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La trampa ucraniana: El relato occidental a examen
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La trampa ucraniana: El relato occidental a examen

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Cuando un mundo convulsionado y en cambio, que amenaza con intensificar la conflagración a gran escala, es relatado y reducido a la sempiterna lucha entre el bien y el mal, democracia contra autocracia, eso sólo puede significar una cosa: nos han hurtado el derecho a debatir, a discernir entre lo posible y lo inventado, entre hechos probados y propaganda. Como en otros tiempos, estigmatizadas, arrinconadas y censuradas las perspectivas pacifistas en nombre de conceptos como derechos humanos o libertad siempre utilizados según el caso y alineados con los intereses occidentales, se pretende imponer una única opción: la guerra. Una guerra, la de Ucrania, sembrada con mimo por quienes han encontrado motivos para que, pese al coste en vidas humanas y sufrimientos, diera inicio y aún hoy continúe.¿Qué sabemos realmente del conflicto desde que se iniciara en 2014? Esta es la pregunta a la que responde el exteniente del Ejército español, Luis Gonzalo Segura, para exponer las pocas evidencias con las que a día de hoy contamos y rescatarlas del ostracismo impuesto por el indiscriminado bombardeo de medias verdades, mentiras, exageraciones, predicciones aventuradas y desinformación vertida desde distintas posiciones del tablero de ajedrez geopolítico.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento15 jun 2023
ISBN9788446054023
La trampa ucraniana: El relato occidental a examen

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    Buen libro y amplio para ver desde diferentes visiones el conflicto en Ucrania

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La trampa ucraniana - Luis Gonzalo Segura

INTRODUCCIÓN

El punto de partida: el supremacismo occidental

La guerra justa y perfecta

Ha sido y está siendo realmente grosero e insoportable el nivel de engaño, indecencia, cinismo e hipocresía que están vertiendo las elites occidentales a través de los medios de comunicación para imponer su visión supremacista. Y más aún hacerlo sobre todos aquellos que, por unas razones u otras, se oponen a la guerra; aun cuando la visión occidental, por cierto, es minoritaria a escala planetaria, por muy mayoritaria y asfixiante que lo sea en sus dominios. Disidentes que son aglutinados todos en el mismo saco y estigmatizados como «oportunistas» o «hijos de Putin», que diría, como veremos más adelante, Antonio Maestre. He ahí, por ejemplo, cómo Estefanía Molina criticó en el diario El País, diario generalista más leído en España y tomado como referencia en este ensayo, a los oportunistas que pretendían parar la guerra durante el otoño de 2022 argumentando las tasas de inflación y el descontento ciudadano que el conflicto estaba provocando. Los calificó sin ningún pudor como populistas: «Y ya se sabe: toda causa puede volverse antipática cuando los oportunistas encuentran un caladero de voto en el malestar ciudadano. A lado y lado»[1]. Y lo hizo por una razón: porque la guerra de Ucrania no es una guerra, es una causa. Una causa justa. Por ello, por la Santa Cruzada Occidental, Xavier Vidal-Folch pedía en este mismo diario «corregir a [Ione] Belarra» o mandarla a un consulado: «Si la ministra persiste en su benevolencia con Putin y pretende votar contra el Presupuesto del Estado, o la disuade Díaz, o Pedro Sánchez tendrá que indicarle una puerta o un con­sulado»[2]. Todo, claro está, porque la guerra de Ucrania, al ser una causa, es mucho más que una guerra justa, artimaña empleada en el pasado para justificar las guerras que interesaban a los occidentales en contraposición a las demás. Y es que la guerra de Ucrania es «la guerra perfecta» para Berna González Harbour, que asevera que «Estados Unidos no se puede permitir que el gran rival ruso engulla un gran país europeo. Ni los demócratas, ni los republicanos. Y por una vez, y en consonancia con los viejos valores que unieron a EEUU y Europa frente al nazismo, aquí sólo podemos estar de acuerdo. Las guerras no son buenas, pero las causas lo son»[3]. Antes de seguir, convendría señalar que el argumento de la «guerra justa», también se seguía esgrimiendo en el diario más desenfadado de El País, El HuffPost, por Daniel Múgica[4]. Tal era el fervor de la causa, de la guerra justa, que cuando China presentó el 24 de febrero de 2023 un plan de paz para terminar con la tragedia humanitaria de Ucrania, Lluís Bassets escribió al respecto que «China quiere sacar partido del final de la guerra y de la posguerra, de la capitalización de la paz y de la reconstrucción», porque el plan chino «no es un plan de paz»[5]. Pareciera describir lo que hizo Estados Unidos en Europa después de la Segunda Guerra Mundial, pero como los chinos son el enemigo, el gran rival, sus planes de paz son trapaceros y ocultan objetivos perversos. Sin embargo, el plan chino fue estudiado por Rusia, e incluso por Alemania, y contenía un nivel de neutralidad más que considerable, entre otras cuestiones porque incluía el respeto a la integridad territorial de los países[6].

El plan, de 12 puntos, contaba con el levantamiento de las sanciones unilaterales internacionales, la integridad territorial de los países y la preocupación por la seguridad de estos. Es decir, Rusia se retiraría de Ucrania, las sanciones se levantarían y sería tenida en cuenta en cuanto a la seguridad colectiva, deteniéndose la expansión de la OTAN. Un acuerdo que, de producirse, elevaría a China a una nueva categoría a nivel mundial tras conseguir, sólo unos días antes, a comienzos de marzo de 2023, la reactivación de las relaciones diplomáticas entre Arabia Saudí e Irán[7]. Unas relaciones que llevaban rotas desde 2016. Así, mientras Estados Unidos era calificado por Samuel Moyn como el creador «de un mundo de guerras interminables»[8], China se consolidaba en la esfera mundial como un líder conciliador y respetuoso con el derecho internacional.

Sin embargo, el posicionamiento occidental seguía siendo el mismo: mejor que siga la muerte gozando en Ucrania e inundando de muertos el país. Muertos que, por desgracia, no tienen tanta suerte como los yemeníes, que salen indemnes de los bombardeos saudíes gracias a que las bombas que le vende España, las cuales son, en palabras de Josep Borrell, «de precisión», «no producen daños colaterales»[9].

Y podríamos señalar múltiples ejemplos más sobre cómo se impone un relato que, en el mejor de los casos, puede ser calificado como de parte, descalificando a los adversarios y sin presentar argumentos sólidos o una mínima visión histórica o geopolítica, o ni tan siquiera una pizca de perspectiva de futuro o sensibilidad por los que están muriendo en Ucrania en esa salvaje carnicería que siempre es la guerra. Y es que fue una constante en el dominante relato occidental presentar la guerra como justa y una solución perfecta, y la paz como un artilugio tramposo del mal, las ultraderechas o los cavernícolas izquierdosos en contra de los derechos humanos y la integridad territorial ucraniana. Pero, cuidado, sólo cuando conviene, porque cuando España giró en marzo de 2022 su posición política respecto al Sáhara, su integridad territorial y sus derechos humanos, recién comenzada la guerra de Ucrania, Lluís Bassets aseveró el 18 de marzo que «Europa no puede permitirse una crisis en el flanco meridional de la Península mientras hay guerra en Ucrania. Marruecos ha sabido jugar muy bien», porque Occidente no puede tener «Nunca dos guerras a la vez»[10]. Y, un día después, María Martín reforzaba la posición con «Marruecos: un socio estratégico para contener la migración»[11], lo cual quedaba corroborado tres meses después cuando, el 24 de junio de 2022, tras un salto a la valla de Melilla, un mínimo de 23 personas fallecían en el intento[12], aunque todavía no se sabe si en territorio español o no[13]. Es decir, para Occidente era y es admisible que los saharauis estuvieran bajo el yugo del Marruecos de Mohamed VI y sus salvajes vulneraciones de derechos humanos, masacres y tácticas de presión geopolítica utilizando a los migrantes como munición, pero absolutamente inadmisible que Ucrania estuviera en poder de la Rusia de Vladímir Putin. Y ello porque, entre otras razones, dos guerras a la vez no se pueden mantener: ¡oh, vaya mala suerte la de los saharauis; unos meses antes y Occidente habría sancionado a Marruecos hasta forzarle a liberar el Sáhara! ¿Really? ¿De verdad, después de décadas de la cuestión saharaui pendiente, con resolución de la ONU a su favor incluida, ahora resulta que su problema ha sido coincidir en el tiempo con la guerra de Ucrania?

Este interesado e incoherente posicionamiento de Occidente, distinguiendo entre guerras justas, necesarias y perfectas y guerras malas y malísimas, o entre buenos y malos dictadores, autócratas y demás tiranos, no sólo demuestra hasta qué punto estamos siendo engañados en cuanto a lo que sucede en Ucrania, sino que es una versión moderna de la distinción de hijos de puta que hacía Franklin Delano Roosevelt: los nuestros y los otros, los que son malos malísimos. Prueba palpable de que, en realidad, nada ha cambiado.

Y cuando alguna opinión se escapa al respecto, es rápidamente sepultada por los alaridos de la guerra. De la misma forma que en la Europa de 1914 las opiniones públicas aplastaron las voces pacíficas, las estigmatizaron, las señalaron y las acusaron en aras de sostener conflictos que los generales y las elites resolvían victoriosos y prestos en los despachos y los pasillos, pero que terminaron como el rosario de la aurora para no pocos. Por ello, cuando el 26 de febrero Máriam Martínez-Bascuñán escribió una columna invitando a reflexionar sobre el supremacismo occidental e induciendo a «trabajar por un orden internacional realmente multilateral, basado en reglas que todos cumplamos, para conseguir un mundo más estable y seguro»[14], su opinión fue rápidamente sustituida en la portada de El País por la de Lluís Bassets, que desfundó una de sus habituales opiniones criticando que Vladímir Putin volviese a amenazar con el uso de armas nuclear[15]. Ello a pesar de que, sólo tres meses antes, en diciembre de 2022, Putin aseveró que no usaría armas nucleares en Ucrania bajo ninguna condición[16] y, sobre todo, que la cuestión nuclear, en ese momento, se trataba de un asunto superado ya por completo, carente de relevancia objetiva en términos periodísticos o geopolíticos.

Por desgracia, más de cien millones de personas fallecieron el siglo pasado, varias decenas o más los siglos anteriores, el mundo estuvo al borde de la aniquilación nuclear hace sólo unas décadas y pronto podríamos estar de nuevo en esa posición.

Me gustaría recordar que, ya sea en el cenicero nuclear en el que se puede convertir el planeta o en los desastres que suelen acarrear este tipo de conflictos, echarles la culpa a los malísimos rusos y a «Adolf Putin» servirá de muy poco. Y puede que incluso el dinero que están ganando las armamentistas, las energéticas o los bancos tampoco sirva de mucho.

La mayoría del planeta no cree el relato occidental

Si reflexionamos sobre la posición occidental, su principal problema es que no se puede sostener una cosa y la contraria y salir indemne. Porque, claro, resulta insultante que los países de la OTAN sean los que, de manera principal, hayan armado a Arabia Saudí y su coalición para convertir Yemen durante años, según la ONU, en la mayor tragedia humanitaria del planeta con más de 377.000 muertos[17] y sostener a la vez lo injusto que es que Rusia invada Ucrania. Es que, sencillamente, no hay por donde cogerlo. Hay que señalar que Yemen no deja de ser parte de un conflicto geopolítico entre potencias regionales –Irán y Arabia Saudí– que dura varias décadas y que algunos consideran también desde un punto de vista religioso[18]. Y, según también la ONU, además de los más de 377.000 fallecidos hasta el 23 de noviembre de 2021[19], debemos señalar que, de ellos, más de 10.000 niños menores de cinco años fueron asesinados o mutilados hasta octubre de 2021[20].

Así pues, por muchas otras cuestiones, pasadas y presentes, la mayoría del planeta, repito, la mayoría del planeta, no cree el relato occidental. Tal es así que hacer una búsqueda en el diario El País sobre Yemen causa sonrojo, sobre todo si se busca la página específica de Yemen, que no existe. Otro ejemplo de esta visión sesgada y parcial, interesada y cínica, la encontramos en Mario Vargas Llosa, que no escribió jamás en el mencionado diario sobre Yemen, pero no tardó en hacerlo sobre Ucrania. Yemen fue un tabú para las elites occidentales, tanto como hablar sobre la paz en estos tiempos que corren: se publica poco, para cumplir las apariencias, y se despacha a la marginalidad con presteza.

Y no fue el único tabú, pues mientras sólo existía la guerra de Ucrania en los medios de comunicación, la verdad es que otras contiendas acaecidas en el mundo habrían merecido la misma atención. Como Somalia, cuyo conflicto fue calificado en el año 2019 por Amnistía Internacional[21] como «La guerra oculta de EEUU», o como Etiopía, que, en enero de 2023, fue declarado como el conflicto más sangriento del siglo xxi, con 600.000 fallecidos civile[22]. ¿Por qué la mayoría de los occidentales saben hasta lo que no sucede en Ucrania, pero no saben lo que sucede en Yemen, Somalia o Etiopía?

Por todo ello, a pesar de lo hasta ahora expuesto, desde la mayor parte de Occidente se ha planteado, desde el principio, la invasión rusa de Ucrania –y la posterior guerra– como una guerra por la democracia y los derechos humanos, además de por la independencia y la soberanía de Ucrania. Pero, de ser este relato tal como señala Occidente, ¿por qué los episodios relatados en las líneas anteriores se han edificado sobre la impunidad, la ausencia de valores democráticos o las vulneraciones de los derechos humanos?, ¿por qué no pocos aliados occidentales como Marruecos, Arabia Saudí o Turquía, miembro de la OTAN, son autocracias?, ¿por qué gran parte del planeta se posiciona como no alineada ante el conflicto cuando Occidente lucha por la democracia y Rusia por el mal más absoluto?, ¿por qué Occidente comete cada año salvajes vulneraciones de derechos humanos y fomenta que otros, sus aliados, sus hijos de puta, los perpetren en aras de sus propios beneficios e intereses?…

Seguramente, porque muy poco es lo que parece. Por ejemplo, es recurrente escuchar que la Guerra Fría fue una confrontación ideológica, en términos muy similares a la confrontación actual entre Occidente y Rusia. Pero cabe preguntarse por qué Estados Unidos y Rusia siguen confrontando si Rusia ya no es un sistema comunista. La respuesta es obvia: la versión que siempre escuchamos sobre la confrontación ideológica entre Estados Unidos y la URSS nunca fue enteramente cierta. Porque, más allá de la evidencia de las relaciones entre Estados Unidos y China, también comunista, durante la Guerra Fría, Odd Arne Westad desarrolla la tesis de la confrontación geopolítica. Es decir, no es que tuvieran un problema ideológico, es que eran dos potencias llamadas a enfrentarse. A caer en la trampa de Tucídides. Así, en La Guerra Fría. Una historia mundial, Westad desarrolla cómo Rusia y Estados Unidos se convirtieron en potencias emergentes durante el siglo xix y sintieron, de una forma u otra, que eran las herederas de Occidente. Es evidente que el conflicto geopolítico actual, siendo Estados Unidos y Rusia capitalistas, refrenda en gran medida que lo que realmente subyace es la pugna geopolítica[23].

En definitiva, es esta mentalidad supremacista la que se percibe en la perspectiva y el enfoque que los occidentales, por medio de sus medios de comunicación, políticos, académicos, analistas u otras personalidades, han impuesto o han intentado imponer sobre lo que ha ocurrido y está ocurriendo en Ucrania. Un relato en el que hay buenos y malos y, claro está, los buenos son los occidentales y los malos, en este caso, los rusos. Como cuando los buenos eran el Séptimo de Caballería y los malos, los indios exterminados; como cuando los buenos eran los españoles que acudieron a América a catolizarla y educarla y los malos eran los indígenas que la habitaban; como cuando los buenos eran los occidentales que acudieron a África o Asia a educar y desarrollar a sus atrasadas poblaciones y los malos eran los atrasados.

Por todo ello, el relato occidental en cuanto a lo que acontece en Ucrania, como veremos, no soporta ni tan siquiera un liviano análisis imparcial, ya que lo que ocurre en Ucrania no es una batalla entre las democracias y las autocracias, ni mucho menos una confrontación entre el bien y el mal, sino que se trata de uno de tantos azares de una rueda geopolítica que todavía nadie ha detenido, aun cuando, con una supremacista y cortoplacista visión, Francis Fukuyama anunciara, nada más y nada menos, «el fin de la historia» y ello le colmase de prestigio entre los autocomplacientes occidentales. Este es el nivel de la mentalidad supremacista occidental. Un nivel que ha permitido, sin gran dificultad, que el relato occidental sobre la invasión rusa de Ucrania haya sido impuesto y hoy se presente como dominante y único, a pesar de las enormes fallas que comporta.

La realidad, guste o no guste, es que escuchar a Joe Biden afirmar que en Ucrania se estaba librando «una batalla entre la autocracia y la democracia» o a Pedro Sánchez que «Ucrania es hoy el corazón de Europa. La libertad y la democracia vencerán siempre a la imposición y la violencia. Hoy, como hace seis meses, España está y estará siempre junto al pueblo ucraniano en su lucha por defender un futuro libre y en paz»[24] no suena muy creíble en la mayoría del planeta. Y no faltan razones para ello. Una prueba irrefutable de la escasa credibilidad occidental la encontramos en el inexistente apoyo de las sanciones impuestas a Rusia a nivel planetario, ya que sólo 40 países las apoyaron. Es decir, Occidente y poco más. Para hacernos una idea, esto supone que menos de una cuarta parte de los países y de la población del planeta secundaron y secundan el relato occidental. De hecho, en líneas generales, se podría decir que el relato de este ensayo encaja con el relato de esa mayoría del planeta: sólo 40 países han aplicado las sanciones a Rusia, mientras que 141 condenaron la invasión rusa de Ucrania –hubo 35 abstenciones y 5 votos a favor–. El mundo condena la invasión de la misma manera que censura la actuación occidental. Una actuación occidental que, cada día, gusta menos en el planeta. He ahí que, en agosto de 2022, China presumió del apoyo de 160 países en su conflicto con Taiwán, lo que demuestra hasta qué punto en las últimas décadas la diplomacia china había sido exitosa[25].

Este creciente aislamiento internacional de Occidente llevó a Emmanuel Macron a aseverar, durante la Conferencia de Seguridad de Múnich celebrada en febrero de 2023, que se encontraba «impresionado por cuánta credibilidad estamos perdiendo en el Sur global»[26] o a Josep Borrell, en ese mismo evento, a asegurar que «yo veo cuán poderosa es la narrativa rusa, sus acusaciones de dobles raseros. Tenemos que desmontar esa narrativa, cooperar con otros países, aceptar que la estructura ONU debe ser adaptada». El mismo Josep Borrell que aseveró en el año 2018 que lo único que hizo Estados Unidos fue «matar a cuatro indios»[27], en referencia al exterminio de la población indígena norteamericana; en octubre de 2022 comparó a Europa con un «jardín» y al resto con una «jungla»[28], y en noviembre de 2022 afirmó que «Como los conquistadores, tenemos que inventar un nuevo mundo»[29].

En esa misma conferencia, Francia Márquez, la vicepresidenta de Colombia, aseguró que «lo que esperamos es la paz global, la paz total. Que también es justicia social, cerrar brechas de desigualdad, iniquidad… Esperamos de Europa, del mundo, que asuman la justicia climática que implica la transición energética. Necesitamos que el mundo asuma los desafíos de la crisis ambiental. Un nuevo orden mundial que ponga en el centro la vida». Unas manifestaciones que se pueden añadir a las del presidente brasileño Lula da Silva, que aseveró que «dos no pelean si uno no quiere» o que Volodímir Zelenski, el presidente ucraniano, era «igual de responsable» que Vladímir Putin.

Por descontado, no es que la narrativa rusa sea maliciosa o que la mayoría del planeta sea estúpido –aunque ello encaja a la perfección con la visión supremacista de Occidente, por la cual si países como China, India o Rusia están ganando influencia es porque son más permisivos en cuanto a valores democráticos porque sus relatos maliciosos consiguen engañar a las estúpidas y corruptas elites de estos países y sus no menos estúpidos ciudadanos–, sino que las fallas del argumentario occidental son más que notorias. Por ejemplo, podríamos señalar cómo, durante la guerra de Ucrania, el reparto de las exportaciones de grano ucraniano fue a parar en casi un 40% a la Unión Europea[30], cuando esta sólo supone poco más del 5% de la población mundial y el hambre estaba azotando gran parte del planeta.

Es más, no resulta difícil encontrar la realidad de las razones por las que el Sur global ha dado la espalda a Occidente incluso en los propios medios occidentales, aunque ello acontezca en periodos más vacíos de noticias, como en el mes de agosto, donde se reproducen las conocidas como «serpientes de verano». Así, en agosto de 2022, se filtró un informe en El País sobre cómo la Unión Europea estaba muy preocupada ante la pérdida de influencia en América Latina y a raíz de esta noticia se publicaron un editorial y varias noticias. Los titulares dejan poco margen a la duda: el informe filtrado fue «Bruselas prepara una ofensiva comercial y diplomática para frenar el avance de China y Rusia en Latinoamérica»; el editorial de El País intentaba empujar, como si desde la redacción pudiera conseguir lo que las elites no consiguían, y titulaba «La UE con Latinoamérica», y, además, Vanni Petinnà, también en el mencionado diario, opinaba que «China y Rusia aprovechan el hueco que occidente ha dejado en América Latina». Una preocupación muy anterior, ya que, en mayo de 2022, la Fundación Carolina presentó un análisis de varios autores de 399 páginas, apadrinado por Josep Borrell, en las que se exponía el problema, por lo que este es necesariamente anterior al comienzo de la guerra[31]. Es decir, no es que los rusos engañen o los chinos sean permisivos, es que los europeos y los occidentales abandonaron.

Debemos señalar, además, que, a raíz de esta lanzadera mediática, gran cantidad de medios y foros nacionales y locales debatieron sobre un tema del que podrían haber hablado mucho antes pero que, si no lo dictan El País u otra cabecera de las elites, no tiene cabida en el debate público. Tal es así que, esta cuestión, por ejemplo, se convirtió en editorial incluso de diarios locales, como el Diario de Sevilla, que tituló: «Hay que recuperar la posición en América Latina»[32]. Más allá de demostrar la perfecta sincronización y subordinación de los medios occidentales, este caso pone de manifiesto la pérdida de influencia de la Unión Europea y Occidente en general en América Latina y el resto del planeta. Y también puede que este sea otro de los elementos clave para comprender cómo y por qué Occidente decidió que le interesaba una guerra en Ucrania: el problema occidental en América Latina se basa en el abandono, lo que le ha situado en los últimos años en dificultades en el tablero geopolítico mundial. Y es que, de súbito, Occidente se percató hace una década de que estaba perdiendo la hegemonía mundial. He ahí la confrontación durante los últimos años entre Estados Unidos y China y la guerra comercial que mantiene desde hace algo más de un lustro.

Por tanto, la basculación del Sur global de posiciones occidentales a posiciones chinas, indias o rusas ha debido tener, necesariamente, influencia, ya sea mayor o menor, en la colisión producida en Ucrania y en la prolongación de la guerra. Y, sobre todo, en la voluntad occidental de confrontar, pues desde hace años existe una notable pérdida de influencia occidental en el tablero mundial, la cual, a la postre, supone la pérdida de hegemonía y todas las consecuencias que de ello se derivan. Existen muchos ejemplos de ello.

Por una parte, el 24 de enero de 2023, se celebró en Buenos Aires la VII Cumbre de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC) a la que, por primera vez en su historia, acudieron los 33 miembros. Ello, además, en un escenario político en el que la izquierda había recuperado la pujanza y el liderazgo gracias a los Gobiernos de Brasil, Argentina, Chile, Colombia, México, Venezuela y Nicaragua. Una situación que generó tal inquietud que provocó que la jefa del Comando Sur de Estados Unidos, Laura Richardson, aseverase en un think tank controlado por la OTAN, el Atlantic Council, que «queda mucho por hacer… tenemos que empezar nuestro juego». Un juego que, viniendo de un think tank en el que se encuentra Henry Kissinger, resulta de lo más alarmante, sobre todo si se tiene en cuenta que, más allá de los Pinochet con los que los Estados Unidos asolaron América Latina durante la segunda mitad del siglo xx, lo cierto es que el primer intento serio de construir una unión latinoamericana fuerte que consiguiera independizarse de Estados Unidos fue frustrado gracias a la asociación norteamericana con Chile, Colombia, Perú y México para la creación de la Alianza del Pacífico (AP), una asociación neoliberal que rompió la unidad latinoamericana. En esta ocasión, la situación es más preocupante para Estados Unidos, pues no cuenta casi con apoyos y el grupo se plantea no ya continuar con las crecientes relaciones con China, Rusia o India, sino crear su propio sistema financiero, incluyendo una moneda. Un golpe para Estados Unidos y para el dólar. Otro más, porque, como veremos más adelante, Rusia también se plantea usar el yuan como moneda internacional.

Por otra parte, la situación en África no parece mucho mejor. El 15 de agosto de 2022, el Gobierno francés tuvo que retirar sus tropas de Malí; el 20 de febrero de 2023, el Gobierno de Burkina Faso obligó a que las tropas francesas, unos 400 efectivos, abandonasen el país, y el 5 de marzo de 2023, tras una gira de cuatro días por Gabón, Angola, República del Congo y República Democrática del Congo, Emmanuel Macron tuvo una bronca pública con el presidente de la República Democrática del Congo, Félix Tshisekedi. «Tenéis que empezar a respetarnos», exigió Tshisekedi, a lo que Macron respondió que «no habéis sido capaces de restaurar vuestra soberanía, ni militar, ni de seguridad, ni administrativa de vuestro país, esto también es una realidad. No hay que buscar culpables fuera». Yéli Monique Kam, del movimiento M30 Naaba Wobgo y excandidata a las elecciones en Burkina Faso, aseveró que Francia no tenía intención de terminar con el terrorismo en el país porque la existencia de este le beneficiaba, ya que las empresas francesas controlaban todo mientras los burkineses vivían en la miseria. Pedía, nada menos, que la descolonización.

Además, no era un caso único, ya que el sentimiento anticolonialista se extendió por la región, de Níger a Guinea y de Costa de Marfil a Senegal, incluyendo a aliados tradicionales como Gabón y República del Congo, dado que en el primero gobierna una familia desde 1967 y en el segundo, Denis

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