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El Retoño Que Parí: Manual de Programación Materna
El Retoño Que Parí: Manual de Programación Materna
El Retoño Que Parí: Manual de Programación Materna
Libro electrónico207 páginas2 horas

El Retoño Que Parí: Manual de Programación Materna

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“Venían nuevas decisiones, porque mi amor de madre había nacido sin encontrar límites...”

Queda clarísimo que tener un hijo es algo que no se puede tomar a la ligera. No es suficiente ni justo traer al mundo a un ser humano por un capricho, inseguridad de un futuro o simplemente por accidente. Es necesario que los padres tomen la decisión de procrear y estar listos para comprometerse a la maravillosa responsabilidad de tener un hijo. Tere Topete nos cuenta en su libro las decisiones y tramos que tuvo que tomar para que su retoño, AJ, naciera en un ambiente en el cual fuese recibido al mundo con amor, armonía, seguridad y sabiduría. Un retoño tiene que ser amado y tiene que ser deseado.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento24 ene 2015
ISBN9781507046463
El Retoño Que Parí: Manual de Programación Materna

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    El Retoño Que Parí - Tere Topete

    Dedicatoria 4

    Prólogo -

    1 -

    2 -

    3 -

    4 -

    5 -

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    17 -

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    21 -

    22 -

    Epílogo -

    Dedicatoria

    Eternamente agradecida con DIOS.

    Gracias Abuela por enseñarme a mirar una nube y darle forma.

    A ti Madre por parirme, fue mi mejor inicio.

    A mi Padre por no soltarme.

    A mi Retoño, por graduarnos juntos.

    A Horacio mi compañero.

    A cada personaje vivo en mis garabatos.

    Y a mis lectores.

    Gracias.

    T.T.

    Prólogo

    Etapa UNO: -0 al 1

    "Cuando la nada

    simulando no existir,

    [apariencia]

    está ahí...

    En las propuestas,

    las decisiones,

    las noticias,

    las esperas,

    las llegadas.

    Doy comienzo...

    Cuando el todo

    tratando de estar,

    [hacer presencias]

    está y no

    en las conciencias.

    Doy comienzo...

    Desde aquí

    entre todo

    y nada

    [apariencia-presencia]

    Irreverente,

    doy comienzo...

    a mis contares".

    T.T.

    1

    La Propuesta

    Pienso, luego existo.

    René Descartes.

    No, no salí huyendo.

    Me fui a tomar una decisión sobre la propuesta que me hiciera mi compañero de habitación, mi compañero de vida en ese momento—mi compañero en amores. Y como era una decisión importante para mí, emprendí el vuelo.

    Me había entretenido en un viaje de 4 meses, tratando de no ir por la carretera equivocada en cuanto a mi destino. Pues cuando tomo decisiones, por consejo de Tina y Fernando, elijo  la meditación como la acción primera, por fundamental y buena consejera. Y ésta exige todo el tiempo conveniente, me lo dijeron en tono amable pero directo, y necesitarás de los espacios y de la gente que te ayuden a pensar, y también necesitarás de la soledad hasta que puedas reflexionar por ti misma en la dirección de tu conciencia, y así decidir. Por eso me fui de viaje. Para enfrentar mis dudas, y tomar la decisión más importante de mi vida.

    ¿Miedo? por supuesto que tuve miedo, siempre en las decisiones importantes de mi vida siento el miedo como cualquiera que piensa en el cambio que va a construir. Es un miedo diferente, entre el que te paraliza y deja inmóvil porque no pudiste descifrar su misterio, al otro miedo que antecede al acto responsable. Eso aprendí desde niña en la casa familiar, hija de un médico titulado y una boticaria empírica que no necesitó de la universidad, decía mi padre, hay que ponerle atención a su modo de mirar y percibir el mundo y ahí estará la vida. Pero Tina además, siempre ha tenido la palabra exacta en el momento preciso, y me enseñó a distinguir los miedos y enfrentarlos.

    Y claro que me dio miedo la propuesta de Hartur. No sé si le pusieron así sus padres por referir de algún modo al vocablo hartura o por sofisticar el nombre noble de un rey (pero en realidad es la fusión de dos apilados bautismales). Son tan extraños los nombres en algunas regiones, que lo único bueno del nombre—y que entiendo yo—es que Hartur tiene mucho de harta inmadurez y mucho de harta alcurnia, pero nunca ignoré ambas partes y así lo amé.

    Hartur era ya mi consorte cuando me hizo esa propuesta que me dio mucho más miedo que cuando iba camino a mi boda, y más y más miedo que meses antes a ese viernes 13—al que le sacan la vuelta quienes no saben que puede también ser un día de suerte—cuando en San Miguel Regla, en Hidalgo, yo le había declarado que estaba dispuesta a casarme con él aun prefiriendo la unión libre.

    Sin embargo, si he de tener un hijo no será como madre soltera, me dije en muchos tonos; aunque tiempo después, cuando mi hijo cursaba el segundo de primaria comencé a criarlo como si lo fuera. Ya verán por qué entre esa desequilibrada abundancia de tantas cosas, acontecimientos y demás.

    Por muy pitonisa que se pueda o se presuma ser, es difícil adivinar cuando estás planeando apenas casarte que el marido va a fallarte.  No es que pienses, me caso para divorciarme, un absurdo posible si los intereses van más acá del amor.  Pero, si he de decir la verdad, tendré que confesar que mientras iba camino a matrimoniarme no descarté de mis pensamientos la posibilidad de una posterior separación. Ahora sé que sólo la decreté, para bien o para mal, en una forma por demás endeble, ya que he cumplido 23 años de casada y todavía no me he divorciado, aún cuando he asumido el rol de mujer soltera desde hace más de una década, pues contrario a lo que este hecho pareciera en pronta conjetura, eso favoreció muchos aspectos durante el crecimiento de mi hijo y su devenir, a fin de cuentas. 

    Y sí, este último viaje me había dado, como cada vez que invierto tiempo y distancia para meditar, una visión exacta de lo que iba yo a responderle a Hartur.

    Llegué temprano, justo a tiempo para dar la noticia. La travesía había sido placentera, y el navegar interior me había sacado la casta materna. Todavía no oscurecía cuando acomodé el carro en el estacionamiento, saqué mi maleta, y fui por el elevador hasta el 5to. piso de nuestro departamento en la torre Virgo, allá por Lomas del Pedregal en la Ciudad de México. La luz estaba parda por el smog y la calidez de abril. Hacían 4 meses y un día justamente que yo había cumplido años, y al día siguiente Hartur alcanzaría la edad de 31.

    Nos habíamos casado hacían 476 días, en un mes de diciembre, y todavía éramos felices. Él me había propuesto lo del hijo. Yo quise pensarlo en forma seria, como debe hacerse en todo caso así. Por ello me tomé un tiempo y me alejé a meditar la nueva decisión de mi vida.

    ¡Decisión de mi vida! Una vida que involucraría a otra vida que no tenía, como yo, el poder de decisión.

    Pensar por mí, pero antes que en mí, en él, en ese hijo que no decidiría por sí mismo nacer. Pensar en la responsabilidad y no sólo en el glamour de reproducción, o en el status social obligatorio por la condición de desposados ante la sociedad. Mi visión era panorámica y a la vez detallada, menos común u ordinaria y mucho más grata que inesperada o casual. Nunca antes había reflexionado tan a fondo la maternidad y con tanto ímpetu; nunca me había detenido como entonces a interrogarme sobre la importancia de tener un hijo.

    ¡La responsabilidad de tener un hijo! Me asaltaba mi voz interior, y en mis respuestas no me conformaba con los estereotipos, y no, no lo haré sólo por el hecho de complacer a mi pareja. Sólo sabía yo eso de cierto.

    Supe también, que necesitaba más que nunca a Dios para saber con certeza qué era el querer, el tener, y el desear un hijo...

    ¡Un hijo! Un ser de mi responsabilidad, ¡de nuestra responsabilidad! Un hijo de Hartur y mío. Pero, a decir verdad con la carga natural que como mujer me toca, yo seré quién cargaré con él aquí en mi vientre, entre mis pensamientos, y en mis brazos después, lo pensé una y otra vez y lo dije en voz alta. ¡Un hijo te cambia la vida! Y no sólo es saberlo o decirlo, es asumirlo. Así se lo dije a mi pareja cuando fue el tiempo de decidir juntos.

    Era preciso aclarar mis pensamientos, por ello me fui más cerca del mar, más próxima a la voz sensata de mi madre, y más adyacente al regazo de mi padre. Comprendí cada vez mejor las enseñanzas de Tina y Fernando, porque supe de facto lo importante que es la compañía de quien te ayuda a pensar bien, especialmente cuando los demonios están al acecho para hacer fiesta por cada error en que una caiga durante la confrontación personal. Nada tan atrayente para el diablo que disponer de un alma, y poder jalarla de los extremos hasta exprimirle sólo respuestas banales

    ¿Quiero un hijo o complacer a Hartur? ¿Para esto estudié una carrera universitaria? ¿Éste es el final del camino profesional? ¿Realmente deseo cambiar mis rutinas? ¿Deberé cambiarlas...? ¿Por qué? No, no, no necesariamente ¿o sí? ¿Es mi ego retorcido o mis miedos escondidos? Es que puedo posponerlo... o negarme... o decidirme o abortar o comprometerme o cambiar o seguir igual o nada más ser yo o continuar o detenerme o arriesgar.

    Después de que me gradué, pasé ocho años trabajando para programas de salud con relación a la maternidad y la paternidad responsables. Tal aprendizaje no quedaría en la oscuridad. Además, me había educado en una universidad de cinco estrellas en este país, y por elección propia había estudiado una carrera primordial en función de la reformación de personas como personas: la comunicación humana. No podía permitirme el error de experimentar bajo la consigna que oía repetidamente de que a ser padres nadie te enseña, tienes que aprender del ensayo y el error ¡Ufff...! Estaré siempre en total desacuerdo con esta afirmación, ya que no es otra cosa que la irresponsabilidad de quienes se justifican disfrazando la responsabilidad a fuerza de palabras y hechos evidentes.

    ¡Ser padres debe ser más que un golpe de suerte!

    ¡Más que un ni modo: la regué!

    ¡Más que un decir es hora de reproducirse, lo demás ya vendrá!

    Pero en los tiempos de inexperiencia empiezas a sentirte bicho raro por pensar distinto y visualizar perspectivas diferentes. Da miedo equivocarse, pero supe a fuerza de pensar, que debe tenerse más miedo por no reconocer el error cuando se tiene con qué identificarlo, y con ello la posibilidad de evitarlo, que de torcerle el rabo al marrano y lastimarlo. O lo que es lo mismo, torcer el camino hacia la dirección incorrecta en vez de que apunte hacia donde halla el menor error al decidir tener un hijo, y no convertirlo luego en un depósito de nuestras frustraciones.

    Me di cuenta que en la víspera de una decisión tan importante (por irreversible), es bueno tener miedo a equivocarse, miedo a existir antes de pensar en las cosas que van a cambiar. Sí, debo pensar bien en todo lo que va a suceder, porque no hay reversa, y no debo decidir en medio de sentir temores, lo que realmente debo hacer es pensar mucho antes de actuar, y en las circunstancias en que se vive. Tener miedo a ser ignorante y justificarse redundantemente con hay pues ni modo, yo no lo sabía y pues ni modo, así soy yo.

    Nadie es perfecto, remarca mi madre, no quieras que todos piensen como tú, cada quién tiene una cabeza para pensar, pero lo que sí hay que aprender es a pensar de la mejor manera. Lo difícil es saber cuál es esa mejor manera, pero vale la pena averiguarla, aun cuando muchas veces no es lo que más conviene como personas adultas.

    Lo que me quedó claro de esto en esa época, es que se debe tener mucho más miedo a la negligencia, porque luego la vida se la cobra al contado y con intereses. Por eso me empeñé en disminuir esos riesgos, y como parte de las meditaciones para encontrar respuestas a mis interrogantes,  algunas tardes durante mi viaje me senté frente al mar, y me visualicé como las otras mujeres que ahí estaban, jugando con sus hijos. Parecían contentas, entregadas, convencidas. ¿Serán felices todo el tiempo o sólo en momentos así? Me pregunté ¿será que acompañen a los niños cada día como ahora, o sólo de vez en cuando? ¿Estas mujeres han dejado de hacer un trabajo remunerado fuera de casa, para educar a sus hijos de cerca y con entusiasmo?

    Me miré muchas veces bajo la regadera, con mi cuerpo esbelto, que habría de cambiar. ¿Seré capaz de soportarlo? ¿Yo estaré lista ya, física y mentalmente, para esa transformación? ¿Estará listo Hartur? ¿Estamos los dos dispuestos a intentar juntos a pensar y a existir con un hijo nuestro?

    ¡Joder! Qué difícil es tomar una buena decisión, porque es imprescindible pensar, y a veces se tiene que pensar mucho más de lo pensado antes de actuar. Qué razón tenía mi abuela Nicolasa.

    Cuando te preguntes algo, no descanses hasta encontrar una respuesta que te haga respirar profundo y sin dolor. Ese es el sentir de la libertad.

    La propuesta estaba hecha. La decisión en vías de consolidación.

    Qué bien se siente regresar a casa después de un viaje así.

    La tarde se oscureció y entre la charla y las convicciones se siguieron esas caricias, las que hacen sentir que conquistas el mundo...

    Cuando te desgarras y te desnudas, cuando eres frente al yo y se suma un nosotros.

    Sin duda que para poder ser tres, primero se necesitan dos.

    Piensa, piensa y actúa, me dije, en aquella noche única en amores. Mis amores.

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