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Secretísima Instrucción: Manual de estrategia política en la Europa moderna
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Libro electrónico97 páginas1 hora

Secretísima Instrucción: Manual de estrategia política en la Europa moderna

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Secretísima Instrucción es un tratado sobre estrategia política y militar producido en 1620 al calor del conflicto de la Guerra de los Treinta Años. Estamos ante un texto que, bajo la forma de una carta con consejos de liderazgo para un príncipe, se constituye en manual político de estrategia en el conflicto, en la conquista y conservación del poder, en cruda guía de "razón de Estado", que puede ubicarse en la tradición de las obras de Maquiavelo o del Cardenal Mazarino. En esta publicación, editada e introducida por el historiador Kilian Cuerda y prologada por Ana Noguera, miembro del Consell Valencià de Cultura, ofrecemos el texto de una traducción manuscrita al castellano que se realizó en su época, desconocida hasta hoy, y que recientemente localizamos en un archivo nobiliario privado. Secretísima Instrucción realiza un aporte con peso específico propio a la cultura y tradición del pensamiento político y estratégico, gestado en la traumática época del nacimiento de la política moderna y secularizada en Europa.
IdiomaEspañol
EditorialOlelibros
Fecha de lanzamiento27 abr 2016
ISBN9788416646494
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    Secretísima Instrucción - Kilian Cuerda

    Bibliografía

    Prólogo

    Europa no se hará de una vez ni en una obra de conjunto: se hará gracias a realizaciones concretas, que creen en primer lugar una solidaridad de hecho.Declaración de Robert Schuman, 9 de mayo de 1950

    La historia de Europa está inexorablemente unida a la fragmentación política, a las numerosas guerras, a las estrategias y negociaciones, a los secretos, a los poderes políticos.

    Cada siglo ha estado marcado por graves conflictos que han quedado grabados en nuestra memoria colectiva y en nuestra construcción como europeos. Desencuentros que todavía nos hacen temblar como la Guerra de los Cien Años durante la Edad Media, la guerra de los Treinta Años que marcó el inicio de la Edad Moderna y periodo en el que se enmarca el texto Secretísima Instrucción que hoy tenemos entre manos, la Revolución Francesa y las guerras napoleónicas, o las sangrientas Guerras Mundiales en nuestro todavía reciente siglo XX.

    Pero, al mismo tiempo, siempre surgía un grito clamoroso basado en la razón, la moral y la justicia, que esperaba encontrar en la política, no el instrumento del conflicto, sino la negociación para la paz. Pensadores como Dante Alighieri en el siglo XIII, o posteriormente el Abate St. Pierre con su Projet pour rendre la paix pérpetuelle en Europe (1713), hasta llegar al magnífico ensayo jurídico-político de Inmanuel Kant Hacia la paz perpetua en 1795, que recogía así la esperanza de generaciones enteras de pensadores europeos que convirtieron a Europa, no en un continente bélico, sino en una utopía.

    La utopía en la que hemos ido formando nuestra ciudadanía común, nuestro espacio público compartido, con la convicción kantiana de que una paz perpetua es posible, siempre y cuando el hombre se deje guiar por su razón práctica, abandone el mecanismo de la guerra y se plantee la paz como un fin y un deber.

    Así, se fue conformando el proyecto político de la Unión Europea, bajo la confianza mutua entre los pueblos, una constitución común europea basada fundamentalmente en la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948 y la colaboración de los estados libres.

    La construcción de la Unión Europea no fue un proyecto fácil, no estuvo exento de dificultades y desconfianzas, de recelos históricos, de miedos a perder soberanía y poder. Como señaló la filósofa española María Zambrano, fácil sería demostrar que desde las Cruzadas hasta los últimos conatos de revoluciones, la historia de Europa ha estado movida por utopías, por grandes imposibles. Y, sin embargo, de esos delirios ha salido la historia efectiva. Y más aún que como realidades, bien tristes si se las mira sin dejarse deslumbrar por su gloria, conmueve por lo que tienen de monumentos funerarios de las esperanzas europeas, de las concreciones que en forma de empresas ha tomado la esperanza europea. Son sus rastros, las huellas en la arena del tiempo de su anhelo. Son las cenizas de sus sueños.

    En 1943, uno de los padres de Europa, Jean Monnet, ya señaló alguno de los ideales europeístas, No habrá paz en Europa, si los Estados se reconstruyen sobre una base de soberanía nacional (…) Los países de Europa son demasiados pequeños para asegurar a sus pueblos la prosperidad y los avances sociales indispensables. Esto supone que los Estados de Europa se agrupen en una Federación o entidad europea que los convierta en una unidad económica común, que supuso uno de los pilares de la Declaración de Robert Schuman, del 9 de mayo de 1950, y que se reconoce como el inicio de la Unión Europea.

    El sueño comenzó a andar.

    Nadie mejor que los españoles para entender lo que supuso la entrada en Europa, a raíz de la firma del Acta de Adhesión de España a las Comunidades Europeas realizada el 12 de junio de 1985, y que, en enero del 2016, acaba de cumplir 30 años de su puesta en vigor. Por fin, los españoles éramos europeos de pleno derecho, abandonábamos la época oscura de la dictadura franquista, y nos uníamos a la modernidad, a la luz de la cultura europea, al progreso tecnológico y científico, y a la búsqueda de un proyecto común basado en la justicia y la solidaridad entre pueblos.

    La construcción de la Unión Europea tuvo otro gran aliado: el Estado de Bienestar. Fue el producto del proyecto socialdemócrata, del éxito de la política sobre la economía, de la consolidación de una cultura europea, del triunfo de la ética sobre los negocios. En definitiva, el Estado de Bienestar fue el gran logro europeo que consolidó, por fin, después de siglos de guerras y desencuentros, los inicios de una paz perpetua.

    Pero, hoy, en los albores del siglo XXI, ¿podemos hablar de Europa como un sueño, como una utopía o como un proyecto político común?

    Para los que hemos sido europeístas convencidos y utópicos, que buscábamos la construcción de una comunidad universal con derechos básicos de ciudadanía, que caminábamos hacia Europa buscando la utopía de un proyecto común, cohesionado, solidario y, sobre todo, modélico como punta de iceberg para la evolución de un mundo mejor, acabamos de perder la brújula de nuestro camino.

    Hace mucho tiempo que venimos advirtiendo que la construcción europea no era sólo económica, que por el camino nos habíamos dejado el alma de una Europa ciudadana, que no existía sentimiento de identidad europea, que estaba fracasando el proyecto político que dio solidez y cimientos a la casa común. No sólo el pegamento que nos unía era una moneda llamada euro: ¿acaso no debía haber algo más?

    No podemos comprender Europa sin unos derechos básicos, mínimos y universales que son los que han dado razón de ser a un proyecto que iba más allá de la suma de unas monedas.

    ¿Dónde estamos ahora? Nos hemos perdido en mitad de una crisis financiera, especulativa, voraz, egoísta, injusta e inmoral. Estamos ante un pulso

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