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Los múltiples rostros en uno: el sí-mismo, el uno-mismo y el sujeto
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Los múltiples rostros en uno: el sí-mismo, el uno-mismo y el sujeto
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Los múltiples rostros en uno: el sí-mismo, el uno-mismo y el sujeto

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La distinción conceptual entre el yo (Das Ich) y el sí-mismo (Das Selbst), el famoso y difícilmente traducible self, es un problema metapsicológico que, como señala Carlos Jibaja, ha levantado muchas controversias en las diversas aproximaciones psicoanalíticas. La propuesta del autor es abordar el sí-mismo como una instancia relativa a la experiencia de mismidad representativa del sujeto, distinta de un yo-sistema (Das Ich) que aparece como un concepto funcional lejano a la percepción que el sujeto tiene de sí mismo.
IdiomaEspañol
EditorialBookBaby
Fecha de lanzamiento14 mar 2014
ISBN9786124646751
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Los múltiples rostros en uno - Carlos Jibaja Zárate

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Capítulo 1

La tensión dialéctica en la construcción de la teoría psicoanalítica

En este capítulo nos proponemos articular una serie de conceptos del paradigma psicoanalítico abriendo el debate en torno a la posibilidad de diferenciar un campo epistemológico psicoanalítico, en contraste con el plano de las teorías psicoanalíticas que se derivan de la práctica clínica. Así mismo, quisiéramos iniciar el presente trabajo enmarcando el ámbito en el cual se desenvolverá, que es precisamente el del diálogo interdisciplinario entre el psicoanálisis y la filosofía.

Formulamos, pues, dos preguntas principales que contribuyen a enhebrar el hilo argumentativo del presente capítulo: ¿podemos conceptualizar una epistemología psicoanalítica diferenciándola del círculo hermenéutico generado por la experiencia clínica y el cuerpo teórico que deviene de ella?; y ¿es el razonamiento dialéctico una manera consecuente de pensar esta epistemología?

1.1 Abriendo el círculo hermenéutico psicoanalítico

En las propias canteras del psicoanálisis, una de las mayores críticas que se le imputan al modelo teórico kleiniano es su marcado subjetivismo, pues sostiene que desde el nacimiento las pulsiones generan fantasías altamente elaboradas, sin tomar mayormente en cuenta la realidad externa, ni el desarrollo biológico y cognitivo, ni tampoco la inmadurez del funcionamiento del yo durante los primeros meses de vida1

(Klein 1979, Kernberg 1977). Sin embargo, para los filósofos de la mente —de manera especial para Marcia Cavell (2000)—, el mencionado subjetivismo no sólo correspondería a la escuela kleiniana, sino que es un problema epistemológico común a las distintas teorías psicoanalíticas, incluida por supuesto la teoría freudiana.

Cavell analiza las inferencias teóricas hechas por Stern (1991), que tienen una sólida base empírica de observación de infantes, y señala que padecen del mismo problema epistemológico que las demás corrientes psicoanalíticas:

[…] ¿por qué no proyectar nuestros estados mentales también en los niños? […] creo que el proyectivismo está equivocado como remanente de la idea cartesiana de que primero conocemos nuestra propia mente y luego hacemos conjeturas sobre la de los demás. (Cavell 2000: 178)

Cavell centra sus críticas en el concepto clave de Stern: la noción del sentido del sí mismo que el infante tendría desde los primeros meses. Para Stern (1991) existen evidencias empíricas de una subjetividad y una intersubjetividad iniciales prelingüísticas, las cuales, una vez que advienen al lenguaje, van a quedar mediadas por éste sin que haya forma de volver a esas primeras experiencias originales. Esta subjetividad prelingüística le permite a Stern postular un sentido del sí mismo en los primeros meses de vida. Cavell argumenta que darle una intencionalidad a una subjetividad prelingüística es una falacia, y que Stern insufla códigos adultos a un registro de «conocimiento» (el del infante) al que no se tiene acceso: «cuándo un niño y yo miramos una pelota roja ¿estamos viendo lo mismo?» (Cavell 2000: 174), se pregunta, para inmediatamente argumentar que si se trata de un objeto que es reflejado en la superficie de las retinas, efectivamente ambos estarían viendo un objeto, pero que ello no autoriza a decir la forma como el infante ve a ese objeto, pues «ver «x» como «y» supone conceptos, entre ellos el concepto de «y». Ver como es un verbo o predicado mental» (Cavell 2000: 175).

El fuego graneado de Cavell no pasa por alto que la teoría lacaniana padece del mismo mal: «Así pues, Lacan debe atribuir al bebe de la etapa presimbólica «imaginaria» un sentido de sí mismo como de estar fragmentado, como si él y su madre fuesen uno mismo, de júbilo al verse como un todo unificado, etcétera […] entonces también estamos imputando al bebe ideas o conceptos sobre la parte y el todo, uno mismo y el otro» (Cavell 2000: 181).

Se comprende que Cavell no se sorprenda de las diversas teorías psicoanalíticas acerca del desarrollo temprano infantil, las que aparecen paradójicamente congruentes con los datos observables y con similar eficacia en su aplicación clínica. Lo paradójico reside en que habiendo dos afirmaciones distintas sobre un mismo dato de observación clínica, ambas tengan razón: si ante la separación de su madre un niño2

llora y se retrae en un juego repetitivo (dato clínico), un kleiniano enfocaría la conducta como una reacción de angustia esquizo-paranoide al sentir la separación como un ataque del pecho malo, mientras que un freudiano podría sostener que, al sentir la angustia de separación y ante el impacto del entorno, el yo busca ligar las cargas libres de la pulsión de muerte mediante el juego repetitivo. Sucede, sin embargo, que ambas hipótesis acerca del dato clínico están enmarcadas en sus modelos teóricos de referencia; y ambas interpretaciones pueden tener eficacia terapéutica.

Para Cavell (2000), los analistas utilizan formas metafóricas acerca de «esas primeras representaciones» mentales basándose en el análisis de las fantasías y los comportamientos que tienen las personas una vez adquirido el lenguaje. Son interpretaciones a posteriori, que padecen de pretender tener una correspondencia con «la manera en que las cosas son». Cada perspectiva teórica construirá sus conceptos alrededor de determinados ejes, dejando de lado otros elementos para organizar los datos de observación; y en relación con los datos organizados a partir de los ejes seleccionados, regresarán a confirmar circularmente lo ya delimitado. Cavell (2000) no niega que los miedos, hábitos, estilos de relaciones interpersonales y capacidades discriminatorias, que son parte de la etapa prelingüística, tengan continuidad con las formas de pensamiento mental, es decir, proposicional. Pero cuestiona cómo es ese «conocimiento» previo y la manera en que las diversas teorías explican esa continuidad con los estados mentales propiamente dichos (Cavell 2000).

El propósito de recrear esta discusión interdisciplinaria entre la filosofía —particularmente, la filosofía de la mente— y el psicoanálisis es enfatizar la manera en que criterios externos a la esfera de nuestra disciplina cuestionan con argumentos sólidos un estado de cosas no coherentemente esclarecidas entre las distintas teorías, meta en la que al parecer empezamos a encaminarnos (Leuzinger-Bohleber et al. 2003). Recordemos que la actitud de distanciamiento del psicoanálisis frente a las demás disciplinas de las ciencias humanas se cristalizó en el aislamiento que Freud se encargó de generar alrededor de la nueva disciplina.

Para Freud (1916: 21-29) los postulados psicoanalíticos no podían ser comprendidos por las demás ciencias, que objetaban con sus métodos y prejuicios aquello que sólo el campo de la clínica psicoanalítica iba develando. La sexualidad infantil, las fantasías inconscientes, el narcisismo, la transferencia, el Edipo no pertenecían al dominio de las ciencias naturales; por lo que, para su comprensión, el interesado en esta disciplina tenía que iniciarse en ella mediante su propio proceso psicoanalítico. A la luz del desarrollo de las ciencias humanas, consideramos que la necesidad del aislamiento del psicoanálisis ha terminado y que, por el contrario, el diálogo interdisciplinario en esta etapa contemporánea es fundamental para su consolidación como disciplina dentro del concierto de las ciencias humanas. Para tal efecto, el psicoanálisis deberá delimitar su propio campo epistemológico.

Entendemos desde esta perspectiva que el diálogo con la filosofía de la mente pone las apasionadas discusiones de las diferentes teorías psicoanalíticas en un nivel conceptual que relativiza sus pretensiones de verdad. Se desprenden de este diálogo interdisciplinario una serie de afirmaciones que de manera coloquial podríamos formular de la siguiente forma: «los psicoanalistas discuten pseudoproblemas de inspiración metafísica buscando una verdad última en sus especulaciones; sus modelos plantean perspectivas distintas de un estado de cosas de las que en sí mismas nada sabemos; sus teorías son metáforas a posteriori respecto a la adquisición del lenguaje, proyectadas a los estadios tempranos de la infancia». La solidez de la argumentación es meridiana.

La discusión interdisciplinaria que establece Cavell, filósofa de tradición anglosajona, nos permite vislumbrar tres planos epistémicos que, al generar relaciones entre sí, pueden constituir las bases de la producción de conocimiento en el paradigma psicoanalítico. Convocamos así a una topografía que nos ayude a visualizar el entramado de la construcción del saber psicoanalítico.

Un primer plano es el de la observación clínica, el lugar donde ocurren los hechos clínicos y que corresponde a la relación terapéutica entre analista y analizando. Contexto de descubrimiento que ocurre cuando la aproximación del terapeuta a las asociaciones libres del analizando descentra la reflexión como esfera de sentido y, en atención libre flotante, vislumbra, ve esbozos de una gestalt comprensiva dejada por la estela de las conexiones de sentido de lo inconsciente en su uso del lenguaje.3

La sesión analítica4

es el terreno por excelencia donde surgen las hipótesis psicoanalíticas. Los otros espacios de observación: arte, literatura, conducta de los infantes, fenómenos sociales, evaluaciones psicológicas, etcétera, son terrenos del psicoanálisis aplicado. Al respecto, Green (Leuzinger-Bohleber et al. 2003: 36-37) afirma: «[…] podemos decir que sólo la experiencia analítica —y más específicamente, la sesión analítica— es la condición indispensable para el estudio de lo inconsciente […]. La mente en el laboratorio es esencialmente diferente de la mente en el diván, tanto como la mente en el diván es diferente de la mente en el arte, ciencia, filosofía, religión».

Un segundo plano es el de las teorías psicoanalíticas que surgen sobre la base de inferencias extraídas de la experiencia clínica. Entre el primer plano y el segundo se establece una triangulación cuyos vértices son los hechos observables de la situación terapéutica, la interpretación y la teoría. Es un triángulo en el cual «la hermenéutica conduce a la terapéutica y ambas a la teoría», sostiene Jiménez (2001). El movimiento epistémico de este triángulo, en realidad plantea un círculo hermenéutico, es decir una comprensión que proviene de un conocimiento previo y determinante que nos alerta acerca de ciertos elementos de una situación interpretativa que de otra manera pasarían inadvertidos; la circularidad de comprender el todo desde las partes que lo componen, a la vez que entender las partes desde el todo.5

En un análisis, los hechos observables se convierten en relevantes, plenos de sentido al momento que la luz de la interpretación alumbra el hilo que las concatenaba. El cuerpo de las observaciones clínicas en la terapéutica y las interpretaciones va de esta manera construyendo la teoría. Dada una interpretación sobre lo que el analizando está asociando, ésta va dirigida por una expectativa de sentido que proviene del campo teórico psicoanalítico que, en una clara circularidad, está construido fundamentalmente por las interpretaciones que ocurren en la sesión analítica. Desde este ángulo, técnica y teoría psicoanalítica se retroalimentan y son indesligables.6

La cuestión que planteamos, entonces, con cargo a contestarla en el transcurso del presente capítulo, es la siguiente: ¿es suficiente este círculo de producción de conocimiento tanto para una terapéutica como para la construcción de la teoría psicoanalítica?

Históricamente, las controversias teóricas entre las diferentes «escuelas»7

se han dado en este segundo plano. En la práctica, y contrariamente a la toma de posiciones teóricas tan polarizadas, se ha observado que en el quehacer psicoanalítico con los pacientes —es decir, en el primer plano propuesto—, las nuevas teorías de preferencia del analista tienden a superponerse a los modelos previos de uso, más que a reemplazarlos (Bernardi 2003a). Desde esta perspectiva, se podría sugerir que el trabajo psicoanalítico se enriquece en posibilidades interpretativas cuando el terapeuta tiene la plasticidad de moverse entre varias líneas teóricas (Jiménez, 2001:9). Sin embargo, esto plantea problemas de coherencia y consistencia intrateórica en el segundo plano, debido a la coexistencia de formulaciones igualmente justificables, que necesitan ser empleadas en forma paralela, con la consiguiente confusión de conceptos y lenguaje (Fonagy 2001).

Observamos un tercer plano de creciente desarrollo en la construcción del paradigma8

psicoanalítico: el de una epistemología psicoanalítica, que incluye una base más amplia que la triangulación antes señalada y es escenario de discusiones interdisciplinarias como las que presentamos en relación con la filosofía de la mente. Este tercer plano es el dominio del presente libro. Su delimitación nos permitirá esclarecer el modo en que vamos a trabajar con los textos de autores que pertenecen a diferentes horizontes de

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