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El Cuarto Amigo
El Cuarto Amigo
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Libro electrónico584 páginas8 horas

El Cuarto Amigo

Por Zyanya

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Información de este libro electrónico

La vida amorosa de Esteban se vio abruptamente truncada por la ruptura sin sentido de su novia, y para curar esa herida tan profunda en su corazón, Esteban abandonó la ciudad que lo vio nacer, sus amigos, y hasta su familia.
Esteban se convirtió en soldado ya que descubrió que eso lo distraía bastante y lo hacía olvidar su pasado amoroso. Llegó a ser muy aplicado en el entrenamiento y aventado en las tareas de su nuevo oficio que hasta llegaron a proponerle un ascenso.
Un día mientras Esteban viajaba en un camión militar con la asignación de reconocer el lugar en busca de una banda criminal muy peligrosa, el joven soldado tenía puestos sus ojos en la ventana. Fue ahí, a lo lejos, donde vio a una mujer sentada en una de las mesas de un restaurante. De hecho, era la segunda vez que la veía. Era una mujer de lo más bella y diferente a las demás alrededor de ella, según él.
Entonces, al intentar señalarle a su compañero el lugar donde se encontraba la bella mujer, ella volteó hacia el camión y Esteban tuvo que agacharse para no notarse grosero ante ella.
Poco después, al parecer el destino le hizo una jugada a Esteban, pero fue una jugada muy buena, ya que se encontró cara a cara con aquella dama del restaurante. Ella parecía estar triste y algo confundida, cosa que Esteban trató de entender, pues su amor era aún mayor por ella ahora que la tenía cerca, y no estaba dispuesto a cometer un error para alejarla de él.
Tiempo más adelante, la bella dama y Esteban se hicieron amigos e hicieron un pacto que dejó mucho más desconcertado a nuestro soldado. Le dijo que ella le ayudaría a terminar su misión y a cambio, él tenía que dedicarle unos días a ella.
Esteban aceptó de buena manera ignorando que se estaba embarcando en una misión desconocida, llena de misterio, y peligrosamente aventurera.
La historia no termina ahí, cuando los dos cumplen con su promesa, pues ya para entonces, Esteban estaba completamente seguro que deseaba estar al lado de esa mujer, de tenerla como compañera eternamente, de abrazarla para siempre entre sus brazos.
Sin embargo, a sus oídos llegó la noticia de que sus amigos que él había abandonado, habían sido secuestrados por una banda de criminales que no tenían nada que ver con los que él había luchado anteriormente. Entonces toma la decisión de ir en rescate de sus amigos. La dama le dice que ella desea ayudar y de alguna manera lo acompaña, pero Esteban le dice con voz seria y con mucho respeto que se mantenga al margen pues no desea que salga herida.
Entonces Esteban se lanza al rescate de sus amigos de infancia, donde descubrirá el verdadero significado de la palabra amistad y de que no debe de mezclar eso por lo que sienta su corazón por una mujer.
El soldado deberá saber valorar las situaciones individuales y darles su lugar a todos los que lo rodean. Aprenderá que la amistad es lo más valioso que una persona posee. Que el amor es un arma poderosa que puede a veces disparar en su contra, y que la familia es lo más noble y sagrado que Dios le dio en esta vida.
Esteban luchará por salvar a sus amigos, por quedarse con la mujer que ama, y ayudar en todo a su querida madre.
Solo el destino sabrá lo que le espera al soldado Esteban. Si va a ver morir a uno o a todos sus amigos en problemas, si su recompensa final será la mujer que llegó a amar, y si su madre estará contenta con las decisiones que él tome. Solo hay que esperar a que finalmente el tiempo revele sus secretos para bien... o para mal.

IdiomaEspañol
EditorialZyanya
Fecha de lanzamiento17 feb 2016
ISBN9786070096624
El Cuarto Amigo
Autor

Zyanya

Nací en el estado de Chihuahua. Un lugar hermoso por naturaleza, donde crecí al lado de mi madre y hermanos, teniendo la enseñanza y responsabilidad del trabajo bien hecho.Mis sueños fueron; tener una familia, tocar el piano, y escribir, dejando así plasmadas las ideas aventureras de mi mente.Con el correr de los años fui realizando cada uno de mis sueños. Primero fue el aprender a tocar el piano. Segundo, fue tener una familia, y después de quedar viuda, empecé a trabajar en una red de mercadeo, la cual me ayudó a sacar adelante a mi familia.Ahora que ya crecieron mis hijos, me puse a trabajar en el sueño que me faltaba, y como resultado, aquí les presento “Atrapada en el olvido.”

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    El Cuarto Amigo - Zyanya

    Nací en el estado de Chihuahua. Un lugar hermoso por naturaleza, donde crecí al lado de mi madre y hermanos, teniendo la enseñanza y responsabilidad del trabajo bien hecho.

    Mis sueños fueron; tener una familia, tocar el piano, y escribir, dejando así plasmadas las ideas aventureras de mi mente.

    Con el correr de los años, fui realizando cada uno de mis sueños. Primero, fue el aprender a tocar el piano. Segundo, fue tener una familia, y después de quedar viuda, empecé a trabajar en una red de mercadeo, la cual me ayudó a sacar adelante a mi familia.

    Ahora que ya crecieron mis hijos, me puse a trabajar en el sueño que me faltaba, y como resultado, aquí les presento mis novelas.

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    PUBLICACIONES DEL AUTOR

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    18 Ruedas.

    (May/2013)

    La vida de tus padres está en peligro. ¿Qué tanto estarías dispuesta a arriesgarte para salvarlos?

    Atrapada En El Olvido.

    (Abr/2014)

    Una mujer sin memoria, un policía dolido, y un marinero enamorado, se unen para encontrar el principio de la historia.

    El Cuarto Amigo.

    (Jul/2014)

    Por una mujer abandonó a sus amigos, y por una mujer volverá a encontrarse con ellos, en una aventura explosiva y llena de emociones.

    Hasta El Amanecer.

    (Oct/2014)

    Una jornada que nadie quiso comenzar, pero que todos ansiaron llegar con vida… hasta el amanecer.

    Draco Alerta Menor.

    (Jul/2015)

    Un asesino a sueldo, una misión misteriosamente fácil, un objetivo tiernamente inaceptable. Ahora su objetivo se convertirá en su mayor prioridad.

    *** CAPITULO UNO ***

    Juntos al trabajo

    Era un día lluvioso sobre la gran ciudad en esa tarde de otoño. La naturaleza no estaba cooperando del todo, y aunque las gotas eran pequeñas, eran bastante tupidas formando charcos y pequeños ríos, haciendo un tanto difícil la misión.

    Tirado de vientre sobre el techo del edificio de correo se encontraba un hombre delgado y de fuerte fisionomía. Ese personaje estaba camuflado con vestimentas negras y encima de ellas una gabardina del mismo color. Eso no le serviría de mucho pues un pequeño río de agua corría bajo su pecho ensopándolo.

    El hombre de negro portaba un rifle de francotirador, un Barrett M82A1 de calibre 50. Por la poderosa y precisa mira telescópica, el personaje observaba hacia la multitud de gente deambulando por la calle, quienes portaban paraguas sobre sus cabezas, lo que hizo más complicado reconocer su objetivo.

    Los compañeros del hombre de negro aguardaban dentro de una Ford Bronco café adornada con una franja blanca horizontal. Eran dos, uno pelón con gorra azul y barba de candado, y el otro era de complexión gruesa, algo pasado de peso y con bigote de charro.

    Ambos personajes vestían ropas casuales, y por encontrarse resguardados de la húmeda naturaleza no necesitaron vestir sus gabardinas. Sin embargo, las tenían preparadas por si requerían abandonar el vehículo repentinamente motivados por algún evento inesperado. Ellos tenían el encargo de detectar el objetivo y hacérselo saber a su compañero de negro en la azotea, quien, según él, con un solo proyectil sería suficiente para cumplir con su misión.

    Los transeúntes no se dieron por enterados de lo que se estaba tramando a solo unos metros de ellos. Ni siquiera el clima interferiría en sus negocios y actividades cotidianas. Unos iban con paso aprisa mientras que otros caminaban de regreso. Era una de esas tardes ocupadas en cuanto a tráfico peatonal se refiere. Sumado a eso, el bullicio en la calle era en momentos aturdidor por demasiado auto circulando, así como por los varios vehículos de carga ruidosos. Además, no faltaba el chillar de las sirenas, ya fuesen de auto patrullas o vehículos de rescate, resonar en todo el ambiente.

    Veinte minutos transcurrieron y la desesperación comenzó a ganar terreno. El hombre de negro limpiaba cada vez más seguido el agua de la mira telescópica y de igual manera lo hacía en sus ojos, pues intentaba estar presto para la acción.

    Abajo en la avenida, los limpiaparabrisas trabajaban arduamente de un lado para el otro tratando de mantener la visibilidad de los tripulantes de la Bronco lo suficientemente clara. Ellos se vieron en la necesidad de mantener el motor en funcionamiento con el propósito de encender el aire caliente del tablero para desempañar el parabrisas.

    Cinco minutos más tarde, ante la sorpresa de los dos hombres dentro de la Ford, apareció el tan esperado objetivo. Una dama en sus veintes, quien vestía una gabardina de color crema y portaba una sombrilla azul y blanca. Ella caminaba por entre la gente llevando consigo un portafolio de metal en su mano derecha, y al caminar por la acera, lo hacía con movimientos coquetos, elegante, y firme.

    La mujer de la gabardina crema pasó al lado de la Bronco café donde sus tripulantes disimularon volteando hacia otro lado para no ser notados. El hombre en el asiento del pasajero tomo cuidadosamente el aparato de comunicación de la consola, en medio de los dos asientos y llamó. Objetivo a la vista, dijo casi sin mover sus labios.

    Ya era hora. Esta tempestad tiene olor a diluvio. Denme identidad, demandó el hombre en el techo del edificio de correos.

    Gabardina café con leche. Sombrilla azul y blanco. Portafolio metálico. Acaba de pasar a nuestra derecha, informó el copiloto.

    El hombre de negro movió la mira de su rifle según las instrucciones recibidas. Se te olvidó mencionar las piernas de porcelana… que lástima, murmuró él por la radio apuntando el arma, quitándole el botón de seguridad, y descansando su índice en el gatillo, esperó el momento más oportuno.

    Para el asombro de los tres que observaban, la dama del paraguas azul y blanco, de súbito detuvo su andar. Se quedó pensante y sin moverse por el espacio de unos seis segundos que a los varones les pareció eterno. Sin embargo, segundos después, la dama se dio la media vuelta, y comenzó a caminar suave y lentamente. Ella llevaba su mirada fija a la distancia, hacia el frente, no revelando nada en cuanto a sus intenciones reales.

    Los que se encontraban en la Bronco volvieron a tomar sus posiciones disimuladas dirigiendo sus miradas en otra dirección al ver a la dama acercarse nuevamente por la acera. Mientras tanto, el hombre de negro la siguió con la mira tratando de adivinar los movimientos de ella, especialmente hacia donde se dirigía o quién le había llamado la atención, o tal vez ella se había dado cuenta de que estaba siendo vigilada y estaba abortando su misión.

    En un momento desesperado, por no saber qué es lo que debería de hacer, sin retirar su ojo de la telescópica, el hombre en el techo pulsó el botón PTT en la radio. ¿Alguien tiene una idea de lo que está sucediendo?

    El hombre en el asiento del pasajero no decidió si contestar la radio por temor a que la mujer afuera lo notara, pero sin acercarse el micrófono a su boca, respondió. No, con voz bastante seca.

    ¿Actúo o aguardo? Insistió el de negro.

    Espera. Está muy cerca de nosotros.

    En ese instante, la chica comenzó a pasar por el lado derecho de la todo terreno, a unos dos metros de retirado sobre el andén, y cuando el cuerpo de ella estaba a dos pasos de la parte trasera del vehículo, se detuvo.

    El hombre al volante se inclinó a su izquierda, y con movimientos bastante cautelosos dirigió su vista al espejo retrovisor tratando de descifrar a la misteriosa dama. La chica estaba estática, serena, como en un estado de trance hipnótico.

    De pronto, ella dejó caer el portafolio así como la sombrilla, y de un movimiento veloz, se dio la media vuelta abriéndose la gabardina, y tomando una M249 de 5.56mm con lanzagranadas, la apuntó en dirección del todo terreno presionando el gatillo. Esa acción tomó por sorpresa a los dos ocupantes de la Ford, incluso, al que se encontraba en el techo, también.

    La granada era de fragmentación y entró a través del vidrio posterior al tiempo que la chica se dejó caer al suelo con una agilidad súper ensayada.

    El techo del Bronco desapareció por completo como resultado de la explosión. La gente comenzó a correr de un lado para el otro llena de pánico, tratando de alejarse del siniestro, y los autos se comenzaron a apilar para observar la escena. Algunos de ellos chocando entre sí.

    El hombre tendido en el techo no pudo creer lo sucedido y ya que no tenía a quien preguntar o con quien reportarse, tomó la decisión de apuntar su rifle hacia la mujer quien en ese momento se incorporaba del suelo. Puso la cruz de la mira en dirección de la cabeza de ella, y como si la dama supiera las intenciones del francotirador, movió sus ojos en dirección de él, como si en verdad lo pudiese ver.

    El hombre de negro retiro su vista del telescopio y enseguida talló sus ojos mojados en un intento de aclararlos, posiblemente el efecto de la lluvia le estaba haciendo una mala jugada. El francotirador volvió sus ojos al cilindro de alto alcance visible, y con asombro vio como la mujer se mantuvo de pie observando en dirección de él. Sin pensarlo más, el hombre de negro acomodó el rifle, y cuando posicionó el dedo de nuevo en el gatillo, escuchó un clic a su espalda. Entonces, y sin pensarlo dos veces, se volvió de súbito solo para encontrarse con dos sujetos de sombreros negros apuntando sus Magnums 357 hacia él.

    El hombre de la gabardina negra intentó reaccionar moviendo su Barrett hacia ellos, pero doce impactos seguidos uno del otro se lo impidieron. Los dos personajes vaciaron sus revólveres sobre el hombre de negro, y sin ninguna clase de remordimiento, se dieron la media vuelta alejándose del lugar.

    La conmoción en esa área de la ciudad fue de gran envergadura. La gente no podía dar sentido a lo que acababa de acontecer. Varios teléfonos celulares se conectaron con las oficinas de emergencia de la policía para reportar el incidente, pero la fuerza policiaca brillaba por su ausencia.

    La dama en la acera, la de la gabardina crema, dejó escapar una sonrisa cínica. Acorneado, dijo ella con malicia, y sin dejar de mirar hacia la azotea del edificio federal, se agachó en cuclillas tomando el paraguas, elevándolo sobre su cabeza. Enseguida, la dama resumió su andar tomando hacia su flanco izquierdo, hacia la calle, donde se detuvo un Chrysler oscuro. La dama se introdujo al vehículo el cual se alejó de la escena desapareciendo calle abajo entre la muchedumbre de personas y autos.

    ¡ACORNEADO! Repitió Donato en un clamor fuerte, levantándose del sillón de la sala donde se encontraba, apagando el aparato de televisión frente a él. Sabía que ella les iba a poner un cuatro, continuo diciendo él para nadie en particular pues él era el único que se encontraba en la cálida sala de estar. Ella siempre fue una mujer muy inteligente y audaz.

    Donato Terroso era un hombre de buena estatura, ojos negros, y labios un poco gruesos. En repetidas ocasiones era pillado por sus amigos con la boca abierta, lo que provocó el comentario burlón de "cierra la boca porque se te puede meter una mosca. Al verse abochornado porque alguien lo tomó infraganti, Donato contestaba con sarcasmo medido. Estoy esperando a que la mosca salga de mi boca," pero trataba de tener cuidado de no verse sorprendido por las chicas, pues no sabría cómo responderles. Terroso usaba el cabello lacio y caído alrededor de su cabeza como palapa playera, y a sus veintiséis años se mantenía delgado y lleno de energía.

    El sonido de un claxon se escuchó proveniente de la parte exterior, y tomando su chaqueta así como su lonchera del sillón, Donato se dirigió hacia la salida. Entonces aferró la perilla, y antes de abrir la puerta y salir, giró sobre sus talones, y mirando una vez más hacia el televisor apagado, con su mano izquierda formó una escuadra como simulando una pistola, y apuntando hacia el aparato, repitió. Acorneado, forzando una voz lenta y maliciosa.

    El viejo Ford LTD de tono verde desgastado por los años de exposición al sol, se encontraba estacionado frente a su apartamento. Su gran amigo del alma Hilario Toledo lo esperaba dentro del sedán. Hilario era un hombre serio, pero de carácter alegre. Su estatura era algo corta y tenía unos treinta kilos de sobrepeso. A pesar de ello, tenía buena musculatura, tal vez sus hombros anchos lo hacían aparentar ser fuerte. Usaba su lacio cabello, corto, y en su frente se marcaban líneas gruesas por lo que muchos pensaban que siempre estaba molesto.

    Hola, Chicho, saludó Donato subiéndose al auto ocupando el asiento frontal del pasajero.

    ¿Lixto Calixto? Ofreció el hombre al volante.

    Lixto.

    El Ford se dirigió por la avenida Allende hacia el malecón. Eran las 6:11de la mañana y el firmamento le daba la bienvenida a los brillantes rayos del astro sol en ese día de primavera sobre el prometedor Puerto de ilusión como muchos conocen a la ciudad de la Paz Baja California Sur.

    Era una mañana fresca con un cielo despejado que prometía elevar la temperatura con el transcurrir de las horas, o al menos eso era lo que los de la radio habían vaticinado.

    El verde gastado dobló sobre su derecha en el malecón, donde la brisa del mar los refrescó aún más. Los amigos tomaron hacia el Sur, hacia la termoeléctrica donde ambos trabajaban. Tenían alrededor de cinco años desempeñando juntos sus labores en esa empresa, pero ya se conocían desde que tenían 16 años de edad, habiendo mantenido una relación de amistad que hasta el momento habían alimentado con buenos sentimientos, camaradería, y apoyo del uno hacia el otro.

    Ellos eran los encargados de mantener en buen estado, además de óptimas condiciones, las enormes turbinas generadoras de electricidad. Un trabajo de obrero, decente, y aunque la paga no era de lo mejor, sabían vivir cómodamente. Lo que les ayudaba mucho es que eran solteros, pero eso podría resultar engañoso. Muchas personas estimarían que la paga de sus trabajos sería más que suficiente para una persona soltera, pero por el contrario, teniendo muchas amigas en sus calendarios, el efectivo en muchas ocasiones les hacía falta.

    La jornada de ocho horas se pasaba rápido para los dos, la mayoría del tiempo, pues desempeñaban algo que realmente les gustaba hacer, ya que se les era requerido usar una gran variedad de herramientas, las cuales usaban de muchas maneras creativas, cosa que les encantaba, ya que ellos se consideraban personas con mucha imaginación.

    ¿Qué trajiste de almuerzo, flaco? Preguntó Hilario. Era la hora del descanso y se disponían a tomar sus alimentos. La pareja escogió una de las mesas en la esquina Suroeste bajo el tejado frente a las oficinas administrativas.

    No lo vas a creer, Chicho. Traje tu comida favorita. Burritos costeros.

    ¿Los compraste ayer? El rostro de Toledo se frunció resaltando sobremanera las líneas en su frente.

    ¿Cómo crees? Me levanté a las cuatro de la madrugada para prepararlos, dijo Terroso ofreciéndole a su amigo la bolsa para que tomara uno de los burritos.

    Sí, como no, rezongó el corto de estatura con tono sarcástico. Seguramente los hiciste en la madrugada.

    ¿No me crees, verdad?

    Por lo menos hubieras hecho desaparecer el recibo de la tienda. Hilario tomó de la bolsa un papel azul hondeándolo frente su amigo para que lo viera.

    ¡Demonios! Lo busqué por todos lados. Pensé que el viento lo había sacado del auto por la ventanilla lateral.

    Bueno, bueno. En algo tienes razón… Son mis favoritos.

    Oye Chicho, ¿Crees que terminemos el proyecto en una semana? No sabes que ganas tengo de pasearme trepado en él por lo menos por cinco días seguidos.

    Lo sé, Flaco. A decir verdad, yo también lo deseo con muchas ganas. Ayer hablé con Dago. Lo noté bastante positivo. Me dijo que él cree que estará listo para finales de este mes, justo para nuestras vacaciones.

    ¡Híjole! Ya me dieron ñañaras en todo el cuerpo, ñero.

    Tú y tus dichos raros, Flaco.

    Chicho, ¿Crees que Chofis vaya a poder venir?

    Lo último que supe fue que todo su grupo fue asignado a una misión especial. No sé si va a tener oportunidad de volver para entonces.

    Qué lástima si no es así. Recuerdo cuando los cuatro hicimos planes. Al principio parecían niñadas, imposible de lograrlo. Ahora es más realidad que un sueño, comentó Donato con nostalgia en su voz.

    Sería fantástico que los cuatro pudiésemos disfrutarlo juntos, Flaco, sería realmente genial. La mirada de Hilario se quedó perdida en el horizonte, más allá de donde los sueños comienzan a tener sentido.

    *** CAPITULO DOS ***

    Dagoberto el topógrafo

    En el extremo Noroeste, en las afueras de la ciudad de La Paz, en un terreno bastante amplio, se encontraba un pequeño grupo de trabajadores emparejando, preparando la tierra, y levantando cimientos, con motivo de la construcción de una nueva Plaza. Proyecto que tomaría por lo menos los siguientes veinte meses si las condiciones climáticas, económicas, y mano de obra, fueran propias.

    Todos los empleados contaban con cascos duros de colores que los identificaban. Los de casco plateado eran los ingenieros. Los de color café los portaban los de operación, tales como topógrafos, operadores de maquinaria, y maestros de construcción. El casco naranja era designado para los líderes de cuadrillas, y finalmente el verde, era para los obreros en general.

    Entre los de casco café se encontraba Dagoberto Robles. Un hombre de 27 años de edad, complexión mediana, y 1.75 metros de estatura. Tenía el cabello negro, largo, y lacio, al cual sujetaba con una liga formando una cola de caballo. De no haber sido por su nariz chata, hubiese sido considerado un hombre bastante guapo. Sin embargo, él era de carácter alegre y amiguero. Era un excelente topógrafo dedicado a su profesión, cosa que le agradaba desempeñar de corazón.

    ¡Dagoberto! Robles giró hacia su espalda, de donde vino la voz. Al percatarse de quien era, se dirigió hacia esa persona con quien discutió algunos datos de los planos del terreno.

    Hagan el corte en este lugar, señaló Robles en el papel extendido, con su índice. Y escaven a diez metros hacia el Sur en este otro lugar, Luis.

    Luis Grajea era el líder de una de las cuadrillas y por lo tanto portaba un casco de color naranja. Por supuesto que sí, ingeniero Robles. Ahora mismo comenzaremos con la excavación.

    Infórmale a la otra cuadrilla para que mantengan el lado Norte del terreno con una inclinación del dos por ciento.

    Así lo haré, ingeniero. Con permiso. Desde luego que Robles no era ingeniero, pero los líderes y obreros acostumbraban a llamarlo de esa manera. Luis se retiró de ahí y el topógrafo se dio la media vuelta topándose con un hombre.

    Hola señor Guzmán, saludó el de la cola de caballo. El señor Eduardo Guzmán era uno de los principales accionistas del proyecto. Era el dolor de cabeza de Dagoberto, ya que siempre tenía algo que objetar en cuanto a cómo se estaba desarrollando la obra.

    A pesar de las constantes pláticas con los directores en cuanto a que los accionistas canalizaran todas sus preocupaciones, quejas, o sugerencias, a través de los ingenieros, quienes eran los que realmente tomaban las decisiones, para luego delegarlas hacia los de casco café, para que estos a su vez, lo hicieran a través de los naranjas, y así, los de verde pusieran manos a la obra, algunos accionistas deseaban cortar camino dirigiéndose a los hombres de operaciones, los del casco café, con el fin de hacer valer sus ideas en la obra, y el señor Guzmán no era la excepción. ¿Qué… negocio lo trae por estos rumbos, señor Guzmán?

    Dagoberto, mi favorito topógrafo.

    Claro, como no, soy el único aquí, pensó Robles.

    ¿Recibiste el memorándum anexo en cuanto al tema del estacionamiento del proyecto?

    Caminó mucho hasta aquí, señor Guzmán-

    Eduardo. Llámame Eduardo, ofreció el capitalista.

    Dagoberto trató de ignorar el comentario. Quienes tienen o deberían tener ese memo se encuentran en aquel tráiler. Yo no tengo acceso a esa documentación. Yo solo ejecuto órdenes, señor.

    Lo sé, Dagoberto. Solo que los hombres en aquel cajón no saben escuchar. Tú, por otro lado, pones oído a todo lo que se te dice. Además, tienes el carisma para tratar con ellos, insistió el hombre de dinero.

    Robles le ofreció una mirada con medida por unos instantes dándose cuenta de que si no le daba por su lado, no se lo iba a quitar de encima. ¿Qué es exactamente lo que desea, señor Guzmán?

    Eduardo, corrigió el accionista.

    Sí.

    En el memo les hago saber que el estacionamiento lo deben de construir en el lado Oeste en vez del Sur, para dar mayor vista a los transeúntes del malecón. Eso es una estrategia genial para atraer a más clientes, ¿No lo crees, Dagoberto?

    Por supuesto que me parece una estupenda idea…

    Eduardo asintió con la cabeza y se le dibujó una animosa sonrisa en sus labios.

    … Eso, continuó diciendo el topógrafo, si la construcción estuviera cerca de la zona costera.

    La sonrisa desapareció por completo en el capitalista de edad.

    Robles continuó. Tal vez los inge-.

    ¡No, Dagoberto! interrumpió el hombre de edad y enseguida bajó el tono de voz, tal vez se dio cuenta de que así no iba a ganar terreno. Estás desviándote del punto. Si más adelante deseamos hacer anexiones a la construcción, el estacionamiento estará en el camino estorbando cualquier plan futuro, explicó el señor Guzmán.

    Está bien, señor Guz-.

    Eduardo.

    Sí. Lo siento, señor. Veré que puedo hacer al respecto. Hablaré con los ingenieros y les haré ver su punto de vista.

    Gracias Dagoberto. Prométeme que hablarás con ellos hoy antes de que continúen con los planes de construir el estacionamiento en el lado equivocado. Antes de que Robles pudiera contestar, el accionista continuó como amarrando el trato. Mañana viernes vendré a verte, y espero una respuesta positiva. No me extrañaría, pues eres el topógrafo más negociante de la historia de la construcción. Eduardo Guzmán se aproximó y le dio unas palmaditas en el hombro. Entonces, se dio la media vuelta sobre sus talones, y caminó alejándose de ahí.

    El hombre de la cola de caballo se llevó la mano derecha a su barbilla frotándola pensativamente sin quitar su vista de la figura cansada y vieja que caminaba alejándose.

    Dago.

    Robles pego un sobresalto por la abrupta interrupción de sus no muy positivos pensamientos. ¡Pepe! ¿Por qué me asustas de esa manera? Gruñó Robles virándose.

    Lo siento, pero estabas tan embobado que no quise perder tan grande oportunidad de tomarte infraganti. José o Pepe como se le conocía, era el jefe de maquinarias, siendo el responsable de llevar a cabo las instrucciones dadas por el topógrafo a cargo, que en ese caso se trataba precisamente de Dagoberto. Los dos se llevaban muy bien y llegaron a tenerse confianza mutua. Siempre comentaban entre ellos lo que les ocurría con el resto de los compañeros de trabajo.

    Te vi hablar con ese viejo. ¿Ahora qué quiere?

    Robles viró su mirada hacia el accionista quien se estaba introduciendo en su flamante BMW 323 I de color plateado. En ese instante, Dagoberto dio un profundo suspiro. Desea hacer cambios en los planos originales.

    Hijo de pe-.

    ¡Pepe! No hay necesidad de enojarse y maldecir. No vale la pena. De cualquier manera creo que ese es un problema para los ingenieros, no para mí.

    Me puchica, Dago.

    ¡Pepe!

    Es que da coraje. Esos señores ya por que tienen dinero quieren dar órdenes como si supieran de lo que están hablando. Te apuesto a que ni siquiera sabe clavar un clavo en la pared para colgar un maldito cuadro, pero que tal a su vieja, a ella si se la puede cla-.

    ¡Pepe! No digas esas cosas. Posiblemente tengas razón, pero será mejor que dejemos ese asunto por la paz, sugirió Robles volteando con su compañero.

    Yo lo hubiera mandado a la chin-.

    ¡Pepe!

    Perdón… Al diablo.

    Por eso creo que no vino a hablar contigo, Pepe.

    Te voy a dar unas clasecitas de cómo deshacerte de tipos como ese, Dago.

    Sí. Tal vez lo necesito, Pepe.

    ¡Hey, Dago! ¿Cómo va ese proyecto de ustedes? ¿Ya lo terminaron?

    Eso cambió el semblante de Robles a uno mucho más positivo. Volteó a ver a su compañero de trabajo y esbozando una sonrisa, dijo. Es de lo más extraordinario, Pepe… como salido de un cuento fantástico. El topógrafo levantó la mirada al cielo. Verdaderamente creo que fuimos inspirados.

    Ya lo creo, Dago, especialmente porque es algo que los unió a ustedes como amigos. Por lo menos para mí, eso cuenta mucho, comentó el jefe de maquinaria.

    Dagoberto observó el reloj en su muñeca. Falta una hora para salir y ya siento las ansias de poner mis manos en ella-.

    ¡Épale! Pepe dio un paso hacia atrás con sus manos frente a él, palmas hacia afuera. No me hables de tus intimidades, Dago y… no me mires con esos ojos lunáticos.

    No, hombre. Es ella… nuestro proyecto.

    Mira… que originales. ¿A quién se le ocurrió esa idea? El jefe de maquinaria bajó las manos.

    Realmente fue de todos. Los cuatro nos enamoramos de ella… del proyecto, que nos decidimos por un nombre femenino.

    Haber, endúlzame el oído. ¿Cómo le pusieron?

    "Añoranza."

    Eso no es nombre de mujer.

    Dije que le pusimos un nombre femenino. Además, queda con los pensamientos y sueños de los cuatro.

    Escuché que Esteban no va a poder estar.

    ¿Comunidad pequeña, eh?

    Pepe asintió con la cabeza. Y por favor no vayas a querer sacarme cómo lo supe.

    Esteban fue asignado a una misión especial, lo cual está interfiriendo con nuestros planes, pero hasta el momento hemos podido superar ese desafío.

    ¿Cuál desafío… cómo?

    La mayor parte del diseño fue en realidad idea de Esteban, pero con unas cuantas llamadas por teléfono y los planos que él dejó, hemos logrado seguir adelante. De hecho, estamos próximos a terminarlo.

    Quien lo viera. Pensé que Esteban había preferido la armada en vez de una carrera.

    Sí. Mi entrañable amigo ‘Chofis’.

    ¿Chofis?

    Así le decimos a Esteban.

    ¿Y eso?

    Es una larga historia, pero te digo algo, Pepe. Chofis estudio tres semestres de arquitectura, y de no haber sido porque se fue al ejército, él estuviera portando un casco plateado aquí, en este preciso lugar, explicó Robles con mucho orgullo.

    El maquinista puso un gesto interrogante. Dos cosas, Dago. Primero… ¿Por qué Esteban decidió ser guacho en vez de trabajar aquí contigo? Y lo segundo sería… cuéntame la historia del porqué de Chofis.

    Para hacerte una larga historia, un cuento corto, cuando Esteban cumplió los 19 años, se aventuró en la profesión de chofer.

    ¡Qué!... ¿Manejando limosinas para gente ricachona?

    Dieciocho ruedas.

    ¿Qué?

    Camiones industriales de carga.

    ¡Aaah!

    "Primero comenzamos diciéndole El Camionero, pero con el tiempo lo llamamos simplemente ‘Chofer.’ Una de las sobrinas de Esteban de apenas tres años de edad no pudo pronunciar su apodo. Cuando él la visitaba luego de una de sus largas jornadas, la chiquilla, en vez de decir ‘llegó mi tío el chofer’ decía ‘ya llegó tío Chofis.’ Desde entonces, de cariño le continuamos diciendo así."

    Pepe apretó sus labios y asintió levemente con la cabeza. Se le hizo una tierna historia. ¿Y qué hay en cuanto a las armas?

    Eso tiene que ver con una mujer.

    Cuenta, cuenta. Eso suena súper interesante.

    Eso, compañero, es algo que si deseas saber, se lo vas a tener que preguntar personalmente a él.

    Pero…

    No hay pero que valga. Es algo muy personal de la vida de él, y no me toca a mí estarlo contando.

    Pero… tú lo sabes.

    Porque soy un muy privado amigo de él.

    Ándale… no seas así-.

    Y no habrá nada ni nadie, Robles acentuó el ‘nadie.’ que me vaya a sacar la sopa. Pero te digo una cosa, compañero, dijo apoyando su mano en el hombre de él. ¿Qué te parece si en los cuarenta minutos que nos quedan preparamos todo para concluir nuestra jornada laboral? Sugirió el de la cola de caballo.

    *** CAPITULO TRES ***

    Proyecto Añoranza

    La tarde envejeció sobre las playas del mar bermejo, y las olas comenzaron a arrullar el puerto en esa noche que se avecinaba. Solo un puñado de nubes se cruzó en los rayos del sol en su crepúsculo, matizando el firmamento con los espectaculares y diversos tonos del color carmesí, terminando en un inspirador naranja hipnótico.

    En los muelles viejos del lado Norte del puerto, dentro de un galerón maltratado por el tiempo, se encontraban Donato e Hilario quienes habían llegado juntos. Dagoberto arribó diez minutos más tarde.

    Hola hermanos, saludo el recién llegado bajándose del auto, poniéndose la chamarra de mezclilla azul. Una vez que el astro sol se acuesta cubriéndose tras las montañas del Oeste, el ambiente se torna fresco, abrazado por la brisa del mar.

    Las lámparas colgantes del techo en la vieja construcción de madera despostillada aluzaban plenamente el área de trabajo. En el centro del espacio había una gran tarima donde descansaba una especie de boya de metal ligero. A diferencia de una boya normal, esa era de mayor tamaño y con una forma cilíndrica más que redonda. Tenía unos alerones en los lados que funcionaban como estabilizadores, y un contrapeso en el fondo cónico, para evitar que la nave se diera la vuelta con el fuerte vaivén de las olas.

    En la parte superior del navío estaba una puerta redonda, la cual era igual a una escotilla de un submarino. Precisamente ahí se encontraban Terroso y Toledo trabajando y batallando, tratando de ajustar la escotilla en su lugar, ya que era de suma importancia que fuese totalmente hermética y a la perfección para no permitir el paso del agua hacia el interior.

    Hola Dago. Bienvenido, saludó el gordo Toledo ondeando la mano sobre su cabeza. El otro saludó con su mano también.

    Ocho años atrás, los cuatro, es decir, Esteban, Donato, Hilario y Dagoberto, trabajaban para una empresa de paquetería descargando camiones, sorteando cajas, sobres, y artículos diversos, y en algunas ocasiones hasta efectuando las entregas. Esteban, el más joven de los cuatro, con apenas 17 años de edad, a la hora del almuerzo, sentados alrededor de una mesa donde habían hecho a un lado los paquetes para poder comer, sacó del bolsillo de su camisa una hoja de papel, y extendiéndola la depositó sobre la mesa. Los otros tres, aún con sus tortas de aguacate en la mano y sus bocas llenas, inclinaron sus cabezas.

    Era un dibujo esquemático. A decir verdad, era solamente un croquis, al cual cada uno le dio su propia interpretación según el ángulo en que lo estuviera observando.

    ¿Intentas hacer que nos imaginemos el postre dibujándonos un cono de nieve? Había dicho Terroso.

    No. Había intervenido Toledo. Nos quiere dar una clase de geometría. Es un triángulo… mmm… si no me equivoco, es obtuso.

    Yo creo que los dos están equivocados, amigos, había concluido Robles, el mayor de todos. Tienen que conocer mejor a nuestro amigo Chofis. Él es un soñador y se inspira en el cielo, la luna, y las estrellas. Eso, queridos compañeros, tiene que ser una constelación desconocida para nosotros.

    Pues yo me inclino más por el cono de nieve, había insistido Terroso. De verdad se me antoja, y más con este desgraciado calor.

    Esteban había meneado enérgicamente la cabeza. No cuates. ¿No recuerdan lo que hemos estado hablando últimamente?

    Últimamente y casi a diario hemos estado hablando de muchachas, de cómo-. Había apuntado Donato, pero fue interrumpido abruptamente por Esteban Ferrino.

    Aparte. Nuestro sueño, muchachos, dijo Esteban con ánimo.

    ¿El de llegar a ser ricos y… y de tener una casa muy bonita y grande? Dijo Hilario Toledo.

    Ferrino volvió a menear la cabeza insistentemente.

    ¡Ya se! El de hacer algo juntos, los cuatro, había dicho Dagoberto.

    ¡Exacto! La voz de Esteban subió de tono y de emoción. Las habladas de hacer algo entre los cuatro. Algo grande

    Donato e Hilario se habían volteado a ver comprendiendo lo que su amigo quería comunicarles. Enseguida dirigieron sus miradas hacia Ferrino, y fue Hilario quien había hablado en aquella ocasión. Recuerdo cuando hablamos de eso. Incluso prometimos poner de nuestra parte para poder lograr esa meta, pero yo creí que era solo una plática para llenar los espacios vacíos y no quedarnos callados. Además, eso fue hace más de dos meses.

    Esteban puso fuertemente su mano extendida encima del diagrama, y con voz decidida, había dicho. Compañeros, amigos, y casi cuñados… lo digo por Dago que tiene una hermosa hermana.

    Si cuate, pero de aquí a que te animes ya te la ganaron.

    No comas ansias. Estoy trabajando en eso, Dago, estoy trabajando. Como les decía, propongo que construyamos esta embarcación.

    ¿Y qué hay en cuanto al cono? Había preguntado Terroso.

    ¡No! Es una embarcación, y esta embarcación, compañeros… será el navío que nos cruzará por el mar de Cortés, había dicho Ferrino con un tono de voz bastante motivado.

    Nadie habló. Los otros tres estaban tratando de aguantarse las ganas de reír.

    ¿Qué?... hablen, había insistido Esteban.

    ¿Cómo… cómo es que…? Había comenzado diciendo Donato entre una contagiosa risa. ¿Cómo vamos… a navegar en… en un cono?

    El más joven lo había mirado con ojos de ‘abre tu mente para que puedas entender.’ No soy un buen dibujante, eso lo sé. Me inspiré en una boya. He visto en películas y documentales que las boyas las dejan en alta mar, y a pesar de los vientos huracanados, fuertes torrenciales, y olas desmesuradas, ellas se mantienen firmes, sin hundirse o volcarse. Están tan herméticamente cerradas que el agua les hace los mandados.

    Y nosotros adentro nos vamos a morir de asfixia, había apuntado Hilario con preocupación.

    Dagoberto había aclarado su garganta sonoramente haciendo que todos voltearan a verlo. Había permanecido en silencio la mayor parte de la conversación. Recargó sus codos en la superficie metálica de la mesa extendiendo sus brazos frente a él inclinando su cuerpo hacia enfrente, y dirigiéndose hacia el menor, le dijo con voz pasmada. Chofis… explícame cómo va a funcionar esta… este proyecto.

    El ánimo había vuelto de nuevo a Esteban. Tomó una bocanada de aire y con una gran sonrisa en sus labios comenzó a exponer sus ideas en forma de explicación, dando todos los pormenores del proyecto. Ferrino había acentuado el porqué de la forma de una boya, y luego había detallado el interior de la nave.

    Todos habían puesto suma atención a la explicación.

    El espacio sería bastante reducido, había continuado explicando Ferrino, un poco más grande que una celda regular de una prisión. Habría cuatro camas en forma de literas colocadas paralelamente una de la otra permitiendo un reducido espacio en el centro.

    En uno de los extremos se encontraría el motor, una cocineta extra-súper-pequeña, pero funcional, y un estante pequeño para ser usado como almacén. En el otro extremo estaría el baño que contaría con un inodoro portable con depósito de 15 galones y una regadera para más o menos una persona.

    ¡Hey! Había interrumpido Donato. ¿Qué significa eso de más o menos una persona?

    Que si yo deseo bañarme, voy a verme en la necesidad de hacerlo agachado, había dicho Esteban haciendo hincapié de su altura, ya que era el más alto de los cuatro. Pero si Chicho desea ducharse. O se lava la espalda o la parte de enfrente.

    Ja, ja, ja, se había reído Toledo sarcásticamente.

    Todos habían reído por la broma, ya que se habían imaginado a su compañero y amigo, quien era de dimensiones algo exuberantes, tratando de darse la vuelta para enjabonarse el otro lado de su cuerpo.

    ¿Y el motor, Chofis? ¿Cómo va a funcionar? Considero algo peligroso el hecho de llevar combustible dentro de ese espacio cerrado, había preguntado Robles tentativamente.

    Esteban había sonreído. Esperaba que le hicieran esa clase de preguntas. Respiró profundamente, humedeció los labios con su lengua, y habló con detenimiento para que sus palabras fuesen comprendidas a la perfección. Todo está planeado cuates. El agua estará en un tanque al fondo de la nave el cual contendrá treinta galones, suficientes para asearnos por tres o cuatro días, según seamos cuidadosos. Incluso, habrá cuatro cajones debajo de las literas para ser usados con nuestra ropa. Ahora, la parte interesante, la parte importante de la ecuación. ¿Cómo nos vamos a mover? ¿Qué va a impulsar el navío? ¿Cuál será el combustible? ¿Cuándo?

    Ya Chofis, déjate de misterios y dinos que es lo que vas a usar de gasolina.

    A ustedes. Esteban había guardado silencio esperando reacciones de sus amigos.

    Nosotros, había dicho Hilario con incredulidad en su voz.

    Por favor explícate, había exigido Dagoberto.

    El motor funcionará a base de engranes y bandas.

    Alguien tendrá que hacerlas girar. Ya entiendo, había deducido Robles.

    Exactamente. Pedaleando, muchachos, así de sencillo.

    Todos se habían mirado por algunos segundos como telepatiándose las ideas, y al final todos habían votado a favor del proyecto.

    Ahora, luego de once meses de arduo trabajo, "Añoranza" estaba a unos días de ser completada.

    Dagoberto avanzó hacia la gran estructura. De una de las mesas de trabajo tomó una caja de herramienta, y por unas escaleras metálicas subió a la escotilla. Entonces, un abrazo fraternal unió a la triada.

    ¿Qué me tocó hacer hoy, cuates? Preguntó Robles.

    La bicicleta. Todavía le falta ajustar los engranes y poleas. Hace un ruido extraño. A ver si averiguas el problema, sugirió Hilario.

    Manos a la obra, entonces, dijo con emoción el recién llegado bajando la escalera, escotilla adentro, y antes de que su cabeza desapareciera de la vista, se detuvo, volteó a ver a sus amigos, y sonriendo dijo. Estoy verdaderamente orgulloso de ustedes, cuates míos. Han hecho un excelente trabajo.

    Tú no cantas mal las rancheras, Dago, dijo Donato devolviendo el favor.

    Dago, habló Hilario.

    Dime.

    He estado pensando mucho en Chofis. Me hace sentir mal el que no esté con nosotros para disfrutar del proyecto.

    El de la cola de caballo presionó sus labios. "Este es precisamente el deseo de él, que terminemos a Añoranza. Además, él hará todo lo posible por estar aquí para cuando sea el día de partir."

    ¿De verdad?

    Eso me dijo la última vez que hablamos.

    Los amigos dispusieron de la tarde trabajando esmeradamente en el proyecto. En sus corazones existía el ánimo de poder disfrutar juntos, y aún abrigaban la esperanza de que su amigo Esteban pudiera volver e integrarse con ellos, pero solo el tiempo y las circunstancias influirían en parte de la respuesta, ya fuese a favor o no tan anuente de su muy querido amigo.

    *** CAPITULO CUATRO ***

    Al encubierto

    Viernes 13 de abril. Los Mochis, Sinaloa. 6:12pm. Dentro de una construcción abandonada, lo que alguna vez fue una cerrajería de prestigio, se encontraba Julián Padilla observando a través de la ventana hacia el edificio de enfrente usando unos poderosos catalejos. Padilla miraba detenidamente hacia un edificio de bloque de color azul de dos niveles. El nombre arriba de la puerta decía Paquetería Cosepo. El negocio parecía estar desértico, de no haber sido por un hombre de corta estatura, de bastante sobrepeso, y despeinado, quien salía por la puerta caminando hacia un extremo de la cuadra y luego hacia el otro, para luego desaparecer metiéndose de nuevo al edificio azul. Seguramente no era un cliente. ¿Sería el guardia?

    De pronto, se escuchó un ruido proveniente de la parte trasera de la cerrajería. Era el típico sonido de una puerta al cerrarse con firmeza. Instantes más tarde, apareció Adrián Solano sosteniendo en su mano izquierda una caja con una docena de donas. En su derecha llevaba un portavasos de cartón con dos Coca Colas, y dos humeantes chocolates expreso con sabor almendra. Finalmente, presionada entre sus dientes pendía una bolsa de papel con el logo de McDonald.

    ¿Qué es todo ese alboroto, pareja? Dijo Padilla volteando a su espalda sobre su hombro. Padilla era el más viejo de los dos, el gran experto, el veterano. Tenía 47 años de edad, complexión mediana, y cabello arenoso. Las facciones de su rostro eran bruscas y sus pronunciadas cejas enfatizaban más sus rasgos ásperos.

    Padilla se sentía responsable por su joven compañero e intentaba enseñarle todos los trucos policiacos que él conocía. Ambos eran pareja en un grupo anti-drogas dentro de la Policía Federal, y hasta el momento se llevaban bien, o al menos esas eran las apariencias.

    Por su parte, Solano deseaba aprender de su compañero mayor. Adrián Solano contaba apenas con 25 años, tenía cuerpo atlético, delgado pero firme. Era de buen parecer, alto, y de cabello rizado, el cual lo untaba con fijador en gel para cabello del número 10, y utilizando solo los dedos de su mano los mecía en su cuero cabelludo dejando los rizos esquemáticamente alineados.

    Disculpa compañero, dijo el recién llegado entre dientes depositando su carga encima de una mesa de madera gastada. La puerta del mosquitero se regresó y no pude sostenerla. Tenía mis manos ocu-.

    Está bien, pareja. ¿Trajiste todo lo que te encargué?

    Sí, respondió el joven. Solo que en vez de capuchino, había expreso almendrado.

    No importa. Con que esté bien caliente me conformo. El veterano dejó su puesto por unos instantes dirigiéndose a la mesa. ¡Mmm! Dijo y enseguida le dio

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