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La democracia y la calle
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Libro electrónico363 páginas3 horas

La democracia y la calle

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Este libro analiza las circunstancias estructurales y coyunturales que explican la expansión y arraigo de las protestas como forma de soberanía popular, y reflexiona sobre el tipo de poder que construyen -un poder de veto estatal en sus expresiones más potentes-y sus significativos límites para profundizar, renovar o refundar la política democrática.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento17 oct 2022
ISBN9786123261870
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    La democracia y la calle - Carmen Ilizarbe Pizarro

    portadilla

    Serie: Ideología y Política, 58

    © IEP Instituto de Estudios Peruanos

    Horacio Urteaga 694, Lima 15072

    Telf.: (51-1) 200-8500

    Correo-e: libreria@iep.org.pe

    www.iep.org.pe

    ISBN eBook: 978-612-326-187-0

    ISSN: 1019-455X

    Primera edición digital: Octubre, 2022

    Hecho el Depósito Legal en la Biblioteca Nacional del Perú, N.º 2022-10291

    Registro del proyecto editorial en la Biblioteca Nacional: 31501132200509

    Asistente editorial: Yisleny López

    Corrección de estilo: Daniel Soria

    Diagramación: Silvana Lizarbe

    Carátula: Apollo Studio

    Revisión de artes portada: Gino Becerra

    Cuidado de edición: Odín del Pozo

    Imagen de carátula: Ilustración de Juan Pablo Campana sobre la base de fotografía de Carmen Ilizarbe La democracia en las calles.

    Prohibida la reproducción total o parcial de cualquier parte de este libro sin permiso de los editores.

    Ilizarbe Pizarro, Carmen

    La democracia y la calle: protestas y contrahegemonía en el Perú. Lima, IEP, 2022. (Ideología y Política, 58)

    1. POLÍTICA; 2. DEMOCRACIA; 3. LIBERALISMO; 4. AUTORITARISMO; 5. PROTESTAS SOCIALES; 6. ESPACIOS PÚBLICOS; 7. CIUDADANÍA; 8. SIGLO XXI; 9. PERÚ

    W/04.04.02/I/58

    Índice

    AGRADECIMIENTOS

    INTRODUCCIÓN. MULTITUD, ESFERA PÚBLICA Y CONTRAHEGEMONÍA EN EL PERÚ

    1. POLÍTICA E IMAGINACIÓN

    La dimensión imaginaria de las instituciones

    El imaginario moderno de la democracia liberal

    La política autoritaria del fujimorismo

    2. LA POLÍTICA Y LA ESFERA PÚBLICA

    Una esfera pública plural y desigual

    La esfera pública bajo el fujimorismo

    Primeros signos contestatarios

    3. RECUPERANDO LA CALLE

    La política de la calle

    Lo que dicen los números

    La expansión de las protestas callejeras

    Imágenes de democracia en las protestas

    Puntos de inflexión

    Una esfera pública contrahegemónica

    4. LA UNIDAD EXTRAORDINARIA: LA MARCHA DE LOS CUATRO SUYOS

    El sujeto colectivo de la política

    La Marcha de los Cuatro Suyos y lo extraordinario

    La política como articulación

    La importancia de los afectos

    La doble frontera de la hegemonía

    5. DESARTICULACIÓN: MULTITUD Y DESACUERDO

    Una transición unidimensional

    Desacuerdo y democracia

    Tres casos aleccionadores

    Democracia como autorrepresentación

    CONCLUSIÓN. PROTESTAS Y DEMOCRACIA EN EL SIGLO XXI

    ANEXOS

    BIBLIOGRAFÍA

    Para Alonzo,

    pleno de mañana,

    con amor, esperanza y gratitud.

    Ilustración de Juan Pablo Campana sobre la base de fotografía de Carmen Ilizarbe La democracia en las calles.

    El espacio público es el escenario original de la política. Disponible en la página de Facebook de Decisión Ciudadana.

    Festibalazo. Publicada en Un lugar, de Raúl García Pereira.

    Agradecimientos

    La publicación de este libro ha sido un camino largo e intenso y he arribado a salvo con el apoyo de mentores, colegas, estudiantes, instituciones, amistades y familiares a quienes quiero expresar mi agradecimiento.

    Andreas Kalyvas, mi asesor de tesis doctoral en The New School for Social Research, orientó mi trabajo de investigación con retadora e inspiradora firmeza, respetando siempre mis elecciones en el proceso. Carlos Forment, Federico Finchelstein y Jo-Marie Burt, miembros de mi comité de tesis, ofrecieron en distintos momentos valiosos comentarios y sugerencias. Daniella Gandolfo fue mi compañera de viaje de inicio a fin, desde el proyecto de investigación hasta la publicación; interlocutora generosa y aguda, siempre.

    Aunque el proceso de escribir una tesis y un libro es bastante solitario, mi trabajo se benefició de varios espacios de discusión en los que recibí valiosísimos aportes, críticas y comentarios que me han permitido desmadejar y aterrizar mejor los argumentos centrales del libro. Cuando la investigación ofrecía sus primeros hallazgos Martín Tanaka organizó una mesa verde en el Instituto de Estudios Peruanos, y Rolando Ames organizó una sesión de discusión en la Facultad de Ciencias Sociales de la Pontificia Universidad Católica del Perú. Claudio Lomnitz, quien conoció el proyecto desde el inicio, me invitó a discutir en público los resultados una vez defendida la tesis en el Institute of Latin American Studies de Columbia University. Asimismo, mis clases de teoría política y los seminarios de investigación en la Universidad Antonio Ruiz de Montoya y la Pontificia Universidad Católica del Perú han sido valiosos espacios de diálogo y debate con las y los estudiantes.

    A menudo he mejorado la formulación de mis argumentos en diálogo con colegas y amigos a quienes agradezco el interés y la buena conversación. En distintos espacios y momentos fueron de mucha ayuda los intercambios con Carlos Iván Degregori, Rolando Ames, Makena Ulfe y Cecilia Méndez. También agradezco a Carlos León Xjiménez y Juan Carlos Carrillo por las reflexiones compartidas sobre el espacio público y la política a lo largo de tantos años, incluso desde las mismas calles en nuestras tempranas incursiones urbanas.

    En el curso del desarrollo de la investigación Susana Ilizarbe y Margarita Velasco fueron de inmensa ayuda en la recopilación y organización de parte de la información utilizada en la tesis. El apoyo de Diego Retamozo en un momento crítico, fue sumamente valioso. Lara Gómez revisó parte de la versión final del manuscrito de la tesis doctoral, y Ximena Ruiz Rosas me regaló hermosos días de escritura junto al mar.

    El tema empezó a tomar cuerpo gracias a un proyecto de educación ciudadana liderado por Bernardo Haour, SJ y Francisco Chamberlain, SJ en el Instituto de Ética y Desarrollo de la Universidad Antonio Ruiz de Montoya. En los duros años de 1999 y 2000 compartí con ellos, con un comprometido grupo de colegas vinculados a la Compañía de Jesús, y con decenas de jóvenes de varias regiones del Perú la preocupación y el compromiso por recuperar el país, y en ese contexto surgieron las primeras interrogantes del proyecto de investigación.

    Agradezco al Janey Program in Latin American Studies de The New School for Social Research y a The New School for Social Research por proporcionar financiamiento parcial para realizar el trabajo de campo en el Perú. También doy gracias a la Universidad Antonio Ruiz de Montoya por brindarme tiempo y recursos para escribir la primera versión del manuscrito de la tesis, y al Vicerrectorado de Investigación de la Pontificia Universidad Católica del Perú por financiar la traducción de sus capítulos centrales, los mismos que constituyen la base de este libro. Gracias, especialmente, a Angelina Cotler, traductora del manuscrito y sagaz interlocutora en el tramo final de la publicación.

    Raúl García Pereira tomó la foto que ha acompañado mis reflexiones sobre las protestas en estos años, Festibalazo, y con inmensa generosidad ha permitido que la reproduzca como uno de los epígrafes de este libro; mi emoción por incluir la foto es tan grande como mi agradecimiento. Juan Pablo Campana es autor de la ilustración en la carátula, que le ha dado vuelo bellamente a una fotografía que tomé en la protesta del 17 de julio del 2013 en Lima contra el reparto negociado en el Congreso de la República de designaciones en la Defensoría del Pueblo, el Tribunal Constitucional y el Banco Central de Reserva, la llamada repartija.

    El Instituto de Estudios Peruanos acogió con entusiasmo el proyecto de la publicación del libro. Agradezco de corazón el impulso y los comentarios iniciales de Ludwig Huber, la determinación de Raúl Asensio en los duros tiempos de pandemia en el Perú, el acucioso trabajo editorial de Odín del Pozo, la esmerada corrección de estilo de Daniel Soria y el apoyo permanente de Sarita Silva en las gestiones editoriales.

    Finalmente, quisiera reconocer con enorme gratitud el cariño y soporte de mi familia en este largo viaje. Gracias a Carmen y Wilfredo por su seguridad de que culminaría el proyecto; a Susana y Willy que siempre estuvieron ahí para mí cuando les necesité; a Juan Pablo que me animó a continuar siempre a lo largo de los años; a Alonzo, cuya hermosa sonrisa y refrescante sabiduría me permitieron sobreponerme a los inevitables baches; a LukeSkywalker, el mejor asistente de escritura. Y a Rafael, por acompañarme a estirar las palabras sobre el papel.

    Introducción

    Multitud, esfera pública

    y contrahegemonía en el Perú

    En julio del año 2000, en medio de la tradicional celebración de Fiestas Patrias, cientos de miles de personas se manifestaron en el Perú contra la tercera toma de posesión presidencial consecutiva de Alberto Fujimori. Fue una protesta de tres días que se expandió incontenible por el centro histórico de Lima y las calles y plazas de las más importantes ciudades del país. Una muchedumbre alegre, colorida, compacta y por momentos enfurecida salió a las calles a rechazar a un gobierno que, por casi una década, había socavado el estado de derecho para perpetuarse en el poder. La multitud estaba allí, con muchos pies, manos y sentidos (Aristóteles 1989: 308), rebelándose contra un régimen que había logrado concentrar el poder sin ninguna forma significativa de oposición política hasta entonces.

    Fue un suceso extraordinario: la Marcha de los Cuatro Suyos, en ese entonces la mayor protesta nacional en la historia del país, rápidamente convertida en el símbolo de la movilización contra el fujimorismo, cuestionó con fuerza la normalidad de la política peruana y la legitimidad del gobierno. Como si en ese momento se pudieran ver nítidamente y recrear los límites de la participación política nacional, numerosos grupos usualmente marginales en relación con la toma de decisiones levantaron sus voces y exigieron desde la calle el fin del régimen autoritario. Por fuera de los canales y mecanismos políticos preestablecidos y desde el espacio público por excelencia, la multitud redibujó, aunque solo fuera momentáneamente, los límites que en el Perú contienen a la esfera pública, y materializó lo que era altamente improbable. Esa fuerza constituyó un pico histórico que jaqueó al fujimorismo meses antes de que apareciera el famoso video en el que Vladimiro Montesinos, el asesor presidencial, sobornaba a un congresista de la oposición, lo que forzó finalmente la caída del régimen.1 Así, la multitudinaria protesta inició el proceso político que condujo a la caída del fujimorismo y la posterior transición democrática.

    Esta excepcional situación de reconstitución nacional de la soberanía popular iluminó con rara claridad las posibilidades y desafíos de la acción política en el Perú. Demostró que la sociedad podía superar, aunque fuera momentáneamente, las diferencias y desigualdades que suelen limitar la acción colectiva para encarnar un sujeto político plural que reafirmaba la posibilidad de la democracia, y la exigía desde las calles. Yo estuve entre esa multitud. Ser parte de ella, una de las experiencias más intensas y reveladoras que recuerdo, marcó mis intereses de investigación durante una década. Como estudiante universitaria de fines del siglo XX me interesé por la política, pero no había oportunidad de participar formalmente porque ya no quedaban partidos. En mis tiempos de estudiante de pregrado, la antipolítica era rampante, el neoliberalismo se estaba convirtiendo en sentido común y las secuelas del conflicto armado interno aún organizaban la vida cotidiana. Pero en 2000, desde dentro de la multitud, vi resurgir otra forma de hacer política. Algo diferente, quizás nuevo, se estaba gestando.

    Veinte años después, en noviembre de 2020, un hecho muy similar y a la vez distinto ocurrió. En respuesta a un intento de golpe de Estado desde el Congreso de la República, en plena pandemia del covid-19 y pese a una agresiva política de confinamiento y exclusión del espacio público, multitudinarias protestas se extendieron por todo el país y derrocaron en menos de una semana al gobierno de Manuel Merino. Fue una expresión indiscutible de soberanía popular que, contra todo pronóstico, logró sostener a la debilitada democracia peruana en las circunstancias más duras, y puso en evidencia la fuerza de un poder de veto desplegado anónima y masivamente como potente contrapeso político (Ilizarbe 2021c). Dos décadas después de la recuperación de la democracia, el país estaba nuevamente en un punto crítico de defensa de sus fundamentos. En veinte años, la democracia peruana parecía no haber avanzado sino retrocedido, y si no se quebraba era por la irrupción de una forma de soberanía popular que ejercitaba, con eficacia inmediata esta vez, un poder de veto político que logró sostener al precario régimen. A diferencia de la Marcha de los Cuatro Suyos, el estallido de noviembre de 2020 logró deponer rápidamente al gobierno usurpador, y aunque este resultado pone en evidencia la debilidad de la institucionalidad política peruana (Ilizarbe 2022a), también demuestra que la capacidad de respuesta e intervención política de la sociedad resulta importante, al punto que llega a constituirse en un contrapoder efectivo de los gobernantes en circunstancias límite.

    En el Perú, la calle se ha convertido en una arena de la política que compite codo a codo con la arena institucional. Desde avenidas y plazas, en todo el país la gente se organiza en el espacio público para intervenir políticamente en defensa de sus derechos e intereses. El espacio público, como anota la fotografía de autor anónimo que sirve de segundo epígrafe a este libro, es el escenario original de la política, lugar de encuentro e intercambio, de negociación de sentidos comunes, de expresión de desacuerdos y forja de acuerdos. En la calle se protesta, se canta, se baila, se celebra, se reza, se compra y se vende, se hace memoria y se lucha colectivamente, y no solo como individuos. En la arena política de la calle se constituyen sujetos colectivos que marcan el ritmo y la dirección de la acción común. Como en el pogo captado por Raúl García Pereira, en la tercera fotografía epígrafe, la vorágine humana materializa momentáneamente un sujeto nuevo, colectivo y anónimo, cuya potencia se expande incontenible al calor de las emociones.

    En el Perú del siglo XXI, la soberanía popular se expresa permanentemente y ejerce su poder desde la calle, desde los márgenes de la institucionalidad, multitudinariamente. A falta de espacios efectivos para la participación política en asuntos de interés público, la gente toma las calles y ensancha de facto los contornos de la esfera pública para desde allí constituirse en un contrapeso efectivo del Gobierno. Asuntos tan disímiles como la transparencia de los procesos electorales, los derechos laborales, la propiedad y el trabajo de la tierra, la violencia de género o el uso del agua y la contaminación ambiental constituyen una compleja agenda ciudadana, en la que las demandas no calzan entre sí, y las expectativas tampoco. En la calle también se expresan en imágenes y símbolos las nociones esenciales del carácter actual de la política, los significados no siempre convergentes que la promesa de la democracia evoca y las formas variopintas de practicar la política; especialmente cuando las coyunturas críticas producen nítidos antagonismos que arremolinan a la gente en torno a un bando u otro.

    Desde los últimos años del siglo XX y en lo que va del siglo XXI, la protesta ciudadana se ha convertido en una forma de participación política informal con peso propio en la política institucional. Las protestas callejeras no son ya acciones extraordinarias, sino más bien normalizadas como un canal alterno para exponer las demandas de grupos diversos de la sociedad que no tienen otra forma de influir en las decisiones políticas y no se resignan a que sus voces sean silenciadas. En poco más de veinte años hemos asistido a la normalización de una forma de intervención política extraordinaria, con consecuencias que corresponde establecer. La política de lo extraordinario tiene un potencial democratizador (Kalyvas 2008), sin duda, pero ese potencial no puede garantizarse en el proceso.

    ¿Cómo explicar y entender el surgimiento de estas formas de articulación de soberanía popular en el Perú contemporáneo? ¿Cómo caracterizar al sujeto político colectivo que impulsa esta particular praxis política? ¿Cuáles son sus limitaciones y riesgos? ¿Cuál es el impacto de esta forma de hacer política en la democracia peruana?

    El Perú se inscribe en una visible corriente de politización social en respuesta a diversas formas de crisis en el mundo que sin ser necesariamente globales coinciden con la crisis actual del capitalismo y con la crisis de representación política que afecta con fuerza a las democracias contemporáneas. Desde el inicio del siglo XXI, las protestas y movilizaciones populares masivas han sido recurrentes tanto en el hemisferio norte como en el sur, en Occidente como en Oriente. Una de las olas más llamativas fue la primavera árabe iniciada en Túnez a fines de 2010, cuyo ejemplo promovió una revuelta democratizadora en Egipto y otros países árabes en los que emergió un novedoso imaginario político: el de la nación democrática secular (Challand 2011b). En Europa y Estados Unidos, la gente se movilizó también, aunque en reacción a la crisis financiera de 2008; en España, los Indignados demandaron un cambio radical desde las calles y el Movimiento del 99% se alzó en varias ciudades europeas (Castells 2012). Hubo disturbios en Atenas, París e Inglaterra (Badiou 2012), y en los Estados Unidos el movimiento Occupy Wall Street se expandió desde Nueva York hacia otras importantes ciudades del país (Butler 2015, Castells 2012, Graeber 2011).

    En América Latina, en la primera década del siglo XXI, movilizaciones populares impulsaron gobiernos de izquierda en Bolivia, Ecuador y Venezuela (Cameron y Luna 2010), y protestas contra el neoliberalismo en Argentina (Cohen 2003). En la segunda década, especialmente en el año previo a la pandemia del covid-19, en varios países de la región las calles se vieron inundadas de multitudes que pusieron en jaque a sus gobiernos. Aunque las características y agendas son diversas, la expresión del hartazgo de las instituciones formales y los liderazgos tradicionales ha sido contundente, así como la emergencia de nuevos sujetos políticos y formas de activismo político (Bringel 2021, Murillo 2021). En Argentina, un impresionante movimiento de mujeres promovió por años —y logró finalmente en 2020— la promulgación de la ley que legaliza el aborto y lo declara un derecho garantizado por el Estado (Gago 2019). En Ecuador, un levantamiento popular, que se sostuvo por casi dos semanas enfrentando una brutal represión, impidió una medida de ajuste financiero neoliberal (Herrera 2021, Moreno et ál. 2021) y en Colombia un paro nacional articuló una fuerte oposición social al gobierno de Iván Duque y a sus principales políticas (Prada-Uribe y Lopera Lombana 2021). En Chile, las revueltas iniciadas por estudiantes escolares, en claro desacato a una norma estatal que elevaba aún más el costo de vida de los sectores populares, desataron multitudinarias protestas con el lema no son treinta pesos, son treinta años, y provocaron un estallido democratizador que generó un proceso constituyente y de refundación política (Araujo 2019, Heiss 2020, Svampa 2021, Zarzuri et ál. 2021).

    Chile es el caso con el que se suele comparar al Perú. En efecto, hoy el Perú presenta más similitudes con Chile que con Colombia, Venezuela, Bolivia o Argentina. No tiene un movimiento indígena capaz de deponer presidentes como en Ecuador o Bolivia, aunque el movimiento indígena amazónico es importante. No tiene el compacto movimiento feminista argentino. Con Venezuela comparte la experiencia populista autoritaria, aunque en Venezuela el gobierno de Hugo Chávez se situó a la izquierda del ideario político, mientras que en el Perú el gobierno de Alberto Fujimori se ubicó a la derecha. Es semejante a Colombia por el prolongado conflicto armado interno, aunque Colombia es un país con mayor institucionalidad política a pesar de que la violencia organizada está incrustada en la vida social por décadas. Se parece más a Chile como estricto laboratorio neoliberal de más de tres décadas.

    Las semejanzas con Chile no son pocas. Tienen que ver, en primer lugar, con el modelo neoliberal implantado en un contexto dictatorial e institucionalizado desde una constitución; en segundo lugar, con una transición política auspiciosa primero y decepcionante después, dada la continuidad del modelo económico y la agudización de las brechas de desigualdad. Tercero, es semejante el rechazo a los partidos políticos y la emergencia de una oposición social para hacer frente a las políticas extractivistas y las que recortan derechos sociales y económicos que caracterizan la agenda neoliberal. Las diferencias suelen establecerse al señalar que el Perú es un caso deficitario respecto de los procesos políticos y económicos, supuestamente mejor llevados en Chile.2 Pero el Perú, como cada país, tiene características específicas que hacen de su trayectoria un caso único. En relación con Chile, la diferencia más importante es que el sistema de representación política colapsó a inicios de la década de 1990, y son más de treinta años sin un sistema de partidos ni partidos políticos que no sean emprendimientos electoreros; el país es más bien conducido por una tecnocracia que sigue las líneas matrices del neoliberalismo. Asimismo, persisten las secuelas y la deuda social con los familiares de las víctimas de un conflicto armado interno sobrevivido en democracia y no en dictadura, con brutales violaciones de derechos humanos. También las profundas crisis económicas de la década de 1980 e inicios de la de 1990 marcan una diferencia notable, así como la diversidad cultural asociada a una sociedad estamental que reproduce relaciones de desigualdad y jerarquía.

    En esta investigación, antes que establecer comparaciones equiparando procesos, busco profundizar en las circunstancias estructurales y coyunturales que en el Perú permitieron la emergencia y persistencia, es decir la institucionalización informal, de la protesta como instancia de participación política que ejerce un poder de veto popular sobre los gobiernos democráticamente elegidos del siglo XXI. El Perú es uno de los primeros países en este siglo en los que se expresa multitudinariamente la soberanía popular como un desborde de las instituciones formales; es también un caso en el que la ola de protestas que acompañó a la transición política no cesó luego de la recuperación de la democracia; al contrario, las protestas se incrementaron y convirtieron en una práctica política sostenida que señala nuevas formas de entender lo político, particularmente la democracia. Luego de la caída de Fujimori y la transición, el gobierno de Alejandro Toledo —explícitamente orientado a consolidar el proceso de democratización— se caracterizó por una persistente inestabilidad política provocada por recurrentes protestas populares, a pesar de verse beneficiado por un importante crecimiento económico y llevar adelante reformas institucionales orientadas a fomentar la participación popular a través de medios institucionales. Lo que parecía ser un claro consenso a favor de la política democrática en el año 2000 se desarticuló en una amplia gama de opiniones y demandas políticas, difícilmente conciliables, pero aun así permanentemente presentes en la esfera pública nacional. La ocurrencia sostenida de movilizaciones populares afecta fuertemente la política peruana porque en ciertas ocasiones logran bloquear decisiones gubernamentales. En otras palabras, los actores populares se han vuelto capaces de ejercer un poder de veto informal contra el Estado desde las calles, el espacio de disputa por el poder en el Perú durante las dos últimas décadas. Todos los gobiernos peruanos del siglo XXI han estado sometidos a esta forma de contrapoder.

    Este libro, basado en mi tesis doctoral y en investigaciones posteriores siguiendo la ruta analítica allí desarrollada, examina diez años de política contenciosa en el Perú y particularmente de la protesta ciudadana desde el inicio de las movilizaciones contra el gobierno autoritario de Alberto Fujimori (1997- 2000), durante el proceso de reinstitución de la democracia, hasta el final del gobierno de Alejandro Toledo (2001-2006).3 El análisis detallado de la conformación de una oposición social contra el fujimorismo y su despliegue más allá del proceso político de la transición democrática permite arrojar luces sobre la emergencia de un sujeto político que, desde el espacio público, ha ido expandiendo la esfera pública y alterando la política institucional. La sociedad politizada ha adquirido fuerza opositora suficiente desde la calle que ha ejercido, en ciertas coyunturas específicas, un efectivo poder de veto en los gobiernos de Alan García (2006-2011), Ollanta Humala (2011-2016) y Pedro Pablo Kuczynski-Martín Vizcarra-Francisco Sagasti (2016-2021).

    Combinando la investigación teórica y empírica, ofrezco una descripción de las tendencias diferentes —y no congruentes— del imaginario democrático en la política peruana contemporánea, ponderando las oportunidades y desafíos que la politización de la sociedad y la política de la calle implican para la consolidación de la democracia. La atención

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