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Cortinas en la radio
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Libro electrónico200 páginas2 horas

Cortinas en la radio

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Información de este libro electrónico

"Parafraseando a aquel dicho que dice que al lugar al que has sido feliz no deberías tratar de volver, podría decirte que si un programa te hizo feliz, no deberías volverlo a escuchar.
Pienso que una de las palabras claves de esta época es click. Como esa canción de Jorge Drexler que dice que la vida cabe un click, en un abrir y cerrar. Si algo que te gusta mucho está al alcance de un click no tiene el mismo valor que algo irrepetible, como por ejemplo, un momento en el tiempo que nadie se ocupó de registrar.
Digamos que cada programa es como una botella al mar. Que soy un náufrago transmitiendo desde una isla desierta. Soy un tipo que desde la tenue luminosidad de una habitación está mandando señales al centro de tu cabeza. Hay programas que me gustaron más que otros. Programas que quedaron una pinturita y otros que no tanto. Pero por ahora este náufrago va a dejar de mandar señales por un tiempo."

Cortinas en la radio es un programa de podcasting que se emite desde mediados de 2012 hasta la fecha desde la plataformas de Spreaker e Ivoox. Este libro es una compilación de muchos textos que fueron escritos especialmente por el autor para esas emisiones. Para esta edición los mismos fueron corregidos y adaptados a un formato literario para hacer más disfrutable su lectura.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento27 jun 2016
ISBN9781311108463
Cortinas en la radio
Autor

Maximiliano Rivera

Soy músico, escritor, productor. Conduzco el ciclo de podcasting llamado CORTINAS EN LA RADIO y además soy cantante y guitarrista de la banda MADREAVENOCHE.

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    Cortinas en la radio - Maximiliano Rivera

    LOS CAMBIOS

    "Pega la vuelta y enfrenta lo extraño"

    Changes-David Bowie

    Los que tenemos más de 40 años solemos afirmar que algunas cosas eran mejores en nuestros tiempos. Nos pasa con la música, por ejemplo. También con la tele, el fútbol, la ropa, los peinados, la educación, las costumbres...

    Cuando éramos jóvenes los adultos nos decían que éramos la juventud perdida. En cambio hoy (que nos toca estar en ese lugar) casi pensamos lo mismo de los jóvenes que nos suceden. Y es más, puede que quizá nuestros hijos piensen lo mismo de nuestros nietos, vaya uno a saber.

    Cambiamos, ¿viste? Ahora somos los ortivas que tienen que poner límites cuando antes todo lo que queríamos era romperlos. Incluso apelamos al uso de frases hechas como: Eran otros tiempos, Antes no pasaba, Ya no vienen como antes, que le dan al pasado ese aura celestial que en la mayoría de los casos no se merece.

    En fin, nostalgia. Esa es la palabra. La vieja y querida nostalgia. Pero en el fondo pienso que lo que se añora no es el tiempo pasado sino la vitalidad. Vitalidad que te permitía subirte al tren del presente y vivir a la moda. Estar al tanto. Consumir lo actual. Lo último que salió. Lo moderno.

    Pero el tiempo pasa (ahí tenés otra frase hecha) y los gustos cambian. Las necesidades se transforman, hay otras prioridades, va decayendo el vigor y entonces se cae el pelo (y si no se cae aparecen las canas), se te cae la cola, se te caen las tetas, asoma la panza, los dolores musculares, las arrugas, las patas de gallo, la agitación excesiva luego de correr apenas un poco… En fin, cambios biológicos que nos cambian la cabeza para siempre. Cambios que hay que afrontar, cuestión así de compleja y así de sencilla. Y todo eso sin dejar de pensar que el mundo es una mierda.

    Hay que ser honestos. Puede que antes algunas cosas fueran mejores. Pero eso sí, no todas. Incluso, si mirás bien, puede que el presente tenga más ventajas. Pasa que hay gente que se acostumbra a vivir de una manera y no quiere que las cosas cambien. Porque está cómoda con el mundo, ese mundo que con sus defectos y virtudes de alguna manera es un lugar perfecto.

    Pero también están los otros. Los que necesitan moverse y no pueden quedarse estáticos. Los que se van de un lado a otro todo el tiempo, los camaleones, los genios, los artistas, los pensadores, los que alteran el orden establecido, los que perturban a los que se sienten cómodos y a la vez alborotan a los que están aburridos y andan buscando un tren al cual subirse. Muchas veces son esos tipos los que cambian las cosas. Los que van innovando, a veces para bien y otras para mal.

    Ahora, sino me adapto a los cambios, ¿cómo me voy a sentir? Si cada vez son más los que se adaptan, ¿va a llegar un momento en el que no me va a quedar otra que hacerlo yo también? ¿Y si no quiero? ¿Se van a reír de mí? ¿Me van a mirar como a una persona quedada en el tiempo? ¿Me importa?

    Sí, es cierto, nadie me obliga. Pero en el fondo pareciera que sí. Pasa que la marea de lo actual viene por vos y te lleva a empujones. O mejor dicho, te invita de manera amable a que te adaptes a lo nuevo, a lo que hace la mayoría.

    Si estás cómodo molesta un poco, hay que admitirlo. Y en ese sentido, el tema de la tecnología es tremendo. Avanza a pasos agigantados convirtiendo lo moderno en obsoleto en cuestión de meses.

    Internet es un excelente reflejo de eso, sobre todo en las redes sociales. Las innovaciones se suceden una tras otra como si fueran experimentos impuestos por un montón de pelotudos que no tienen un carajo que hacer. Y entonces pasa lo que pasa siempre: están los que se adaptan y están los que se resisten.

    Y ya que está tampoco nos olvidemos de aquellos que exigen los cambios.

    Es que por lo general, los cambios son vistos como parte de la evolución. La necesidad de que haya novedades es algo inherente a las personas. Y además, en algunos casos, esa necesidad es un poco la hija rebelde de nuestro aburrimiento, ese mismo que a veces nos lleva a hacer cagadas, y muy pocas veces a inventar grandes cosas.

    Entonces es como que uno desprecia los cambios en pos de aquello que era de una forma a la que se había acostumbrado y ahora es de otra. Muchas veces por no estar seguro de adaptarse a lo que viene. Otras porque no se tienen ganas de adaptarse. Y otras porque se tiene miedo de que a uno lo estén estafando con el cuento de el progreso.

    Mañana es mejor cantaba Luis Alberto Spinetta.

    El tiempo puede cambiarme pero yo no puedo atrapar al tiempo canta Bowie.

    Es natural. Porque la naturaleza es movimiento puro, incluso en algo tan estático como una mesa de pino (aunque el barniz que la recubre nos muestre lo contrario).

    Cambia, todo cambia cantaba Mercedes Sosa, por más que otros canten 5 siglos igual, por más que algunas cosas en el fondo sean lo mismo pero con un maquillaje distinto.

    El cambio jode cuando se te obliga a cambiar y no cuando marchás gustoso hacia él. Es algo excitante cuando tenés los recursos para afrontarlo y sacarle provecho. Pero otra cosa muy distinta si te agarra desinformado y en pelotas.

    Sí. El cambio hará que algún día seamos exitosos y más adelante viejos decrépitos. Pero hoy no. Todavía no. Tenemos que seguir mudando la piel. Tenemos que seguir viendo lo que viene al mismo tiempo que algunas luces se apagan para dar paso a otras.

    Cambios. De aire, de ropa, de estilo. De casa, de barrio, de trabajo. De salud, de país, de pareja.

    Cambios.

    Son lindos, pero a veces joden bastante.

    ¿Y vos? ¿Cómo te preparás para eso? ¿No crees que sería mejor vivir dispuestos a que las cosas cambien? ¿No será mejor que resistirse? Porque si ya sabemos que el cambio es algo constante, entiendo que es mejor avanzar hacia él con entusiasmo, darse tiempo para entenderlo, sacarle provecho y sentir el movimiento.

    Sí, ya sé lo que estás pensando. Es la vieja fórmula: si no puedes con ellos, únete. Pero bueno, ¿qué le vas a hacer?

    ¿Y ahora? ¿Después de leer esto cómo te sentís?

    Porque esto ya se termina.

    Y que algo termine también es parte del cambio.

    FUMAR

    Es de noche.

    La casa está a oscuras y la familia duerme.

    Subo al altillo y me sumerjo en la introspección.

    Hay una computadora, un micrófono, un velador, una puerta que cerrar... Todo muy íntimo, sí, todo muy placentero. Tan placentero que me dan ganas de fumar.

    Pero no puedo.

    Además... no debo. En estos tiempos no se fuma en una casa donde hay chicos.

    En mi infancia era distinto, se fumaba en cualquier parte. Era muy común la escena del hombre a punto de ser papá fumando como loco en el pasillo del hospital. ¿Vos sabías que en la primera mitad del siglo veinte el cigarrillo no era visto como algo nocivo sino como un relajante natural? Parece Increíble, ¿no? No sé por qué pero en la mayoría de los casos el placer y las toxinas van de la mano. Son como el ying y el yang.

    Aquí van algunos slogans publicitarios de los años 40:

    Cada vez son más los doctores que fuman Camel.

    Mi papá fuma Marlboro, él sabe lo que es bueno.

    La foto de la mujer con un cigarrillo y el slogan Creé en vos misma.

    El filtro de los cigarrillos Viceroy recomendado por dentistas.

    John Wayne diciendo soy fan de Camel desde los 24 años.

    Ni un solo caso de irritación de garganta debido a que fuman Camel, hacé el test de los 30 días. (¿No te suena a los 15 días de Actimel?)

    Estaría bueno que fumar no hiciera mal, que fuera nada más que un placer inofensivo. Es una pena, porque es lindo fumar. Además, a los perdedores nos ayuda bastante. No sé por qué, pero cuando estamos solos nos da seguridad.

    Reconozcámoslo, queda bien. Muchas celebridades posaron con un cigarrillo en la mano: Cortázar, Humprey Bogart, James Dean, Cocó Channel, y la lista sigue. Y a las mujeres... que bien se las ve cuando fuman con elegancia, que lindo despliegue de sensualidad.

    ¿Te acordás de la Femme Fatale fumando con boquilla?

    Está bien, si fuera por la estética, en vez de encenderlo podríamos llevarlo apagado y usarlo como un simple elemento decorativo. Pero, ¿cómo hacer para no prenderlo si hasta el humo es parte de su inconfundible halo de elegancia? Además, ese humo es parte de la noche, de la nocturnidad, del noctambulismo, de la cama, del sexo, de la algarabía y la tristeza.

    Lamentablemente, la naturaleza, además de sabia, muchas veces resulta ser irónica y cruel, sobre todo cuando descubrimos que la mayoría de las cosas que nos gustan nos hacen bien, pero también nos hacen mal.

    Nietzche, el pensador alemán, alguna vez habló sobre el hecho de obedecer sin sentirse humillado. Y para explicarme esto alguien me puso como ejemplo el hecho de que me prohíban fumar en un lugar cerrado. Es decir, no te gusta obedecer esa regla, pero hacerlo te beneficia. Te están prohibiendo hacerte mal. Hace tiempo que hay una tremenda movida con respecto a eso. Por ejemplo, con la nueva ley anti tabaco se acabaron las publicidades de cigarrillos en la TV ¿Te acordás de aquella en la que la actriz Susana Romero fumaba Jockey Club al ritmo de Bailando en la vereda, el exitoso hit de Raúl Porchetto? ¿O aquella publicidad de Phillip Morris que transcurría en un lavadero, esa en la que una pareja joven fumaba mientras esperaba a que terminara de girar la máquina secarropas? Sí, esa misma, la que hizo famosa al baladista Eddie Sierra.

    ¿Te acordás del rubio de Camel, ese que andaba en Jeep por la selva? ¿Te acordás de Carlos Calvo y su magnánima frase vos... fumá? ¿Viste la película Smoke, esa cuyo guión fue escrito por Paul Auster? ¿Viste que linda cigarrería atendía Harvey Kittel?

    Hay cosas que se van para no volver, ¿no?

    Porque detrás de cada sonrisa fumadora también hay manchas de nicotina, dientes amarillos, mal aliento, tos... Y también muchos muertos.

    Por suerte no tengo problemas de adicción. Es decir, en este momento no puedo fumar, pero tampoco me como las paredes por eso. Recuerdo que en mi época de colegio secundario, alguien me dijo que un cigarrillo te quita diez segundos de vida. ¿Diez segundos nada más?

    A veces paso meses sin fumar y no me doy cuenta. A tal punto que algunos de mis compañeros de trabajo cuando me ven fumando se asombran: ¿Qué? ¿Vos fumás? De una de esas situaciones surgió una de mis frases preferidas: Fumo para que me pregunten por qué fumo.

    Fijate que hace tiempo ya que en las tiras televisivas no hay personajes fumadores. Y está bueno que se ataque de esa manera a un vicio tan jodido. En mi modo de verlo, un cigarrillo debe disfrutarse como una copa de buen vino. Punto. Creo que todo placer tóxico en su justa medida no es muy nocivo que digamos (o al menos eso quiero pensar).

    Según el médico naturista Txumari Alfaro, el cuerpo humano tiene la capacidad de expulsar en un día la toxina correspondiente a un cigarrillo. Ahora, ¿fumás mucho? Y de todos esos cigarrillos que te bajás en el día, ¿Cuántos disfrutás? Hacerte esa pregunta es un buen ejercicio como para empezar a diferenciar. Una cosa es disfrutar, otra muy distinta es hacerse mierda.

    Igual lo sigo pensando. Estaría bueno que fumar no hiciera mal. Pero todo no se puede.

    ¿Qué sentís cuando vez a una mujer embarazada fumando? ¿Y a un pendejo que fuma para hacerse el grande? ¿Existe algún héroe del cigarrillo?

    Está la imagen del artista que se sienta a fumar para contemplar su obra terminada. La mujer que fuma mirando por la ventana. Los qué fuman mirando el mar. El que fuma de noche en el patio de su casa.

    Y hay más.

    El cigarrillo después del sexo, el de la mañana, el de después del almuerzo. Prendí un cigarrillo en el estadio de River mientras Mick Jagger cantaba Angie. Y también en momentos de angustia. Y cuando me aburría en la discoteca. Y sobre todo cuando estaba solo.

    Ahora pienso que en la soledad el mate es una mejor compañía. Tengo familiares que fuman mucho y no se la pasan nada bien. Algunos se animan a dejarlo cuando la muerte les muestra que anda cerca, aunque después lo retomen a escondidas. ¿Cómo será esta sociedad cada vez más anti tabaco dentro de 50 años? ¿Los que hoy fumamos seremos recordados como una manga de boludos?

    No estaría mal un poco de justicia poética para este asunto.

    Ahora me voy a dormir, es la mejor anestesia para todo.

    METERSE

    ¿Qué hago che? ¿Me meto? ¿Tengo tiempo de analizar los pros y los contras de la situación? ¿No me estaré metiendo en un quilombo aún cuando a simple vista pareciera que no? ¿Y si lo hago mal? ¿Tendré que soportar la típica burla idiota de los que se viven cagando de risa de esas situaciones? ¿Para qué te metés, boludo? ¿No?

    ¿Y si sale bien? ¿Qué quiero a cambio? ¿Conciencia tranquila o un reconocimiento efímero que me alegre el día? ¿No se pueden las dos cosas? ¿Siempre es esto o aquello?

    ¿Viste que hay gente que cuando le da el asiento a una persona mayor en el colectivo siente que ya hizo su buena obra del día? Ok, creo que dar el asiento en el colectivo nunca te puede traer problemas. El tema es cuando querés ayudar en algo y quedás mal parado o te toman en joda.

    ¿Para qué te metés? ¿Para qué tocás si no sabés? ¿No?

    ¿Me creerán cuando lo explique, cuando diga que mis intenciones eran las mejores? ¿Es posible intervenir sin que me vean, como si fuera un ángel de la guarda o un hombre invisible? ¿Qué me lleva a querer meterme? ¿Un impulso? ¿Necesidad de protagonismo? ¿Vanidad? ¿Los restos de alguna frustración?

    ¿Los que se ríen porque me sale mal son los mismos que después te aplauden? ¿Qué te jode entonces? ¿Qué se rían? ¿Qué digan algo? ¿Que no valoren tu intento?

    ¿Qué busca uno cuando decide intervenir en

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