estatura normal y de aspecto más bien grueso, tenía una calvicie pronunciada y su cara rosada denotaba que no era amante de tomar el sol, a su lado la Baronesa parecía muchísimo más joven, su belleza seguía intacta a pesar del paso del tiempo, junto a su hija Alicia parecían hermanas más que madre e hija, Carlos, su hijo, estaba justo al lado de Alicia, alto, delgado y de aspecto agraciado, era moreno igual que su hermana, los cuatro saludaban a todos los invitados conforme iban llegando. Javier y Carlos se fundieron en un abrazo, sonrientes, estaban llenos de satisfacción por el logro obtenido, Alicia besó y abrazó a Javier, después se giró hacia Ricardo, se acercó y le besó en la mejilla. El estómago de Ricardo se encogió y sintió como un calor le subía por el cuerpo haciendo sonrojar sus mejillas.

    Todos los jóvenes se sentaron en una mesa, Carlos y Javier se colocaron uno al lado del otro, Ricardo se quedó un poco al margen de ellos sentándose en la parte opuesta, pues todos deseaban estar al lado de Carlos, fue cuando Alicia se percató y se sentó a su lado, su sonrisa lo cautivó una vez más. Rompiendo el silencio, preguntó:

    —Ricardo ¿Cuándo finalizas tus estudios?

    —Este año ya obtuve el certificado, ahora deberé hacer las prácticas, ya sabes la electricidad, todavía no está contemplada como una carrera.

    —¿Entonces dejas la Escuela para trabajar?

    —Sí, claro, me imagino que mi tío me colocará en algún lugar dónde poder practicar mi oficio.

    —Qué suerte tienes, dejar la escuela, a mí me enviarán el próximo curso a París, igual que hicieron con Carlos y tu primo Javier, allí viviré con mis tíos.

    —Me alegro, lo pasarás fenomenal —sus palabras eran en tono de cortesía, aunque la noticia le había disgustado.

    —Ya sabes, los chicos sois diferentes a nosotras, a vosotros os permiten salir y a mí me tendrán encerrada en casa, solo podré asistir a la ópera acompañada por mis tíos, y siempre con carabina —Alicia sonrió, mostrando una cara pícara.

    La velada transcurrió llena de buen humor, al caer la tarde, los mayores iniciaron el desfile de salida, los jóvenes no tuvieron más remedio que seguirles.

    Santiago y su familia fueron al encuentro de los Barones para despedirse y dar las gracias por la invitación, remarcando lo bien que había estado todo, Carlos hizo un comentario a Santiago:

    —Don Santiago, le he comentado a Javier que nos encantaría que pudieran pasar unos días con nosotros en nuestra torre de Caldetas.

    —Gracias, Carlos, pero no podremos, hemos decidido ir a Tarragona a casa de los padres de mi esposa Irene.

    —Pero, Javier y Ricardo ¿podrían venir?, siempre que a usted le parezca bien —Carlos insistía, con la intención de ver cumplida la estrategia que habían organizado con Javier durante la comida.

    —Por mi parte no hay ningún problema, me imagino que los jóvenes lo pasareis mejor juntos —Santiago mostró una gran sonrisa.

    Los Barones sonrieron, dejando entrever su complicidad con el deseo de su hijo, Alicia sonreía mirando a Ricardo.

    Como de costumbre, Santiago aprovechaba la hora del desayuno para comentar los planes que había organizado, aquel día Ricardo estaba en primer lugar de su agenda.

    —Ricardo, hoy vendrás conmigo, te acompañaré a la Compañía de Tranvías, dónde empezarás a trabajar.

    —¿Trabajaré en la Compañía de Tranvías? ¿Cuál será mi tarea? —aquella noticia le cogió por sorpresa.

    —Bueno, ya sabes que hace unos años iniciaron la electrificación de los tranvías y necesitan personal cualificado para supervisar los trabajos que se hacen, hablé con el Barón en la fiesta y estuvo de acuerdo en que podías ejercer esa función. —Debía agradecer la buena voluntad de su tío, siempre buscaba la mejor solución para él.

    —Gracias, tío —en aquellos momentos sintió como los nervios hacían presencia en su estado anímico, ahora era la hora de demostrar sus conocimientos, de ser útil.

    Habían transcurrido dos semanas desde su incorporación a la Compañía de Tranvías, cuando su superior le indicó que debería ir a la zona de Sants a supervisar un tendido nuevo.

    Al llegar a la obra, solicitó que le presentaran al encargado, cuál fue su sorpresa al ver a aquel hombretón de cara redonda, sonriéndole.

    —Ricardo, ¡qué alegría! ¿Qué haces tú por aquí?

    —Juan, ¡no me lo puedo creer! —nunca imaginó encontrar a su amigo de estudios en aquel lugar.

    —¿Tú también trabajas en la Compañía de Tranvías? —preguntó a su amigo.

    —No, Ricardo, sólo temporalmente, estoy al cargo de esta obra, es una subcontratación que han

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