Descubre millones de libros electrónicos, audiolibros y mucho más con una prueba gratuita

Solo $11.99/mes después de la prueba. Puedes cancelar en cualquier momento.

Colonia Tierra 2
Colonia Tierra 2
Colonia Tierra 2
Libro electrónico370 páginas5 horas

Colonia Tierra 2

Calificación: 0 de 5 estrellas

()

Leer la vista previa

Información de este libro electrónico

La historia comienza en el año 2055.

En un centro de la NASA reciben de J.J. —un científico un tanto peculiar— los planos de una nave espacial capaz de superar la velocidad de la luz, lo que permitiría —en caso de funcionar— acceder a otros sistemas planetarios.

A pesar de los recelos iniciales, Joe y Bill, responsables del centro, deciden construirla, convencidos más por la esperanza que ofrece ante los problemas de la Tierra que porque de verdad crean que va a funcionar. Sin embargo, no solo lo hace, sino que en el primer viaje encuentra un planeta con excelentes condiciones para ser habitado y, como quien dice, ahí al lado, en Alfa Centauri, el sistema de estrellas más próximo a la Tierra, aunque para las naves convencionales está tan lejos que les resulta inalcanzable.

Comienza entonces una carrera por colonizarlo. Quien más, quien menos, quiere poner su pie en el nuevo planeta, denominado Tierra 2, si bien con objetivos diferentes. Unos lo ven como un lugar en el que hacer buenos negocios con los minerales descubiertos y otros buscan una alternativa que alivie la dramática situación en la Tierra, lo que exige, si se pretende que no sea destrozada como la actual, el aprovechamiento sostenible de sus recursos, así como una convivencia de las distintas colonias y sus habitantes basada en la igualdad —que incluye el olvido del origen nacional de los colonos— y el respeto a la democracia.

La historia de la novela es, naturalmente, ciencia ficción, pero quizás conviene recordar que la situación en la Tierra no.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento24 jun 2024
ISBN9788410687790
Colonia Tierra 2

Relacionado con Colonia Tierra 2

Libros electrónicos relacionados

Ficción general para usted

Ver más

Artículos relacionados

Categorías relacionadas

Comentarios para Colonia Tierra 2

Calificación: 0 de 5 estrellas
0 calificaciones

0 clasificaciones0 comentarios

¿Qué te pareció?

Toca para calificar

Los comentarios deben tener al menos 10 palabras

    Vista previa del libro

    Colonia Tierra 2 - Carlos Olmedo Manrique

    Portada de Colonia tierra 2 hecha por Carlos Olmedo Manrique

    © Derechos de edición reservados.

    Letrame Editorial.

    www.Letrame.com

    info@Letrame.com

    © Carlos Olmedo Manrique

    Diseño de edición: Letrame Editorial.

    Maquetación: Juan Muñoz Céspedes

    Diseño de cubierta: Rubén García

    Supervisión de corrección: Celia Jiménez

    ISBN: 978-84-1068-779-0

    Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de cubierta, puede ser reproducida, almacenada o transmitida de manera alguna ni por ningún medio, ya sea electrónico, químico, mecánico, óptico, de grabación, en Internet o de fotocopia, sin permiso previo del editor o del autor.

    «Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47)».

    1

    MOTOR WARP

    Joseph Marquez —a quien todos llamaban Joe, excepto su madre que siempre lo había llamado José— quería ser optimista, sin embargo no dejaba de pensar que si aún no había estallado la guerra general era únicamente porque los poderosos tenían miedo de que alguna de las bombas les cayera a ellos, pero que más pronto que tarde, alguno de los muchos conflictos regionales que hacían imposible la paz en la Tierra se enredaría lo suficiente como para que uno de los muchos locos que disponían de tal poder de decisión, se animara y apretara el botón que desencadenaría el infierno nuclear.

    Hablaba con frecuencia de ello con su amigo William Carter, Bill, más propenso que Joe a ver la botella medio llena, quien, a pesar de reconocer la gravedad de la situación, estaba convencido de que los responsables de los dichosos botones mantendrían el dedo quieto. El riesgo era tan grande para todos —apretar el botón implicaba en la práctica el suicidio— que no le cabía en la cabeza que esos tipos tan egoístas fueran a hacer una cosa así, aunque nunca hubiera conseguido dar una respuesta convincente a la pregunta: ¿Para qué demonios quieren entonces las armas nucleares?

    Sí, estaba seguro, se encontraría una solución, aunque de momento no se le ocurría ninguna con posibilidades reales de ser aplicada. En teoría, pensaba, el asunto no debería ser demasiado difícil, a pesar de que el agotamiento de los recursos era una amenaza cierta y la degradación del medio ambiente aún más, la Tierra aún era capaz de producir suficiente para todos, por lo que bastaría con distribuir mejor el trabajo y el producto sobre la base de las capacidades y necesidades de cada individuo para alcanzar algo parecido a la armonía social. Pero la Historia había demostrado ya demasiadas veces que esto solo funciona en el papel, jamás en la realidad.

    En los —todavía— países ricos, las exageradas normas de higiene y seguridad alimentaria, junto con la estupidez de relacionar calidad con estética, tenía como consecuencia que buena parte de los alimentos terminara en la basura. La alternativa de suministrarlos más baratos a la población necesitada se consideraba inviable desde el punto de vista económico, aunque no se explicaba por qué. Incluso —se decía— podría ser discriminatorio al condenar a una parte de la población a alimentos de peor calidad, aunque tampoco explicaban por qué habría de ser así. Por lo visto era preferible que se quedaran sin comer.

    A pesar de todas estas ideas que, de vez en cuando, le venían a la cabeza, Bill seguía siendo optimista.

    Además de amigos, Joe y Bill eran el director y el subdirector de un centro de la NASA dedicado al diseño y construcción de naves espaciales destinadas a transportar personas y suministros a las bases estadounidenses en la Luna y en Marte. Sin embargo, un huracán de fuerza 5 procedente del Golfo de México había arrasado toda la zona en torno a Houston, San Antonio y Dallas y, si bien el centro de Joe y Bill no se había visto muy afectado porque el huracán solo les había rozado y, además, había sido diseñado para resistir temporales, el resto de las instalaciones de la NASA lo había sido gravemente, por lo que la necesidad de desviar recursos para reparar los daños, tuvo como consecuencia que su proyecto de construcción de diez naves fuera cancelado. El centro seguiría abierto, pero solo se realizarían tareas de investigación y mantenimiento con sus propios recursos.

    Transcurría el año 2055 y los estragos provocados por el cambio climático eran más que evidentes.

    La lista de desastres no dejaba de aumentar.

    Los desiertos avanzaban implacables ocupando tierras que solo veinte años atrás habían sido de cultivo. Puede que algunas no fueran las más fértiles del mundo, pero alimentaban a una población que ahora solo podía elegir entre escapar de allí o morir. Escapar, pero adónde.

    La situación en el resto del planeta no era mucho mejor. Como norma general todo ocurría al revés de lo conveniente: en los lugares donde había escasez de agua, cada vez llovía menos y peor y en los lugares donde sobraba, más. Era como si alguien le estuviera gastando una broma macabra a la Humanidad. Tras meses de sequía, de repente llegaba un periodo de lluvias torrenciales que causaban más daños que otra cosa, con el añadido de que no había forma de aprovechar debidamente el agua caída.

    Los incendios, espontáneos o provocados, se habían vuelto incontrolables en muchas zonas y la merma de la masa forestal no hacía sino acelerar el proceso de desertificación.

    La pesca en el mar, y casi se podría decir que la vida, estaba desapareciendo: incremento de la temperatura del agua, acidificación, exceso de capturas, todo ello había conducido a la extinción en el medio natural de las especies más apreciadas sin que nadie hubiera podido o querido detener el proceso a tiempo y lo poco que quedaba estaba contaminado por metales pesados y microplásticos, entre otros regalos recibidos de los humanos. Sin embargo, se producía más pescado que nunca en piscifactorías, lo que se presentaba a la opinión pública como el inevitable paso de la recolección al cultivo, casi como un triunfo de la civilización, por lo que esto no era motivo de especial preocupación, aunque para cualquiera que se molestara en averiguar cómo había sido el mar tan solo cien años atrás, el fracaso era notorio y sumamente inquietante.

    Más evidente e igual de peligroso, era el aumento del nivel del mar. El agua ya había inundado una parte de los deltas más fértiles y de las ciudades costeras menos protegidas, particularmente en los países con menos recursos. Los más ricos ensayaban sistemas de protección a base de diques más o menos sofisticados, pero el resultado era casi siempre el mismo: una tormenta mayor que la anterior liquidaba el esfuerzo, a veces de años, en unas pocas horas.

    Los damnificados se contaban por cientos de millones. En realidad toda la Humanidad debiera haberse sentido afectada muy negativamente y haber reaccionado en consecuencia, pero, al parecer, era pedir demasiado, muchos lo veían como se ven los toros desde la barrera, con curiosidad y puede que con interés, pero sin miedo a ser alcanzados y, por tanto, no les merecía la pena molestarse.

    De poco estaban sirviendo los supuestos acuerdos alcanzados entre gobiernos, especialmente de los países más afectados, y entre estos y las instituciones internacionales. Los gobiernos de los demás países trataban de protegerse y hacía tiempo que procuraban no acudir a tales reuniones para no verse obligados a tener en cuenta lo que allí se hablara. Asistir les parecía, en el mejor de los casos, una pérdida de tiempo y en el peor asumir riesgos, como por ejemplo perder las siguientes elecciones, por algo que ellos, al menos de momento, mantenían controlado, o eso creían.

    Reconocían la necesidad de ser solidarios, pero en términos genéricos, sin intención alguna de que ese supuesto espíritu solidario, se tradujera en sacrificios que sus compatriotas consideraran inasumibles. Cuando se hacían propuestas concretas y bien fundamentadas —daba igual quién las hiciera— surgía la desconfianza —incluso aunque se reconociera que las intenciones de quienes las defendían fueran sinceras y de verdad estuvieran preocupados por el bienestar presente y futuro de todos los terrícolas— y se resistían a aplicarlas con cualquier pretexto; principalmente se escudaban en que los resultados previstos tenían mucho de acto de fe, puesto que se basaban en predicciones discutibles. Ni siquiera el hecho de que las predicciones anteriores más pesimistas se hubieran cumplido con creces era capaz de convencer a quienes temían más perder algo ahora, que todo un poco después.

    Comprometerse implicaba cambios en la forma de vida y en la economía que perjudicaban, o eso creían, a sus conciudadanos o bien aceptar refugiados climáticos, demasiados, que, desagradecidos, se resistían a cambiar sus costumbres provocando choques y conflictos con la población anterior, incluyendo otros refugiados.

    Como además, y casi sin querer, iba calando la idea de que el conflicto general era inevitable, los gobiernos de un buen número de los países más desarrollados en Europa, América y Asia, fueron asumiendo que en ese caso sería preferible hacerle frente sin el enemigo dentro, es decir, sin refugiados, de manera que el control de las fronteras se fue haciendo cada vez más estricto: su mayor preocupación era salvarse a sí mismos a costa de lo que fuera.

    Esto, por supuesto, no evitó la llegada de inmigrantes a ninguna parte, el único resultado tangible fue el incremento de la presión sobre las fronteras y de la tensión dentro y fuera de ellas.

    Los gobiernos de los países más afectados suplicaban, clamaban y, finalmente, amenazaban con el desastre general si no eran ayudados, pero tampoco hacían gran cosa en sus propios países para paliar los daños.

    ¿Y cuál era la opinión pública, es decir, qué pensaba la gente corriente sobre esto?

    Desde fuera se podría suponer que todo el mundo era consciente de lo que estaba pasando, pero también esto era pedir demasiado. En realidad las personas sabían, y no muy bien, lo que ocurría en su entorno inmediato y oían cosas sobre el resto, pero no eran muchas las que lo comprendían como un fenómeno global, bastante tenían con atender a su problema particular. Estaban demasiado ocupadas intentando sobrevivir como para preocuparse de asuntos que no entendían bien. Además, la información de que disponían era limitada en el mejor de los casos, incluso en los países que mantenían un sistema que se pudiera considerar democrático recibían información filtrada, cuando no manipulada. A muchos gobiernos les había parecido más útil, al menos en el corto plazo, controlar la información y vigilar al mensajero, que enfrentar el problema.

    Como de costumbre, les resultaba más fácil buscar un culpable que una solución que, además, a esas alturas parecía ya imposible.

    Para las autoridades de los países menos desarrollados, los culpables eran claramente los occidentales, puesto que ellos eran los responsables históricos de las emisiones que habían provocado el efecto invernadero, pero cuando los occidentales respondían que hacía tiempo que habían controlado sus emi siones y que estaban dispuestos a colaborar para disminuirlas sin gran coste en los demás países, la respuesta de estos era negativa puesto que, aducían, por un lado, en ocasiones anteriores los países occidentales habían hecho ofertas o promesas que después, con cualquier pretexto, habían incumplido y por otro, que las reformas que se les proponía implicaban una pérdida de competitividad inasumible para ellos. Solo acciones directas de los países más ricos, sin contrapartida alguna, podrían superar la desconfianza. Pedir medidas simultáneas de los demás solo tendría sentido cuando todos hubieran alcanzado el mismo nivel de renta, algo verdaderamente difícil cuando esas mismas autoridades se ocupaban más de expoliar la riqueza de sus países que de gestionarla del modo más adecuado para el crecimiento de su economía y provecho de su población, naturalmente con la complicidad de empresas e instituciones occidentales a quienes lo único que les importaba de lo que pasara en esos, o en cualesquiera otros países, era aquello que pudiera afectar a su cuenta de resultados a corto plazo.

    En medio de este mar de contradicciones y comportamientos mezquinos y suicidas, los ecologistas, con la conciencia de ser poco más que la voz que clama en el desierto, no se cansaban de proclamar que no tenemos más hogar que la Tierra y que no cuidarla nos lleva irremediablemente al desastre, pero, por supuesto, casi nadie les hacía caso.

    Sin embargo, en el lugar de trabajo de Joe y Bill, una lucecita de esperanza empezaba a brillar, aunque seguramente solo para unos pocos.

    Poco después del huracán —sin que este tuviera nada que ver en el asunto— Jeremiah Johnson, más conocido por J.J., científico y profesor de una universidad pública de Texas que para muchos de sus colegas, los más amables, pasaba por ser un bicho raro, envió un informe a Joe que incluía el diseño de una nave provista de un motor WARP capaz de transportar una carga de varias toneladas a una velocidad superior a la de la luz, incluso se atrevía a afirmar que podría superar la velocidad de 50 c.

    En realidad J.J. era un tipo bastante normal, quizás un poco más listo que la mayoría de sus colegas, aunque un poco torpe en las relaciones sociales. Nunca tuvo claro por qué, pero lo cierto es que la presencia de otras personas le solía producir desasosiego, cuando no recelo. Como, además, era bastante susceptible y a poco que se sintiera herido se volvía borde y respondón, sufría rechazo con frecuencia, incluso de quienes buscaban su amistad, por lo que llevaba una vida bastante solitaria.

    Se había acostumbrado a trabajar solo, no por elección, al menos al principio, pero poco a poco se fue encontrando cada vez más a gusto así y llegó a descartar hacer amistades, menos aún intimar con alguien, porque estaba convencido de que más pronto que tarde lo defraudarían, o él los defraudaría a ellos.

    Cuando Joe recibió el informe, no quería ni leerlo:

    —Por lo que tengo entendido, suponiendo que llegara funcionar, necesitaría una cantidad de energía imposible de conseguir, casi tanto como el dinero para construirla —había dicho.

    Pero Bill, que estaba presente, le pidió estudiarlo y hablar con J.J. antes de rechazarlo:

    —En cualquier caso, nada perdemos con ello —adujo.

    Bill leyó el informe con interés y atención y se dio cuenta de que —al margen de que el científico fuera un tanto peculiar— lo cierto es que daba la impresión de que sabía lo que estaba haciendo y no observó nada que se pudiera considerar incorrecto en la parte que él conocía. El problema, no obstante, estaba en lo de siempre ¿cómo se va a conseguir deformar el espacio-tiempo para impulsar la nave?

    El informe no lo decía, tan solo que se podía conseguir con un gasto de combustible convencional asumible, se aprovecharía la interacción entre la materia y la energía oscuras —que J.J. afirmaba conocer lo suficientemente bien— para impulsar la nave de forma controlada y describía el motor que se encargaría de ello.

    Bill le recordó a J.J. que tendría que convencer a Joe y este a sus jefes, y para ello necesitaba más detalles.

    J.J. reconoció que podría haber sido más explícito con una parte de la información, pero se negó en redondo a dar más porque, en su opinión, disponían de la suficiente para tomar una decisión. Ese sería su secreto, como Colón cuando descubrió América tuvo el suyo, y le importaba un comino que lo tomaran como un gesto de arrogancia y lo compararan despectivamente con él, añadió, seguramente para reforzar un argumento cuya consistencia radicaba exclusivamente en su determinación para defenderlo. Además, el proyecto no debía pasar de Joe, no quería que intervinieran políticos o burócratas de los que no esperaba nada, al menos nada bueno.

    Bill repasó el informe varias veces y no podía evitar la sensación de que tenía en sus manos algo grande. Era posible que J.J. se equivocara, pero desde luego no era un farsante. Y puede que hubiera sido demasiado optimista en alguna de las estimaciones, o puede que no, eso era difícil de saber dado lo singular de la materia, pero teniendo en cuenta la situación en la Tierra, ese exceso de optimismo parecía bastante perdonable si a cambio ofrecía la esperanza de alcanzar un nuevo hogar en el que empezar de nuevo e intentar hacerlo un poco mejor que en el anterior.

    Aunque le resultaba imposible dar un valor numérico a la probabilidad que podía haber de que el trasto funcionara, imprescindible para tomar una decisión, algo le decía que debía seguir adelante con el proyecto, a fin de cuentas, había visto ya demasiados casos claramente absurdos que solo beneficiaban a quienes los hacían y que se habían vendido como de interés general, así que defendió el proyecto ante su jefe y amigo.

    —¿Sabes que el cacharro podría funcionar? —exclamó con decisión antes de saludarlo.

    —Buenos días, Bill —respondió Joe en un tono que daba a entender que no lo había pillado descuidado.

    —Perdona, Joe, buenos días. Creo que es la emoción —añadió para ir preparando psicológicamente a su amigo.

    —¿Dices que podría funcionar? ¿Qué posibilidades de éxito le asignas?

    —Según se mire.

    —Déjate de rodeos y ve al grano, por favor.

    —¡Vale! Verás, creo que lo más probable es que no funcione, pero podría hacerlo y sería estúpido, por no decir criminal por nuestra parte, ignorarlo. Aunque me declaro incapaz de establecer su probabilidad de éxito, ni siquiera de forma aproximada, y ya sé que es un requisito necesario para aceptar un proyecto, creo que este se sale de lo corriente. Si funcionara, podríamos acceder en un tiempo razonable a planetas similares a la Tierra y, por tanto, habitables, incluso aunque alguien se nos hubiera adelantado. Y creo que no está de más recordar que, de existir planetas de este tipo, el más próximo podría estar en Alfa Centauri, y llegar allí con las naves convencionales nos llevaría miles de años, que es tanto como decir que no podemos ir. Nuestro planeta empieza a hacer agua y no tenemos botes salvavidas ni lugar a donde ir, porque las colonias de Marte no son solución en absoluto. Así que, evaluando las dos alternativas: abrir una puerta a la esperanza y construir la nave o quedarnos como estamos, yo apoyo lo primero y te pido que escuches las razones.

    —Antes de que sigas ¿has pensado cómo lo vamos a hacer, es decir, de dónde vamos a sacar el dinero para ello?

    —Eso es lo mejor, Joe, que tenemos el dinero ¿Recuerdas el proyecto de la nueva nave destinada al transporte de personas y mercancías entre la Tierra y las colonias de Marte?

    —Que yo sepa está cancelado.

    —Sí, pero cuando llegó la orden teníamos un conjunto de pedidos que en el balance final figuraban como comprometidos y, por tanto, a pagar, aunque después y fuera ya del plazo de entrega del balance, una parte de ellos se pudo anular, de manera que el dinero sigue en nuestra cuenta a la espera de abonar los gastos efectuados o devolver el dinero sobrante. Lo que propongo es que con ellos adquiramos los suministros necesarios para construir la nave WARP y enviemos sus facturas como justificantes de los anulados, estoy convencido de que colará, porque los jefes de la NASA están ahora demasiado ocupados en la reconstrucción y en el Gobierno ni conocen su naturaleza exacta ni seguramente les importa, lo que quieren es justificar las cuentas y el dinero ya lo dan por gastado.

    —¿Y si nos hacen una auditoría?

    —Seguramente la harán, pero todo estará en regla, podremos mostrar los suministros, una parte de ellos formando parte de la nueva nave que, naturalmente, será de investigación y las facturas legales.

    —Parece que lo tienes todo controlado.

    —Estudiado sí, controlado ya veremos, pero creo que merece la pena arriesgarse.

    —El científico loco ese, algo querrá ¿no?

    —Creo que está más cuerdo que cualquiera de nosotros.

    —Vale, pero algo querrá.

    —Dirigir el proyecto.

    —Imposible.

    —Ya lo sé, le he dicho que las cosas no funcionan de ese modo, pero que formará parte del comité director y le concederemos la iniciativa en la construcción de la nave.

    —¿Y esa iniciativa en qué consistiría concretamente?

    —Lo necesitamos, Joe, es el padre del proyecto y estoy convencido de que sabe más de lo que dice. Hay aspectos en el informe que parecen haber sido oscurecidos a propósito para dificultar su interpretación a terceros, puede que ese sea su secreto o puede que haya más, en cualquier caso, estoy seguro de que algo hay que no nos ha contado. Seguramente nuestros ingenieros podrían aclararlo estudiando los planos, incluso es posible que llegaran a entender la naturaleza de su secreto, puede que hasta mejorar su diseño, pero les llevaría tiempo, suficiente para que hubiera vendido su nave a otro, por ejemplo a Rusia o China que no creo que pusieran tantas objeciones. Me temo que quedaríamos gravemente retrasados y, si finalmente tiene éxito, muy mal ante la opinión pública y nuestro Gobierno. En ese caso, me parece que cuando se enterasen de que lo tuvimos en nuestras manos y lo dejamos escapar no lo pasaríamos nada bien ¿A quién crees que cargarían con la responsabilidad? Seguramente en la Casa Blanca y en el Congreso asegurarían que de haberlo sabido hubieran habilitado los fondos necesarios.

    —¿Sabes ya adónde iríamos?

    —J.J. y yo hemos estado estudiando las estrellas prioritarias de la NASA y otras parecidas al Sol. 18 Scorpii es casi igual que nuestra estrella, por lo que sería razonable esperar que tenga un planeta similar a la Tierra, lamentablemente, de momento está demasiado lejos, 45.7 años luz. Delta Pavonis también es bastante parecida y más cercana, 20 años luz. Estas dos estrellas serán, con toda probabilidad, próximos objetivos si la nave funciona, pero como eso es lo primero que hay que comprobar, el primer viaje debiera ser a Alfa Centauri que, como sabes, es un sistema formado por tres estrellas que podrían tener planetas habitables. Iría en primer lugar a Próxima Centauri que está un poquito más cerca, 4,2 años luz, donde estudiará el planeta Próxima Centauri b, y después, en el mismo viaje, a Alfa Centauri A y Alfa Centauri B. En los tres casos el objetivo sería comprobar las posibilidades de colonización, bien para vivir allí, como estación de apoyo para viajes a planetas más lejanos, explotación de minerales, o lo que se nos ocurra.

    —Hablas como si ya tuviéramos la nave.

    —Ya sé que todavía no tenemos nada, pero imagínate lo que supondría que realizara su viaje con éxito, y para mí sería un éxito enorme que regresara con información de los planetas de las zonas habitables de las estrellas, aunque sean inhóspitos, porque eso abriría la puerta a viajes a otros más lejanos.

    —Hazme un informe con los detalles y después hablamos.

    —Lo estoy preparando, pero te puedo adelantar algunas cosas: Por lo que he calculado, disponemos de recursos para construir casi dos naves, pero como todo dependerá del primer viaje —si sale bien, el proyecto está asegurado y si sale mal, se terminó— creo que debemos centrarnos en hacer una bien. No iría tripulada, la pilotaría un ordenador y conviene saber que poco después de despegar, si es que lo hace, en cuanto rebase la velocidad de la luz, perderemos el contacto con ella y no lo volveremos a recuperar hasta su regreso. No hace falta que te diga que se movería con mayor rapidez que las ondas electromagnéticas.

    »Su objetivo principal sería averiguar si existe un planeta habitable y sus características. Toda la información que podamos obtener de él será poca. Lo primero, localizarlo, lo que significa que el ordenador deberá estar programado para ello. Una vez localizado, se situará en órbita y hará fotografías de su superficie, planos generales procurando abarcar la mayor superficie posible en primer lugar y, tras elegir la zona que parezca más adecuada para la vida humana, si es que la hay, planos medios y primeros planos con el mayor detalle posible; después, si descubre vida o considera que el planeta es apto para ella, enviará un módulo a su superficie con varios robots y drones que recorrerán la zona filmándola, tomando muestras y analizándolas. Los resultados se transmitirán a la nave que los almacenará para traerlos a la Tierra donde los estudiaremos.

    —Si vuelve.

    —Necesitamos ser optimistas, Joe.

    —Puede ser, pero quiero estudiarlo bien antes de tomar una decisión.

    —Desde luego, espero tener pronto el dosier con todo.

    —¿De cuánto tiempo estaríamos hablando?

    —En unos meses, trabajando a destajo, podríamos tener la nave, luego cuatro meses, tal vez menos, para ida y vuelta, J.J. dice que puede ir bastante más rápido, pero que no quiere forzar en el primer viaje de pruebas, y un mes de trabajo en el planeta, si es que observa vida o considera que la puede albergar. Con un poco de suerte en un año tendremos resultados.

    —¿No crees que los jefes de la NASA y el Gobierno deberían ser informados?

    —Claro, pero no necesariamente ahora, podemos hacerlo a la vuelta de la nave o cuando tengamos la convicción de que no va a volver. Por cierto, J.J. me ha pedido que a él ni lo nombremos, me ha propuesto que digamos que nos encontramos por casualidad los planos en los archivos y que desconocemos quién pudo ser el autor.

    —¿Y si alguien se va de la lengua? Por ejemplo alguien que quiera ser trasladado al centro de Houston.

    —Aunque te parezca extraño, también he pensado en eso. El mayor problema —en realidad yo creo que el único— es el de los ingenieros de trabajo completo, al tener acceso a todo el programa, se darán cuenta de que no se trata de una nave convencional, por lo que tendrán que estar informados de todo y comprometidos con el proyecto. Afortunadamente son pocos y, en mi opinión, todos de fiar excepto John Wayne, el que se llama igual que el antiguo actor, y Morgan Trump que suspiran por Houston y consideran nuestro trabajo de segundo nivel. Pues bien, aprovechando que debemos enviar el personal que ahora nos sobra y que en los demás centros necesitan para la reconstrucción, he hablado con ellos y están de acuerdo en ir voluntarios, así todos contentos. Solo estarían al tanto de todo Lise Watson, Robert Tanaka, Martha Quintana y David Vidmark, los demás harán trabajos parciales que no difieren mucho de lo que han estado haciendo hasta ahora, de manera que no creo que hagan muchas preguntas.

    —Me parece que voy a perder el empleo y eso si tengo suerte —murmuró Joe con aire de resignación.

    —¿Eso significa que sí?

    —Eso significa: tráeme el informe y ya hablaremos —reaccionó su amigo.

    Joe tenía tres hijas a las que adoraba. La mayor, Anne, estaba estudiando Ingeniería Aeronáutica, como su padre, y su mayor ilusión era trabajar en la NASA con él; la segunda, Ava, aspiraba a ser médica como su madre Eva; y la tercera, Amanda —el ojito derecho de Joe—, una muchacha de 16 años con mucho carácter, tenía intención de estudiar Ecología para conocer mejor la Naturaleza, cuyo estado le preocupaba muchísimo y nunca desaprovecha la ocasión de reprochar a papá la desastrosa herencia que iba a recibir su generación. Las charlas con sus hijas, especialmente con la pequeña, lo convencieron más que los papeles de su amigo Bill, a pesar de la abundante información y los argumentos, más o menos convincentes que contenían.

    Amanda, por su temperamento, sensibilidad e inteligencia, le recordaba a su madre, que llegó desde Honduras cruzando el río Grande y el desierto dispuesta a todo y que se mató a trabajar, incluso después de conocer a quien sería su marido gringo —así lo llamaba cuando se enfadaba con él, aunque nunca le duraba mucho el enfado— para conseguir que su hijo Joseph fuera el primero de su familia en tener un título universitario, por eso él adoptó su apellido, sin que eso signifique rechazo a su padre a quien también quiere mucho, pero lo de su madre fue especial, y Amanda se parecía mucho a ella.

    Puede que lo que iban a hacer fuera inútil, pero no viviría tranquilo sin haberlo intentado.

    No había pasado ni un mes desde que comenzaran a construir la nave cuando se presentaron dos funcionarios del Gobierno acompañados de un directivo de la NASA.

    —No nos han avisado de que venían —se quejó Joe después de los saludos, procurando no levantar la voz.

    —No queremos sorprender —respondió uno de los funcionarios—, pero nos ha parecido que sería lo mejor para obtener una visión precisa de la situación en todos los departamentos de la NASA. Tenga usted en cuenta que los fondos necesarios para la reconstrucción los debe aprobar el Congreso y no va a ser tarea fácil por la competencia entre los sectores afectados y la escasez de los recursos.

    —Nosotros no hemos pedido nada —puntualizó Joe— apenas hemos tenido daños y los hemos reparado nosotros mismos, con nuestros medios.

    —Creen que podríamos estar escondiendo materiales para obtener recursos extra —dejó caer el directivo de la NASA con una mezcla de resignación y queja, dirigiéndose más a los funcionarios que a Joe.

    —Nosotros no creemos nada —protestó uno de los funcionarios que se dio por aludido, aunque en tono conciliador—, pero los congresistas quieren estar seguros de que se emplea bien el dinero de los contribuyentes.

    —Y a mí me parece bien —zanjó Joe, más tranquilo al comprobar que no venían por lo de la nave—, de manera que lo mejor será que hagamos una visita al centro.

    Bill se sumó a la comitiva y Joe actuó de guía mostrando todas las dependencias y explicando la función de cada una de ellas, incluyendo los daños sufridos y las reparaciones efectuadas.

    Al final de la visita, Joe les indicó que iban

    ¿Disfrutas la vista previa?
    Página 1 de 1