La condición obrera
Por Simone Weil
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En su Diario de fábrica, testimonio excepcional de esta experiencia, Simone Weil transcribe la angustia, el miedo y la degradación padecidos durante las jornadas de trabajo y recoge la rabia impotente, el hastío, la amargura, las lágrimas, las broncas, la preocupación por dormir, la extinción de la facultad de pensar, pero también los escasos momentos de luz fruto de algún inesperado gesto de amistad. Todo ello lo resumirá más tarde en una conocida frase al padre Perrin: «Estando en la fábrica, confundida a los ojos de todos y a mis propios ojos con la masa anónima, la desgracia de los otros entró en mi carne y en mi alma».
Pero, además de presentar este aprendizaje de la desdicha, los escritos reunidos en este libro constituyen una de las contribuciones más lúcidas a la reflexión contemporánea sobre el trabajo. A través del examen crítico de la llamada racionalización (el taylorismo), Simone Weil propugna una ciencia de las máquinas y de la técnica que, en vez de esclavizar al hombre, se adapte a su percepción en el trabajo. Y concibe una espiritualidad del trabajo no servil que manifiesta la alegría y la desgracia inherentes al trabajo humano.
Se trata de la primera edición completa en español de la obra que incluye el Diario de fábrica, a parte de índices y otros materiales.
Simone Weil
Nacida en París en 1909, en el seno de una familia agnóstica de procedencia judía, asiste al liceo Henri IV donde tiene como profesor de filosofía a Alain. Tras pasar por la Escuela Normal Superior, enseñará filosofía en liceos femeninos de provincias, hasta que sus dolores de cabeza crónicos la obliguen a abandonar las tareas docentes. Vinculada a grupos pacifistas y al sindicalismo revolucionario, a finales de 1934 deja por un tiempo la enseñanza para trabajar en distintas fábricas. Llevada por esta necesidad interior de exponerse a la realidad, asumirá a lo largo de su vida distintos trabajos manuales y participará brevemente en la guerra civil española, en la columna Durruti. Entre 1935 y 1938 tienen lugar sus sucesivos encuentros con el cristianismo, que la hacen cruzar un umbral, aunque sin cambiar el sentido de su vocación. Con la ocupación alemana, abandona París acompañando a sus padres, primero con destino a Marsella y luego a Nueva York. En contra de su deseo de volver a Francia para participar en la Resistencia, es destinada a labores burocráticas por los servicios de la Francia Libre. Consumida por la pena y por una anorexia voluntaria, muere en 1943 en el sanatorio de Ashford, cerca de Londres. De Simone Weil han sido publicados en esta misma Editorial: «Pensamientos desordenados» (1995), «Escritos de Londres y últimas cartas» (2000), «Cuadernos» (2001), «El conocimiento sobrenatural» (2003), «Intuiciones precristianas» (2004), «La fuente griega» (2005), «Poemas seguido de Venecia salvada» (2006), «La gravedad y la gracia» (4.ª ed., 2007), «Escritos históricos y políticos» (2007), «A la espera de Dios» (5.ª ed., 2009), «Carta a un religioso» (2.ª ed., 2011), «Echar raíces» (2.ª ed., 2014), «La condición obrera» (2014), «Reflexiones sobre las causas de la libertad y de la opresión social» (2.ª ed., 2018) , «Primeros escritos filosóficos» (2018) y «La agonía de una civilización y otros escritos de Marsella» (2022).
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La condición obrera - Simone Weil
LA FÁBRICA, EL TRABAJO,
LAS MÁQUINAS
TRES CARTAS
A ALBERTINE THÉVENON
[Nombrada profesora de filosofía en el Instituto femenino de Le Puy para el curso escolar 1931-1932, Simone Weil entabló contacto con sindicalistas revolucionarios —en particular con Pierre Monatte, fundador de La Révolution prolétarienne— para pedirles direcciones de militantes sindicalistas en la región de Le Puy. Por consejo de él se dirigió a Saint-Étienne, el 7 de octubre de 1931, para conocer a Urbain y Albertine Thévenon.
Hemos restituido algunos pasajes que habían sido cortados en las ediciones anteriores.
Véase la nota dedicada a Albertine Thévenon al final del libro.]
[15-31 de enero de 1935]
Querida Albertine:
Aprovecho el ocio forzoso que me impone una ligera enfermedad1 (principio de otitis, no es nada) para charlar un poco contigo. Si no, en las semanas de trabajo, me cuesta mucho cualquier esfuerzo añadido a los que me son impuestos. Pero no solo es eso lo que me retiene: es la multitud de cosas que decir y la imposibilidad de expresar lo esencial. Tal vez me vengan más tarde las palabras justas: ahora me parece que me haría falta otro lenguaje para traducir lo que importa. Esta experiencia, que se corresponde en muchos aspectos con lo que yo esperaba, pese a todo dista de ello un abismo: se trata de la realidad, no de imaginaciones. Ha cambiado en mí no esta o aquella de mis ideas (al contrario, muchas se han confirmado), sino infinitamente más, toda mi perspectiva sobre las cosas, el sentimiento mismo que tengo de la vida. Aún conoceré la alegría, pero hay una cierta ligereza de corazón que, me parece, me resultará ya siempre imposible. Pero basta de este tema: lo inexpresable se degrada al quererlo expresar.
En lo que respecta a las cosas expresables, he aprendido no poco sobre la organización de una empresa. Es inhumano: trabajo en serie, a destajo, organización puramente burocrática de las relaciones entre los diversos elementos de la empresa y las diferentes operaciones del trabajo. La atención, privada de objetos dignos de ella, se ve en cambio constreñida a concentrarse segundo a segundo en un problema mezquino, siempre el mismo, con variantes: hacer cincuenta piezas en cinco minutos en lugar de en seis, o cualquier cosa de este tipo. Gracias al cielo hay habilidades manuales que adquirir, lo que de vez en cuando da interés a esta búsqueda de rapidez. Pero lo que me pregunto es cómo puede volverse humano todo esto: pues si el trabajo en serie no fuera a destajo, el aburrimiento que se desprende de él aniquilaría la atención, ocasionaría una lentitud considerable y un montón de fallos. Y si el trabajo no fuera en serie… Pero no tengo tiempo para desarrollar todo esto por carta. Solo que cuando pienso que los grrrandes [sic] jefes bolcheviques pretendían crear una clase obrera libre y que seguramente ninguno de ellos —Trotski seguro que no y Lenin creo que tampoco— había puesto los pies en una fábrica y por consiguiente no tenía la más ligera idea de las condiciones reales que determinan la servidumbre o la libertad de los obreros… la política me parece una broma siniestra.
Debo decir que todo esto se refiere al trabajo no cualificado. Sobre el trabajo cualificado aún lo tengo que aprender casi todo. Ya llegará, espero.
Esta vida, hablando con franqueza, es muy dura para mí. Y más teniendo en cuenta que los dolores de cabeza no han tenido la bondad de dejarme para facilitarme las cosas, y trabajar en las máquinas con dolor de cabeza es penoso. Solo respiro el sábado por la tarde y el domingo, me encuentro a mí misma, recupero la facultad de hacer circular por mi mente pedazos de ideas. De manera general la tentación más difícil de rechazar, en semejante vida, es la de renunciar por completo a pensar: ¡sabe uno tan bien que es el único medio de no sufrir! En primer lugar de no sufrir moralmente. Pues la propia situación borra automáticamente los sentimientos de rebeldía: hacer el trabajo con irritación supondría hacerlo mal, y condenarse a morir de hambre; y no hay nadie a quien atacar fuera del propio trabajo. Con los jefes no puede permitirse uno ser insolente, y por otra parte casi nunca dan lugar a ello. Así que no queda otro sentimiento posible cara a la propia suerte más que la tristeza. Entonces se está tentado, pura y simplemente, de perder la conciencia de todo lo que no sea la rutina vulgar y cotidiana de la vida. También físicamente es una gran tentación, fuera de las horas de trabajo, hundirse en una semisomnolencia. Siento el mayor respeto por los obreros que llegan a labrarse una cultura. La mayoría de las veces son gente fuerte, es cierto. Por lo menos han de tener agallas. Aunque también esto es cada vez más raro, con los progresos de la racionalización. Me pregunto si esto se dará entre los peones especializados.
Yo, de todas formas, aguanto. Y no lamento ni siquiera un minuto haberme lanzado a esta experiencia. Muy al contrario, me felicito infinitamente cada vez que pienso en ello. Pero, cosa extraña, rara vez lo pienso. Tengo una capacidad de adaptación casi ilimitada, que me permite olvidar que soy una «catedrática» de paseo por la clase obrera, y vivir mi vida actual como si estuviera destinada a ella desde siempre (y, en cierto sentido, es muy cierto) y como si esto hubiera de durar siempre, como si me hubiera sido impuesta por una necesidad ineluctable y no por mi libre elección.
Sin embargo te prometo que cuando no pueda más iré a descansar a algún sitio, tal vez a vuestra casa.
[…]
Me doy cuenta de que no he dicho nada de los compañeros de trabajo. Otra vez será. Pero también eso es difícil de expresar. La gente es amable, muy amable. Pero, lo que se dice verdadera fraternidad, apenas la he sentido. Una excepción: el almacenista del almacén de herramientas, obrero cualificado, excelente obrero, y a quien llamo en mi auxilio cada vez que me hundo en la miseria por un trabajo que no consigo hacer bien, porque es cien veces más amable y más inteligente que los ajustadores (que no son más que peones especializados). No existe el problema de la envidia entre las obreras, que de hecho compiten entre ellas, debido a la organización de la fábrica. No conozco más que a tres o cuatro plenamente simpáticas. En cuanto a los obreros, algunos parecen estupendos. Pero donde estoy yo hay pocos, aparte de los ajustadores, que no son verdaderos compañeros. Espero cambiar de taller dentro de un tiempo, para ampliar mi campo de experiencia.
[…] Te doy noticias mías cumplidamente, espero. Dame las tuyas. No unas líneas que no digan nada, sino detalles concretos que me interesen. ¿Te ríes a veces? ¿Sabes perderte de nuevo completamente en un momento de alegría elemental, causada por la perspectiva de unas casas, una atmósfera humana, una canción, el rincón de un paisaje, la escena de una película: en resumen, un pedazo de vida muy cálida? Me gusta tanto eso de ti. ¿Te viene a veces «À nous la liberté» con el mismo significado de antes? ¿Y «À Paris dans tous les faubourgs»? Y tantas cosas: de verdad, algo me faltaría en mi universo si no estuvieras recuperando todo esto
