En una entrevista publicada en 1963, al cuestionarlo acerca de si le interesaba recibir el Premio Nobel de Literatura, Gabriel García Márquez declaró: “A mí, Dios mediante, no me lo darán nunca”. Casi dos décadas después, en octubre de 1982, la academia sueca anunció que ese año le otorgaría al escritor colombiano el máximo reconocimiento mundial a las letras “por sus novelas y cuentos, en los que lo fantástico y lo realista se combinan en un mundo de imaginación ricamente compuesto, que refleja la vida y los conflictos de un continente”.
El banquete para festejar la entrega del Nobel a García Márquez tuvo lugar en el Ayuntamiento de Estocolmo, Suecia, el 10 de diciembre de 1982. Decidido a no seguir el código de vestimenta para el evento, que exige a los caballeros vestir de riguroso frac negro, el galardonado acudió ataviado con un traje blanco, típico de las llanuras sudamericanas, denominado liquiliqui y conocido como el ‘esmoquin tropical’. Fue así como recibió de manos del rey Carlos XVI Gustavo de Suecia el reconocimiento consistente en una medalla de oro, con la efigie del creador del galardón, Alfred Nobel; un diploma y unos 150,000 dólares de entonces.
En su discurso de expresó: “Me atrevo a pensar que es esta realidad descomunal (la latinoamericana), y no sólo su expresión literaria, la que este año ha merecido la atención de la academia sueca. Una realidad que no es la del papel, sino que vive con nosotros y determina cada instante de nuestras incontables muertes cotidianas, y que sustenta un manantial de creación insaciable, pleno de desdicha y de belleza, del cual este colombiano errante y nostálgico no es más que una cifra más señalada por la suerte”.