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CAMPO DE BATALLA: LA TIERRA: UNA SAGA DEL AÑO 3000
Volumen 2
CAMPO DE BATALLA: LA TIERRA: UNA SAGA DEL AÑO 3000
Volumen 2
CAMPO DE BATALLA: LA TIERRA: UNA SAGA DEL AÑO 3000
Volumen 2
Libro electrónico997 páginas11 horasCAMPO DE BATALLA: LA TIERRA

CAMPO DE BATALLA: LA TIERRA: UNA SAGA DEL AÑO 3000 Volumen 2

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Información de este libro electrónico

VOLUMEN 2: EL FINAL

Lo que comenzó como un último intento desesperado de salvar a la humanidad de los psiclos, se transformó en un cataclismo que se extendió por toda la galaxia, con una miríada de razas alienígenas que ahora dirigen una mirada malévola hacia la Tierra.

… Y mientras los pocos restos dispersos de la humanidad se aferran a la esperanza de establecer alguna apariencia de sociedad, Jonnie Goodboy Tyler y su improvisada tripulación de escoceses de las Tierras Altas se encuentran rápidamente en el centro de una guerra intergaláctica que ni siquiera vieron venir.

Su única esperanza está envuelta en un misterio milenario, nacido de los antiguos “catristas”, y culminará en una revelación que puede cambiar toda la estructura de poder del cosmos.

¿Lograrán los psiclos dar un golpe definitivo… o condenarán los banqueros intergalácticos a los últimos restos de la humanidad a una esclavitud sin fin? ¿La guerra interplanetaria que se avecina destruirá la Tierra de una vez por todas… o la humanidad establecerá finalmente una fortaleza desde la que pueda sobrevivir?

No te pierdas la conclusión de Campo de batalla: la Tierra, la saga de intriga y suspense, amor y guerra, poder y visión, convertida en un bestseller del New York Times. Es tu futuro. No te la pierdas.

“Campo de batalla: la Tierra es más que ciencia ficción pura, es oro puro”. — BARNES & NOBLE

“Incansable y dinámica. Cada capítulo tiene una aventura muy emocionante”. — KEVIN J. ANDERSON Autor en el Universo de Dune

“Un narrador excepcional con un dominio total de la trama y el ritmo”. — PUBLISHERS WEEKLY

BESTSELLER INTERNACIONAL PERMANENTE, Campo de batalla: la Tierra ha sido votada entre las tres mejores cien novelas en lengua inglesa del siglo XX por la encuesta Random House Modern Library Readers Poll, y ha sido aclamada por la crítica mundial, incluyendo los premios Golden Scroll y Saturn de Estados Unidos, el prestigioso premio Tetradramma d’Oro de Italia (por el mensaje de paz inherente a la historia), y el premio Gutenberg de Francia por la excepcional contribución de la novela al género.

Esta edición del siglo XXI incluye:

  • Notas manuscritas del autor nunca antes publicadas
  • Una entrevista exclusiva con el autor
  • Letra original de las canciones escrita por L. Ronald Hubbard para la novela
  • Portada del legendario Frank Frazetta

Vive la aventura épica que cambió para siempre la forma de la ciencia ficción.

IdiomaEspañol
EditorialGalaxy Press
Fecha de lanzamiento30 abr 2024
ISBN9781619868205
CAMPO DE BATALLA: LA TIERRA: UNA SAGA DEL AÑO 3000
Volumen 2
Autor

L. Ronald Hubbard

Con 19 bestsellers del New York Times y más de 350 millones de ejemplares de sus obras en circulación, L. Ronald Hubbard es uno de los autores más aclamados y ampliamente leídos de nuestra época. Como uno de los líderes de la ficción pulp estadounidense de los años 30 y 40, también se encuentra entre los autores más influyentes de la era moderna. De hecho, desde Ray Bradbury hasta Stephen King, es difícil encontrar un maestro de la narrativa imaginativa que no haya rendido homenaje a L. Ronald Hubbard. En la celebración de sus cincuenta años como autor, volvió de nuevo a la primera línea de la literatura popular con sus monumentales epopeyas Campo de batalla: la Tierra y la serie de diez volúmenes Misión Tierra. Juntos, estos títulos dominaron las listas internacionales de bestsellers durante más de 200 semanas, y siguen figurando entre las obras clásicas de todos los tiempos de la ciencia ficción moderna.

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    Vista previa del libro

    CAMPO DE BATALLA - L. Ronald Hubbard

    DEDICATORIA

    Esta nueva novela está dedicada a Robert A. Heinlein, A. E. van Vogt, John W. Campbell, Jr. y toda la alegre camarilla* de escritores de ciencia ficción y fantasía de los años treinta y cuarenta —la edad de oro— que dieron a la ciencia ficción y a la fantasía el prestigio y la popularidad que esos géneros literarios gozan hoy en día.

    *Las estrellas de ese tiempo incluyen, en parte:

    Forrest J. Ackerman, Poul Anderson, Isaac Asimov, Harry Bates, Alfred Bester, Eando Binder, James Blish, Robert Bloch, Nelson Bond, Anthony Boucher, Leigh Brackett, Ray Bradbury, Fredric Brown, Arthur J. Burks, Edgar Rice Burroughs, Karel Čapek, E. J. Carnell, Cleve Cartmill, Arthur C. Clarke, Hal Clement, Groff Conklin, Ray Cummings, L. Sprague de Camp, Lester del Rey, August Derleth, Ralph Milne Farley, Hugo Gernsback, Mary Gnaedinger, H. L. Gold, Edmond Hamilton, Robert E. Howard, E. Mayne Hull, Aldous Huxley, Malcolm Jameson, David H. Keller, Otis Adelbert Kline, C. M. Kornbluth, Henry Kuttner, Fritz Leiber, Murray Leinster, Willy Ley, Frank Belknap Long, H. P. Lovecraft, R. W. Lowndes, J. Francis McComas, Laurence Manning, Leo Margulies, Judith Merril, Sam Merwin, Jr., P. Schuyler Miller, C. L. Northwest Smith Moore, Alden H. Norton, George Orwell, Raymond A. Palmer, Frederik Pohl, Fletcher Pratt, E. Hoffman Price, Ed Earl Repp, Ross Rocklynne, Eric Frank Russell, Nathan Schachner, Idris Seabright (Margaret St. Clair), Clifford D. Simak, C. A. Smith, E. E. Doc Smith, Olaf Stapledon, Theodore Sturgeon, John Taine, William F. Temple, F. Orlin Tremaine, Wilson Tucker, Jack Vance, Donald Wandrei, Stanley G. Weinbaum, Manly Wade Wellman, H. G. Wells, Jack Williamson, Russell Winterbotham, Donald A. Wollheim, Farnsworth Wright, S. Fowler Wright, Philip Wylie, John Wyndham, Arthur Leo Zagat y todos sus ilustradores.

    Vale la pena releerlos a todos.

    RECONOCIMIENTO

    En 1982, L. Ronald Hubbard le encargó al artista Frank Frazetta (1928–2010) que capturara en el lienzo el espíritu de Campo de batalla: la Tierra. Su pintura, que muestra la lucha épica entre las razas humana y alienígena, ahora adorna la portada de esta nueva edición, una dramática celebración de la nueva publicación de este libro. Frazetta era famoso por las imágenes icónicas e innovadoras que creó como ilustrador y pintor. Su arte, buscado por editoriales, la industria del entretenimiento y coleccionistas de arte, aparece en libros, carteles, portadas de discos y museos. El señor Hubbard llamó a Frazetta el rey de los ilustradores, un tributo a la maestría, la popularidad y la influencia perdurable del artista sobre el mundo de la ilustración.

    Contenido

    Campo de batalla: la Tierra

    Una saga del año 3000

    Parte 19

    Parte 20

    Parte 21

    Parte 22

    Parte 23

    Parte 24

    Parte 25

    Parte 26

    Parte 27

    Parte 28

    Parte 29

    Parte 30

    Parte 31

    Parte 32

    Epílogo

    Apéndice

    L  Ronald Hubbard habla sobre

    Campo de batalla: la Tierra

    Letra de las canciones

    Notas del Autor

    Acerca del Autor

    Página de medio título de Campo de batalla: la Tierra, volumen 2

    Parte 19

    PARTE 19

    Capítulo 1

    Brown Limper Staffor presidió la reunión del consejo de pésimo humor.

    Allí estaban, sentados frente a la plataforma elevada de la sala del capitolio, discutiendo, discutiendo, discutiendo. Discutiendo con él, el consejero principal del planeta. Se oponían a sus medidas.

    ¡Ese tipo negro de África! ¡Esa criatura amarilla de Asia! ¡Ese idiota moreno de Sudamérica! ¡Ese bruto aburrido y testarudo de Europa! ¡Uf, uf, uf y UF!

    ¿No comprendían que estaba haciendo lo mejor que podía hacerse por el Hombre? ¿Y acaso él, Brown Limper Staffor, no representaba ahora a CINCO tribus, desde la llegada de los brigantes, y no era alcalde superior de América?

    Estaban discutiendo los términos del costo y del contrato de los brigantes. ¡Precisamente eso! El planeta necesitaba una fuerza de defensa. Y estas cláusulas que había logrado establecer con tanto esmero, dedicando hora tras hora de su valioso tiempo a trabajar con ese general Snith; eran todas necesarias.

    El alcalde superior de África estaba en desacuerdo con la paga. ¡Decía que cien créditos por brigante y por día era excesivo, que hasta los miembros del consejo cobraban cinco créditos diarios, y que si los créditos se distribuían de esta manera, terminarían perdiendo su valor! ¡Discusiones, discusiones, discusiones, fijándose en puntos insignificantes!

    Brown Limper había hecho grandes progresos. Había conseguido que el consejo quedara reducido a cinco miembros, ¡pero aparentemente sobraban cuatro!

    Se devanaba los sesos pensando cómo resolver este dilema.

    Era cierto que ese día, conducido por Lars al suburbio de los brigantes, había quedado algo atónito al ver lo que estaban haciendo las mujeres brigantes. Estaban en las calles, desnudas a toda hora. Pero durante su conferencia, el general Snith había dicho que solo estaban jugueteando.

    En el camino de regreso, Lars había estado hablando de aquel maravilloso líder militar de otros tiempos, llamado… ¿Bitter?… no… ¿Hitler? Sí, Hitler. De cómo había sido un paladín de la pureza racial y la rectitud moral. Lo de la pureza racial no parecía demasiado interesante, pero la rectitud moral había captado la atención de Brown Limper. Su padre siempre había sido un defensor de la rectitud moral.

    Sentado allí, mientras escuchaba estos interminables argumentos y objeciones, recordó una conversación puramente social que había mantenido con aquella amistosa criatura, Terl. Habían hablado de la ventaja. Si se tenía alguna clase de ventaja sobre otros, se podía hacer prácticamente lo que uno deseara. Una filosofía razonable. Brown Limper lo había captado. Esperaba de verdad que Terl lo considerara un buen alumno, porque a él lo hacía muy feliz contar con su amistad y ayuda.

    Indudablemente, ¡no tenía ninguna ventaja sobre este consejo! Trató de imaginar alguna manera en que pudiera maniobrar para hacer que lo nombraran a él y a un secretario como la única autoridad del planeta. No se le ocurría nada y meditó sobre otras cosas que había dicho Terl: un consejo bueno, práctico. Algo así como que era correcto aprobar una ley y después arrestar a los transgresores o aprovechar sus transgresiones como ventaja. Algo así.

    De pronto se le ocurrió.

    Pidió silencio golpeando su martillo.

    —Pospondremos la moción de aceptar el contrato brigante por ahora —dijo Brown Limper con su mejor voz autoritaria.

    Se calmaron y el consejero de Asia se dobló la túnica con un gesto de… ¿qué era eso?… ¿desafío? Bueno, ¡se ocuparía de él!

    —Tengo otra medida —propuso Brown Limper—. Se relaciona con la moralidad. —E hizo un discurso cuya esencia era que la moralidad era el núcleo de toda sociedad y que los funcionarios deben ser honestos y veraces, que su conducta debe ser intachable y que no se les debe descubrir en situaciones o circunstancias escandalosas.

    Estuvo bastante bien. Todos ellos eran hombres razonablemente honestos y comprendían que la conducta oficial también debía ser moral, aun cuando sus códigos morales difirieran.

    Aceptaron por unanimidad la resolución presentada de que la conducta oficial escandalosa tendría como consecuencia para el ofensor la pérdida de su puesto. Opinaron que era lo correcto.

    Por fin habían conseguido aprobar una resolución. Levantaron la sesión.

    De regreso en su oficina, Brown Limper revisó junto con Lars algunos datos sobre cámaras miniatura. Lars tenía ciertos conocimientos sobre ellas. Sí, creía que Terl podría decirle en qué lugar del complejo se encontraban.

    A la mañana siguiente, mientras los funcionarios estaban ausentes de sus habitaciones en el hotel, Lars, en nombre de la decencia, puso algunas cámaras miniatura en lugares insospechados de las habitaciones y las conectó a pictograbadores automáticos. A la noche siguiente, Brown Limper tuvo una reunión muy confidencial con el general Snith. Como resultado de esta entrevista, el gerente del hotel empleó a una docena de las mujeres brigantes más guapas; el gerente tenía poco personal y estuvo de acuerdo en que esas mujeres tan guapas debían ocupar puestos en los que estuviesen en contacto directo con sus huéspedes, para hacer más agradable su estancia.

    A la tarde siguiente, Terl opinó que las medidas de Brown eran muy prudentes y dijo que estaba orgulloso de él por haber pensado en todo esto por sí mismo.

    Brown Limper estaba muy complacido y regresó a su oficina, donde se quedó trabajando hasta tarde para organizar los pasos de sus planes. Entre estos, los más importantes eran los de reunir cargos para acusar a Jonnie Goodboy Tyler cuando Brown Limper tuviera por fin vía libre. La lista de acusaciones estaba creciendo mucho y el castigo era imperativo.

    PARTE 19

    Capítulo 2

    No había luna. Se habían apagado las luces de la zona de la jaula y se había ordenado al centinela que se fuera a otra parte.

    Brown Limper estaba sentado en el suelo y Terl acurrucado junto a los barrotes. Entre ellos estaba sentado Lars Thorenson, utilizaba una lucecita tenue para recurrir ocasionalmente al diccionario.

    Hablaban en voz muy baja. No debía existir la menor posibilidad de que se escuchara nada de esto. ¡Esta era la gran noche!

    Las garras de Terl temblaban y pequeñas corrientes de energía lo atravesaban. Esta conferencia era tan importante, su resultado positivo era tan vital para sus planes, que tenía dificultades para respirar. Y, sin embargo, debía parecer indiferente, casual, colaborador (una nueva palabra que había aprendido). Debía reprimir los impulsos contradictorios, tales como atravesar los barrotes (que había deselectrificado sin que ellos lo supieran, mediante el control remoto que estaba escondido en las piedras); el placer de destrozarlos con sus garras era mucho menos importante que lo que estaba intentando hacer esa noche. Se obligó a concentrarse en el asunto que tenía entre manos.

    Brown Limper estaba diciendo que había logrado poner al descubierto un escándalo evidente en el consejo. Había llevado aparte a cada uno de los otros cuatro alcaldes superiores, les había mostrado ciertas grabaciones, y estos habían comprendido que su conducta era una transgresión absoluta de sus propias leyes. Cada uno de ellos se vio a sí mismo practicando perversiones que les habían enseñado recientemente las mujeres brigantes, tales como cuatro mujeres al mismo tiempo, y habían aceptado con vergüenza que ellos eran una desgracia potencial para el gobierno. (Lars había tenido dificultades para encontrar la palabra vergüenza en el diccionario psiclo, pero finalmente la encontró en la sección de arcaísmos como una antigua palabra hocknera, totalmente obsoleta).

    Una resolución nombraba a Brown Limper Staffor como ejecutivo en nombre del consejo, con ayuda de un secretario (que sabía firmar su nombre con grandes dificultades, pero que, aparte de eso, ni siquiera sabía leer). Toda la autoridad del consejo radicaba ahora en un tal Brown Limper Staffor, como alcalde superior del planeta de aquí en adelante y para siempre, como el más competente y digno de los consejeros. Los otros habían hecho sus maletas y se habían ido a su casa. Ahora la palabra de Brown Limper Staffor era ley para todo el planeta.

    Terl habría pensado que se detectaría alguna nota de júbilo en el humano. Así se hubiera sentido él. Susurró su aprobación y una alabanza a sus cualidades de estadista, pero Brown Limper no pareció animado.

    —¿Hay algo más en lo que pueda ayudarlo? —susurró Terl.

    Brown Limper emitió un largo suspiro, casi desesperado. Había elaborado una lista de acusaciones contra Tyler.

    —Bien —comentó Terl en voz muy baja—, ahora tiene el poder para arreglarlo. ¿Son cargos importantes?

    —¡Oh, sí! —exclamó Brown Limper, entusiasmado—. Interrumpió el traslado de una tribu ordenado por el consejo, raptó a los coordinadores, asesinó a algunos de los miembros de la tribu, robó sus pertenencias y violó sus derechos tribales.

    —Diría que esto es bastante serio —susurró Terl.

    —Hay más —dijo Brown Limper—. Tendió una emboscada a un convoy psiclo, lo destruyó sin darle cuartel y robó sus vehículos.

    —¿Tiene pruebas de todo esto? —preguntó Terl.

    —Los testigos de la tribu están aquí. Y todas las noches, allá en la Academia que hay en las colinas, se pasan las pictograbaciones de la emboscada. Lars ha hecho copias.

    —Diría que eso exige que se haga justicia —dijo Terl. La palabra justicia era otra de las que había tenido que estudiar mediante las traducciones.

    —Y todavía hay más —prosiguió Brown Limper—. Cuando devolvió los dos mil millones de créditos galácticos encontrados en el complejo, faltaban más de trescientos créditos. Eso es robo, un delito grave.

    Terl se quedó sin aliento, no era por los trescientos que faltaban. Le faltaba el aliento a causa de los dos mil millones de créditos galácticos. Esa cantidad hacía que los ataúdes que él suponía que estaban en el cementerio de Psiclo fueran simplemente monedas para comprar kerbango.

    Necesitaba unos minutos para resolver esto y le dijo a Lars que tenía que poner un nuevo cartucho de gas respirable en su máscara. Lars se lo dio sin advertir que el interruptor de electrificación estaba invertido. Terl tuvo que dar un golpe a su control remoto, lo que hizo justo a tiempo para evitar que se electrocutara.

    Mientras ponía en su lugar los nuevos cartuchos, Terl pensaba rápidamente. ¿El viejo Numph? Debió haber sido él. ¡Bueno, el inepto idiota no era tan inepto después de todo! Cometió otras estafas… tal vez durante treinta años… ¡Tiene que ser eso! ¡Dos mil millones de créditos galácticos!. De repente, Terl modificó sus planes. Sabía exactamente lo que podía hacer. Esos dos mil millones irían en tres o cuatro ataúdes sellados marcados con muerte por radiación, para que nunca fueran abiertos y fueran enviados directamente a su cementerio. Tenía unos planes ligeramente menos funcionales. Los abandonó y ante él se abrió un panorama completamente nuevo, uno que no solo no podía fracasar, sino que también sería enormemente lucrativo, personalmente. En un instante había vuelto a arreglar las cosas. Un plan mucho más seguro del que había tenido hasta entonces. Mucho más factible. No incluía nada desesperado.

    La oscura e íntima conferencia prosiguió.

    —¿Entonces cuál es realmente su problema? —susurró Terl. Sabía exactamente cuál era. ¡Este idiota no podía ponerle las zarpas encima al animal Tyler!

    Brown Limper volvió a hundirse.

    —Una cosa es tener acusaciones y otra muy distinta ponerle las manos encima a Tyler.

    —Mmm —dijo Terl, esperando que su voz tuviera un tono muy reflexivo y considerado (una nueva palabra que había descubierto)—, déjeme ver. Ah. Mmm. En este caso, el principio operativo es atraerlo a la zona. —Esto era simplemente tecnología básica de un jefe de seguridad—. No puede salir a buscarlo porque es escurridizo o cuenta con demasiada protección, de modo que lo correcto es atraerlo aquí, lejos de toda protección, y después atacar.

    Brown Limper se irguió, súbitamente esperanzado. ¡Qué idea tan brillante!

    —La última vez que estuvo activo aquí —susurró Terl, tratando de reprimir en lo posible su excitación— fue cuando hicimos un lanzamiento de transbordo. Si se hiciera otro lanzamiento de transbordo y él se enterara, estaría aquí en un instante. Entonces usted podría atacar.

    Brown Limper lo comprendía con total claridad.

    —Pero usted tiene otro problema —continuó Terl—. Él está utilizando propiedades de la compañía. Aviones y equipo de la compañía. Ahora bien, si usted personalmente poseyera esas cosas, realmente podría acusarle de robo mayor.

    Brown Limper se perdió. Lars lo repitió y lo aclaró. Brown Limper no conseguía captarlo.

    —Y —susurró Terl, que permanecía tranquilo— está utilizando el planeta. Ahora bien, no sé si sabe que la Compañía Minera Intergaláctica le pagó al gobierno imperial psiclo billones de créditos por este planeta. ¡Es propiedad de la compañía!

    Lars tuvo que buscar tanto en el diccionario psiclo como en un viejo diccionario en inglés para comprender cuánto era un billón, y después tuvo que escribirlo para Brown Limper. Finalmente, este consiguió comprender que era una suma monstruosa.

    —Pero —siguió Terl— ahora las minas del planeta están prácticamente agotadas —esto era una falsedad evidente, pero estos dos no podían saberlo. Las minas de un planeta no estaban agotadas hasta que no se hubiera atravesado prácticamente la corteza para llegar al núcleo líquido—. Sucede que ahora solo vale unos pocos miles de millones de créditos. —Valía todavía unos cuarenta billones. ¡Demonios, tendría que cubrir todo rastro de esto! Pero era brillante.

    »Yo soy el agente residente y el representante de la compañía —susurró Terl—, y estoy legalmente autorizado para disponer de su propiedad. —¡Qué mentira! ¡Oh, sí que tendría que cubrir su rastro!—. Por supuesto, usted ya se dio cuenta. El animal Tyler lo sabía, y por eso me mantuvo con vida.

    —¡Ah! —susurró Brown Limper—, ¡eso me había intrigado! Es tan sanguinario que yo no podía comprender cómo permitió que usted siguiera vivo si ese mismo día él asesinó a los Chamco.

    —Bueno, ahora ya sabe mi secreto —dijo Terl—. Él mismo estaba tratando de negociar conmigo para comprar la sucursal terrestre de la Minera Intergaláctica y el planeta. Por eso piensa que puede ir por ahí usando el equipo de la compañía y recorrer todo el globo. Por supuesto, yo no quise ni hablar de eso, conociendo su mal humor. —Esta última era otra palabra que Terl había buscado.

    Súbitamente, Brown Limper quedó anonadado por la trampa que Tyler le había preparado. Por un momento sintió como si la propia tierra en la que se sentaba estuviera desmoronándose.

    —¿Él sabe dónde están estos dos mil millones? —preguntó Terl.

    —Sí —contestó Brown Limper, tenso. ¡Buen Dios, qué ciego había sido! Tyler iba a comprar la compañía y el planeta, y entonces, ¿qué pasaría con Brown Limper?

    Terl lo tenía todo calculado.

    —Pero yo no vendería. No al animal Tyler. Estaba pensando en usted.

    Brown Limper suspiró aliviado. Después miró a su alrededor por encima del hombro y se inclinó hacia delante, impaciente a causa de los retrasos de la traducción.

    —¿Me vendería a mí la compañía y el planeta? ¿Es decir, a nosotros?

    Terl lo pensó. Después dijo:

    —Tiene un valor de más de dos mil millones, pero si yo lo tuviera en efectivo, y hubiera algunas otras consideraciones, lo haría.

    Brown Limper había estudiado muchos datos sobre economía recientemente. Sabía cómo ser astuto.

    —¿Con una escritura de compraventa en regla?

    —¡Claro que sí! —dijo Terl—. El contrato de compraventa sería legal en cuanto estuviese firmado, pero tendría que registrarse en Psiclo, como una formalidad. —¡Oh, diablos, si alguna vez trataba de registrar una cosa semejante, si tan siquiera llegaban a enterarse, lo desintegrarían de la manera más lenta!

    Fingió que había gastado su último cartucho, y de este modo compró tiempo con otro cambio. Existía una condición en la que se eliminaba un planeta. La compañía jamás vendía un planeta. Cuando se abandonaba uno, utilizaban cierta arma. Terl ya había decidido destruirlo. Ya lo tenía todo previsto. Se controló. Cualquier contrato de compraventa que firmara quedaría convertido en humo si destruía el planeta. Bien. Tal vez la compañía tardaría dos años en contraatacar. Tenía mucho tiempo. Sí, podía firmar un contrato falso de compraventa con total seguridad.

    La charla secreta prosiguió.

    —Para tener esta concesión, usted tendría que hacer lo siguiente: (1), hacer que preparen mi antigua oficina; (2), dejarme trabajar allí libremente para calcular y construir la consola de un nuevo aparato de transbordo; (3), proporcionarme todo lo necesario; y (4), darme adecuada protección y fuerza durante el lanzamiento en sí.

    Brown Limper tenía sus dudas.

    —Pero tendré que llevar los dos mil millones a las oficinas de la compañía en Psiclo —dijo Terl—. No soy un ladrón.

    Brown Limper lo comprendía.

    —Y tendré que registrar la escritura de compraventa tanto del planeta como de la sucursal de la empresa aquí para que sea totalmente legal —dijo Terl—. No me gustaría que usted tuviera un contrato no registrado. Yo también deseo ser justo con usted. —Justo era otra palabra que había buscado.

    —Sí —dijo Brown Limper. Era evidente que procuraba ser justo y legal. Seguía teniendo sus dudas.

    —Y si tiene un contrato de compraventa de la compañía, será el dueño de todo el equipo y las minas, además del planeta, y no se permitirá a Tyler volar por ahí.

    Brown Limper se irguió un poco más. Empezaba a ponerse algo ansioso.

    —Además —continuó Terl—, usted puede hacer saber por diversos canales que va a hacer un lanzamiento de cargamento a Psiclo. En el momento en que él escuche eso, vendrá por aquí, ¡y lo tendrá en su poder!

    ¡Esto lo convenció!

    Brown Limper estuvo a punto de meter la mano por entre los barrotes para estrechar la zarpa de Terl, hasta que Lars le recordó que estaban electrificados. Se puso en pie, dominando el impulso de ponerse a saltar.

    —¡Redactaré la escritura! —exclamó. Su voz era demasiado alta—. Redactaré la escritura —susurró—. Acepto todas sus condiciones. ¡Haremos exactamente lo que usted diga! —Se precipitó en dirección equivocada hacia el carro de superficie. Lars tuvo que detenerlo y dirigirlo. Brown Limper tenía una expresión salvaje en los ojos.

    »Ahora se hará justicia —estuvo repitiendo durante todo el viaje de regreso a Denver.

    En su jaula, Terl no podía creer en su buena suerte. Sentía una terrible necesidad de reír y retorcerse.

    ¡Lo había conseguido! ¡Y sería, ya lo era, uno de los psiclos más ricos que existían!

    ¡Poder! ¡Éxito! ¡Lo había conseguido! Pero tendría que asegurarse de que este planeta maldito se hiciera humo. En cuanto él se marchara.

    PARTE 19

    Capítulo 3

    Jonnie estaba arrojando rocas por el acantilado, hacia el lago. Este vasto lago, un mar interior realmente, se extendía hasta el horizonte nuboso. Ahora se estaba formando una tormenta, cosa bastante habitual en esta inmensa extensión de agua.

    El acantilado en que se encontraba se elevaba casi en vertical, a sesenta metros por encima del lago. La erosión o algún cataclismo volcánico proveniente de los picos cubiertos de nubes del noreste habían cubierto su parte superior con rocas del tamaño del puño de un hombre. Estaban como hechas a propósito para ser arrojadas.

    Había adquirido el hábito de trotar hasta aquí diariamente desde la mina, a pocos kilómetros de distancia. Aquí, en la línea del ecuador, el clima era caluroso y húmedo, pero correr le sentaba bien. No tenía miedo de los distintos animales que pudiera haber, por feroces que fueran, porque jamás iba desarmado y las bestias rara vez atacaban, a menos que se les molestara. Había una especie de sendero, y era probable que los psiclos acostumbraran venir aquí desde la mina, tal vez para nadar, porque el sendero atravesaba el acantilado y bajaba a la playa que había del otro lado. No, no para nadar. A los psiclos no les gustaba nadar. ¿Tal vez para navegar en barco?

    Una vez había leído que esta zona del lago había sido una de las más pobladas del continente. Aquí habían vivido varios millones de personas. Aparentemente, los psiclos se habrían encargado de ellos hacía mucho, mucho tiempo, porque no había siquiera huella de campos o cabañas, y menos de gente.

    Se preguntaba por qué los psiclos cazaban sobre todo personas. El doctor MacKendrick había dicho que probablemente fuera un problema de resonancia nerviosa simpática: tal vez los animales no sufrieran lo bastante como para contribuir al gozo de los monstruos, o quizá fuera simplemente que el sistema nervioso del hombre, en un cuerpo con dos brazos, dos piernas y erguido, fuera paralelo al de ellos. Incluso su gas nervioso se especializaba en seres inteligentes y era mucho menos eficaz en criaturas de cuatro patas y reptiles. Había un texto psiclo sobre su uso que decía más o menos eso. Algo relacionado con el hecho de que está en sintonía con sistemas nerviosos centrales mucho más desarrollados. Pero fueran cuales fueran las razones, estos psiclos de la mina no habían hecho demasiado daño a los animales de la zona. Y los animales, al olerlos, no huían. Comprendió súbitamente que su olor no se parecía ni siquiera vagamente al de un psiclo.

    La tormenta estaba creciendo. Lanzó una mirada hacia la lejana mina para ver si era necesario apresurarse a volver para escapar de la tormenta.

    Un diminuto vehículo de tres ruedas, apenas visible a la distancia, acababa de salir de la mina. ¿Venía alguien? ¿Para verlo? ¿O era sencillamente alguien que iba a dar un paseo?

    Jonnie volvió a arrojar piedras. El estado actual de las cosas era algo desalentador. Uno de los psiclos había muerto; los otros tres resistían. Habían descubierto que alrededor de un tercio de los cuerpos tenían dos objetos en la cabeza, y el doctor MacKendrick practicaba con los cadáveres para descubrir cómo hacer para sacar los objetos sin matar a un psiclo, en caso de que uno de los tres sobreviviera. Todavía tenían dos con dos objetos en la cabeza. ¡Incluso podía ser un alivio para ellos verse libres de esas cosas tan espantosas!

    Pero a Jonnie no le gustaba mucho este asunto con los cadáveres y se puso a pensar en algo más alegre.

    Durante la batalla había hecho un descubrimiento interesante. Había estado utilizando las dos manos para conducir esa plataforma. No lo había recordado hasta después de transcurrida una semana. MacKendrick había dicho que otra parte de su cerebro controlaba las funciones perdidas. Había asumido que, en una situación de tensión, esas funciones y nervios perdidos se curaban a causa de la batalla. Pero Jonnie no lo creía.

    La teoría de Jonnie era que él manejaba los nervios. ¡Y estaba funcionando! Había empezado deseando simplemente que su brazo y su pierna hicieran lo que él deseaba. Día tras día había ido mejorando. Y ahora podía trotar. Sin bastón. Y además, podía arrojar cosas.

    Para ser un cazador entrenado, la imposibilidad de arrojar un garrote le hacía sentir indefenso. Y aquí estaba, arrojando piedras.

    Arrojó una. Esta describió una curva en el aire, descendió y produjo en el lago un pequeño géiser blanco; un momento después, escuchó el pequeño chasquido.

    ¡Bastante bien! Si él mismo lo decía.

    La tormenta ascendía un poco más en las alturas. Tenía un color negro grisáceo, con mal aspecto. Jonnie miró hacia la mina y descubrió que el vehículo de tres ruedas estaba a punto de llegar. Se detuvo.

    Por un momento Jonnie no reconoció al conductor y se acercó más a él, inquisitivo. Entonces vio que era el tercer duplicado de sí mismo, un hombre a quien llamaban Stormalong. Su nombre verdadero era Stam Stavenger, miembro de un grupo de noruegos que habían emigrado a Escocia hacía mucho tiempo, y que habían preservado sus nombres y linaje, aunque no sus costumbres. Parecían escoceses y actuaban como tales.

    Tenía la misma altura y complexión de Jonnie y sus ojos también se parecían, pero su cabello era ligeramente más oscuro y su piel más bronceada. Desde los días del filón no se había molestado en cultivar su semejanza y se había cortado la barba, dejándola cuadrada por abajo.

    Stormalong se había quedado en la Academia. Como era un hábil piloto, gozaba enseñando a volar a los cadetes nuevos. Había encontrado una antigua chaqueta de piloto, una bufanda blanca y unos anteojos enormes, vestigios de otras épocas, y le gustaba usarlos. Le daban un aspecto atrevido.

    Se dieron mutuamente palmadas en las espaldas y se sonrieron.

    —Me dijeron que te hallaría aquí tirando piedras —dijo Stormalong—. ¿Cómo va el brazo?

    —Deberías haber visto la última que lancé —contestó Jonnie—. Tal vez no hubiera podido derribar a un elefante, pero estoy cerca. —Lo guio hasta una enorme roca plana desde la que se veía el lago y se sentaron. La tormenta avanzaba, pero el camino de vuelta sería fácil.

    Stormalong rara vez hablaba demasiado, pero en ese momento traía muchas novedades. Descubrir dónde estaba Jonnie había requerido investigaciones exhaustivas. En América nadie lo sabía, de modo que había ido a buscarlo a Escocia o al menos a hallar alguna pista de su paradero.

    Chrissie le enviaba un mensaje diciendo que lo amaba. Ya le había dado el mismo mensaje a Bittie de parte de Pattie. El jefe del clan Fearghus le enviaba sus respetos; atención, no un saludo, sino sus respetos. Su tía Ellen le enviaba su cariño, ahora se había casado con el pastor y estaba en Escocia.

    Había conseguido encontrar a Jonnie gracias a los dos coordinadores que habían regresado a Escocia, los que habían enviado a buscar a alguna tribu… ¿los brigadas?… los brigantes. ¡Oh, esa gente estaba ahora en Denver! Gente horrible. Había visto a algunos. En fin, habían llevado a casa el cadáver de Allison para enterrarlo y Escocia estaba furiosa a causa de su asesinato.

    Pero eso no era lo que deseaba decirle a Jonnie. Durante su vuelo había sucedido una cosa delirante.

    —¿Recuerdas que dijiste que podían volver a invadirnos? —dijo Stormalong—. Bueno, parece posible.

    Viajaba hacia Escocia por encima del círculo polar ártico, volaba en un avión de guerra ordinario, hacía buen tiempo, y justo cuando llegaba al extremo norte de Escocia, había visto en su pantalla, y también con sus propios ojos, la nave más grande y gigantesca que esperaba ver jamás. Durante un instante, pensó que iba a chocar con ella. ¡Allí estaba, en sus pantallas y al otro lado del parabrisas! Y entonces, ¡bang! Golpeó contra ella, pero no había nada.

    —¿Nada? —preguntó Jonnie.

    Bueno, así fue exactamente. Había chocado con un objeto sólido que no estaba allí. Y atención, en pleno cielo. Tan grande como el firmamento, y no estaba allí. Pero en su mochila tenía las imágenes que había captado. ¡Ah!, aquí estaban.

    Jonnie las miró. Era una esfera rodeada por un anillo. No se parecía a ninguna nave de la que hubiera oído hablar. Y parecía inmensa. De hecho, en una esquina se veían las islas Orkney. Parecía extenderse desde la mitad de Escocia hasta las islas Orkney. La siguiente fotografía consecutiva la mostraba envolviendo al avión de guerra que recibía el impacto, y en la tercera había desaparecido.

    —La nave que no estaba allí —dijo Stormalong.

    —Luz —dijo Jonnie de pronto, recordando algunas teorías humanas—. Es posible que esta cosa se desplazara a mayor velocidad que la luz. Dejó su imagen detrás. Es una hipótesis, ya sabes, pero leí que pensaban que las cosas que iban a más velocidad que la luz podían parecer tan grandes como todo el universo. Está en algunos textos sobre física nuclear que tenemos. No entendí prácticamente nada.

    —Bueno, podría ser —aceptó Stormalong—. ¡Porque la anciana dijo que no era tan grande!

    ¿La anciana?

    Bueno, fue así: Cuando se había recuperado del susto, había hecho retroceder la grabación de la pantalla. No lo había notado al acercarse a Escocia; ya sabes cómo es eso, te quedas atontado en un vuelo largo, no estás alerta, y él no había dormido mucho últimamente, los cadetes siendo lo que eran, lentos para graduarse cuando los pilotos sobrecargados los necesitaban desesperadamente.

    El retroceso de las pantallas le mostró este pequeño rastro procedente de una granja al oeste de Kinlochbervie. ¿Sabes, en la costa noroeste de Escocia, ese lugarcito?. Bueno, disminuyó la velocidad y se acercó a ese punto, temeroso de que hubieran asaltado o tiroteado el lugar.

    Pero solo había un punto chamuscado en las rocas, en esos lugares una granja no produce nada más que rocas, y no vio ningún otro daño o fuerza hostil, de modo que aterrizó cerca de la casa.

    Salió una anciana, sofocada a causa de dos visitas consecutivas desde el cielo en un solo día, cuando por lo general no veía a nadie durante meses. La anciana lo había obligado a sentarse y tomar un poco de té de hierbas y le mostró esta nueva navaja resplandeciente.

    —¿Una navaja? —preguntó Jonnie. Este noruego-escocés, por lo general tan tranquilo, se tomaba su tiempo para ir al grano.

    Bueno, sí. Ellos habían visto algunas en las ciudades destruidas, ¿lo recuerdas? Se plegaban sobre sí mismas. Solo que esta era muy brillante. Sí, ya estoy llegando a lo importante.

    En fin, según lo que le había dicho la anciana, ella estaba cepillando a su perro, que solía tener garrapatas, y casi se muere de la impresión. Detrás de ella había un hombrecito gris. Y exactamente detrás de él, parqueada en el lugar donde solía estar atada la vaca, había una gran esfera gris con un anillo a su alrededor. Ella dijo que era como para haberla vuelto loca del susto. No había escuchado ningún sonido. Tal vez solo un poco de viento.

    De modo que había invitado al hombrecito gris a tomar una taza de té de hierbas, como me había invitado a mí, solo que yo sí tuve buenos modales y descendí rugiendo y anunciando mi llegada.

    Pero el hombrecito gris era muy agradable. Era un poco más pequeño que la mayor parte de los hombres. Su piel, su cabello y su traje eran grises. Lo único que tenía de extraño era que llevaba, colgada del cuello, una caja que quedaba suspendida contra su pecho. Había dicho algo a esta caja y entonces, de inmediato, la caja había hablado en inglés. La voz del hombrecito gris era tranquila y tenía distintos matices, pero la de la caja tenía solo uno, era monótona.

    —Un vocalizador —dijo Jonnie—. Un aparato portátil de traducción. Hay un texto psiclo que los describe, pero los psiclos no los usan.

    Bueno, muy bien. Pero en todo caso el hombrecito gris le preguntó si tenía periódicos. Y no, porque por supuesto ella nunca había visto un periódico; pocas personas los habían visto. Y después le preguntó si tenía libros de historia. Y ella se sintió muy desilusionada al tener que decirle que había oído hablar de un libro, pero no tenía ninguno.

    Bueno, aparentemente el hombrecito gris había pensado que ella no entendía, de modo que hizo un montón de gestos para indicarle que lo que deseaba era algo impreso.

    Entonces ella se mostró muy colaboradora. Según parece, alguien le había comprado lana, dándole a cambio un par de esos nuevos créditos. Y le explicó qué eran.

    —¿Qué créditos?

    —¡Ah!, ¿no los has visto? —Stormalong buscó en sus bolsillos y encontró uno—. Ahora nos pagan. Con esto. —Era un billete de un crédito del nuevo Banco Planetario y Jonnie lo miró con un interés puramente formal. Entonces su atención se fijó en el retrato. Un retrato suyo. Agitando un arma. No creía que el parecido fuera bueno y además eso lo turbaba un poco.

    Stormalong continuó con su relato. De modo que la anciana los había aceptado porque tenían el retrato de Jonnie. Y ella tenía uno de ellos en la pared. Y se lo vendió al hombrecito gris por una navaja, porque tenía otro para reemplazarlo.

    —Creo que fue un precio barato por la navaja, si era tan bonita como dices —dijo Jonnie.

    Bueno, eso era algo en lo que Stormalong no había pensado. Pero en fin, el hombrecito gris terminó su té de hierbas, guardó el billete de banco con todo cuidado entre dos piezas de metal y lo guardó en un bolsillo interior, y después le dio las gracias, volvió a la nave, le dijo algo a alguien que estaba adentro y subió a bordo. Volvió a llamar a la anciana para decirle que no se acercara y cerró la puerta. Y entonces hubo una lengua de fuego y se elevó, y de repente se hizo tan grande como el cielo y desapareció. Sí, como dijo Jonnie, tal vez sea un fenómeno de la luz. Pero no volaba como nuestras naves y tampoco se teleportaba. No parecía ser psiclo, ya que el hombre ese era pequeño y gris.

    Jonnie se quedó en silencio. ¿Otra raza extraterrestre? ¿Interesada en la Tierra ahora que los psiclos ya no estaban aquí?

    Contempló las aguas del lago, desconcertado. La tormenta iba ascendiendo cada vez más.

    Stormalong continuó. Fuera como fuera, esa no era la razón por la que él estaba aquí. Se puso a rebuscar en una bolsa que llevaba para los mapas.

    —Es una carta de Ker —dijo Stormalong—. Y dijo que tenía que traértela personalmente y no permitir que saliera de mis manos. Le debo favores y dijo que si no la recibías todo se derrumbaría. Aquí está.

    PARTE 19

    Capítulo 4

    Jonnie se fijó en el sobre. Era el papel que se usaba para empaquetar los protectores contra el calor. Lo único que llevaba escrito era: SÚPER SECRETO. Lo alzó a la luz, que escaseaba debido a la cercanía de la tormenta. No contenía ningún explosivo que pudiera detectar. Lo abrió. ¡Ah, sí: era la letra de Ker! Los ganchos y lazos llenos de errores podían no ser ortográficamente correctos, pero expresaban la idea que tenía Ker del alfabeto psiclo. Lo abrió del todo para leerlo. Decía:

    SÚPER SECRETO

    Para Ya Sabes Quién.

    Como sabes, las cartas personales están prohibidas por la compañía, de modo que si me atraparan escribiendo una y enviándola me costaría tres meses de paga. Ja. Ja. Pero antes de irte dijiste que debía escribirte si pasaba cierta cosa y dársela a un piloto como ya sabes quién para que te la llevara rápido. Así que nada de nombres porque los nombres ponen en riesgo la seguridad. Pero va a pasar, de modo que te escribo aun cuando la compañía me robe tres meses de paga. Observa que la letra también está disimulada. Ayer, ese tonto expiloto Lars, el que pensó que era el mejor piloto acrobático de combate porque hablaba con cierta persona que no mencionaré por seguridad (seguridad, ¿entiendes?), se rompió el estúpido cuello y lo nombraron asistente de ya sabes quién (nada de nombres), vino y les pidió a todos los psiclos que hay aquí que empezaran a preparar las bombas y ventiladores de gas respirable de la vieja oficina de ya sabes quién. Bueno, ellos no quieren cooperar como tú y yo ya sabíamos. Ellos creen, y yo estoy seguro, de que se trata de ya sabes quién, que asesinó al viejo ya sabes quién. Otro que fue asesinado después había descubierto esto y se lo había dicho a ellos justo antes del lanzamiento semestral, y como más tarde desapareció, le creen. No van a hacer nada por ya sabes quién ni tendrán nada que ver con las viejas oficinas de ya sabes quién porque los psiclos están seguros de que ya sabes quién los haría volar en pedazos. De todos modos, las bombas y circuladores de gas respirable de esa sección están destrozados como sabemos y antes de que alguien pueda trabajar allí sin máscara hay que arreglarlas porque están descompuestas. De modo que este loco idiota, el mejor piloto de combate del universo que nunca combatió y que se rompió el cuello y no podíamos entrenar, viene a verme y yo dije que sí, que yo podría arreglar las oficinas de ya sabes quién, pero necesitaría ciertos repuestos incluso de otras minas, porque la bomba de gas respirable está muy dañada. Y él dijo que era una orden del consejo y que él se ocuparía de lo que yo necesitara. Así que estoy dibujando un diseño de reparación muy imaginativo que requiere muchos repuestos y estoy retrasándome tanto como puedo. Dijeron que ya sabes quién dijo en el consejo que era secreto y urgente y van a llevarme para que se haga todo y a darme paga extra. Ja. Ja. Así que estoy perdiendo el tiempo y, como dijiste, será mejor que vuelvas pronto porque les dije que necesitaba ayudantes, pero no uses tu nombre como si tuviera algo que ver con ya sabes quién, porque es como gas venenoso. Bueno, ahora ya lo sabes y casi me he gastado la zarpa escribiendo esto y mis oídos se han desgastado escuchando lo urgente que es, pero me retrasaré y buscaré repuestos innecesarios tanto como pueda para el circulador de gas respirable, que estaba dañado y ahora está mucho más dañado. Ja. Ja. Esta carta personal podría costarme tres meses de paga. Ja. Ja. Así que me lo debes si me atrapan. Ja. Ja.

    Ya Sabes Quién

    Añadido: Desgarra esta carta para que no me cueste tres meses de paga… o mi peludo cuello. Sin ja, ja.

    Jonnie volvió a leer la carta y después, tal como se le pidió, la rompió.

    —¿Cuándo te dieron esto? —le preguntó a Stormalong.

    —Ayer por la mañana. Tuve que encontrarte.

    Jonnie miró al otro lado del lago. Ahora la tormenta se había hecho inmensa, llena de una negra turbulencia. Estaba casi encima de ellos.

    Jonnie empujó a Stormalong al interior del vehículo de tres ruedas y lo puso en marcha. Sin decir otra palabra, atravesó velozmente la sabana hacia la mina.

    Se escuchó el rugido del trueno y los primeros latigazos punzantes de la lluvia perforaron el aire.

    Jonnie sabía que tenía que ir a América ahora, ahora, ahora. ¡Enseguida!

    PARTE 19

    Capítulo 5

    ¡Es una trampa! —dijo Robert el Zorro.

    Jonnie había regresado. Rápidamente les contó lo que había dicho Ker. Había dado órdenes para que una hora después el avión de Stormalong estuviera provisto de combustible, revisado y limpio. El copiloto que había llegado con Stormalong estaba frente a él y cerca de Angus, Jonnie los estaba comparando.

    —¿Puedes confiar en Ker? —preguntó sir Robert.

    Jonnie no contestó. Juzgó con satisfacción que Angus podía confundirse con el copiloto si se oscurecía la barba, se ponía un poco de tinte castaño y se cambiaba de ropa.

    —¡Contéstame! ¡Me parece que no estás en tus cabales! —Sir Robert estaba tan alterado que se paseaba arriba y abajo por la habitación subterránea que había estado usando Jonnie. Incluso recurría a su dialecto coloquial escocés.

    —Debo irme ahora, y rápido —dijo Jonnie bruscamente.

    —¡No! —dijo Dunneldeen.

    —¡No! —repitió Robert el Zorro.

    Hubo un frenesí de traducciones entre el coordinador y el coronel Iván, y este gritó:

    —¡Nyet!

    Jonnie hizo que Angus cambiara su ropa con la del copiloto.

    —No estás obligado a ir, Angus —dijo—. Dijiste que sí demasiado rápido.

    —Iré —señaló Angus—. Diré mis oraciones y haré mi testamento, pero iré contigo, Jonnie.

    Stormalong estaba allí de pie y Jonnie lo jaló hacia un inmenso espejo psiclo y se puso a su lado. Últimamente, el sol tropical había bronceado a Jonnie; ahora la diferencia en los tonos de piel no era tan grande. La barba de Stormalong era un poco más oscura; un poco de tinte lo arreglaría. Estaba la nueva cicatriz facial de Jonnie, ya bien curada: sobre eso no podía hacerse nada, y esperaba que la gente pensara que Stormalong había tenido un accidente; sí, claro, podía ponerse un vendaje. ¡Ah!, estaba el corte cuadrado de la barba; eso era lo que marcaba la diferencia. Buscó las herramientas portátiles que siempre llevaba Angus, consiguió unas afiladas pinzas para alambre y empezó a cortarse la barba exactamente igual que la de Stormalong. Tras hacerlo, se intercambiaron la ropa. Ahora un poco de tinte en la barba… bien. Se miró al espejo. Ah, sí, el vendaje. Lo consiguió y se lo puso. ¿Ahora? Bien. Podía pasar por Stormalong. Los inmensos anteojos anticuados, la bufanda blanca y el uniforme de piloto de cuero: sí, eso lo completaba. A menos que lo miraran muy de cerca o se escuchara la ligera diferencia de acento… Hizo que Stormalong hablara y después habló él. No había rastros de escocés en el acento de Stormalong. ¿Universidad escocesa? ¿Una pronunciación algo más suave? Lo intentó. Sí, también podía hablar como Stormalong.

    Los otros estaban muy inquietos. El enorme ruso hacía sonar los nudillos de sus inmensas manos. Bittie MacLeod se asomó a la habitación. Se adelantó, sus ojos brillantes eran de súplica.

    —No —dijo Jonnie. Con orgullo o sin él, había muerte en esta misión—. ¡No puedes venir conmigo! —Entonces se suavizó—. Cuida bien al coronel Iván.

    Bittie tragó saliva y retrocedió.

    Angus había terminado y salió. Del hangar donde estaban preparando el avión llegaba el ruido del cambio de cartuchos y el ronroneo de un taladro.

    Jonnie le hizo una seña al coronel Iván. Este se acercó con su coordinador.

    —Cierra la base subterránea americana, coronel. Todas las puertas, de modo que no pueda entrar nadie, salvo nosotros. Ciérrala tan bien que nunca puedan entrar. Haz lo mismo con la zona de armas tácticas y nucleares que hay cincuenta kilómetros al norte. Séllala. Asegura todos los rifles de asalto que no estén siendo utilizados por los escoceses. ¿Lo entendiste?

    El coronel ya tenía allí un grupo. Sí, había entendido.

    Jonnie llamó a Dunneldeen y a sir Robert y estos lo siguieron mientras iba hacia el almacén. Con frases breves y tersas, Jonnie les dijo exactamente qué hacer para continuar si a él lo mataban. Estaban muy sobrios, preocupados por él. La audacia de su plan dejaba mucho margen para los errores. Pero lo entendieron y dijeron que continuarían.

    —Dunneldeen —concluyó Jonnie—, quiero que estés en la Academia en América dentro de veinticuatro horas, como si vinieras de Escocia, para reemplazar en sus deberes de entrenador de pilotos a Stormalong, quien para entonces, si tenemos suerte, estará cumpliendo otra misión.

    Esta vez, Dunneldeen se limitó a asentir.

    La anciana que había bajado desde la tribu de las Montañas de la Luna, con toda su familia, para encargarse de las provisiones, seguramente había escuchado rumores, porque tenía un paquete de comida para dos, unos recipientes hechos de calabazas secas con agua dulce y un gran emparedado de carne asada de búfalo africano y pan de mijo, y se quedó de pie frente a Jonnie hasta que este empezó a comerlo.

    Sir Robert cogió el paquete de comida y Dunneldeen los recipientes hechos con calabazas secas y pasaron junto a la antigua oficina de operaciones psiclo. Todavía se oían martilleos y taladros que salían de la zona del avión, donde Angus se estaba asegurando de que todo funcionaba bien. Jonnie llevó consigo unos metros del papel de impresión radial y echó una mirada al tráfico actual, buscando algo inusual en la charla de los pilotos.

    ¡Vaya, vaya! Una… dos… sí: dos menciones del aparato que se hacía tan grande como el cielo. Historias parecidas a la que le había relatado Stormalong. En ambas se mencionaba al hombrecito gris. En India, en Sudamérica.

    —El hombrecito gris viaja mucho —murmuró Jonnie. Dunneldeen y sir Robert se acercaron para ver de qué estaba hablando—. Stormalong les explicará —dijo Jonnie. Evidentemente, la Tierra despertaba el interés de otras civilizaciones del espacio. Pero el hombrecito gris no parecía hostil. Por lo menos aún no—. Mantengan en alerta esta y cualquier otra instalación que tengan que defender las veinticuatro horas —dijo Jonnie.

    El ronroneo y el martilleo habían terminado y se acercaron al avión. Lo estaban trasladando al lado de la puerta abierta del hangar.

    Stormalong estaba allí de pie con su copiloto.

    —Ustedes se quedan aquí —dijo Jonnie—. Los dos. Tú —y señaló con el dedo el pecho de Stormalong— serás yo. Sigue la misma ruta todos los días, usando mi ropa, y lanza piedras. Y tú —y señaló al copiloto, un escocés a quien llamaban Darf— serás Angus.

    —¡No sé hacer las cosas que hace Angus! —gimió el copiloto.

    —Pues tienes que hacerlas —dijo Jonnie.

    Un ruso entró corriendo y les dijo que estaba todo despejado y no se veían drones. Ni en las pantallas ni a simple vista. Su inglés recién aprendido tenía un acento coloquial escocés.

    Jonnie y Angus subieron al avión; sir Robert y Dunneldeen arrojaron dentro la comida y el agua. Después se quedaron allí, mirando a Jonnie. Estaban tratando de encontrar algo qué decir, pero hablar les resultaba imposible.

    Bittie se mantuvo alejado y se despidió tímidamente con la mano.

    Jonnie cerró la puerta del avión. Angus levantó el pulgar en gesto de aprobación. Jonnie hizo señas a la gente del remolque para que lo sacaran y apretó los pesados botones de arranque con sus puños. Miró hacia atrás. La gente que quedaba en la puerta del hangar no agitaba las manos. Los dedos de Jonnie se hundieron en los botones de la consola.

    Stormalong miraba desde la puerta, boquiabierto. Sabía que Jonnie no tenía rival como piloto, pero nunca había visto un avión de guerra alzarse tan rápida y exactamente y pasar a velocidad supersónica de ese modo. El ruido de la ruptura de la barrera del sonido les alcanzó a golpear al producir un eco contra los picos africanos. ¿O era el estallido de la tormenta que envolvía a la veloz nave?

    Un trueno y la luz de un relámpago.

    El grupo que había junto a la puerta del hangar seguía allí, mirando el lugar donde la nave había desaparecido en el cielo rebosante de nubes. Su Jonnie se dirigía a América, rápido, muy muy rápido. Eso no les gustaba. No les gustaba para nada.

    PARTE 19

    Capítulo 6

    Estaba oscuro cuando aterrizaron en la vieja Academia. Habían volado cerca del Polo Norte, dejando el sol al otro lado, y llegaron antes del amanecer.

    Había pocas luces. Nadie había iluminado el campo, porque no era el campo operacional de la zona, y tuvieron que aterrizar confiando en los instrumentos y las pantallas.

    El cadete que estaba de servicio dormía profundamente y lo despertaron para que los registrara: Stormalong Stam Stavenger, piloto, y Darf McNulty, copiloto, regresando de Europa, avión de guerra para estudiantes 86290567918. Ningún problema, ningún comentario. El cadete de guardia lo anotó. No se molestó en pedir que firmaran.

    Jonnie no sabía dónde se alojaban Stormalong y Darf. No se había acordado de preguntar. Probablemente, Stormalong en los dormitorios de los docentes superiores. ¿Y Darf…? Pensó rápido. Darf llevaba todavía la pesada bolsa de comida y una caja de herramientas. Después de todo, aquí Stormalong era un líder.

    De pronto, Jonnie cogió la bolsa de comida y la caja de herramientas y se las dio al cadete.

    —Por favor, lleva esto a mi habitación. —El cadete lo miró con extrañeza. En este lugar, hasta Stormalong se ocupaba de ir a buscar y llevar sus propias cosas—. Hemos estado volando durante días sin dormir —explicó Jonnie, fingiendo que se tambaleaba.

    El cadete se encogió de hombros y levantó los paquetes. Jonnie esperó que lo guiara y lo hizo.

    Llegaron a un dormitorio separado y entraron. Era el de Stormalong. En una pared tenía un tapiz noruego con un paisaje. Stormalong vivía cómodo.

    El cadete dejó caer la bolsa de comida y las herramientas sobre la mesa y se dispuso a marcharse. Pero, aunque era Angus quien originalmente había reconstruido esta base y la conocía bien, no podía saber dónde se alojaba Darf. Rápidamente, Jonnie cogió la mitad de la comida y la caja y volvió a ponerlas en los brazos del cadete.

    —Ayuda a Darf a llegar a su habitación.

    El cadete pareció estar a punto de protestar.

    —Se lastimó el brazo jugando a los bolos —dijo Jonnie.

    —Parece que tú también te lastimaste la cara, señor —dijo el cadete. Estaba bastante malhumorado por perder tiempo de sueño, pero salió.

    Hermoso comienzo, pensó Jonnie. Seguro que sir Robert ya estaría hablando de la importancia de planear bien las incursiones. "Una incursión se planea", estaría diciendo. Ciertamente, para una misión tan peligrosa como podría ser esta, no habían dedicado tiempo a planearla.

    El cadete y Angus no habían regresado, de modo que tenía que suponer que todo había salido bien. Se quitó la ropa y se acostó en el camastro de Stormalong. Se obligó a dormir. Lo necesitaría.

    Parecía que habían transcurrido solo segundos cuando despertó alarmado, porque alguien lo sacudía del hombro. Se sentó bruscamente, metiendo la mano bajo la manta para tomar el bláster. Pudo ver una máscara facial. Una máscara respiratoria. La mano era una garra.

    —¿Entregó mi carta? —susurró Ker.

    Era completamente de día. El sol de las altas horas de la mañana entraba por el cristal descolorido de la ventana.

    Ker dio un paso atrás, mirándolo de manera extraña. Después, el enano psiclo fue cautelosamente hasta la puerta para asegurarse de que estaba cerrada, miró a su alrededor buscando micrófonos u otros dispositivos de vigilancia y regresó a la cama, donde Jonnie ya se había sentado.

    ¡Ker lanzó una carcajada!

    —¿Es tan evidente? —preguntó Jonnie, un poco malhumorado y apartándose el cabello de la frente.

    —Para un idiota poco observador, no —dijo Ker—, pero para alguien que ha sudado en tantos asientos de conductor y en tantos pozos como yo contigo, sí, ¡te conozco, Jonnie!

    Puso su zarpa en la palma de Jonnie.

    —¡Bienvenido al profundo pozo, Jonnie!… Quiero decir, Jonnie transmutado en Stormalong. ¡Que el mineral vuele y los carros rueden!

    Jonnie tuvo que sonreírle. Ker era muy payaso. Y en cierta forma le tenía afecto.

    Ker se acercó mucho y susurró:

    —Sabes que por aquí te podrían hacer picadillo. La noticia se difunde y pasa por las grietas de los dormitorios… los dormitorios de la gente importante. Y a mí también, si nos atrapan. Cautela es la consigna. ¿Tienes antecedentes criminales? ¿No? Bueno, los tendrás cuando hayan terminado contigo. ¡Menos mal que estás en manos de un verdadero criminal como yo! ¿Quién vino contigo? ¿Quién es Darf ahora?

    —Angus MacTavish —contestó Jonnie.

    —¡Ajá!, esa es la mejor noticia que me podías dar, aparte de tu presencia. Angus tiene un don para los asuntos prácticos. Yo me mantengo al tanto de las cosas. ¿Qué hacemos primero?

    —Primero —respondió Jonnie— me visto y como algo. No pienso mostrar mi cara en ese comedor. Es Stormalong quien ha entrenado a la mayor parte de estos cadetes.

    —Exacto, mientras yo entrenaba a los operarios de las máquinas. ¿Sabes, Jonnie?, he estado haciendo un buen trabajo con eso. —Jonnie estaba vistiéndose, pero Ker seguía charlando—. Esta Academia es lo más divertido que he conocido en mi vida, Jonnie. Estos cadetes… les cuento historias sobre cómo te enseñé y las cosas que tú hacías… la mayor parte mentiras, inventadas para obligarlos a trabajar mejor… y les gusta. Saben que son mentiras. Nadie podría reunir treinta y nueve toneladas de mineral por hora con una máquina de palas. Pero ya entiendes. Tú me conoces. Me gusta este trabajo. ¿Sabes?, es la primera vez que me alegro de ser un enano. No soy mucho más alto que ellos y ellos me creen… Jonnie, esto te matará si alguien no te mata antes… ¡Creen que soy medio humano! —Se había sentado en la cama, que se hundió bajo sus trescientos veinte kilos y estuvo a punto de romperse cuando se puso a rodar por ella, riendo—. ¿No es divertido, Jonnie? Medio humano, ¿comprendes? ¡Les digo que mi madre era una hembra psiclo que violó a un sueco!

    Pese a la gravedad de su misión, Jonnie tuvo que sonreír. Se estaba poniendo la ropa de Stormalong.

    Ker había dejado de reír. Estaba sentado allí, con aire pensativo.

    —¿Sabes, Jonnie? —y suspiró tan fuerte que la válvula de su máscara respiratoria susurró y se levantó—, creo que es la primera vez en mi vida que tengo amigos.

    Mientras daba unos bocados al desayuno y los acompañaba con un poco de agua, Jonnie dijo:

    —Lo primero que hay que hacer es ir a ver al comandante de la Academia y decirle que quieres que Stormalong y Darf sean asignados en seguida a tu proyecto especial. Estoy seguro de que los de arriba te han dado autoridad.

    —¡Ah, tengo autoridad! —dijo Ker—. La autoridad me sale por mis peludas orejas. Y los de arriba están encima de mí para que termine con ese circulador de gas respirable. Pero les dije que necesitaba ayuda y algunos repuestos de la mina de Cornualles.

    —Bien —dijo Jonnie—. Diles que en un par de días llegará Dunneldeen para reemplazar a Stormalong en los entrenamientos. Di que tú lo has arreglado para evitar que haya problemas en la escuela. Después te consigues un carro de superficie cerrado y lo traes frente a este edificio, recoges a Darf y vuelves aquí, llamas a mi puerta y nos vamos.

    —Bien, bien, bien —repuso Ker mientras salía.

    Jonnie revisó su bláster y lo puso dentro de su abrigo. En una o dos horas sabría si Ker estaba jugando limpio. ¿Y hasta entonces…?

    PARTE 19

    Capítulo 7

    Subieron al carro sin problemas, salvo un par de insinuaciones de los cadetes con los que se cruzaron, tales como: ¿Chocaste, Stormy?, refiriéndose al vendaje, y ¿Liquidaste a alguien, Stormalong? ¿O fue aquella chica de Inverness? ¿O su papá?.

    En el carro había un paquete grande que dejaba poco espacio para sentarse, incluso tratándose de un asiento psiclo. Ker llevó el carro por la planicie con la habilidad natural de alguien con años de experiencia y decenas de miles de horas sentado frente a una consola. Jonnie no recordaba lo bien que conducía Ker. Respecto a carros de superficie y maquinaria, era mejor que Terl.

    —Les dije —explicó— que habían sido ustedes dos los que habían ido a Cornualles a buscar la caja de motor que se necesitaba. Incluso me vieron sacándola del avión.

    Jonnie comentó que no había nada como tener de su lado a un criminal experimentado. Esto le gustó mucho a Ker y aumentó la velocidad a doscientos kilómetros por hora. ¿En esta planicie irregular? Angus cerró los ojos mientras los arbustos y rocas pasaban como borrones a su lado.

    —Y allí están dos máscaras de aire y unas botellas que traje —dijo Ker—. Diremos que el gas respirable tiene un escape; que no hay suficiente para mí, pero es demasiado para ustedes. Pónganselas.

    Sin embargo, esperaron hasta que estuvieron cerca del complejo. Las máscaras chinko de aire, adaptadas para los rostros humanos, siempre eran algo incómodas.

    A Jonnie no le importaba la velocidad. Se tomó un momento para admirar el hermoso día. En esta estación, las planicies estaban algo secas y había menos nieve en las cumbres, pero era su país. Estaba cansado de la lluvia y el calor húmedo. En cierto modo, era bueno estar en casa.

    Salió de su ensueño súbitamente cuando el carro chirrió y se detuvo en medio de una polvareda cerca de la meseta de la jaula. Ker no se preocupaba por ver adónde iba al conducir un vehículo. Sacó la cabeza por la ventana y gritó en dirección a la jaula:

    —Ha llegado. ¡Me parece que no es la caja de motor adecuada, pero veremos!

    ¡Terl! Allí estaba, con las zarpas sobre los barrotes. Habían cortado la electricidad.

    —¡Bueno, apresúrate! —rugió Terl—. Estoy cansado de asarme con este sol. ¿Cuántos días faltan, cerebro podrido?

    —Dos o tres, no más —gritó Ker. Hizo que el vehículo diera una vuelta peligrosa, se levantó unos dos metros en el aire y bajó orientado hacia el otro lado del complejo, para entrar por las puertas del garaje.

    Ker entró, hizo bajar el carro por una rampa para entrar en un sector desierto y se detuvo.

    —Ahora vamos a su oficina —indicó.

    —Todavía no —dijo Jonnie, con la mano apoyada en el bláster que tenía en el abrigo—. ¿Recuerdas aquel viejo armario donde encerraron primero a Terl?

    —Sí —afirmó Ker, dudoso—.

    —¿Todavía tiene gas respirable? —preguntó Jonnie.

    —Supongo que sí —murmuró Ker.

    —Ve primero al almacén de electrónica, busca una máquina analítica de mineral y después ve a ese armario.

    Ker estaba algo inquieto.

    —Pensé que queríamos entrar en su oficina.

    —Así es —aseguró Jonnie—, pero primero tenemos algo que hacer. No te alarmes. Lo último que desearía es hacerte daño. Tranquilízate. Haz lo que te digo.

    Ker aceleró y metió el carro en un laberinto de rampas, dirigiéndose al lugar adonde haría lo que Jonnie deseaba.

    No habían limpiado mucho el lugar después de la batalla, pero quedaban cientos de aviones, miles de vehículos y máquinas de minería, docenas de talleres para los distintos tipos de trabajo y cientos de almacenes; había tanto objetos inútiles como valiosos de mil años de operaciones. Jonnie los miró especulativamente: eran una riqueza para este planeta por la forma en que podían utilizarse para reconstruirlo. Y cada mina tenía inmensos almacenes similares de material. Había que conservar y cuidar estas cosas: eran irreemplazables, pues las fábricas que las habían hecho estaban a universos de distancia. Pero a pesar de ser abundantes, acabarían por terminarse y arruinarse. Esta era otra razón para incorporarse a la comunidad de sistemas estelares. Dudaba que muchas de estas cosas se hubieran hecho en Psiclo: los psiclos eran explotadores de razas y territorios alienígenas; ¿acaso no habían tomado prestado su lenguaje y su tecnología? La clave de su poder parecía estribar en la teleportación. Bueno, estaba trabajando en eso.

    Se detuvieron ante el viejo armario y Angus entró con dificultad con

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