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La Niebla
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Libro electrónico323 páginas3 horas

La Niebla

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El autor de Mirada Siniestra incursiona en una frenética aventura que nos presenta a una nueva heroína y un misterio asfixiante de proporciones insólitas.

Las últimas dos palabras de un periodista moribundo son una enigmática advertencia para Sabrina, detective estrella de Baker Street Security y única testigo de su incongruente asesinato.

Muy pronto se dará cuenta de que ella también está en peligro. Ni en su oficina, ni en su residencia ni en su auto se encontrará segura. Alguien despiadado no escatimará esfuerzos en descubrir qué tanto ha averiguado Sabrina, y su oportunidad de sobrevivir depende de descifrar el secreto de La Niebla antes de que el tiempo se le agote.

Desde la urbe capitalina hasta las junglas darienitas, nuestra protagonista emprende una vertiginosa carrera en contra del reloj, arriesgando su trabajo y su vida, esquivando inescrupulosos enemigos, con el fin de develar una amenaza no sólo contra ella sino contra todo el país...

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento22 jul 2013
ISBN9781301137770
La Niebla
Autor

Ramon Francisco Jurado

Ramón Francisco Jurado fue expulsado al espacio en un pequeño cohete justo antes de que su planeta fuera destruido por la tercera Estrella de la Muerte. Se dirigía a un mundo super-civilizado, pero por el alto costo de la gasolina sólo llegó a La Tierra, en donde su familia intentó inculcarle los valores de un super-héroe pero él descubrió el grunge rock, a Fox Mulder, a George Lucas, y luego a Héroes del Silencio, lo cual descartó sus posibilidades de salvar a la humanidad. Oportunamente fue vendido a los Wachowski quienes escandalizados lo conectaron al Matrix, en donde es notoriamente conocido como el Neo que no liberó a sus congéneres. Interpol y la Liga de la Justicia lo han perseguido bajo el temido alias de "Paco, con el cual ha intentado vender su alma en eBay, pese a tenerla hipotecada con Majestic 12. Ocasionalmente escapa de su laberíntica imaginación para criticar las nimiedades del "mundo real". Cuenta en su haber literario con las novelas Mirada Siniestra, Impulsos Taliónicos, La Niebla y Veritas Liberabit. Las dos últimas constituyen las primeras entregas de la serie de Baker Street Security y Sabrina Saavedra. Actualmente está puliendo una colección de cuentos con la cual nunca queda satisfecho y completando una ficción histórica que incursiona en el género del espionaje.

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    La Niebla - Ramon Francisco Jurado

    LIBRO PRIMERO

    LA ESPADA DE DAMOCLES

    CAPITULO UNO

    (regresar al índice)

    14 de Diciembre de 1999

    Mi nombre es Sabrina Saavedra. Y antes de que lo pregunten, sí, sí soy de esos Saavedra, pero no se equivoquen conmigo. No soy la princesa que muchos creerían. Soy una investigadora privada.

    No sólo soy una investigadora privada, soy una buena investigadora privada. Me gustaría poder decir que eso significa mucho más pero, en realidad, sólo quiere decir que aquí hay pocas agencias de detectives. Sin embargo, de las existentes, la mía es la más efectiva.

    ¿Por qué escogí esa profesión cuando pude haber tomado otros caminos más lucrativos? Primero que todo, porque soy curiosa. Soy muy curiosa. No me gustan los misterios. En segundo lugar—Aunque en igual importancia—, porque me inclino a ser aventurera. Me gusta enfrentarme a lo desconocido, disfruto corriendo riesgos y me destaco cuando me encuentro en situaciones de las cuales aparentemente no existe salida. Si soy franca, éste es el trabajo perfecto para mí sencillamente porque soy adicta al peligro, a la adrenalina.

    Por eso también detesto este trabajo. Uno ve películas y lee libros y el detective siempre se encuentra en medio de una odisea emocionante y trascendental. La concepción que la sociedad tiene del investigador no coincide con la realidad. La mayoría de los casos, como el actual, son aburridos, tediosos y predecibles. Pero tengo que pagar mi cuenta de Cable & Wireless, entre otras, así que no hay más remedio que recibir al cliente y hacer lo que desea y tolerar la monotonía y el aburrimiento a pesar de que preferirías saltar en bungee desde el Puente de Las Américas con tal de salpicar tu vida con algo de emoción. Así son las cosas.

    Si el hombre que estoy observando por lo menos se viera bien desnudo, esto valdría la pena. Pero es gordo y se está quedando calvo y, por lo que veo, no vale los honorarios que su esposa me está pagando. Se llama Juvenal Sanjur. Probablemente han visto ese nombre a menudo bajo los titulares de primera plana, si son el tipo de persona que le gusta los diarios. En lo personal, me apego a los noticieros televisivos y permito que mi socio me comente cualquier cosa de importancia del periódico.

    Su esposa se llama Dora De La Guardia. Ella también es de esos De La Guardia. En estos momentos Dora podría ser la esposa de un Ministro de Estado y tener tres hijos, uno estudiando Derecho, el otro estudiando Medicina, y el otro drogadicto, para darle variedad a su existencia. Sin embargo, ella cometió el mismo error que muchas mujeres y se dejó guiar por el amor ciego. Ni siquiera sé lo que eso significa. Yo siempre mantengo mis ojos muy abiertos.

    En la universidad, Dora se enamoró de un muchacho que no era de su clase social. La única forma en la que Juvenal habría entrado al Club Unión sería en calidad de barrendero. Pero afortunadamente para él, Juvenal resultó ser un chico encantador y logró que Dora se enamorara lo suficiente como para enfrentarse a su familia y a las normas absurdas de su esfera social, casarse con él y conseguirle aceptación en lugares de los cuales habría sido rechazado por su cuenta.

    Juvenal no es un desastre, hago constar. Por lo que sé, es uno de los mejores periodistas del país, y una vez me dijeron que su prosa era incisiva, certera y profunda. Lo interpreté como que la gente no se aburre con sus artículos. Yo abro el periódico en busca de la cartelera de cine.

    Sin embargo, como sucede con la mayoría de nosotros, el periodismo no es el único talento de Juvenal. Existen otras áreas en las que nuestro amigo resulta excesivamente diestro. Aparentemente nadie le explicó que la frase ‘hasta que la muerte nos separe’ es exclusiva. Después del matrimonio, Juvenal continuó con sus conquistas femeninas. Por lo que he podido averiguar, para él los únicos requisitos es que sean del sexo opuesto y que estén vivas.

    Yo descubrí las tendencias mujeriegas de Juvenal mucho más rápido que Dora. Probablemente se debe al hecho de que tengo nueve hermanos. Dora se presentó en mi oficina hace dos semanas, pero por lo que he podido averiguar, Juvenal la ha quemado por años. No es por ser arrogante, pero a mí ningún hombre me ha embaucado con sus mentiras. Debe ser que, por mis circunstancias, los conozco muy bien; pero prefiero a alguien como Andrés que a uno que exprese un romanticismo falso. Dora debe haber pensado que el amor era una fuerza mayor que el pragmatismo. No entiendo cómo una mujer mayor que yo puede ser tan ingenua.

    Inmaterial, la cuestión es que Dora De La Guardia, ya que tiene dinero para tirar al aire, quiere que yo le proporcione evidencia sólida de que su amado esposo la está engañando. Eso implica fotografías, quizás hasta un pequeño video triple X de Juve con su actual amante, María Del Rosario. Dora sabrá lo que hace; a mí me bastaría con la sospecha para mandar a volar a un sujeto. Pero ese es el carácter de los Saavedra.

    ¿Creen que me gusta este tipo de trabajo? Para mí el caso ideal involucra un adversario de verdad, algún desafío y quizás hasta alguna amenaza contra mi vida. Puede que yo no sea como los detectives que ven en la televisión con una gabardina y una botella de whiskey en el bolsillo caminando bajo la lluvia, protegiéndose del clima con un sombrero fedora, pero les confieso que me gustaría tener uno de esos interesantes casos. De todas formas, como ya les dije, al igual que cualquier otra persona, tengo que pagar mis cuentas, y el dinero de los De La Guardia me sirve precisamente para eso.

    Ya Dora está convencida de que todo lo que hizo por Juvenal fue en vano. Por lo que pude ver en nuestra conversación, ya está casi segura de que él es infiel. Sólo quiere algo que no deje lugar a dudas. Quizás sus abogados se lo exigen. Entiendo que probar la infidelidad en casos de divorcio es algo difícil. Aunque ya previamente sabía que Juvenal había alquilado el cuarto en la pensión, lo seguí desde la cantina Los Rufianes, en donde se reunió con unos compañeros de trabajo a celebrar la transferencia oficial del Canal a Panamá, y le tomé unas fotos cuando llegaba al lugar y se reunía a escondidas con la inocente María Del Rosario. Encontré un ángulo perfecto en este cuarto de hotel que alquilé estratégicamente frente a la pensión en la cual Juvenal se reúne con su amante. Lo irónico es que la cuenta que le voy a pasar a Dora por gastos de hotel será mayor a lo que Juvenal pagó en la pensión en la cual disfrutará un rato de amor ilícito. Ahora sólo me faltan unas cuantas fotos de la pareja consumando el acto y el paquete estará listo. Mientras ellos disfrutan los preliminares, supongo que podré encontrar algo bueno en cable.

    Cómo un hombre llamado Juvenal Sanjur puede ser un semental, no tengo idea. A mí un individuo con semejante nombre me daría la impresión de que va a empezar a cantar pindín en cualquier momento. Pero cada uno tiene sus gustos.

    Justo cuando empezaba a quedarme dormida saltando de canales, escucho golpes en la puerta del cuarto de la pensión de Juvenal. De inmediato subo el volumen de uno de mis juguetes favoritos: Un instrumento que proyecta un haz láser hasta la ventana de la habitación de la pareja, recoge las vibraciones emitidas por cualquier sonido, y las transmite al receptor que tengo preparado. La gente piensa que los detectives en Panamá continúan viviendo en los cincuenta. No saben cómo se equivocan. Por eso muchas veces los atrapamos con las manos en la masa. Mi atención se centra en la pensión. Esto puede ser interesante.

    ¿Quién es? Pregunta Juvenal de mala gana.

    Fuerza Pública, responde una voz desde afuera. Salto de la cama y quedo en la ventana enseguida. Juvenal se está poniendo los pantalones y María Del Rosario está cubriendo su cuerpo con la sábana de la cama. La pobre chica parece que va a sufrir un infarto en cualquier momento. Debe estar preguntándose en qué rayos se ha metido. Juvenal también se ve consternado, aunque menos. ¿Será que anda en líos mayores? Durante mis investigaciones no encontré nada sospechoso, pero uno nunca sabe. Tampoco le he dedicado mucho tiempo, si soy sincera.

    Un momento, dice Juvenal al colocarse sus anteojos. Extiendo una mano y tomo la videograbadora. Hago un acercamiento a la recámara y comienzo a grabar. Juvenal abre la puerta. Dos oficiales uniformados lo miran de arriba a bajo. ¿Cómo lo localizaron? Sólo nosotros tres sabíamos de este encuentro. Juvenal incluso se registró con un nombre falso. ¿Hay algún problema?

    ¿Usted es Juvenal Sanjur? Apenas uno de los policías hace esa pregunta, me percato de que algo no anda bien aquí. Ese es un acento colombiano. ¿Por qué un policía panameño tiene acento colombiano?

    Sí, señor; confirma Juvenal. Tengo un mal presentimiento con todo esto. ¿En qué puedo ayudarle?

    El otro policía le da un golpe a la puerta y la misma se abre del todo. El primero ni siquiera le da oportunidad de hablar. Saca su arma y le pega un tiro en el pecho. ¡No puedo creer lo que estoy viendo! ¡¿Qué está pasando aquí?!

    María Del Rosario empieza a gritar como loca y un segundo después de que entiendo que sus probabilidades de sobrevivir no son buenas, el asesino le apunta con el arma y hace otro disparo que la envía al más allá.

    ¿Este marica tendrá algo aquí con él? Pregunta el que abrió la puerta.

    Pues, ¿usted no ve que lo agarramos con los pantalones abajo? Responde su compañero mientras guarda el arma. Listo pues. ¡Vámonos antes de que alguien nos vea!

    Hago el mejor acercamiento posible de los rostros de cada uno, pero llevan quepis y gafas oscuras. La toma no es buena, pero ya veré qué puedo hacer. Los colombianos salen como alma que lleva el diablo y con la cámara enfoco la mayor parte de la habitación posible, por si hay alguna pista que más adelante me sea útil. Mientras lo hago se me ocurre una idea alocada. La pensión está prácticamente vacía. El propietario no va a subir a ver qué pasa, temiendo recibir un disparo. El va a preferir llamar a la policía. A la verdadera policía. Recuerdo la puerta trasera por la cual me colé para inspeccionar el lugar antes de que llegaran. De seguro es la misma que los policías falsos utilizaron. El local no tiene muchas medidas de seguridad que digamos. Me encantaría echarle un vistazo a ese cuarto en persona.

    El aburrimiento y el sueño se han disipado. Mi mente está funcionando a toda velocidad. Este es el tipo de caso que me encanta.

    En eso veo a los dos policías salir y subirse a un auto blanco. Dirijo el lente de la cámara hacia ellos. Es un Tercel. Apenas llego a ver parte de la placa antes de que se vayan, pero me basta para darme cuenta de que es un auto alquilado.

    No hay tiempo que perder. Dejo la cámara y me pongo mis guantes. No sería muy astuto de mi parte dejar mis huellas digitales en la escena de un asesinato.

    Cinco minutos más tarde termino de subir la escalera de la pensión y me asomo al pasillo. Tal y como esperaba, continúa vacío. Rápidamente entro a la recámara. El sitio parece un lago de sangre. Se me ocurre que si alguien le toma unas buenas fotos a este lugar, podrían servir para hacer una campaña publicitaria en contra del adulterio.

    Estos dos nada más venían a usar la cama. El cuarto está tal y como lo encontraron. Cualquier pista la hallaré en las pertenencias de Juvenal. Es obvio que los asesinos lo buscaban a él; María Del Rosario simplemente estaba en el lugar errado a la peor hora posible.

    Introduzco la mano en el bolsillo interior del saco de Juvenal y encuentro su cartera. Tengo el presentimiento de que esto no va a dar frutos, pero de todas formas empiezo a registrar las tarjetas y notas que tiene guardadas. Nunca entenderé cómo los hombres son capaces de meter tanta basura en billeteras tan pequeñas.

    Súbitamente una mano sujeta mi tobillo y giro sobresaltada, con mi mano derecha sobre el mango de mi pistola—Y me sorprendo aún más al ver que es Juvenal, tratando de llamar mi atención. Me arrodillo junto a él, maldiciéndome a mí misma por no haber verificado si en efecto estaba muerto.

    Juvenal extiende una mano y agarra mi blusa, manchándola de sangre. Lástima. Me gustaba esta blusa. Sus labios tiemblan. Está tratando de decirme algo.

    La ... La ... La voz sale de su boca con un esfuerzo sobrehumano. La ... Niebla ...

    ¿La niebla? Le pregunto sin hallarle sentido. ¿Qué—? Pero es muy tarde. La mano suelta mi blusa y el cuerpo queda sin vida. Ahora sí no hace falta revisar el pulso para asegurarme de que está muerto.

    A lo lejos se escuchan sirenas. Vaya, vaya. ¿Quién se habría imaginado que la Fuerza Pública auténtica reaccionaría con semejante agilidad? Tengo que salir de aquí cuanto antes. Nadie sabe que yo estaba siguiendo a Juvenal, nadie se imagina que existe una testigo que filmó el asesinato. Por ahora, prefiero que el asunto continúe así.

    Mientras me escabullo de la pensión, una pregunta se formula en mi mente: ¿Qué me quiso decir Juvenal con la niebla?

    —Y a pesar de que el pueblo panameño se regocijó en el día de hoy por la celebración de los actos protocolares de la Reversión del Canal a Panamá, los cuales contaron con la presencia del ex-presidente estadounidense, Jimmy Carter, no todas las voces alababan la ceremonia. El Profesor Gregorio Serrano dijo unas palabras a los medios de comunicación esta mañana al respecto.

    Mantengo la televisión encendida mientras me lavo el cabello. En realidad sólo estoy interesada en una noticia, y desde el baño estoy pendiente a que la anuncien.

    Los panameños debemos permanecer vigilantes, reconozco la voz de inmediato. Gregorio Serrano. Ha salido en las noticias con frecuencia en las últimas semanas, por la cuestión del Canal. Fue uno de esos muchachos que se enfrentaron a los gringos hace años. Si no me equivoco, estuvo presente cuando comenzó la confrontación del 9 de Enero. ¡Las cosas no son tan sencillas como parecen, y de ninguna manera podemos permitir que los norteamericanos pisoteen por segunda vez nuestra soberanía! No hay nada más triste que un caudillo sin causa. ¿Cómo van a pisotear nuestra soberanía los gringos, si nos están entregando el Canal al pie de la letra del Tratado?

    Y, para finalizar, nos ha llegado la trágica noticia— Esto es lo que esperaba. —de que el reconocido periodista Juvenal Sanjur fue asesinado en el día de hoy, en una pensión de la localidad. Para cuando llego al televisor secando mi cabello con una toalla, ya están presentando tomas del lugar de los hechos. Las autoridades aún no han detenido al responsable pero se cree que—

    Por supuesto que no espero hallar respuestas en el noticiero nocturno. Y dudo mucho que la policía sospeche de alguien tan rápido. No importa, ya tengo mi propia sospechosa.

    Juvenal era muy precavido con sus aventuras amorosas. Las únicas personas que sabíamos de la de hoy éramos él, María y yo. Ellos usaron la cautela usual. Eso significa que yo fui la que guié a los asesinos hasta esa pensión. Y sólo una persona sabía que yo estaba siguiendo a Juvenal.

    Me pregunto si, así como Dora De La Guardia tiene dinero para contratar a una investigadora para que siga a su esposo, también lo tiene para contratar a un asesino que acabe con el maldito y su amante.

    Esa es una pregunta que tendré que hacerle a ella personalmente.

    CAPITULO DOS

    (regresar al índice)

    15 de Diciembre de 1999

    La Señora De La Guardia no se encuentra, me informa la empleada desde su penthouse en Paitilla a través del inter-comunicador del edificio. Me pregunto a dónde puede haber ido a las ocho de la mañana una mujer cuyo esposo acaba de ser asesinado en circunstancias comprometedoras.

    ¿Tiene idea de a qué hora podré encontrarla en casa? Pregunto antes de que corten la comunicación.

    La Señora no volverá en varios días, responde la empleada. Su tono delata algo de nerviosismo. Ha decidido pasar un tiempo en su casa en El Palmar.

    Pero yo hablé con ella ayer y no mencionó nada al respecto, presiono a la muchacha por más información. Incluso me pidió que pasara por acá hoy.

    La Señora nos llamó anoche para avisarnos que se iría a la playa, me dice la empleada, y sospecho que ella misma se pregunta si me debe estar dando tantos detalles. Fue una decisión del momento.

    Su celular ha estado apagado desde anoche, comento rápidamente. ¿Me podrás dar algún número en el que la pueda localizar?

    La Señora nos ha prohibido darle su número de la playa a la gente, me contesta bruscamente. Por las noticias de ayer quiere estar a solas y sin que nadie la moleste.

    Entiendo, cosa que no es cierta. Una última pregunta: ¿Doña Dora decidió irse a la playa antes o después de recibir la lamentable noticia de Don Juvenal?

    Tras un breve sonido de estática, el inter-comunicador queda en silencio. La empleada ha cortado la comunicación. Ya se debe haber convencido de que yo estaba haciendo más preguntas de lo normal, y ha optado por el silencio para no meterse en líos con la patrona. De ella no voy a conseguir más ayuda. Lo que es una lástima, porque realmente quería saber la respuesta a mi última pregunta. O quizás la reacción de la doméstica se debe precisamente a que di en el blanco. Todo es posible. Ese viaje repentino a la playa me parece muy conveniente. Cualquiera diría que Dora sabía de antemano lo que iba a pasar y estaba preparada para aislarse de familiares y periodistas. No me será difícil averiguar la dirección de los De La Guardia en El Palmar. A lo mejor deba convencer a Andrés de hacer un paseo por la playa este fin de semana.

    Conduzco mi Vitara negro a través de Marbella y espero a que el semáforo frente a Plaza New York me permita cruzar Calle 50. En el equipo de sonido, un CD de Smashing Pumpkins me ayuda a olvidar el tranque vehicular a la vez que me permite enfocar mis pensamientos en el misterio que tengo frente a mí. Mientras escucho Zero, reviso en mi mente la lista de detalles que recuerdo de ayer. ¿Sería Dora realmente capaz de contratar a un par de sicarios para eliminar a su esposo? Dicen que una mujer despechada es muy peligrosa. En ese caso, me habrá utilizado para guiarlos hasta su objetivo. Cosa que me resultaría muy irritante. ¿Qué, acaso sus asesinos eran tan vagos que no podían vigilarlo por su cuenta?

    Otro detalle curioso es que los dos colombianos estaban vestidos de policías. ¿Por qué? ¿Por qué no llegar vestidos regularmente, patear la puerta y matarlos? ¿Por qué tomarse la molestia de fingir ser guardias y tocar la puerta? Eso sugiere que quizás el disfraz les simplificaba su trabajo. Ergo, Juvenal debía haber estado esperando la llegada de policías auténticos. Esa es una premisa interesante. En mi mente observo la expresión de Juvenal al recibir la visita de sus verdugos. Consternado, pero no sorprendido. Ciertamente yo no tenía suficiente tiempo siguiéndolo como para saber de cualquier cita concertada con anterioridad. Quizás su reacción se debió a que ese no era el sitio o la hora para reunirse. A nadie le gusta que le interrumpan un polvo. Si estoy en el camino correcto, entonces las siguientes preguntas serían, ¿quiénes eran los policías auténticos, de qué se trataba la reunión y qué ocurrió con ellos? Juvenal podía estar trabajando en algún reportaje importante. ¿Qué podría ser? ¿Corrupción en la Fuerza Pública? Esa no sería una gran noticia. Ya todos estamos acostumbrados.

    Por mi mente pasan suficientes ideas como para no percatarme del tráfico. Eventualmente llego al estacionamiento subterráneo de Plaza Concordia y subo hasta el último piso, en donde está ubicada mi agencia. Bueno, técnicamente no es mía, pero para los efectos prácticos, sí lo es. Cada vez que veo las palabras BAKER STREET SECURITY en la puerta me pregunto cuántos de nuestros clientes captarán la referencia. Yo no escogí el nombre de la agencia sino Samuel. Ignoro si es en homenaje a su autor preferido o al representante más popular de nuestra profesión.

    Al entrar a la oficina, el muchacho que hace las veces de recepcionista y asistente me mira brevemente pero sus ojos ya han vuelto a la pantalla de la computadora para cuando me da los buenos días. Su nombre es Moisés Solís, utiliza gruesos anteojos, es estudiante de Ingeniería de Sistemas en la Universidad Tecnológica y, a todas luces, es alérgico a las peinillas.

    ¿Alguna novedad? Pregunto al acercarme a su escritorio.

    Un hombre llamó para hacer una cita, contesta Moisés. Su mirada sigue clavada en el monitor y su mano continúa presionando el botón del ratón constantemente. Anoté su nombre por ahí. Quiere que sigamos a su hija unos días para ver en qué anda.

    Detente, tu entusiasmo me sobrecoge; replico. ¿Para cuándo le diste cita?

    La próxima semana por la tarde.

    Por favor, no me agobies con tantos detalles, replico. A estas alturas, ya la ineficiencia de Moisés es algo que difícilmente me sorprende. Aunque en ocasiones se esmera y me deja impresionada con su incompetencia. ¿Estás escribiéndole a tu novia por Internet de nuevo?

    Hoy es nuestro aniversario.

    ¿Y aún no se conocen?

    No hay por qué apresurar las cosas.

    Ya inventaron algo que se llama cita, ¿sabías? No puedo evitar burlarme de una relación tan absurda. Se hace a través del teléfono, y generalmente abarca una salida a comer y hasta al cine si hay una buena película.

    Nosotros vamos a chat rooms de vez en cuando, dice Moisés en su defensa. Sonrío y me dirijo a mi oficina.

    Esa novia tuya va a resultar ser un gordo o algo por el estilo, le advierto. Y, by the way, de ninguna manera dejes que el trabajo interfiera con tu vida cibernética. No sé para qué me molesto si sé que no me escucha. Cuando tengo suerte oye el teléfono.

    Coloco el CD de Smashing Pumpkins que bajé del carro en el equipo de mi oficina, echo a un lado un grupo de expedientes que algún día me dignaré en revisar, y decido echarle un vistazo a los diarios. Una vez al año no hace daño. La noticia del asesinato de Juvenal Sanjur ha sido totalmente opacada por los actos protocolares de la Reversión del Canal. Y quizás el homicidio fue programado de tal forma. Por mal que suene, a falta de presión de la opinión pública habrá menos interés en resolver el caso. Quizás con eso contaba mi presunta autora intelectual. El asesinato de Juvenal se archiva como un expediente más en espera de un milagro y ella continúa con su vida común y corriente.

    Al localizar la noticia en El Universal, veo un corto comentario hecho a la prensa por Raúl y decido llamarlo. Raúl no es sólo un buen amigo sino también Fiscal Auxiliar, y es posible que sepa algo que me resulte útil.

    Me enteré que fuiste invitado a los actos de ayer, le comento después de los saludos habituales.

    Sí, pero lamentablemente estaba algo atareado con el trabajo y no pude ir; contesta Raúl, y luego se sorprende de la carcajada que de inmediato suelto.

    Sólo tú dejas pasar un evento histórico porque tienes mucho trabajo, opino. A veces me pregunto por qué somos amigos, si tenemos tan poco en común. Raúl es un adicto al trabajo consumado, mientras que yo necesito camuflar el trabajo como algo divertido para poder realizarlo. Oye, estaba leyendo el periódico de hoy y vi lo de este señor Sanjur. Tengo cuidado de no sugerir mi cercanía al suceso. Mientras no sepa a qué atenerme, prefiero mantener oculto mi rol como única testigo. ¡Qué vaina más rara, ¿no?!

    Y es un escándalo del carajo, Sabrina; me dice Raúl. Su tono de voz, sin embargo, sugiere que está ocupado en algo más mientras habla conmigo. "En los medios no

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