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Poesía completa
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La vida de Porfirio Barba Jacob fue un continuo y desgarrado peregrinaje por diversos países de América. Estuvo radicado en México, Guatemala, Honduras, Costa Rica, Perú y Colombia, colaborando con toda suerte de publicaciones literarias y políticas que apenas le daban para subsistir, y este espíritu errabundo, lleno de pasión y de nostalgia, formó parte esencial de sus imágenes poéticas. Su obra está signada por la angustia, la sensualidad y la omnipresencia de la muerte, y su Canción de la vida profunda sigue siendo el poema más leído y recitado en Colombia. Porfirio Barba Jacob murió en México el 14 de enero de 1942, víctima de la tuberculosis, en medio de la más agobiante pobreza. Había salido de su tierra natal, Santa Rosa de Osos, casi cuarenta años antes, y en ese largo exilio no sólo escribió algunos de los poemas más bellos de nuestra literatura, sino que forjó un sólido mito alrededor de su vida tras¬humante y llena de episodios escandalosos.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento18 nov 2013
ISBN9789585794375
Poesía completa
Autor

Porfirio Barba-Jacob

La vida de Porfirio Barba Jacob fue un continuo y desgarrado peregrinaje por diversos países de América. Estuvo radicado en México, Guatemala, Honduras, Costa Rica, Perú y Colombia, colaborando con toda suerte de publicaciones literarias y políticas que apenas le daban para subsistir, y este espíritu errabundo, lleno de pasión y de nostalgia, formó parte esencial de sus imágenes poéticas. Su obra está signada por la angustia, la sensualidad y la omnipresencia de la muerte, y su Canción de la vida profunda sigue siendo el poema más leído y recitado en Colombia.

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    Poesía completa - Porfirio Barba-Jacob

    PRÓLOGO

    Porfirio Barba Jacob murió en México el 14 de enero de 1942, víctima de la tuberculosis, en medio de la más agobiante pobreza. Había salido de su tierra natal, Santa Rosa de Osos, casi cuarenta años antes, y en ese largo exilio no sólo escribió algunos de los poemas más bellos de nuestra literatura, sino que forjó un sólido mito alrededor de su vida trashumante y llena de episodios escandalosos. Que era un poeta reverenciado por los colombianos de su tiempo —a pesar de su larga ausencia— se demostró el día en que una pequeña comisión de hombres ilustres aterrizó con sus cenizas en el aeropuerto de Medellín y una multitud emocionada se vio correr por los campos aledaños dándole la bienvenida. Eran tiempos en que los colombianos memorizaban y recitaban los poemas de sus autores preferidos, entre los cuales estaba Barba Jacob con su Canción de la Vida Profunda.

    Porfirio Barba Jacob fue uno de los muchos seudónimos que utilizó Miguel Ángel Osorio a lo largo de su azarosa existencia. Según Marcelino Menéndez y Pelayo, Barba Jacob fue el nombre de un famoso apóstata y hereje que vivió a principios del siglo XVI; según el poeta, el nombre se le ocurrió ... por la creencia que yo he tenido siempre de que mi mentalidad es un poco alejandrina, neoplatónica. El primer apellido lo escogí porque sugiere cierta idea de virilidad, de fuerza, de brío; el segundo, para que haya en la simple enunciación de mi nombre una sugerencia de eso que se llama... ¿cómo?... la escala de luz¹. Otros hay que opinan que el Porfirio lo escogió para honrar la memoria de Porfirio Díaz, el dictador mexicano a quien elogió muchas veces desde sus columnas periodísticas. El caso es que con ese extraño nombre quedó consagrado en las antologías e historias de la literatura, que suelen clasificarlo como un post-modernista o como un modernista rezagado. En 1903 firmaba como Main, y parece que ya en 1907 usaba el seudónimo Ricardo Arenales, que luego debió abandonar porque, según él, le trajo problemas cuando lo confundieron con un homónimo que era perseguido por la justicia en Centroamérica.

    La infancia de Barba Jacob fue similar a la de tantos niños de provincia antioqueña: criado en un ambiente de gran religiosidad y pobreza, disfrutó en un hogar que no era el suyo —entre primos y tíos, lejos de sus hermanos— del cariño de su abuela Benedicta. Esa infancia va a ser añorada después en sus poemas de madurez:

    ¡Oh, quién pudiera de niñez temblando, a un alba de inocencia renacer!

    Pero también va a estar signada por el abandono de sus padres, a quienes volvió a ver cuando ya era un muchacho de catorce años. En las páginas autobiográficas de La divina tragedia, el poeta evoca con amargura el encuentro con su madre: a su alma hipersensible la hirieron para siempre las críticas que ésta hacía a sus abuelos y a su propio comportamiento, que por arisco y torpe le valía el calificativo de montañero.

    La falta de cariño fue una constante en la vida solitaria, de cuartos de hotel, de Barba Jacob. De gran locuacidad y vivo ingenio, todos los que lo conocieron lo recuerdan como un conversador insigne, que deslumbraba a los que lo oían con el brillo de su elocuencia; cínico, irreverente, mordaz, contaba innumerables historias de sus encuentros con poetas y presidentes, con ministros y maleantes de toda laya, de cuya amistad se jactaba.

    Pero este hombre encantador se nos revela también, a través de las anécdotas de los que lo conocieron y de la exhaustiva biografía de Vallejo, como un hombre sucio, repugnante en sus borracheras y lleno de mezquindades e inconsecuencias. Virulento en sus ataques, muchas veces enfiló sus baterías contra los que habían sido sus amigos y benefactores; fue así como a Arévalo Martínez, con quien compartió años de fervor literario, lo llamó mísera vulpeja con hambre desde un periódico colombiano, fuera de otros insultos de gran bajeza, y alguna vez abandonó sigilosamente la casa de quien lo había alojado llevándose sus libros y sus vestidos.

    Por su carácter contradictorio, por su personalidad avasallante, su beligerancia y su poder creativo, Barba Jacob tuvo siempre un séquito de admiradores y un puñado de amigos que lo acogió generosamente, pero también supo granjearse antipatías, rencores y odios. Si nos atenemos a la apasionante biografía de Vallejo, habrá que concluir que muy poco supo de amores verdaderos y así se lo hacía saber entre lágrimas a quien fuera su amigo de muchos años, Leonardo Shfick. También solía lamentarse de su fealdad, que era notable: moreno, de ojos saltones, mejillas hundidas y piel terrosa, efectivamente parecía un caballo; en alguna carta a un amigo se duele de no haber heredado los hermosos rasgos de sus padres, o de su hermano muerto en la guerra.

    Porfirio Barba Jacob vivió su homosexualidad declarada entre la confusión, la angustia, la conciencia de pecado, y el alarde desvergonzado o el cínico exhibicionismo. No logró nunca asumir su condición con naturalidad, como algo íntimo que se vive en forma serena, pues siempre se vio a sí mismo como una nota discordante dentro de la armonía universal:

    Tomé posesión de la tierra

    mía, en el sueño y el lirio y el pan,

    y moviendo a las normas guerra

    fui Eva... y fui Adán.

    Esa disonancia de su ser se va a expresar de múltiples formas en su poesía, que en su abierto tono romántico sirve en gran medida a la expresión de sus conflictos y a la confesión de carácter autobiográfico.

    Antes de partir de Barranquilla a ese viaje de tantos rumbos que culminaría en México, Barba Jacob había sido maestro. Dicha vocación no lo abandonó nunca, y así fue fundando a su paso escuelas y universidades que luego dejaba en manos de otros. Pero su vida de trabajador incansable se la dedicó en su mayor parte al periodismo, del que derivaba su sustento: fundador perenne de periódicos y revistas, escribió sobre todos los tópicos y adhirió a las más diversas causas; y así como atacaba duramente al imperialismo yanqui en editoriales incendiarios, adhería al porfirismo y escribía páginas mercenarias o libelos que le acarrearon múltiples animadversiones. A un público ávido de novedades le brindó toda clase de crónicas sensacionalistas, de las cuales se recuerdan hoy todavía las que narraban los misteriosos sucesos que él aseguraba haber presenciado en el Palacio de la Nunciatura de Guatemala. Fue su delirante actividad periodística —su periódico Churubusco llegó a vender en un día veinticinco mil ejemplares— unida a su beligerancia política la que determinó finalmente su expulsión de México; en su camino de desterrado, no bien hubo llegado a Guatemala fue obligado a abandonar el país por un discurso que pronunció en Jocotenango, y más tarde Alfonso Quiñones Molina le impidió permanecer en El Salvador y Augusto Leguía lo presionó para que saliera del Perú cuando el poeta se negó a escribir su biografía.

    Todos estos hechos ayudaron a configurar la leyenda: marihuano, sifilítico, adicto al alcohol, pregonero de su homosexualidad, Barba Jacob fue el primer interesado en sublimar sus vicios, su errancia y vida bohemia. Quiso encarnar el mito romántico del poeta maldito y exaltó desde su obra el carácter satánico de su vida y de su poesía. Muchos fueron los que acogieron esa imagen suya y la consideraron auténtica. Unos pocos —entre ellos Laureano Gómez, con el seudónimo de Jacinto Ventura— lo atacaron acremente con argumentos morales; la crítica de hoy tiende a mirar esos calificativos que él mismo propició con una sonrisa entre benevolente y sarcástica: algunos tildan su actitud de ingenua y otros la califican como anacrónica o decadente.

    La obra de Barba Jacob ha corrido una suerte extraña: siendo relativamente breve —unos ciento veinte poemas, más o menos— permaneció publicada apenas fragmentariamente durante muchos años. En su deambular por el continente cargó con sus originales de un lado a otro, publicándolos en cuanto periódico podía, con títulos y dedicatorias diferentes según la ocasión, y rehaciéndolos y puliéndolos, de modo que algunos poseen distintas versiones. Soñaba con publicarlos en forma completa con el pomposo título de Poemas Excelsos o Poemas Supremos; la primera compilación, sin embargo, fue hecha en 1932 por algunos amigos suyos guatemaltecos que quisieron ayudarle económicamente en una de sus tantas crisis de salud. La titularon Rosas negras, y es apenas una recopilación desordenada y llena de erratas que hizo enfurecer al poeta en vez de llenarlo de agradecimiento. También en vida se publicaron en México sus Canciones y Elegías y, en Colombia, por obra de su amigo Juan Bautista Jaramillo, La canción de la vida profunda y otros poemas. Después de su muerte se realizaron varias ediciones, sin que ninguna pueda afirmar que abarca la obra completa o que responde a un orden establecido por el poeta. Sin embargo, hace muy poco, en 1985, parece que por fin vieron la luz la totalidad de los poemas de Barba, publicados en un orden cronológico que se desprende de las fechas y los lugares en que fueron escritos; el autor de esta dura tarea fue su biógrafo, Fernando Vallejo, quien la realizó después de infinitas pesquisas. Esta versión definitiva es la que hemos utilizado para la presente edición.

    La poesía de Barba participa a la vez del tono exaltado, intenso, a veces desgarrado, del romanticismo, y del oropel y el engolamiento de cierto modernismo decadente. Si, como ha anotado Juan Gustavo Cobo, parte de su lenguaje nos resulta hoy cursi y definitivamente desueto² y lo clasifica como un modernista extemporáneo, un epígono brillante y sin complicaciones, al decir de Valencia Goelkel³, también es cierto que un puñado de poemas suyos pueden ser considerados como obras perfectas, estremecedoras por su belleza.

    Los primeros poemas de Barba cantan a la vida en un tono sereno, contenido; vemos en ellos al poeta que contempla el misterio del atardecer, el camino, los seres elementales, y expresa conmovido su emoción en un lenguaje que alcanza gran hondura, aun en la simplicidad de sus imágenes, como en la poesía de Antonio Machado. A esta primera etapa pertenece uno de sus más grandes poemas, La estrella de la tarde, que empieza con estos versos memorables:

    Un monte azul, un pájaro viajero,

    un roble, una llanura,

    un niño, una canción... y, sin embargo,

    nada sabemos hoy, hermano mío.

    A medida que alcanza su madurez poética su lenguaje se va llenando de una gran sensualidad, su tono se exalta y la idea de la muerte va tomando un lugar preponderante dentro de su temática. El amor toma las formas del deseo, de la pasión, de la lujuria, su poesía se inunda de imágenes de luz, de fuego, y el azul aparece como un símbolo de lo absoluto, de la verdad y la belleza. Así, él mismo se define como una llama al viento; de su corazón nos dice que es una llama transitoria, y el poeta adolescente recibe el beso de la dama de cabellos ardientes que, según escribió Barba Jacob a Arévalo Martínez, es nuestra señora la voluptuosidad. En su poesía el cuerpo femenino es evocado con un fino erotismo:

    Dame tu axila —¡leche con canela!

    Dame tu beso, dámelo y la lengua fina

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