Descubre millones de libros electrónicos, audiolibros y mucho más con una prueba gratuita

Solo $11.99/mes después de la prueba. Puedes cancelar en cualquier momento.

Los Premios Ignotus 1991-2000
Los Premios Ignotus 1991-2000
Los Premios Ignotus 1991-2000
Libro electrónico638 páginas9 horas

Los Premios Ignotus 1991-2000

Calificación: 0 de 5 estrellas

()

Leer la vista previa

Información de este libro electrónico

Desde 1991 se vienen concediendo los premios Ignotus, los galardones con los que la Asociación Española de Ciencia Ficción, Fantasía y Terror reconoce el trabajo realizado en el género fantástico a lo largo del año anterior a su entrega.

En este libro se repasa la primera década de los Ignotus y se publican las narraciones galardonadas en la categoría de Mejor Relato. Además, Mariano Villarreal y Juan Manuel Santiago repasan lo que supusieron esos años, tanto en publicaciones como en las distintas actividades de los aficionados al género.

Relatos de Elia Barceló, Rafael Marín, Javier Negrete, Rodolfo Martínez, Juan Miguel Aguilera, Domingo Santos, César Mallorquí y León Arsenal.

IdiomaEspañol
EditorialSportula
Fecha de lanzamiento11 sept 2014
ISBN9788415988557
Los Premios Ignotus 1991-2000
Autor

Rodolfo Martínez

Rodolfo Martínez (Candás, Asturias, 1965) publica su primer relato en 1987 y no tarda en convertirse en uno de los autores indispensables de la literatura fantástica española, aunque si una característica define su obra es la del mestizaje de géneros, mezclando con engañosa sencillez y sin ningún rubor numerosos registros, desde la ciencia ficción y la fantasía hasta la novela negra y el thriller, consiguiendo que sus obras sean difícilmente encasillables.Ganador del premio Minotauro (otorgado por la editorial Planeta) por «Los sicarios del cielo», ha cosechado numerosos galardones a lo largo de su carrera literaria, como el Asturias de Novela, el UPV de relato fantástico y, en varias ocasiones, el Ignotus (en sus categorías de novela, novela corta y cuento).Su obra holmesiana, compuesta hasta el momento de cuatro libros, ha sido traducida al portugués, al polaco, al turco y al francés y varios de sus relatos han aparecido en publicaciones francesas.En 2009 y con «El adepto de la Reina», inició un nuevo ciclo narrativo en el que conviven elementos de la novela de espías de acción con algunos de los temas y escenarios más característicos de la fantasía.Recientemente ha empezado a recopilar su ciclo narrativo de Drímar en cuatro volúmenes, todos ellos publicados por Sportula.

Lee más de Rodolfo Martínez

Relacionado con Los Premios Ignotus 1991-2000

Libros electrónicos relacionados

Ciencia ficción para usted

Ver más

Artículos relacionados

Comentarios para Los Premios Ignotus 1991-2000

Calificación: 0 de 5 estrellas
0 calificaciones

0 clasificaciones0 comentarios

¿Qué te pareció?

Toca para calificar

Los comentarios deben tener al menos 10 palabras

    Vista previa del libro

    Los Premios Ignotus 1991-2000 - Rodolfo Martínez

    NOTA DEL EDITOR

    Por causas ajenas a nuestra voluntad, ha sido imposible incluir el relato ganador del año 1994, «Estado crepuscular» de Javier Negrete, en la versión en ebook de este libro.

    Podíamos haber dejado simplemente el hueco vacío y seguir adelante, pero no nos parecía justo que los lectores no pudieran disfrutar del buen hacer narrativo de Javier. Por suerte, disponemos de otra de sus historias, «Lux Aeterna», ganadora del segundo Premio UPC en el año 1995 y hemos obtenido permiso del autor para reproducirla, lo que nos parece la mejor de las soluciones posibles, teniendo en cuenta todas las circunstancias.

    No podemos por menos que recomendaros, sin embargo, «Estado crepuscular», y os emplazamos a que lo leáis, ya sea a través de la versión impresa de este mismo libro, ya sea a través de la versión en ebook unitario que otro editor ha realizado y que podéis encontrar con facilidad.

    PRÓLOGO

    Rodolfo Martínez

    La primera vez que pensé en realizar este libro fue allá por 1995, hace casi veinte años.

    ¿Por qué lo pensé?

    Fue el año que gané mi primer Ignotus y, merced a una humorada de Pedro Jorge Romero, administrador de los premios por aquel entonces, acabé entregándomelo a mí mismo. Eso me trajo inmediatamente a la mente a Isaac Asimov (no es que sea necesario un gran esfuerzo para que algo me traiga a la mente a Asimov, pero eso sería otro tema) y recordé que a él le habían jugado una mala pasada similar, durante la entrega de los Hugos en una Convención Mundial de Ciencia Ficción.

    Una cosa lleva a la otra y no tardé en pensar en las antologías de los Premios Hugo que Asimov compiló varias veces y que siempre prologaba y presentaba con su inimitable humor y su insuperable ego.

    Supuse que, tarde o temprano, a alguien se le ocurriría hacer una antología que recogiese los ganadores de los Premios Ignotus y que, antes o después, la idea se convertiría en un libro y sería publicado.

    Y, en cuanto pensé en ello, me di cuenta de que quería ser yo quien publicase ese libro.

    Y lo acabé siendo, pero no exactamente como esperaba.

    Durante varios años, comenté la idea con algunos de los editores que conocía y, aunque les parecía interesante, no acababan de ver clara su salida comercial.

    Uno de los mantras más repetidos en el mundillo de la edición de ciencia ficción es, al fin y al cabo, que las recopilaciones de relatos venden menos que las novelas, que publicarlas no es un buen negocio y que, salvo excepciones, acaban convirtiéndose en un fiasco comercial.

    He dicho «es», aunque me pregunto si debería haber dicho «era». Al fin y al cabo, el tiempo ha ido demostrando con ejemplos contundentes que tal afirmación no siempre es cierta; que, de hecho, ni siquiera lo es la mayoría de las veces.

    Dejémoslo en «era», por tanto. Así es como veían las cosas los editores a finales de los noventa y principios de los dos mil.

    Hubo uno, pese a todo, que se interesó lo suficiente en el proyecto y, durante varios meses, discutí con él la mejor forma de organizarlo y llevarlo a cabo. Las cosas parecían bastante encarriladas, de hecho: ya se había contactado con los autores, ya estaba escrita una larga introducción y Juanma Santiago, con el que había hablado para que me preparase un resumen de lo que se cocía por el fandom en los años que iba a abarcar cada libro, se había puesto manos a la obra.

    Y luego, un día, el editor decidió descolgarse del proyecto. Sin ningún rencor por mi parte, debo añadir. En cierto momento tomó determinadas decisiones de reorganización en su editorial que tuvieron como consecuencia, entre otras muchas, que la antología de los premios Ignotus ya no tuviera cabida dentro de sus planes. Estas cosas pasan, yo sabía perfectamente que no había habido mala fe en ningún momento y simplemente aparqué el proyecto en espera de un momento mejor.

    Corría por aquel entonces el año 2006. Y lo cierto es que, en el panorama editorial de aquella época, no veía a nadie más para que se encargase de publicar la antología de los Ignotus: los editores que me parecían más adecuados no tenían demasiado interés por el proyecto; y aquellos que sí lo tenían no acababan de parecerme buenas opciones.

    Así que el asunto quedó unos años en el limbo. Buena parte del trabajo estaba hecho y siempre se podía reaprovechar si las condiciones del mercado cambiaban.

    Cambiaron… en cierta forma. En 2009 inicié la andadura de Sportula, una pequeña editorial que creé con el fin de gestionar mi propia obra pero que, con el tiempo, acabó convirtiéndose en algo más amplio. No tardé en abrir mis puertas editoriales a otros autores y, en el momento en que escribo estas líneas, Sportula tiene un catálogo de más de setenta libros en el que hay presentes una docena larga de autores… y creciendo.

    Y con el tiempo me di cuenta de que, por fin, había encontrado editor para las antologías de los Ignotus. Y que, lógicamente, era yo mismo.

    Así, hace un par de años, volví a retomar el proyecto, me puse en contacto con la AEFCFT (Asociación Española de Fantasía, Ciencia Ficción y Terror), quienes no tardaron en otorgarme su beneplácito, hablé otra vez con Juanma Santiago (no podía pensar en otra persona para resumir lo que ocurría en el mundillo de los aficionados), volví a hablar con los autores y, además, le propuse a Mariano Villarreal (administrador de los propios premios durante muchos años) que colaborase también en el libro, ofreciendo un resumen de su palmarés, completado con las correspondientes estadísticas y un anecdotario.

    El resultado es el libro que tenéis en las manos: Los Premios Ignotus 1991-2000, que cubre la primera década de existencia de los galardones. Confiamos en que le siga un Los Premios Ignotus 2001-2010 en un plazo razonable.

    Y, luego, por qué no, con el tiempo, un tercer volumen que recoja los premios entre 2011 y 2020. Y a partir de ahí…

    Pero eso es el futuro. Ya hablaremos del tema cuando lleguemos allí.

    Éste no es exactamente el libro que tenía en mi mente en 1995, ni tampoco es el que planifiqué allá por 2005. El tiempo pasa, las cosas cambian y las ideas maduran. Creo que para mejor.

    Su estructura es sencilla. Arrancamos con el texto de Juanma Santiago, quien nos va a narrar todo (y creo que sí, que está todo, por lo que yo mismo recuerdo) lo sucedido en el mundillo de aficionados españoles a la ciencia ficción durante los años 1991 a 2000. Tras esto, viene el ganador de cada año en la categoría de mejor relato, con una breve presentación. Finalmente, Mariano Villarreal nos desvela, año a año, cuáles han sido las claves de los Ignotus durante esta primera década.

    ¿Se podría haber hecho de otro modo? Sin duda. Se podría haber abarcado un periodo de tiempo menor y haber incluido también los ganadores a la mejor novela corta, por ejemplo. Incluso se podría haber intentado conseguir un extracto de la novela galardonada cada año, por qué no.

    Sin embargo, he preferido centrarme en los ganadores al mejor relato. Por una parte por motivos puramente prácticos: de este modo el libro puede abarcar una década entera sin que su volumen sobrepase lo razonable. También me permite recuperar historias que de otro modo tal vez no habrían sido reeditadas. Y, por último, me permite centrarme en lo que, a mi entender, siempre ha sido la espina dorsal del género fantástico, especialmente la ciencia ficción: la narrativa breve, el cuento, el relato. Es ahí donde el género ha dado sus momentos más brillantes, donde los autores han experimentado con más libertad y se han atrevido a cruzar sus propios límites y los del género.

    Ya no os entretengo más. Pasad la página e iniciad el cursillo acelerado (y pormenorizado) que nos ha preparado Juanma Santiago sobre el ambiente que rodeaba a los Ignotus en la década de los noventa.

    Volveréis a oír mi voz justo antes de cada relato. Aunque seré breve e intentaré no ser demasiado pesado.

    Vale.

    PREMIOS IGNOTUS PARA DUMMIES

    Juanma Santiago

    A Julián Díez, José María Faraldo, Adalberto de Osma, Héctor Ramos y Susana Vallejo, que devorábamos croquetas crudas en la tertulia de Antares, y más tarde tripitas de titerote y sopa de hongos de Yuggoth en casa de Faraldo.

    La típica anécdota para entrar en ambiente

    Tal vez fuera una boutade, pero no dejaba de ser cierta, como la mayoría de las boutades que soltaba León Arsenal.

    —Solo uno de los aquí presentes puede presumir, con propiedad, de ser un profesional de la escritura: José Luis.

    Y señaló a José Luis González, uno de los integrantes de Interface Grupo Editor, que solía acercarse ex profeso a la TerMa desde Valladolid. Dos horas de coche para ir, un par de horas de tertulia, un par de horas de cena, una hora de copitas, y otras dos horas de coche para regresar. Eso sí que era afición.

    La gracia del asunto estribaba en que José Luis González era marmolista.

    Y por supuesto, allá por 1995 era el único de nosotros que, en efecto, vivía de escribir. Eso sí, textos en lápidas.

    Saco a colación esta anécdota porque José Luis era el encargado de hacer, año tras año, los famosos monolitos con los que se distingue a los ganadores del premio Ignotus.

    Era una de tantas ocurrencias y anécdotas que rodeaban a la TerMa. No la única, ni la más divertida (¿cómo superar la de aquel editor que se metió en un taxi por el maletero después de intentar seguirle el ritmo alcohólico a cierto autor galardonado con varios premios Hugo que estaba de visita por España?), pero da una idea del tono que imperaba en la tertulia de literatura fantástica de Madrid, la TerMa. Todos los jueves por la tarde nos reuníamos en la cafetería Alameda del paseo de Recoletos, continuábamos con una opípara cena en el restaurante chino Kindu de la calle Pedro Muñoz Seca y proseguíamos la juerga, generalmente hasta el amanecer del viernes, desplazándonos de este a oeste, desde los baretos de la calle Barquillo hasta las cafeterías del barrio de Malasaña. Hablo de la primera mitad de la década de 1990. Después las cosas cambiaron, ya que el Kindu cerró (y, con él, platos como el llamado Las Hormigas Salieron del Nido, que parecía rugir como si persiguiera a Charlton Heston), dejamos de transitar por la ruta que nos llevaba de los alrededores de la librería Hiperión (y aquí venían los chistes sobre la novela de Dan Simmons, que llamábamos Jaipírion, porque Miquel Barceló nos decía que esa era la pronunciación correcta) a las inmediaciones de una discoteca llamada Fundación (y, llegados a ese punto, hacíamos chistes sobre Isaac Asimov) y nos fuimos haciendo asiduos de un chino (también desaparecido) sito en la ronda de Atocha, lo que nos llevaba a tomarnos las copas posteriores por la zona de Lavapiés y, si todavía quedaban ganas de juerga (muchos ya estábamos talluditos y no aguantábamos como antes), algunos pubs y baretos de las calles Juan Bravo (el Rick’s) y Alcántara (el Cafetín), o de la plaza de Manuel Becerra. Después dejé de frecuentar la TerMa, pero esa es otra historia.

    La TerMa era una de las numerosas tertulias de literatura fantástica que se celebraban en España en aquellos tiempos previos a las redes sociales. A su vez era la fusión de los restos de dos tertulias preexistentes. Por un lado teníamos a los Licántropos Asociados (Carlos Díaz Maroto, Eugenio Sánchez Arrate, Manolo Aguilar y Eduardo Escalante), que solían quedar en el Alameda, ya que Carlos trabaja apenas a cien metros de allí, en la Biblioteca Nacional. Acababan de escindirse del Círculo de Lhork, que editaba el fanzine homónimo, especializado en fantasía heroica. Por otro lado estábamos los (como nos llamaron algunos casi una década después) Jóvenes Turcos supervivientes de la Asociación Antares, que había mantenido, en cierto modo, la continuidad en el tiempo entre el fandom madrileño de la era de Nueva Dimensión y el nuevo fandom que emergió a principios de la década de 1990. Allí estábamos Julián Díez, Susana Vallejo, Héctor Ramos, José María Faraldo, Adalberto de Osma y un servidor. Hacía más o menos tres años que habíamos dejado atrás la tertulia, mucho más formal, de los viernes por la tarde en la cafetería Punto y Coma, en la que media docena de aficionados todavía adolescentes compartíamos cafés, cenizas de puro y croquetas crudas con viejas glorias como Agustín Jaureguízar, Ignacio Romeo, Carlos Saiz Cidoncha, Paco Arellano o Frank G. Rubio, y con aficionados recién llegados, como José Carlos Canalda o José Ángel Adame. Cuando Antares no dio más de sí, comenzamos a quedar en los sucesivos pisos de estudiante de Faraldo. Y henos allí, una WorldCon de 1990 después, en el Alameda, reunidos con algunas de las viejas glorias (Cidoncha y Jaureguízar), pero no solo con ellas. También contábamos con la presencia de César Mallorquí, León Arsenal, Alberto Santos, José María Sánchez Pardo, Paco Canales o Alfredo Lara. Casi todos ellos habían «estado allí» durante las HispaCones de la década de 1970, habían sobrevivido a los excesos de la época (cosa de la que no podían presumir aficionados como Eduardo Haro Ibars, Jesús Gómez o Emilio Serra, con los cuales las cosas habrían sido muy diferentes), se habían desvinculado por completo del fandom (que no de la literatura fantástica) y ahora retomaban el contacto gracias a la tertulia. Lo de Juanma Barranquero era caso aparte, pues acababa de llegar a Madrid, con su cargo de vicepresidente de la Asociación Española de Fantasía y Ciencia Ficción (AEFCF) bajo el brazo.

    La TerMa era un hervidero de actividad intelectual y asociativa. En ella se urdieron fértiles colaboraciones y ruinosos negocios. Sirvió de catalizador para numerosas publicaciones de las que hablaremos más adelante, como Cyber Fantasy, Núcleo Ubik, Artifex o Gigamesh. Fue el caldo de cultivo del que salieron algunas de las mejores páginas del mejor género fantástico español de la década de 1990, y tres de los relatos presentes en esta antología. Y fue el meollo de la AEFCF (que aún no llevaba la T de Terror) durante tres años. Entre cervezas en el Alameda y diarreas posteriores a las cenas del Kindu se forjaron las primeras actividades de la asociación, esos boletines Pórtico, esos premios Aznar… y, por supuesto, estos premios Ignotus.

    Estoy dando demasiados nombres, ¿no? ¿Ya os habéis perdido? No me extraña.

    Lo resumo.

    Todo aquello de lo que os estoy hablando se ha perdido en el tiempo como lágrimas en la lluvia, etcétera, etcétera. Si os va el turismo nostálgico, ni os molestéis en buscar el Punto y Coma, el Alameda, el Kindu, los bares de la calle Barquillo, el Rick’s o el chino de la ronda de Atocha: todos ellos han cerrado. Pertenecen a un Madrid pretérito y finiquitado.

    Tampoco existe ya la TerMa. Ni los premios Aznar (más tarde, rebautizados como Pablo Rido).

    Sin embargo, sí existen (siguen existiendo) la AEFCF (ahora AEFCFT) y los premios Ignotus. Por eso estáis leyendo este libro.

    Algo de contexto histórico

    Han pasado veintitrés años, y de aquellas TerMas solo quedan algunos recuerdos (magnificados) que darían para construir el nudo argumental de La Gran Novela del Fandom que me dicen que tengo que escribir, unos cuantos nombres de autores y aficionados que todavía pululan por publicaciones y congresos… y los premios Ignotus.

    No sé si las batallitas del apartado anterior venían a cuento, pero creo que pueden resultaros útiles para contextualizar de dónde salen los relatos que podéis leer en este libro.

    Son el resultado de las vivencias y obras acumuladas por varias generaciones (u oleadas, más bien) de aficionados a la ciencia ficción, la fantasía y el terror, que tuvieron (tuvimos) la suerte (o la desgracia) de coincidir durante una década convulsa y apasionante, el mejor y el peor de los tiempos, el tiempo interesante de la maldición china. Vistos en perspectiva, algunos pueden parecer menos obvios que cuando se concedieron, pero todos tienen una explicación, todos tienen su contexto, todos estaban en aquella papeleta por algún motivo.

    Entendedme, no trato de menospreciar, justificar, ensalzar ni idealizar el contenido de esta recopilación. No se puede cambiar. No es opinable: está compuesto por el listado de ganadores del premio Ignotus al mejor cuento español entre 1991 y 2000. Para bien y para mal, forma parte de la historia de la ciencia ficción española, y no añado la coletilla «fantasía y terror» porque lo cierto es que todos los relatos aquí presentes, menos uno, son de ciencia ficción. Lo considero una manera inmejorable de trabar contacto con el género fantástico español de la década de 1990, con independencia del enfoque con el que queráis abordarlo: histórico, sociológico, psicológico, literario, filológico, político o costumbrista. Si no os gusta, os invito a leer otras tres recopilaciones igualmente necesarias de relatos españoles de la década de 1990 basadas en los criterios de los seleccionadores. En orden cronológico de edición: Cuentos de ciencia ficción, de Miquel Barceló y Pedro Jorge Romero (Bígaro, 1998), Antología de la ciencia ficción española. 1982-2002, de Julián Díez (Minotauro, 2003) y Prospectivas. Antología del cuento de ciencia ficción española actual, de Fernando Ángel Moreno (Salto de Página, 2012). Como veréis si caen en vuestras manos, lo que acabo de decir es una tautología, ya que en las tres aparece al menos uno de los relatos presentes en esta recopilación. De este modo, los Ignotus entran en el canon de la ciencia ficción española, si es que tal cosa existe, y llaman la atención de la crítica y del mundo docente.

    Pero ¿qué es un Ignotus?

    Tal vez esté construyendo la casa por el tejado. Vayamos por partes.

    Esta antología recopila todos los relatos ganadores del premio Ignotus, que concede la Asociación Española de Fantasía, Ciencia Ficción y Terror (AEFCFT). Hasta aquí vamos bien.

    Ahora bien, ciñámonos a las preguntas básicas que se aprenden en la primera clase de cualquier curso de redacción periodística. ¿Qué? ¿Quién? ¿Cómo? ¿Cuándo? ¿Dónde? ¿Por qué? Y añadámosle una última cuestión, más ontológica: ¿para qué?

    En primer lugar, ¿qué es un Ignotus? La respuesta rápida es que se trata de los premios de la AECFT. Cierto, no son los únicos que concede esta asociación, pero sí los más representativos. Son además, por así decirlo y a falta de contraejemplos, los galardones con los que, de manera extraoficial, se reconoce cuáles son los mejores contenidos de género fantástico publicados en España, en cualquiera de las catorce categorías existentes en la actualidad, o de las categorías que se establezcan en el futuro.

    ¿Quién los concede? La respuesta es de Perogrullo: los votantes. ¿Quiénes son estos? En principio, los socios de la AEFCFT y de otras asociaciones afines; por ejemplo, la Sociedad Tolkien Española (STE). Pero también los inscritos en las convenciones nacionales de fantasía, ciencia ficción y terror (HispaCones). Este es el cuerpo electoral, que casi nunca ha superado los doscientos o trescientos votantes potenciales. De ellos, apenas la tercera o la cuarta parte se molestan en rellenar las dos papeletas. Y la realidad es que los aficionados españoles al género fantástico se cuentan por decenas de miles, y tal vez me esté quedando corto. Es decir: los Ignotus los vota una fracción minoritaria del conjunto de aficionados, el llamado fandom… suponiendo que tal cosa exista. Esto nos plantea diferentes problemas como la representatividad del premio, su capacidad para valorar las categorías extraliterarias (¿deberían existir los apartados a mejor representación audiovisual o cómic, teniendo en cuenta que los concede un fandom primordialmente literario?) e incluso su validez para enjuiciar el material literario, ya que el votante tipo no suele estar al tanto de todo lo que se publica, sobre todo en ámbitos como la literatura general, la novela juvenil o las franquicias de todo tipo. Pero este no es el lugar más indicado para hurgar en estas heridas.

    ¿Cómo se tramitan? La dinámica de los Ignotus ha variado a lo largo del tiempo. Al principio consistía en votaciones abiertas sin listados previos de candidatos. Más tarde se implantaron las candidaturas cerradas, a imagen y semejanza de los premios Oscar o Hugo. Después se escindió la categoría de mejor relato español en relato y novela corta. Hoy en día se considera relato, a efectos de elegibilidad en los Ignotus, toda aquella obra de ficción publicada de manera original en territorio o servidor español que tenga una extensión inferior a las 17.500 palabras; es decir, las categorías de cuento y cuento largo de los premios Hugo y Nebula. Se vota a dos vueltas: una, abierta, en la que el censo electoral tiene que proponer hasta cinco obras, y otra, cerrada, en la que hay que valorar los finalistas en función del orden de preferencia, con la posibilidad de votar que el premio quede desierto. La última modificación del reglamento permite que haya más de cinco finalistas en caso de empates en la primera fase, lo que habría evitado la existencia de papeletas con solo tres relatos españoles finalistas, como sucedió en 2003. En alguna que otra ocasión se ha adjuntado un listado orientativo con posibles finalistas, tal como se hace en los premios Nebula; es decir, la long list sobre la que se vota la short list, aunque sin el carácter cerrado de aquella.

    ¿Cuándo y dónde se entregan? Los Ignotus se entregan durante la cena de gala de la HispaCon, tanto si asistimos los cuatro matados de siempre como si es un acto multitudinario. Conviene celebrarla el penúltimo día de convención, tanto si esta dura dos días como si se prolonga durante media semana. La organización se empeña en deleitarnos con las exquisiteces culinarias de la ciudad donde se celebra el sarao, el alcohol se encarga del resto, y a la altura de los cafés se hace el silencio, se pone en marcha una presentación de PowerPoint y comienza la ceremonia de proclamación de ganadores de los premios Domingo Santos e Ignotus. Como sucede con los Oscar o los Goya, las categorías estelares se reservan para el final. En el caso de los Ignotus, el colofón lo pone la de mejor novela española y, si lo hubiere, algún premio especial concedido por la junta de la AEFCFT. La categoría que nos ocupa, relato español, no va ni muy al principio ni muy al final.

    ¿Por qué nos tomamos las molestias de votarlos? Cada cual tiene sus motivos. Por sentido del deber. Por compromiso con la causa. Porque mola. Porque le parece una propuesta interesante. Porque si los anglosajones tienen el Hugo, es razonable que nosotros tengamos una contrapartida. Porque no queremos que gane nuestro archienemigo Fulanito y estamos dispuestos incluso a votar a Menganito, aunque Perenganito sea más amigo nuestro. Porque nos apetece participar en la Historia de la Ciencia Ficción Española, con mayúsculas. Cualquier excusa es válida, pero la verdadera explicación, creo yo, es otra: votamos a los Ignotus porque hay masa crítica para ello. De votantes y de contenidos votables. Durante la edad de oro de Nueva Dimensión no hubo ningún premio de estas características, en la edad oscura de la década de 1980 no había ni fandom ni relatos suficientes como para plantearse una iniciativa similar (y, en todo caso, ya estaban los premios Gigamesh), y cuando arrancó el boom de la década de 1990 quedó claro que se daba una serie de circunstancias propicias para que los Ignotus cuajaran. Existían un fandom potencialmente autorreferencial y un corpus de relatos y novelas que merecía la pena dar a conocer de puertas afuera. Todo premio es una relación a dos bandas, entre un sujeto y un objeto, entre quien premia y aquello que se premia. No puede haber Ignotus sin votantes de los Ignotus, pero tampoco los habría sin contenidos que votar.

    El ejemplo paradigmático es la categoría de mejor obra poética, cuya inclusión no terminó de entenderse en su momento, ya que siempre quedaba desierta (y, cuando no lo hacía, iba a parar a Def Con Dos, por las canciones de las bandas sonoras de Álex de la Iglesia), pero llegó un momento en que lo ganó Juan José Aroz, en la edición del año 2000, y a partir de 2004 no ha dejado de tener ganadores. ¿Nos lo podríamos haber ahorrado desde el principio? Con arreglo a la lógica de la década de 1990, tal vez sí, pero habría sido hacerles un feo a las obras candidatas, aunque el votante medio decidiera a la postre que la mejor opción era declarar el premio desierto. Si había contenidos votables, entonces tenía sentido instaurar esa categoría, aunque fuera al precio de declararlo desierto durante ocho ediciones consecutivas.

    Así pues, tenemos un fandom, unos contenidos y, por supuesto, un organizador que, por el motivo que sea, se siente legitimado para declarar que sus premios representan el sentir del aficionado medio o, al menos, el aficionado que los concede; para decirle a la posteridad, en definitiva, que sí, que es verdad, que si le estamos concediendo un Ignotus al mejor relato español del año anterior es porque, en efecto, tenemos capacidad para concederlo. Esa legitimación viene, en primera instancia, de los votantes, pero no es espontánea: necesita un organizador que conceda los premios.

    El premio puede concederlo un jurado especializado, cuya composición suele estar más o menos orientada hacia la crítica literaria o el mundo académico. Son los casos de los premios Celsius y Xatafi-Cyberdark.

    Puede tratarse del premio de una publicación o un colectivo de aficionados concretos, tanto si se trata de un foro de Internet como de los responsables de un blog. El ejemplo clásico es el Gigamesh, que durante la segunda mitad de la década de 1980 fue el premio de referencia en España.

    Puede ser un premio gremial, como el Nocte. Los escritores de terror españoles conceden los premios Nocte. Su legitimidad se la da la pertenencia a Nocte, la asociación de autores de terror, lo que en teoría los capacita para decidir cuáles son los mejores contenidos de género de terror que se publicaron el año anterior.

    Pero también puede tratarse de un premio corporativo. Este es el caso de los Ignotus. La AEFCFT representa los intereses de un colectivo entero, el de la comunidad española de fantasía, ciencia ficción y terror. Esa es la lógica que siguen las diferentes categorías. No tendría sentido establecer las categorías de mejor novela policíaca, histórica o romántica, dado que hablamos de géneros diferentes, pero nadie dice que en el futuro, si hay masa crítica para ello y los supervivientes a la juerga posterior a la cena de entrega de premios hilan lo suficientemente fino en la junta de socios de la AEFCFT en la que habría que votar la propuesta, no puedan establecerse premios específicos para la mejor obra de romance paranormal, distopía juvenil, ucronía con elementos retrofuturistas o relato efímero, por poner cuatro ejemplos.

    Y ahora viene la cuestión ontológica: ¿para qué se conceden? Dejando de lado posibles delirios interpretativos, convengamos en que la finalidad principal de los Ignotus es distinguir «lo mejor del año anterior», en términos abstractos. Cosa que, como veremos a continuación, no es nada fácil, ya que hay varios elementos en juego.

    Breve tratado de ignotusología

    Como les sucede a todos los premios nacidos con vocación de distinguir «lo mejor del año anterior», llámense Ignotus, Hugo, Oscar, Goya, Emmy o Grammy, hay que tener en cuenta varias consideraciones extraliterarias que, sin restarle méritos a la calidad de los galardonados, influyen en los resultados finales o nos ayudan a entenderlos mejor.

    Sin duda, el asunto más controvertido es el que podríamos denominar «factor campo». Planteado de otra manera, ¿existe una mayor predisposición por parte de los votantes a premiar a los autores que, por emplear un símil deportivo, «juegan en casa»? Esta duda es legítima si hablamos de premios que se conceden en convenciones sin sede fija, como es el caso de los Ignotus. Recuerdo la respuesta un tanto abrupta y ofendida del organizador de una HispaCon cuando se me ocurrió comentar en mi blog la existencia de este factor campo, lo cual me indujo a pensar que tal vez yo había sido injusto (los tres ganadores a los que me refería eran merecidos, y supongo que habrían ganado si la HispaCon se hubiera celebrado en otra comunidad autónoma) y que este asunto, de alguna manera, es controvertido y, si se saca a colación, levanta ampollas y provoca reacciones un tanto enconadas. Supongo que no todo el mundo tiene el desparpajo, las tablas y el ascendiente de Robert J. Sawyer, quien puso el grito en el cielo cuando Harry Potter y el Cáliz de Fuego, de J. K. Rowling, le «robó» el Hugo a El cálculo de Dios. Dos años después, ¡sorpresa, sorpresa!, Homínidos ganó el premio en una convención mundial que, casualidades de la vida, se celebraba en su país natal, Canadá.

    Puede que esté pecando de malpensado, y aquel Hugo a Robert J. Sawyer se debiera a la calidad de la novela (innegable) o a otro asunto que suele salir a relucir tarde o temprano: el «factor compensación». Pongo un ejemplo cinematográfico. Allá por 2001, Baz Luhrman estrenó una película monumental que relanzó ella solita el cine musical y el rollo vintage: Moulin Rouge. Fue un éxito comercial y artístico, pero también se convirtió en la gran perdedora de los Oscar (solo dos premios, y ambos técnicos). Parece claro que los miembros de la Academia compensaron este ninguneo el año siguiente, ya que el Oscar a la mejor película fue a parar a otro musical, Chicago, bastante más convencional que el de Luhrman, y el de mejor actriz principal lo ganó Nicole Kidman (que había sido la gran favorita del año anterior) por su papel prácticamente secundario (en metraje, que no en relevancia) en Las horas.

    Claro que, por seguir con el socorrido ejemplo de Robert J. Sawyer, puede que el autor de Flashforward acabara ganando el Hugo por cansino, pesado y por «estar siempre ahí». Un Hugo entendido como un premio a la constancia. «¡Por favor, que ya lleva siete candidaturas al Hugo a la mejor novela y todavía no ha rascado bola! ¡Démosle el premio de una vez, porque ya le va tocando!» Esto no deja de ser lo que les sucedió dos actores emblemáticos con sus únicos Oscar al mejor papel principal: John Wayne por Valor de ley y Jack Lemmon por Salvad al tigre. ¿Alguien se cree de veras que fueron sus mejores interpretaciones, y que los miembros de la Academia no estaban intentando sacar la patita por no habérselos concedido en su momento por, pongamos por caso, El hombre tranquilo y El apartamento? Viendo el histórico de cualquier premio, da la impresión de que a veces se gana «porque ya tocaba».

    Una variante amable de este «porque ya tocaba» es el premio encubierto a la labor de una vida. Paul Newman se llevó su único Oscar por El color del dinero cuando ya había recibido un Oscar honorífico, lo que técnicamente lo situaba como una vieja gloria que no tenía nada que demostrar. Clifford D. Simak ganó el Hugo y el Nebula por «La gruta de los ciervos danzarines» cuando era casi octogenario.

    Acaso no haya que desdeñar la importancia de un factor en apariencia secundario: la cantidad de socios de la AEFCFT e inscritos en las HispaCones que se molestaron en rellenar las papeletas de votación. Como sucede con unas elecciones generales, la abstención puede ser decisiva a la hora de decantar el vencedor de los comicios. Si vota un porcentaje muy reducido del censo electoral, acaba ganando la «familia» que más o mejor se movilice. Si vota más gente, las diferentes «facciones» que conforman el fandom dejan de ser relevantes. También es relevante saber cuántos socios votaron o dejaron de hacerlo en la primera fase, la que decide los finalistas: no es infrecuente que una candidatura pase a la ronda definitiva con apenas media docena de votos. Y, por supuesto, merece la pena hacer una comparativa entre los contenidos más votados en la primera fase, los más votados antes de la HispaCon y los votados de manera presencial en la HispaCon. Tal vez más de uno y más de dos premios Ignotus se hayan decidido en la misma convención, durante el último día de votaciones. Y con esto no tengo por qué estar refiriéndome al primer punto, el del «factor campo».

    Alguien podría tildar de frívolas estas cinco consideraciones, que conviene poner en cuarentena a la hora de analizar por qué se ganan o dejan de ganar algunos premios concedidos por votación popular. No obstante, siempre pesan en mayor o menor medida. Son, por así decirlo, de carácter psicológico o sociológico, y no conviene despreciarlas.

    Pero no dejan de ser secundarias. Otros posibles enfoques nos proporcionan pistas más interesantes acerca de los relatos presentes en esta antología.

    Por ejemplo, el contexto histórico. Los relatos ganadores del Ignotus (como los ganadores del Hugo o las películas ganadoras del Oscar y el Goya) suelen ser hijos de su tiempo, y nos ofrecen una foto fija de lo que se publicaba y se consideraba canónico en el momento en que se les concedió el premio. Más allá de los períodos hegemónicos de tal o cual publicación (resulta evidente que BEM acaparó los premios en el decenio que nos ocupa, del mismo modo que el siguiente lustro se lo repartieron Artifex y Gigamesh), también vemos cómo evoluciona la percepción de tal o cual autor. Elia Barceló y Rafael Marín eran, por así decir, unos «nuevos clásicos» durante el bienio inaugural del boom cienciaficionero de la década de 1990. Todavía se hablaba de Sagrada y de Unicornios sin cabeza, sus primeras recopilaciones de relatos. No era, pues, de extrañar que un relato como «La estrella» se considerara todo un acontecimiento y ganara de calle el primer Ignotus (nada menos que a Lucius Shepard y George R. R. Martin, dado que en la primera edición no se distinguía entre cuento español y cuento extranjero). Tampoco tenía nada de particular que «A tumba abierta», un depuradísimo ejemplo de ciencia ficción bélica ambientada en el universo referencial de Lágrimas de luz, le supusiera su primer Ignotus a Rafael Marín. Estamos en 2014 y, veintipocos años después, resulta fácil analizar estos premios en función de su contexto histórico, pero en 1991 y 1992 ya se intuía que se les habían concedido a relatos importantes.

    Esto nos lleva a otro elemento en absoluto baladí: la vigencia de los premios. ¿Cuántos de estos Ignotus volverían a ganar si se votaran hoy en día, con criterios de lectores actuales? Resulta imposible saberlo. Sospecho que muchos…, pero no todos. No deja de ser un ejercicio onanista aunque estimulante. En el ámbito anglosajón han hecho de esta necesidad virtud, y desde hace una década se conceden los premios Retro Hugo, para valorar los relatos publicados de manera original en años en los que todavía no existían los Hugo. No me cabe la menor duda de que si la AEFCFT lanzara los premios Retro Ignotus, Gabriel Bermúdez Castillo arrasaría en la edición de 1978, gracias a «Cuestión de oportunidades», que siempre se ha considerado de manera unánime uno de los mejores relatos españoles de ciencia ficción de todos los tiempos, pero ¿lo habría votado un lector de 1978? ¿Quién nos dice que no lo habrían ganado «De cómo Perplej atrapó al Gran Divagante», de Enrique Lázaro; «Gaziyel», de Ignacio Romeo; «Nadie se fija en el barman», de Carlos Saiz Cidoncha, o «La última lección sobre Cisneros», también de Gabriel Bermúdez Castillo? ¿Sabemos detectar un clásico en cuanto lo vemos? Parece que sí. ¿Acaso no podemos leer en esta antología ejemplos como «La estrella», de Elia Barceló; «El bosque de hielo», de Juan Miguel Aguilera, o «En las fraguas marcianas», de León Arsenal? No obstante, ¿cómo se explica el hecho de que «El rebaño», de César Mallorquí, que es, junto con el ya mencionado «La estrella», el único relato que ha hecho doblete en las antologías de Julián Díez y Fernando Ángel Moreno, no llegara a finalista en la edición de 1994? Quedaría una última pregunta: ¿han envejecido bien estos relatos? ¿Cuántos de ellos no solo no ganarían sino que incluso se quedarían fuera de la papeleta definitiva si los votáramos con criterios de lectores de 2014?

    Llegados a este punto, nos encontramos con la eterna disputa entre fondo y forma, sobre la que tanto se ha escrito en fanzines y revistas. ¿Existen una definición o un criterio objetivos para determinar qué relatos son buenos o malos? De haberla, ¿es uniforme en el tiempo? Dicho de otro modo: lo que era bueno en mil novecientos noventa y pocos, ¿lo seguiría siendo hoy en día? En resumen: ¿podemos hablar de absolutos en el ámbito literario? En tal caso, ¿por qué gana este cuento y no el otro? Ya he hablado de «El rebaño», que pasó desapercibido en la edición de 1994. ¿Pudo deberse ese olvido a que César Mallorquí aún no gozaba del predicamento que tiene ahora? Lo dudo. En esa misma edición, Mallorquí se convirtió en el único autor que ha conseguido hacer triplete en cualquiera de las categorías literarias de los Ignotus. Leídas en 2014, las finalistas (La vara de hierro, «Materia oscura» y «La pared de hielo») oscilan entre lo correcto y lo escandalosamente bueno. En todo caso, ¿debería este «olvido» deslucir los méritos del relato que ganó aquella edición? Pues si se trata de una obra tan notable como Estado crepuscular, de Javier Negrete, la respuesta es que no, evidentemente. Cada uno a su manera, «El rebaño» y Estado crepuscular le marcaron el camino a la ciencia ficción española de su época. Cada uno a su manera, son relatos imprescindibles. La victoria de Negrete no empaña la derrota de Mallorquí. Veinte años después, ambas historias han ganado enteros y siguen siendo lecturas gozosas. Muerte de la luz, de George R. R. Martin, no es una mala novela por el hecho de que Pórtico, de Frederik Pohl, le ganara el Hugo de 1978. En todo caso, es la demostración de que aquella fue una cosecha excelente. Como la de los Ignotus 1994.

    Visto lo inútil que resulta tratar de establecer valores absolutos, analicemos los relativos. El listado de ganadores y finalistas de los Ignotus no tiene por qué descubrirnos todos y cada uno de los entresijos de las publicaciones del año sobre el que se vota, pero sí nos permite descubrir tendencias. Valgan los siguientes ejemplos.

    ¿Cuáles eran las revistas y los fanzines (y ahora, añadiríamos, las páginas web) predominantes? Quien lea este volumen corre el riesgo de creer que la década de 1990 fue patrimonio exclusivo de BEM y de las antologías Visiones de la AEFCFT, del mismo modo que quien lea el volumen siguiente podría llegar a la conclusión de que los primeros años de la década de 2000 se redujeron a Artifex y Gigamesh. Cierto, fueron las publicaciones predominantes, las que marcaron el ritmo y gozaron de mayor repercusión en su época, pero no fueron las únicas. Estamos hablando de una década que puede y debe denominarse, con toda justicia, la edad de oro de los fanzines españoles. Nombres como Elfstone, Parsifal, Núcleo Ubik, Opar, Ad Astra, Sueño del Fevre, Kenbeo Kenmaro, Bucanero, El Melocotón Mecánico o El Fantasma (más tarde, Artifex) aparecen de manera recurrente en las papeletas de finalistas de los Ignotus, y no sin motivo: en sus páginas se publicaron algunos de los relatos más destacables de la ciencia ficción española. Y, desde luego, la historia del género no sería la misma sin la existencia de dos publicaciones que podríamos considerar prozines con toda propiedad: Tránsito y Cyber Fantasy. En este sentido, la categoría que mejor y con mayor fidelidad nos permite establecer la evolución de las publicaciones españolas del género no es la de mejor cuento español, sino la de mejor revista.

    ¿Qué autores eran más o menos populares? Basta con echarle un somero vistazo a los listados de ganadores de los Ignotus para comprobar que hay nombres recurrentes, como Rodolfo Martínez, Rafael Marín, Santiago Eximeno o David Jasso, pero en general ha habido pocos «repetidores», a diferencia de las categorías de novela corta y novela, concentradas en menos manos. Si miramos más allá, vemos cuáles son los autores que juegan en la categoría inmediatamente inferior: la de los eternos finalistas. León Arsenal y César Mallorquí fueron, sin duda, los dos mejores autores de relatos de la década de 1990, pero no obtuvieron demasiadas candidaturas a los Ignotus, y solo lo ganaron en una ocasión cada uno. Mucho más de lo que pueden decir Armando Boix, Félix J. Palma, Daniel Mares o Ramón Muñoz, otros grandes autores imprescindibles para entender la ficción breve de género fantástico escrita en español. Palma, al menos, ganó el año pasado su primer Ignotus en la categoría de novela, y Mares y Muñoz acabaron llevándose los de novela corta, pero Boix pasó por el fandom sin recibir el monolito, con sus diez candidaturas a cuestas (cinco como coeditor de Ad Astra, tres como autor de relatos, una como novelista y otra como articulista). ¿Implica esto que fueron autores menos populares que los ganadores, o que los lectores prefirieron sus narraciones de mayor extensión? Por último, habría que analizar el período a lo largo del cual se acumulan los premios o candidaturas. Algunos autores como Alejandro Carneiro o José Antonio del Valle acumularon bastantes candidaturas en apenas dos o tres años, mientras que Rafael Marín o Rodolfo Martínez llevan dos décadas abonados al palmarés del premio. Podríamos hablar de un último caso: el de los autores que arrasaban en los Ignotus y que, por algún motivo, han acabado desapareciendo incluso de las candidaturas, aunque sus trayectorias literarias estén más que consolidadas. Es difícil sacar algún nombre a colación en la categoría de relato, pero en las extensiones más largas tenemos dos casos evidentes: Juan Miguel Aguilera y Javier Negrete.

    ¿Qué ciudades se repartían el peso creativo? Al principio de este ensayo me refería a la TerMa, la tertulia de literatura fantástica de Madrid, que fue uno de los epicentros del género fantástico español durante la década de 1990, aunque eso no se tradujo en premios Ignotus. De hecho, y con la excepción de Javier Negrete en 1994, hubo que esperar casi hasta el cambio de milenio para ver a algunos de sus integrantes (César Mallorquí y León Arsenal) alzándose con el monolito, más o menos coincidiendo con el final de la hegemonía de BEM y el principio de la soberanía compartida entre Artifex y Gigamesh. De hecho, la mayoría de los premios Ignotus que han ganado autores madrileños corresponden a la década de 2000, en la que la tertulia que llevaba la voz cantante ya no era la TerMa, sino la de Getafe, articulada en torno a la Asociación Cultural Xatafi. Hasta finales de la década de 1990, pues, dominaron otras tres ciudades: Cádiz (con Rafael Marín a la cabeza, pero también con historias finalistas de Félix J. Palma y Joaquín Revuelta), Valencia (con Juan Miguel Aguilera y Javier Redal como dúo emblemático, y más tarde con el primero en solitario) y Gijón (con Rodolfo Martínez y algunos relatos finalistas de Javier Cuevas y José Luis Rendueles). Entrado ya el nuevo milenio irrumpieron Zaragoza, de la mano de David Jasso y Roberto Malo, y Vitoria, con José Antonio Cotrina. Curiosamente, Barcelona apenas ha tenido peso en el palmarés de los Ignotus al mejor relato español: lo han ganado Domingo Santos, Guillem Sánchez, y pare usted de contar. Este último autor es un ejemplo muy sintomático de hasta qué punto Internet ha hecho ociosa la categorización por ciudades y tertulias presenciales: su dúo narrativo con Eduardo Gallego, residente en Almería, ha producido más de una docena de novelas y, si miramos el palmarés reciente de los Ignotus (los relatos que podréis leer en el próximo volumen), nos encontramos con colaboraciones entre autores valencianos y gaditanos (Juan Miguel Aguilera y Rafael Marín) o entre madrileños y valencianos (Santiago Eximeno y Alfredo Álamo).

    Más que alrededor de una tertulia, la creatividad española de la década de 1990 se agrupó en torno a colectivos y publicaciones concretos: Interface Grupo Editor (o, lo que es lo mismo, BEM y Tránsito) hasta 1998, y Artifex y Gigamesh durante los cinco o seis años siguientes.

    ¿Qué géneros eran los favoritos de los votantes? Durante la década que nos ocupa, no hay color: la ciencia ficción, de manera clara y avasalladora. Tan solo «El decimoquinto movimiento», de César Mallorquí, un cuento de fantasía, se escapa a esta tendencia temática. El género de terror gana terreno durante la siguiente década, pero en el período que cubre la presente antología apenas se reducía a un par de cuentos de Armando Boix o Pedro Pablo García May, que no pasaron de finalistas. De este modo, el palmarés de los Ignotus al mejor relato español comenzó siendo claramente de ciencia ficción, pero en los últimos años está más compensado entre ciencia ficción, fantasía y terror. Como, por otro lado, está sucediendo en los premios Hugo. ¿A qué se debe este fenómeno? No hay una sola explicación. La base de votantes se ha ampliado gracias a Internet. Además, se ha producido un recambio generacional, que ha permitido que afluya a la AEFCFT y las HispaCones más público femenino y joven, que valora la fantasía y el terror en mayor medida que el tradicional fandomita talludito que votaba en la década de 1990. Sumémosle el boom del terror español, sobre todo en su vertiente cinematográfica, la incorporación al fandom de lectores que se iniciaron en el fantástico como jugadores de rol o tras el visionado de El Señor de los Anillos, y tendremos un lector con menos prejuicios y más abierto a la fantasía y el terror. Ya nadie quiere escribir como Isaac Asimov, Arthur C. Clarke o Charles Sheffield, sino como Neil Gaiman, George R. R. Martin o Andrzej Sapkowski. Esto se traduce necesariamente en la evolución de las obras premiadas. Pocos fanzines españoles habrían publicado en 1991 un cuento como «Neo Tokio blues», de José Ramón Vázquez, escrito en clave de manga. En 2012 apareció directamente en la antología Prospectivas, y además se llevó el premio Ignotus. Creo que es un ejemplo elocuente, aunque aún queda mucho camino por recorrer para que el votante medio de los Ignotus carezca realmente de prejuicios y veamos el equivalente al Hugo que ganó Harry Potter y el Cáliz de Fuego. ¿Están preparados los fandomitas con galones para ver a Laura Gallego, Rosa Montero o José Carlos Somoza recogiendo un Ignotus a la mejor novela?

    ¿Qué tipo de interacción histórica se ha producido entre los premios «con jurado» y el Ignotus? El boom de la década de 1990 fue posible, en una parte nada desdeñable, debido a la existencia del premio de novela corta de la Universidad Politécnica de Cataluña. Gracias al UPC empezó a publicarse la obra de uno de los autores emblemáticos del género y de los Ignotus: Javier Negrete. Pero no fue el único. El premio Alberto Magno, que valora lo que podríamos llamar novelette en inglés (o cuento largo, una categoría que existe en los Hugo, pero no en los Ignotus), entró en el radar de los autores del fandom, como César Mallorquí o Juan Miguel Aguilera, que no tardaron en ganarlo. La recién nacida AEFCF instituyó otro galardón de manera simultánea al Ignotus: el Aznar, que premiaba relatos inéditos. La II Junta de la AEFCF se desvinculó de esta iniciativa, que asumió la TerMa, a raíz de lo cual se le cambió el nombre a Pablo Rido. Por último, a partir de 1992 las HispaCones también comenzaron a convocar sus propios premios, los Domingo Santos. No son los únicos premios con jurado, pero sí los más representativos, y hacer el grand slam (Pablo Rido, Domingo Santos, Alberto Magno y UPC, por orden cronológico de concesión) se convirtió en una meta inconfesa de los autores de género. El único autor que lo ha completado es, cómo no, César Mallorquí. Y, una vez ganado el grand slam, ¿qué menos que llevarse también la Copa de Maestros? Muchos de los relatos ganadores o finalistas del Ignotus venían de ganar o de ser finalistas en estos premios. En la antología que nos ocupa hay tres relatos que hicieron doblete: por un lado, «El bosque de hielo», de Juan Miguel Aguilera (premio Alberto Magno) y, por el otro, «El decimoquinto movimiento» de César Mallorquí y «En las fraguas marcianas» de León Arsenal (premio Pablo Rido). El hecho de que la lectura de estos tres cuentos siga siendo una experiencia gozosa casi veinte años después significa que, por tres veces y sin que sirviera de precedente, hubo consenso entre los lectores de a pie y los jurados. Queda pendiente para la próxima antología (la que cubrirá los relatos ganadores del Ignotus durante la década de 2000) hablar de la interacción entre el Ignotus y los premios «de la crítica» o «a lo mejor del año» otorgados por jurado, como el Celsius y el Xatafi-Cyberdark. Así como los Globos de Oro y

    ¿Disfrutas la vista previa?
    Página 1 de 1