Aroma de traición
Por Lynn Raye Harris
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Hacía mucho tiempo desde que la perfumista Holly Craig, inocentemente, sucumbiera al encanto y las falsas promesas de Drago di Navarra. Por fin, como modelo de una nueva campaña publicitaria para el lanzamiento de un perfume, Holly estaba dispuesta a mostrarse digna contrincante del embriagador empresario. En apariencia, Drago era símbolo de profesionalidad y poder. Sin embargo, le perseguía el recuerdo de una chica supuestamente inocente que resultó ser como todas las demás.
Lynn Raye Harris
Lynn Raye Harris is a Southern girl, military wife, wannabe cat lady, and horse lover. She's also the New York Times and USA Today bestselling author of the HOSTILE OPERATIONS TEAM (R) SERIES of military romances, and 20 books about sexy billionaires for Harlequin. Lynn lives in Alabama with her handsome former-military husband, one fluffy princess of a cat, and a very spoiled American Saddlebred horse who enjoys bucking at random in order to keep Lynn on her toes.
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Aroma de traición - Lynn Raye Harris
Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2013 Lynn Raye Harris
© 2014 Harlequin Ibérica, S.A.
Aroma de traición, n.º 2296 - marzo 2014
Título original: The Change in Di Navarra’s Plan
Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-687-4143-7
Editor responsable: Luis Pugni
Conversión ebook: MT Color & Diseño
Capítulo 1
Eh, tú, levántate.
Holly Craig levantó el rostro y vio al hombre alto e imponente. El estómago le dio un vuelco ante la pura belleza viril de él. Tenía el cabello oscuro, penetrantes ojos grises y una mandíbula que parecía esculpida en mármol de Carrara. Elegante nariz y pronunciados pómulos completaban su fisonomía.
–Vamos, chica, no dispongo de todo el día –dijo él con voz sofisticada y cortante.
Italiano, pensó Holly. El acento italiano no era marcado, más bien refinado y suave como el buen vino. O como un buen perfume.
Holly agarró la cartera, una cartera de segunda mano que ni siquiera era de piel, y cambió de postura en el sofá.
–No estoy segura de que no haya un malentendido...
Él chasqueó los dedos.
–Has venido a verme, ¿no?
Holly tragó saliva.
–¿Es usted el señor Di Navarra?
–Naturalmente –respondió él sin disimular su irritación.
Holly se puso en pie, nerviosa y ruborizada. No debería haber dudado de que ese hombre fuera el poderoso presidente de Navarra Costmetics. Además había visto la foto de la persona de la que podía depender su futuro. Todo el mundo sabía quién era Drago di Navarra.
Al parecer, todo el mundo excepto ella. La entrevista era de suma importancia y había empezado muy mal. «Tranquila, ma belle», le habría dicho su abuela. «No hay nada que te impida hacer esto».
Holly fue a estrecharle la mano.
–Sí, señor Di Navarra, soy Holly...
Pero Di Navarra, con gesto desdeñoso, la interrumpió:
–Da igual quien seas –Di Navarra empequeñeció los ojos al fijarse en ella. A pesar de que llevaba su mejor vestido, era de hacía cinco años; no obstante, era negro y no estaba mal. Era el único que tenía.
Confusa por lo extraño de la situación hasta el momento, Holly alzó la barbilla. No obstante, se contuvo para no insultarle por su comportamiento grosero, no quería estropearlo todo.
–Date la vuelta –le ordenó él.
Con las mejillas encendidas, Holly giró un círculo completo.
–Sí –le dijo él a su ayudante que tenía al lado–. Creo que esta nos servirá. Diles que ya vamos.
–Sí, señor –respondió la mujer antes de volverse y regresar hacia el despacho del que los dos habían salido.
–Vamos –dijo Drago.
Holly tenía dos alternativas. Podía decir que no, que no iba a ninguna parte. Podía decirle que era un maleducado, que ella había ido allí porque tenía una cita y no para aguantar que la hablaran con desdén y le dieran órdenes.
O también podía seguirle, averiguar a qué se debía el extraño comportamiento de él y aprovechar la oportunidad para presentarle sus ideas. Estaba ilusionada con sus logros. Le recordaban a su abuela y a las muchas horas que habían pasado juntas pensando en cómo mejorar los perfumes en vez de limitarse a vender los que tenían a la gente de la zona.
Le había costado mucho lograr una entrevista con ese hombre. Había gastado todos sus ahorros en llegar hasta allí, solo le quedaba dinero para volver a su casa. Si desperdiciaba esa oportunidad perdería mucho más que el dinero. Perdería su sueño y el de su abuela. Tendría que volver a casa y empezar desde abajo.
Porque la abuela había muerto y pronto perdería la casa. No podía permitirse el lujo de conservarla. A menos que convenciera a Drago di Navarra de invertir en su negocio.
–Sí, vamos –dijo ella.
Drago sintió los ojos de ella fijos en él, lo que no tenía nada de extraordinario. Gustaba a las mujeres, cosa que no le molestaba. No, por el contrario, era una ventaja; sobre todo, teniendo en cuenta la naturaleza de su negocio.
Su trabajo consistía en mejorar el aspecto de la gente, así que no estaba de más ser atractivo.
Él utilizaba productos Navarra: jabón, agua de colonia, cremas y champú. Y hablara con quien hablase, insistía en los beneficios de usar esos productos.
Ahora, sentado en el asiento posterior de la limusina con unos papeles en las manos, examinaba la información del estudio de mercado realizado sobre la nueva gama de productos NC que iba a ser lanzada al mercado ese otoño. Le gustó lo que vio. Sí, le gustó mucho.
Lo que no le gustó era la chica que la agencia le había enviado. Era la cuarta modelo que había visto aquella mañana y, aunque por fin habían acertado, le irritaba que, en vez de la primera, fuera la cuarta la que presentaba la mezcla de inocencia y sensualidad que requería la modelo para su campaña de promoción.
Él iba a vender frescura y belleza, no el estereotipo de mujer de las últimas modelos a las que había visto, cuya dureza, especialmente visible en su mirada, traicionaba la imagen de inocencia que querían proyectar.
Esta chica, sin embargo...
La miró con descaro, complacido con lo que veía. Ella, inmediatamente, bajó los ojos y enrojeció. Una dolorosa sensación se apoderó de él de improviso. Tuvo una reacción visceral a aquella dulzura, el cuerpo se le endureció como hacía mucho que no le ocurría. No, no le faltaban mujeres con las que acostarse, muchas mujeres, pero se había convertido en algo mecánico, no una forma de escape o una manera de relajarse.
Le resultaba interesante su reacción.
Volvió a pasear la mirada por la chica y, de nuevo, pensó en lo mucho que le gustaba. Ella llevaba un traje barato, aunque le sentaba bien. Calzaba zapatos de ante color rosa de tacón alto y estaban nuevos, a juzgar por la suela en la que aún se veía la etiqueta con el precio, visible debido a que la chica había cruzado una pierna sobre la otra.
Inclinó la cabeza. Cuarenta y nueve dólares con noventa céntimos.
No eran zapatos de Jimmy Choo ni de Manolo Blahnik, desde luego. No había imaginado que llevara unos zapatos de mil dólares, pero sí que fuera algo más sofisticada.
Algo extraño, teniendo en cuenta que lo que realmente no quería era sofisticación. No obstante, esa chica era modelo de una de las mejores agencias de Nueva York. ¿No debería ir algo más preparada? Por otra parte, quizá acabara de salir del pueblo y los de la agencia la hubieran enviado a la desesperada.
–¿Cuánto hace que trabajas en esto? –preguntó él.
Ella lo miró. Parpadeó. Tenía ojos azules, cabellos rubios rojizos y unas pecas salpicaban su pálida piel. Tendría que advertir al fotógrafo que no eliminara las pecas, enfatizaban la imagen de frescura.
–¿En esto?
Drago contuvo su impaciencia.
–Sí, cara, ¿cuánto tiempo llevas trabajando de modelo?
Ella volvió a parpadear.
–Ah, bueno, yo...
–No voy a enviarte de vuelta a casa aunque este sea tu primer trabajo –le espetó él–. Lo único que me importa es que le gustes a la cámara. Así que, por mí, como si acabaras de salir de la granja de tus padres.
Ella volvió a ruborizarse. Esta vez, alzó la barbilla. Sus ojos lanzaron chispas gélidas.
–No veo por qué tiene que ser tan grosero –le espetó ella–. Tanto si se es rico como si no, no está de más un poco de educación y buenos modales.
Drago tuvo ganas de echarse a reír. Era como si un gatito le hubiera bufado. La tensión comenzó a disiparse.
–Te pido disculpas por mis malos modales –dijo él.
Ella se cruzó de brazos y adoptó una expresión seria.
–En ese caso, gracias.
Drago dejó los papeles a un lado en el asiento.
–¿Es la primera vez que vienes a Nueva York?
La vio humedecerse los labios con la lengua. Sintió una punzada en la entrepierna.
–Sí –respondió ella.
–¿De dónde eres?
–De Luisiana.
Drago se inclinó hacia delante, consciente de que tenía que hacerla sentirse cómoda si quería sacar provecho de la sesión de fotos.
–No te preocupes, harás un buen trabajo –declaró él–. Lo único que tienes que hacer es mostrarte tal y como eres delante de la cámara, no intentes parecer sofisticada.
Ella bajó la mirada y pasó las yemas de los dedos por el borde de su chaqueta.
–Señor Di Navarra...
–Drago. Y tutéame, por favor –interpuso él.
Ella volvió a alzar la mirada. Sus ojos azules mostraban preocupación. Súbitamente, él deseo besarla, erradicar esa expresión. Cosa rara en él. No era que no saliera con algunas modelos, pero aquella chica no era la clase de modelo con la que solía salir. Le gustaban altas y elegantes, de aspecto gélido como el hielo.
Salía con mujeres que no eran idealistas persiguiendo un sueño, como parecía ser esta. Lo que despertó su instinto protector, entrándole ganas de enviarla de vuelta a Luisiana.
Quería que esa chica volviera a su casa, que dejara de soñar con lograr fama y fortuna en Nueva York. Aquella ciudad la destruiría. En cuestión de unos meses, acabaría drogadicta, alcohólica y vomitaría todo el día con el fin de perder algún que otro kilo de más que la industria de la moda, estúpidamente, se empeñaba en afirmar que le sobraba.
Pero antes de poder decir nada de lo que estaba pensando, el coche se detuvo y la portezuela, casi inmediatamente, se abrió.
–Menos mal, señor Di Navarro –declaró el director de escenarios–. La chica no ha venido todavía y...
–Está conmigo –lo interrumpió Drago.
El otro hombre volvió la cabeza y la vio.
–Excelente –el hombre chasqueó los dedos mirándola–. Venga, vamos. Tenemos que maquillarte.
Drago sonrió con intención de darle ánimos al ver su expresión de horror.
–Vamos, Holly, ya verás como todo sale bien. Te veré después de que acabe la sesión.
Ella pareció aliviada.
–¿En... serio?
Parecía sentirse muy sola en esos momentos. Entonces, sin saber por qué, preguntó a la chica:
–¿Tienes algo que hacer esta noche?
Ella sacudió la cabeza.
Drago sonrió. Sabía que