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La derrota de Occidente
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La derrota de Occidente

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La implosión de la URSS volvió a poner la historia en movimiento. Sumió a Rusia en una violenta crisis, pero, sobre todo, creó un vacío mundial que absorbió a Estados Unidos, también en crisis desde 1980. Se desencadenó entonces un movimiento paradójico: la expansión conquistadora de un Occidente que se marchitaba en su corazón. La desaparición del protestantismo condujo a Estados Unidos, por etapas, del neoliberalismo al nihilismo, y a Gran Bretaña, de la financiarización a la pérdida del sentido del humor. El estado cero de la religión ha llevado a la Unión Europea al suicidio, mientras Alemania estaba a punto de resurgir.

Entre 2016 y 2022, el nihilismo occidental se fusionó con el ucraniano, nacido de la descomposición de la esfera soviética. Juntos, la OTAN y Ucrania se enfrentaron a una Rusia estabilizada, de nuevo una gran potencia, ahora conservadora, tranquilizadora para el resto del mundo que no quiere seguir a Occidente en su aventura. Los dirigentes rusos han decidido tomar partido: han desafiado a la OTAN y han invadido Ucrania.

Recurriendo a los recursos de la economía crítica, la sociología religiosa y la antropología, Emmanuel Todd nos lleva a recorrer el mundo real, de Rusia a Ucrania, de las antiguas democracias populares a Alemania, de Gran Bretaña a Escandinavia y Estados Unidos, sin olvidar al resto de países, cuya elección decidirá, si no lo ha hecho ya, el resultado no sólo de la guerra y sino del mundo por venir.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento27 may 2024
ISBN9788446055587
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    La derrota de Occidente - Emmanuel Todd

    CAPÍTULO I

    LA ESTABILIDAD RUSA

    La fortaleza de Rusia ha sido una de las grandes sorpresas de la guerra. No debería haberlo sido; era fácil de prever y será fácil de explicar. La verdadera pregunta es: ¿por qué Occidente subestimó hasta tal punto a su adversario, cuando no había nada oculto sobre sus recursos y fortalezas, y los datos al respecto eran accesibles? ¿Cómo, con una intelligence community de cien mil personas sólo en Estados Unidos, pudo imaginar que la exclusión del sistema Swift y la imposición de sanciones someterían a este país de 17 millones de km², que dispone de todos los recursos naturales posibles y que, desde 2014, se estaba preparando claramente para hacer frente a sanciones de este tipo?

    Para ilustrar la enormidad de un error de percepción que abarca todos los años de Putin, empecemos por el título de una columna aparecida en Le Monde el 2 de marzo de 2022, escrita por Sylvie Kauffmann, editorialista del periódico: «El balance de Putin al frente de Rusia es un largo descenso a los infiernos para un país al que ha convertido en agresor». Así describía el gran diario de referencia francés un periodo que, tras el colapso de los años 90, fue precisamente el de la salida de los infiernos. No se trata aquí de denunciar, de indignarse, de acusar de mala fe –las personas que piensan así son sinceras[1]–, sino de comprender cómo se han podido escribir semejantes disparates cuando era tan fácil ver que en Rusia las cosas iban mucho mejor.

    UNA ESTABILIZACIÓN EXITOSA: LA PRUEBA DE LAS «ESTADÍSTICAS MORALES»

    Entre 2000 y 2017, la fase central de la estabilización llevada a cabo por Putin, la tasa de mortalidad por alcoholismo en Rusia se redujo de 25,6 por cada 100.000 habitantes a 8,4, la tasa de suicidios de 39,1 a 13,8, y la de homicidios de 28,2 a 6,2. En bruto, esto significa que las muertes por alcoholismo han bajado de 37.214 al año a 12.276, los suicidios de 56.934 a 20.278 y los homicidios de 41.090 a 9.048. Y es de un país que ha experimentado esta evolución del que se nos dice que está atrapado en «un largo descenso a los infiernos».

    En 2020, la tasa de homicidios había descendido aún más: a 4,7 por 100.000, seis veces menos que cuando Putin llegó al poder. Y la tasa de suicidios en 2021 era de 10,7, 3,6 veces menos. En cuanto a la mortalidad infantil anual, ha caído de 19 por cada 1.000 «nacidos vivos» en 2000 a 4,4 en 2020, por debajo de la tasa estadounidense, de 5,4 (UNICEF). Ahora bien, este último indicador, en la medida en que afecta a los miembros más débiles de una sociedad, es especialmente significativo para evaluar su estado general.

    Pero estos indicadores demográficos, que los sociólogos del siglo XX llamaban «estadísticas morales», sugieren una realidad aún más tangible y profunda que los demás. Si nos fijamos en los datos económicos de Rusia, vemos una rápida recuperación, un aumento del nivel de vida entre 2000 y 2010, seguida de una ralentización entre 2010 y 2020 como consecuencia de los problemas causados en particular por las sanciones tras la anexión de Crimea. Pero la tendencia que ilustran las estadísticas morales es más regular, más profunda, y refleja un estado de paz social, el redescubrimiento por los rusos, tras la pesadilla de los años 90, de que una existencia estable era posible.

    Esta estabilidad, que puede verse en los más objetivos de los hechos, los datos demográficos, se ha convertido en algo fundamental para el país y es una de las obsesiones de Putin en sus discursos. Estos aspectos objetivos no han impedido que diversas ONG, la mayoría de las veces agencias indirectas del Gobierno estadounidense que podríamos llamar PONG (pseudo­organizaciones no gubernamentales), rebajen constantemente a Rusia en sus evaluaciones. Hasta el absurdo. Cuando, en 2021, Transparency International, que clasifica a los países del mundo según su índice de corrupción, situó a Estados Unidos en el puesto 27 y a Rusia en el 136, nos encontramos ante un imposible. Un país con una tasa de mortalidad infantil inferior a la de Estados Unidos no puede ser más corrupto. La mortalidad infantil, al reflejar el estado profundo de una sociedad, es en sí misma un mejor indicador de la corrupción real que otros indicadores elaborados según quién sabe qué criterios. Es más, los países con menor mortalidad infantil son los que podemos comprobar que son también los menos corruptos: los países escandinavos y Japón. Vemos, pues, que, en la parte alta de la clasificación, los indicadores de mortalidad infantil y de corrupción están correlacionados.

    LA RECUPERACIÓN ECONÓMICA

    No se puede culpar a Le Monde y a la CIA por no utilizar la mortalidad infantil como indicador de tendencia. Pero los datos económicos sí se conocían. A lo largo de todo el periodo, además de un aumento del nivel de vida, se observan tasas de desem­­pleo muy bajas y el retorno de Rusia en áreas económicas estratégicas.

    Los resultados más espectaculares son los tocantes a la agricultura. Como nos cuenta David Teurtrie en su libro de 2021, en el espacio de unos pocos años, Rusia no sólo ha logrado alcanzar la autosuficiencia alimentaria, sino convertirse en uno de los mayores exportadores mundiales de productos agrícolas: «En 2020, las exportaciones agroalimentarias rusas alcanzaron un nivel récord de 30.000 millones de dólares, una cifra superior a los ingresos por exportaciones de gas natural en el mismo año (26.000 millones). Esta dinámica, impulsada inicialmente por los cereales y las oleaginosas, se apoya ahora también en las exportaciones de carne. […] Los resultados del sector agrícola han permitido a Rusia convertirse en exportador neto de productos agrícolas en 2020, por primera vez en su historia reciente: entre 2013 y 2020, las exportaciones agroalimentarias rusas se han triplicado, mientras que las importaciones se han reducido a la mitad»[2]. Una espléndida chufla a la época soviética, que, como sabemos, estuvo marcada por el fracaso de la agricultura.

    La permanencia de Rusia como segundo exportador mundial de armas es menos sorprendente. Sin embargo, después de Chernóbil, sí que lo es su nueva y reciente condición de primer exportador mundial de centrales nucleares, dejando muy atrás a Francia. En 2021, Rosatom, la empresa estatal encargada del sector, tenía treinta y cinco reactores en construcción en el extranjero (sobre todo en China, India, Turquía y Hungría)[3].

    Otro ámbito en el que los rusos han demostrado flexibilidad y dinamismo es internet. Como para nosotros es la quintaesencia de la modernidad, cabía esperar que los servicios competentes estuvieran al tanto de los progresos realizados por los rusos. No ha sido así en absoluto.

    Teurtrie explica muy bien hasta qué punto los rusos han tenido una actitud a la vez estatista y liberal, nacional y flexible: decididos a permanecer en un mundo competitivo y al mismo tiempo preocupados por preservar su autonomía. «En realidad», señala, «la versión rusa de la regulación de internet se encuentra, como en muchos ámbitos, a medio camino entre las medidas adoptadas en Europa y las adoptadas por China. Rusia comparte con Europa la presencia de los gigantes estadounidenses de internet, que gozan de una gran audiencia en el internet de Rusia o Runet (es el caso, en particular, de YouTube). […] Pero a diferencia de Europa, impotente en gran medida en este ámbito, Rusia puede apoyarse en empresas punteras nacionales presentes en todos los segmentos de internet para seguir siendo autónoma y ofrecer soluciones alternativas a los internautas rusos»[4]. Al tiempo que permanece «en gran medida abierta a las soluciones occidentales», Rusia «es sin duda la única potencia en la que existe una auténtica competencia entre los GAFA[5] y sus equivalentes locales»[6].

    François Hollande, tras Angela Merkel, alegó haber firmado los Acuerdos de Minsk de 2014 para dar tiempo a los ucranianos a armarse. Esa era sin duda la intención de los ucranianos. En el caso de Angela Merkel y François Hollande, ¿quién puede saberlo? Pero lo que apenas hemos visto, y lo que sugiere el libro de Teurtrie, es que estos acuerdos fueron también para los rusos una forma de ganar tiempo[7]. Una de las razones por las que en 2014 no fueron más allá de tomar Crimea y aceptar un alto el fuego es que no estaban dispuestos a verse desconectados del Swift, lo que entonces habría sido verdaderamente catastrófico. Los Acuerdos de Minsk se firmaron porque todos querían ganar tiempo: los ucranianos, para prepararse para la guerra sobre el terreno; los rusos, para estar listos para afrontar un régimen de sanciones máximo. Como informa Teurtrie, ya en 2014, el Banco Central de Rusia creó el Sistema de Mensajería Financiera ruso (SPFS)[8]. En abril de 2015, se puso en marcha el Sistema Nacional de Pagos con Tarjeta (NSPK), «que garantiza el funcionamiento de las tarjetas emitidas por los bancos rusos en territorio nacional incluso en caso de sanciones occidentales. Al mismo tiempo, el Banco Central de Rusia está creando el sistema de pago con tarjeta Mir»[9].

    ¡GRACIAS, SANCIONES!

    Cuando se observa la evolución de Rusia desde el derrumbe del comunismo, es inevitable asombrarse por un recorrido tan extremadamente accidentado: una caída muy brusca, seguida de un ascenso muy rápido. Pero lo más desconcertante es la capacidad de adaptación que ha mostrado el país desde las sanciones que siguieron a la guerra de Crimea en 2014. Cada paquete de sanciones parece haber llevado a Rusia a realizar una serie de reconversiones económicas y a recuperar su autonomía con respecto al mercado occidental.

    El ejemplo del trigo es quizá el más espectacular. En 2012, Rusia producía 37 millones de toneladas y, en 2022, 80 millones, más del doble en diez años. Esta flexibilidad tiene mucho sentido si se compara con la flexibilidad negativa de la Norteamérica neoliberal. En 1980, cuando Reagan llegó al poder, la producción de trigo estadounidense era de 65 millones de toneladas. En 2022, había descendido a sólo 47 millones. Consideremos este declive como una introducción a la realidad de la economía estadounidense, de la que hablaremos en el Capítulo 9.

    Bajo el mandato de Putin, los rusos nunca han abrazado un proteccionismo a ultranza, por lo que han aceptado que una serie de actividades hayan salido perjudicadas. Su industria aeronáutica civil se ha visto sacrificada desde que compraron los Airbus. Su industria automovilística también ha sufrido. Pero si el país ha logrado mantener una proporción relativamente elevada de su población activa en la industria, no integrarse completamente en la economía globalizada y no poner su mano de obra al servicio de Occidente como hicieron las antiguas democracias populares, es porque se ha beneficiado de un proteccionismo parcial y de las circunstancias.

    Jacques Sapir me ha ilustrado sobre este punto. «La principal medida de protección de la industria y la agricultura fue la fortísima depreciación del rublo en 1998-1999. Expresada como tipo de cambio real (comparando las respectivas inflaciones y aumentos de la productividad), la depreciación a finales de 1999 debería haber sido de al menos un 35%. Posteriormente, el tipo de cambio nominal cayó menos de lo que subió el diferencial de inflación, pero las importantes ganancias de productividad entre 2000 y 2007 mantuvieron una depreciación del tipo de cambio real de alrededor del –25%. Esta depreciación se vio mermada entre 2008 y 2014. Después, con el cambio de estrategia del Banco Central de Rusia (con la fijación de unos objetivos de inflación), el rublo volvió a depreciarse en términos reales de 2014 a 2020»[10].

    Los derechos de aduana se han añadido a la protección que ofrece un rublo débil: «En cuanto a los aranceles», prosigue Sapir, «Rusia aplicaba desde 2001 uno del 20% a los productos manufacturados industriales, antes de aceptar uno del 7,5% tras su entrada en Organización Mundial del Comercio en agosto de 2012. Evidentemente, con la guerra de Ucrania, esto ya no afecta a los productos occidentales. En cuanto a los productos agrícolas, el tipo de 2003 rondaba el 7,5% (frutas y hortalizas) y se redujo al 5% tras la adhesión de Rusia a la OMC. Pero, una vez más, el embargo ha permitido restablecer una política altamente proteccionista».

    Como podemos ver en Teurtrie, las sanciones occidentales de 2014, aunque causaron algunas dificultades a la economía rusa, también fueron una oportunidad: la obligaron a encontrar sustitutos para sus importaciones y a reorganizarse internamente. En un artículo publicado en abril de 2023, el economista estadounidense James Galbraith estimaba que las sanciones de 2022 habían tenido el mismo efecto[11]. Han permitido instaurar un sistema proteccionista que, teniendo en cuenta la fuerte adhe­sión actual de los rusos a la economía de mercado, el régimen nunca se habría atrevido a imponer a la población. «Sin las sanciones», escribe, «es difícil imaginar cómo podrían haber surgido las oportunidades que ahora se abren a las empresas y empresarios rusos. Desde un punto de vista político, administrativo, jurídico e ideológico, incluso a principios de 2022, el Gobierno ruso habría tenido grandes dificultades para adoptar medidas comparables, como derechos de aduana, cupos y expulsiones de empresas, dadas la profunda influencia que ejerce la idea de una economía de mercado en los responsables políticos, la influencia de los oligarcas y el carácter presuntamente limitado de la operación militar especial. En este sentido, a pesar de la conmoción y los costes para la economía rusa, las sanciones han sido claramente un

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