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Porque me da la gana: Ayuso, la nueva lideresa
Porque me da la gana: Ayuso, la nueva lideresa
Porque me da la gana: Ayuso, la nueva lideresa
Libro electrónico278 páginas4 horas

Porque me da la gana: Ayuso, la nueva lideresa

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"Nunca el pretérito fue tan imperfecto como cuando descubrimos hasta dónde llegaba nuestro error. Pese a ser subestimada en un principio y a la creencia de que las ayusadas (frases que denotan una inteligencia política muy superior a la que sus detractores desearían) acabarían por desgastarla políticamente, Ayuso ha mostrado una inagotable capacidad para esquivar asuntos de relevancia que, como los protocolos que impidieron derivar a hospitales a determinados mayores de residencias en los momentos duros de la pandemia, habrían ahogado a otros dirigentes políticos. Lo anterior se conjuga, además, con una habilidad se diría que innata para lograr el efecto bumerán de todas las críticas de las que ha sido objeto la presidenta de la Comunidad de Madrid.

La joven promesa a la que en 2019 Pablo Casado, antes de percatarse de su error, describió como una política «sin complejos» se ha afianzado en las urnas con una estrategia donde hace gala de una especie de campechanía goyesca traducida en el «porque me da la gana». A base de eslóganes como «Comunismo o Libertad», Isabel Díaz Ayuso se erige como una de las lideresas políticas que más eclipsan la actualidad y a la que no parecen afectar ni las privatizaciones, ni los volantazos a la derecha ni la falta de explicaciones ante los escándalos que la rodean, como las comisiones que recibió su hermano o la bajada de impuestos a los más ricos."
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento27 mar 2023
ISBN9788446053835
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    Porque me da la gana - Alicia Gutiérrez

    I

    Ranas, sapos y libertad

    Libertad en mayúsculas

    «Han pasado dos años desde las últimas elecciones. Dos años en los que, desde el Gobierno de la Comunidad de Madrid, hemos defendido nuestra Libertad y nuestra forma de vida».

    Libertad en mayúsculas como eje programático. El prospecto electoral de las autonómicas de 2021 finalizaba así:

    Libertad educativa, para que sean las familias y no los Gobiernos quienes decidan cómo educar a sus hijos; libertad para elegir qué médico y hospital queremos que nos atienda; libertad para desembarazarse del exceso de burocracia; libertad de iniciativa económica para ayudar a los autónomos y a las empresas a sacar adelante sus proyectos y crear empleo; libertad de horarios para consolidar un comercio competitivo y adaptado a las nuevas tecnologías.

    Libertad, en definitiva, para que nadie imponga una forma de vivir, pensar o sentir.

    Libertad para vivir a la madrileña.

    Tal desenvoltura le ha permitido a Ayuso esquivar discusiones cimentadas en los datos que abordaremos más adelante. Pero de momento, dos preguntas: ¿cuál es el grado de compatibilidad entre «libertad educativa» y ser la última comunidad en gasto por alumno a la vez que las cifras oficiales de ámbito estatal la señalan como la segunda –tras Cataluña– en el dinero dispuesto en 2020 para conciertos y subvenciones a la enseñanza privada[1]?

    ¿Qué ocurrió con la palabra «Libertad» en la campaña de 2021? Que en la tradicional carta a los electores firmada por los candidatos y embutida en cientos de miles de buzones, el PP optó por algo a lo que un artista conceptual brindaría su aplauso: una página en papel cuché con una foto de la candidata junto a la palabra «Libertad» escrita en mayúsculas y a gran tamaño. Debajo, el segundo a la vez que icónico apellido de la candidata: Ayuso. Esto es: #YoConAyuso[2]. Y nada más.

    «Libertad» se convirtió en el leitmotiv del programa electoral de 2021, un texto que pone el acento en esculpir como «seña de identidad» del PP madrileño el binomio «impuestos bajos y mejores servicios públicos».

    Año y medio más tarde, y en una entrevista publicada por todos los medios andaluces del Grupo Joly justo cuando acababa de doblar el brazo a Núñez Feijóo con la negociación sobre el órgano de gobierno de los jueces, el Consejo General del Poder Judicial (CGPJ), Ayuso reiteró su concepto de libertad sin ambages. La ligó a la «cultura del esfuerzo». Y lo hizo con un lenguaje cada vez más próximo al vocabulario de populismo neoliberal:

    Somos el partido del pueblo que representa a los niños, a los mayores, hombres, mujeres, gentes del campo y de la ciudad, de izquierda, de derecha, ricos y pobres, al trabajador y al empresario… Es decir, el PP no divide socialmente y busca un afán común de unidad bajo unos valores constitucionales y de libertad, de cultura del esfuerzo, del trabajo…[3].

    Una más y nunca pija

    Pero el esfuerzo solitario, y lo veremos en páginas posteriores, no es lo que define la trayectoria de la presidenta de Madrid. Forjada en el PP de Esperanza Aguirre –la aristocrática liberal que inició el proceso de esquilmar la sanidad pública mediante privatizaciones–, Ayuso la supera con un modelo discursivo y una gestualidad que buscan mostrarla no como una «pija» –es ella quien acusa a la izquierda de alentar un feminismo de «palo de pija»–, sino como «una más»[4]. Una más cada vez más derechizada, tanto que a final de 2022 cambió su lema original –«Comunismo o Libertad»– por otro con ribetes inquietantes: «O Sánchez o España». Sánchez es Pedro Sánchez, el presidente de un Gobierno del que Ayuso vitupera acusándolo de estar «al servicio de Bildu».

    A diferencia de lo usual en la política autonómica, la presidenta madrileña no toma como rivales a sus competidores directos. El enemigo con el que medirse es el jefe del Gobierno central, y en la práctica eso la sitúa en el mismo escalón que al actual líder del PP, Alberto Núñez Feijóo. Respecto a Ayuso, Feijóo ha heredado la posición de su antecesor, Pablo Casado, a quien, como veremos más adelante, la jefa del Ejecutivo madrileño liquidó a velocidad de vértigo una vez este cuestionó el contrato para suministro de mascarillas quirúrgicas del que se benefició su hermano: el de ella. De momento, y en tanto se mantenga la incógnita de en qué lugar van a quedar Ayuso y Feijóo tras las autonómicas y locales de mayo de 2023, los barones del PP guardan distancia de puertas afuera. Pero la huella de la presidenta ya ha quedado impresa. Y marca rumbo.

    Aun así y pese a que en la etapa final de la legislatura la jefa del PP madrileño ha extremado literalmente su discurso y a que todavía no se sabe si terminará formalmente convertida en aspirante oficial al trono del partido, Ayuso no ha perdido jamás ocasión para presentarse como alguien de lo que se sigue entendiendo por «clase media», categoría social atrincherada en el imaginario colectivo y cuyos contornos se van difuminando en espera de nuevas definiciones[5].

    «Nos identificamos con quien más se nos parece», escribió nada más arrancar 2023 la socióloga Mar Gómez González[6]. Con absoluto celo para preservar el perfil de la «clase media» y con fi­guras como Donald Trump como referentes en la penumbra, Ayuso ha logrado con la ayuda de sus afines proyectar que quiere cosas normales.

    Dado que la normalidad entronca con los programas televisivos de máxima audiencia, la presidenta se desprende del manto rígido de una seriedad para intelectuales participando, por ejemplo, en el MasterChef de TVE o en el Got Talent de Telecinco, apariciones que sin duda refuerzan sus opciones electorales a través de la empatía.

    En paralelo y con discursos de acendrada patriota, acomoda su perfil al de heroínas de abajo como aquella Manuela Malasaña que murió tras participar en el levantamiento del Dos de Mayo contra las tropas francesas. O como, según Nacho Cano –del desaparecido Mecano–, «una especie de Malinche»[7], la mexica que pasó de esclava a amante de Hernán Cortés.

    A diferencia de aquella jovencísima Manuela Malasaña, a quien portar unas tijeras de costurera le costó un juicio sumarísimo y condena de muerte, Ayuso ha usado y usa las suyas para recortar en sanidad, educación y otros servicios básicos.

    Lo hace siguiendo una determinada estrategia y apoyándose en aliados a los que la oposición considera herramientas invencibles. El «pase lo que pase volverá a ganar» se ha convertido para la izquierda en un dramático axioma que durante años ha cegado a opositores competentes, a otros de difícil calificación y a una parte del electorado que considera imposible un cambio en Madrid.

    Pero sea como sea, lo cierto es que la nueva lideresa ha triunfado en su objetivo de convencer a una enorme parte de la población de algo sustancial: que, sean cuales sean las condiciones vitales de cada ciudadano, todos aquellos gobernados por su equipo son seres absolutamente libres.

    Como ya se esbozó antes, repite y repite que en Madrid no hay clases sociales. O sea, que sin trabajo o con un empleo basura, sin opciones para adquirir una vivienda ni expectativas de mejoría, o asistiendo al cierre de las urgencias asociadas a los centros de salud, cualquiera será tan libre como el más rico de este tapiz de 6,64 millones de habitantes. «Defendemos una comunidad en la que ricos y pobres se entienden en la barra de un bar», acuñó en abril de 2021[8]. Como cantaba Gabinete Caligari a mediados de los ochenta, «bares, qué lugares / tan gratos para conversar».

    La crispación como arma

    A finales de 2022 y comienzos de 2023, con las elecciones autonómicas y municipales de mayo a la vista, a la presidenta regional, que a lo largo del año anterior ya había dado varios volantazos a la derecha, solo le faltó jalear a la población para que expulse también de los bares a Pedro Sánchez y cualquier miembro del Gobierno. Y de España.

    En un foro organizado por El Mundo y Expansión, la presidenta enseñó el 16 de enero las pinturas que tiznarán con un agresivo color negro la campaña electoral. «Vamos camino de que en España no haya Estado de derecho», proclamó. Y al extenderse sobre la acción del Gobierno, añadió algo de mayor gravedad:

    Es lo mismo que estamos viendo en el continente americano a manos del populismo […]. O, trasladado a la historia de España, ya lo sufrimos en la antesala que provocó la peor catástrofe de nuestra historia: la deriva totalitaria de la Segunda República, que desembocó en la discordia y en la Guerra Civil[9].

    Como veremos más adelante, la apuesta de Ayuso por la crispación ha alcanzado tal nivel que en enero de este año, 2023, hizo suya una consigna para la cruzada contra el Gobierno impensable incluso antes de que ETA abandonara las armas: «¡Que te vote Txapote!». Txapote es el etarra condenado por los asesinatos de Miguel Ángel Blanco, Fernando Múgica, Fernando Buesa o Gregorio Ordóñez. Blanco y Ordóñez pertenecían al PP. Múgica y Buesa, al PSOE.

    En el reverso del discurso amable que gravita en torno al uso de la palabra «Libertad» como conjuro mágico y con una estrategia bélica casi en sentido literal, han quedado ocultos elementos de máxima relevancia. Para empezar, el deterioro del sistema sanitario público, que adquiere en Madrid una gravedad superior a la media; o cómo en la balanza del sector educativo ha ido bajando el gasto por alumno y subiendo el de la inyección de fondos para la enseñanza concertada[10]. En paralelo a todo lo anterior, Madrid encabeza hoy la comitiva de los sectores contrarios al impuesto para ricos.

    En un estado de cosas como el del párrafo anterior, el peso de los poderes aliados resulta tan sólido, tan compacto, que casi pasó casi desapercibida la prohibición de trasladar de residencias a hospitales a ancianos contagiados por el coronavirus, uno de los asuntos más graves de los últimos tiempos y que abordaremos más adelante.

    A su arrolladora victoria de 2021 –65 escaños, a solo cuatro de la mayoría absoluta, aunque a expensas de los 13 diputados de Vox y con Ciudadanos literalmente fagocitado– contribuyeron la inquietud laboral y el cansancio provocados por el confinamiento sanitario de un año antes. También, su capacidad para presentar cualquier medida del Gobierno central PSOE-Unidas Podemos como ejemplo de un modus operandi que busca imponer un «comunismo bolivariano».

    «La apertura de bares durante la pandemia mientras otras grandes ciudades como Barcelona los mantenían cerrados transmitió una idea sobre Ayuso que caló de forma profunda en la ciudadanía», diagnostica el sociólogo Luis Arroyo, socialista y ahora presidente del Ateneo madrileño.

    Arroyo da un paso más con el que atribuye a su propio partido, el PSOE, responsabilidad en que la jefa del Ejecutivo regional escalara desde los 30 diputados de las elecciones de 2019 a los 65 de 2021: la calmada y lo que cabría definir como profesoral estrategia de oposición seguida por el entonces candidato del PSOE a la presidencia madrileña, Ángel Gabilondo. «Gabilon­do», reflexiona Arroyo, «deseaba ser Defensor del Pueblo, como lo es ahora, y eso habría sido imposible de haber mantenido una política más afilada contra el PP».

    A tenor de lo que algunos politólogos y sociólogos sostienen en privado, a favor de Ayuso jugó en el electorado otro factor: el enfado con el mundo catalán.

    Alimentado por ese yin y yang que gira nutrido por los secesionistas y la derecha, el malestar contra Cataluña se ha ido instalando a lo largo de años en la población madrileña, centro geométrico y político de la circunferencia.

    Por supuesto, en 2021 ayudó también a Ayuso el desmoronamiento de Ciudadanos, al que el PP había ido devorando como un Saturno contemporáneo a sus hijos políticos. La presidenta de Madrid adelantó las elecciones tras la moción de censura impulsada por el PSOE en Murcia y secundada por Ciudadanos, moción fallida al pasarse tres diputados del partido naranja al bando del PP en una maniobra evocadora del Tamayazo. Es decir, la operación con que dos diputados tránsfugas del PSOE –Eduardo Tamayo y María Teresa Sáez– devolvieron el poder al PP en Madrid en circunstancias que apuntaban a un intercambio y que nunca llegaron a esclarecerse. En marzo de 2010, Tamayo amenazó con tirar de la manta al negarse Esperanza Aguirre a recibirlo. «Esto no va a quedar así», dijo el exdiputado a los periodistas[11]. Nada más se supo.

    La rana en la cazuela

    Dotada de un carisma inútilmente discutido y vapuleado por quienes la definen como títere de Miguel Ángel Rodríguez –el mago de la comunicación sin cuya ayuda difícilmente habría ascendido José María Aznar y ahora jefe de gabinete de Díaz Ayuso–, la jefa del Gobierno regional ha alcanzado lo que Valle Inclán condensó en Luces de bohemia al referirse al verdadero objetivo de los ya desaparecidos espejos del Callejón del Gato.

    Y así, rememorando Luces de bohemia, cabe afirmar que la estética política de Díaz Ayuso ha consistido y consiste en «transformar con matemática de espejo cóncavo las normas clásicas».

    Los espejos cóncavos estilizan. Y también lo hacen las hernias fiscales, por usar la broma del inspirado mensaje de un tuitero. Borran lo que mostraría un espejo de geometría perfecta. Y proyectan justo la imagen contraria: que cuanto más delgados sean los poderes y obligaciones de la administración pública mejor para la libertad. Y ello aun si el adelgazamiento condujese a que cada uno haya de pagar por ir al hospital o por matricular a sus hijos en el colegio.

    Con Ayuso en cabeza, el PP madrileño se aproxima a mayor velocidad que el resto del partido a la meta de inyectar en el cerebro social lo que el ya citado Byung-Chul Han expone en su libro Psicopolítica[12].

    Dos citas resumen los avisos que traslada el filósofo coreano. La primera:

    Quien fracasa en la sociedad neoliberal del rendimiento se hace a sí mismo responsable y se avergüenza, en lugar de poner en duda a la sociedad o al sistema. En esto consiste la especial inteligencia del régimen neoliberal.

    Segunda:

    La técnica de poder propia del neoliberalismo adquiere una forma sutil, flexible, inteligente, y escapa a toda visibilidad. El sujeto sometido no es siquiera consciente de su sometimiento. El entramado de dominación le queda totalmente oculto. De ahí que se presuma libre.

    El párrafo remite de forma inevitable a una de las declaraciones de Díaz Ayuso en el otoño de 2022. Lo que literalmente dijo es esto:

    Los jóvenes, con esfuerzo y con compromiso, con tesón y con paciencia pueden alcanzar muchas de sus metas. Pero les falta esa cultura del esfuerzo que se ha ido perdiendo por muchas cuestiones: por las sucesivas leyes educativas que han convertido la educación en España en un gran fracaso regalando los aprobados e igualando a la baja y con un exceso de promesas que solo lleva a una frustración de expectativas[13].

    En resumen, el fracaso de los jóvenes abocados a aceptar empleos basura o incluso de aquellos para los que seguir dedicando años a su formación educativa constituye un sueño imposible, todo eso es fruto de que no se han abonado al club de seguidores de la «cultura del esfuerzo».

    Pero es al inicio de este volumen, donde se reproducen reflexiones del ensayista coreano, el lugar en que se aloja una de las claves que explican la médula espinal de la política de Ayuso. Cuando Byung-Chul Han remarca como seña de identidad del neoliberalismo actual que «el sujeto sometido no es siquiera consciente de su sometimiento», se produce un déjà vu que conduce a la fábula de la rana en la cazuela, una distinta a la de la charca de Esperanza Aguirre, de cuya conexión con Ayuso luego hablaremos.

    El apólogo de la rana en la cazuela no figura entre los más populares, pero cabe compendiar así su contenido: si metes una rana en agua ya en ebullición, dará un salto y escapará aterrorizada de la olla; pero si se la introduce en el líquido todavía frío y este se va calentando poco a poco, raramente encontrará salida el batracio, porque hasta que deje de haberla no se percatará de que cada minuto empeora su situación.

    Aunque ese proceso de calentamiento gradual y empobrecimiento del estado del bienestar no es nuevo, la llegada y el afianzamiento de Ayuso le han dado un empujón hacia arriba en España. En una comunidad donde la caja B de financiación del PP lleva años abierta en los tribunales, la charca de las ranas instalada en el imaginario común tras aquella memorable frase de Esperanza Aguirre –«He nombrado a más de 500 altos cargos y dos me han salido rana»– se ha transformado en multitud de sapos que un amplio sector del electorado traga porque la «libertad» merece la pena.

    La segunda alegoría con la que engarza el discurso conservador que en Ayuso encuentra a una de sus más destacadas representantes es la de la caverna de Platón. Transcurridos más de 2.000 años desde que el filósofo griego la tradujo a palabras, continúa más viva que nunca la idea de una cueva donde presos encadenados de cara a la pared solo ven a la luz del fuego las siluetas que otros quieren que vean.

    Como en El show de Truman, la verdadera realidad es otra. Pero en la caverna permanece indetectable para una gran parte de la población la labor de zapa que consiste en ir mermando fuera de la vista los recursos que sostienen el estado del bienestar mientras se enaltece la libertad para vivir como quieras. Los bocados a ese estado apenas se perciben salvo que irrumpan episodios imprevistos y graves como ha sucedido con la crisis sanitaria y la muerte en residencias de miles de mayores desprotegidos.

    A los tres días de las elecciones del 4 de mayo de 2021 –aquellas donde los escaños del PP saltaron en Madrid de 30 a 65–, el poderoso Financial Times publicó un reportaje sobre la dirigente madrileña.

    Bajo el título «Isabel Díaz Ayuso, la salvadora de la derecha española», el rotativo trazó un retrato que comenzaba relatando algunas claves de su éxito[14]:

    Dos días antes de las elecciones que revitalizaron a la derecha española, la plaza de toros de Las Ventas de Madrid abrió sus puertas por primera vez desde que comenzó la pandemia, gracias a Isabel Díaz Ayuso, la carismática jefa del Gobierno regional. El Ministerio de Sanidad español quería prohibir este tipo de eventos en las zonas con más de un nivel determinado de infecciones por coronavirus. Díaz Ayuso, en plena campaña de reelección, no estaba de acuerdo. «Donde hay toros, hay libertad», dijo.

    La victoria de la conservadora de 42 años en lo que a la tauromaquia concierne palidece al lado de la devastación electoral que infligió a sus enemigos de la izquierda, incluido el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, en la votación regional del martes. Pero ambas batallas tuvieron el mismo atractivo: un llamamiento, en nombre de la libertad, a los madrileños hartos de las restricciones del coronavirus. Díaz Ayuso se abrió paso electoralmente no solo en los barrios conservadores que durante mucho tiempo fueron fieles al PP, sino en el «cinturón rojo» de la clase trabajadora que rodea la capital.

    Licenciada en Periodismo, cuyos padres vendían material médico, alquila un piso de 60 metros cuadrados en el barrio madrileño de Chamberí, repleto de bares. Conduce un VW Golf que compró de segunda mano en 2012. «Es diferente a los líderes tradicionales del partido en Madrid. No es una pija sino más bien una luchadora de la calle», dice Lucía Méndez, una destacada periodista. «Nunca [continúa Méndez] había dirigido nada antes de llegar al cargo, pero su gran apuesta –mantener la hostelería abierta incluso durante la segunda oleada de la pandemia– dio sus frutos políticos. Si se conoce algo de Madrid, se sabe que los bares y restaurantes no son solo económicamente importantes, sino socialmente vitales.

    En resumen, y atendiendo al relato del rotativo, un trípode sustentaba su arrolladora victoria en las urnas. Y ese trípode se articula en torno a una imagen de normalidad de clase media, un llamamiento constante a la libertad y un olfato inigualable para comprender la importancia de la hostelería en una gran urbe donde el tejido asociativo vecinal se fue deshilachando durante la Transición y donde encontrarse hoy con conocidos y amigos se produce casi de modo indefectible en bares.

    Bajo la alfombra de terciopelo bordada siempre con el término «Libertad» quedaron en la entrevista del Financial dos hechos paradigmáticos de su capacidad para eclipsar las facetas negativas de su trayectoria.

    El primero de ellos se resume así: que la presidenta de Madrid es en realidad propietaria de un piso en una de las mejores zonas de la capital; y que, como se detallará más tarde, lo es gracias

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