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Gobernanza económica de la zona euro: Entre profundización y desintegración
Gobernanza económica de la zona euro: Entre profundización y desintegración
Gobernanza económica de la zona euro: Entre profundización y desintegración
Libro electrónico499 páginas7 horas

Gobernanza económica de la zona euro: Entre profundización y desintegración

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Las dificultades por las que atraviesa la zona euro, aunque tengan causas, manifestaciones e intensidad que varían según los momentos históricos, no resultan novedosas. Son el producto de muchos factores externos, entre los que sobresale la creciente financiarización de la economía, que impone al capitalismo mundial sus formas y sus contenidos dominantes. Pero provienen también de un entramado institucional y económico insatisfactorio e incongruente. De ahí que la eurozona se halle inmersa, desde finales de los ochenta, en una fase prolongada de crecimiento blando, que tiende a alternar con períodos de recesión. Consecuencia de las numerosas limitaciones e incongruencias que sustentan el entramado de la moneda única es que no solo ésta no ha reducido las disparidades entre Estados miembros, como se argumentó cuando fue ideado el proyecto, sino que se ha alcanzado lo contrario. El proceso de integración europea no contribuye a dinamizar la economía mundial y se halla inmerso en una dinámica de involución de la que únicamente podrá salir si los gobernantes y responsables comunitarios asumen que no resulta viable una unión monetaria privada de su horizonte federal. Aunque se descarte por inviable una plena soberanía federal a corto plazo, se impone, como mínimo, una institucionalización de los mecanismos de cooperación voluntaria entre los Estados. Lo que requiere enfoques de ajuste más simétricos. La encrucijada en la que se halla el proceso europeo, tal como se viene desarrollando, hace que los términos de la alternativa sean entre más integración o, por el contrario, creciente intergubernamentalismo e implosión del propio proceso de integración. Lo que alentaría el retorno de las pulsiones ultra-nacionalistas proteccionistas en Europa y el auge de los varios populismos abriría nuevamente las puertas a la barbarie.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento23 mar 2017
ISBN9788416770670
Gobernanza económica de la zona euro: Entre profundización y desintegración
Autor

Francisco Rodríguez Ortiz

Francisco Rodríguez Ortiz (Issy-Les-Moulineaux, Francia, 1956) es licenciado en Ciencias Económicas por la Universidad de Paris X Nanterre y doctor Europeo en Economía por la Universidad de Nancy 2. Ha publicado varios ensayos relacionados con el proceso de integración europea y la crisis económica mundial. Su último ensayo, Eurozona: "dilema" crecimiento blando/recesión, fue publicado en 2015. Ha sido coordinador de la Especialidad Económica del Instituto de Estudios Europeos de la Universidad de Deusto donde imparte en la actualidad, en el Grado de Relaciones Internacionales y Derecho, la asignatura Política Económica Internacional.

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    Gobernanza económica de la zona euro - Francisco Rodríguez Ortiz

    Prólogo

    «La crisis financiera ha desembocado en una crisis económica y social que supone una ruptura definitiva con el régimen de acumulación fordista. La gestión de las crisis por parte de las autoridades nacionales y europeas contribuye a agravar las debilidades de las economías europeas y, como se observa, resulta contraproducente para reducir los niveles de déficit y de deuda», propone Francisco Rodríguez Ortiz en su penúltima publicación, un artículo titulado «Zona Euro: sucesión de crisis mal resueltas que cuestionan la cohesión social y la democracia» (Revista de Economía Mundial: año 2016, nº 44, p. 153).

    El presente libro, Gobernanza económica de la zona euro: entre profundización y desintegración, amplía y profundiza esa tesis, aporta nuevos datos (evidencia empírica), analiza la situación y perspectivas de la integración europea y del impacto económico y social de la unión monetaria de la UE, y disecciona —con el apoyo de un sugerente y actualizado soporte bibliográfico— el futuro de una economía mundial cada vez más trasnacionalizada y financiarizada, al menos hasta el momento de escribir estas líneas (es decir, un mes después de que el nuevo presidente de EE.UU., Donald Trump, haya tomado posesión de su cargo).

    En palabras de Francisco Rodríguez, Europa parece «estar abocada a un período prolongado de crecimiento blando que mantendrá un estado de paro masivo». Además, «las políticas restrictivas generalizadas no hacen sino ahondar en esas tendencias». Y los países de la eurozona «se hallan en situación de ser unos Estados federados huérfanos de un Estado federal», como sostiene Fitoussi. Así, los espacios nacionales se ven superado por una lógica financiera que se ha apropiado del «vacío de soberanía que debería ocupar la creación progresiva de un gobierno europeo», como apunta el autor de este libro, para señalar a continuación que en Europa «la actual gobernanza económica, expresión de un intergubernamentalismo asimétrico en el que priman las concepciones alemanas, solo concibe unas reglas restrictivas cuya gestión habría de incumbir a unas autoridades independientes».

    Y en esa situación, la percepción más cruel emerge cuando se analiza lo que está sucediendo a nuestro alrededor: que las desigualdades no dejan de crecer y que las políticas equivocadas de los gobiernos de Europa se perfilan como un error que «podría no ser inocente», porque está destinado a «socializar el miedo para culminar las llamadas reformas estructurales perseguidas por el capital desde los años ochenta». El profesor Francisco Rodríguez Ortiz ha ido moldeando esta tesis —estas tesis encadenadas— en sus últimas publicaciones, en sus siete libros y en varias decenas de artículos, hasta culminar en la obra que aquí se presenta un compendio nuevo, equilibrado, riguroso y de indudable interés, como siempre ha sido su objetivo en los trabajos que ha publicado.

    Como señala el autor, la unión monetaria europea está mal diseñada, se ha quedado a medio camino y actúa como catalizador de la crisis, «al carecer Europa de la necesaria integración fiscal, de un prestamista de último recurso y al haber acentuado la integración monetaria las heterogeneidades y desequilibrios nacionales». El modelo de una moneda única sin Estado parece encontrarse al borde del colapso; y entre las múltiples consecuencias que conlleva esa situación cabe destacar la ausencia de nuevos consensos políticos que incluyan pautas sobre la redistribución de la renta y las ganancias de productividad, puesto que parece impensable profundizar en una reforma radical de los sistemas tributarios que los haga más progresivos, sostenibles y eficientes.

    También parece claro —aunque no para todos— que Europa no podrá avanzar en su integración sin profundizar en una integración fiscal consistente, que no repose solo en buenos propósitos sino que complete el horizonte, hasta ahora mal diseñado y peor trazado, de una unión monetaria y permita fijar los objetivos integradores de la UE en determinadas ámbitos parciales pero progresivos de su unión política. De una unión política que necesariamente ha de ser sui generis, puesto que la UE es un fenómeno atípico en el panorama internacional, o al menos lo ha sido hasta ahora. De ahí sus dificultades y retos, puesto que esta Europa (la actual UE) parece haber llegado a un punto de no retorno frente a sus ciudadanos, frente a sus Estados miembros y frente a una economía mundial que atraviesa la Unión Europea sin que sus instituciones parezcan tener claro cómo actuar para defender el bienestar de la mayoría de la población. Por eso —aunque no siempre todos estén dispuestos a admitirlo— tal vez no quede más opción que avanzar hacia otra Europa, hacia otro modelo integrador, no sólo en el ámbito monetario (el corolario que la UE parece haber elegido como rasgo distintivo en las últimas décadas), sino también en otros muchos aspectos que afectan a nuestra condición de ciudadanos, pero determinan también la debilidad de nuestros gobiernos para hacer frente a una situación en la que cada vez parecen tener menos poder y capacidad de acción, y menos recursos útiles y resortes disponibles, abonando de ese modo el terreno para que el peor de los populismos acabe derribando algunos de los más significativos logros sociales y democráticos de los que pueden hacer gala los países europeos.

    Gobernanza Económica de la zona euro: entre profundización y desintegración, responde fielmente al proyecto investigador desarrollado por Francisco Rodríguez Ortiz sobre una problemática muy concreta: el euro como expresión sintética de un paradigma que atenaza a la UE entre un intergubernamentalismo asimétrico, «en el que priman las concepciones alemanas», y la necesidad de una unión monetaria basada sobre una estrategia distinta; basada sobre otras políticas económicas coordinadas por los gobiernos, orientadas a los ciudadanos e insertadas de un modo más coherente en el entramado —igualmente asimétrico— de las relaciones económicas internacionales. El libro, dividido en seis capítulos más una certera introducción y un sugerente apartado de conclusiones, no se limita a cuestionar la realidad analizada, sino que —como no podía ser de otro modo— sugiere alternativas y abre nuevas interrogantes de alcance general y de interés específico, ya que en cada capítulo propone preguntas clave que pueden ayudar (no solo a los expertos) a entender mejor qué está fallando en la actual UE y en el proyecto de unión monetaria sobre el que Europa avanza torpemente, dejando tras de sí un rastro de heridas y de fracturas muy difíciles de curar y quizá imposibles de recomponer con suficiente solvencia y legitimidad.

    Hay varios aspectos que siempre he admirado en las publicaciones de Francisco Rodríguez Ortiz, y que el lector apreciará —así lo espero— en este nuevo trabajo. Uno de ellos es su claridad expositiva; y eso a pesar de centrarse en razonamientos de especial complejidad, como corresponde a la problemática de las políticas monetarias, sus debilidades, y sus perniciosos efectos sobre las personas y los sistemas económicos de la UE.

    Otro aspecto característico de Rodríguez Ortiz es la amplitud de la bibliografía que maneja y la sutileza con la que cita a sus autores de referencia, pero también a otros especialistas menos conocidos aunque igualmente relevantes para analizar los temas en los que él es, sin duda, un especialista de reconocido prestigio; un especialista, eso sí, heterodoxo (esto nadie se atrevería a negarlo, porque es también un rasgo distintivo de este profesor-investigador de Deusto).

    Asimismo, sin agotar la caracterización del trabajo de Rodríguez Ortiz, en su tarea creativa cabe subrayar el rigor y la profundidad de sus reflexiones, a menudo acompañadas de un amplio despliegue de datos coyunturales que dan verosimilitud al debate (a los debates contenidos en estas páginas), aunque a veces —en mi opinión— hagan más difícil llegar hasta el mensaje central, hasta el núcleo del contenido estructural que sirve de guía al autor de esta obra; es decir, a su tesis de que estamos ante «una crisis estructural que hunde sus raíces en el auge adquirido por las finanzas en las economías desarrolladas, unas finanzas que han devenido el talón de Aquiles del nuevo capitalismo mundial». Por ello, la «situación en la que se halla la eurozona ha pasado a ser tanto más delicada cuanto que las recesiones que siguen a una crisis financiera tienden a ser más largas e intensas». Y también por ello, a las debilidades estructurales y de funcionamiento de la Unión Europea se suma el hecho de que sus países miembros «se acomodan en políticas no cooperativas de dumping fiscal y social e institucionalizan», ante la imposibilidad de poder devaluar su moneda, «la estrategia contraproducente y no cooperativa de devaluación salarial interna, que limita el alcance de la débil e inestable recuperación europea». Para salir de ese bucle pernicioso, ¿bastaría una mayor cooperación institucional, una cooperación distinta, una mecánica integradora diferente? ¿O, por el contrario, el cambio ha de ser mucho más radical? El asunto es de singular complejidad, puesto que atañe a la articulación de los objetivos y de los medios de acción de la UE, en particular a su unión monetaria, pero concierne también a su calidad institucional, entre otros múltiples aspectos en los que la integración comunitaria parece moverse, aunque no siempre lo haga avanzando en beneficio de la mayoría de las personas.

    Para tranquilidad de los lectores menos familiarizados con su obra, conviene aclarar que Rodríguez Ortiz incurre en una práctica muy habitual entre quienes nos dedicamos a la docencia, que no es otra que recordar los aspectos fundamentales de las ideas expuestas, ofreciendo desde distintos ángulos los argumentos esgrimidos para que queden más claros y para que no se corra el riesgo de que caigan en el saco del olvido o se diluyan en la diversidad y el amplio panorama de los datos analizados. Y ello, en una publicación de estas características, se agradece de manera especial, ya que debido a la secuencia del discurso y a la importancia de las referencias objeto de contrastación se hace tan necesario como útil el propósito de recordar al inicio y al final de cada capítulo las cuestiones esenciales, las críticas más pertinentes, y las opciones de política económica que se dejan de lado para dar primacía a una estrategia europea insuficiente, equivocada, parcial y nada equitativa. Personalmente, como profesor y amigo, agradezco y doy mucho mérito a esa tarea didáctica: primero, porque consigue hacer comprensible lo que no parece fácil a primera vista; y, segundo, porque me evita detallar ahora los contenidos esenciales de cada parte del libro aquí presentado, puesto que al lector le resultará grato buscarlos, encontrarlos, leerlos y reflexionar sobre ellos.

    De acuerdo con Rodríguez Ortiz, parece claro que para suplir las más graves debilidades de la integración europea sería necesario impulsar «mecanismos y políticas susceptibles de desembocar en la constitucionalización de un gobierno económico de la Unión». También resulta evidente —aunque esta idea no sea compartida por todos— que la actual reducción de la legitimidad de los Estados,«que ha desembocado en unas políticas equivocadas definidas como austericidas, hunde sus raíces en las revoluciones llamadas neoliberales de Reagan y Thatcher de los años ochenta», por lo que hay motivos sobrados para pensar que el futuro que se avecina en Europa y en el mundo no invita al optimismo. No invita a pensar una evolución intrínsecamente favorable porque, en gran medida, los escenarios posibles «no responden a un plan pensado y racional sino a impulsos movidos por un objetivo oculto de naturaleza ideológica: aprovechar la crisis financiera y sus efectos sobre el déficit público para reducir el Estado del bienestar».

    Vivimos desde hace años una «contrarrevolución fiscal» que impulsa, cada vez de un modo más claro, «comportamientos de tipo esquizofrénico, toda vez que se tienden a manejar en paralelo dos discursos opuestos. Por un lado existen toda una serie de declaraciones a favor de la protección y la cohesión social (con reflejo en los Tratados) y del denominado Modelo Social Europeo como elemento consustancial de la UE. Por otro, una visión de la protección social y las actuaciones del Estado de Bienestar, como palos en la rueda del crecimiento económico y la eficiencia asignativa». En ese contexto, lo que Europa necesita rebasa ampliamente los límites de los proyectos hasta ahora lanzados (como el denominado Plan Juncker), puesto que lo que se requiere es «un verdadero plan de inversión comunitaria en infraestructura, medioambiente, educación y tecnología», un plan dotado con auténticos recursos financieros, cuya acción debería centrarse más en los países de menores niveles de desarrollo; en caso contrario, «Europa va a seguir sin atisbar la luz a la salida del túnel si, presa de condicionantes ideológicos o por vagancia intelectual y falta de atrevimiento político, persiste en aquellas políticas que profundizan en las desigualdades y el malestar social». Y todo eso sin incluir en toda su plenitud el factor de desequilibrio que representa y representará el Brexit, tanto por sus efectos directos e indirectos como por la importancia de un problema que está transformando la imagen y el modus operandi de Europa, si bien, como reclama el autor de este libro, esa circunstancia debería ayudar a extraer lecciones «para subsanar las deficiencias institucionales que aquejan a la Unión Europea».

    Pero Europa necesita mucho más. No se trata solo de una cuestión de cantidad, ni tampoco de meras formas, por importantes que éstas sean en democracia. La UE necesita también una dinámica estructural interna y una inserción internacional muy diferentes a las que caracterizan su situación actual. Porque ahora la zona euro parece obligada a elegir entre: «mantener un desempleo alto en los países de la periferia, hasta que los precios y salarios hayan caído lo suficiente para recuperar la competitividad perdida, un proceso tanto más complejo cuanto que todos los países de la eurozona son presa de una baja inflación; convencer a Alemania y otros países con superávit de que acepten crear un diferencial de inflación en su contra; abandonar el intento de restaurar la competitividad dentro de la zona euro y aceptar una política de transferencias del norte hacia el sur; o aceptar una ruptura total o parcial de la zona euro». Y esas opciones (que parecen más hipotéticas que reales) se insertan, a su vez, en un contexto de apertura de muy difícil gestión, ya que las «nuevas condiciones de acumulación a nivel mundial hacen casi imposible una dinámica inflacionista de tipo salarial».

    Es más, todo ello adquiere en la eurozona tintes de situación insostenible, «al ser la política monetaria de talla única y al descartarse un presupuesto comunitario susceptible de actuar de forma anticíclica a nivel de la Unión», por lo que en el fallido diseño y posterior remodelación la unión monetaria debería haberse potenciado de un modo firme y solidario el «alcance contracíclico de las políticas presupuestarias nacionales». Más aún cuando en la actual UE «se evidenciaba también que la supervisión europea había sido deficiente, que existía un exceso de oferta financiera que iba a requerir nuevas concentraciones bancarias», y que ello conllevaría eventuales quiebras de los bancos más débiles. Porque, «en contra del relato fraudulento que se impone a partir de 2010, la crisis de las economías europeas y norteamericana evidencia que los comportamientos privados han sido más perniciosos para la estabilidad de las finanzas públicas que una supuesta irresponsabilidad del gasto público debido a un exceso de atención prestada a las políticas sociales». Sin embargo, la situación de la Europa comunitaria es mucho más compleja, dado que no cuenta con el papel específico desempeñado por el dólar a nivel internacional, y «no puede permitirse acumular de forma continua desequilibrios presupuestarios sin comprometer la viabilidad de los servicios públicos, del sistema de pensiones públicas…».

    Pese a las críticas, «la evolución de la economía de la eurozona evidencia que la soledad en la que ha venido desenvolviéndose la política monetaria convencional no ha permitido impedir la caída de la actividad inducida por unas políticas presupuestarias muy restrictivas, lo que combinado con un paro masivo y una restricción salarial extrema alimenta la debilidad de la demanda agregada». Una constatación que ha llevado al Banco Central Europeo, con retraso, a adentrarse de forma más decidida en la llamada política monetaria no convencional. Pero, como razona el autor de este libro, «los gobernantes europeos se equivocan al focalizar su atención sobre la política monetaria, al magnificar sus potencialidades y al decantarse por una opción de política económica que obvia las enseñanzas transmitidas por la macroeconomía keynesiana». Es un error de gran calado, que puede no ser tan ingenuo como a primera vista podría pensarse, puesto que parece estar guiado por una lógica interna propia: por una lógica que se superpone y penetra los ámbitos de acción nacionales y supranacionales hasta convertir en hegemónico el papel de las finanzas.

    Como consecuencia de esa lógica (hegemónica), ¿todo apunta a que se producirá también un «estrechamiento de la democracia en la era de la globalización», dado que pueden verse «seriamente limitadas las posibilidades de elección real»? Como resultado, ¿es posible que la profundización y extensión de la integración europea propugnada desde Maastricht refuerce aún más ese indeseable efecto? Visto así, ¿es también posible que se extienda el mal ejemplo de la gestión de las crisis de Grecia, con las nefastas consecuencias que han tenido y tendrán para los ciudadanos unos «rescates que no han contribuido a dinamizar la economía y recortar la deuda»? Porque, «en realidad, no más del 15% de dichos fondos, unos 31.000 millones de euros, fueron a parar a manos del Estado griego para afrontar sus gastos», mientras que «cerca del 85% de los fondos ha ido al servicio de la deuda, a su reestructuración y a la recapitalización de la banca».

    Como sostiene el profesor Rodríguez Ortiz, la gestión de las crisis en Europa no ayuda a reducir los niveles de déficit y de deuda, porque quizá no sea ese el objetivo central, sino la «coartada destinada a culminar un proyecto de liberalización de la economía y de remercantilización de los servicios públicos»… ¿Una coartada que desde hace décadas sacude el Estado del Bienestar, imponiendo «un nuevo modelo competitivo basado en una mayor restricción salarial» y en la desregulación, precarización y «desmantelamiento de los elementos centrales del acervo social europeo.» ¿Se trata de una estrategia que «ahonda tanto en un incremento de las desigualdades como en la situación de crecimiento blando en el que se halla inmerso la eurozona», además de contribuir a la permanencia de un paro masivo y de una situación «que erosionan los principios democráticos» que creíamos consustanciales a las sociedades europeas? Y si es así, como se pregunta el autor, «¿puede un capitalismo sometido a diversos procesos de globalización (comercial, productiva y financiera) volver a reconciliar crecimiento con progreso social?»

    El alcance y las implicaciones de formar parte de sistemas socioeconómicos crecientemente financiarizados y selectivamente abiertos al actual estilo de globalización configuran una temática investigadora de especial trascendencia y complejidad. Aunque su estudio y posibilidades de transformación no preocupen a todos por igual, los planteamientos básicos y las respuestas posibles sí quedan nítidamente recogidos en este trabajo, porque sí interesan como investigador y como ciudadano a alguien que ya desde la primera página de su libro, en la dedicatoria, deja claro que prefiere «rechazar el valor de un éxito económico basado en el fracaso social».

    José Antonio Nieto Solís

    Profesor titular de Economía Aplicada

    Universidad Complutense de Madrid

    Introducción

    Las dificultades por las que atraviesa la zona euro, aunque tengan causas, manifestaciones e intensidad que varían según los momentos históricos, no resultan novedosas. Producto de muchos factores externos, entre los que sobresale la creciente financiarización de la economía, que impone al capitalismo mundial sus formas y sus contenidos dominantes¹, y debido también a un entramado institucional y económico insatisfactorio e incongruente, Europa se halla inmersa, desde finales de los ochenta, en una fase prolongada de crecimiento blando, que tiende a alternar con períodos de recesión. El paro masivo, unas escasas ganancias de productividad y las crecientes desigualdades sociales han pasado a ser signos inequívocos de la nueva identidad europea. Europa parece haberse adentrado en la senda de un declive irreversible. Añadido a ciertas debilidades estructurales e institucionales se suma el hecho de que los países de la Unión Europea se acomodan en políticas no cooperativas de dumping fiscal y social e institucionalizan, a falta de poder devaluar su moneda, la estrategia contraproducente y no cooperativa de devaluación salarial interna que limita el alcance de la débil e inestable recuperación europea. Consecuencia de las numerosas limitaciones e incongruencias que sustentan el entramado de la moneda única es que no solo ésta no ha reducido las disparidades entre Estados miembros, como se argumentó cuando fue ideado el proyecto, sino que se ha logrado lo contrario. Se evidencia que resultaba voluntarista construir una unión monetaria irrevocable entre economías estructuralmente dispares en ausencia de una «previa» unión política.

    Así, pese a hallarse el núcleo de la crisis financiera en Estados Unidos, dicha crisis ha adquirido particular virulencia en Europa al carecer de una estructura federal y de los instrumentos de política económica necesarios para encarar una gran recesión. Los problemas que derivan de estas lagunas fundacionales se han visto agravados por los errores cometidos por los gobernantes nacionales y responsables comunitarios en la gestión de la crisis. Esos errores no son casualidad. Provienen con frecuencia de una lectura rígida de los principios neoliberales sobre los que se sustentan el proyecto de moneda única europea y las actuaciones de las diversas instituciones comunitarias. Un fundamentalismo ideológico que ha inducido una deriva de la crisis financiera en crisis económica y social. Consecuencia de ello, la zona euro ha retornado a una segunda recesión entre 2011 y junio de 2013, de la que le cuesta salir de forma dinámica tanto más cuanto que, pese a hallarse el núcleo central de la crisis en los elevados niveles de endeudamiento privado, se ha creado una dinámica que ha desembocado en la crisis de las deudas soberanas. La situación en la que se halla la eurozona ha pasado a ser tanto más delicada cuanto que las recesiones que siguen a una crisis financiera tienden a ser más largas e intensas. El exceso de endeudamiento de los agentes privados del período anterior ha de dar paso ahora a un fuerte desendeudamiento de dichos agentes, lo que frena los gastos de consumo y de inversión. Además, los bancos, que habían infravalorado o ignorado los riesgos en el momento de la euforia, han de recomponer ahora su balance, lo que contribuye a restringir de forma radical el acceso al crédito. Añadido a ello el hecho que los gobernantes europeos se han equivocado en todo: diagnóstico, tiempos y terapias. Y el fraude actual consiste en alterar el relato de lo acaecido. Una crisis provocada por el exceso de endeudamiento del sector privado, sobre todo el financiero, es reinterpretada como una crisis de la deuda pública que derivaría de un gasto público desbocado para atender las necesidades de un Estado del bienestar sobredimensionado. De esta interpretación deriva que la reducción del endeudamiento de las administraciones públicas se halla impuesto como una prioridad que determina el desempeño de la política presupuestaria. Un relato ideológico basado en falsedades que, extrapolando la situación de excepción creada en torno a las finanzas públicas griegas, aspira a reducir a su mínima expresión el papel del Estado frente al mercado, relativiza el papel predominante desempeñado por las instituciones financieras en el desarrollo de la crisis y supone el mayor cuestionamiento desde la posguerra de los pilares centrales del Estado del Bienestar. La política europea, presa de la quimera neoliberal de la «restricción presupuestaria expansiva», ha carecido de iniciativa y del impulso necesario. La mala gobernanza económica de la zona euro ha contribuido a elevar la incertidumbre y a agravar la crisis², ha reforzado el poder de los mercados financieros erigidos en la principal fuente de financiación de los Estados, hasta que el Banco Central Europeo (BCE) se ha visto obligado a tomar muy tardíamente el relevo, acorta la capacidad de acción de los poderes públicos y el papel del Estado como regulador de la economía.

    Pero la crisis de la eurozona va más allá de tendencias coyunturales. Se trata de una crisis estructural que hunde sus raíces en el auge adquirido por las finanzas en las economías desarrolladas, unas finanzas que han devenido el talón de Aquiles del nuevo capitalismo mundial. La crisis de este capitalismo financiero revela las dificultades para encontrar una alternativa a la crisis del llamado régimen de acumulación fordista, que ha presidido las «Treinta Gloriosas», y cuestiona la viabilidad de un régimen de acumulación basado en una expansión desmedida del crédito para suplir las restricciones salariales y los procesos de concentración de la renta en beneficio de las rentas del capital, dos fenómenos que pasan a ser la norma desde los años ochenta. Las crisis financiera y económica han profundizado en esas tendencias a la polarización social, a lo que también han contribuido las políticas de ajuste emprendidas en Europa. La crisis actual y una sucesión de políticas equivocadas, sobre todo entre 2010 y mediados de 2013³, evidencian las debilidades del entramado comunitario. Se atisba que no solo la Unión Monetaria Europea (UME) no permite responder a una situación de crisis mayor sino que actúa como catalizador de la misma al carecer de la necesaria integración fiscal, al descartar ser una unión de transferencias, al no poseer sino una muy incompleta y reciente Unión Bancaria y al no disponer de un prestamista de último recurso, si bien el desarrollo de los acontecimientos ha obligado a alterar el cometido asignado originalmente al Banco Central Europeo. Este se ve llevado a implementar políticas cada vez más heterodoxas que, llevadas a ciertos extremos, pueden ser contraproducentes y susceptibles de debilitar aún más el frágil sistema financiero europeo. Asimismo, la UME, en contra de lo enunciado cuando fue concebido el proyecto, no ha contribuido a reabsorber sino que ha acentuado, en términos relativos, las heterogeneidades estructurales y desequilibrios macroeconómicos nacionales.

    La eurozona se ha erigido en un área de escaso dinamismo económico a nivel mundial. Tiende a salir de las crisis con tasas de crecimiento bajas, irregulares e inferiores a las de ciclos anteriores. A este factor de debilidad se suman desde 2014 las incertidumbres asociadas a la continuidad del crecimiento en las economías emergentes y los riesgos de verse atrapada en una dinámica que bien podría transformar una desinflación relativamente positiva en peligrosa deflación. Así, pese a la frágil recuperación norteamericana, favorecida por el hecho de que en ausencia de fuertes mecanismos de protección social el paro es percibido como una lacra y la política macroeconómica actúa como un «seguro colectivo de actividad»⁴, la atonía europea y la crisis rampante en muchas economías emergentes hacen que la economía mundial carezca de los motores necesarios para impulsar un crecimiento sostenido.

    Suplir estas debilidades europeas requeriría que fueran impulsados los mecanismos y políticas susceptibles de desembocar en la constitucionalización de un gobierno económico de la Unión. A él se refieren con cierta frecuencia los dirigentes alemanes, si bien su pronunciamiento es meramente retórico y, además, hacen trampa. Descartan cualquier atisbo de federalización de la política económica que recogiera los intereses dispares de los diversos Estados miembros y creara redes y mecanismos de solidaridad fiscal y financiera. En lugar de lo cual, persiguen la institucionalización de unas nuevas reglas de gobernanza restrictiva, unas reglas vinculantes y no interpretables que endurecen aquellas anteriores a la crisis. Se impone una gobernanza que restringe la capacidad del Estado para incidir en la solución de los problemas económicos y sociales importantes y acorde con las exigencias impuestas por los mercados financieros y las necesidades del capital en los procesos productivos (desregulación laboral, liberalización extrema del mercado de trabajo, competencia fiscal, etc.). Adda⁵ señala que «incapaces de liberarse de las imposiciones de los mercados, los gobiernos europeos se han entregado a la razón de las naciones acreedoras, que imponían una carrera suicida hacia la deflación interna, en el preciso momento en que la recesión se extendía al conjunto de la zona euro». Esta disminución en la legitimidad del Estado en cuanto actor en la sociedad y en la economía, que ha desembocado en unas políticas equivocadas definidas como «austericidas», hunde sus raíces en las «revoluciones» llamadas neoliberales de Reagan y Thatcher de los años ochenta⁶. Reflejo del nuevo sesgo imprimido a la política macroeconómica es que el ajuste fiscal privilegia un enfoque poco equilibrado que concede la primacía al recorte del gasto y, debido a la importancia del mismo en el gasto público total, se centra en el gasto social con medidas que «no responden a un plan pensado y racional sino a impulsos movidos por un objetivo oculto de naturaleza ideológica: aprovechar la crisis financiera y sus efectos sobre el déficit público para reducir el Estado del bienestar⁷».

    Ahora bien, siendo indiscutible que cualquier transferencia de competencias desde el ámbito del Estado nación al europeo afecta a cuestiones de legitimación democrática, el problema de Europa no reside en dichas transferencias de competencias sino en el hecho de que las nuevas normas de gobernanza restrictiva y no cooperativa no desembocan en la constitucionalización de un gobierno económico europeo. Estas limitaciones tienen que ver con las propias singularidades del proceso de integración monetaria que se ha seguido en la zona euro. Por lo general, la integración monetaria «estable» ha dado lugar a la formación de una entidad política diferente que acababa erigiéndose en un nuevo Estado. Tal no puede ser el devenir de la Unión Europea (UE) y, consecuencia de ello, es que persistan los límites de la solidaridad presupuestaria pese a padecer las soberanías nacionales una merma significativa, sobre todo en las economías periféricas de la eurozona, lo que recorta la capacidad de acción contracíclica de las políticas presupuestarias nacionales. Estas economías periféricas viven bajo un régimen de democracia recortada y tutelada no compensado por la emergencia de una regulación macroeconómica europea. El rumbo tomado por el nuevo proceso de integración acentúa las asimetrías existentes en la eurozona: el centro sale reforzado respecto de una periferia cuya autonomía es recortada. Europa ha dejado de ser un proceso de cesión voluntaria de competencias por parte de sus miembros. Se impone un creciente intergubernamentalismo, un intergubernamentalismo que tiende a ser asimétrico. Por primera vez en el proceso de integración europea, un país tiende a ejercer en solitario la hegemonía e imponer sus opciones a los demás Estados miembros⁸. Para Beck, Europa puede optar entre dos formas opuestas de integración y cooperación: «la participación igualitaria (reciprocidad) o la dependencia jerárquica (hegemonía)»⁹. La actual gobernanza económica europea tiende a ser percibida como una «germanización del proyecto europeo»¹⁰ si bien parece aún más acertado definirla como «europeización de la política conservadora alemana». El compromiso de los gobernantes alemanes con el proyecto de integración europeo tiende a ser rebajado toda vez que, aprovechando unas circunstancias nacionales no extrapolables a Europa, priman un enfoque nacionalista de salida de crisis, rechazan iniciativas comunitarias destinadas a estimular la demanda y el crecimiento e impiden en paralelo a los socios tener políticas presupuestarias más activas. También es objeto de ira de las autoridades germanas el nuevo rumbo tomado por la política del BCE ahora preocupado por el retorno al estancamiento secular y la deflación. Temen que el bies particularmente acomodaticio adquirido por la política monetaria lleve a los gobiernos a abandonar sus políticas de ajuste presupuestario. Así pues, pese a ciertos matices, las autoridades europeas siguen convencidas que las políticas de restricción salarial y presupuestaria son acertadas en lo sustancial y que se ha de profundizar en los ajustes emprendidos en el campo de las finanzas públicas y mercados de trabajo. Contrapartida a la muy relativa flexibilización en los procesos de ajuste fiscal es que sale reforzada la estrategia equivocada y no cooperativa de la desinflación salarial interna. El nuevo mantra europeo pasa a ser el de las «reformas estructurales» cuyo eje es la creciente liberalización y desregulación de los mercados de trabajo.

    Las economías europeas, cuyo crecimiento va a seguir siendo bajo debido a que la crisis ha destruido capital físico y humano así como consecuencia de una evolución demográfica adversa, lo que se refleja en una escasa progresión de la inversión y de la productividad total de los factores, se encaminan hacia lo que Summers o Gordon definen como un estado de «estancamiento secular»¹¹. Mientras Gordon insiste en el agotamiento del progreso técnico que dejaría de generar ganancias sustanciales de productividad, lo que limitaría el llamado crecimiento potencial a largo plazo, Summers y sus seguidores hacen más hincapié en que las economías se enquisten en un déficit permanente de demanda asociado al envejecimiento de la población. Las incertidumbres que derivan de la inseguridad laboral, nuevas pautas salariales, apertura del abanico de las desigualdades y auge de las presiones deflacionistas en un entorno caracterizado por la mundialización de los intercambios y de los procesos productivos alentarían comportamientos timoratos del consumo y de la inversión, tanto más cuanto que hogares y empresas se hallan atrapados en una dinámica negativa de sobreendeudamiento. Indudablemente, el saneamiento y ajuste de los balances privados, incluidos los de las entidades financieras ahora penalizadas por tipos en cero o negativos, va a ser un proceso de largo plazo que lastra las potencialidades de crecimiento. Los hechos se están encargando de demostrar el carácter equivocado de la política económica que se impone en Europa y nos revelan también que una política monetaria ultra-expansiva, aunque necesaria, resulta insuficiente. Es probable incluso que, superados ciertos umbrales, los efectos negativos que derivan de la misma excedan sus beneficios. Luchar contra la deflación y la atonía de la demanda agregada requiere otra combinación de políticas, tanto en el ámbito de los Estados naciones como en el espacio comunitario.

    Al crecer poco, resulta tarea imposible responder a una crisis de endeudamiento privado y público y las políticas indiscriminadas de consolidación fiscal y de restricción salarial parecen haber erigido a la economía de la eurozona en el enfermo crónico de la economía mundial. Al ser los multiplicadores asociados a la restricción presupuestaria superiores a lo estimado por el FMI y las autoridades europeas, las consolidaciones fiscales han resultado ser autodestructivas. Han alimentado la recesión de muchas economías, han provocado un deterioro de la ratio deuda/PIB y han contribuido a acercar a dichas economías europeas al borde del precipicio de la deflación. Un peligro tanto más acuciante cuanto que a las debilidades internas se viene a sumar ahora una crisis de demanda originada por la sensible desaceleración de las economías emergentes y caída pronunciada del precio de las materias primas.

    Expuestas a este riesgo de deflación, las economías europeas han de renunciar a su querencia irracional por la «restricción presupuestaria expansiva» y, sin renunciar a los impulsos monetarios, habrían de estimular el gasto, más en los países que cuentan con amplios excedentes corrientes. Y, por supuesto, Europa necesita, lo que rebasa los límites del llamado Plan Juncker, un verdadero plan de inversión comunitaria en infraestructura, medioambiente, educación y tecnología. Ese plan habría de estar dotado con auténticos recursos financieros y su acción se centraría relativamente más en los países menos desarrollados. Europa va a seguir sin atisbar la luz a la salida del túnel si, presa de condicionantes ideológicos o por vagancia intelectual y falta de atrevimiento político, persiste en aquellas políticas que profundizan en las desigualdades y el malestar social.

    Las crisis que se suceden en Europa desde la Gran Recesión de 2008/2009 evidencian que el modelo de integración en torno a la moneda única está agotado. Más que el desmantelamiento de la eurozona, que resulta inviable al conllevar unos costes inasumibles para todos los Estados miembros, mayores en los dominantes, se configura una gobernanza económica asimétrica que, tras institucionalizar la despolitización de la política monetaria, persigue ahora la falsa despolitización de la política presupuestaria, sobre todo la de las economías periféricas. ¿Está preparada Europa para constitucionalizar un gobierno económico, vista la deriva liberal y nacionalista del proyecto de integración? Si bien la crisis de la Unión Monetaria revela que una unión monetaria sin unión política resulta inestable por naturaleza, y actúa incluso como catalizador de las crisis. Ese horizonte de Unión Política, que supondría que los Estados hacen cesión de sus derechos soberanos a nivel europeo, se antoja como cada vez más lejano. Se asiste más bien a una tendencia a la renacionalización de muchas políticas, sobre todo en los países centrales de la Unión que tienden a imponer sus opciones a los de la periferia. Los gobernantes parecen estar sobre todo interesados en utilizar el proceso de integración monetaria como coartada para culminar unas reformas liberales presentes en su agenda desde los años ochenta. Los gobiernos socialdemócratas eran amplia mayoría en Maastricht y patrocinaron un proyecto incoherente, fuente de regresión social, que ha precipitado una crisis terminal de la socialdemocracia, iniciada en los años ochenta, tras el final de las «Treinta Gloriosas». Una crisis de la socialdemocracia luego acelerada con las «terceras vías» de Blair, «nuevos centros» de Schroeder y la caída del muro de Berlín. Luego, el propio proyecto de moneda única, la sucesión de crisis, desde el inicio de la crisis financiera a finales de 2007, y las políticas de ajuste que las han acompañado no han hecho sino acelerar su agonía y restarle respaldo político. Producto de este nuevo radicalismo político regresivo, alimentado también por una tendencia al envejecimiento de la población que cuestiona los equilibrios financieros, es el malestar y miedos crecientes ante un futuro marcado por una precariedad ascendente. Consecuencia de ello, es el auge de los populismos de diversa índole en toda Europa, un populismo que apela a resortes emocionales primarios y que, de forma demagógica, pretende ser el instrumento de un «pueblo» que se rebela contra las élites o castas políticas. Una lógica bien sintetizada por Dardot y

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