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Hasta El Amanecer
Hasta El Amanecer
Hasta El Amanecer
Libro electrónico677 páginas9 horas

Hasta El Amanecer

Por Zyanya

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Información de este libro electrónico

Un buque pequeño carguero es contratado para transportar desperdicios farmacéuticos y enterrarlos en una isla lejos de la Baja california. El tiempo de hacer este tipo de cargas de deshechos ya había concluido. Por tal razón la compañía farmacéutica lo hizo clandestinamente.
Todo iba de acuerdo a lo planeado. A los marineros se les dijo la manera de manejar los barriles y la forma en que deberían de enterrarlos. Sin embargo, el barco sufre un desperfecto en uno de sus motores y el capitán tiene que tomar una decisión ejecutiva, ya que no podía darse el lujo de quedarse sin poder conducir su navío y llamar por ayuda quedando al descubierto su clandestina carga.
Había mucho dinero de por medio y como era época de navidad, toda la tripulación deseaba terminar el trabajo e irse a casa a festejar con sus familias. Entonces, el capitán decide cambiar de ruta y escoge una isla algo cerca de la península para despojarse de su carga.
Por las prisas, el tiempo lluvioso, y la oscuridad de la noche, uno de los barriles queda sin ser enterrado avecinándose una inevitable tragedia.
El capitán no se da por enterado del barril errante y decide ir al puerto de Guerrero Negro donde pretende reparar los desperfectos de su carguero. Ahí es donde uno de su tripulación, el cocinero, comienza a sentirse muy enfermo.
El capitán decide llevar a su cocinero a una clínica para ser revisado. Sin embargo, cuando escucha la noticia del doctor siente que su mundo se le viene encima. Su cocinero está contagiado con un virus desconocido y es necesario llamar a las autoridades.
Por otro lado, unos jóvenes pasean en su yate llegando a la isla donde se habían enterrado los barriles con desperdicio farmacéutico. Uno de ellos tiene contacto con el tonel que había quedado sin enterrar.
La noticia llega a oídos del Centro de Control de Epidemias (CECONEP) en Guadalajara, Jalisco, donde el Equipo Activo de Ataque comandado por Eleonor Rinsén se lanza a Guerrero Negro a intentar atacar la enfermedad y destruirla.
Por otro lado, Luriel Ceja, del Instituto Nacional de epidemiología (INACEP) también en Guadalajara, y novio de Eleonor, intenta ir al lugar de los hechos, pero no se le permite pues es él quien tiene que descubrir el tipo de virus o bacteria con la que se están enfrentando.
Las cosas se salen de control y la epidemia comienza a esparcirse en el ombligo de la Baja California, tanto que es necesario llamar al ejército para controlar la situación.
Luego de evaluar la situación y ver el peligro que corre el país entero así como los vecinos países, se llega a una conclusión. De no haber mejoras, contención, o vacuna, se tendrá que utilizar “Nuevo Día” lo que consiste en arrojar unas bombas que acabarán con la enfermedad, pero también con la población de todos los pueblos en cuestión.
La noticia llega a oídos de Luriel y de inmediato se embarca en una carrera para llegar a salvar a su novia. Pese a que las carreteras, aeropuertos, y centrales camioneras del área han sido cerradas, Luriel Ceja se las ingenia para legar hasta donde se encuentra su amada.
Sin embargo, las cosas se complican, pues a pesar de haberse abierto paso al lugar, Luriel se entera de que ahora nadie puede salir de esa área por temor a un contagio global.
Ahora Luriel y su equipo tendrán que tomar decisiones que nunca antes habían tomado, que nunca se imaginaron que tendrían que tomar, y que sabían que si se equivocaban estarían caminando hacia su propia muerte.
El éxodo comienza para ese puñado de personas quienes no deseando tener que realizar esa hostil jornada, tuvieron que hacerlo. Todos llevando en sus corazones la esperanza de llegar con vida... hasta el amanecer.

IdiomaEspañol
EditorialZyanya
Fecha de lanzamiento20 feb 2016
ISBN9786070096631
Hasta El Amanecer
Autor

Zyanya

Nací en el estado de Chihuahua. Un lugar hermoso por naturaleza, donde crecí al lado de mi madre y hermanos, teniendo la enseñanza y responsabilidad del trabajo bien hecho.Mis sueños fueron; tener una familia, tocar el piano, y escribir, dejando así plasmadas las ideas aventureras de mi mente.Con el correr de los años fui realizando cada uno de mis sueños. Primero fue el aprender a tocar el piano. Segundo, fue tener una familia, y después de quedar viuda, empecé a trabajar en una red de mercadeo, la cual me ayudó a sacar adelante a mi familia.Ahora que ya crecieron mis hijos, me puse a trabajar en el sueño que me faltaba, y como resultado, aquí les presento “Atrapada en el olvido.”

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    Hasta El Amanecer - Zyanya

    Nací en el estado de Chihuahua. Un lugar hermoso por naturaleza, donde crecí al lado de mi madre y hermanos, teniendo la enseñanza y responsabilidad del trabajo bien hecho.

    Mis sueños fueron; tener una familia, tocar el piano, y escribir, dejando así plasmadas las ideas aventureras de mi mente.

    Con el correr de los años, fui realizando cada uno de mis sueños. Primero, fue el aprender a tocar el piano. Segundo, fue tener una familia, y después de quedar viuda, empecé a trabajar en una red de mercadeo, la cual me ayudó a sacar adelante a mi familia.

    Ahora que ya crecieron mis hijos, me puse a trabajar en el sueño que me faltaba, y como resultado, aquí les presento mis novelas.

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    PUBLICACIONES DEL AUTOR

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    18 Ruedas

    (May/2013)

    La vida de tus padres está en peligro. ¿Qué tanto estarías dispuesta a arriesgarte para salvarlos?

    Atrapada En El Olvido.

    (Abr/2014)

    Una mujer sin memoria, un policía dolido, y un marinero enamorado, se unen para encontrar el principio de la historia.

    El Cuarto Amigo.

    (Jul/2014)

    Por una mujer abandonó a sus amigos, y por una mujer volverá a encontrarse con ellos, en una aventura explosiva y llena de emociones.

    Hasta El Amanecer.

    (Oct/2014)

    Una jornada que nadie quiso comenzar, pero que todos ansiaron llegar con vida… hasta el amanecer.

    Draco alerta menor.

    (Jul/2015)

    Un asesino a sueldo, una misión misteriosamente fácil, un objetivo tiernamente inaceptable. Ahora su objetivo se convertirá en su mayor prioridad.

    *** PRÓLOGO ***

    La noche era oscura, misteriosa, y verdaderamente incierta. Era una noche de invierno y el único objetivo en la mente de todos los integrantes del grupo era permanecer vivos hasta el amanecer. La hostilidad se hacía presente con cada paso que daban, y las esperanzas de salir con bien de esa jornada, en ocasiones se escapaban como pez en las manos. Existía temor, y sobretodo mucha incertidumbre en las quince almas andantes, que muy a menudo se abrazaban con el propósito de aligerar el pesar, soportar el cansancio, y despojarse de todo su miedo.

    Eran las 5:46 de la mañana de ese miércoles 20 de diciembre y la ruta original había sido alterada por más de 32 kilómetros. Ahora se encontraban caminando hacia el Noreste intentando retomar el plan original, o por lo menos no salirse mucho más de él. Las estrellas comenzaron a carecer en el firmamento siendo reemplazadas por nubes grises, las cuales dejaron escapar una lluvia ligera. Además, el lugar era iluminado por esporádicos y cortos relámpagos.

    En esos momentos hacía bastante frío. El grupo se protegía solo con lo que había logrado obtener al salir, tal como algunos suéteres o chamarras, y retazos de tela a la que no se le encontraba forma, al menos a simple vista. Varias cobijas ligeras cubrieron los cuerpos, primeramente de niños, luego de mujeres, y si era posible, de los varones.

    Se había convertido en una travesía sumamente agotadora, humanamente difícil de lograr, y exageradamente peligrosa. Algo así como una jornada entre la vida y la muerte. Era simplemente una caminata que nadie hubiese querido iniciar, si es que hubiese habido opción alguna. Ahora, solo quedaba seguir adelante atravesando por todos los obstáculos que se cruzaran en el camino, y si alguien llegase a salir herido o perder la vida, no habría tiempo para atenderlo adecuadamente ni para darle un entierro decente. Solo un adiós, unas lágrimas, y algunos clamores del resto del grupo acompañarían a la persona ahora occisa quien viviría para siempre en las mentes de sus compañeros.

    El puñado de personas caminaba sobre terreno disparejo en medio del desierto, en el ombligo de la Baja California. Según el itinerario, los caminantes deberían detenerse a descansar a las seis de la mañana, cosa que los alegró sobremanera.

    De pronto, un hombre de baja estatura, de cabello crespo, y con la cara sucia, arribó al frente del grupo. Tenía sus ropas, aparte de ensopadas, bastante percudidas. Luri, hay movimiento en dirección de La Joya.

    Luriel Ceja, quien venía al frente acompañado por Cercenio Limón, volteó en dirección del informante. Gracias, Cera. Enseguida se volvió con el señor Limón. Tenemos que desviarnos al Norte y cubrir a las mujeres y niños.

    Sin dejar de caminar, Limón volteó dirigiéndose a un hombre de fuerte complexión, bastante moreno, y de sombrero vaquero. Ludi, ve a cuidar la retaguardia y envía a las mujeres y niños a la izquierda.

    Ludivijo se retiró.

    Luriel complementó, dirigiéndose al hombre de la cara sucia. Ve a ayudar, Cera.

    Cerafín siguió a Ludivijo.

    En ese instante, antes de que Ludivijo pudiera llegar al final de la línea, se escuchó un sonido sordo, y algo chispeante atravesó el firmamento en dirección de los reunidos.

    ¡A la izquierda! Dijo Cercenio Limón a todo pulmón.

    En cuanto los viandantes hubieron dado unos tres pasos al flanco izquierdo, una luz brillante alumbró el firmamento, y enseguida un ¡CABUMMM! se escuchó en el ambiente por motivo de la explosión. Los escombros, así como la tierra lanzada al aire por la detonación, los tomó por sorpresa. Afortunadamente, el explosivo tocó tierra a unos diez metros al Este del grupo. Sin embargo, todos se dejaron caer a tierra.

    Luriel, Cerafín, Cercenio, y otros, comenzaron a preguntar por las condiciones de sus compañeros y compañeras. Todos estaban bien… por el momento.

    Eleonor Rinsén, quien venía en la segunda línea al frente, se incorporó quedando de rodillas, y apuntando con su brazo hacia el Noroeste, exclamó. ¡Allá, Luri!

    Luriel volteó hacia donde ella señaló. Seis personajes sombrosos, a unos 35 metros de distancia, venían directamente hacia ellos. ¡Demonios! Ya dieron con nosotros, dijo él con voz llena de frustración.

    ¿Qué hacemos? Preguntó Cercenio Limón con voz preocupada.

    En ese instante, los disparos de armas comenzaron a hacerse presentes, y por el eco, adivinaron que se estaban acercando por la retaguardia. Estamos rodeados. Cercenio, tenemos que… Luriel Ceja se detuvo dándose un buen trago de saliva. Lo que diría a continuación no iba a ser fácil de llevar a cabo. Tenemos que… vamos a tener que separarnos.

    ¡Qué! Exclamó Limón.

    Lo siento, Cercenio, pero creo que así tendremos mayor oportunidad de-.

    Sí, sobre todo para quienes esos venenosos no decidan perseguir, acentuó Limón con bastante sarcasmo y frustración. Enseguida llamó. ¡Familia! Síganme. Luego volteó con Ceja. Tomaré el lado derecho. Tú y tu gente rífensela… por el lado izquierdo.

    Ceja solo asintió con la cabeza. Pensó que por el lado izquierdo venían los infectados, pero no deseó crear más problemas de los que ya tenían.

    De pronto, dos detonaciones más se escucharon. En esa ocasión hicieron impacto un poco más cerca.

    ¡Luri!... ¿Hacia dónde? Preguntó Cerafín Balas con desesperación.

    Ceja lo volteó a ver luego de observar como Cercenio Limón y su gente se alejaban. Su mirada estaba vacía. No tenía idea de qué decir o hacer.

    El resto del grupo se acercó a Luriel Ceja. Incluso también lo hicieron los reporteros, quienes habían decidido quedarse con ellos. Todos aguardaron expectantes en espera de instrucciones, además de tener las miradas enfocadas en su líder. Entonces, tres balas golpearon en una roca situada a la izquierda de Ceja, y ni siquiera eso lo hizo ofuscarse. Se encontraba como en un trance hipnótico. Sin embargo, los demás interpretaron eso como darse por vencido, como renunciando a la existencia.

    En ese instante, Ceja miró a cada uno de los siete integrantes de su grupo. Era una mirada resuelta, como volviendo a la vida. A la izquierda. Todos muévanse para cubrirse en ese lado de la colina, dijo él con voz segura.

    Todos se quedaron estáticos y pensativos, tratando de encontrarle sentido a las palabras de su guía. Sin embargo, los primeros en actuar fueron los dos pequeños, Bartolo y Salomón Hoyos de diez y ocho años de edad. Eso fue lo que motivó a los otros a hacer lo mismo.

    De súbito, una lluvia de balas y dos explosiones sucedieron casi a la par, mezclándose con los relámpagos. Por fortuna, el grupo se encontraba protegido al Oeste de la loma.

    ¡Miren! Exclamó la joven Korina Hoyos, apuntando hacia el Norte. Los personajes sombrosos se alejaban, desviándose hacia el Este, hacia donde Cercenio y su grupo se había dirigido.

    Al verlos, Luriel viró su cuerpo en esa dirección, tomó su Glock y comenzó a presionar el gatillo en repetidas ocasiones. Sin embargo, solo el clic vacío se escuchó anunciando el cargador sin una sola bala. ¡Demonios! Exclamó Ceja en total frustración. Corran… corran en aquella dirección, ordenó el líder señalando hacia la falda de la colina por el lado Noroeste.

    Cuando los reunidos comenzaron a avanzar, Ceja se dio la media vuelta encontrándose frente a frente con Cerafín, quien lo detuvo de sopetón.

    ¿A dónde vas? Preguntó el hombre bajito. No es que quiera echar a perder tu fiesta, pero oye, de perdida invítame.

    Necesito desviar a los soldados, del grupo. La voz de Luriel tenía un tono de desesperación, además de premura.

    ¿Hacia dónde los vamos a desviar? Preguntó Cerafín con voz segura y firme.

    Tú necesitas ayudar al resto del grupo. Solo somos tú, Ronaldo, y yo para protegerlos.

    Ronaldo está con ellos. Estarán bien. Además, si nosotros fallamos, todo el grupo seguramente fracasará.

    No tengo tiempo para discutir, dijo Luriel Ceja comenzando a caminar. El bajito siguió por detrás.

    Al llegar de nuevo a la colina, cosa que tuvieron que hacerlo con mucha precaución, ya que la luz del día amenazaba con delatarlos, voltearon hacia el Este, y en ese instante, sus ojos se llenaron de amarga tristeza al ver como varios de los personajes sombrosos daban alcance a Cercenio y su grupo.

    No hay nada que podamos hacer, declaró Ceja.

    Oye, Luri. ¿Qué no eran como seis personas?

    Cuando Luriel volteó de nuevo, su corazón se llenó de un verdadero sentimiento de espanto. Solo había cuatro sombras allá abajo. Los otros, Cera, dijo Luriel, y al instante giraron sobre sus talones con la intención de reunirse con los suyos, pero para su sorpresa, frente a ellos estaba un militar apuntándoles con un rifle AR-15. Luriel supo que ese era su final, ya que su arma estaba completamente vacía, y posiblemente sus compañeros ya estaban muertos. Al menos lo intentamos, dijo Ceja en voz baja para que solo escuchara su acompañante.

    El militar frente a ellos puso una mirada ajada, se acomodó, y antes de disparar dijo, con voz llena de desprecio. Mueran malditos enfermos, y que su virus muera con ustedes. Entonces comenzó a presionar el gatillo.

    *** CAPITULO UNO ***

    No para consumo humano

    10 días antes.

    Diciembre 11. Cabo San Lucas, Baja california Sur. Lunes 3:34am. Los barcos cargueros Serpiente Marina y Viento Huracanado descansaban recargados en la madera gastada y maltratada de los muelles bajos. Esa parte del puerto no estaba en uso desde hacía diecisiete años, pero algunos navíos aún atracaban ahí. En muchas ocasiones con negocios de dudoso proceder.

    Era una noche fría, opacada por nubes grises esparcidas en el firmamento, anunciando un pronto cambio climático. Solo los faroles de los cargueros ayudaban con la visibilidad de los hombres que trabajaban. Un total de once personas habían estado laborando toda la noche para cargar barriles metálicos de un buque al otro. Treinta y ocho toneles verdes marcados con una hoja de olivo circulada en amarillo, con el siguiente escrito en rojo: NO PARA CONSUMO HUMANO.

    Los barriles estaban sellados con un anillo de metal alrededor de la parte superior, y tenían un peso aproximado de 600 kilos, de tal manera que se hizo necesario utilizar una grúa hidráulica para colocarlos dentro del barco. Todo se hizo con cuidado y sobre todo sin que algún extraño se llegase a enterar, ya que se trataba de un cargamento ilícito, y el capitán lo sabía.

    Era una época baja en cuanto a negocio de cargueros se refería, y Flavio Remíz, el capitán de Serpiente Marina, también conocido como Toro había aceptado tal propuesta de una industria farmacéutica, que consistía en llevar los barriles lejos de las costas mexicanas y deshacerse de ellos.

    Desde luego que la firma farmacéutica había puesto algunas clausulas al respecto. Primero que nada, se les pidió a los encargados un total silencio en cuanto al tema. Ni siquiera la tripulación debería saber el contenido de los barriles, la procedencia de ellos, ni el motivo de la tarea. Luego, al capitán se le había pedido no reportar en sus libros dicha travesía, convirtiendo el viaje en un recorrido clandestino. Finalmente, se le dijo a Flavio que debería encontrar una isla solitaria lejos de las costas de la Baja California y enterrar los barriles a una profundidad de cuatro metros. Por ningún motivo deberían de soltar dichos contenedores en el mar, ya que si la marea los empujaba a las costas, sería un verdadero dolor de cabeza para los dirigentes de la compañía farmacéutica.

    Por una suma de mucho valor monetario, el capitán Remíz había aceptado el trato, argumentando que solo a él se le diera el contenido completo de la carga. El portavoz de la firma le había dicho que se trataba de un simple deshecho, y que ya existía otro buque, el cual solo haría la entrega de los barriles a mitad del camino.

    ¿Pero esa carga es completamente legal, no es así? Había comentado el capitán. Yo he sabido de cargamentos parecidos. ¿Qué hay de diferencia con este?

    Se le había dicho al capitán de Serpiente Marina que era sumamente complicado. Estaban fuera de temporada y no habían llenado los requisitos para hacerlo de una manera legal. Si eso era verdad o no, Remíz carecía de conocimiento en cuanto a las reglas y procedimientos de deshechos farmacéuticos. Él había enfocado su ánimo en la enorme suma ofrecida, la cual sería dividida. La mitad en cuanto él aceptara el trato, y la otra mitad al término de la tarea. Aparentemente no se preocupó mucho por lo legal o ilegal del producto.

    Una instrucción más se le había agregado al contrato, y se trataba de la manera de manejar los toneles. Toda persona que tuviese contacto directo con los barriles, debería de usar guantes de cuero impermeables y mascarilla cónica blanca para enfermero, los cuales fueron proveídos por los contratistas. La única razón que se le había dado al capitán para ello, era que el barril posiblemente podría dejar escapar algún gas, el cual sería nocivo para la salud de aquel que lo respirara.

    Con todo eso, y con los 38 toneles verdes a bordo del buque, el capitán Remíz caminó hasta encontrarse con el capitán del otro barco. Ninguno de ellos conocía el nombre de la compañía farmacéutica, y como toda carga negra, como comúnmente se le conoce a ese tipo de operaciones ilegales, no existía papeleo para firmar o documentarla.

    Todo listo, capitán Treviño.

    Menos mal, capitán Remíz. Ya está por amanecer y es mejor que parta cuanto antes. Yo ya cumplí con la parte de mi contrato. De usted depende de que ambos recibamos la paga.

    No se preocupe, capitán Treviño, todo está perfectamente planeado.

    ¿Puedo saber en dónde piensa tirar esos barriles?

    Hay una isla a unos ochenta kilómetros de las mediaciones de la costa de la Baja California hacia el Oeste, en el Pacífico.

    Solitaria, supongo.

    Completamente. Ni las aves llegan a esos terrenos. Además, de acuerdo a las instrucciones, debo enterrar la carga.

    Buena idea, y dígame, capitán. ¿Cuándo piensa terminar la tarea? Digo, a ambos nos interesa cobrar el resto de la paga.

    Muy cierto, nos tomará unas treinta y dos horas de viaje. Tal vez unas seis u ocho para enterrar, y enseguida estaremos de vuelta, si es que la madre naturaleza no se interpone en el camino.

    Treviño hizo cuentas mentalmente. Digamos… unos tres días.

    Si todo sale bien y los vientos nos favorecen, así será.

    Ambos capitanes estrecharon sus manos y se despidieron.

    ¿Tú qué crees que sea esto, Tibio? Preguntó Pánfilo mientras acomodaba el último barril. Frederico de 36 años y Pánfilo de 40, trabajaban como obreros en la tripulación de Serpiente Marina. Ambos usaban guantes y hablaban a través de una mascarilla azul.

    Es algo que no podemos consumir, replicó Frederico con tono bromista.

    Estoy hablando en serio.

    Eso dice en el barril, Bulbo. ¿Qué quieres que yo haga?

    ¿Crees que sea algún veneno extraño?

    ¿Qué te hace pensar eso, Bulbo?

    ¡Hey! ¿Qué están discutiendo, ustedes dos? Llegó diciendo Reubén, el mecánico del barco, quien también había estado ayudando en la tarea de subir el cargamento.

    No estamos discutiendo, Tuercas. Aquí don Bulbo, el científico, quiere adivinar el contenido de estas latas.

    Tú que todo lo sabes y si no lo inventas, Tuercas, dijo Pánfilo. ¿Qué hay en estos barriles?

    El mecánico, de 39 años, se retiró el tapabocas. ¿Por qué tanto peroreo? Sea lo que sea, debemos dar gracias de que nos van a dar una buena paga. De otra manera no hubiera habido dinero para pasar una buena navidad esta temporada.

    Ya ves, menso. Te dije que esto era una buena causa, se apresuró a decir Pánfilo.

    Sí, chuchito, tú eras el que quería saber, se defendió Frederico.

    Bueno, basta de palabrerías, intervino Reubén. ¿Todo listo?

    Listo, contestaron los otros dos al unísono.

    Vamos. El capitán está por llegar y hay que preparar todo para partir, dijo el mecánico acomodándose la mascarilla, comenzando a caminar.

    Los compañeros siguieron más atrás, y fue Pánfilo quien comenzó a hablar en voz baja. Oye, Tibio… ¿Y por qué nos hacen usar estos bozales y guantes?

    Frederico le ofreció una mirada angosta, y sin decir palabra alguna, continuó su camino.

    Guadalajara, Jalisco. 8:15am. Luriel Ceja Montes, un educado y notable epidemiólogo, que además de ser modoso en su forma de ser, era muy querido por todos sus colegas. Ceja se encontraba de pie en su oficina frente a la ventana en el octavo piso del edificio. Su mirada estaba fija en nada en particular, observando más allá del cristal oblongo a través de la recia lluvia en la ciudad.

    Luriel era alto, de 31 años de edad. Medía 1.83 metros de estatura, lo que le daba mucha de su personalidad. Su complexión era delgada-media. Sin embargo, no era una persona atlética. Generalmente era serio, pero reía cuando se lo proponía. Tenía la piel blanca y humectada, ya que el sol del exterior rara vez se encontraba con su piel. Sus ojos eran grandes y negros como el carbón. Era de nariz delgada y cejas bien marcadas. Siempre vestía bien, lo cual era otra buena cualidad en él. En el trabajo, por lo regular usaba camisa de manga larga, de buena marca, y corbata bajo su bata blanca. Fuera del área de trabajo, vestía casual, con ropas polo, y si se atrevía a ir a ver un partido de futbol, sobre todo de su equipo Las Chivas, tenía apartados sus atuendos deportivos Náutica, o Polo Ralph Lauren.

    Hoy no iba a ser la excepción a la regla. El epidemiólogo vestía camisa Banana Republic de color violeta, pantalones VanHeusen negros, zapatos La Coste color vino y corbata Dockers en amarillo con líneas transversales en negro. Además, para darle el último toque de moda, usaba su cabello castaño oscuro, de corte ejecutivo, peinado de lado, con la raya en la izquierda.

    La puerta tras Ceja Montes se abrió lentamente, mientras que el golpeteo de las gotas de la lluvia camufló el leve sonido de las bisagras secas.

    "♪ Gotas de lluvia al caer ♫" Tarareó Cerafín Balas ya dentro de la alcoba.

    Ceja dio un leve sobresalto, cerró los ojos, y agachó su cabeza como controlando cualquier reacción que pudiera causarle el inesperado encuentro. Cera, Cera, Cera. Aún no has aprendido a tocar la puerta para advertir tu presencia a mis espaldas, dijo el epidemiólogo sin voltear.

    Sí toqué, Luri. Lo que pasa es que estabas tan concentrado que-.

    Ceja Montes se dio la media vuelta, y colocando sus manos a su espalda, dijo con voz lenta y blanda. "Está bien, Cera. Nunca le voy a ganar al América aunque lleve tres goles de ventaja."

    ¡Ja, ja, ja! Fue un chiste. ¡Oh! Un verdadero milagro ha ocurrido, dijo Balas elevando los brazos arriba de su cabeza. El señor Luriel Ceja Montes ha hecho un cómico comentario.

    No fue un chiste, Cera, esa es la realidad.

    ¡Ja, ja, ja! ¿Sabes qué?... Tienes un gran sentido del humor, amigo.

    Luriel caminó hacia la silla tras el escritorio de caoba. Hablando en serio, Cera. No es nada cómico lo que está sucediendo entre Lea y yo, comentó Ceja dejándose caer en la giratoria.

    Balas se vio interesado. Era parte de la naturaleza de él. Entonces tomó asiento en la silla frente al escritorio. ¿Y ahora?... ¿Qué sucedió?

    Ceja echó un fuerte suspiro. Creo que no hemos logrado hacer encajar nuestros diferentes mundos. El de ella parece ir en una dirección, y el mío… en otra. Al menos así me lo hizo ver ella.

    ¿Cuánto hace de esto, Luri?

    Montes pensó unos segundos. Como seis días. Un día antes de que ella se fuera a Zacatecas con su equipo.

    Mira, amigo. Tal vez estos días trabajando duro en Fresnillo, y combatiendo esa extraña fiebre amarilla, la van a hacer olvidar el asunto. Seguramente te ha de estar extrañando. Digo, eso suele suceder en las parejas. Cerafín Balas estaba tratando de confortar a su amigo. De hecho, era su mejor amigo desde hacía siete años. Poco antes de comenzar a trabajar en INACEP (Instituto Nacional de Epidemiología). Habían sido compañeros de clase en la Universidad Autónoma de Guadalajara (UAG) por dos semestres. Luego de graduados, cada uno se había aventurado por caminos separados en diferentes empleos, moviéndose de ciudad en ciudad. Luego de algunos trabajos aquí y allá, sus senderos, como por arte del destino, se encontraron en la misma ciudad que los había graduado. Eso ocurrió durante una conferencia de epidemiología en el Centro Cultural de la ciudad de Guadalajara. Un año y medio más tarde, ambos se encontraban trabajando para INACEP, lo que muchos consideraban el sueño realizado de todo egresado de la universidad.

    Cerafín era de baja estatura, 25 años, piel morena clara, rostro redondo, y muy risueño. Tenía el cabello corto y crespo, de color almendra, y su carácter era bastante llevadero, suficiente informal, y exageradamente bromista. Siempre hacía chiste de cualquier situación a su derredor, pero sabía tomar las cosas en serio cuando la ocasión lo requería, aunque con un toque de humor.

    Algo peculiar en la forma de vestir de Balas, era que a pesar de que se esforzaba por seguir el ejemplo de su amigo, cualquiera que fuese la elección de su atuendo, siempre vestía tenis. No solo un tenis de marca, sino nada serio. Uno de colores llamativos. Uno rojo con azul fuerte y morado. Uno con amarillo y verde fosforescente, o uno turquesa brillante con un negro opaco. Algo que fuese de la mano con su personalidad. Incluso, en ocasiones vestía tenis de diferentes pares.

    Además, continuó el bajo de estatura. Tus vacaciones vienen en… seis días.

    Cuatro días. Este viernes, corrigió Ceja.

    ¿Ves? Tienes bien contados los días.

    No. Simplemente… no importa. Continúa.

    Ve a Puerto Vallarta. Renta un barco y lánzate a la mar. Vive de la pesca por unos días, sugirió Balas.

    Cera. Tú sabes que no soy hombre de actividades al aire libre.

    Pues comienza a serlo. Es verdad que a la mayoría de las mujeres les gusta viajar, pero hacerlo todo el tiempo las llega a aburrir. Tienes que ser variado, amigo.

    Sí, dijo Luriel llevándose la mano a la barbilla, tomando una pose pensante. Tal vez tengas algo de razón.

    ¿Qué si tengo razón? Luri. ¿Dónde crees que se encuentran las mujeres más sexis de la tierra? Yo te digo que ellas están en las playas, en el mundo, afuera de la puerta de tu casa.

    Bien sabes que soy alérgico al exterior, Cera. Tú me conoces bastante bien. No salgo a acampar al patio trasero de mi casa por temor a perderme. No hago días de campo porque no se qué llevar ni a donde ir. Las fiestas me aburren, no les encuentro sentido. Solo el de escuchar críticas en cuanto a cómo van vestidos los invitados, o el susurro burlesco sugiriendo que los regalos fueron demasiado baratos e inservibles.

    ¿No crees que es tiempo de comenzar a aprender? ¿De recorrer nuevos horizontes? ¡Caray, Luri! Tú siempre te has distinguido por querer aprender.

    Sí, en cuanto a mi profesión.

    Dime una cosa, Luri. ¿Qué harías si te encontraras de repente en medio de una carretera solitaria, donde del lado derecho del camino hay una gran selva llena de animales salvajes, y del otro lado hay un pantano y arenas movedizas? Entonces, frente a ti aparece un abismo enorme y a tus espaldas, bueno… te están siguiendo unos hombres a caballo, con grandes machetes en sus manos. Tú solo cuentas con un revolver con una sola bala en el cilindro. ¿Qué harías?

    Eso suena como una pesadilla… lo que haría sería despertar de esa pesadilla para que todo eso desapareciera.

    Ay, Luri. Espero que realmente nunca llegues a pasar por algo así en tu vida, pero si llegara a suceder… yo estaré ahí por ti, amigo.

    Gracias, Cera. Te prometo aprender a lidiar con actividades al aire libre, pero por el momento necesito resolver mi situación presente. Luego de quedarse pensativo unos segundos, Luriel dijo. Ya sé lo que voy a hacer, Cera.

    Con que no sea saltar por esa ventana. La caída puede que no sea del todo placentera, apuntó el del cabello crespo.

    No. Hoy llega Lea de su viaje a Fresnillo, Zacatecas. Voy a abordarla. Platicaré con ella y arreglaré todo entre nosotros.

    Bien por ti, amigo. Ella es una buena mujer. Solo deben encontrar el tiempo para los dos.

    Cera. Luriel lo miró fijamente. ¿Me creerías si te dijera que no me hago con hijos? Siento que no podría lidiar con personas de tan poca edad y bastante insolentes.

    He notado que te alejas de todo aquel que actúa como persona inmadura.

    Si. Me desespera que repitan preguntas tan obvias. Que contesten lo contrario a lo que quieren, y que no sepan valerse por sí mismos.

    Espero no estés hablando de mí.

    No, Cera. Tú eres la excepción a la regla.

    ¡Ah! Es bueno saberlo.

    En el buen sentido de la palabra, por supuesto.

    Oye, Luri. ¿Sabe todo esto Lea?

    ¿En cuanto a que tú eres la excepción?

    No. En cuanto a ti y los niños.

    No. ¿Crees que se lo debo decir?

    El bajito lo miró fijamente a los ojos. Que ni se te ocurra decirlo frente a ella. Sería catastrófico. Además, pienso que es algo que no dices en serio. Estoy seguro que te van a agradar los niños.

    Pero… estoy hablando en serio.

    Hazme un favor, Luri. No menciones niños frente a ella… por ahora.

    *** CAPITULO DOS ***

    CECONEP E INACEP

    Punta Ardiente, Baja California Sur. 8:30am. Resbalándose en el lodo formado por la lluvia nocturna, con su overol manchado en su mayoría, y cansada, pero firme en su convicción de terminar su jornada, Korina Hoyos, de tan solo 17 años de edad, se encontraba bajo las nubes grises arreando veinte vacas de regreso al corral, luego de haber tomado varias horas en limpiarlo a conciencia.

    Era de admirarse, ya que la joven Korina era una jovencita de cuerpo delgado, bastante frágil, y con una estatura de apenas 1.68 metros. Su rostro poseía facciones sumamente bellas, desde sus labios delgados que daban la impresión de coquetear con cada movimiento, hasta sus sucios, pero bellos pies. Su nariz era finita, delgada y recta, terminando en punta elevada, como si hubiese sido creada por un escultor greco-romano del siglo XVI. Sus ojos eran grandes y alargados, de un tono azul-gris como el mar agitado que acompaña al puerto, y sus cejas estaban arqueadas perfectamente en una especie de línea cóncava sobre sus ojos, teñidas del mismo tono castaño claro como el de su largo cabello lacio, el cual estaba recogido en una cola de caballo. Su piel era color miel y estaba sedosa, a pesar de las inclemencias a las que se veía expuesta a diario.

    Korina vivía en las afueras, al Norte de Punta Ardiente, un pequeño puerto de no más de 4,000 personas, cerca del ombligo de la Baja california, donde el turismo lo hacía engrandecerse un poco más. Ella se había levantado a las cinco de la mañana para comenzar sus labores diarias. Había aseado la sala y comedor, se había alistado dándose un merecido baño para luego atarearse con la preparación del desayuno, alistar el lonche, y dejar todo preparado para la comida, ya que no tendría mucho tiempo parea dedicarle a esa faena.

    A las 5:45 de la mañana había levantado a sus hermanos con quien vivía, Bartolo de diez años y Salomón de ocho. Mientras Bartolo se alistaba por sí mismo, Korina ayudaba al más pequeño. Una vez vestidos, lavados de boca, y con sus libros escolares listos, los niños se presentaban a la mesa para desayunar los tres juntos.

    Bartolo no cooperaba mucho con su hermana, pues tenía un par de años haciéndole la vida más complicada de lo que ya era para ella. Sin embargo, Korina lo entendía y en ocasiones tenía que ignorarlo para poder seguir adelante con su itinerario diario.

    A las 6:10 de la mañana Korina había encaminado a sus hermanos a la escuela pública, lo que había sido una gran faena esa precisa mañana al encontrarse con la lluvia, la cual los había acompañado los 45 minutos del recorrido a pie. De ahí, luego de haberle encargado a Bartolo que tuviera cuidado de su hermano menor, ella había emprendido su caminata hacia el rancho Los Molinos, donde se encontraba en esos momentos, y donde debería de continuar realizando esas duras tareas hasta la 1:30 de la tarde.

    Korina estaba agradecida con el dueño del rancho. Se conocían de varios años atrás, y a pesar de no haber mucho trabajo disponible, él le había brindado la mano ofreciéndole seis horas en la mañana, y aunque la paga no era mucha, unos doscientos cincuenta pesos semanales, ella estaba contenta, ya que no deseaba dejar de poner alimento en la mesa de su casa, mantener a sus hermanos en la escuela, y lo más sagrado para ella, mantener su casita de tres recámaras.

    Guadalajara, Jalisco. 3:16pm. La van gris con el logo de CECONEP (Centro de Control de Epidemias) en letras rojas, se detuvo en el aparcadero del edificio de INACEP. Eleonor Rinsén y su equipo que constaba de dos hombres y dos mujeres, se bajaron del vehículo. Todos arrastraban maletas de diversos tamaños, formas y hechuras, las cuales contaban con asideros y ruedas traseras.

    El edificio era amplio y bastante llamativo, por sus colores verdes en sus columnas. Contaba con ocho pisos y varios guardias en cada uno de ellos. Era una facilidad fuera del alcance del público general, ya que era de alta seguridad. Solo los empleados debidamente acreditados e identificados podían tener acceso a las instalaciones. Las personas ajenas que desearan visitar el lugar, deberían de llenar una forma en papel, complacer los celosos requerimientos, y luego de tal vez una o dos semanas de espera, podría otorgársele la fortuna de entrar a las instalaciones, pero solo con una escolta de dos guardias, por lo menos.

    En la planta baja del edificio INACEP se encontraba el recibidor y las oficinas administrativas. Era el único lugar donde los visitantes podían entrar sin restricción para preguntar, hacer citas, y pedir formularios para ser llenados, o hacerlo todo por internet.

    De ahí, el resto del edificio se dividía entre las dos organizaciones. INACEP se dedicaba a crear curas para enfermedades, tratar con los diferentes virus y bacterias, y mantener actualizadas todas las vacunas necesarias para la inmensa variedad de enfermedades. Esa organización ocupaba los cuatro pisos superiores.

    INACEP, a su vez estaba dividida en cuatro departamentos: a) Epidemias comunes o nivel 1, los cuales se encargaban de enfermedades tales como tosferina, difteria, etc. b) Epidemias controlables o nivel 2. Es el tratado de enfermedades como la gripe, la influenza, etc. c) epidemias peligrosas o nivel 3. Tales como la tifoidea y la hepatitis como sus prioridades, entre otras. d) Epidemias desconocidas o nivel 4. Ahí era donde se trabajaba con virus extremadamente malos, extraños, o desconocidos, como el de la muerte negra, la salmonella, etc.

    La otra organización llevaba por nombre CECONEP quienes eran como los leucocitos o glóbulos blancos, como los soldados de ataque. Esos a su vez se dividían en tres grupos o departamentos: 1) Equipo preventivo. 2) Equipo de control. 3) Equipo activo de ataque. A ese último pertenecía Eleonor y su equipo. Ellos eran los que iban al campo. Es decir, a donde se presentara un brote epidémico difícil de controlar para los médicos locales. En otras palabras, los de la CECONEP servían como apoyo a todas las dependencias de salud como hospitales, clínicas, y cualquier centro de servicio médico público o privado. Esa organización ocupaba los pisos dos y tres.

    El grupo recién llegado se reunió en la sala de conferencias situada en el cuarto piso. Un cubículo amplio, con una mesa para 14 personas, equipada con un proyector conocido como cañón para trasmitir videos o presentaciones en la pared posterior.

    Doroteo Botella, jefe del departamento, los estaba esperando en la sala. Bienvenidos y felicitaciones, en nombre de todo el personal, saludó el jefe de 45 años de edad.

    Los cinco recién llegados, habían dejado las maletas a la entrada de la sala, dejándose caer sobre las cómodas sillas.

    Recibí varias llamadas y coreos electrónicos de Zacatecas, continuó Botella. El trabajo que realizaron para detener esa fiebre amarilla fue excelente. Eleonor, al igual que los doctores de Fresnillo, estoy complacido contigo y tu equipo.

    Eleonor Rinsén Medina era una mujer de 28 años, muy independiente y luchona. Amaba su trabajo y tenía sus prioridades bien definidas. Era de buena estatura, de 1.78 metros, de un cuerpo con formas a la medida de todo gusto varonil. Su cabello negro era lacio y largo hasta el cuello, regularmente sostenido por una diadema. Siempre trataba de sonreír aunque estuviese hasta la coronilla de problemas, y para ello tenía un lema, el cual había hecho famoso entre sus compañeros: "Los problemas son solo trocitos de conocimiento, que al final del camino sabremos mucho más por enfrentarlos que por evadirlos."

    Fue un trabajo de equipo, señor Botella, habló ella con voz firme. Cada uno de ellos aportó conocimiento, labor, e ideas importantes para eliminar a nuestro microscópico enemigo, explicó Eleonor volteando hacia sus compañeros, ofreciéndoles una grata sonrisa.

    En el octavo piso del edificio de epidemiología se encontraba trabajando el equipo de epidemias desconocidas o nivel 4. Ese era un lugar extremadamente restringido, y por lo tanto, la seguridad era más enérgica. Ahí se lidiaba con virus súper letales como el virus de la fiebre negra que atacó el continente africano en el siglo XVII. También se experimentaba para encontrar mejores y más efectivos antídotos, sobre todo para virus de extraña procedencia. Lo más delicado de ese lugar, era el enfrentarse a nuevos virus o mutaciones de los ya existentes, ya que se desconocía su origen, su comportamiento, y su manera exacta de atacar y matar.

    La sección Este de ese piso estaba dividida por unas grandes puertas metálicas controladas por medio de computadora y eran vigiladas por dos oficiales las veinticuatro horas. Tras esas puertas había una cámara hermética que solo se abría colocando la palma de la mano en una pantalla que leía las huellas, así como las venas. Solo personas autorizadas podían tener acceso a ese lugar.

    En esa cámara había una serie de refrigeradores cilíndricos activados con gas de hidrógeno donde se almacenan muestras de todo virus existente, así como sus antídotos, si es que existían.

    Al entrar al piso 8, había una pequeña sala, una cocineta, un comedor, y un baño. Se le denominaba la Antesala Civil o el Lugar Seguro. Ahí se podía estar con ropas civiles, tal y como los empleados llegaban a trabajar.

    Al Este del Lugar Seguro se encontraba una puerta de color rojo, donde una serie de luces giratorias, en color naranja, anunciaban cuando la puerta roja se abría. Tras esa puerta había un pequeño cubículo conocido como Cuarto de Preparación. Ahí, la persona se colocaba un uniforme protector blanco, parecido al que usan los astronautas, pero con diferente casco. Era un uniforme completamente sellado como seguridad del portador. En la espalda llevaba colocado un pequeño cilindro metálico de color azul cielo el cual proveía el oxigeno.

    Una vez vestidos con el equipo semi astronáutico, las personas podían pasar a la limpia, que se trataba de una especie de regadera que rociaba un desinfectante sobre el traje blanco. De ahí, la persona estaba lista para pasar al laboratorio a trabajar. Cada vez que se tomaba un receso, ya fuese para comer, usar el baño, o simplemente para descansar o discutir en cuanto a lo logrado, se tenía que pasar por el mismo procedimiento, pero a la inversa.

    Luriel Ceja y Cerafín Balas abandonaron el Cuarto de Preparación entrando a la Antesala Civil. ¡Recontra virus bifurcados! Exclamó Balas sacudiéndose la cara como si tuviera mosquitos en ella.

    Ceja sonrió. Todo está bien, Cera. Ya estamos a salvo, dijo él en forma de broma.

    No me refería a los micro-virus. Ellos y yo somos buenos cuates.

    ¿Entonces?

    Balas bajó un poco la voz al notar más personas en ese lugar. Es este traje espacial, Luri.

    ¿Otra vez le dio la temblorina a Cera, Luri? Dijo Dionisio Mollín. Él se encontraba en el comedor tomándose una taza de café, acompañado de Colé Barra.

    Balas volteó en todas direcciones como si no supiera de donde había venido el comentario. ¿Escuchaste, Luri? Ese es el eco de la voz de un fantasma. Sí, un fantasma que quiere adaptarse entre nosotros, pero no lo deja su estado físico."

    Luriel Ceja emitió una breve sonrisa.

    Ya te escuché, Cera, reprochó Mollín incorporándose, caminando hacia la puerta roja, seguido de Colé Barra. Ahora entiendo por qué dices que los virus y tú son buenos camaradas.

    Y dale con eso, masculló el del cabello crespo.

    Mollín continuó. Porque tú y ellos son casi de las mismas dimensiones, y sobretodo tienen un parecido familiar, mi Cera. Ja, ja, ja.

    No seas así, Dionisio, intervino Barra, la única mujer en el equipo de Luriel. Ella tenía 1.73 de estatura, un poco más alta que Balas, y para ser mujer, era considerada una persona alta. Era de cuerpo esbelto, tal vez unos diez kilos de más, y sus piernas eran largas. Tenía 29 años de edad, pero representaba poco más. Sus cejas eran muy pobladas, pero las opacaban los anteojos guinda de aros grandes y pesados que usaba. Sus compañeros a veces le decían que no ocupaba microscopio para observar criaturas pequeñísimas, o en ocasiones le hacían burla pidiéndole prestado sus anteojos porque el microscopio no tenía mucha potencia.

    Cera, no le hagas caso, dijo ella acercándose, poniendo su mano en el hombro de él.

    Bueno, muchachos, irrumpió Ceja. Los dejo. Tengo un pendiente qué resolver. Entonces caminó hacia la salida.

    ¿Dónde está Carmelo? Preguntó Colé.

    Luriel se detuvo en el umbral de la puerta, voleándose hacia ella, pero fue Balas quien contestó. "Se quedó en el Laboratorio. Según él, va a tratar de conquistar a una virus que disque tiene muy buena figura. Por lo menos tiene el mejor cuerpo de entre todos los bastoncitos."

    Mollín y Barra rieron.

    Ceja sonrió, y enseguida se dio la media vuelta, desapareciendo tras la puerta.

    Al abrirse las puertas del elevador en el tercer piso, Luriel Ceja dobló a la izquierda, hacia la sala de conferencias, y cuando llegó al escritorio de la secretaria encargada, antes de preguntar en cuanto al grupo que había llegado de Zacatecas, la puerta tras él se abrió. Ceja giró sobre sus talones justo a tiempo para ver a Eleonor caminar hacia afuera de la sala. Entonces se adelantó, encontrándose con ella a dos pasaos de la puerta. Hola, Lea, dijo él con voz algo nerviosa.

    Eleonor Rinsén venía algo distraída, pensando en lo que se dijo en la reunión. ¡Ho… hola, Luri! Logró decir ella con sorpresa.

    Felicidades por lo de Fresnillo.

    Gracias, Luri. Y… ¿Cómo te ha ido?

    Eleonor, salió de la sala diciendo Sirilo Ambrano. "¿Entonces te esperamos en Las Cazuelas?"

    Ella se volvió hacia Ambrano y asintió con la cabeza.

    El resto del grupo abandonó la sala de conferencias. Cada uno de ellos saludó a Rinsén animosamente mientras se alejaban.

    A… mí, me va muy… me va bien. Es decir, no tan bien como-.

    Disculpen, Salió el señor Botella, y poniendo una mano en el hombro de la chica Medina, continuó diciendo, dirigiéndose al varón. Hola, Luriel, me da mucho gusto verte.

    Ceja abrió la boca para contestar, pero el jefe de Eleonor continuó, dirigiéndose a ella. Eleonor, nuevamente muchas felicidades.

    Gracias, señor.

    Cuando tengas tiempo de terminar el reporte, llévalo a mi oficina. ¡Ah! Y no te aflijas por nada… tómate unos dos días de descanso. Te lo mereces.

    Así lo haré, señor, dijo ella con una agradable sonrisa en sus labios.

    Bueno. Me temo que los voy a dejar. Debo irme. Fue un gusto, Luriel.

    De nuevo Ceja abrió su boca con el fin de responder, pero el señor Botellas le había dado la espalda, caminando de prisa por el corredor. Entonces, Luriel se volvió hacia la dama. ¿Te parece bien si…? ¿Podríamos ir a comer a un lugar? Digo… este… donde podamos platicar.

    Luri. Ella suspiró. Es muy pronto. Además, me siento muy agotada. Fue una jornada muy pesada. Solo quiero llegar a casa y descansar. Ella se acercó y lo besó en la mejilla. ¿Qué te parece si lo dejamos para otra ocasión? Y sin esperar respuesta, ella se retiró.

    "Pensé que ibas a festejar con tu equipo en… Las Cazuelas," dijo Luriel Montes para sí mismo.

    *** CAPITULO TRES ***

    Con un motor no podemos

    Océano Pacífico. 8:07pm. Rómulo venía al timón dirigiendo el carguero Serpiente Marina a través del Pacífico, al Oeste de la Baja California. Rómulo era un hombre robusto con evidencias de músculos bien entrenados, como muchos marinos, a pesar de sus 42 años. Usaba bigotes poblados en tijera, al estilo revolución, y barba de candado. Tenía la costumbre de siempre traer un cigarrillo en la boca, aunque en ocasiones no estuviese prendido.

    Rómulo, al que sus compañeros apodaban Rorro, observaba periódicamente los instrumentos frente a él. Él era el asistente o Segundo al capitán, lo cual había hecho por los últimos dos años. Siempre se aseguraba de llevar el curso correcto para cumplir a tiempo con su itinerario de llegada y partida.

    El asistente estaba animado, pues semanas antes habían estado esperando alguna llamada para ser contratados, pero los teléfonos habían permanecido en silencio, y el desánimo se había comenzado a apoderar de toda la tripulación, ya que eran vísperas de navidad y no se veían señales de ganarse algunos pesos extras en un futuro cercano. Fue entonces que los representantes farmacéuticos los habían contactado para hacer ese lucroso viaje. Ahora los separaban días de recibir no solo un poco de dinero, sino una muy buena paga, asegurándoles una placentera y fructífera navidad.

    El cielo estaba gris. Había dejado de llover hacía unas tres horas, y el viento del Este estaba provocando olas que mecían la embarcación como en mociones lentas. Fuera de eso, el viaje había sido tranquilo.

    ¡CLA, CLA, CLA, CHIUMP! Se escuchó sordamente al tiempo que el navío se estremeció. Rómulo bajó la velocidad y puso la trasmisión en neutral. Aún se lograba escuchar un ¡CHIUMP! Mofleado, y enseguida los motores dejaron de funcionar. Entonces el asistente tomó el micrófono de la radio y llamó. ¡Tuercas! ¡Tuercas! ¿Qué sucede?

    ¿Qué pasó Rorro? Llegó diciendo Frederico, acompañado de Pánfilo.

    Rómulo les hizo una seña con la mano de que esperaran.

    Aquí Tuercas… ¿Eres tú, Rorro?

    Sí. Dime qué fue lo que pasó.

    Son los malditos inyectores. Se los dije antes de salir, renegó Reubén por la radio.

    En ese instante entró el capitán Remíz al puente de mando. Era un hombre de 1.75 de altura, tez morena, 51 años de edad, y abultado de la barriga. ¿Qué está ocurriendo, Segundo?

    Parece que uno de los motores tuvo un desperfecto, capitán, contestó de inmediato el asistente.

    El capitán se aproximó y tomó el micrófono. Tuercas… habla el capitán Flavio.

    Diga, capitán.

    ¿Podemos continuar con el otro motor?

    Hubo un momento de silencio. Cre… creo que sí, capitán, pero no garantizo llegar muy lejos.

    ¿Qué tanto tiempo podemos avanzar? La voz del capitán se tornó brusca y algo frustrada.

    Unas… diez horas, contestó con vacilación el mecánico.

    Flavio Remíz se volvió con su asistente. Rorro. ¿Dónde estamos?

    Rómulo se inclinó sobre una mesa donde había un mapa extendido en su superficie. Aquí, capitán, señaló el Segundo con su dedo.

    Aún estamos retirados de nuestro destino, observó el capitán.

    Y peor aún, con una sola máquina funcionando, agregó el asistente.

    ¿Opciones? Preguntó el capitán.

    No creo que volver sea una de ellas.

    Ni pensarlo. Tenemos que deshacernos de estos barriles.

    Rómulo hizo un gesto ambiguo. ¿En el mar?

    Remíz consideró la propuesta. Era cierto que necesitaba el dinero, pero… ¿A qué precio? No sabía con exactitud lo que su cargamento contenía, aunque se imaginó que se trataba de una especie de deshechos de plantas orgánicas, por el logo en los barriles, pero el hecho de que quienes los habían contratado fuesen tan misteriosos, y el haberles pedido protección al manejar los toneles, y las instrucciones meticulosas que se les había dado en cuanto a enterrarlos, hicieron que el capitán pensara que se trataba de otro tipo

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