Embarazada por accidente: Pasiones bajo el sol (2)
Por Rebecca Winters
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Vincenzo no la había olvidado y, cuando se enteró de su situación, decidió ayudarla del único modo que se le ocurrió: proponiéndole que se casase con él.
La vida en el palazzo de Vincenzo parecía idílica, pero él estaba a punto de descubrir que el bebé que Irena llevaba en su seno era suyo.
Rebecca Winters
Rebecca Winters lives in Salt Lake City, Utah. With canyons and high alpine meadows full of wildflowers, she never runs out of places to explore. They, plus her favourite vacation spots in Europe, often end up as backgrounds for her romance novels because writing is her passion, along with her family and church. Rebecca loves to hear from readers. If you wish to e-mail her, please visit her website at: www.cleanromances.net.
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Embarazada por accidente - Rebecca Winters
CAPÍTULO 1
Andreas Simonides, el presidente griego de Simonides Corporation, de treinta y tres años, ha dejado estupefacto al mundo empresarial al casarse con Gabriella Turner, una americana desconocida de veintiséis años, en una ceremonia en la intimidad en la isla de Milos.
El titular del Corriere Della Sera dejó helado a Vincenzo Antonello. Había comprado el periódico antes de ir a comer sin imaginarse lo que iba a leer. Instintivamente agarró con tanta fuerza el diario italiano que comenzó a rasgarse por el medio.
–¿Te has vuelto loco, papá? –su hijo de seis años había dejado de comer y lo miraba fijamente.
–No, lo he roto sin querer.
–Ah. ¿Vamos ya al parque a jugar al fútbol?
–Enseguida, Dino, en cuanto me termine el café.
La familia Simonides ha cerrado filas frente a la prensa, pero corre el rumor de que la pareja está de luna de miel en el Caribe y no se dejará retratar ni hará comentarios durante un tiempo.
Se creía que Irena Liapis, ex novia de Andreas e hija del magnate ateniense de la prensa Giorgios Liapis, se convertiría en su esposa. Después del sorprendente comunicado, se ha sabido que la señorita Liapis, de veintisiete años, que dirige la sección de sociedad del periódico de su padre, ha dimitido y se encuentra en paradero desconocido.
A Vincenzo la pareció que una mano helada le oprimía los pulmones impidiéndole respirar. Irena había vuelto a Grecia a primeros de julio y desde entonces él había respetado sus deseos de que no la siguiera. Y cada día había esperado enterarse de que se había casado con el gran Simonides.
Cuando la conoció, no dejó de acosarla sobre sus sentimientos con respecto al hombre con quien se iba a casar. Vincenzo recordó con enfado que dichos sentimientos no le habían impedido pasar una noche gloriosa con él. Había esperado que aquella noche la hubiera conmocionado también a ella. Pero la noticia del periódico le demostraba que se había estado engañando al creer que aquella mujer era la única distinta en el mundo.
–¡Irena!
–Ya sé que te sorprende verme.
–Creía que ya te habías marchado a Italia –dijo Deline mientras la abrazaba–. ¿Cómo no me has llamado para decirme que seguías en Atenas?
–No me atrevía.
–¿Que no te atrevías? –su mejor amiga la miró con preocupación–. Entra y me lo cuentas. Estoy terminando de dar de comer a los gemelos. Leon sentirá no haberte visto. Hace unos minutos que se ha ido a trabajar.
–Ya lo sé. He llegado hace un rato y he estado esperando a verlo pasar en el coche.
Deline la estaba guiando por la villa de los Simonides, pero, al oír sus palabras, se detuvo y la tomó del brazo.
–Al verte me he dado cuenta de que ha sucedido algo terrible. ¿Qué te pasa, Irena?
–Ahora mismo lo que más temo es que el servicio doméstico sepa que he venido y se lo diga a Leon. No debe saberlo bajo ningún concepto.
Deline se dio cuenta de que lo que había llevado a Irena hasta allí era muy grave.
–Las doncellas no vendrán hasta esta tarde. La única persona del servicio que hay ahora es el ama de llaves. Le diré que no debe hablar de tu visita. Es de fiar, pero le dejaré claro que, si algún otro empleado o mi marido se enteran, se verá metida en un buen lío.
–Gracias, Deline –se volvieron a abrazar.
–Vuelvo enseguida.
Irena salió al jardín. Los gemelos, de cinco meses, estaban en sus sillitas, uno frente al otro. Al verla comenzaron a mover los brazos y a patear con nerviosismo. Irena se arrodilló al lado de Kris, que había superado tan bien una operación de corazón que nadie diría que acababa de salir del hospital. Lo besó y se volvió hacia Nikos. Los dos niños se parecían a su padre y la mayoría de la gente creería que se parecían a Deline en el pelo negro y la piel aceitunada.
Sin embargo, quienes conocían bien al clan de los Simonides sabían que Leon habían tenido un desliz durante una noche en estado de embriaguez con Thea Turner, una grecoamericana, ya fallecida, que era la madre de los niños.
Deline, que estaba embarazada, lo quería tanto que lo perdonó. La familia, por tanto, estaba formada por cuatro miembros y había un quinto en camino.
–Problema resuelto –anunció al volver–. Dime qué te pasa –le pidió a su amiga mientras volvían a entrar y se sentaban en un sofá.
Irena contempló a su amiga, que se habría convertido en su cuñada si el destino no hubiera decidido lo contrario. De la noche a la mañana, todo había cambiado. Andreas, hermano gemelo de Leon, era el hombre con quien creía que se casaría. Pero dos meses antes, ella había estado en Italia por motivos laborales y había conocido a otro hombre. Se produjo tal atracción entre ellos, que no había querido dejarlo.
Al volver a Grecia a decirle la verdad a Andreas, éste se hallaba ilocalizable. Irena se enteró enseguida de que la hermanastra de Thea, Gabi Turner, había entrado en escena y que una sola mirada le había bastado a Andreas para olvidarse de Irena. Se habían casado y estaban en viaje de novios.
–Irena, dime algo.
–No sé cómo decírtelo –empezó a temblar–. No te lo vas a creer. No me lo creo ni yo.
–¿Tan grave es? ¿Te estás muriendo?
–No, pero eso resolvería el problema.
–Eso nunca es una solución –la reprendió Deline al tiempo que se levantaba de un salto–. Iba a decirte que a menos que padecieras una enfermedad incurable, nada podría equipararse a lo que pasé al tener que decidir si seguía o no con Leon.
–Estoy embarazada.
–De Andreas… –Deline se había puesto pálida.
–Probablemente –contestó Irena con voz temblorosa.
–¿Cómo que probablemente? –la miró con incredulidad.
–El médico está casi seguro de que es de Andreas, pero podría ser de otro. ¿Y si fuera de Vincenzo?
–¿Quién es Vincenzo?
–Un hombre con el que estuve en Italia mientras escribía el reportaje para el periódico. Es guapo y… ¡Qué desastre! –exclamó con desesperación.
–¿Cuánto hace que sabes que estás embarazada?
–Llevaba una semana con náuseas y ayer me decidí a ir al médico. Creí que tendría la gripe o algo así. El médico me mandó al ginecólogo, que me lo ha confirmado esta mañana, antes de venir. Estoy de seis semanas.
Le había rogado al ginecólogo que volviera a hacer el cálculo. Al marcharse de Grecia sólo se había acostado con Andreas, con el hombre con quien se iba a casar al volver. Pero esos diez días en Italia habían cambiado su vida para siempre. Al conocer a Vincenzo, experimentó sentimientos que no conocía, hasta el punto de alargar su estancia en Italia y no querer volver a Grecia ni ver a Andreas.
–¡Ay, Irena! –exclamó su amiga con los ojos llenos de lágrimas–. Pase lo que pase, tendrás un bebé precioso.
–Ya lo sé –respondió Irena llorando a su vez–. Es lo que más quiero en el mundo –y que fuera de Vincenzo.
–Claro que sí –Deline le apretó suavemente el brazo–. ¿Qué vas a hacer?
–Tengo claro lo que no voy a hacer, que es no decirle a Andreas que el hijo es suyo, si es que lo es. Voy a ver a otro ginecólogo esta tarde para tener una segunda opinión. Tengo que estar segura.
–Te lo iba a sugerir. Esto es muy importante.
–Tengo tantas ganas de que Vincenzo sea al padre…
–Pero si el segundo ginecólogo te dice lo mismo…
–Si lo hace, tampoco voy a hacer daño a Andreas y Gabi. Para Leon y para ti fue una pesadilla el que te confesara que era el padre de los gemelos de Thea. Y no quiero que ellos pasen por lo mismo. Se quieren y están en viaje de novios haciendo planes para el futuro. Quiero irme de luna de miel con Vincenzo. Quiero decirle que voy a tener un hijo suyo. A veces me pregunto cómo pudiste soportarlo, Deline.
–Nunca olvidaré que me apoyaste en todo momento –dijo Deline con la voz quebrada.
–No quiero remover el pasado y hacerte daño. Pero no puedo hacerles eso.
–La verdad acaba por salir a la luz, Irena. ¿Y si Leon hubiera guardado el secreto durante años? No creo que nuestro matrimonio hubiera soportado semejante golpe al cabo del tiempo. Al menos ahora partimos con la verdad por delante, antes de que nazca nuestro hijo. Y Leon se ha portado tan bien conmigo… Ha sido amable, comprensivo y paciente.
–Estoy muy contenta de que las cosas te vayan tan bien. Pero tal vez Gabi ya esté embarazada. Temo que la historia se repita. ¡Qué regalo de bodas con retraso sería que les diera la noticia cuando volvieran del Caribe! No puedo hacerles eso.
–Un día, Andreas se enterará y cuando lo haga… –Deline se puso a temblar–. Conozco a Andreas. Es noble en extremo y siempre se preocupará por ti, pero si le ocultas algo así y lo descubre, sobre todo después de lo que se esforzó para que Leon se quedara con sus hijos… Tengo miedo por ti, Irena –dijo haciendo un gesto negativo con la cabeza.
–Hay un modo de que nunca se entere. De eso he venido a hablarte. Después de volver de Italia, dejé mi puesto en el periódico. Había planeado romper con Andreas antes de volver a Riomaggiore, que es adonde voy a ir ahora para estar con Vincenzo, con la esperanza de que siga queriendo casarse conmigo.
–¿Es que te lo pidió sólo diez días después de conoceros? –preguntó Deline con asombro–. Ya sé que eres la mujer más guapa e inteligente que conozco, pero si conocía tu relación con Andreas…
–Ya sé que parece complicado. No me lo pidió exactamente, sino que surgió en la conversación. Pero, al marcharme, no pude darle una respuesta hasta haber hablado con Andreas, y ya sabes lo que pasó después. Cuando me habló de Gabi, me di cuenta de que nunca habíamos estado enamorados porque, si no, Gabi no le hubiera robado el corazón ni Vincenzo hubiera robado el mío. Vincenzo me había advertido que, si me casaba con Andreas, el matrimonio no funcionaría y que me arrepentiría de mi error. Tenía razón.
–¿Qué clase de hombre consigue que te enamores de él en diez días y que quieras casarte con él?
–Se llama Vincenzo Antonello y es italiano de los pies a la cabeza y un soltero empedernido. Tiene el pelo negro, largo y rizado. Va andando a los sitios y, si tiene que recorrer mucha distancia, se monta en su Fiat –Irena sonrió al recordarlo. Ella se había criado, en un mundo lujoso de villas, coches elegantes, limusinas y helicópteros–. Le encargaron que nos enseñara a mí y al fotógrafo que me acompañaba la fábrica de licores en la que trabajaba. Cuando volvimos a su coche me dijo que le gustaba que tuviera una altura similar a la suya porque