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Ciencia, lengua y cultura nacional: La transferencia de la ciencia del lenguaje en Colombia, 1867-1911
Ciencia, lengua y cultura nacional: La transferencia de la ciencia del lenguaje en Colombia, 1867-1911
Ciencia, lengua y cultura nacional: La transferencia de la ciencia del lenguaje en Colombia, 1867-1911
Libro electrónico761 páginas21 horas

Ciencia, lengua y cultura nacional: La transferencia de la ciencia del lenguaje en Colombia, 1867-1911

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En el tránsito del siglo XIX al siglo XX, un influyente grupo de intelectuales conservadores impulsó y combinó múltiples prácticas culturales tendientes a estudiar y promover una lengua "pura" y "uniforme", convencidos de su potencial para (re)construir la comunidad nacional a partir de valores cristianos y de la exaltación del patrimonio cultural hispánico. En este contexto, algunos de ellos recurrieron a una herramienta muy particular: la ciencia del lenguaje. Este libro reconstruye y analiza el proceso de transferencia de este saber en Colombia que se desarrolló entre 1867 y 1911, para mostrar cómo el estudio científico de la lengua se convirtió en un mecanismo que permitió a sus portadores reclamar el control sobre esta. Para tal fin, el autor estudia los debates en los que se enmarcó esta transferencia, el perfil sociocultural de los actores que la impulsaron, así como los medios y espacios en los que circuló la ciencia del lenguaje. También analiza la forma como esta fue adoptada por los intelectuales gramáticos y sus repercusiones en la configuración de la cultura nacional.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento1 jun 2018
ISBN9789587812381
Ciencia, lengua y cultura nacional: La transferencia de la ciencia del lenguaje en Colombia, 1867-1911

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    Ciencia, lengua y cultura nacional - Andrés Jiménez Ángel

    CIENCIA, LENGUA

    Y CULTURA NACIONAL

    CIENCIA, LENGUA

    Y CULTURA NACIONAL

    La transferencia de la ciencia del lenguaje en Colombia, 1867-1911

    Andrés Jiménez Ángel

    Reservados todos los derechos

    © Pontificia Universidad Javeriana

    © Andrés Jiménez Ángel

    Primera edición:

    Bogotá, D. C., junio de 2018

    ISBN: 978-958-781-237-4

    Número de ejemplares: 300

    Hecho en Colombia

    Made in Colombia

    Dissertation der Katholischen Universität Eichstätt-Ingolstadt

    Editorial Pontificia Universidad Javeriana

    Carrera 7.a n.° 37-25, oficina 13-01

    Teléfono: 320 83 20 ext. 4752

    www.javeriana.edu.co/editorial

    editorialpuj@javeriana.edu.co

    Bogotá, D. C.

    Pontificia Universidad Javeriana, vigilada Mineducación. Reconocimiento como Universidad: Decreto 1297 del 30 de mayo de 1964. Reconocimiento de personería jurídica: Resolución 73 del 12 de diciembre de 1933 del Ministerio de Gobierno.

    Corrección de estilo:

    Pablo Castellanos

    Diseño de colección:

    Tangrama

    tangramagrafica.com

    Diagramación y cubierta:

    Carmen Villegas

    Desarrollo ePub:

    Lápiz Blanco S.A.S.

    Jiménez Ángel, Andrés, autor

    Ciencia, lengua y cultura nacional: la transferencia de la ciencia del lenguaje en Colombia, 1867-1911 / Andrés Jiménez Ángel. -- Primera edición. -- Bogotá: Editorial Pontificia Universidad Javeriana, 2018.

    444 páginas; 16.5 x 24 cm

    Incluye referencias bibliográficas (páginas 397-439).

    ISBN: 978-958-781-237-4

    1. Lingüística histórica - Colombia - 1867-1911. 2. Lingüística - Historiografía - Colombia - 1867-1911. 3. Filología - Historia - Colombia - 1867-1911.  I.  Pontificia Universidad Javeriana.

    CDD 417.7 edición 21

    Catalogación en la publicación - Pontificia Universidad Javeriana. Biblioteca Alfonso Borrero Cabal, S. J.

    inp  18/05/2018

    Prohibida la reproducción total o parcial de este material, sin autorización por escrito de la Pontificia Universidad Javeriana.

    Para Gabriela, Martín y Antonio

    Por lo demás, si nosotros, españoles americanos, queremos competir en letras con los españoles peninsulares, lo que importa es ganarles en ciencia, no en orgullo nacional. Despreciar sus institutos y sus libros, es necia altivez. Cuando sepamos tanto como ellos y lo hayamos demostrado al mundo, nuestras opiniones literarias serán consideradas, y tendremos derecho a regir a par de ellos el cetro de la lengua.

    Miguel Antonio Caro, Ortografía castellana

    Contenido

    AGRADECIMIENTOS

    INTRODUCCIÓN

    LA LENGUA EN EL PROYECTO NACIONAL CONSERVADOR

    Lengua e identidad: del imperio a las naciones

    La lengua y la construcción de las naciones hispanoamericanas

    El legado hispánico y la identidad nacional: cultura, religión y tradición

    Lengua y nación

    Lengua y civilización

    Lengua y tradición

    LA TRANSFERENCIA DE LA CIENCIA DEL LENGUAJE: ACTORES, MEDIOS Y ESPACIOS

    Los intelectuales gramáticos

    Bibliotecas particulares, correspondencia y prensa cultural

    Academias y sociabilidades culturales

    LA CIENCIA DEL LENGUAJE Y LA CONSTRUCCIÓN DE LA AUTORIDAD SOBRE LA LENGUA

    Ciencia versus arte, lingüística versus gramática

    El control de la evolución de la lengua

    Renovación, instrumentalización y distanciamiento de Andrés Bello

    LA CONSOLIDACIÓN DE LA AUTORIDAD LINGÜÍSTICA Y DEL CONTROL SOBRE LA LENGUA

    El triunfo sobre la tradición española: El castellano en América

    Bello, Cuervo y Caro: la ciencia del  lenguaje en la instrucción pública

    1909, 1910, 1911: obituarios, centenario y el mito de la nación de filólogos

    CONCLUSIONES

    BIBLIOGRAFÍA

    Agradecimientos

    Este libro no habría sido posible sin la generosa ayuda de diferentes personas e instituciones. En primer lugar, quiero agradecer al profesor Thomas Fischer por su confianza y apoyo incondicionales. La libertad y la autonomía de las que gocé durante la realización de la investigación detrás de este libro son prueba irrefutable de ellos. Mis agradecimientos van dirigidos también de manera especial al profesor Roland Schmidt-Riese, segundo lector y cotutor ad hoc de la disertación doctoral, por sus agudos comentarios y por la lectura cuidadosa de partes del manuscrito en diferentes etapas de la investigación. Muy útiles fueron, igualmente, los comentarios de los demás miembros de la comisión evaluadora, los profesores Friedrich Kießling y Frank Zschaler. El profesor Hans-Joachim König siguió atentamente el desarrollo de este trabajo e hizo valiosas sugerencias. No todas ellas, sin embargo, hicieron parte del resultado final.

    El Servicio Alemán de Intercambio Académico (DAAD) financió los siete semestres de estudios doctorales en Eichstätt, gracias a la beca que me fue otorgada entre 2009 y 2012. El trabajo de archivo en la sede de Yerbabuena del Instituto Caro y Cuervo fue posible gracias a la generosidad de su antigua directora, Genoveva Iriarte, y a la de Luz Clemencia Mejía, coordinadora de Gestión de Bibliotecas del Instituto, y de María Custodia Ríos, responsable de Procesos Técnicos de la Biblioteca José Manuel Rivas Sacconi. Gracias a las gestiones de Bogdan Piotrowski, profesor de la Universidad de La Sabana y académico de número de la Academia Colombiana de la Lengua, pude consultar la biblioteca de esta institución.

    Néstor Miranda, Iván Garzón, Nelson Chacón, Fabián Cárdenas, Brenda Escobar, Carlos Arturo López, Lisímaco Parra, Mariano Lozano, Alexander Denzler, Rainer Fugmann, Peter Esser y Christiane Hoth acompañaron y apoyaron, de diferentes maneras, la realización de la investigación, así como la redacción y revisión del manuscrito. Nicolás Morales, Carlos Arturo Arias, Jhon Mesa, Paola Molano y todo el equipo editorial de la Pontificia Universidad Javeriana me acompañaron de manera profesional y diligente a lo largo de todo el proceso de edición.

    Mi mamá y mis hermanas han sido una fuente de apoyo insustituible. A Gabriela, a Martín y a Antonio les dedico este libro. No tengo otra forma de agradecerles.

    Introducción

    El ascenso del Partido Liberal al poder en 1849 tras la victoria de José Hilario López sobre Rufino Cuervo Barreto, y la sucesión más o menos continua de gobiernos liberales hasta 1880 tuvieron como correlato la fuerte oposición de varios sectores del conservatismo, que veían en las reformas liberales una amenaza al orden social, político y cultural de la joven república colombiana. Con la agudización de las medidas tomadas desde 1863, durante el segundo gobierno de Tomás Cipriano de Mosquera, tendientes a socavar las prerrogativas de la Iglesia, secularizar la educación e introducir un modelo político basado en las libertades individuales, la economía de mercado y una organización territorial federal, la reacción conservadora también se radicalizó. Como oposición al proyecto nacional liberal, grupos conservadores —que se diferenciaban entre sí pero que unánimemente rechazaban los principios básicos de este programa de reformas— dirigieron sus esfuerzos a dar forma a un contraproyecto nacional, cuyo objetivo era mantener o restablecer, dependiendo del caso, los elementos centrales de lo que para ellos constituía el verdadero orden amenazado por el programa liberal. Este contraproyecto, al igual que su antagonista liberal, constituía un programa integral que comprendía las esferas política, cultural, social y religiosa en una propuesta de organización política centralista, con una estructura social jerarquizada, regida por valores cristianos y heredera del patrimonio cultural hispánico.

    En la base de este último aspecto se encontraba aquello que, junto con la religión, debía representar el núcleo de la identidad nacional: la lengua. Más allá de los argumentos prácticos asociados a su importancia como herramienta de comunicación, la entronización de la lengua como eje de esa identidad, la preocupación por conservarla pura y uniforme, así como los esfuerzos por cultivarla y explotar sus virtudes constituyeron los pilares de su exaltación como una de las bases del proyecto cultural conservador. El prominente lugar asignado a la lengua se reflejaba en la estrecha correspondencia que este proyecto establecía entre las cualidades que definían la lengua pura y uniforme, y los principios y valores que lo inspiraban. Los discursos que fueron definiendo las líneas generales de este proyecto no se limitaban a subrayar la indiscutible importancia de la lengua como elemento constitutivo de la identidad nacional. Los atributos y las funciones de la lengua ideal (pura y uniforme) reafirmaban las jerarquías sociales, las tradiciones y los valores religiosos, y asimismo el rechazo de los cánones estéticos y los desvíos morales derivados de la adopción de modelos extranjeros ajenos al genio de la lengua y la literatura españolas. De esta manera, la lengua se convertía en una herramienta de lucha política y de control social, a través de la cual se buscaba contrarrestar los efectos de las reformas liberales, contener las amenazas a la verdadera civilización y volver a sentar las bases culturales del genuino orden social.

    La convicción en el potencial de la lengua como mecanismo para construir una comunidad nacional dentro de los parámetros de esa idea de civilización impulsó la promoción y combinación de múltiples empresas editoriales, literarias, pedagógicas y culturales que permitirían garantizar el control sobre este importante recurso. A través de la articulación de sociabilidades culturales, periódicos, revistas, imprentas y textos escolares, entre otras herramientas, los intelectuales conservadores que encabezaron esta ofensiva cultural crearon espacios propios para definir, promocionar y difundir los cánones lingüísticos y literarios, a partir de los cuales debía construirse la verdadera cultura nacional. La fundación de la tertulia de El Mosaico y del periódico y la imprenta homónimos a finales de 1850, por parte de José María Vergara y Vergara, marcarían el punto de partida de una empresa cultural que se extendería de ahí en adelante, fortaleciéndose y consolidándose en las décadas siguientes del siglo XIX con la cada vez más prolífica y variada producción de los integrantes de la comunidad intelectual que daría vida a la Academia Colombiana (1871), a su Anuario (1874) y a la revista Repertorio Colombiano (1878). Paralelamente, la publicación de manuales escolares de gramática, ortografía, ortología o retórica, complementada con el desempeño de labores docentes y de dirección en escuelas, colegios y universidades públicas y privadas, así como la ocupación de cargos públicos en los niveles local y nacional de la dirección de instrucción pública, permitirían a estos intelectuales ubicarse en importantes posiciones en las estructuras del sistema educativo. A esto se sumaba la representación oficial, en Colombia, de la autoridad de la Real Academia Española (RAE), derivada del estatus de académico correspondiente del que gozaron las principales figuras de esta comunidad de intelectuales y reforzada con la fundación de la primera academia correspondiente de esa corporación española en suelo americano.

    A estas herramientas, un puñado de intelectuales sumó una adicional. En 1867, Miguel Antonio Caro y Rufino José Cuervo publicaron la primera edición de su Gramática de la lengua latina para el uso de los que hablan castellano. Uno de los criterios que habían guiado la redacción de esta gramática latina, de acuerdo con su prólogo, consistió en su armonización "con el vuelo que ha tomado últimamente la ciencia filológica […]" (Caro y Cuervo I).¹ Con estas palabras se hacía la primera alusión directa y explícita al estudio científico de la lengua  asociado al paradigma histórico-comparativo que se había formulado, difundido y consolidado en Europa desde principios del siglo XIX y que había venido desplazando poco a poco a las demás formas de aproximarse a la lengua.

    La referencia a la ciencia filológica, la ciencia del lenguaje, la lingüística, la filología o la gramática comparada, expresiones intercambiables en los textos de estos intelectuales, se haría cada vez más recurrente tanto en libros con vocación claramente pedagógica, como en la citada Gramática de la lengua latina o las Apuntaciones críticas sobre el lenguaje bogotano de R. J. Cuervo;² también, en las monografías, los estudios lingüísticos y filológicos, los artículos polémicos, los diccionarios y las reseñas bibliográficas de R. J. Cuervo, Caro, Marco Fidel Suárez y, desde una posición política prácticamente opuesta, Ezequiel Uricoechea, un liberal convencido, que impulsó, como pocos, los estudios sobre la lengua. Más allá de simples alusiones al estudio científico de la lengua, el recurso a las herramientas teóricas y metodológicas de la ciencia del lenguaje se convirtió en parte esencial del instrumentario a partir del cual estos intelectuales produjeron su conocimiento sobre la lengua castellana, sobre las lenguas indígenas y sobre el latín, para desmarcarse así de la tradición gramatical descriptiva y normativa representada por la RAE, y perfilarse como los principales representantes del estudio científico de la lengua en Colombia y en el resto del mundo iberoamericano. Este posicionamiento se vio reflejado en la progresiva adopción de sus trabajos lingüísticos y filológicos como referentes autorizados del uso correcto de la lengua —el bien hablar y, por extensión, el bien escribir—, amparados por la supuesta superioridad del verdadero conocimiento de esta. El prestigio y reconocimiento alcanzados por estos individuos y sus investigaciones se hizo también evidente en su fructífera inserción en redes intelectuales transnacionales, cuyos nodos —figuras prominentes de la lingüística y la filología en Alemania, Francia, Suiza u Holanda— desempeñarían un papel central en la validación, desde los centros culturales europeos, del conocimiento producido por los letrados colombianos. A esto se sumó la consumación póstuma de esta gran empresa cultural y política a través de la entronización de Caro y Cuervo, los principales representantes de la ciencia del lenguaje, como héroes culturales nacionales que encarnaban la orientación de la cultura hegemónica promovida desde el Estado.

    Este trabajo reconstruye y analiza el proceso de transferencia cultural de la ciencia del lenguaje en Colombia entre 1867 y 1911. Su objetivo es mostrar cómo el empoderamiento cultural de este grupo de intelectuales, que se irradiaría indirectamente a toda la comunidad intelectual comprometida con la conservación de la pureza y la uniformidad de la lengua, se derivó de la adopción de un objeto cultural extranjero, ajeno a la tradición cultural hispanoamericana, que les permitiría reclamar un lugar privilegiado en el control de uno de los principales instrumentos para la construcción de una cultura nacional. El éxito de la estrategia de legitimación y validación de las pretensiones de control sobre la lengua, así como la enorme influencia que tuvieron las figuras y los trabajos de estos intelectuales en la configuración de la cultura colombiana —incluso más allá del periodo analizado— obedecieron a la conjunción de múltiples factores, asociados principalmente con el perfil social y cultural de los portadores de la ciencia del lenguaje; con las particularidades del campo cultural colombiano en este mismo periodo; con el acertado uso de los medios existentes para poner en circulación ese objeto cultural llamado ciencia del lenguaje; con las transformaciones en el sistema educativo y el lugar estratégico que los intelectuales conservadores ocuparon en él; y con la compatibilidad entre la ciencia del lenguaje y el programa político y cultural conservador.

    Radicalismo, Regeneración y la ciencia del lenguaje

    La relación entre el periodo de la historia política colombiana conocido tradicionalmente como la Regeneración y el auge de los estudios sobre la lengua ha venido siendo subrayada por la historiografía y por los estudios culturales y literarios desde hace al menos dos décadas. Algunos autores han llegado incluso a afirmar que la preocupación por el cuidado de la lengua constituyó el rasgo definitorio del prototipo del intelectual de finales del siglo XIX (G. Sánchez 20). Esta premisa, llevada a convención historiográfica desde su explicitación por parte del historiador británico inglés Malcolm Deas (Miguel Antonio Caro y amigos...), no es del todo equivocada, pero merece algunas aclaraciones.

    Los cuarenta y cinco años que abarca la presente investigación corresponden, sin coincidir completamente, a un periodo de enconados enfrentamientos políticos, militares y culturales, inscritos en un complejo proceso histórico que se inicia con el apogeo del radicalismo liberal y termina con la transición hacia la llamada hegemonía conservadora del siglo XX.³ Las oscilaciones en el balance del poder político derivadas de la presencia más o menos hegemónica de liberales y conservadores en el gobierno nacional tuvieron un impacto importante en las dinámicas de la recepción y apropiación de la ciencia del lenguaje, con efectos complejos que vale la pena subrayar. Mientras que el ascenso y el apogeo del radicalismo coincidió con los años de formación y consolidación de la comunidad de intelectuales que impulsó el estudio de la lengua —una etapa caracterizada por una prolífica actividad intelectual—, la producción de los principales exponentes de la ciencia del lenguaje en Colombia fue considerablemente menor a partir de 1886, es decir, durante el apogeo de la Regeneración. Entre 1867 y 1886 se publicaron, entre otros trabajos, las primeras tres ediciones de la Gramática de la lengua latina de Caro y Cuervo (1867, 1869 y 1876), cuatro ediciones de las Apuntaciones críticas de Cuervo (1872, 1876, 1881 y 1885), su Muestra de un diccionario de la lengua castellana (1871) —en coautoría con Venancio González Manrique—, sus Estudios filológicos (1874) y cuatro ediciones de la edición anotada de la Gramática de la lengua castellana de Andrés Bello. En este periodo se publicaron igualmente el Tratado del participio (1870) y las Obras de Virgilio (1873-1876) de Caro, el Alfabeto fonético de la lengua castellana (1872) de Uricoechea y los tres primeros tomos de la Colección Lingüística Americana (1871, 1877, 1878), editada por este último. A lo anterior se sumaron la fundación de la Academia Colombiana y de la Revista de Bogotá; la celebración, desde 1877, de las reuniones anuales de esta academia, así como la publicación de los discursos académicos y otros escritos de los intelectuales gramáticos, en el Anuario de dicha corporación y en los primeros volúmenes del Repertorio Colombiano.

    Por otra parte, la implementación de las reformas liberales en materia educativa terminó jugando a favor de la promoción del estudio y el cultivo de la lengua española por varias razones. En primer lugar, los intelectuales gramáticos ocuparon posiciones importantes en la estructura de la instrucción pública a nivel nacional y local, tanto en la docencia y la dirección de colegios y universidades, como en las direcciones nacional y regional de tal instrucción. Esta posición privilegiada repercutió en la amplia difusión no solo del conocimiento lingüístico y filológico que ellos mismos producían, sino también de los discursos sociales, culturales y políticos asociados a la exaltación de la lengua como eje identitario. Su circulación también se vio beneficiada por la ampliación de la cobertura del sistema educativo, derivada de las reformas educativas liberales (a nivel escolar y universitario), que constituyeron la punta de lanza del proyecto liberal en materia cultural. El dinamismo que caracterizó esta primera etapa de vida de la comunidad intelectual que impulsó los estudios sobre la lengua, se inscribió en el marco general de la exitosa contraofensiva conservadora frente al radicalismo liberal, a través del hábil aprovechamiento de los nuevos espacios y medios culturales que los mismos liberales habían promovido en su defensa de la libertad de prensa, la libertad de opinión y la libertad de asociación (Loaiza, La expansión del mundo del libro... y Sociabilidad, religión y política). Esto explica por qué es necesario remontarse hasta 1867, año en el que Caro y Cuervo, en medio del apogeo radical, publicaron su Gramática de la lengua latina, el primer texto que alude explícitamente a la ciencia del lenguaje y se presenta a sí mismo como portador de ese nuevo saber.

    El estancamiento en la producción de los intelectuales gramáticos durante la Regeneración estuvo estrechamente asociado a la participación activa de muchos de ellos en la política estatal, especialmente en los casos de Caro y Suárez. Esto afectó igualmente el funcionamiento de la Academia Colombiana —cuyas reuniones irían perdiendo periodicidad hasta quedar suspendidas entre 1890 y 1910—, así como el de otros espacios de sociabilidad cultural. ¿Por qué extender entonces el alcance de esta investigación hasta 1911? Primero, porque la ralentización del ritmo de producción no afectó a todos en el mismo grado. El ascenso de la Regeneración, su apogeo y la transición a la hegemonía conservadora coincidieron con la consolidación de R. J. Cuervo como principal exponente de la ciencia del lenguaje en el ámbito hispanoparlante, con la consecuente relativización de la tradición gramatical española y del monopolio de la RAE cimentado sobre ella y con la reivindicación de la legitimidad del castellano americano. Este triunfo de la ratio, que pretendía encarnar Cuervo, sobre el ars, representado supuestamente por la gramática descriptiva y prescriptiva, si bien nunca significó la ruptura total con la cultura española, contribuyó enormemente a empoderar la producción cultural colombiana, un empoderamiento que se reflejó en el desplazamiento de los textos de la RAE y de Juan Vicente Salvá en favor de los textos de Caro, Cuervo y Suárez como parámetros de definición del bien hablar y el bien escribir.

    En segundo lugar, ese desplazamiento no habría tenido lugar sin la existencia de nuevos textos para la enseñanza que sirvieran de espacio y de vehículo de simplificación, difusión y vulgarización de los trabajos de los principales portadores de la ciencia del lenguaje. Justamente en la década de 1880, gracias al crecimiento del mercado editorial asociado con la ampliación de la masa de lectores y a la expansión del sistema de instrucción pública, que mantuvo su estructura hasta el siglo XX, se escribieron y publicaron aquellos manuales escolares que, como la Gramática práctica del antioqueño Emiliano Isaza, difundieron los productos directos de la recepción y apropiación de la ciencia del lenguaje en todo el sistema educativo. Esto consolidó la autoridad lingüística de sus autores como principales vigías y cultores tanto de la lengua pura y uniforme, como de los valores culturales, sociales y políticos asociados a esta. La adopción de dichos manuales como textos oficiales para la enseñanza del castellano, en todos los niveles de la educación pública, significó su inclusión como elementos constitutivos de las estrategias de los gobiernos conservadores para modelar política, cultural y socialmente a los futuros ciudadanos bajo los principios que inspiraban su proyecto de nación.

    En tercero y último lugar, el particular trienio 1909 (muerte de Caro), 1910 (primer centenario de la Independencia) y 1911 (muerte de Cuervo) selló la entronización de la lengua como eje de la cultura nacional, de la mano de la glorificación oficial de los dos principales representantes de la ciencia del lenguaje, en el marco de la coyuntura centenarista y de las conmemoraciones oficiales de la primera gran fiesta nacional del siglo XX. A esto se sumó el doctorado honoris causa otorgado por la Universidad de Berlín a Cuervo, una distinción que formalizó el reconocimiento que habían venido recibiendo el bogotano y su trabajo por parte de la comunidad de lingüistas y filólogos europeos desde finales de la década de 1870.

    La necesidad de matizar la convención historiográfica que ha asociado directamente a la Regeneración con el interés particular en la lengua se extiende igualmente a la imagen tradicional de la cultura del periodo que se ha construido en las últimas décadas. Como lo han señalado algunos historiadores colombianos desde diferentes perspectivas, entre ellos Marco Palacios, Óscar Saldarriaga y Carlos Arturo López, la definición del proyecto nacional conservador que se construyó durante la hegemonía liberal y se institucionalizó en la Regeneración como un proyecto confesionalista, centralista y tradicionalista, esencialmente antimoderno, impide comprender la compleja tensión entre lo tradicional y lo moderno presente en los aspectos políticos, sociales, económicos y culturales de lo que terminó siendo el proyecto regenerador.⁴ La recepción de la ciencia del lenguaje constituye un ejemplo sugestivo de la particular articulación de elementos asociados con cada uno de los extremos de esta dupla. Si por un lado la defensa de la pureza y uniformidad de la lengua castellana solamente puede entenderse en el marco de la reacción integral conservadora a las medidas más modernizadoras de las reformas liberales —separación Iglesia-Estado, libertades y derechos individuales, adopción oficial de textos canónicos del utilitarismo y el sensualismo, etc.—, los mecanismos a los que recurrieron los intelectuales conservadores para alcanzar su propósito no siempre se extrajeron de repositorios antimodernos. Manteniendo una posición ambigua frente a la tradición gramatical española —referente natural del hispanismo cultural en materia lingüística—, los principales portadores de la ciencia del lenguaje en Colombia atribuyeron un mayor grado de validez y certeza a la aplicación de los postulados teóricos y metodológicos del paradigma histórico-comparativo de análisis del lenguaje inspirados en los modelos imperantes en las ciencias naturales modernas que al criterio de autoridad sobre el cual se sostenía la tutela cultural de la Academia española. La pionera adopción del instrumentario de la ciencia del lenguaje por parte de Uricoechea, Cuervo, Caro y Suárez, y el empoderamiento cultural resultante de dicha apropiación —un empoderamiento, insistimos, sin propósitos explícita y unívocamente subversivos— muestran cómo el recurso a referentes modernos podía integrarse armónicamente en un programa político profundamente conservador. A esto se sumó el recurso estratégico a las nuevas formas de sociabilidad cultural y al aprovechamiento del potencial de los medios impresos, que contribuyeron a fortalecer la oposición conservadora durante el radicalismo liberal y a reafirmar su posición dominante desde mediados de la década de 1880.

    Hispanismo(s) colombiano(s)

    Buena parte de los debates sobre la configuración política, social, económica y cultural de la nación giraron en torno al lugar que debía ocupar el legado español en las jóvenes repúblicas hispanoamericanas. En sus manifestaciones más radicales, las discusiones enfrentaban a dos extremos: aquellos que consideraban que el futuro, la prosperidad y el progreso de las antiguas colonias dependían de una ruptura radical con el legado hispánico, en oposición a aquellos que veían en la herencia colonial el pilar de la identidad histórica de las nuevas naciones. En Colombia, la llegada de José Hilario López al poder abrió el camino para la oficialización de la posición de un grupo renovado de liberales —los llamados Gólgotas—, empeñados en poner fin a las estructuras coloniales que, para ellos, impedían el desarrollo y progreso de la nueva república colombiana. Este fue el contexto en el que se llevó a cabo la defensa sistemática del legado hispánico como parte de la reacción conservadora a las reformas introducidas paulatinamente por parte de este y otros gobiernos liberales.

    El hispanismo colombiano de la segunda mitad del siglo XIX sigue constituyendo un filón poco explorado. La atención al elemento hispanista en los principales representantes del conservadurismo, como Sergio Arboleda, Miguel Antonio Caro, Marco Fidel Suárez o el segundo Rafael Núñez, se ha limitado —con excepción de algunos trabajos sobre la obra de Caro⁵— a resaltar la valoración positiva del legado español como parte del ideario de estos individuos, sin entrar a hacer un análisis detallado del papel que ocupó el hispanismo en el pensamiento de cada uno de ellos. Por el contrario, se ha tendido a simplificar y generalizar los presupuestos en los que se habría materializado la apreciación predominantemente positiva del legado español por parte de los intelectuales conservadores. Con respecto a la generación que impulsó el estudio de la lengua y la literatura española entre finales de la década de 1860 y principios del siglo XX, la imagen que se ha transmitido desde la historia y los estudios literarios es la de un hispanismo homogéneo cuya pretensión central habría sido la adopción de los modelos españoles para la construcción de una cultura nacional subordinada a la peninsular, y la alineación política con la España de la Restauración.⁶ Estas interpretaciones de la reivindicación de la hispanidad por parte de los intelectuales conservadores han partido, por lo general, de un análisis de los textos y discursos más conocidos de Caro —la figura más representativa del hispanismo conservador colombiano del siglo XIX—, dejando de lado otras consideraciones sobre el legado hispánico formuladas por él y otros escritores afines al proyecto nacional conservador, como José María Vergara y Vergara, Carlos Martínez Silva, Diego Rafael de Guzmán o Rafael Pombo.⁷

    La imagen de un hispanismo carente de matices, derivada de la exclusión u omisión de referencias concretas a la España del siglo XIX y la herencia española en Colombia y América en escritos y discursos de otros intelectuales diferentes a Caro, se ha visto reforzada por la identificación que se ha hecho del hispanismo colombiano con la vertiente más radical del movimiento hispanoamericanista español de finales del siglo XIX. El historiador Felipe Gracia, en su libro Hijos de la Madre Patria, remite literalmente a la definición que da Isidro Sepúlveda de panhispanismo, haciéndola extensiva a las posiciones de los intelectuales y políticos conservadores que, en su opinión, dieron forma al proyecto nacional conservador que triunfó con la Regeneración. Al respecto, escribe:

    El panhispanismo es presentado [por Isidro Sepúlveda] como la vertiente más conservadora, basado en la religión católica, la reivindicación del pasado colonial español, el sostenimiento de un orden social jerarquizado y el reconocimiento de la hegemonía moral para España: Para el panhispanismo América constituía un objetivo de definición nacionalista, un recuerdo de la grandeza pretérita, un espejo de su propia identidad. América importaba en tanto mantuviera la herencia del pasado colonial, se identificara en el presente con la España coetánea y aceptara el protagonismo dirigente de la antigua metrópoli. América radicaba su importancia para el panhispanismo en tanto fuera una prolongación española y, reflejada en el vasto continente, España pudiera afirmar en él su identidad. Sepúlveda identifica sus bases intelectuales y políticas con los escritos de Menéndez y Pelayo y las declaraciones políticas de Segismundo Moret, así como los discursos con los que se inauguró la Unión Iberoamericana en 1885. A esta corriente se suscribieron la mayoría de los autores colombianos estudiados en este trabajo: Caro, Cuervo, Suárez, Reyes, Acosta, Caicedo Rojas, Casas… con las notables excepciones de personajes como Caicedo Torres y José María Samper que por sus escritos estarían situados en el hispanoamericanismo progresista. (52)

    Esta interpretación, además de pasar por alto las grandes diferencias que, como se verá más adelante, existían entre al menos los dos primeros intelectuales colombianos mencionados por Gracia con respecto al ascendiente cultural español, simplifica la compleja articulación entre lo nacional y lo hispánico. También asume sin reservas la identidad entre la revaloración conservadora del pasado colonial en Colombia y los discursos que justificaban y legitimaban la reconquista cultural de América por parte de España. No cabe duda de que los puntos de convergencia entre el hispanismo colombiano y el hispanoamericanismo español eran múltiples y que ambos se retroalimentaron y complementaron de diferentes formas. Todo esto fue fruto de la articulación del hispanoamericanismo español y el reacercamiento a la madre patria por parte de las élites conservadoras al que se refiere Gracia con cierto detalle en su libro, a partir de las alusiones de Frédéric Martínez a la referencia europea en el nacionalismo regeneracionista (Gracia 151 y ss.; Martínez, El nacionalismo cosmopolita... 454 y ss.). El reacercamiento desembocaría en la suscripción del Tratado de Paz y Amistad en 1881 y en una activa participación de España en las relaciones internacionales colombianas, en el marco, por ejemplo, del caso Cerruti.⁸ Sin embargo, las diferencias en los contextos políticos y culturales donde el hispanismo colombiano y el hispanoamericanismo español fueron formulados y promovidos, así como los muy particulares intereses nacionales detrás de esa promoción, en cada caso hacen imposible, de entrada, afirmar la subsunción del primero en el segundo.⁹

    Los recientes estudios sobre la hispanidad y el hispanismo ofrecen puntos de apoyo para una reevaluación de aquellas interpretaciones que los han concebido como objetos monolíticos constituidos por elementos fijos que se integran en una estructura invariable. Trabajos como el de Mabel Moraña han mostrado que la reivindicación del referente hispánico presenta rasgos particulares que varían en función del contexto en que surge, y que la defensa de la hispanidad no se lleva a cabo en el vacío, pues, por el contrario, se inserta en unas coordenadas históricas concretas que le dan un sentido particular en cada espacio y periodo. Para Moraña, las múltiples y variadas manifestaciones del hispanismo obligan a tener en cuenta sus diferentes configuraciones y funciones a lo largo de la historia española e hispanoamericana:

    [L]a extensión y transformación de las prácticas culturales e ideológicas asociadas con el hispanismo sugieren la imposibilidad de confinar el análisis a un periodo o una modalidad específicos. Indica la necesidad de explorar, desde perspectivas transnacionales y multidisciplinares, las diferentes formas en las que el hispanismo ha funcionado como fuerza política dominante, como modelo cultural interpretativo y de representación y como paradigma epistemológico, a lo largo del desarrollo de las historias culturales de Hispanoamérica y de España.¹⁰

    Consideraciones afines han inspirado compilaciones recientes dedicadas a la historia de la hispanidad y el hispanismo en América Latina. El dossier La hispanidad en América: la construcción escrita y visual del idioma y de la raza, publicado en el número 50 de 2013 de la revista Iberoamericana, reúne trabajos sobre Colombia, México y España en los siglos XIX y XX que muestran los diversos intereses detrás de la promoción del hispanismo y el hispanoamericanismo en espacios y momentos concretos, así como las diversas formas en las que fue concebida y formulada la defensa del legado español (Fischer y Jiménez, La hispanidad en América...). Para el caso mexicano, la socióloga Beatriz Urías resalta, por ejemplo, una posición abiertamente anticlerical por parte de los intelectuales hispanistas, claramente opuesta a la de los intelectuales conservadores colombianos preocupados por las amenazas que se cernían sobre la Iglesia y la religión católicas a través de la reformas del radicalismo liberal de las décadas de 1860 y 1870 (Un mundo en ruinas...). Amparo Graciani, por su parte, ilustra detalladamente los matices en el hispanismo español y en el de las diferentes repúblicas latinoamericanas que participaron en la Exposición Ibero-Americana de Sevilla de 1929 (Presencia, valores, visiones...).

    A pesar de la persistencia de las tradiciones interpretativas en la historiografía colombiana sobre el hispanismo señaladas anteriormente, en los últimos años se han publicado algunos trabajos que apuntan a una renovación de los marcos de análisis, subrayando la diversidad de sus manifestaciones e incluyendo textos y autores que hasta el momento habían ocupado un lugar secundario en la literatura sobre este tema. Los ensayos recogidos por Enver Torregrosa y Pauline Ochoa en Formas de hispanidad reflejan el propósito de los compiladores de mostrar la multiplicidad de formas como se interpreta la experiencia cultural de la hispanidad. […] Por ello preferimos hablar de ‘hispanidades’ y no de ‘hispanidad’, con un marcado acento en lo plural (11).

    El trabajo de Iván Padilla Chasing —profesor de literatura de la Universidad Nacional de Colombia— titulado El debate de la hispanidad en Colombia en el siglo XIX. Lectura de la Historia de la literatura en Nueva Granada de José María Vergara y Vergara (2008), por su parte, ofrece un análisis de la defensa de la hispanidad en la obra más importante de este polígrafo conservador. Padilla complementa el estudio de esta gran síntesis de la historia cultural neogranadina recogiendo la polémica de su autor con Manuel Murillo Toro en torno a la cuestión española, así como algunos discursos pronunciados en la Academia Colombiana, como el de Diego Rafael de Guzmán, que muestran la compleja articulación entre lo americano —lo colombiano— y lo hispánico que se encontraba en la base del contraproyecto nacional conservador.

    El problema de la lengua fue el que tal vez mejor encarnó esa polivalente articulación entre legado hispánico y cultura nacional. Para los intelectuales gramáticos lo que estaba en juego era la reorientación de esa cultura a partir de un referente, en su argumentación, más auténtico, derivado de la identidad histórica de una antigua colonia que no podía renegar de sus raíces sociales, culturales y religiosas. Rescatar y reivindicar lo hispánico, en su discurso, equivalía a rescatar y reivindicar una parte esencial de la identidad colombiana. La insistencia en la preocupación por conservar pura y uniforme la lengua de Castilla no se agotaba en el acatamiento sin reservas de las directrices y las pretensiones monopólicas y hegemónicas de la RAE como brazo institucional de la reconquista cultural española. La adopción de la lengua de Castilla como encarnación de la lengua pura que había que preservar debe entenderse como parte integral de la estrategia de estos intelectuales para construir y promover una cultura nacional diferente, alternativa al proyecto impulsado por el radicalismo liberal. En tal adopción, lo hispánico constituyó un modelo que fue adaptado, armonizado e instrumentalizado en función de los intereses y las aspiraciones de sus promotores, intereses y aspiraciones asociados, antes que nada, con las polémicas en torno a la nación colombiana.

    Esta tensión entre lo nacional y el legado hispánico se reflejaba en las diferentes posiciones de los intelectuales gramáticos frente al ascendiente cultural español, particularmente en lo que tenía que ver con las pretensiones monopólicas de la RAE en materia lingüística. El abierto aunque sutil rechazo de Uricoechea, el progresivo escepticismo de Cuervo y la aparente sumisión absoluta de Caro, posiciones a las que nos referiremos a lo largo de este trabajo, dan fe de los matices y las variaciones en la actitud frente a España. La indiscutible complementariedad entre la política de reconquista cultural impulsada por la RAE desde Madrid, de un lado y, del otro, el interés por el cuidado y estudio de la lengua y el exitoso proyecto de crear una academia de la lengua en Colombia       —un proyecto que, como se verá más adelante, solamente en su fase final se haría bajo el auspicio de la RAE—, no tuvieron como correlato la adopción acrítica del referente cultural español. Por el contrario, como se anotó antes, la transferencia de la ciencia del lenguaje apuntaba a la construcción de una autoridad lingüística propia a partir de marcos conceptuales y referencias culturales ajenas a la tradición española. Esto nunca llevó a una subversión abierta. Tampoco a actitudes separatistas radicales. Ese empoderamiento cultural, llevado a cabo por medios mucho más sutiles y efectivos que en otros países suramericanos, les permitiría a los intelectuales gramáticos posicionarse como cultores legítimos de la lengua española, tanto en el espacio cultural hispanoparlante como en el ámbito europeo, sin el desgaste de las polémicas americanistas del Cono Sur.

    Transferencias culturales y referencia europea

    Como lo han mostrado los trabajos de François-Xavier Guerra, Annick Lempérière y Frédéric Martínez, entre otros, la referencia extranjera desempeñó un papel fundamental en los procesos de formación de las naciones latinoamericanas.¹¹ El recurso a modelos europeos, particularmente franceses, ingleses y alemanes, fue una estrategia prácticamente omnipresente en los discursos, las prácticas y las estructuras que fueron dando forma a las jóvenes repúblicas. Su influencia puede rastrearse en la configuración política e institucional del Estado, la creación de sistemas de instrucción pública, la articulación de las relaciones entre la Iglesia y el Estado, las ideas políticas, la actividad científica y la producción cultural en general. En este sentido, los modelos extranjeros fueron herramientas clave en la construcción y defensa de posiciones políticas, todas ellas inscritas en la compleja cuestión nacional en torno a la cual giraron los debates más importantes en las antiguas colonias españolas durante, al menos, todo el siglo XIX. La indiscutible relevancia que también tuvo en la historia colombiana la importación de ideas, objetos, instituciones y prácticas políticas y culturales obliga a mirar de cerca los procesos a través de los cuales esos elementos circularon desde sus espacios europeos de origen hasta los contextos de recepción en territorio americano, lo cual, a su vez, implica comprenderlos como fenómenos complejos que involucraron, en cada caso y contextos particulares, actores, espacios, canales, propósitos e intereses determinados.

    El concepto de transferencia cultural —en la línea de interpretación derivada de la propuesta del grupo interdisciplinario francoalemán liderado por el germanista francés Michel Espagne y el historiador alemán Michael Werner— remite a una forma particular de abordar la circulación de objetos culturales entre diferentes espacios, que reivindica el carácter procesual de la adopción y apropiación de dichos objetos y subraya el papel activo del receptor. Esto implica un distanciamiento de esquemas de interpretación difusionistas, para dar cuenta del papel que juegan los actores que impulsan el proceso de transferencia, así como de los motivos y propósitos que explican la decisión de apropiarse de un objeto cultural determinado, de los medios a través de los cuales circulan las ideas, de los objetos y las prácticas, y, sobre todo, de las diferentes transformaciones, adaptaciones, adecuaciones y los ajustes que se operan sobre el objeto transferido a lo largo del proceso de recepción.¹²

    Concebir la transferencia como proceso obliga a establecer diferentes niveles de análisis que permitan identificar las distintas etapas en las que esta se lleva a cabo. Más allá de la reconstrucción —bastante problemática— de una secuencia cronológica y lineal de momentos, estas etapas corresponden a los subprocesos, a veces sucesivos, a veces simultáneos, pero siempre inseparables, que constituyen esa transferencia. Bernd Kortländer propone un esquema tripartito de análisis que divide el proceso en selección, transporte e integración (Begrenzung—Entgrenzung... 6). Más recientemente, Hans-Jürgen Lüsebrink, una de las cabezas de los estudios sobre las transferencias culturales francoalemanas durante el siglo XVIII, planteó un modelo similar estructurado también en tres niveles: procesos de selección, procesos de transmisión y procesos de recepción (Interkulturelle Kommunikation 132-133). El análisis del primer conjunto de procesos, tanto en Kortländer como en Lüsebrink, apunta a la identificación de los motivos que llevaron a la elección de un determinado objeto cultural. El segundo nivel (transmisión, transporte) se concentra en los canales, los medios y los caminos recorridos por el objeto transferido. Por último, la integración de este objeto en el contexto de recepción, su apropiación activa y su adaptación a las condiciones particulares del espacio que lo termina acogiendo constituyen el núcleo del tercer nivel de análisis.

    Los tres niveles de análisis integran diferentes objetos, sujetos y espacios involucrados en la transferencia del objeto en un complejo sistema de relaciones con diferentes expresiones a lo largo de dicho proceso.¹³ La identificación de los motivos y propósitos que ayudan a explicar la elección de determinado objeto (primer nivel) hace necesario preguntarse por las intenciones, los intereses y las preocupaciones de los actores que ponen en movimiento el proceso de transferencia. Esto, a su vez, hace imprescindible la reconstrucción de su perfil social, político y cultural, imposible de identificar sin referencia al contexto histórico más general en el que dichos actores operan y que, al mismo tiempo, contribuyen a construir. Más allá de una referencia general a las circunstancias políticas, económicas, sociales y culturales, lo que está en juego es la identificación de las cuestiones asociadas directa o indirectamente con la transferencia de ese objeto cultural y la posición que los actores involucrados en dicha transferencia asumieron frente a ellas. Son ellas (las cuestiones y la posición frente a estas) las que dan sentido a la intención de importar un objeto cultural ajeno y de hacerlo propio.

    El análisis del subproceso de transmisión o transporte (segundo nivel) es tal vez el que mejor pone en evidencia la imprescindible integración de los diferentes elementos humanos, materiales y espaciales asociados con el proceso general de transferencia. Uno de los grandes aportes de los estudios sobre las transferencias y los intercambios culturales ha sido la renovada atención que han recibido los portadores de los objetos transferidos, los medios a través de los cuales se lleva a cabo esa transferencia, así como los espacios donde los objetos importados circulan. Con respecto a los actores,¹⁴ la historiografía de las transferencias culturales, apoyándose en los aportes de la llamada historia cultural, ha resaltado el papel protagónico desempeñado por viajeros,¹⁵ traductores,¹⁶ bibliotecarios,¹⁷ diplomáticos,¹⁸ profesores y estudiantes universitarios,¹⁹ y libreros,²⁰ entre otros. Estos análisis integran, por lo general, consideraciones sobre los espacios correspondientes a cada uno de estos grupos de mediadores —bibliotecas, librerías, universidades e imprentas—, en cuanto instancias de intermediación (‘Vermittlungsinstanzen’) que también han sido objeto de análisis independientes.²¹ A esto se suman los estudios sobre las redes, tanto las que integran actores y espacios existentes, como aquellas que crean nuevos espacios de intercambio y transferencia.²² Todo esto se ha complementado con trabajos sobre los medios y canales que transportan los objetos culturales transferidos, sean estos libros, cartas, revistas o periódicos.²³

    La integración (último nivel de análisis) apunta a identificar y comprender las transformaciones sufridas por el objeto transferido en el proceso de adaptación al contexto receptor. Se trata, en palabras de Lüsebrink, de analizar la integración y apropiación dinámica de los discursos, los textos, los objetos y las prácticas transferidas en el horizonte social y cultural de la cultura de destino y en el contexto de los grupos de recepción específicos (Interkulturelle Kommunikation 133). Qué usos particulares dieron esos grupos a los elementos transferidos; qué significado se les atribuyeron; qué funciones cumplieron en los contextos particulares en que operaron, y cómo se insertaron en la coyuntura de la cultura receptora (La construction d’une référence... 970) son algunas de las principales preguntas que deben plantearse en este contexto.

    El énfasis de los análisis de las transferencias culturales (inscritos directa o indirectamente en la línea formulada inicialmente por Espagne y Werner) está, pues, en los espacios culturales de recepción más que en los contextos de origen. Los intercambios culturales, señalaban estos dos autores en la presentación del primer volumen publicado en el marco de sus estudios de las transferencias culturales francoalemanas, "no pueden ser interpretados sino a partir de la comprensión global de la coyuntura del país de acogida (accueil) […] (Présentation" 6). Contra una concepción que parte de la irradiación automática de la cultura de un espacio a otro, este esquema de análisis pone al receptor en el centro de atención, para así subrayar los complejos mecanismos que están detrás de la circulación de los objetos culturales. Con esto se hace hincapié en las mutaciones que sufren dichos objetos, hasta cobrar un sentido concreto en el espacio cultural que los hace suyos. En consecuencia, la apropiación viene acompañada de procesos de mestizaje e hibridación que permiten la recontextualización del objeto transferido; esta, a su vez, opera sobre los actores que impulsan el proceso de transferencia:

    Las transferencias culturales conducen inevitablemente a fenómenos de mestizaje. Los objetos transferidos sufren recontextualizaciones culturales: presentan otras formas, adquieren nuevos usos y cambian de sentido. Transformarlos es una manera de marcar una apropiación y, al mismo tiempo, los objetos transforman a aquellos que los manipulan. La toma de posesión de objetos nuevos conlleva no solamente reconfiguraciones culturales sino también reclasificaciones y redefiniciones de los individuos y los grupos dentro de la sociedad. (Turgeon 16)²⁴

    El análisis de la referencia europea en América Latina ha presentado innovaciones afines a estas propuestas desde la década de 1990, en gran parte gracias a los trabajos del grupo de investigación Lo Político en América Latina, dirigido por Guerra y conformado por los historiadores franceses Georges Lomné, Frédéric Martínez y Denis Rolland.²⁵ Preocupados por ir más allá de la pregunta por las influencias y cuestionando la idea de imitación pasiva, Guerra y sus colegas han mostrado cómo el recurso a modelos políticos y culturales europeos determinó la construcción de las identidades nacionales latinoamericanas, poniendo de relieve la variedad de elementos importados. También han puesto de presente la complejidad de las estrategias utilizadas por las élites políticas y culturales, para servirse de los referentes europeos y darles un sentido particular en el contexto de las situaciones propias de cada país en un momento dado (Introduction 14).

    La historiografía sobre Colombia ha prestado muy poca atención a los procesos de transferencia, recepción y apropiación de objetos culturales extranjeros, a pesar de haber sido un elemento constitutivo de las estructuras y las dinámicas políticas, culturales, sociales y económicas a lo largo del siglo XIX. Los historiadores de la educación han mostrado cierto interés por los modelos extranjeros que inspiraron, por ejemplo, las reformas educativas de ese siglo. Sus trabajos, sin embargo, se han limitado a señalar las características del modelo y la forma como se adoptaron en los respectivos planes del estudio, sin entrar a analizar los procesos concretos a través de los cuales se produjo la importación de la escuela lancasteriana en los primeros años de vida republicana o se introdujo la pedagogía de Pestalozzi como piedra angular de las reformas liberales de los años setenta del siglo XIX.²⁶

    El trabajo pionero de F. Martínez, que muestra con detalle cómo los modelos políticos europeos fueron adoptados y adaptados en diferentes momentos por determinados sectores de las élites políticas colombianas a lo largo del siglo XIX, representó una importante contribución y puso de presente el potencial explicativo de la línea de análisis encabezada por su maestro Guerra para el contexto colombiano (Martínez, El nacionalismo cosmopolita...).²⁷ También es afín a la propuesta teórica y metodológica de Guerra el trabajo del historiador colombiano Juan Camilo Escobar y del sociólogo Adolfo León Maya sobre la recepción de la Ilustración italiana en la Nueva Granada a través de la llamada ruta napolitana.

    Los trabajos del historiador colombiano Óscar Saladarriaga Vélez, profesor de la Pontificia Universidad Javeriana, constituyen tal vez la más notable excepción en lo que tiene que ver con los procesos de circulación, recepción y apropiación de saberes extranjeros en Colombia. Sus investigaciones sobre la pedagogía pestalozziana y el neotomismo son el resultado de un esfuerzo por comprender y evidenciar las complejidades de la integración y adaptación de modelos extranjeros a estructuras y dinámicas locales, a partir del concepto de apropiación, en el sentido que Olga Lucía Zuluaga le atribuyó al término.²⁸ Apropiar significa, de acuerdo con Zuluaga en una línea de análisis muy cercana a las transferencias culturales,

    inscribir, en la dinámica particular de una sociedad, cualquier producción técnica o de saber proveniente de otra cultura y generada en condiciones históricas particulares. Apropiar evoca modelar, adecuar, retomar, coger, utilizar, para insertar en un proceso donde lo apropiado se recompone porque entra en una lógica diferente de funcionamiento. (Sáenz et ál. XIV)

    La historiografía sobre la ciencia también ha contribuido a romper con esquemas de análisis difusionistas derivados de la insistencia en el eterno atraso de las ciencias en Colombia y en la inferioridad y la subordinación del conocimiento producido en el país. Las críticas de la socióloga Olga Restrepo a estos esquemas interpretativos y su reivindicación de lo local como estrategia para superar las valoraciones derivadas de los conceptos de centro y periferia, así como los recientes estudios sobre el darwinismo y el positivismo en el siglo XIX permiten apreciar un creciente interés en los procesos de recepción y apropiación de los saberes en Colombia.²⁹

    El presente trabajo pretende ofrecer un aporte a esta creciente historiografía, a partir de un estudio de la recepción de la ciencia del lenguaje en Colombia, recurriendo a las herramientas teóricas y metodológicas para el análisis de los procesos de transferencia cultural. Esta propuesta permite integrar, de manera complementaria, diferentes niveles de análisis relacionados con los múltiples aspectos propios de esos procesos. Desde el punto de vista de su desarrollo en el tiempo, esta perspectiva analítica hace posible dar cuenta de los distintos momentos en los que se desarrolla la transferencia, concibiendo el objeto transferido como algo que va adquiriendo sentido en función de las particularidades de cada una de esas etapas. Las transformaciones que va sufriendo ese objeto, a su vez, no pueden comprenderse sin tener en cuenta las trayectorias de los actores que impulsan la transferencia, los cambios en las condiciones materiales que la determinan y los debates en los cuales se inscribe. Por otra parte, el énfasis en el papel activo de esos actores en la importación/exportación de un objeto cultural supone un esfuerzo por entender la relación entre los discursos que legitiman la recepción del mismo y las prácticas a través de las cuales esa recepción tiene lugar. El análisis de estas últimas, por su parte, es inseparable del estudio de los medios y espacios que hacen físicamente posible la transferencia. Por último, el análisis de procesos de transferencia cultural supone también dirigir la atención a procesos de retransferencia derivados de intercambios bidireccionales entre el espacio receptor y el espacio de origen del objeto cultural transferido. En esta medida, la propuesta analítica de las transferencias culturales va más allá de la reivindicación de lo local o del llamado general a poner de relieve los aspectos que determinan y dan sentido a la apropiación de objetos culturales. Ofrece una guía detallada y concreta de las cuestiones centrales asociadas al estudio de la circulación de esos objetos, sugiriendo, al mismo tiempo, las preguntas que deben guiar su análisis y los aspectos particulares a partir de los cuales puede responderse a ellas.

    Dentro de estas coordenadas este libro busca dar respuesta a cuatro grupos de preguntas:

     ¿Cuáles fueron los debates que sirvieron de marco a este proceso de transferencia cultural? ¿Qué intereses estuvieron detrás de la elección del objeto y de su transferencia?

    ¿Cuál fue el perfil social, político y cultural de los actores que impulsaron ese proceso? ¿Cuáles fueron los espacios, medios y canales que le sirvieron de escenario y vehículo? ¿Cuáles fueron sus características y cómo incidieron estas en la dinámica del proceso de transferencia?

    ¿Qué elementos concretos de la ciencia del lenguaje europea fueron significativos para la construcción de la legitimidad científica de sus portadores en Colombia? ¿Cómo fueron integrados en los marcos existentes para el estudio de la lengua?

    ¿Qué repercusiones tuvo la transferencia de la ciencia del lenguaje en la posición que ocupaban sus portadores en el campo cultural hispanoparlante y colombiano? ¿Qué nivel de inserción y difusión alcanzaron los trabajos de estos intelectuales? ¿Cómo repercutieron la inserción y la difusión de dichos trabajos en el establecimiento de la lengua y de su estudio como pilares de la cultura nacional?

    Historia de las ciencias del lenguaje, historiografía lingüística e historia de la ciencia

    A pesar de las profundas transformaciones que ha sufrido la historiografía de las ciencias en los últimos cincuenta años, una historia de la ciencia del lenguaje se inscribiría, instintivamente, en la tradición historiográfica disciplinar de la lingüística y la filología. A diferencia de la medicina, la biología, la química o la física, quienes se han encargado de manera casi exclusiva de escribir la historia de esas ciencias son los lingüistas y los filólogos. De hecho, la escritura de esa historia constituye, desde hace varias décadas, una especialidad dentro de los estudios lingüísticos y filológicos con el nombre de historiografía lingüística (‘linguistic historiography’, ‘linguistische Historiographie’, ‘historiographie linguistique’), con asociaciones,³⁰ congresos³¹ y publicaciones³² propios que dan fe tanto del grado de institucionalización de esta especialidad, como de la continua atención de la que goza la historia de las ciencias del lenguaje en la comunidad de lingüistas y filólogos.³³

    El monopolio de los lingüistas y los filólogos en los estudios históricos sobre sus respectivas disciplinas y subdisciplinas encuentra su correlato en la ausencia de trabajos sobre ellas en la historia de las ciencias escrita por historiadores. La renovación de la historiografía de la ciencia —que se inició hacia los años 1960 y que ha seguido dando impulso a una subespecialidad cada vez más importante dentro de la disciplina histórica— parece no haber tenido los mismos efectos sobre la lingüística o la filología que tuvo sobre las ciencias naturales y la medicina. De esto da fe la ausencia de contribuciones dedicadas a estas disciplinas en los textos introductorios a la historia de la ciencia³⁴—o más llamativo aún— en los tomos de la Cambridge History of Science (tal vez la obra de referencia más completa sobre la historia de las ciencias y su historiografía) sobre historia de la ciencia moderna.³⁵

    La colonización de la historia de las ciencias por parte de los historiadores, así como la cada vez más generalizada aceptación de los presupuestos teóricos y metodológicos sobre cuya base se viene escribiendo la historia social y cultural de los más diversos saberes y disciplinas, han tenido un impacto limitado en la historia disciplinar de las ciencias del lenguaje.³⁶ Las críticas a una visión de la ciencia que la concibe como una empresa histórica lineal, progresiva y acumulativa, y a la preocupación por exaltar los grandes hitos, personajes e instituciones como protagonistas de su historia, críticas que desde la década de 1960 removieron las bases de la historiografía tradicional de las ciencias, no tuvieron, en las ciencias del lenguaje, el mismo impacto que en otras disciplinas.³⁷

    La más reciente empresa historiográfica sobre las ciencias del lenguaje, la History of the Language Sciences. An International Handbook on the Evolution of the Study of Language from the Beginnings to the Present, una ambiciosa colección de tres tomos dirigida por Sylvain Auroux (París), E. F. K. Koerner (Ottawa-Berlín), Hans-Josef Niederehe (Tréveris) y Kees Versteegh (Nimega) —cuatro de los principales exponentes de la historiografía lingüística europea—, constituye un ejemplo patente de la persistencia y fortaleza de una tradición historiográfica disciplinar que se sigue reproduciendo con enorme éxito como parte integral de los estudios lingüísticos.³⁸ Esto no excluye los aportes derivados de esfuerzos importantes por parte de algunos lingüistas y filólogos por cuestionar los lugares comunes y renovar la aproximación histórica a sus disciplinas. Los trabajos de los ya mencionados Auroux y Koerner, o los de Hans Aarsleff y Anna Morpurgo Davies, dan testimonio de una preocupación por reevaluar algunos presupuestos fundamentales de una historia estrictamente disciplinar y por renovar el estudio del desarrollo de estos saberes incorporando aportes de otras disciplinas.³⁹

    Entre estas reflexiones vale la pena destacar las observaciones de Koerner sobre la relación entre lingüística e ideología, subrayando la estrecha relación que ha existido entre las teorías lingüísticas y la fundamentación, promoción y difusión de discursos políticos. A partir de tres ejemplos —la ideología de la lengua materna, la clasificación y la tipología de las lenguas, y la búsqueda del Urheimat indoeuropeo—, Koerner muestra cómo las teorías formuladas para responder a las preguntas asociadas a estos problemas no pueden comprenderse completamente sin remitir a los debates sobre la pureza y la superioridad lingüística y racial en el siglo XIX y durante el Tercer Reich.⁴⁰ Estas consideraciones se inscriben en las propuestas teóricas de varios antropólogos, filólogos y lingüistas que desde la década de 1990 han insistido en el carácter político de las teorías lingüísticas y la filología, cuestionando la imagen de unas ciencias objetivas y neutrales que se habían venido construyendo desde el siglo XIX.⁴¹ Dichas investigaciones han mostrado la importancia de las ciencias de lenguaje en la legitimación del purismo y el nacionalismo lingüístico en diferentes contextos históricos y geográficos como herramientas para la construcción e imposición de determinadas imágenes de lo nacional a través de la exaltación —científicamente comprobada— de las virtudes de una determinada lengua.⁴²

    Para el caso colombiano, la escasísima producción historiográfica sobre las ciencias del lenguaje presenta rasgos semejantes. Los tres breves esbozos históricos que se han escrito sobre los estudios sobre la lengua en Colombia han obedecido a propósitos claramente disciplinares y se restringen esencialmente a mostrar los periodos más importantes en el cultivo de saberes asociados con la lengua, subrayando los principales autores y sus obras.⁴³ Por otra parte, ni la lingüística ni la filología fueron incluidas

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