Pasión incontrolable
Por Olivia Gates
3.5/5
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La extremada sensualidad del jeque Numair Al Aswad impactó a la princesa Jenan Aal Ghamdi. Él consiguió rescatarla de un matrimonio concertado y por ello recibió una recompensa asombrosa: ¡un heredero!
Numair provenía de un pasado oscuro y buscaba venganza. Además quería reclamar su trono. Jenan era vital para sus planes, pero su fría y calculadora estrategia se derritió bajo el ardor de la pasión que compartían. Entonces tuvo que elegir entre las ambiciones de toda una vida o la mujer que albergaba a su hijo en el vientre.
Olivia Gates
USA TODAY Bestselling author Olivia Gates has published over thirty books in contemporary, action/adventure and paranormal romance. And whether in today's world or the others she creates, she writes larger than life heroes and heroines worthy of them, the only ones who'll bring those sheikhs, princes, billionaires or gods to their knees. She loves to hear from readers at oliviagates@gmail.com or on facebook.com/oliviagatesauthor, Twitter @Oliviagates. For her latest news visit oliviagates.com
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Pasión incontrolable - Olivia Gates
Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2015 Olivia Gates
© 2015 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Pasión incontrolable, n.º 2045 - junio 2015
Título original: Pregnant by the Sheikh
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-687-6280-7
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Índice
Portadilla
Créditos
Índice
Capítulo Uno
Capítulo Dos
Capítulo Tres
Capítulo Cuatro
Capítulo Cinco
Capítulo Seis
Capítulo Siete
Capítulo Ocho
Capítulo Nueve
Capítulo Diez
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Capítulo Uno
Jenan Ala Ghamdi sintió arcadas al observar cómo el hombre con el que iba a casarse se movía entre la multitud mientras lo felicitaban. Cada vez que lo miraba, o que pensaba en él, las náuseas se apoderaban de ella. No comprendía cómo todavía no había vomitado sobre él.
Lo único que la ayudaba a controlarse era la aversión que sentía ante la idea de volver al lugar donde se celebraba aquel compromiso no deseado. Le había costado más de una hora escapar de las hordas de invitados fisgones y refugiarse al fondo del enorme salón de baile. Había conseguido escabullirse gracias a que se había negado a llevar el atuendo que su prometido le había enviado. Él pretendía presumir de su riqueza recién adquirida haciendo que su adquisición fuera vestida con un traje recargado de adornos. Con la cantidad de joyas que él le había regalado, habría relucido con la misma potencia de diez bolas de discoteca. Vestida con un traje de noche de color negro, se fundió entre la oscuridad de los laterales del salón. Era una victoria minúscula.
¡Se estaba comprometiendo con Hassan Aal Ghaanem!
El hombre que resultaba ser el rey de Saraya y que dominaba Zafrana, un reino vecino en el desierto que era su tierra natal. No, ella no estaba comprometiéndose con él. Era parte de un trueque. De una venta. Esa noche era el principio del fin de su vida, y ella lo sabía. Lo que sucediera después de casarse con él, no se consideraría vida.
No obstante, aunque su destino era inevitable, se había negado a que hicieran la celebración en Saraya, y ni siquiera en Zafrana, así que cuando él aceptó que fuera en la ciudad de Nueva York, donde ella residía, sintió que había alcanzado otro pequeño triunfo.
Había vivido en esa ciudad durante los últimos doce años. Y dejaría de vivir en ella en cuanto comenzara a cumplir su condena como esposa de Hassan. Desde luego, no pensaba regresar a aquella región para pasar el resto de su vida ni un momento antes de lo estrictamente necesario. Había huido de allí, decidida a no regresar jamás, excepto para algunas visitas breves.
Si esa fiesta se hubiera celebrado en su tierra natal no habría tenido ninguna difusión, debido a las medidas de seguridad impuestas por la clase gobernante. Sin embargo, en el corazón de la ciudad de Nueva York, y en un hotel tan famoso como ese, la fiesta de compromiso aparecería en los medios de comunicación de todo el mundo.
Hassan, como rey de un lugar recientemente próspero, gracias a que el rey Mohab Aal Ghaanem de Jareer iba a darle a Saraya el treinta por ciento de la riqueza petrolífera de su reino, se había dedicado a despilfarrar después de haber pasado varios años conteniéndose debido a las finanzas limitadas del reino.
Así que allí estaban, en el salón del hotel Plaza. Apartó la mirada de los quinientos invitados que ocupaban el salón de baile y se fijó en sus manos desnudas. Se había negado a aceptar las valiosísimas joyas que pertenecían al tesoro real de Saraya.
–¿Estás segura de esto, Jen?
La voz de Zeena, su hermanastra pequeña, la hizo estremecer.
Se volvió para mirarla y esbozó una sonrisa.
–Lo estoy, Zee. Estoy segura de que la única solución al problema que tienen Zafrana y padre es que yo me case con ese viejo verde.
Y el problema no era algo reciente, sino uno que venía de tiempos atrás.
Había comenzado cuando su padre, Khalil Aal Ghamdi, había tenido que ocupar el trono de Zafrana después de que falleciera el rey Zayd, su primo segundo. Abocado a un puesto para el que no estaba dotado, el artista soñador no había sido capaz de convertirse en hombre de estado y se había dejado influenciar por malos consejeros.
A su regreso a Zafrana, después de graduarse en Economía y Empresariales en la Universidad Cornell, ella había constatado que la imprudencia de su padre había llevado al reino a un deterioro progresivo. Había intentado aconsejarlo, pero había chocado contra la tremenda oposición de su entorno. Solo le quedaban dos opciones: dedicar toda su vida a luchar o retirarse de la batalla y huir de esa región cuyo estilo de vida era tan distinto al suyo. Había elegido marcharse.
Y como resultado de su decisión, Zafrana estaba tremendamente endeudada con Saraya y Hassan estaba a punto de anexionar el reino mediante un matrimonio. Al parecer, según le había explicado su padre a ella, era la única manera de salvar Zafrana.
–No puedes casarte con él. ¡Es muy viejo!
Jen contestó con ironía:
–Sí, me he dado cuenta. Es difícil no hacerlo cuando tu prometido es más viejo que tu propio padre. Y soberanamente aburrido. Y pensar que cuando propusieron un matrimonio de estado me negué en rotundo a casarme con Najeeb.
–¡A lo mejor estás a tiempo de cambiar de idea! Sé que quieres a Najeeb como a un hermano, pero si tienes que casarte con alguien, al menos, él es buena persona. Y muy atractivo. ¡A lo mejor terminas queriéndolo de otro modo!
Jen miró a su hermana de diecisiete años y recordó por qué estaba haciendo aquello.
–¿Crees que no habría elegido esa posibilidad si todavía fuera posible? Najeeb se negaba a casarse conmigo solo para servir las ambiciones políticas de su padre. Y se marchó a una de esas misiones humanitarias en un lugar desconocido. Por eso, Hassan decidió que él sería quien se casaría conmigo.
–¿Ese hombre no tiene ni una pizca de decencia? ¡Es dos años mayor que nuestro padre!
–De hecho considera que hizo lo correcto al ofrecer primero a su hijo mayor y príncipe de la corona, y que puesto que ambos nos negamos a contraer matrimonio, tuvo que recurrir a esta opción. Te aseguro que cree que hace lo correcto.
Zeena parecía a punto de llorar.
–Si de veras tienes que hacerlo... –se estremeció– puede que no sea para mucho tiempo.
–¿Confías en que él muera pronto y me libre de mi condena? –negó con la cabeza al comprobar una vez más que su hermana era una ingenua–. Zee, cariño, sé que cualquier persona de más de cuarenta años es muy mayor para ti. Yo solo tengo treinta y cuando te sorprendes porque hago cosas que crees que solo están reservadas para los jóvenes, haces que me sienta vieja. Hassan es un hombre robusto de sesenta y cinco años, y espero que viva otros treinta años más.
Zeena comenzó a llorar y dijo con voz temblorosa:
–Al menos, dime que solo será para aparentar.
Jen suspiró, no sabía qué decirle a su hermana. Su padre había insinuado algo al respecto, pero ella sospechaba que era para no sentirse todavía más culpable por haberla entregado en matrimonio. Hassan ya controlaba todos los bienes y recursos de Zafrana, pero en su región importaba más la sangre que el dinero cuando se trataba de poder político. Aquel matrimonio debía dar un heredero, uno que también fuera el heredero del padre de ella, para que Hassan consiguiera todo el poder que deseaba tener sobre Zafrana. Tener un heredero permitiría que Hassan gobernara Zafrana mientras el padre de ella siguiera con vida, y cuando el padre muriera, Hassan sería el regente de Zafrana hasta que el heredero alcanzara la mayoría de edad. Hassan lo tenía todo controlado.
Zeena debió de ver la verdad en su mirada de resignación, porque las lágrimas le brotaban de los ojos cada vez más deprisa.
–Si lo que quiere es que saldemos las deudas, a lo mejor podemos encontrar otra persona que las pague. Por ejemplo los otros miembros de la realeza que hay en la región. Seguramente otros reyes como el rey Kamal y el rey Mohab nos ayudarán.
Jen negó con la cabeza, deseando que aquello terminara.
–He hablado en persona con todos los poderosos de la región, pero lo único que podían hacer Kamal, Mohab, Amjad y Rashid era intentar que Hassam les traspasara las deudas a ellos, y él se negó. Es todo lo que pueden hacer sin recurrir a medidas drásticas.
–¿Y por qué no emplean esas medidas? ¡Es un motivo importante!
–No es tan fácil como eso, Zee. Esas personas se comprometieron a no implicar a sus reinos en los problemas de otras naciones. Y desde que entra dinero gracias al petróleo, Hassan tiene importantes aliados extranjeros cuyos intereses se centran en Saraya y que se retirarían si otros reinos aplicaran embargos o iniciaran conflictos mayores allí. Asimismo, los reyes tienen alianzas tribales con Saraya y eso hace que todo sea más complicado.
Jen era consciente de que todos los reyes deseaban acabar con Hassan, pero tenían las manos atadas. Estaban obligados a aceptar cualquier resolución pacífica, aunque desearan lo contrario. Dicha resolución pacífica eran ella y la deseada fertilidad de su vientre.
–¿Así que es cierto? –preguntó Zeena–. ¿No hay otra salida?
–No.
La respuesta provocó que Zeena se tambaleara