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¡En er mundo! De cómo Nueva York le mangó a París la idea moderna de flamenco 3: Jet lag ole stars in Hi-Fi. 1º parte: El varón danzante
¡En er mundo! De cómo Nueva York le mangó a París la idea moderna de flamenco 3: Jet lag ole stars in Hi-Fi. 1º parte: El varón danzante
¡En er mundo! De cómo Nueva York le mangó a París la idea moderna de flamenco 3: Jet lag ole stars in Hi-Fi. 1º parte: El varón danzante
Libro electrónico640 páginas9 horas

¡En er mundo! De cómo Nueva York le mangó a París la idea moderna de flamenco 3: Jet lag ole stars in Hi-Fi. 1º parte: El varón danzante

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Llega el avión, el microsurco y la Hi-Fi, y, tras los pasos de Pilar López, regresan de Nueva York, nuestros genios expatriados, Carmen Amaya, Rosario y Antonio, marcando el territorio flamenco con sus renovados pasos, poses y actitudes artísticas. De repente el arte jondo andaluz recobra el pulso por mor de unos virtuosos que se han refinado, madurado y crecido en Nueva York. Edgar Neville los acoge en su largometraje “Duende y misterio del flamenco”, que más bien debió denominarse “del flamenconauta”. El varón danzante toma la escena, siguiendo las huellas de Antonio –por la tierra o en sus brincos airosos–, reconvertido en el bailarín de España. Muchos de los valores que saltan a la palestra, todos bailando la farruca del “Sombrero de tres picos” conformada por los Ballets Rusos –¿podríamos hablar de la ‘farrusa’?–, proceden de Nueva York: José Greco, Manolo Vargas, Roberto Ximénez, Luisillo, Roberto Iglesias, Ángel Pericet, Rafael de Córdoba, el maestro Granero… Carlos Montoya, desde Manhattan, impone en el mundo la guitarra flamenca de concierto, y Lola Flores, el RAP. En 1955 comienza la fiebre española, un periodo de más de diez años en que todo lo español, desde Nueva York, se impone en América. Los artistas van y vienen, con su jet-lag en plan ole-stars. Así reaparecen en la Gran Manzana, celebrados por las multitudes y la crítica, Vicente Escudero y Carmen Amaya con Sabicas, que allí se asienta. El guitarrista que acompaña al tío Vicente, Mario Escudero, se hará compadre de Sabicas y por igual decide que en EE UU se le escucha, decide quedarse, impone maneras… Con José Greco, un adolescente llamado Paco de Lucía descubre América el filón que representan Sabicas y Mario Escudero, se entera, lo asume, y nada volverá a ser igual.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento30 oct 2017
ISBN9788417325381
¡En er mundo! De cómo Nueva York le mangó a París la idea moderna de flamenco 3: Jet lag ole stars in Hi-Fi. 1º parte: El varón danzante
Autor

José Manuel Gamboa

José Manuel Gamboa (Madrid, 1959). Flamenco multidisciplinario diestro, que toca con la zurda y, al gusto de Bond, agita sin revolver. Nacido en el Madrid juncal de la plaza de Santa Ana el año 59 y recriado en Arahal (Sevilla), desde pequeño le tiró la inclinación por la cosa jonda y ahí anda siempre pensando en sus cosas..., y dejando constancia de ello. En su producción destacan los libros Una historia del flamenco (2005; versión revisada en 2011), Perico el del Lunar. Un flamenco de antología (2001), Cante por cante (2002), Sernita de Jerez (2007) o La correspondencia de Sabicas, nuestro tío en América (2013, revisada en 2015). En el plano discográfico ha producido a Enrique Morente, Carmen Linares, Pitingo, Rafael Riqueni, Gerardo Núñez, etc., encargándose de la BSO de la película Cándida, de Guillermo Fesser, y ha firmado numerosas colecciones flamencas en las principales empresas del sector (Universal, EMI, BMG/Ariola, Warner…), rescatando o poniendo al día auténticas joyas olvidadas de nuestro repertorio. Confeccionó —con Faustino Núñez— las integrales de Camarón de la Isla y Paco de Lucía. Larga es su experiencia profesional en radio, televisión, y prensa escrita. Como guitarrista/músico aparece en varios discos. Su labor ha sido celebrada con los principales galardones que se entregan en el género.

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    ¡En er mundo! De cómo Nueva York le mangó a París la idea moderna de flamenco 3 - José Manuel Gamboa

    Supersónicos

    Volando voy,

    volando vengo,

    por el camino

    yo me entretengo…

    (Kiko Veneno)

    El tiempo es como un reactor,

    se mueve demasiado rápido.

    ( You’re a Big Girl Now. Bob Dylan)

    La pequeña historia de Manhattan está cuajada de encuentros fortuitos en la Quinta Avenida entre paisanos que, forasteros de visita o de trabajo, aterrizan allí. No son tan casuales estas coincidencias; Nueva York es la capital de Occidente y los occidentalillos cuanto más se occidentalizan en mayor número van pasando por el luminoso Broadway y su contorno en un incesante goteo, siempre ulteriormente, eso sí, de haber prometido en la frontera aeroportuaria acudir sin intención de asesinar al presidente de la nación y demás fruslerías de buen tono.

    Hemos escrito aterrizan, frontera aeroportuaria…, y esas son las claves del imperante viaje que, supersónico, deja el océano a miles de pies bajo las plantas pasajeras. Los flamencos de vanguardia se arriman naturalmente a la jet set, término propuesto en el New York Journal American por el periodista Igor Cassini para definir al último grupo de gentes exclusivas.

    Refresquemos la memoria. Ramón Franco y Ruiz de Alda con dos compañeros fueron al más allá en el Plus Ultra, como debía de ser. En aquel hidroavión militar español cruzaron sobre el Atlántico Sur, desde Palos de la Frontera hasta Buenos Aires pasando por Pernambuco, a comienzos de 1926. Cerca de 60 horas hubieron de volar, y muchas más posarse… Tras más de 100 muertos en el intento, en mayo de 1927 —a un mes de que se constituya la compañía Iberia— el piloto postal norteamericano de ancestros suecos Charles Lindbergh alcanzó a realizar sin escalas y en 33 horas y media la travesía Nueva York-París a bordo del Espíritu de San Luis. Al borde del Sena le esperaban 200.000 personas; al regreso salieron a recibirle cuatro millones de compatriotas en la mayor parada que se recuerda. Apenas dos semanas transcurridas, Clarence Chamberlin, con un pasajero, desarrolla la hazaña hasta Alemania, y en julio será Byrd y tres tripulantes los que lleguen hasta las inmediaciones de París…

    En alternativo raid pretendió el periplo contrario el Canary Bird (Yellow Bird o Pájaro Amarillo) en el 29, con Armand Lotti, Jean Assollant y René Lefèvre. Problemas legales obligaron a embarcar la nave en Southampton, Inglaterra, llevándola de extranjis hasta Nueva York para volar desde allí. Como resultó imposible localizar en Nueva York el terreno propicio, dispuesto el avión en la playa de Old Orchard, en Maine, cerca de Boston, despega hacia París el 13 de junio a las 10 de la mañana. Junto al mismo se situó La Llama Verde, para lanzarse por igual a la peripecia aunque se quedó en el intento de despegue. Al día siguiente, superadas las 29 horas y 22 minutos de travesía, el avión francés aterriza, de milagro, en España. A los aventureros se les había instalado un polizón norteamericano, Arthur Schreiber, y el bulto de más casi frustra el viaje. Sin apenas combustible, se vieron obligados a posarse en la playa cántabra de Oyambre, en Comillas, a eso de las 8 de la noche. La venturosa odisea se festejará primero in situ, donde el simpático llovido, actor de vaudeville que era, se gana las simpatías de los lugareños con su dominio del español chapurreado. El pueblo se vuelca con la tripulación, honrándola entre pasodobles con una improvisada Marsellesa. Desde Nueva York llegarán los plácemes del Gobierno norteamericano para con Miguel Primo de Rivera agradeciendo la hospitalidad y la colaboración prestada. Con el aparato reparado, repostado y tuneado, pues alguien logró pintar en el fuselaje un «¡Viva Madrid, que es mi pueblo!», llegarán a alcanzar el aeródromo de Le Bourget, saliendo después la dotación en heroica gira por toda Europa. Sin haberse cumplido un mes del feliz desenlace, procedente del mismo lugar aterriza en semejante marco, La Albericia, Santander, el monoplano Path Finder, pilotado por los aviadores norteamericanos Roger P. Williams y Lewis Yancey. Se dirigían a Roma y, escasos de combustible, pensaron descender en Madrid para saludar a Ramón Franco y Ruiz de Alda; se fue poniendo fea la perspectiva y dieron con la Cantabria salvadora… Al fin Dieudonné Costes con Maurice Bellonte, partiendo de Le Bourget, París, el 10 de septiembre de 1930 en su Point d’Interrogation, pasadas 37 horas saludan radiofónicamente a su patria francesa desde el centro mismo de Nueva York.

    Desde el 6 de Mayo de 1945 hubo línea aérea regular entre Nueva York y Madrid, y desde octubre del 48 con Barcelona, servidas por la Pan American. El 3 de agosto de 1954 Iberia realizó el primer enlace directo Madrid-Nueva York. Hasta el 1 de noviembre de 1971 no llegará el correspondiente de Barcelona, en Boeing Jumbo 747. Los días de travesía se habían trocado en horas de vuelo.

    —¡Cucha, lo que inventan estos payos! Pos nos vamos p’allá ya mismo.

    —Sí, lo malo va a ser el jet lag.

    —¿Er cómo?

    —La descompensación horaria, síndrome de los husos horarios o disritmia circadiana.

    —¿Que vamos a perder el ritmo? ¡Quién ha dicho eso! ¡Se va a enterar, ese no me conoce a mí! No quiero jurar…

    —Que no, que no; que es cosa de dormir.

    —¡Ea!, pues me quedo mucho más tranquilo. ¿Cuánto dices que se tarda en llegar?

    Estrellita Castro nos pinta un boceto de cómo está la cosa, vista desde la madre patria, en la coplilla Gitanos falsificados, de Fernández de Córdoba y Castellanos, maestros que en 1936 batían en las taquillas con las comedias flamencas que Estrellita con Sabicas les representaban; se habían quedado a verlas venir en una posguerra que no acababa de levantar el vuelo:

    Como las cosas gitanas

    ya van de capa caía,

    los flamencos no interesan

    ni en la propia Andalucía.

    Pasó lo calé de moda,

    el folklore está perdío,

    ya las guitarras no lloran,

    se acabaron los jipíos.

    Y por eso los calés

    han tenido que emigrar,

    de Sevilla a Nueva York,

    de Jerez a Panamá,

    en México y Buenos Aires

    han puesto una sucursal

    aonde se bailan farrucas,

    los fandangos y soleá,

    y a todas horas se escucha,

    ¡ole, ole, y viva el paladar!

    El Albaicín granaíno

    y hasta el barrio de Triana

    se están quedando vacíos

    de gitanos y gitanas.

    Ya no van en caravana

    los Vargas ni los Heredia,

    que ahora van hasta La Habana,

    ¡en avión de la Iberia!

    ¡Ay, qué talento tienen los gitanos;

    en avión de la Iberia!

    Y por eso los calés

    se han tenido que ilustrar,

    la geografía aprender

    y hasta el inglés chamullar,

    aprenden la ortografía

    y hasta saben declamar,

    y averiguan a toas horas

    la peseta a cómo está,

    y cuando ven un borrico dicen:

    ¡Vaya birria de animal,

    yo prefiero un Cadillac!

    Habremos de convenir, en plena resituación, que antes que gozos, la «piel de toro» sombras cultivaba al entrar en el nuevo plazo supersónico. La carpetovetónica se crecía ante el castigo, inventando sortilegios que hacen loa del autoabastecimiento sin bastimentos. Apenas se puso en servicio el vuelo Nueva York-Madrid, en 1946, la ONU muestra algo más que su oposición al régimen español, y EE. UU. retira a su embajador en Madrid. En el 48, cuando despegan los vuelos Nueva York-Barcelona, el presidente Truman encargará que el Plan Marshall sobrevuele la «Grande y libre», y cuando estrene la década por venir habrá de equiparar las figuras de Hitler, Stalin y Franco con sus estados policiales. Pero ocurre entonces, 1950, que se agrega al listado un zambombo norteamericano que ve comunistas por todas partes y, enajenado, emprende una caza de brujas…

    Se reanudarán las relaciones diplomáticas con el firme bastión europeo anticomunista —y pelín fascista— llamado España, nombrándose embajador extraordinario y plenipotenciario en Madrid a Stanton Griffis, en cuyo currículum, de militar, banquero y diplomático, llama la atención una larga vinculación con el Madison Square Garden, que dirigió y alcanzó a presidir, como presidió la Paramount Pictures. Será emisario apenas un añito, suficiente para reaparecer en Nueva York prediciendo que el turismo norteamericano se iba a gastar en España hasta cien millones de dólares esa temporada del 52… Precisamente cuando gana las elecciones Eisenhower, que el siguiente año se pone al mando de la superpotencia imponente, casi tan portentosa —he dicho, casi— como el Biscúter en que nos movemos; asombrado, el mundo nos deja entrar en la Unesco, y los USA nos diseminan en formación diagonal por el solar patrio unas bases militares estratégicamente situadas en Morón de la Frontera (verdaderamente en territorio de Arahal), Torrejón y Zaragoza. Y, hala, ¡a gozarla!, a la espera del amigo americano por venir.

    Por poderes, aún no de su mano, damos por concluida la posguerra en 1954 y entramos en la ONU el siguiente año… En 1957 los carteles publicitarios promueven el «Beba Coca-Cola» y en el 59, in person, saluda al pueblo madrileño el mismísimo Eisenhower antes de asistir a una cena de gala amenizada por la guitarra de un neoyorquino de adopción, llamado Andrés Segovia. Coadyuva al entendimiento mutuo Antonio el Bailarín cuando recibe en su estudio, durante una fiesta en honor de los duques de Windsor, al embajador de EE. UU. y su mujer, los Lodge, bailando esa noche, acompañado por Antonio Mairena al cante. Ni corta ni perezosa saltará al tablao la Maxwell —nada que ver con la 99 ni Smart, Maxwell Smart, el Superagente 83, aunque en algún capítulo de la serie norteamericana alcancen a flamenquear—; hablamos de la vivaracha cronista social y relaciones públicas de Nueva York, Elsa Maxwell.

    Va faltando el atenazador miedo a lo desconocido, que los flamencos podemos cantar sin engaño por bulerías aguajiradas: Yo tengo un tío en América, la versión libre hispana de la coplilla famosa que sonaba en el musical West Side Story, el que se estrenó el 6 de enero de 1949, el que compuso el ilustre Leonard Bernstein adobándolo de sugerencias flamencas que ya pululaban por las calles neoyorquinas. Hay en la partitura guiños de soleares, seguiriyas, la bulería América… «Lo único que musicalmente me interesa de España es el flamenco», declarará el maestro sobre uno de sus géneros predilectos…¹. El reestreno de 1957 marcará el paso definitivo hacia el apogeo. Leonard Bernstein, de origen ruso-judío, como sus predecesores George Gershwin y Aaron Copland, dirigía desde 1949 la Sinfónica de Nueva York; era parte del Tin Pan Alley, que se repartía el pastel musical, y uno de los mayores animadores en el mundo del adoctrinamiento en melomanías. Jerome Robbins se encargó de ponerle coreografía al espectáculo, adoptando por momentos poses flamencas. Contribuirá al mejor danzar un vestuario en el que descubrimos hasta trajes de volantes, y desde el elenco esa Rita Moreno borinqueña que empezó dándole al baile y al cante. Si a ello unimos las palmas por bulerías aguajiradas del grupo, femenino y masculino, en América, y los «oles» que jalean el jaleíllo, nada queda por añadir. West Side Story atestigua para los restos el arraigo en Nueva York de los elementos hispanos que en aluvión fueron acaeciendo; en su decantación, gestos, decires, andalucismos y germanías, maneras, ritmos, melodías, estilos, atuendos, viandas, costumbres, tipos y tópicos, Cármenes, don Juanes, toreadores, permanecerán hasta convertirse en parte de la City misma.

    Y por permanecer que no quede: el álbum con la banda sonora de la película se mantuvo nada menos que 120 semanas en las listas de éxitos norteamericanas. Queda claro en este cuadro que los flamencos dejaron su animosa e imborrable huella. Desde acá hubo su poquita de guasa:

    Hemos visto en América

    la mar de cosas inéditas,

    muchas cosas atmosféricas

    y muchas gentes histéricas.

    Todo lo bello es de América,

    todo lo grande es de América,

    todo lo bueno es de América,

    ¡caray, qué lista es América!²

    Los cincuenta van a marcar la época dorada de los musicales en Broadway, una etapa de fiesta, a su vez, para lo hispano. Ahí va otro ejemplo. El guiño hispano-flamenco reluce en la joya de un alternativo musical de la época: el 15 de marzo de 1956 se estrenó My Fair Lady, que alcanzaba el momento supremo con la interpretación del ejercicio de fonética que es el tema The Rain in Spain, de Frederick Loewe, construido sobre una estructura de habanera… En la película³ veremos a los protagonistas⁴ jugando al toro, entre gritos de «ole» y «oléeeee» y, ya crecidos, echando las manos arriba o hasta el cuerpo al completo, pues Audrey Hepburn se encarama a una silla para dar palmas en gesto de bailar flamenco a compás de bulería; rematan la faena, todos locos de alegría, con un conclusivo jaleo: «¡Oléeee!». Llegados los 60, la vena flamenca se mantiene en Broadway con el estreno en 1965 de Man of La Mancha, sobre Cervantes y su Quijote, donde Laura Toledo coreografía y actúa en el papel de la Gitana, junto a su joven cantaor y el guitarrista David Jones, natural de San Francisco, alumno de Mariano Córdoba y Carlos Ramos, reciclado en Morón por la magia de Diego el del Gastor; como David Serva⁵ está llamado a convertirse en respetado tocaor a ambos lados del Atlántico en tiempos ya del todo supersónicos por venir. Por ahora volamos sin prisas.

    Empleándose en garrotines vimos triunfar en el volumen anterior a los pioneros flamenconautas…

    Ahora los nietos de Faraón

    tan solo viajan en avión,

    sus campamentos no ves alzar

    y a los hoteles van a parar.

    Ya los gitanos no bailan

    el popular garrotín

    como se baila en la cuevas,

    cuevas del Albaicín.

    Ya los gitanos hablan inglés

    y a todo dicen yes.

    Cambian el rico vino Jerez

    por whisky escocés.

    Y una gitana modernizá,

    inventó el baile del boogievá⁶.

    Y, sin embargo,

    su pasaporte muestra un careto

    de otro tiempo y otro lugar.

    (Black Diamond Bay. Bob Dylan)

    El alumnado se envalentona. The fab: flamencos, forasteros, fenómenos fetén, el varón danzante

    Yo declaro

    que la guerra ha terminado.

    Con una sola pierna los veteranos saludan al amanecer.

    (The War is Over. Phil Ochs)

    The war is over. Los soldados que se han librado de acudir al campo de batalla o los que salieron ilesos están de suerte si bailaores son. Antes fueron las «bailarinas españolas», de la Cuenca a la Argentinita con la ilustre Argentina de musa mayor; ahora es el tiempo del bailaor; si antaño abundaron Carmencitas, hogaño serán Antonios. En la era del jet lag el cambio nos lo marca, además del rango solista que adquiere la guitarra, el protagonismo que asume el varón danzante, cuyas funciones venían siendo de mero consorte para dar la réplica a las mujeres protagonistas. Salvo el superlativo Vicente Escudero, el magno, o el amigo Juan Martínez, apenas salen nombres masculinos encabezando carteleras en la historia que llevamos.

    Si todo tiene su fin, también su origen habillela, y el primero que puso en valor la figura masculina, enfoquemos con perspectiva, fue Sergei Diaghilev cuando en sus Ballets Rusos, la referencia dancística planetaria, otorgará a los hombres un papel central; coadyuvará en este sentido Ted Shawn con sus bailarines, desde el reducto de la modern dance, otra referencia aunque de menor alcance mediático.

    Veremos a Sol Hurok, balletómano-empresario mayor del globo, con excepción de Vicente Escudero, pasando de rendir pleitesía a las féminas, de Encarnación López, la Argentinita, hasta Carmen Amaya, a promocionar como su mayor baza flamenca a Antonio el Bailarín, y los nombres de Roberto Iglesias, Hurtado de Córdoba, José Toledano, Ciro… Por supuesto aquí entra, y va a ser un factor decisivo, la alumnada masculina que Argentinita descubrió en Nueva York y la está acabando de perfilar en Madrid su hermana Pilar López, cuando, superado el luto, está demostrando a los flamenconautas transoceánicos que en España y Europa se acepta, aplaude y admira lo que en Nueva York combinaron.

    Doña Pilar López, pilar maestro del baile español

    Yo sigo en el camino,

    rumbo a otro lugar.

    (Tangled Up in Blue. Bob Dylan)

    La compañía de Pilar López Júlvez (San Sebastián, 4/VI/1912-Madrid, 25/III/2008), con las coreografías neoyorquinas de Argentinita y sus bailarines americanos —José Greco, Manolo Vargas y Nila Amparo—, es la piedra de toque que contrasta la realidad a este lado del Mississippi, quiero decir, del charco. Las chispas que saltaron de alegría cuando se hizo la prueba serán el acicate decisivo que impulsa a la flamenca generación formada o reformada en Norteamérica a atreverse a cruzar el Mississippi; perdón, a probar fortuna por acá. Quien no volverá por allá, a Nueva York, será Pilar. Su quebrada alma por el perenne recuerdo de la hermana Argentinita desaconseja el regreso al lugar de la pérdida. Ya tenía bastante con que España hubiese asentado sobre sus espaldas el peso de la educación dancística. Sabrá enseñar, además y primordialmente, lo que es el orden —coreográfico y mental—, la ética y la estética, formando verdaderos artistas de punta. «Ella nos enseñaba todo», nos dice uno de sus «niños», Eduardo Serrano, El Güito, que con Mario Maya o Antonio Gades no ha tenido nada más que palabras de gratitud y encomio hacia la maestra.

    El jueves 6 de junio de 1946 a las 11 de la noche en el teatro Fontalba de la capital española: «Pilar López presenta en función de gran gala su Ballet Español con José Greco, Manolo Vargas, Elvira Real, Nila Amparo, Rafael Ortega, Rafael Montoya, Luis Maravilla, Antonio Pérez, Niño Almadén, con la colaboración de Pastora Imperio. Coreografía Argentinita. Director de orquesta, José María Franco. Es un espectáculo de Exclusivas Izquierdo». Y de aquesta manera lo saluda una eminencia del arte patrio, don Regino Sainz de la Maza:

    De tanto y tan lamentable espectáculo soi disant folklórico como hemos sufrido por estos escenarios, nos viene a compensar una fiesta de arte auténtico. Hace mucho tiempo que no veíamos un conjunto como el que hoy nos presenta la gran bailarina. Encarna [Argentinita] transmitió a Pilar su misma ambición de arte y la dejó heredera y depositaria de aquella su amplia visión de la danza española. Allí también José Greco y Manolo Vargas, estupendos bailarines de la estirpe de los más grandes bailaores, cuyo estilo continúan. El éxito correspondió a la altura del espectáculo.

    Lo publicó ABC (Madrid, 8/VI/1946), que encumbrará pasados ocho días a los protagonistas, colocándolos en su «Galería de actualidad» en forma de viñeta con el siguiente pie: «Pilar, la hermana de la inolvidable Argentinita, que ha presentado en Madrid el Ballet Español que esta creó en Nueva York». El día 21 declarará la protagonista: «Mi hermana no tenía más ilusión que renovar los ballets españoles que ella había creado por primera vez en 1933»⁷. En lo que a la Argentinita se refiere, nada que objetar, antes de añadir que el referente que le sirvió de plantilla se llamaba Antonia Mercé, Argentina. El triunfo merecidísimo de doña Pilar y el papel magistral que va a tener en la danza española desde este punto y hora —nadie es perfecto y hay que disculparla por su amor de hermana— acabará velando el nombre de la antecesora. A la par, dejan para el diario madrileño su mensaje los más destacados miembros trasatlánticos de la formación:

    Manolo Vargas: «Cuando estaba formándome coreográficamente, tuve la inmensa suerte de encontrar a la Argentinita, que fue la maestra incomparable y la amiga fraternal. Toda América lloró su muerte, y en las calles de una ciudad como Nueva York, nos paraban gentes del público que nos conocían después del gran triunfo del ballet en la Ópera para expresarnos su dolor».

    Nila Amparo: «Seguí los cursos de la escuela clásica en Nueva York y después me especialicé en bailes orientales hasta que un día conocí a Greco, nos miramos largamente, y al mes estaba yo bailando bulerías…, así es la vida de la bailarina; el viento de pronto nos sorprende sobre la punta de un pie y nos arrastra. Soy de origen oriental y nada andaluz me es extraño, y ahora, al contacto directo con la esencia coreográfica de este país, espero completar mis conocimientos hasta un límite muy retirado».

    Y José Greco: «Yo he pensado desde siempre dedicarme al arte de la danza y, por tanto, comencé a estudiarlo con las mejores academias de Nueva York. Esta inclinación se convirtió en pasión al ver bailar en Nueva York a la Argentinita, y cuando logré que ella se encargara de mi perfeccionamiento técnico, vi colmados todos mis deseos. Siguiendo sus directivas aprendí toda la técnica que hoy tengo y algo más, aprendí, creo yo, el sabor del baile español; me refiero, naturalmente, a la escuela clásica bolera y al baile andaluz o flamenco».

    Aquella noche del fastuoso debut pasó a saludar por los camerinos un judío norteamericano natural de New Jersey que en 1943, a poco de cumplir los veinte años, había sido destinado a la embajada americana en la capital de España. Más que ajeno, receloso ante el flamenco, aquel Robert Steiner Kieve se pirró con la función quedando prendado para los restos de ese arte que desconocía. Desatado, pasó a saludar. Ante José Greco es presentado por Manuel Rodríguez Cano:

    —Mi amigo Bob es norteamericano como usted, trabaja en la embajada.

    Ah! What part of the States do you come from? I’m from Brooklyn!

    Así, indagando sobre sus respectivos orígenes se inició una amistad que ha permanecido hasta la muerte del bailaor.

    Kieve comenzó a estudiar flamenco con la Quica, y aprendió a tocar las castañuelas y lo hacía a todas horas, incluso conducía su coche peligrosamente por las calles madrileñas al mismo tiempo que practicaba. Y en los lugares y momentos más inesperados ofrecía sorpresivos repiques de tan singular instrumento. Aún hoy lo hace y utiliza para ello unas castañuelas que le dio Greco a cambio de otras que nuestro hombre había comprado en el rastro y que resultaron demasiado grandes⁸.

    Quien nos lo cuenta es Juana Ginzo, uno de los descubrimientos de Kieve. Porque el amigo norteamericano resultó por circunstancias el responsable de la puesta al día de la radio española, tras incorporarse a Radio Madrid, la emisora donde ejercía de director orquestal Tomás Ríos⁹, esposo de Pilar López. Kieve libró del ostracismo ese vetusto modelo radiofónico que la autarquía nos había regalado. Fue responsable del paso de aquella Unión Radio a la actualizada Cadena Ser y, en la reforma, inundó las ondas de episodios y personajes norteamericanos, sirviendo de puente desde la germanofilia reinante en la prensa española hasta el conocimiento positivo del bando aliado que acabaría ganando la II Guerra Mundial. Escribió el primer tratado que hubo en España sobre El arte radiofónico¹⁰ e ideó el concurso Tu carrera es la radio, que dio a las ondas al famoso cuadro de actores de Radio Madrid y gentes como Vicente Marco quien, además de crear Carrusel deportivo, llegó a dirigir el espacio Antología del cante flamenco. Antes de regresar Bob Kieve a EE. UU. en 1947 citó entre sus herederos a Gaspar Tato Cumming, a quien ya conocimos en la primera parte del libro como autor de un libro-guía sobre Nueva York. Y a Nueva York volverá Kieve para incorporarse a una pequeña emisora de dicho estado, antes de entrar en la CBS o, entre 1953 y 61, ser miembro del staff de la Casa Blanca y asesor directo del presidente Eisenhower, el primero que nos visite. Todavía en 1966 irán miembros de la SER a consultarle sobre el qué hacer con la nueva emisora de FM que habían instalado. Les propuso crear algo semejante al Top 40 que triunfaba en Norteamérica, y nació en España Los 40 principales… Pero este es ya otro cantar, sin palillos de por medio. Pero al menos fue bonito el crossroads acaecido. Y hasta el momento Kieve siguió dándole a las castañuelas…

    Constatando que lo ocurrido superaba un golpe de suerte en la rueda de la fortuna, Pilar regresa a la cartelera en enero del 47 con un montaje alternativo, «y el éxito fue excepcional»; el de la maestra y el de los alumnos, que «con Pilar compartieron el premio de los aplausos José Greco y Manolo Vargas, acompañados a la guitarra por Luis Maravilla, en una farruca arrebatadora y prodigiosa»¹¹. Y esto no es nada para la que formaron en Sevilla, que si Pilar recibió ovaciones de clamor, Greco y Maravilla «enfervorizaron al público» y aguantaron diez minutos de aplausos al completar la farruca: «El segundo número era la farruca de El sombrero de tres picos, que hacía yo, y en uno de los desplantes gocé por primera vez en mi vida de un atronador ¡ole! dado en su momento»¹².

    España se rendía a unos flamencos formados o recriados al espectáculo en Nueva York. ¡Esta sí que era nueva! Y aterrizaron muchos más tras su estela, diríamos que la colonia íntegra, poniendo en tenguerengue el statu quo bailaor. Y, ¡hasta ahí podríamos llegar! Superado el ra-ra-rá del preludio, ante la «invasión» abandonan la hinchada los sabios del lugar y se empiezan a hacer cruces —que es lo que más se estila con el nacionalcatolicismo— o, llegado el caso, anatemizan a tirios y troyanos, a los creadores, sus fans, el alumnado… No eran capaces de aguantar cómo seguían las huellas americanas el resto del gremio, que va «en pos de la forma de expresión bailable de Carmen Amaya, la artista eléctrica que más tergiversa el auténtico espíritu de la danza andaluza. O de Antonio, el sevillano que se formó en el extranjero y se dejó llevar —aún a pesar de ser un bailarín excepcional— de esa influencia clásica que tanto daño hace a la danza andaluza (…). Del brazo de nuestros más famosos y aplaudidos bailarines, encontramos muchos gestos y actitudes dignas de Wladimir Dokudousky, de Nijinsky o de Leónidas Massine. Encarnación López, en compañía de su hermana Pilar y de los notables bailarines José Greco y Manolo Vargas, dejó expresión clara de una coreografía andaluza de la mejor clase. Antonio, por su parte, igualmente ha dado muestras de lo que es y debe ser el baile de conjunto en cuanto se refiere a la danza andaluza. Pero muy a pesar de que ambos artistas, la fallecida Encarnación López y el sevillano Antonio, han aportado estimables valores en este orden, ambos han acusado la influencia de la danza clásica europea y el sentido expresionista del ballet, siguiendo los patrones rusos, polacos o franceses. Y eso no es, señores». Y esto lo dijo, no uno que estaba arando en un cortijo, don Manuel Benítez Salvatierra, vamos, el periodista taurino-falangista César del Arco, en ABC de Sevilla el 7 de septiembre de 1957.

    Cinco años antes un paladín, un valedor de nuestras danzas y carlista de pro, Vicente Marrero Suárez, alertaba de la desnortada crítica existente debida al vacío que la intelectualidad patria le brindaba al baile y sus protagonistas, de la ausencia de prebostes de la cultura, exégetas, garantes, estudiosos o panegiristas de la danza:

    Así tenemos el caso reciente de una bailarina como Carmen Amaya, que vino del extranjero precedida de una serie de tracas de la mejor publicidad, Cocteau, Mauriac, Maurois, Toscanini, Stokowsky han hablado bien de ella y se ocuparon de sus bailes, mientras nuestro hombres de pro, que no la aprecian lo suficiente para ser citados, permiten en la prensa una crítica improvisada, de discusión y regateo (…).

    Cuando falta esta comunidad, las grandes almas creadoras se ven en la necesidad de acentuar una preocupación pedagógica al lado de su función eminentemente productora. Se busca el prestigio fuera de casa, como claramente y sin excepción alguna sucede con nuestras grandes figuras de la danza, que a veces se sienten incomunicadas o destilan una buena dosis de hiel, mientras hace estragos una minoría de críticos, que ven en ese campo lo más asequible de la literatura (…).

    Si estas cosas suceden en un país, algo hay que no marcha bien entre sus hombres de pluma. La culpa no la tiene el pueblo. Es exclusiva de los intelectuales. Su fallo pone a los críticos en la necesidad de improvisar, ante la falta de quienes debían suministrar desde arriba ideas acertadas; de creación propia o de importación, si existen mejor fuera que dentro de la casa. Su ausencia degenera en inevitable incompetencia, en aportaciones pseudoliterarias¹³.

    Por las mismas fechas, 1952, otro nombre de resonancias carlistas y amor a la danza, amigo que fuera de la Argentina y Fernando el de Triana, Máximo Díaz de Quijano, especialista en cupletistas y tonadilleras, se dio a completar la obra Arte y artistas flamencos que, gracias a Antonia Mercé, Argentina, publicó el decano cantaor trianero. En aquella rara edición de la madrileña editorial Clan¹⁴, rara porque la mitad de la corta tirada se perdió en una inundación, incorporó a la galería original fotos y comentarios de los artistas en boga. En baile, guitarra y canción, casi todos flamenconautas fueron que en Nueva York triunfaron antes; tantos, ni españoles. Esto le supondría al tratadista algún dilema mental, que si en los pies de foto se estira, compensa lo dicho, ejerciendo su derecho a opinar, con matizaciones ceñudas, en el grueso del texto:

    Desde los días en que Fernando el de Triana publicó estos apuntes flamencos, gracias a la generosidad de Antonia Mercé, ¡qué cambio ha sufrido cuanto se relaciona con este arte misterioso! ¿Se hace ahora mejor o peor? No es aún el momento de discernirlo. Se hace enteramente distinto. De aquella solera, con gotas vertidas de varios frascos nacionales y extranjeros nos han hecho un cocktail. Y ya se sabe que, desgraciadamente, hay más paladares dispuestos a saborear una «combinación» que a apreciar la calidad y el emboque de un buen vino. Y aquel vino español, aquella solera, se ha vertido en la cubeta de las varietés de extranjis, y bien agitada la mezcla y con la etiqueta en inglés, se llama ahora folklore.

    ¡Toma del frasco!, y eso que no era momento de discernir. Y por discernir sigue discerniendo:

    Nació el género que ahora priva —¿hasta cuándo? Hay quien nota ya muy decaída su salud— precisamente en los años que publicara Fernando su libro. Y nació, dignamente, por un deseo de variar las ya decadentes varietés, de inyectarles vitaminas españolas. Un grupo de literatos y artistas ofreció a la Argentinita la novedad (…). Pero vinieron los imitadores inevitables, y a favor de la corriente y la taquilla, nos anegaron en flamenquerías baratas, salvo honrosas excepciones, y en la riada perecieron las variedades en que tantas figuras gloriosas habían dado esplendor al género. Y ya dejó de acusarse aquella fuerte personalidad que era el blasón de las estrellas de entonces, cuando ninguna se parecía a las otras (…) y las bailarinas se hicieron bailaoras…, aunque no supieran ni un paso de alegrías (…). La aparición de una fuerte personalidad nos hace temer la plaga de las imitaciones de doublé. Así ha ocurrido (…). ¿Quién ha creado escuela en estos últimos tiempos?¹⁵.

    Se me ocurre, pongamos por caso, Carmen Amaya. Qué, ¿qué le parece a usted Carmen?, don Máximo:

    Dotada como la que más, pero exacerbadas y desquiciadas sus enormes facultades y descompuesta la arquitectura cañí en mil grescas y recovecos de exportación.

    Disculpe, ¿no me negará que Carmen hechiza con duende cabal?:

    Cuando quiere bailar según los cánones flamencos, ¡qué duda cabe que es una maestra!, aunque prodiga solo el nervio y la velocidad y no usa ni siente la majestad ni el quietismo tan característicos de las bailaoras, en contraste necesario con el vértigo que llega a su tiempo. Y no hablemos si baila con orquesta, que entonces hasta se permite —y se lo permiten que es lo más triste, pues no existe la crítica— cambiar ritmos y tiempos a las músicas de los compositores más dignos de respeto. Dejemos, pues, a Carmen Amaya como gran bailaora en potencia aunque la esencia se evapore con tanto aire y voltaje y la presencia se descomponga con convulsiones histéricas y no admisibles en los tablaos tradicionales.

    En definitiva, una birria. A la sazón el colega Vicente Marrero, al menos, daba una perspectiva más amable:

    Con su repajolera gracia gitana, no es solo una millonaria más de Norteamérica, sino una de nuestras grandes bailarinas, que ha acertado, pese a ciertos efectos no siempre de buen gusto, con el secreto de la danza. Ha sido capaz de poner carne de gallina —que es lo que interesa a este respecto— a todo el que la ha visto sobre las tablas. Posee el demonio de la danza y su baile no puede explicarse a la luz de ninguna técnica; nació con el baile dentro, un baile hecho de oro añejo (…). Ha sabido imponerse en todos los países, donde ha conquistado admiradores frenéticos. Caso asombroso si pensamos que con bastante frecuencia el baile jondo es un baile vedado a los mismos españoles, sobre todo en algunas regiones de la Península (…). Se lleva al público con el más insignificante gesto, y hace con sus reales antojos lo que quiere de él. Eso es mandar, y eso es danza (…). Todo tan elemental y tan complicado (…). En los bailes de Carmen Amaya se ha querido ver con exageración un carácter morboso, truculentamente patético, en correspondencia a una moda mundial que desorbita los sentimientos clásicos. No alcanza ese juicio desacertado al secreto de su éxito y no es del caso refutarlo (…). Carmen Amaya no es una intuitiva o una pseudobailaora sin cánones (…). Dotada como las más, conserva la arquitectura cañí en sus bailes¹⁶.

    Parece, sin duda, contestar don Vicente a don Máximo. Mas, si se me permite el parafrasearle, caballero Díaz de Quijano, señor de las máximas, en estos tiempos en que «ya dejó de acusarse aquella fuerte personalidad que era el blasón de las estrellas de entonces», lo que es patente es el refulgir del galvánico poderío diferencial de una Carmen Amaya. Pilar López es otra cosa, ¿no, don Máximo?:

    Es, además de dignificadora del baile teatral español por la brillante agrupación que dirige, una muy capaz y enterada bailaora con flamenquismo de fuera adentro más que de dentro afuera (…). Se puede sentir lo flamenco «hasta las cachas» y emocionarse con su son y, sin embargo, no ser sincera la versión, que, con raras excepciones, en esto sí, tiene la exclusiva Andalucía.

    Lo estaba viendo venir. Pues, qué quiere usted que le diga, que me deja desmadejado. Bueno, ¿y de los bailaores tiene usted pareja opinión?:

    Los bailarines se reproducen en progresión casi geométrica. En los tiempos de Fernando [el de Triana], por cada veinte bailaoras había un bailaor, y son pocos los que han pasado a la historia (…). Los modernos bailaores actuales son casi todos ellos bailarines (…). El más interesante es Miguel Albaicín, que, con Muguet, forma una pareja muy celebrada desde hace años en ambos continentes: en Europa y en América. Miguel Albaicín, corto en el baile, es, en cambio, muy personal, y su viril estampa y su magnífico sentido del color, tanto en el indumento como en su aspecto, tan de affiche, hacen de él una figura aparte (…). Por su actuación, varias temporadas bajo la égida de Pilar López, han llegado a bailaores notables —puesto que en esa compañía no solo se atiende, sino que se anima al flamenco en muchas de sus estampas— los excelentes artistas del baile José Greco, Manolo Vargas, Roberto Ximénez, Alberto Lorca y Alejandro Vega. El primero, pese a su condición de extranjero, ha asimilado perfectamente la raíz española, la escuela clásica y los cánones flamencos. Su gran estampa escénica le ayudó, más que nada, a su aparente autenticidad (…). Manolo Vargas es hoy una de las más definitivas figuras del baile español, tanto en su aspecto coreográfico de ballet como en las danzas regionales y flamencas. Un temperamento muy fuerte y una línea muy felina le han dado grandes triunfos y rápida popularidad. Roberto Ximénez, mexicano también, gran dominador de una técnica muy depurada, es asimismo un intérprete exacto de los bailes españoles y flamencos. (…). Y quedan para el final las dos figuras más importantes entre los bailarines de la hora presente: Ángel Pericet y Antonio. El primero es poco conocido del público en España. Sus triunfos en América, donde lleva ya dos años, y su constante estudio y consciente vocación, nos lo devolverán, sin duda, superado.

    El éxito clamoroso, sin precedentes en figura masculina, logrado por Antonio en estos últimos tiempos y la revolución que fue para el público y la crítica, que no le juzgaban desde niño, está en la memoria de todos. La profesión se ha rendido a la evidencia de este triunfo unánime y merecidísimo. Sus actuaciones con Rosario batieron el record español y el propio record de Rosario y Antonio con una serie de recitales a teatro lleno superiores en número a la que haya dado artista alguno de este género. Antonio tiene, además de maestría, gracia, fuerte personalidad y «ángel» para los públicos, que lo aclaman como a los toreros en tarde de triunfo (que para él lo son todas las tardes y noches y en todas las latitudes). Este entusiasmo logrado por la pareja ha hecho mucho por el baile, por la afición de él, y debe servir de ejemplo y de estímulo a los que empiezan.

    Menos mal. Al menos tenemos un fuera de serie con «fuerte personalidad». Claro que es ahora cuando inicia su carrera en solitario. No quiero ser agorero; se admiten apuestas: ¿a que a partir de este minuto le irán saliendo defectos imperdonables a los ojos de los señores entendedores?

    Don Máximo en lo relativo a la guitarra, la otra disciplina que nos llega de ultramar crecida y mejorada, discierne antes con tino, siendo el primero en celebrar el talento superior, aún ausente, de Sabicas: «El número uno de los actuales, posee una admirable técnica, un absoluto dominio del instrumento [y ahora pega sus tiros], con menoscabo tal vez de la gracia y el son flamencos. Lleva muchos años en América, donde se le considera mucho, y allí ha ganado una fortuna. Incurre en lamentables extravagancias en el atuendo [dígalo: va haciendo el indio]. Una cosa es que los buenos sastres de corte flamenco no abunden por allí y otra que le impongan adornos de mal gusto, que él debía recusar». Al comentario fashion sobre el inapropiado look tuneado —alternativo se dice hoy—, añade una nota retro-vintage: «También algunos, como si en lo español no tuvieran campo bastante para sus hazañas, ¡con lo fértil y extenso que es el campo flamenco!, se van en busca de bugui-bugui (que no me interesa saber no cómo se escribe, tanto desprecio me causa). Por tanto, los dejaremos sin más comentario que este anónimo, y que cada uno de ellos se lo aplique si se lo merece». Y en aire casual desliza esta otra amonestación: «Hay otros muy celebrados hoy que llegan en sus acrobacias y redicheces, como he dicho también del baile, a subrayar lo difícil y mirar a los tendidos con un ¿qué le parece a usted?, tocando con una mano, y, por si no se han fijado bastante los espectadores, extienden el brazo como para ver si llueven… palmas»¹⁷. Tendencia es impugnar la delantera quedando out su aclamación.

    Lo formidable del baile flamenco que desde Nueva York regresaba variado, la persistencia de un ballet español que sin la acogida y el alimento estadounidenses se hubiese desvanecido, subrayamos, hizo de momento entonar el alirón al elemento cultural y profesional indígena. En 1953 saca a la luz Juan Gyenes un soberbio libro de imágenes cuyo título, Ballet español¹⁸, y cubierta protagonizada por los flamenconautas Rosario y Antonio, lo dirían todo, si no fuera porque la dedicatoria consuma los hechos: «A Antonio, el virtuoso Sarasate del baile español». Es una entregada loa fotográfica a la causa, apoyada por comentarios de gentes principales en la difusión cultural, José Cubiles, Enrique Llovet, Alfredo Marqueríe, Mariano Rodríguez-Rivas, Fernando A. de Sotomayor o el propio artista, quien rubrica:

    La danza española entró en el mundo de los ballets por la puerta grande, gracias a sus geniales intérpretes, como Antonia Mercé, Vicente Escudero, Encarnación López, la Argentinita, y su hermana Pilar, Rosario y Antonio, Mariemma, José Greco, Carmen Amaya, Teresa y Luisillo y tantas y tantos más, que eran y son verdaderamente embajadores en el extranjero de la virtud y la virtuosidad en la sangre española.

    El editor, por boca del autor, según costumbre, firmará en las solapas:

    El baile flamenco ha sufrido en los postreros años la influencia del ballet, ganando con ello en finura y elegancia, sin perder nada en brío ni robustez. De ese modo adquiere nuestro baile una categoría universal, pudiendo presentarse ante cualquiera de las tendencias que por esos mundos predominan [carguemos las tintas en que el entrenamiento y la puesta en forma se hizo siempre fuera de nuestro soleado solar].

    (…). Desde hace algunos años [flamenconautas mediante] nuevos aires empiezan a rejuvenecer el baile español. Miles de extraños se acercan hoy a nuestro suelo para admirar su ritmo y experimentar las vibraciones de su algazara. Nuestros bailarines, por otra parte, no dejan de pasearlo por todos los rincones del orbe. A este florecer de danzas y canciones desea cooperar Afrodisio Aguado, S.A. con este libro que brota de un amor entrañable hacia ellas.

    El hombre gozaba de buen ojo —faltaría más—, estaba perfectamente enterado de lo acontecido y nos lo ponía ante la vista. Se trata de una perfecta galería de imágenes, capitalizada por los flamenconautas, salvo aquellos a los que las circunstancias momentáneas de trabajo trasatlántico les impidieron ponerse a tiro de cámara, caso de Carmen Amaya o Teresa y Luisillo. Figuran los flamenconautas de entonces y sus discípulos, siendo que al lado de Antonio y Rosario, Pilar López, Gitanillos de Bronce o Mariemma, abundan los foráneos, con Manolo Vargas, Roberto Ximénez, Ana Esmeralda, Nila Amparo, Rafael de Córdova…, sin olvidar a Massine y, por destacado, gozando de profuso espacio reservado, la figura impactante de un pletórico José Greco. ¡Quién nos lo iba a decir! Con ellos, con todos ellos, se había reconducido España hacia el camino fetén del baile.

    Quiso cerrar su libro Gyenes con la instantánea de un niño —de la escuela de María Román— en traje corto y en pleno baile flamenco, elevándose casi a las alturas de un aeroplano conforme a las maneras del Antonio que vino de Nueva York. Ese era el futuro, un porvenir de altas cotas y, de vez en vez, caída libre cuando se ejerce sobre la madre que parió a nuestro cañí ser y el crítico espectador es provinciano español de España, presuntamente capacitado por ello a saber lo que se dice… Gyenes, húngaro de nativitate, no debía saber, por mucho que fuese músico, amén de fotógrafo —para el New York Times hizo labores de corresponsal—, tuviese en Madrid de ayudante a un mozuelo Antonio Gades y fuera el primer retratista oficial de nuestros actuales reyes.

    En el 72, sin prevenciones que valgan, Camilo Murillo impugnará lo que se le ofrece en el madrileño Corral de la Morería de aquesta manera:

    Lucero Tena, siendo mexicana de nacimiento, su devoción por nuestra patria y por su arte la ha llevado a nacionalizarse española (…). El zapateado de Lucero tuvo mucho mérito pero poco duende. Pensé que en medio faltaba uno de esos enormes sombreros de la tierra hermana de Méjico, para el jarabe tapatío (…). Y uno no comete la grosería de preguntarse: «¿Flamenco bailado por una extranjera, para turistas?», porque el arte flamenco pertenece a Iberia, y al ser así es patrimonio común nuestro con Iberoamérica. Lucero, maestra y dueña absoluta del tablao, ella sola lleva a cabo ahora su número de mímica y palillos (…). El bailaor José Miguel, también figura de este tablao, lleva a cabo —quizá con excesiva frecuencia— las acrobacias que introdujo en el baile español José Greco —¡norteamericano!—. Y uno, que le grita con placer ¡ole!, recuerda que Luisillo y Manolo Vargas son mejicanos y que Arruza incorporó su sentido atlético a la fiesta taurina¹⁹.

    Ángel Pericet, el gran desconocido

    Calibraba perfecto don Máximo líneas arriba la categoría de un figura «poco conocido del público en España». En febrero de 1947, al poco de debutar Pilar López, en Madrid dará a conocer Elvira Lucena a un joven talento de ilustre familia bolera, Ángel Pericet, que con Antonio marcará el techo dancístico, aunque poco visto fue por estos lares del lalará-lalariero. Ante la indolencia patria, realiza buena parte de su carrera en el extranjero. «Es triste. Aquí no se regatea el elogio a los mediocres, pero cuando un artista es de excepción, surgen los peros como las setas venenosas en el otoño», escribe como queriendo decir el jovial y talentoso Enrique Herreros. Para no ser traidor añade: «Pobres diablos los que se queden sin haber visto el mágico vuelo de Ángel Pericet»²⁰. Y, caro, voló con jet lag.

    Quién lo entiende. Cuando empiezan a triunfar en España los varones danzantes que de afuera vienen, aquí se le niega el pan y la sal al vecino que se ha visto crecer. Es muy propio de nuestro voluble, visceral y envidioso ser. El vecino, obligado, entonará el «ahí sus quedáis» antes de coger el camino… Y cuando empiecen a pasar quinquenios, entonces… entonces España elevará la voz para mandar a paseo a los que están encumbrados y suspirar por las ausencias. Resumen: de un extremo a otro, sin atinar jamás. Cantémoslo en clave R&B cañí con Los Cheyenes:

    ¡Válgame la Macarena,

    si te puedo comprender!;

    después de quererme tanto,

    me has dejado de querer.

    Desde 1949 el joven Ángel Pericet recorre en honroso avance Argentina, Uruguay, Chile, Brasil, Cuba, Colombia, Venezuela, México, Puerto Rico y los Estados Unidos. Hasta 1955 no se le volverá a ver en Madrid, como estrella invitada de Imperio Argentina. Retornaba tras la feliz campaña americana, que sumó en 1953 una actuación conjunta con Imperio en el teatro San Juan de Nueva York y subsiguiente tournée por EE. UU. Cuando Mariemma lo presente en el 56 en la Sevilla que dio a luz al bailarín, hablarán las crónicas del paisano «triunfador en toda América». Al fin, en 1957 se estrena en Madrid de cabeza de cartel. Dirán de su finura sin amaneramientos, de su dominio rayano en la perfección, para añadir que es antes bailarín de escuela que bailaor. Y con zapatillas y botas se va sin más a Buenos Aires, donde no se andan con tonos quisquillosos. Volverá en el 60 acompañado de sus hermanos Carmelita y Eloy. La visita, aunque celebrada, es corta. Pasa un lustro antes de regresar con su Gran Compañía de Ballet Español. Apuntarán ahora que estamos ante «un clásico del la danza española». ¡Qué gran verdad!: el clásico artista que se tiene que ir de España para

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