Descubre millones de libros electrónicos, audiolibros y mucho más con una prueba gratuita

Solo $11.99/mes después de la prueba. Puedes cancelar en cualquier momento.

Procedimiento imperfecto
Procedimiento imperfecto
Procedimiento imperfecto
Libro electrónico253 páginas3 horas

Procedimiento imperfecto

Calificación: 0 de 5 estrellas

()

Leer la vista previa

Información de este libro electrónico

Un cóctel de intriga, crimen, corrupción (4%), sexo y mucho humor.

Carlos Albarado es inspector de hacienda. Su jefe solo le encomienda trabajos de segundo nivel, tiendas, y negocios de poco monta. En una de estas inspecciones descubre accidentalmente una organización que mueve ingentes cantidades de dinero negro.

Al tiempo, un gran empresario de la construcción es apercibido por el ministro de obras públicas por el incumplimiento de los compromisos pactados por la adjudicación de una obra. Algo está fallando en el procedimiento de recaudación y pago. Uno de los socios de la organización, de acreditado éxito entre las damas, aparece asesinado.

El empresario y el inspector, cada uno por su cuenta, intentan profundizar en el procedimiento, el primero para ponerse al día y no perder favores políticos y el segundo para obtener un cuantioso e ilegítimo beneficio. La investigación se les complica a ambos por culpa de una bella, promiscua y ambiciosa mujer, casada con el director financiero de la empresa que aparece violada y estrangulada. Las pistas señalan que el inspector es el asesino.

IdiomaEspañol
EditorialCaligrama
Fecha de lanzamiento2 jun 2016
ISBN9788491125587
Procedimiento imperfecto
Autor

Carlos Albarado

Carlos Albarado nació en Madrid el 7 de noviembre de 1948. Casado y con dos hijos. Vive en Madrid. Ingeniero de caminos. Funcionario del estado desde 1973. La actividad profesional en estos 42 años se ha desarrollado en el campo de la inversión pública: obras, urbanismo y vivienda; con notable experiencia acumulada. Diversos puestos ocupados en los ministerios de obras públicas y medio ambiente. Jefe de servicio, área, subdirector; director general en una comunidad autónoma, consejero en una sociedad estatal, vocal asesor, etc. En la actualidad sigue en activo en el ministerio de medio ambiente como consejero técnico. No ha militado, ni milita en partido político alguno. Aficiones: deporte (marathon, golf), gastronomía, cine, lectura, playa, sol y siesta. Interesado, sorprendido y expectante por el momento político social que se vive en España y por el futuro del país.

Relacionado con Procedimiento imperfecto

Libros electrónicos relacionados

Ficción general para usted

Ver más

Artículos relacionados

Comentarios para Procedimiento imperfecto

Calificación: 0 de 5 estrellas
0 calificaciones

0 clasificaciones0 comentarios

¿Qué te pareció?

Toca para calificar

Los comentarios deben tener al menos 10 palabras

    Vista previa del libro

    Procedimiento imperfecto - Carlos Albarado

    Procedimiento imperfecto

    Carlos Albarado

    MGElogo%20444444%20grey-final.jpg

    Título original: Procedimiento imperfecto

    Imagen de la cubierta de Carlos Albarado

    Primera edición: Junio 2016

    © 2016, Carlos Albarado

    © 2016, megustaescribir

    Ctra. Nacional II, Km 599,7. 08780 Pallejà (Barcelona) España

    Esta es una obra de ficción. Cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia. Todos los personajes, nombres, hechos, organizaciones y diálogos en esta novela son o bien producto de la imaginación del autor o han sido utilizados en esta obra de manera ficticia.

    Quedan prohibidos, dentro de los límites establecidos en la ley y bajo los apercibimientos legalmente previstos, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, ya sea electrónico o mecánico, el tratamiento informático, el alquiler o cualquier otra forma de cesión de la obra sin la autorización previa y por escrito de los titulares del copyright. Diríjase a Thinkstock, (http://www.thinkstock.com) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

    ISBN:   Tapa Blanda   978-8-4911-2557-0

       Libro Electrónico   978-8-4911-2558-7

    Índice

    Capítulo uno En busca del arca perdida

    Capítulo dos El Imperio contraataca

    Capítulo tres De aquí a la eternidad

    Capítulo cuatro La grande bouffe

    Capítulo cinco El salario del miedo

    Capítulo seis Todo por la pasta

    Capítulo siete La jungla de cristal

    Capítulo ocho Armas de mujer

    Capítulo nueve El golpe

    Capítulo diez Eva al desnudo

    Capítulo once La ley del silencio

    Capítulo doce Mujeres enamoradas

    Capitulo trece Los tres caballeros

    Capítulo catorce La gran evasión

    Capítulo quince Secuestro express

    Capítulo dieciséis El detective

    Capítulo diecisiete Dos hombres y un destino

    Capítulo dieciocho Uno de los nuestros

    Epílogo El padrino

    España ha pasado en diez años, de ocupar el puesto 22 de países menos corruptos, al 38

    Fuente: ONG Transparencia Internacional

    España es el país de la Eurozona en el que se manejan más billetes de 500 euros. El 30 % del total

    Fuente: BCE y Banco de España

    Capítulo uno

    En busca del arca perdida

    - De acuerdo Ángel. Te mantendré informado.

    Salgo de su despacho y me dirijo al mío, tres plantas más arriba.

    Ángel Martínez Pérez es el Jefe de la Inspección de la Agencia Tributaria del Ministerio de Hacienda y por tanto mi jefe.

    Tiene 46 años, cinco más que yo, es de estatura media, tiene buen pelo, un peso aceptable y viste de forma sobria. En definitiva un hombre de apariencia correcta. No nos queremos.

    En el despacho que hemos tenido me ha planteado que Miguel (el Ministro, naturalmente) y Juan Antonio (el Secretario de Estado de Hacienda), están muy preocupados por el déficit público, la proliferación de comercios tipo todo a cien y dudan del cumplimiento con Hacienda de estos negocios.

    Ángel es hábil, pero tiene un defecto. Es timorato y muy conservador….de su puesto. Él no quiere tomar decisiones. Tiene pánico a equivocarse. Siempre transmite lo que han decidido otros y se apropia del éxito ajeno.

    Como podéis comprender mi jefe no me encomienda cuestión alguna que afecte a grandes empresarios, banqueros o políticos. Esos asuntos ya tienen otras vías para sustanciarse y Carlos Albarado, servidor, y sus tres mosqueteros no gozan de la confianza política suficiente para lidiar en esas plazas.

    En fin….me pongo a la tarea.

    Cuando abordo un nuevo cometido me gusta empezar desde la base, de forma que me planteo conocer directamente cómo funcionan en realidad estos negocios.

    Una radiante mañana estival (J. H. Chase es un maestro), elijo una calle comercial próxima a mi domicilio y en ella el primer todo a cien. Es obvio que actualmente estos comercios ostentan diversos nombres: almacén, bazar, todo a 3 o 6 euros…., pero en fin, nos entendemos.

    Se trata de una tienda no muy grande, llena de estanterías repletas de artículos de todo tipo. Una serie de espejos estratégicamente colocados deben facilitar el control y vigilancia. Al fondo en un mostrador una rubia lee una revista o periódico. Me mira con cierta cara de sorpresa pues no doy el tipo de cliente habitual por esos lares y menos en horario de mañana. Como parezco de fiar, vuelve a la lectura.

    Me decido por unas aletas para bucear. Las llevo al mostrador. Van en una bolsa de plástico.

    - Buenos días, ¿tienen más tallas? —pregunto con el mejor tono posible.

    La rubia levanta la cabeza. Nos miramos, no más de diez segundos.

    ¿Qué veo yo? Una joven alta, de unos 25 años, rubia del frasco, bonitos ojos oscuros, maquillada, ni guapa ni fea pero con cierto atractivo, un punto malévolo. Viste una blusa verde que le favorece. Destaca sobremanera su busto o espetera, voluminoso, que permite adivinar un buen trabajo del cirujano plástico. Aunque no puedo ver su tipo de cintura para abajo, adivino que debe ser de caderas escurridas y no muy potente de curvas en dicha zona. Me atrae.

    ¿Qué ve ella? Un varón bastante alto, moreno, ojos marrones, pelo bien cortado, ni largo ni corto, peinado a raya, buen físico, con cierto parecido a Pierce Brosnan. Viste un traje azul marino, camisa azul claro y sin corbata. Le gusta su voz y le gusta el sujeto.

    Recelosa, responde en un tono algo seco:

    - Es talla única.

    - Bueno creo que me valdrán, ¿cuánto cuestan?

    Coge la bolsa y lee en una diminuta etiqueta.

    - Ocho euros.

    Saco de mi cartera un billete de diez euros y se lo paso.

    Ella lo coge, teclea en un TPV (terminal punto de venta, animoso lector) que tiene a su izquierda, abre un cajón, guarda el billete y me devuelve una moneda de dos euros.

    - ¿Me da un recibo, o ticket, por favor? —mantengo un tono de lo más humilde.

    Me mira extrañada. Está sorprendida.

    - No damos recibos —dice en voz alta.

    - Verá, soy buzo y en mi empresa me piden un ticket de compra o factura.

    Nueva mirada. Está mosqueada. Aflora en su rostro ese rictus perverso que le da cierto encanto. Sigue elevando el tono.

    - Caballero, le he dicho que aquí no damos recibos. Si no quiere el artículo le devuelvo sus ocho euros y se acabó la discusión.

    Amigos, habréis observado que cuando un dependiente quiere demostrar su enojo o simplemente fastidiaros, utiliza la palabra caballero. A mí me desagrada.

    - Guapísima, me gustan estas aletas, y muchísimo más usted —cambio ya de registro vocal y mi gesto se endurece —pero tiene la obligación de darme un ticket, o factura, y además que indique el IVA.

    Lo del IVA le descoloca. Nueva reflexión, seis segundos. Sonrío. Miro alternativamente a sus bonitos ojos oscuros y al escote. Duda, y por fin…

    - Tendré que hablar con el encargado.

    Se da la vuelta, entra por una puerta que estaba a su espalda y observo sus caderas. No me he equivocado.

    Sale de la trastienda un sujeto. Se trata de un tipo alto, macizo, grueso, de piel clara, ojos azules formato besugo, y escaso pelo cortado a cepillo. Viste una camisa a cuadros, simplemente horrorosa, y un pantalón vaquero abrochado muy alto con un grueso cinturón negro que a duras penas contiene su lorza barriguera.

    - ¿Qué pasa? —dice alargando las vocales al más puro estilo de chulo madrileño —. Tío, ya te ha dicho la señorita que aquí no se dan recibos. Vanessa dale los ocho euros y que se largue.

    - No quiero los ocho euros —contesto afablemente —quiero estas aletas que he comprado y la factura con desglose del IVA.

    Me taladra. Piensa. Pone cara de mala leche.

    - ¡Pero qué coño quieres! Anda lárgate con tus ocho euros y no me cabrees a ver si te voy a dar dos hostias. ¡Gilipollas!

    La rubia sonríe. ¡Mira que es mala la gachí! Decido no alargar el show.

    La labor de un Inspector de Hacienda es ingrata y si consideramos su salario oficial, sin extras, está mal pagada. El inspeccionado o sujeto pasivo (suena a sodomía), piensa exactamente eso…que le estás… jodiendo y sin razón; que le estás quitando el dinero, el pan de sus hijos o el descapotable de la querida; que él es el único inspeccionado y que hay cientos de miles de personas que sí defraudan y no les pasa nada. Lo lee todos los días en los periódicos. Consecuentemente no es que te trate con poco afecto, simplemente es que te odia. Por una elemental cuestión matemática, cuanto más alto es el nivel de fraude este odio es más matizable y negociable y puede suceder que culmine con un acuerdo o transacción beneficiosa para las partes.

    Ahora bien, en inspecciones llamemos de calle —talleres, comercios, pequeñas fábricas —el sujeto reacciona siempre mal y de forma agresiva como ahora ha sucedido.

    Con un interlocutor de esta ralea la comunicación debe ser distinta que con un avezado defraudador o asesor fiscal. De nada vale que le cite el Reglamento del IVA o inicie un acta de inspección informándole de su derecho a hacer alegaciones, formular recurso de alzada y pleitear en el Tribunal Económico Administrativo; sencillamente porque no entenderá nada y a él se la suda. Así que decido ponerme a su nivel y emplear un lenguaje y modo que entienda.

    - ¡Dame la factura….gordo de mierda!

    El andova se pone colorado, coge algo de debajo del mostrador y sale con muy malas pulgas. Lleva un bate de béisbol. Se abalanza hacía mí con el palo levantado.

    - ¡Hijoputa, te vas a enterar! —me grita.

    Amigos, como comprenderéis estoy perfectamente preparado para esa reacción y en un plís plás le quito el bate, le suministro dos hostias, anverso – reverso, tamaño folio, y un rodillazo estratégicamente colocado bajo su hebilla que transforman al obeso en una piltrafa. Una torsión de su brazo derecho le permite corroborar que no soy Blancanieves.

    - Levántate y vamos dentro —le digo —Mantengo su paletilla en el debido punto de cocción, recojo el bate y pasamos a su cubículo

    La rubia sonríe. ¡Mira que es mala la gachí! Sí, ya sé que lo he dicho antes, pero es que algunas damas son así.

    - Siéntate —le digo —pones tus manitas en la mesa, extendiditas, los codos también, con los deditos separados, como si te fueran a hacer una foto en el pupitre de tu colegio con el mapa de España detrás. Si una uña se mueve, tu bate te va a enseñar lo que es una cataplasma.

    Obedece, con muy mala jeta, pero obedece. Está sorprendido. No me sitúa.

    - ¿Quién eres?, ¿qué coño quieres?

    - Evidentemente el de tu empleada, ¿lo has probado?, me da que no, ¿cómo se llama?

    - Vanessa —me dice con la voz algo apagada.

    - ¿Y tú, prenda?

    - Manuel.

    La oficina, si podemos llamarla así, es una habitación mediana. Al fondo hay dos puertas. Me indica que hay un cuarto de baño y un almacén. Una ventana da a un patio interior. Mobiliario de IKEA. Un sofá grande con capacidad para que el gordo se eche la siesta o lo que proceda. Mesa, ordenador, impresora, estanterías e incluso una tele. Videos porno.

    Abro los cajones de su mesa para comprobar si tiene algún hierrito o cortaúñas. Parece que no es su estilo, lo suyo es la madera de calle. Hándicap 36.

    Me siento frente a él. El bate ha pasado a mi mano derecha.

    - Manolo —empiezo —no te tomes esto a mal. Yo no he venido a joderte a ti, ni a tu negocio. Sucede que soy detective privado y antes policía y mucho antes del Tercio. Por cierto debes saber que la cabra de la Legión es un carnero. Pero a lo que vamos. Sólo quiero información. Un cliente me ha contratado para saber cómo funciona este tipo de negocio. No sé para qué, ni me importa.

    Pregunto, inquiero, se explica y resumo.

    Manuel del Olmo de 54 años, madrileño de postín y del barrio de Tetuán de toda la vida, ha sido un punto filipino. Chulo putas, jugador y broncas. Hace cuatro años abrió un bar con un colega, las cosas no fueron bien y tuvieron que cerrar. Un día conoció a un oriental que le propuso abrir este negocio.

    Inciso para el lector inteligente. El 99,99 % de los españoles no distinguen a un chino, de un japonés o vietnamita. Para ellos todos los asiáticos, excepto hindúes, o pakistaníes son chinos. Mi respeto por las diferentes razas, naciones y religiones de este mundo, me llevan a etiquetar en este libreto a alguno de sus protagonistas como oriental y paz para todos.

    El oriental compró un local disponible, antes peluquería, lo acondicionó como tienda de Todo a 6 euros, y fichó a Manolo como encargado. Está dado de alta como autónomo. El titular del negocio es Inversiones Inmobiliarias Jenjiscan 3, S.A. El apoderado es un oriental, Mr. Donald Chance.

    Un domingo por la noche, un camión sin rótulo alguno, trajo toda la mercancía que hay en la tienda.

    Mr. Chance, le entregó un ordenador y el TPV, todo ello con su correspondiente conexión a Internet. Le ha facilitado un número de móvil para comunicar cualquier incidencia. Manolo contrató a Vanessa que es hija de una vecina suya, con la sana intención de follar gratis en jornada laboral.

    La operativa de la tienda, no de la rubia, es muy sencilla. En estos equipos está cargada una aplicación —Manolo lo llama programa —que contiene un inventario muy preciso de todos los artículos expuestos. Cuando se vende alguno no hay más que teclear la clave correspondiente. No se admiten descuentos en los precios registrados.

    Cada cierto tiempo Mr. Chance, le comunica a Manolo cuándo llegará el camión para reponer la mercancía vendida.

    Manolo tiene la obligación de ingresar el producto de la venta, en metálico, en una cuenta.

    - ¿Con qué banco trabajas? —pregunto.

    - Yo…con tal —me indica una ex caja de ahorros de acreditada insolvencia.

    - No, me refiero al banco dónde ingresas el producto de las ventas.

    Silencio. Duda. ¡Tilt! ¡Falta!

    Algo le pasa al gorderas. He encontrado chicha.

    - ¿Tienes más de una cuenta, verdad? —inquiero cual Hércules Poirot.

    Se pone verde.

    - Manolete, no estoy dispuesto a buscar en tus archivadores porque no tengo tiempo y tus papeles están muy pringosos. ¿Cuántas cuentas manejas? —Me pongo serio.

    Se hace el remolón.

    - Manolín, te repito por última vez. Esto no va nada contra ti. Cuando me vaya, vas a seguir con tu negocio tan ricamente y disfrutando de ese magnífico sofá. Vanessa se va olvidar de todo porque sabe perfectamente que tú eres un tío con un par de cojones. No hagas que me enfade y te rompa el ordenador y el teclado. Lo del ordenador tiene arreglo pero lo de tu teclado tendría mala solución y tienes mucha vida y videos por delante para seguir cascándotela.

    Una mirada a mi jeta y el movimiento oscilante del bate le convencen. Me da cinco cuentas en cinco bancos distintos.

    - Dame los últimos extractos con los movimientos de las cuentas.

    - No los tengo —responde rápido —sólo estoy autorizado a meter.

    - Se dice ingresar Rocco Sigfredi. Pero te creo.

    Se relaja. Ya se le ha pasado el susto. Le pregunto que si se trifulca a Vanessa. Es un perro viejo. No contesta pero con un gesto me da a entender que sí. No le creo.

    - Manolo, me voy. Antes voy a charlar unos minutos con Vanessa. Le voy a contar una película. Que soy de Hacienda, y venía a hacer una inspección del IVA. Quédate sentado y tranquilo. No llames a nadie. Si lo haces te buscarías problemas con tu jefe y me da la impresión que estos orientales son más tajantes que yo. Olvídame. Adelgaza un poco. ¡Muá!

    Salgo. Vanessa está atendiendo a una clienta. Espero deambulando por la tienda. Cuando queda libre me acerco.

    - Vanessa a qué hora terminas —pregunto.

    - A las ocho —contesta —por qué?

    - Me gustaría tomar un café contigo, ¿dónde puedo esperarte?

    Hace como que duda. Un mohín de disgusto…y

    - Hay un pub cerca de aquí —me indica nombre y lugar.

    - Bien allí estaré. A las ocho. Hasta luego —me despido —Ah!, me llamo Carlos.

    Cojo mis aletas y me largo.

    El TPV me ha dado una pista. Busco tiendas que tengan ese modelo que no es muy usual. Localizo dos en el barrio.

    La primera está enfocada a la venta de artilugios electrónicos y de informática, y con el mismo estilo: estanterías llenas de aparatos que no parecen ser de última generación, mostrador y trastienda. Vanessa es ahora un tipo de unos treinta años, regordete y con barba. Parece muy dicharachero. Las aletas se transforman en una impresora y Manolo se reencarna en David, otro treintañero, con coleta, muy delgado y con gafas.

    La trifulca no se mantiene en términos físicos sino intelectuales. David saca como garrota toda la legislación del IVA, exportación e importación, transacciones exteriores, patentes y marcas y no sé qué más. Intenta apabullarme.

    - Joven – le digo muy serio —permíteme que te diga que no tengo ni puta idea de lo que me estás diciendo, y que me importa un comino el IVA o si haces declaración de matrimonio con m de mierda. Me envía un rey mago que viene de Oriente, que tiene dudas de su camello, o sea de tu jefe.

    - ¿Pero de qué me está hablando? —exclama con un cierto asombro.

    Le dejo que reflexione unos segundos. No es tonto. Empieza a entender.

    - Sabes perfectamente de quién y de qué te estoy hablando. Sucede que en la casa madre las cuentas de tu tienda no cuadran. No sabemos si es un error de los bancos, una avería en tu disco duro, o que falla el protocolo de comunicación. Sentiría mucho que fuese una avería en tu disco, pues tendría que formateártelo y ya sabes que no queda bien, perdería mucha información y en tu caso, además, pelo.

    - ¡Yo he hecho siempre lo que me ha dicho Chance! ¡No me he quedado con nada! —exclama, asustado.

    - Te creo, pero tenemos que comprobarlo. Quizás sea un error de los bancos. Cinco cuentas, con tanto movimiento…Dame los números de las cuentas, haremos una discreta comprobación y estoy seguro que todo se aclarará.

    - Pero Chance me

    ¿Disfrutas la vista previa?
    Página 1 de 1