MOBY
“Todos sabemos lo que hay que hacer, sólo que no lo estamos haciendo. Estamos a punto de caer en un precipicio. Podríamos arreglarlo: tenemos que plantar trillones de árboles nuevos, acabar con el uso de la carne, los productos lácteos, el gas y el petróleo mañana mismo, y gastar cinco trillones de dólares en la construcción de unidades de secuestro de carbono. Para cuando la humanidad despierte y comprenda el problema, éste estará a punto de destruirnos”.
l mundo ha cambiado, y Moby también. El músico Richard Melville Hall (Harlem, NYC, 1965), que en su día fue uno de los chicos malos del club de la escena rave underground de Nueva York de finales de los 80 y los 90, durante la cual vivió en primera persona el aburguesamiento de los sótanos vacíos y los almacenes abandonados donde la subcultura tecno se reunía para bailar y fumar crack en el Meatpacking District, llegó a un punto de inflexión en el que el bienestar del planeta –de todo el planeta– impuso su supremacía sobre aquellas interminables noches de euforia, fama, LSD, sexo y procrastinación. Fue una elección consciente. Y resulta extrañamente poético que una de las mayores preocupaciones de este activista y músico de 50 años, que tomó su nombre artístico de la obra maestra de su pariente lejano Herman Melville, Moby Dick, sea salvar los océanos, los animales de todo el mundo y, en última instancia, nuestro propio planeta de la dramática e implacable amenaza del cambio climático y la extinción humana -así de crucial. Durante las semanas anteriores a esta entrevista, la temperatura en el Valle de la Muerte alcanzó su récord histórico (54,4°C), los incendios incontrolados devastaron enormes terrenos en California, Canadá,
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