El rey lansquenete
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Premio Alberto Magno 2013
A mediados del siglo XXI, los criminales se someten al tratamiendo distrópico, un procedimiento que nubla su percepción de la realidad y permite a las autoridades controlar su comportamiento. El sistema, aparentemente infalible, ha acabado prácticamente con la reincidencia. Incapaz de distinguir si lo que ve es la realidad o una ficción programada, el criminal vive en un estado de paranoia y frustración crecientes y deja de ser una amenaza para la sociedad.
Pero, ¿es el sistema tan infalible como parece, realmente es imposible burlarlo? ¿O tiene tal vez algún hueco por el que alguien lo bastante habilidoso, o lo suficientemente empecinado, puede colarse?
Santiago García Albás
Barbastro, 1973 Aunque nació en Huesca, ha residido en Vitoria casi toda su vida. Compone sus historias con un talente que podríamos denominar «deportivo»: como un desafío que lo estimula y lo divierta a partes iguales. Ha sido ganador en tres ocasiones del Premio Alberto Magno de Ciencia Ficción, y ha cosechado también dos segundos premios y tres terceros en el mismo certamen, a lo que hay que sumar haber sido finalista del Premio Pablo Rido y ganador ex aequo del concurso de relato breve policiaco de la Semana Negra de Gijón. Ha publicado relatos en la revista Gigamesh y en el primer volumen de la antología Paura. Actualmente trabaja en una serie de novelas de aventuras basadas en el universo de los relatos «Una Larga Descendencia» (primer premio Alberto Magno 2007), «Dioramas (tercer premio AM 2011) y «Descargó el viento de sus velas» (finalista Pablo Rido, 2005).
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El rey lansquenete - Santiago García Albás
1
El porqué
Estos son los HECHOS PROBADOS:
El 23 de Marzo de 2037, LL, varón de 53 años, soltero y sin oficio conocido, acabó con las vidas de CH y de RH, ambos menores de edad.
Es asimismo un hecho incontestable que CH y RH habían allanado el sótano de la vivienda propiedad de LL en el transcurso de —cita de las actas— «una travesura infantil sin ánimo verificable de robo o vandalismo». Fin de la cita. Creyéndose víctima de un asalto, LL descargó a quemarropa su proyector AP-5 sobre los presuntos intrusos. Tampoco existe controversia sobre el siguiente extremo: fueron las gravísimas lesiones consecuencia del disparo las que ocasionaron el fallecimiento de los dos menores cuarenta y tres y cincuenta y siete minutos después, respectivamente.
Conviene recalcar la expresión «a quemarropa». El proyector AP-5 es un elemento antidisturbios. Se diseñó para combatir tumultos urbanos o disolver a los manifestantes agresivos; sólo muy recientemente quedó liberalizada su comercialización en el ámbito privado. Dispara un haz focalizado de microondas que, a larga o media distancia, ejerce un efecto muy desagradable sobre las membranas y fluidos del organismo humano. Su potencia es regulable en cinco posiciones progresivas de menor a mayor efecto letal; los fabricantes desaconsejan pasar de la segunda salvo que se trate de incapacitar a un agresor que nos supere en potencia de fuego. En ningún caso, insisten, se debe accionar a una distancia inferior a 60 centímetros del objetivo, so pena de inducir en éste «un sufrimiento cruel e innecesario».
Según los análisis forenses, CH y RH recibieron un haz de potencia 4 a menos de cincuenta centímetros de distancia. Sus globos oculares, sus vejigas, las bolsas sinoviales de sus rodillas… simplemente estallaron. Sus pleuras, tímpanos, diafragmas y pericardios experimentaron desgarros severos. Sus pulmones se colapsaron; su sangre hirvió. Los pequeños testículos de RH, varón de 11 años, implosionaron dentro de su bolsa. El sufrimiento de ambos, en palabras de los servicios de emergencia, fue: «atroz» e «intolerable». CH, niña de siete años, sufrió «atrozmente» por espacio de cuarenta y tres minutos. RH, mayor y más fuerte, lo hizo durante cincuenta y siete minutos.
Cita de la testifical de LL durante la vista de su inculpación por doble infanticidio: «El proyector era defectuoso. Nunca funcionó correctamente. No había manera de predecir con qué potencia dispararía el condenado cacharro. Diablos, si hubiera sabido que se trataba de niños, habría empleado sólo la culata». Fin de la cita.
MÁS HECHOS Y ANTECEDENTES A VALORAR:
El 18 de septiembre de 2037, LL es hallado culpable de un doble «homicidio justificado» y sentenciado a tres años de monitorización. Argumentos como la «escasa visibilidad», el «estrés sobrevenido», cierta confusión admisible sobre la verdadera naturaleza de los objetos que CH y RH portaban en sus manos al ser sorprendidos descolgándose por el tragaluz, así como el incremento de un 6% en las denuncias por robo y allanamiento en el vecindario durante los meses anteriores, justificaban el empleo de una violencia legítima fundamentada en la LO418/2029 sobre la propia defensa y la inviolabilidad del domicilio. LL creyó comprometidos su vida y haberes y reaccionó «legítimamente» en su salvaguarda dentro de los límites de su propiedad. En cuanto a la intención de matar o provocar «un sufrimiento cruel e innecesario», la velocidad y confusión con las que se sucedieron los acontecimientos dificultaban una valoración ecuánime más allá de toda duda razonable. Momento equivocado, lugar equivocado, deficiencias educativas, imprudencia y desatención paterna… «Lamentamos las trágicas muertes de CH y RH y transmitimos a sus familiares nuestras más sentidas condolencias en estos durísimos momentos».
Fin de la cita.
Misma fecha. Hechos ratificados por dieciséis testigos presenciales y recogidos en cuatro grabaciones periodísticas desde otros tantos ángulos. En los pasillos del juzgado que acababa de dictaminar su libertad, LL es violentamente agredido por LH, varón de treinta y ocho años, auditor de procesos contables, viudo y padre de las víctimas. Armado con lo que quedó descrito como «un cuchillo doméstico de grandes dimensiones», logra infligir a LL dos heridas cortantes (de 7 y 11 centímetros, en la cara interior del muslo y en la cadera, respectivamente), antes de ser inmovilizado.
De sus palabras, indescifrables en las grabaciones, los testigos sólo coinciden en lo siguiente:
«Eran dos niños jugando, cabrón demente hijo de puta».
Fin de la cita.
Aunque denostada por la prensa y duramente criticada por la opinión pública, la condena de LH fue irreprochable desde una óptica penal. Procedió con premeditación y en plena posesión de sus facultades mentales. Su intención fue en todo momento la de matar seccionando la femoral de la víctima. En conclusión de los seis psicólogos forenses que echaron abajo las alegaciones de la defensa sobre «demencia transitoria», sus probabilidades de reincidir oscilaban entre «muy elevadas» y «extremadamente elevadas». El 14 de enero de 2038, LH es hallado culpable de intento de asesinato en primer grado y sentenciado a 15 años de Distropía bajo monitorización y control de la Entidad. Cualquier tentativa monitorizada de reincidencia, ya fuere real o inducida por señuelos distrópicos, conllevaría su condena perpetua al Estupor.
En este punto, crees llegado el momento de renunciar a los formalismos y cumplimentar las siglas:
CH y RH no eran otros que Cora Hidalgo y Roberto Hidalgo, ambos hermanos, niña y niño de 7 y 11 años, respectivamente. El objeto que Cora portaba en su mano cuando fue sorprendida descolgándose del tragaluz era una linterna. Roberto sujetaba un frisbee. Roberto Hidalgo sufrió «atrozmente» durante 57 minutos por el terrible crimen de rescatar un frisbee. Cora Hidalgo lo hizo durante 42 por alumbrar a su hermano.
Las siglas LH corresponden a tu propia identidad: Luis Hidalgo, viudo de treinta y nueve años recién cumplidos y padre de las víctimas. Tú, Luis Hidalgo, confiesas haber premeditado la agresión contra LL en plena posesión de tus facultades mentales. Tu objetivo fue siempre el de matar. En todo caso, el arma no era en realidad un cuchillo doméstico sino una navaja micológica de «medianas dimensiones».
La primera L de las siglas LL corresponde al nombre de Leroy; la segunda, al apellido Lansquenet. Leroy Lansquenet, «el francés», varón soltero de cincuenta y tres años, sin oficio conocido y vuestro vecino en aquel entonces.
Queda así constancia por lo anteriormente expuesto de que Lansquenet, Leroy es el asesino de tus hijos. Tu objetivo sigue y seguirá siendo de hoy en adelante el de matar a Leroy Lansquenet.
Viernes, 26 de Abril de 2038
14ºC. Parcialmente Nublado. Brisa de componente Sur
También esta mañana has visto a Lansquenet. Estaba de pie, tras la cristalera enrejada de su salón. Es un hombre fofo y pálido, casi calvo, con esa tez indefinible de convaleciente característica de los agorafóbicos. Su rostro redondo, sus ojos grandes y azules, sus párpados rosados, tienen algo de infantil. En otro tiempo debió de ser un joven de expresión franca, alguien que inspiraría confianza a primera vista. Las arrugas de su rostro, sin embargo, han encerrado al niño en una jaula de voraz ansiedad.
Vestía su pijama gris, su batín negro. Sujetaba una taza humeante. Te ha reconocido, en el porche, cuando salías de casa para acudir a tu nuevo trabajo. Lansquenet te ha saludado con la mano, altivo, sin mudar un ápice la expresión y sin rehuirte la mirada. Luego te ha obsequiado con esa media sonrisa suya tan peculiar que siempre te recuerda la de un escualo suspendido cabeza abajo.
«Me han pescado y estoy muerto», parece decir. «Pero todavía conservo mis colmillos. Ponme del revés y te mostraré mi auténtica sonrisa».
Le has devuelto el saludo, naturalmente. Has vocalizado un «Buenos días, Leroy», has levantado la mano y has sonreído como el más jovial de los vecinos.
«Que pases un