Deseo de sangre

Por Richard Stooker

Hoy, el hermano de Elena, Ion, hace una visita a su casa. Sin embargo, el Boyar ya cortó la garganta del muchacho y lo enterró en tierra no consagrada.

Su madre sabe que Ion regresa esta noche por su hermana. ¿Puede ella convencer al sacerdote para que le otorgue absolución a su hijo? ¿O al Boyar para que proteja a su hija de su hermano, que pecó con ella incluso cuando estaba vivo? ¿Acaso Elena quiere que la protejan de él?

En la Edad Media…

Los vampiros se veían más como los zombis de las películas que como estrellas de cine.

Los vampiros no pensaban introspectivamente en la razón de su existencia.

Los vampiros no poseían almas.

Los vampiros no actuaban como chicos lindos con colmillos.

Los vampiros no tenían citas y mucho menos eran estables.

Los vampiros no podían ni querían controlar su deseo por la sangre.

Los vampiros vivían en cementerios.

Los vampiros eran horribles, no "hermosos".

Los vampiros olían mal. No brillaban.

Si puedes soportar a un vampiro que es más que solo un chico malo alto y sombrío que se ha convertido en un muerto viviente.

Si puedes soportar a un vampiro que no quiere saber nada de la muerte, sino de la sangre de los vivos.

Si puedes soportar la lujuria mezclada con el anhelo ilícito de una joven por el único hombre que alguna vez le mostró bondad…

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Una historia corta que se publicó originalmente en The Vampire’s Crypt 5 (primavera de 1992).

• Idioma: Español
• Editorial: In Dreams Extreme Press
• Fecha de lanzamiento: 11 dic 2016
• ISBN: 9781633391673

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Deseo de Sangre

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Elena vio a través de sus lágrimas cómo su hermano muerto se apartaba del camino y se perdía entre un grupo de robles. Sus pasos crujían mientras caminaba a través de las gruesas hojas que estaban sobre el suelo. La madre de Elena la agarró del codo de inmediato y arrastró a su hija desde su cabaña hasta la casa del Boyar Rovin.

—Tenemos que volver antes de que el sol se ponga —dijo su madre.

Mientras pasaban por los campos de la finca, otros siervos de Dacia alzaron la vista, dejaron de cortar y apilar heno, y saludaron. Elena ocultó su rostro enrojecido con su chal.

Cerca del jardín del Boyar, los cerdos que aún no habían sido masacrados chillaban y gruñían dentro de un establo. Con sudor en su pecho desnudo, el esclavo del Boyar, un gitano de piel oscura, cortaba leña.

—Debo ver al Boyar —le dijo la madre de Elena al sirviente de la casa.

—Está cenando con el Padre Vasile y su esposa.

—Bendito sea Dios, el sacerdote también debe enterarse.

—No puedo...

—Dígale que es sobre mi hijo. Hoy vimos a Ion.

La sangre se drenó del rostro del sirviente, que se persignó y se escabulló dentro