Ricardito Pedofino
Por Eva Markert
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A Ricardito Pedofino le da una vergüenza terrible su apellido. Cada vez que intenta ocultarlo, todo acaba en un sonoro desastre. Un día llega un nuevo alumno a su clase que también tiene problemas con su nombre - o, mejor dicho, con sus nombres. ¿Podrá Ricardito aprender de él para resolver su problema y ser un tío genial?
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Ricardito Pedofino - Eva Markert
La nueva clase
De vez en cuando, Ricardito desearía tener otros padres. ¡No es que no le gustaran los suyos! ¡Al contrario, le gustaban muchísimo! ¡Salvo por una sola cosa! Desde el primer año de colegio, todos se habían reído de él.
¡Y después, para colmo, la familia se tuvo que mudar! Lo de la nueva clase fue horrible. Ya desde el primer día de clase.
Fue con la señora Verano, su nueva profesora, al aula de tercero. A Ricardito no le importó mucho que todos le miraran. Pero le aterraba lo que ocurriría a continuación.
Y entonces la señora Verano lo dijo: «En primer lugar vamos a conocernos todos».
Los alumnos se sentaron en un círculo de sillas.
«Y ahora, que cada uno diga cómo se llama y qué le gusta hacer», continuó la señora Verano.
Un chico que vivía en el mismo edificio que Ricardito fue el primero en hablar: «Me llamo Patricio Sánchez y me gusta ver la televisión».
«Me llamo Federico Schultz y lo que más me gusta es jugar al ordenador», contó el siguiente.
Y así fueron presentándose todos. El corazón de Ricardito palpitaba cada vez más rápido. Solo faltaban dos compañeros para que llegara su turno.
Ahora solo uno.
Entonces llegó el momento. Todos le miraban. Su cara se puso roja. «Me llamo Ricardo», dijo con voz aguda, «y me... y me...» De repente no se acordaba de nada que le gustase hacer.
«¿Cuál es tu apellido?», preguntó con insistencia la señora Verano.
Patricio, que ya había leído el nombre en el buzón de su edificio, se rió entre dientes.
Ricardito tragó saliva y murmuró algo.
«¿Qué has dicho?»
No había solución, no podía ocultarlo. «Pedofino», susurró.
«¿Cómo?» Seguro que la señora Verano pensó que había escuchado mal.
«Se llama Pedofino», gritó Patricio.
Todos se echaron a reír, y Ricardito vio