áximo Huerta (Utiel, Valencia, 1971) es un enamorado de París: "Mi pasión por la ciudad viene de unas tías emigrantes francesas que siempre que llegaban a España a visitarnos me parecían muy exóticas. Olían muy bien y vestían y se comportaban de otra manera". Por ello no es de extrañar que el último libro del (Ed. Planeta), sea un auténtico tributo a esa ciudad y a una época en la que brilló con luz propia: los felices años veinte. La Gran Guerra había dejado tanto dolor y tantos muertos que las mujeres se vieron obligadas a independizarse. Pasaron cuatro años sin hombres y se cortaron el pelo en plan tijeretazo rabioso. La mujer fue el principal motor de esos años, tanto en la moda como del espíritu vital de la época. También se dieron cita en París una gran cantidad de jóvenes polacos, italianos o americanos que venían de otros países en los que había una ola represiva. París era la efervescencia, la libertad y el libertinaje. Los pintores las llamaban putas, posaban para sus cuadros y abusaban de ellas. Duraban una semana como modelos. Las que aguantaban más era porque se hacían amantes o íntimas de los pintores. Ellas no tuvieron ningún poder en los Juegos Olímpicos. A las mujeres las sacaban de la villa olímpica para evitar tentaciones. Pero fue la primera vez que hubo mujeres deportistas que participaron con un peso importante. Entre ellas destacaría la figura de la española Lilí Álvarez, la primera mujer española en participar en una olimpiada. Era la ciudad más moderna del mundo, por encima de Londres, Berlín o Nueva York. Todos querían ir a París. Era la época de la ola represiva en Estados Unidos con el racismo del Ku Klux Klan; la de la URSS con los bolcheviques; en Italia ya estaba Mussolini calzando tropas; en Alemania se consolidaba el nazismo… París era la isla de la libertad en todo el mundo. Todo el éxito de ese París loco, efervescente y vanguardista fue gracias a la inmigración. No eran franceses, pero se sentían parisinos. Seguramente hay algo de Alice en mí, porque escribir es la manera más íntima que tenemos de decir la verdad, de sincerarnos. Yo soy de a los que la frase ingeniosa les viene el día después. Pero también es cierto que si reflexionáramos mucho las cosas no las haríamos. Yo prefiero disfrutar antes que reflexionar.
