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El cofre de los cuentos encantados: El cofre de los cuentos encantados, #1
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El cofre de los cuentos encantados: El cofre de los cuentos encantados, #1
Libro electrónico338 páginas3 horasEl cofre de los cuentos encantados

El cofre de los cuentos encantados: El cofre de los cuentos encantados, #1

Por Rubin

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Información de este libro electrónico

¡Abre este mágico cofre y descubre un mundo de historias fascinantes! Este libro, dividido en dos tomos, es un tesoro repleto de cuentos cortos e ilustrados, escritos por autores de diferentes partes del mundo.

 Tomo 1: Perfecto para los más pequeños, este volumen está lleno de relatos tiernos y sencillos que capturan la magia de los primeros años. Desde animales parlantes hasta aventuras en mundos de fantasía, cada cuento está diseñado para despertar la imaginación y sembrar semillas de asombro.

 Tomo 2: Ideal para niños más grandes, este tomo presenta historias un poco más profundas, con personajes valientes, lecciones inolvidables y escenarios llenos de maravillas. 

Cada página está cuidadosamente ilustrada para dar vida a los cuentos, creando un viaje visual que acompaña a los lectores mientras exploran culturas, ideas y sueños únicos. El cofre de los cuentos encantados no es solo un libro, es una invitación a soñar y viajar a través de palabras y dibujos.

IdiomaEspañol
Editorialrubin
Fecha de lanzamiento18 nov 2024
ISBN9798230300571
El cofre de los cuentos encantados: El cofre de los cuentos encantados, #1

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    El cofre de los cuentos encantados - Rubin

    PRÓLOGO

    Érase una vez un hada a quien no le gustaban las historias inventadas; sostenía que eran puras mentiras. Por eso encerró a los cuentos en un cofre profundo y le puso un candado enorme.

    Cuando se escapaba, vio que un pirata la estaba observando; le regaló el arcón, diciéndole que contenía un tesoro muy valioso, con la condición de que no lo abriera hasta que atravesara todos los mares del mundo. El saqueador, llamado Calavera, ayudado por sus colaboradores, lo cargó en su barco, imaginando que contenía alhajas y dinero. Apenas se alejó un poco, escuchó murmullos que provenían del interior. Rompió la cerradura con un hacha, lo abrió y vio innumerables personajes que se contaban unos a otros sus propias aventuras.

    Decepcionado, el hombre sacó una pistola, decidido a matarlos a todos por haber sido engañado. Uno de los personajes le suplicó que lo escuchara. Le transmitió una narración, tras la cual el bucanero quedó cautivado; otros contaron otra y así durante muchas horas. De a poco el pirata abandonó su malhumor, se fue relajando, y solicitaba otra y otra..., como en las mil y una noches. De a ratos sonreía; en otros dejaba caer una lágrima; en algunos, reía a carcajadas. Como casi nunca lo había hecho.

    Un hada buena había presenciado la acción del hada malvada. Escondida en un árbol, vio la transformación positiva del filibustero. Este agradeció las anécdotas y prometió a estos seres de fábula que los llevaría a recorrer el mundo entero.

    El hada caritativa imprimió en cada hoja verde un relato, los ató con delgadas fibras vegetales y armó incontables libros. Antes de que el hombre cerrara la pesada tapa,

    ella se hizo invisible, los guardó en el baúl y les suspiró un hechizo. Cada personaje se metió en su respectivo libro, pero cada tanto huía de este para escuchar relatos de sus compañeros de viaje.

    Calavera llevó el arca por mares conocidos y desconocidos, luchando contra tormentas terribles, ataques de otros barcos, quejas de la tripulación... En intervalos tranquilos, levantaba la tapa y los personajes entretenían a los navegantes con historias muy interesantes. Y así, día a día, noche a noche, volvían al duro trabajo con más entusiasmo y valor.

    En cada puerto al que arribaban, los navegantes robaban alimentos a los pobladores, pero a cambio les obsequiaban un libro. Lo mismo sucedía con los barcos a los que atacaban para sustraer su cargamento. Con el paso de los meses se dieron cuenta de que el número de volúmenes no decaía a pesar de que los obsequiaban a diestra y siniestra. Es que los personajes de uno se mezclaban con otros, y así los relatos se cruzaban y multiplicaban indefinidamente.

    En cada pueblo visitado por estos villanos, las personas transmitían las narraciones a los interesados, que  cada vez eran más. Es que esos  cuentos  eran  mágicos  y podían  ser  leídos  o  escuchados  en  cualquier  idioma con solo apoyar las manos o las orejas en sus hojas. Y hasta, a veces, algún protagonista asomaba su cabecita y enseguida desaparecía para el asombro de todos.

    El pirata comprendió que su mayor tesoro era el cofre de los cuentos encantados, al que defendía con uñas y dientes. Ya viejo y debilitado, Calavera dejó su oficio y se dedicó de lleno a leer o escuchar las interminables aventuras.

    A medida que pasaban los años y los siglos, el hechizo se fue desvaneciendo: los cuentos desaparecían de su refugio.

    Solo ha quedado un libro, el que tienes en tus manos. El que te permitirá gozar, como  lo  hacía  Calavera  y sus ayudantes, y las miles y millones de humanos que tuvieron la suerte de leerlos o escucharlos. Hoy sigue

    vivo el tesoro, el amor por la lectura.

    Sumérgete en El cofre de los cuentos encantados y extrae cada día un nuevo relato. Transmítelo a otros como lo hacía el pirata para que lleguen a todos los rincones del planeta y, por qué no, más allá de las estrellas.

    Susana Arroyo

    EL CAMINO DEL PUENTE

    Farah Gül

    En un país muy lejano vivía un niño llamado Constantino. De ojos azul oscuro, cautivaba a todas las personas que lo conocían. Era uno de esos niños que se movían con tanta energía que consumía la de los demás. Cuando aprendió a caminar, le gustó tanto que se dedicó a hacerlo durante días enteros. Algunas noches, al abrir un álbum de fotos, recuperaba esa cara de felicidad que tenía cuando se paró solo por primera vez y dio sus primeros pasos. Pararnos solos y caminar: dos de las cosas más difíciles que nos toca hacer en la vida. Se lo dijo Marcus, su padre, una mañana de otoño, en el preciso momento en que unas hojas amarillas y marrones se desprendían de los árboles. No tenía hermanos, pero siempre estaba rodeado de niños. Algunos lo llamaban Tino y otros Coti. Apenas terminaba su clásica chocolatada con vainillas, se ponía un pantalón largo de algodón y unas botas de caña alta. Minutos después, salía a recolectar  ramitas en el bosque y a dibujar mariposas. La recolección se la había enseñado Marcus. A dibujar lo aprendió en la escuela, y su fascinación por las mariposas le llegó a través de un sueño. Tenía tan solo cuatro años. Desde aquel entonces, se volvió un experto en crear conexiones con el mundo espiritual. A los siete años, les explicaba a sus amigos y compañeros de la escuela el significado de soñar con mariposas. Ellos lo escuchaban atentos, como quien escucha al río fluir.

    Una tarde soleada de mayo, sentado junto al arroyo, con el pantalón arremangado y los pies descalzos sumergidos en el río, una mariposa de alas rojas y verdes se posó sobre una de sus rodillas. La alegría de Constantino fue tan inmensa que le dieron ganas de saltar y, apenas se movió, la mariposa se fue.

    Aquella noche no quiso comer. Su padre le preguntó

    qué le pasaba. Él apenas logró sonreír. Una lágrima gorda y pesada rodó por su cara. Sentado en la cama, observó cada dibujo sobre la pared. Algunos en blanco y negro, otros con lápices de colores y unos pocos en acuarelas. Se sintió triste y enojado a la vez. Él sabía todo sobre ellas. Conocía su evolución y también su transformación. Había aprendido a amarlas y a difundir su naturaleza. Cómo podía ser que aquella tarde, cuando los rayos del sol lo iluminaban de frente, ella se hubiera escapado. De tanto pensar, se quedó dormido con la ropa puesta y un libro sobre la cara.

    Al amanecer, Marcus se dio cuenta de que Constantino no se había levantado. Fue hasta su habitación, pero el niño no estaba ahí. Un escalofrío le recorrió la espalda. No podía mover las piernas, le transpiraban las manos. Trató de pensar adónde iba Constantino cuando estaba triste. «Al río», se dijo. En aquel lugar las  emociones fluyen y el cantar del agua aquieta las penas. Lo había llevado ahí el día en que se enfermó y no le bajaba la fiebre. Lo acunó entre los brazos, muy cerca del pecho. Le recitó un poema de hadas y duendes.

    Se puso el sombrero. Comenzaba el verano y el sol pegaba con mayor intensidad. Aunque estaba un poco encorvado por tantos años de recolectar leña, sus pasos eran grandes y decididos. En la zona lo conocían como Hércules, el protector del bosque. Bajó hacia el río por un sendero rodeado de piedras. Era el camino más rápido. El corazón le latía fuerte, el alma le pesaba como una roca. Al llegar a la orilla, lo recibió una bandada de aves. Parecía que alguien coordinara la forma en que se desplegaban sus alas, el ritmo era fascinante y armonioso. Él quedó obnubilado hasta que el cantar del río lo trajo en sí. Lo vio, sentado sobre un tronco, rodeado de pequeñas y grandes mariposas. De alas aterciopeladas. De la sabiduría de la tierra. Del saber ancestral que condiciona el futuro. A lo lejos, parecía que le hablaban, que entre él y ellas había una conversación silenciosa. Se escondió detrás de un árbol. No quería interrumpir. Cuando ellas desplegaron las alas y volaron hasta el cielo, él se acercó.

    La felicidad de Constantino era tal que no paraba de girar en círculos. Cada movimiento se mezclaba con su risa, los ojos iluminaban el río.

    —Papá, estoy muy feliz —le dijo apenas lo vio.

    —¿Qué pasó, hijo mío? —y mientras pronunciaba esas palabras con dulzura, lo invitó a sentarse cerca del puente.

    —Las mariposas me contaron una historia —dijo abriendo grandes los ojos.

    —Contame, si tenés ganas.

    Un rulo le caía sobre la frente, y Constantino se lo acomodó detrás de la oreja. Cruzó las piernas, una encima de la otra, y puso las palmas de las manos apuntando hacia arriba. Su padre lo miraba atento. El niño cerró los ojos y dijo:

    —Cuenta la leyenda que en un lugar muy alejado de la Tierra vivía una muñeca llamada Esmeralda. Su casa, rodeada de montañas y lagos, estaba hecha de trozos de galletas y chupetines de algodón. En su tiempo libre, cuando no iba  al  colegio,  cosía  vestidos  con  volados o rectos. De seda o algodón. Con botones grandes o dorados. Usaba unas agujas diminutas que brillaban en la oscuridad, y en algunas puntadas cosía un sueño. Les enseñaba a sus clientas a no dejar de soñar. Y en cada prenda les dibujaba un deseo. Les decía que tuvieran paciencia y perseverancia. Lo que se anhela con el corazón, tarde o temprano se hace realidad. Hasta que un día, cuando se cansó de ser una muñeca, cosió su propio sueño. Quería viajar a la Tierra y conocer el mundo de los humanos. No un mundo de madera, sino uno real. Eligió el mejor vestido que había hecho. De terciopelo, con muchas capas de tela y alas de mariposas. Escamas que reflejaban la luz, de color azul-turquesa. Se quedó dormida con el vestido puesto, cansada de tanto bailar y reír. Al otro día, cuando despertó, tenía un pijama con dibujos de hadas. Abrió los ojos y pudo ver que no había montañas. Junto a la ventana, recorrió su nuevo hogar. Desde lo alto se podía ver el jardín lleno de flores y un limonero. La distrajo una voz que la llamaba: «Carolina,

    es hora de desayunar. Apúrate o vamos a llegar tarde al colegio».

    Constantino abrió los ojos y miró a su padre con la ternura habitual que existía entre ellos. No hablaron. No fue necesario llenar con palabras aquel silencio. Una brisa suave les trajo algunos destellos de esperanza, compasión y felicidad. Se tomaron de la mano y decidieron volver a casa por el camino del puente. Era más largo, pero el paisaje estaba repleto de magia. Podían disfrutar del colorido de las flores en verano y un aroma amaderado en invierno. Regresaron acompañados de un grupo de mariposas. Esta vez volaban alrededor de Marcus, como si quisieran recordarle que nunca es tarde para cumplir un sueño.

    CATITA, LA HORMIGUITA AGRANDADA

    Enrique Roberto Urrutia

    ––––––––

    La hormiguita Catita destacaba por sus aires de grandeza. Hacía rato que quería viajar desde Argentina a lugares lejanos. Cuando iba por el bosque buscando hojitas y se encontraba con el mono Pepe, le comentaba que pronto emprendería un fabuloso viaje por el mundo. Al cruzarse con el loro Filomeno, todos los días se despedía porque estaba por cruzar el mar para llegar a España. A cada animal que cruzaba en el bosque le decía lo mismo. Todos miraban con simpatía a la hormiguita agrandada y nadie quería arruinarle la ilusión de una aventura enorme para una hormiga tan pequeña.

    Los animales la escuchaban con paciencia porque sabían que era prácticamente imposible que llegara más allá de los límites del bosque.

    La hormiga era muy solidaria. Cuando el elefante empujaba un tronco, se acercaba para ayudar.

    —Gracias —le contestaba sonriente al ver la fuerza que hacía empujando.

    —Llámeme cuando necesite ayuda, señor elefante — respondía convencida que era por su fuerza que el tronco se movía.

    A la jirafa le ofrecía buscar los frutos más altos de los árboles.

    Todos le agradecían con una sonrisa.

    Trabajaba duro. Levantaba ramas imposibles para su peso y se jactaba de tener mucha fuerza. No sabía que los animales del bosque le ayudaban sin que se diera cuenta y luego ella presumía de su fortaleza.

    Una mañana de primavera, despertó decidida a partir.

    Se reunió con las demás hormigas y les dijo:

    —Voy a emprender un viaje para conocer nuevos lugares. Lo primero que haré será cruzar el océano y visitar España.

    Todas la miraron incrédulas, pero al verla tan decidida, la felicitaron.

    —¡Que tengas un feliz viaje! —saludaron a coro.

    —Gracias. Las veré a la vuelta.

    Preparó  un  poco  de  comida,  dibujó  un  mapa  de los lugares que iba a recorrer y partió cantando feliz. Caminaba por el bosque cuando se encontró con un puma que gritaba de dolor. Al verlo tan afligido, se acercó para averiguar qué le pasaba.

    —Buen día, don puma. ¿Qué le pasa?

    Sorprendido, miró de dónde provenía la vocecita y descubrió que era de la hormiga.

    —¿Vos quién sos?

    —Soy Catita, ¿y vos cómo te llamas?

    —Cosme.

    —¿Por qué gritás de dolor?

    —Porque al escapar de una trampa de cazadores, me clavé una pequeña astilla en mi pata y no la puedo sacar.

    —Dejame ver. Yo me encargo —dijo la hormiguita con aires de doctora.

    No le dio tiempo a responder cuando se metió entre los pelos de la pata y tiró con fuerza hasta sacar la espina.

    El puma respiró aliviado.

    —Muchas gracias. No sé dónde aprendiste esto, pero te estoy muy agradecido.

    —Estoy acostumbrada a salvar pumas en apuros — contestó, agrandada.

    Cosme sonrió y le dijo:

    —Cuando necesites algo, no tienes más que llamarme.

    —Vos también. Si te pasa algo, avisame.

    —Decime, Catita, ¿qué hacés sola en el bosque? Hay muchos peligros por acá.

    —Tranquilo, sé cuidarme. He comenzado un viaje alrededor del mundo. Primero tengo que cruzar el mar para ir a España y después visitaré

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