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No desperdiciemos el momento

EN LA PRIMAVERA DE 1858, tres años antes de la Guerra Civil estadounidense, un joven ingeniero de nombre John T. Milner cabalgó hacia Jones Valley, el extremo final de los Apalaches en la parte centro-norte de Alabama. Era enviado por el gobernador para planear una nueva vía férrea. Había riquezas en esas colinas: el geólogo estatal había reportado yacimientos de carbón al norte de Jones Valley y, justo al sur, en la cresta de Red Mountain, una densa veta de mineral de hierro.

“Cabalgué por la cima de Red Mountain y observé ese hermoso valle”, recordó más tarde, después de que ayudara a que el lugar se convirtiera en Birmingham, una ciudad de chimeneas humeantes, intersecciones ferroviarias y minas oscuras y mortales.

“Era un jardín enorme hasta donde alcanzaba la vista... en ninguna parte había visto un pueblo agrícola tan perfectamente bien atendido ni tan completamente feliz. Cultivaban todo lo que necesitaban para comer y vendían miles de fanegas de trigo. Sus asentamientos estaban alrededor de arroyos claros y hermosos. Era, en general, una civilización tranquila, de trato amable, bien cultivada, bien delimitada y bien regulada”.

Alrededor de una cuarta parte de esa civilización bien regulada eran afroamericanos esclavizados.

La ciudad que Milner y otros imaginaron era una especie de plantación industrial, construida sobre mano de obra esclava. La Guerra Civil intervino, pero cuando Birmingham por fin se estableció en la década de los setenta del siglo xix, sus fundadores se aproximaron a esa visión lo más posible. Con una abundancia de carbón y hierro que rivaliza con la de Gran Bretaña, cuna de la Revolución Industrial, los habitantes de Alabama construyeron una nueva economía y una “Ciudad Mágica” pero con la ventaja de mano de obra negra barata, incluyendo legiones de convictos arrestados de manera fraudulenta. Era una urbe que generó una gran riqueza para unos cuantos y una vida decente para muchos más: aparceros blancos pobres del campo y algunos negros e inmigrantes también. Fue una ciudad que produjo rieles y vigas para construir una nación en expansión, pero estaba destinada a convertirse en la metrópoli más segregada de Estados Unidos, tal como declaró Martin Luther King Jr. en 1963, así como una de las más contaminadas.

En ningún lugar se muestra con más claridad el alma desgarrada del capitalismo industrial que en Birmingham, Alabama. En ninguna parte queda más claro cuán importantes son las visiones del futuro.

Desde marzo, cuando National Geographic cerró sus oficinas en Washington D. C., he sobrellevado la pandemia con mi esposa, nativa de Alabama, en una casa a menos de dos kilómetros al sur

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