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Perón. La inclusión política de árabes, judíos y japoneses
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Libro electrónico462 páginas6 horas

Perón. La inclusión política de árabes, judíos y japoneses

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Perón. La inclusión política de árabes, judíos y japoneses examina los esfuerzos del peronismo para movilizar apoyo entre argentinos de origen semita, fueran estos judíos, maronitas, ortodoxos, drusos o musulmanes y argentinos de origen asiático, sobre todo de la colectividad japonesa. Estos esfuerzos reflejaban la forma en que el líder que había visto a la Argentina como un país esencialmente católico, evolucionaba hacia una visión más inclusiva, de una sociedad multireligiosa y multicultural que debía abarcar y celebrar dicha diversidad.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento5 jun 2024
ISBN9789878955384
Perón. La inclusión política de árabes, judíos y japoneses

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    Perón. La inclusión política de árabes, judíos y japoneses - Raanan Rein

    Portada

    Perón

    La inclusión política de árabes, judíos y japoneses

    Raanan Rein

    Perón

    La inclusión política de árabes, judíos y japoneses

    Índice de contenidos

    Portadilla

    Legales

    Agradecimientos

    Introducción

    Capítulo 1 – La OIA: la sección judía del partido peronista

    Capítulo 2 – Apoyo sindical, intelectual y de los medios: Ángel Perelman, César Tiempo y Jaime Yankelevich

    Capítulo 3 – El apoyo al peronismo desde afuera: José Ber Gelbard y Jorge Antonio

    Capítulo 4 - ¡Viva Berón! La integración política de los argentinos-árabes

    Capítulo 5 - Medio Oriente, Tercera Posición y los argentinos de origen árabe

    Capítulo 6 - Los muchachos peronistas japoneses: el movimiento justicialista y los nikkei

    Epílogo

    Bibliografía

    Colección Leopoldo Marechal

    GES®- Grupo Editorial Sur

    Prensa & Comunicación: Milena Salvador

    Fotos de tapa e interior: Archivo de Autor

    Edición Literaria: Franco Lamborghini

    Diseño Interior y Coordinación: Ona Ballesteros Gravino

    Dirección Operativa: Pablo Campos

    Dirección de Arte: Fernando Belvedere

    GES®- Grupo Editorial Sur

    Santos Dumont 3454, Piso 3, Depto 24 / CP1427 CABA

    www.grupoeditorialsur.com

    www.grupoeditorialsur.com

    contacto@grupoeditorialsur.com.ar

    Primera edición en formato digital: mayo de 2024

    Versión 1.0

    Digitalización: Proyecto451

    ISBN edición digital (ePub): 978-987-8955-38-4

    Queda hecho el depósito que previene la ley 11.723

    Agradecimientos

    Este libro es la culminación de un esfuerzo de estudiar las relaciones del peronismo con distintas colectividades étnicas del país. Se basa en mis trabajos anteriores Los muchachos peronistas judíos (Sudamericana, 2015), Los muchachos peronistas árabes (Sudamericana, 2018) y Los muchachos peronistas japoneses (artículo publicado en la revista Entramados y Perspectivas, 2019). Agradezco al Grupo Editorial Sur y especialmente a su director, Ture Salvador, por la iniciativa de publicar este tomo, así como a Rodrigo Daskal que me puso en contacto con la editorial.

    El trabajo original sobre los muchachos árabes lo escribí con Ariel Noyjovich y el de los muchachos japoneses con Aya Udagawa y Pablo Adrián Vázquez. Agradezco a los tres por su importante colaboración. Al trabajar sobre esta temática, a lo largo de muchos años, he contraído numerosas deudas con bibliotecarios y archivistas, colegas y amigos en Argentina, Israel, Alemania, Estados Unidos y Canadá. Cada uno contribuyó de una forma u otra a la elaboración de ciertos conceptos teóricos, a la búsqueda de material inédito o a la realización de un proyecto de historia oral. Lamentablemente, no voy a poder nombrar a todos.

    Tengo una particular deuda de gratitud con Jeffrey Lesser, de la Universidad de Emory, David Sheinin, de la Universidad de Trent, Stefan Rinke, de la Universidad Libre de Berlín, Federico Finchelstein de la New School, José Moya de Barnard College y Benjamin Bryce de la University of British Columbia, por un diálogo intelectual inspirador y continuo sobre temas de inmigración, etnicidad, diáspora y transnacionalismo. A Claudio Panella, de la Universidad Nacional de La Plata, y Darío Pulfer, de la Universidad Nacional de San Martín, fieles colaboradores en varios proyectos sobre el peronismo, desde sus inicios hasta el regreso de Perón.

    En distintas etapas de este proyecto mantuve interesantes conversaciones, entre otros, con Susana Brauner, Fabián Bosoer, Ezequiel Adamovsky, Alejandro Cattaruzza, Alejandro Dujovne, Adriana Brodsky, el recientemente fallecido Carlos Escudé, Mariano Plotkin, Emmanuel Kahan, David Selser, Nerina Visacovsky y Rosalie Sitman.

    Agradezco a Eliezer Nowodworski por su traducción y redacción del texto en castellano. Para las fotos incluidas en este tomo, agradezco a John Manguel, Ignacio Martín Cloppet y los familiares de Ángel Kiyoshi Gashu, asi como al Director del Archivo General de la Nación, Marcos Schiav y a Diego Echezarreta.

    En la Universidad de Tel Aviv he contado con el apoyo del Centro S. Daniel Abraham de Estudios Internacionales y regionales y de la Cátedra Elías Sourasky de Estudios Iberoamericanos. A todos ellos quiero agradecer el haber hecho posible este libro.

    Mi gratitud va también a varios de mis estudiantes, del pasado y del presente: Julián Blejmar, Adrián Krupnik, Efraim Davidi, Tzvi Tal, Maayan Nahari, Omri Elmaleh y Hagai Rubinstein por su ayuda para ubicar varias de las fuentes utilizadas en esta investigación.

    Por último, y no menos importante, me gustaría agradecer a mi esposa Mónica, mis padres Shlomo y Nejama (que falleció pocos días después de su 90 cumpleaños, antes de entregar este texto a la editorial), mis hijos, Omer y Noa, mi nuera Chen, así como mis nietas, Lía y Gili.

    Raanan Rein

    Introducción

    Para la fiesta del nuevo año judío de 2020 recibí un mensaje de mi amigo Néstor Perl, con una foto adjunta y la siguiente leyenda: «En esta foto hay dos hijos de inmigrantes, uno hijo de sirios y otro de rumanos, uno de familia islámica y el otro de familia judia, Carlos Saúl Menem, Presidente de la República Argentina y Néstor Perl, Gobernador de la Provincia del Chubut, compatriotas, amigos y compañeros».

    Cuatro años antes, a fines de 2016, me invitaron a Tucumán, a participar de un congreso sobre temas de inmigración organizado por el Comité del Bicentenario. El congreso, en cuyo marco me otorgaron el Sello del Bicentenario, fue auspiciado por el gobernador Juan Luis Manzur, de ascendencia libanesa, y su antecesor José Alperovich, hijo de un inmigrante judío venido de Lituania. Cristina Fernández de Kirchner era todavía presidente. En los gobiernos de CFK sirvieron varios ministros de origen judío o árabe, como Héctor Timerman en Relaciones Exteriores, Axel Kicillof en Economía y el mismo Manzur en Salud Pública.

    Después de terminar de dictar una conferencia en la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA, se me acercó un señor de la Asociación Japonesa Argentina para «quejarse» del hecho de que yo no había dedicado atención al apoyo de su colectividad al peronismo y a los desaparecidos de origen japonés.

    A lo largo de los últimos treinta años que he dedicado al estudio de distintos aspectos del peronismo, me encontré con este tipo de episodios que me convencieron de lo necesario que era escribir sobre distintas colectividades de inmigrantes y su integración en la política nacional a través del movimiento justicialista.

    La década peronista (1945-1955) introdujo cambios profundos en los significados y los contornos de la ciudadanía en la Argentina. Numerosas medidas gubernamentales contribuyeron a que se ampliase un debate sobre la comprensión y conceptualización de la ciudadanía. En aquellos años, Argentina experimentaba transformaciones en la representación política y, simultáneamente, en el desplazamiento gradual hacia un modelo de democracia participativa, procesos que implicaban también un paso importante hacia lo que consideraríamos actualmente como una sociedad multicultural.

    Las identidades étnicas pasaron a ser menos amenazantes al concepto de la argentinidad. En lugar del tradicional crisol de razas, el gobierno de Perón otorgó una creciente legitimidad a las identidades híbridas y puso énfasis en la amplia variedad de matrices culturales sobre las que se cimentaba la sociedad argentina. De este modo, las autoridades concedieron un reconocimiento sin precedentes a las diferencias culturales y étnicas.

    Perón: La inclusión política de árabes, judíos y japoneses examina los esfuerzos del peronismo para movilizar apoyo entre argentinos de origen semita, fueran estos judíos, maronitas, ortodoxos, drusos o musulmanes y argentinos de origen asiático, sobre todo de la colectividad japonesa. Estos esfuerzos reflejaban la forma en que el líder que había visto a la Argentina como un país esencialmente católico, evolucionaba hacia una visión más inclusiva, de una sociedad multireligiosa y multicultural que debía abarcar y celebrar dicha diversidad. Utilizo entonces el concepto de ciudadanía en este libro como lente y marco analítico para poder comprender las transformaciones de la relación entre los argentinos-judíos/árabes/japoneses, las instituciones y los símbolos del Estado argentino.

    Cualquier discusión sobre ciudadanía tiene que ver con pertenencia e integración a una comunidad política. En la Argentina pre-peronista, cuando menos a nivel del discurso público, existía poco espacio para los no católicos. Tal como sostuvo Arnd Schneider, «la noción misma del crisol de razas, aunque en apariencia transmite las ideas de igualdad y homogeneidad entre los inmigrantes y sus descendientes, también contenía elementos de una ideología de la superioridad de ciertos inmigrantes sobre otros» (1). Numerosos investigadores se han referido al gobierno peronista como estático, prestando poca atención a las dinámicas y cambios que ocurrieron durante aquellos años. Así, el historiador Eduardo Elena, afirma que «los ideólogos del régimen destacaron el carácter blanco, católico e hispano de la nación en el diseño de propaganda, material turístico y textos escolares» (2). Esto es válido solamente para la fase temprana del justicialismo. Sin embargo, a principios de la década de 1950, el movimiento populista argentino había adoptado un enfoque más inclusivo en el que el respeto por todas las religiones se convirtió en un rasgo esencial del peronismo que, como movimiento populista, se caracterizó por una postura antiliberal (3). De manera interesante, esto le permitía desafiar las ideas tradicionales sobre el crisol racial argentino. Surgieron así puntos de vista y enfoques novedosos que ampliaban el significado de la política y la ciudadanía por igual. Esta problemática se relacionaba con los «debates sobre las variadas fundaciones normativas de la democracia, con la tradición del liberalismo político y su comprensión individualista de los derechos, disputada por corrientes republicanas que enfatizan el carácter auto-gobernante de la comunidad política, y por las bases asociativas que tienden hacia un modelo de cooperación social» (4). El peronismo efectuó entonces cambios importantes en la relación entre etnicidad, ciudadanía, argentinidad y el Estado. Fue más allá de los derechos legales otorgados a los inmigrantes y sus descendientes como ciudadanos argentinos y también les ofreció derechos políticos. Además, legitimó el deseo que muchos de ellos tenían de ostentar una identidad híbrida.

    Durante el primer peronismo se notaba el impulso al asociacionismo civil y, a la vez, la representación política empezaba a adquirir un matiz corporativo bajo su visión de la «comunidad organizada» (5). Perón confirió al Estado un papel mediador entre distintos sectores o grupos de interés sociales, económicos y profesionales. Resulta interesante que, junto a poderosos grupos organizados como el movimiento obrero, enmarcado en la Confederación General del Trabajo (CGT), la Confederación General Económica (CGE), la Confederación Argentina de Profesionales (CGP), la Confederación General Universitaria (CGU), o incluso la Unión de Estudiantes Secundarios (UES), también se diera reconocimiento a comunidades étnicas. Perón a menudo dialogaba con los líderes de las colectividades judía, española, italiana o árabe y, de este modo, reconfiguraba los criterios de pertenencia a la comunidad política argentina.

    A diferencia de sus antecesores liberales, las ideas corporativas de Perón le permitieron tomar en cuenta a los grupos étnicos como actores sociales independientes. Aunque a menudo se lo vincula con el fascismo europeo de entreguerras, en los hechos, el corporativismo fue también un importante elemento del populismo latinoamericano. Tenía raíces en la doctrina social de la Iglesia y una tradición argentina desde la independencia.

    Este concepto de ciudadanía corporativa implicaba un creciente reconocimiento de los derechos colectivos. Estos reconocimientos se hicieron evidentes en la integración incremental de argentinos de ascendencia judía, árabe o japonesa al sistema político o a los movimientos indígenas más activos y movimientos de género. Ocurrieron procesos similares con todos los grupos étnicos y de género, pero en ritmos y grados distintos. Sin duda el más lento y menos consistente, en cuanto a políticas gubernamentales, fue el de promoción de los intereses de los pueblos indígenas (6). En todo caso, el Movimiento Nacional Justicialista alentó a que los inmigrantes y sus descendientes mantuvieran vínculos con sus países de origen y, así, el peronismo representó un cambio inicial en la política del reconocimiento, como en las políticas de las identidades colectivas y grupales, y no solo en la política en torno a la justicia social.

    Para principios de la década de 1950, el movimiento populista argentino comenzó a mostrar respeto por todas las religiones como un rasgo propio. En la esfera religiosa la ambición peronista se ocupó de proteger –de las trasgresiones de los privilegiados– los derechos de las minorías y de los débiles, de los grupos marginales. El proyecto justicialista se presentó como un conglomerado en el que existía un lugar para cada argentino decente que lo apoyara. Aun cuando seguían usando la terminología del «crisol de razas», las autoridades peronistas le dieron un sentido más inclusivo. Si la constitución de 1853, en su artículo 25, se refería a la necesidad de promover la «inmigración europea», un panfleto del gobierno, publicado en varios idiomas, buscaba atraer inmigrantes al hablar de Buenos Aires como un destino que daba la bienvenida a «hombres de razas amarilla, negra y blanca». En su texto explicaba que:

    Algunos [inmigrantes], los que ignoran las condiciones de vida del país, miran con temor en torno suyo. Suponen que las autoridades establecerán alguna diferencia, basándose en la que estableció la naturaleza en la pigmentación de la piel y en la forma de los ojos. Y es lógico el temor de algunos recién llegados. Ellos llevan hondas heridas que aún no han cicatrizado. En su propio país y en algún otro que tuvieron que atravesar o en el que debieron residir por un tiempo, vieron a los hombres divididos por estas teorías raciales. Al ser humano que ha vivido tan duras experiencias le viene un prolongado temor que se agudiza al llegar a un país cuyas costumbres y leyes no conoce bien. Pero su asombro va en aumento. Renace su tranquilidad; no solo ha encontrado un nuevo país, sino un nuevo mundo. Desde ese momento vuelve a vivir con la seguridad de que es igual a cualquier otro hombre del mundo… (7)

    Durante la segunda mitad del siglo XX, el papel de argentinos de origen semita o asiático en la política cobró significancia, tanto en los niveles municipales como provinciales y nacionales. El apogeo de este proceso de inclusión política fue la elección de Carlos Saúl Menem a la presidencia en 1989. Durante la década en que este riojano con raíces sirias gobernó, los ciudadanos de orígenes árabes ejercieron una influencia destacada en el sistema político argentino.

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    Carlos Menem y Néstor Perl, un gobernador argentino-judío con un presidente argentino-árabe. Fuente: Gentileza de Néstor Perl, archivo particular del autor .

    Ya en el período del primer peronismo, se notaba el protagonismo que tuvieron los descendientes de sirio-libaneses, judíos y en menor medida japoneses en importantes cargos políticos. Uno de los periódicos árabes en Argentina, Azzaman: La Época. Órgano Libanés, tituló con orgullo su portada del mes de abril de 1946 de la siguiente manera: «Un vice gobernador, un senador, y cinco diputados en el nuevo período constitucional de la República pertenecen a nuestra colectividad». El vicegobernador era el de Córdoba, Ramón Asís; el senador Vicente Saadi (Catamarca) y los diputados incluían a Leonardo Obeid (Córdoba), Rosendo Allub (Santiago del Estero), Teófilo Naim (Buenos Aires) y Cayetano Marón (Buenos Aires). Dos años después, en 1948, de 200 diputados peronistas en el Congreso de la Nación, 25 eran descendientes de inmigrantes árabes y, cuando cayó Perón en septiembre de 1955, había 12 diputados argentinos-árabes (8).

    Lo que caracterizó a casi todos estos políticos fue su accionar en el ámbito provincial, su patria chica, y su pertenencia al partido peronista o a partidos neoperonistas. Uno de los más destacados fue Vicente Leónidas Saadi, hijo de inmigrantes libaneses que se asentaron en la provincia de Catamarca a comienzos del siglo XX. Como parte del movimiento peronista, la familia Saadi controló la política local durante casi cinco décadas.

    Un caso similar es el de Felipe Sapag, de la provincia de Neuquén. Los Sapag dominaron la escena desde que el territorio neuquino fue promovido a la condición de provincia y hasta la segunda década de nuestro siglo, sobre todo mediante el partido neoperonista que fundaron, el Movimiento Popular Neuquino (MPN). Un tercer caso de caudillaje provincial con ancestros árabes es el del gobernador de la provincia de Corrientes, Julio Romero, cuya familia era originaria de la localidad libanesa de Baalbek. Considerado uno de los colaboradores más cercanos a Perón, su familia, los Romero Feris, ejecutaron su legado aunque no desde el Partido Justicialista sino desde el Partido Autonomista Liberal (PAL) que apoyó al gobierno de Menem. Estos tres casos demuestran la creciente importancia de este grupo étnico en la política argentina, especialmente dentro del movimiento peronista, no solo en el contexto local sino también en la arena nacional. (9)

    En el caso de los judíos se destacaba la creación de la Organización Israelita Argentina (OIA), abiertamente cercana al peronismo, así como el rol jugado por dirigentes de origen judío del movimiento trabajador (como Ángel Perelman de los metalúrgicos, Ángel Yampolsky de los frigoríficos, o Rafael Kogan de los ferroviarios), empresarios (liderados por José Ber Gelbard), el magnate de los medios de comunicación, Jaime Yankelevich, e intelectuales (como César Tiempo, León Benarós o Julia Prilutzky).

    La sección japonesa del Partido Peronista, a diferencia de la OIA, tardó mucho más y fue lanzada recién en mayo de 1955. Dado que el gobierno sucumbió poco después, no llegó a generar un verdadero impacto en la comunidad de nipo-argentinos. Sin embargo, en 1954, Ángel Kiyoshi Gashu fue el primer nikkei elegido como Diputado Nacional, por el peronismo y como parlamentario formó parte de la Comisión de Relaciones Exteriores hasta la caída de Perón. También se desempeñó al frente de la Dirección Nacional de Estadísticas y Censos.

    El populismo es uno de los conceptos más difusos en el léxico político moderno. Obviamente, la falta de una ideología coherente y sistemática como en los casos del liberalismo o del marxismo no facilita la tarea del investigador a la hora de descifrar este fenómeno. Las dilatadas y zigzagueantes carreras de numerosos políticos populistas hacen más complejo el problema, particularmente en los casos de líderes carismáticos que fueron cambiando sus políticas, estrategias y principios ideológicos a lo largo de varias décadas (10).

    Los movimientos populistas del siglo pasado tendían a ser policlasistas, aunque el grueso de su poder se derivaba del apoyo de la clase obrera urbana y partes de la burguesía industrial nacional. Un preclaro ejemplo en la Argentina fue el movimiento peronista, un bloque contra-hegemónico, descrito con precisión por Torcuato Di Tella hace ya medio siglo (11). Incluía a diversos sectores de la clase media, parte de la burguesía nacional, las facciones en las Fuerzas Armadas que predicaban la industrialización como una forma de garantizar la grandeza nacional y, por supuesto, a la mayor parte de la clase trabajadora. Su ideología anti status quo representaba las protestas de los excluidos, los grupos marginales que deseaban una redistribución del poder, favoreciendo a la mayoría, y una reconsideración del concepto de ciudadanía. Por consiguiente, puede tener mayor sentido hablar de un conjunto de valores y creencias que, aunque no esté ordenado en forma sistemática, refleja una visión determinada del mundo. Lo que parecía ser una ambigüedad ideológica se derivaba, sobre todo, del hecho de que los movimientos populistas eran amplias coaliciones que representaban prácticamente a todos los sectores sociales, exceptuando a las elites tradicionales y a la oposición revolucionaria.

    El peronismo rechazaba a la oligarquía por una parte y a la revolución socialista por la otra, proponiendo una postura intermedia que enfatizaba valores estatistas, con el fin de evitar distorsiones socioeconómicas y garantizar el progreso, aunque sin plantear un reto al principio de la propiedad privada. Simultáneamente prometía solidaridad social para afrontar la alienación que provocaba el capitalismo industrial moderno en la clase obrera. El peronismo glorificó el trabajo y a los trabajadores, reconoció a los sindicatos y alentó su expansión y adoptó medidas para rehabilitar diversos aspectos de la cultura popular y del folklore que hasta entonces eran vistos con desdén por las elites eurocéntricas. En resumidas cuentas, estableció una nueva jerarquía simbólica de la sociedad. Al fin y al cabo, las expresiones simbólicas de integración social e incorporación política eran no menos importantes que sus expresiones materiales y concretas. Los principales beneficiarios de la reciente integración al cuerpo social nacional fueron, evidentemente, miembros de la clase obrera, pero grupos inmigrantes, incluyendo judíos, árabes y japoneses también obtuvieron importantes ganancias de este proceso.

    El concepto de ciudadanía cristalizó, en las sociedades modernas, como la idea central que define los derechos civiles, políticos, socio-económicos y culturales. La ciudadanía define las condiciones para la membresía en una comunidad política mediante el trazado de mapas de grupos de personas que tienen derechos y deberes y que se diferencian de aquellos que no tienen estos mismos atributos. Este concepto genera el marco social dentro de sociedades diferentes. Hay veces en que dichas fronteras son inestables y están sujetas a cambios por tendencias culturales o socio-económicas, o bien a causa de movimientos políticos que plantean un reto a la definición hegemónica de ciudadanía (12). La ciudadanía es utilizada entonces como un instrumento de integración que media entre los habitantes de un lugar específico, a pesar de sus diferencias sociales y culturales. También permite a grupos étnicos, como los argentinos-árabes, hacer frente a estereotipos negativos y aspirar a una integración a la sociedad local y a una identidad nacional sin perder sus idiosincrasias (13).

    El quid de la cuestión de la ciudadanía está en la interacción entre pertenencia, reconocimiento público y política. Su carácter depende de la calidad de la relación entre grupos e individuos por un lado y Estados y naciones por el otro. Desde una perspectiva histórica, integración y exclusión fueron parte de los programas de ciudadanía que las diversas repúblicas latinoamericanas asumieron al finalizar la era colonial. Las elites en esos países desarrollaron un concepto acerca de quién estaría representado en el Estado e integrado al mismo y quién quedaría al margen de la sociedad. Con el correr del tiempo fueron adoptando un liberalismo conservador y también el positivismo como sus directrices para todo lo vinculado a sus políticas. Estas percepciones generaron importantes consecuencias con respecto al acceso a posiciones de poder, recursos económicos y reconocimiento público, para diversos grupos y sectores sociales (14).

    La década peronista dio legitimidad a las diferentes identidades de grupos inmigrantes y resaltó la diversidad cultural de la sociedad argentina. Perón intentaba actualizar las condiciones de pertenencia a la comunidad política argentina. En esta misma línea, valoraba la capacidad de adaptación de los inmigrantes a su nuevo hogar nacional. Así, por ejemplo, en el caso de los argentinos con raíces en el Medio Oriente:

    Es proverbial en nuestra tierra el poder asimilativo de los árabes. El poder asimilativo es, quizá, la condición más extraordinaria de los hombres de acción. Generalmente, es esa acción inextinguible del esfuerzo que asimila y une a la tierra. El árabe en nuestra patria ha dado ejemplo de ser, quizá, el que más rápidamente se asimila a nuestra tierra y a nuestras costumbres, a nuestras glorias y a nuestras tradiciones (15).

    El destacar esa capacidad de adaptación a las costumbres locales no se contradecía con la compatibilidad de mantener otras tradiciones traídas de los países de origen. La Primera Dama no se alejaba de la opinión de su marido, al hablar de «estos pueblos árabes que han demostrado ser hombres honrados y de trabajo, que se han asimilado a nuestra patria y que se han sentido orgullosos de vivir bajo el pabellón azul y blanco» (16). En términos generales, tanto Juan como Eva Perón rechazaban el argumento de la alienación de los argentinos-árabes y ponían de relieve su lealtad al país al tiempo que bregaban por integrarlos a la sociedad en su conjunto. También lo encontramos reflejado en el discurso que el presidente pronunció ante parlamentarios con raíces libanesas, cuando les dijo que «al llegar ustedes a esta casa, yo no considero solo que ha llegado la colectividad libanesa; yo creo que ha llegado un sector de compatriotas» (17).

    Esta línea discursiva no estaba dirigida solamente a argentinos-árabes, sino que pudo detectarse con otros grupos étnicos como los judíos o los japoneses. En el primero de esos casos, durante la inauguración de la sede de la Organización Israelita Argentina (de hecho la sección judía del partido peronista) en 1948, Perón subrayó la «honra infinita de ser el presidente de todos los argentinos» (18). Al incluir a este grupo étnico en el conjunto de los ciudadanos de la nación, dejaba claro que los judíos eran parte integral del pueblo argentino. La misma pauta se identifica en una alocución a la comunidad de origen japonés: «cuando decimos ‘para todo el pueblo argentino’, tenemos la inmensa satisfacción de comprender a todos los japoneses que viven con nosotros como integrantes absolutos de ese pueblo argentino por quien luchamos y trabajamos» (19).

    Antes del surgimiento del peronismo, no siempre se consideró a los judíos, árabes o japoneses como parte del demos argentino. Otorgar ciudadanía formal a todos los pueblos indígenas y grupos de inmigrantes no tenía gran significado en una sociedad en la que las elecciones estaban arregladas y las elites veían con desdén a la cultura inmigrante y a la popular. Fue el peronismo el que abrió el camino a nuevas definiciones de ciudadanía. Con su rehabilitación de la cultura popular y el folklore, sus esfuerzos por re-escribir la historia nacional, y su inclusión de las minorías étnicas que previamente languidecían al margen de la sociedad, el peronismo transformó a muchos de estos «ciudadanos imaginarios» en parte integral de la sociedad argentina. Las políticas de Perón reconocieron la legitimidad de los reclamos de las identidades étnicas colectivas, y por ello múltiples. Precisamente al tomar en cuenta no solamente a los derechos individuales, sino a los de grupo, cimentó la ruta hacia la Argentina multicultural actual.

    En estos tres casos –argentinos de extracción árabe, judía o japonesa– vemos que Perón era muy consciente de la alienación sentida por numerosos inmigrantes no latinos y/o no católicos, y que había resuelto disminuir esa sensación mediante varias medidas, así como declaraciones públicas en las que afirmaba su condición como parte integral del pueblo argentino. Con estas manifestaciones de empatía, dirigidas a diversos grupos étnicos, Perón generó en diversos sectores que hasta entonces estaban relegados de la vida pública una sensación de pertenencia. El concepto de «unidad espiritual del pueblo» incluía a todo aquel que respaldara al movimiento y que no se opusiera a él (20). Por consiguiente, al reconocer el apoyo dado por numerosos argentinos-árabes, por ejemplo, a la doctrina justicialista, el líder los incluía de hecho en las filas del pueblo peronista:

    Cuando nosotros iniciamos en esta Nueva Argentina una cruzada que ya discutieron y conformaron hace tres mil años los árabes en su tierra, estaba persuadido en absoluto de que pocos árabes podrían estar contra las concepciones doctrinarias del justicialismo. Y no dudaba de ello porque sé de su grandeza y sé de sus luchas por mantener esa grandeza de espíritu a través de los siglos. Por eso he considerado siempre a los árabes de la Argentina, no como una colectividad extranjera, sino como una colectividad argentina. Y no la he considerado así solamente porque mi corazón me lo dictara, sino también porque los he visto compartir nuestras ideas y nuestros sentimientos, y no hay nada que hermane más a los hombres que el compartir los propios sentimientos y las propias ideas (21).

    El movimiento peronista alentó a los inmigrantes a mantener lazos con sus países de origen. Por ejemplo, el peronismo no veía como incompatible la lealtad simultánea de argentinos-judíos a su país y al Estado de Israel. Perón consideraba al recientemente declarado Estado como la «patria» de todos los judíos, del modo en que otros grupos étnicos llegados a las costas del Plata tenían: España para los españoles, Italia para los italianos, etc., dando así legitimidad a la identificación con el sionismo de parte de la comunidad judía. El líder se refería en términos similares a los argentinos-árabes, aceptando su actividad transnacional en la que veía un contacto vital con los países mesorientales, sobre todo con las recién creadas repúblicas de Siria y El Líbano. En la ceremonia, en que recibió una condecoración del gobierno sirio, dijo:

    Señor Ministro: Yo le ruego que, además de los que oficialmente contestaré al gobierno sirio, quiera ser intérprete de mi profundo agradecimiento y decirle, al señor Presidente que en esta lejana Argentina viven y trabajan sus hombres con el mismo cariño con que vivieron en Siria; y que el presidente de la República Argentina, obligado una vez más por esta amabilidad de su gobierno, será fiel intérprete de ese sentimiento amistoso y cariñoso con que los argentinos acogemos en nombre de Siria y sus representantes y sus connacionales (22).

    Su política reconocía la legitimidad de una coexistencia de identidades étnicas colectivas y variadas. Podemos ver aquí una comprensión de la relación entre la diáspora y los orígenes. Mientras este u otro grupo étnico continuó apoyando a Perón, él a su vez reconocía y alentaba relaciones transnacionales, en parte para llevar a cabo su política internacional. Es en este contexto que también expresó su apoyo por las luchas de independencia de los países árabes y la reconstrucción de Japón después de su derrota militar en la segunda guerra mundial (23).

    Tras su victoria electoral en 1946, Perón declaró que su política socioeconómica sería equidistante del capitalismo y del comunismo, dando prioridad a los intereses propios de la Argentina. Una postura similar fue enunciada para la política exterior, que fue llamada «la tercera posición». Uno de los fundamentos de esta política era que al tratarse de un país productor de alimentos, podría obtener un sitio privilegiado en el nuevo orden creado al finalizar la guerra mundial. Basándose en ello, Perón estableció relaciones con la Unión Soviética y los países del bloque oriental, con los de la Liga Árabe, con el Estado de Israel y con Japón que estaba aún bajo control estadounidense.

    La mayor parte del flujo migratorio judío y árabe a la Argentina llegó en el último cuarto del siglo XIX y hasta 1940 y fue heterogéneo en cuanto a religión y a nacionalidad. Las cifras con respecto a la inmigración japonesa eran obviamente mucho menores, pero reflejan tendencias similares en cuanto a sus estrategias de organización, integración social y vínculos diaspóricos.

    Perón: la inclusión política de árabes, judíos y japoneses arroja nueva luz sobre el fenómeno peronista. El surgimiento del peronismo a mediados de la década de 1940 se considera un punto de inflexión crítico en la historia moderna de Argentina, cuyo impacto en la sociedad contemporánea es duradero. La mayor parte de los estudios se han centrado en diversos procesos de desarrollo económico y modernización social en la patria peronista, prestando escasa atención a la inclusión de diferentes grupos étnicos de inmigrantes y sus descendientes nacidos en Argentina (24). Este libro intenta llenar este vacío.

    Uso el término «identidad-con-guion» para sugerir que existen personas que tienen más de una identidad, cada una de las cuales está siempre en juego, aunque no siempre con el mismo peso. Empleamos este término a conciencia, con el objeto de romper con las teorías de las «identidades dobles». Esta cuestión es clave para comprender el carácter múltiple y fluido de las identidades mantenidas por individuos y colectivos de judíos, asiáticos, mesorientales y descendientes de europeos, así como por las poblaciones que precedieron a la gran migración europea a América.

    Por lo tanto, empleo en este libro el concepto de «argentinos-árabes» antes que el de «árabes argentinos», «argentinos-judíos» en vez de «judíos argentinos» y lo mismo con los «argentinos-japoneses». Esta formulación pone énfasis en la identidad nacional (argentina) sin negar la posibilidad de una identidad diaspórica (árabe, judía o japonesa). Este uso sustituye el paradigma dominante con respecto a la etnicidad en América Latina y devuelve el concepto de «Nación», en este caso Argentina, a una posición prominente. La idea es reemplazar las dicotomías y reducciones binarias y falsas. No es que a comunidades de inmigrantes y sus descendientes no les quedara más alternativa que escoger entre dos opciones: asimilarse a la cultura circundante diluyendo sus propias tradiciones, o mantenerse separados del resto del mundo a fin de preservar la pureza de su religión y de su herencia. Para mucha gente, tanto la retención de una identidad étnica como la adaptación a las circunstancias nacionales de la diáspora eran igualmente importantes, y con frecuencia lograban ambos objetivos.

    De mucha relevancia para esta discusión es también el concepto de «campo de identidad» en el cual cualquier individuo podría moverse constantemente en distintas direcciones o encontrarse en distintas coordenadas según las circunstancias cambiantes (políticas, sociales, culturales, laborales, etc.) y sus necesidades. La autora argentina Ana María Shúa, explicó una vez sus múltiples y fluidas identidades de la siguiente manera: «Con todo lo que soy. Mujer, argentina, judía y escritora, en ese orden o en cualquier otro» (25). Por su parte, Américo Yunes, hijo de inmigrantes sirios nacido en Buenos Aires en 1932, que durante medio siglo dirigió el programa de radio Patria Árabe, explicó su propio mosaico de componentes identitarios en una entrevista a El Diario Sirio Libanés: «Soy argentino, porteño de Palermo Viejo, pan-árabe, peronista (de Perón) y sufrido hincha de Racing» (26).

    El primer capítulo de este libro está dedicado a la Organización Israelita Argentina (OIA). Algunos suelen describirla como un grupo de marginales dentro de la comunidad judía, buscando una oportunidad para jugar un

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