Locuras
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Me presento: mi nombre es Daniela y tengo la capacidad de ver fantasmas, un don que me ha llevado por diferentes rumbos del pasado. Por eso dejé el periodismo y ahora estudio Historia en la universidad, una manera de prepararme para estos seres del pasado.
Ella, Lucía, no es un simple espíritu; es un verdadero ser sobrenatural, con la capacidad de crear el caos y hacer arder el mundo. Arder… Esa es la palabra. El fuego es su mayor atributo y busca incendiarlo todo, ¿pero por qué?
Bueno, es lo que debo averiguar antes de que el tiempo se acabe.
***
Esta novela es la culminación de la serie «Fantasmas del pasado», antecedida por los títulos La sonata de las flores y Una voz en las sombras. En estas novelas vemos como Daniela aprende sobre sus dones, ¿será capaz de usar lo que sabe para vencer a este ser maligno?
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Locuras - Lina María Liscano
CADA LOCO EN SU LUGAR
«Creo que sí, que has perdido la cabeza, estás completamente loco. Pero te diré un secreto: las mejores personas lo están»
Lewis Carroll,
Alicia En El País De Las Maravillas
El mundo es de los locos, eso sí lo sé yo, la historia es un libro con páginas en blanco buscando ser llenadas con el escudriñar de los historiadores; ahora eme aquí en pleno desierto, con arena en lugares que desconocía de mi cuenorpo, un nuevo corte de cabello para controlar el sudor y el calor arrasador, en medio de un agujero limpiando vasijas rotas y huesos viejos; la profesora Emma me había convencido de unirme a su expedición para investigar una necrópolis recientemente descubierta, era parte de mi educación, me ayudaba a forjar un mejor currículo al momento de graduarme y solo me atrasaría seis meses de mis estudios universitarios, finalmente la falta de personal y un líder amable con un gran poder de convencimiento había convertido mis seis meses en un año sabático de estudios en la arena, era tal su capacidad con el don de la palabra que al darse cuenta que hablaba con Laura vía Google Meet interceptó mi charla sosa de amigas y ocurrencias universitarias con una súplica de mano de obra, ahora estaba vestida tipo Indiana Jones, un corte pixie cubierto por un sombrero fedora marrón con cinta color caramelo, a la espera de la llegada de Laura a este desértico paisaje, donde solo un versado en el discurso convencería de venir a una futura bióloga y Botánica para ayudar a limpiar vasijas mientras estudia la flora, inexistente, del lugar para su tesis, idea que a Laura y a su tutor les pareció brillante.
Por más que le dije a Laura que cambiara su corte de cabello no me hizo caso, ella al igual que Emma lucían una larga cabellera que les llegaba a la cintura, el solo verlas me daba calor; A su lado un joven un poco regordete pero de rostro amable bajó con los brazos a más no poder lleno de maletas, el tutor de Laura, quien se veía mucho más joven, torpe e ingenuo que ella, pero quien de alguna manera había visto más allá de la fachada gótica y estrafalaria de Laura, se adentró en el jardín de espinas, adueñándose de su corazón. Ella saltó a mis brazos entre gritos de colegiala deseosa de una nueva aventura, yo no compartía su entusiasmo, el calor del desierto me había dejado seca, por alguna razón, en este lejano paraje, no había nada más que nosotros.
Los ayudé con las maletas, mientras les hacíamos espacio en el maletero de la camioneta, el cual siempre estaba lleno de herramientas de excavación. Era una camioneta destartalada y vieja, muy vieja, pero mi favorita, sus innumerables agujeros permitían el paso del aire fresco, lo sentía como mi propio aire acondicionado, eso sí, las gafas oscuras y los audífonos con música de mi celular, no podían faltar, no tenía parabrisas y el radio había dejado de funcionar diez años atrás y para entonces ya era obsoleto.
Cuarenta minutos de viaje, arena, sol y mareo — El tutor de Laura era de .esos que se marean con cualquier movimiento — la camioneta no gozaba de buenos amortiguadores y la carretera destapada hacía del viaje toda una montaña rusa, llegamos al caserío — era tan pequeño que no clasificaba como pueblo — los llevé a su habitación, en el único hotel del sector, pero donde al menos había agua limpia y una comida caliente, luego de instalarse se prepararon para su primera noche en el desierto, claro la necrópolis estaba lejos del lugar poblado más cercano, así que el hotel era una dicha de fines de semana. Al llegar al sitio de la excavación unas carpas nos esperaban con sacos de dormir, lámparas de aceite y tiendas llenas de computadores cubiertos con grandes plásticos que intentaban protegerlos del sol y la arena. Mientras el joven tutor hablaba con el director, Laura aprovechó para preguntar
—¿No has vuelto a ver ningún fantasma?
—Creo que en este recóndito lugar la muerte los visitó hace cientos de años, que aquello que los pudiera retener en esta vida ya se ha esfumado, así que aquí no hay más que arena, calor y un montón de vasijas rotas.
—Lástima, sería una buena carpeta adjunta a la biblioteca paranormal.
—¿Biblioteca paranormal? me encanta ese nombre. ¿Averiguaste algo más sobre el antiguo incendio de la universidad?
—Nada la verdad, solo lo que ya sabemos, los datos se encuentran en físico en la alcaldía municipal y mis dotes de hacker solo sirven en el mundo virtual; pero si hay algo nuevo.
—¿Qué?
—La han visto.
—¿A quién?
—A la dama vestida con traje antiguo, parece que no le cayó muy en gracia que destruyeran el viejo bloque, los trabajadores del nuevo proyecto se quejan de verla y que se desaparecen herramientas de trabajo, varios han renunciado por temor a verla otra vez.
—Creo que eso era de esperarse, aunque aspiraba que diera por terminada su estancia en este mundo y se fuera sin crear más daño.
—Presiento que es lo que menos quiere, además después de que me contaste lo de Lucia, que ella te observa, la noche siempre me llena de temor.
—Pronto acabaremos con la expedición y al regresar a la universidad debemos encontrar la manera de hacerla descansar, sea lo que sea que la mantiene aquí puede llevarla a hacer más daño, incluso aún peor a lo ocurrido con Emma y Lucia, porque solo un alma vengativa podría destruir una amistad de esa manera.
La tarde llegó, Laura se dispuso a buscar cualquier evidencia de naturaleza, viva o antigua que estuviera en este lugar, y yo me zambullía en los pozos de excavación, no por gusto, sino que el calor y el sol eran tan intensos en este olvidado lugar del mundo que un agujero en la tierra era el sitio más fresco. Me senté a limpiar entre la tierra una fisura blanca, con una pequeña brocha y con mucha paciencia empecé a retirar toda la tierra que cubría ese blanco sepultado, un cráneo emergió de entre la tierra lo tomé en mis manos mirando fijamente a ese espacio donde alguna vez estuvieron sus ojos, estaba completamente intacto y blanco teniendo en cuenta el lugar donde se encontraba, seguí escudriñando el lugar hasta dejar al descubierto un esqueleto completo, lo poco que había aprendido de antropología en este viaje me hacían pensar que era el esqueleto de un hombre joven, tal vez de unos veinticinco o treinta años ya que sus huesos no se veían tan desgastados, bastante alto para el tipo de población que estábamos estudiando, yo diría que un metro ochenta. A su alrededor encontré tinajas rotas, en algunas aún se les veía el color con las que fueron adornadas, dentro se encontraban joyas, pequeñas figuras humanas y restos de incienso. Había sido enterrado con mucho cuidado y con gran lujo, probablemente fue un hombre importante en su tiempo.
Mientras emergían estos restos la tarde pasó, y, sin darme cuenta, el frío de la noche me alcanzó, decidí que ya era hora de regresar al campamento, el frío nocturno del desierto podía llegar a ser incluso más devastador que el calor del día. Decidí salir de este agujero apoyada en una de las muchas escaleras de bambú hecha por los internos, pero en el último escalón las cuerdas que sujetaban esta precaria creación se reventaron haciéndome caer, dejando a mi paso destrozados todos los demás pedazos de bambú. Con el dolor en el trasero por la caída — por suerte tenía buen «derrier» que amortiguó el golpe — me levanté, sacudí la tierra y el polvo de mi ropa mientras gritaba por ayuda, pero nadie pareció escucharme, con el paso del tiempo mi voz se quedó ronca y en mi desesperación intenté saltar para aferrarme al borde del agujero, pero, la tierra era seca y estéril, cada vez que lograba sujetarme ésta se volvía polvo en mis manos haciéndome caer nuevamente en lo profundo.
Estaba resignada a pasar la noche en ese hueco lleno de restos humanos, aunque estaba acostumbrada a lo extraño, el frío de la noche y mi gélido compañero de encierro hacían vibrar mi corazón con un «tum – tum» rápido y rítmico que sofocaba mis oídos, sentí como una lágrima de miedo y frustración se deslizaba por mi rostro
—¿Qué haces ahí?
Me dijo una voz varonil, gentil y cantarina, al levantar el rostro pude ver su mano dirigida hacia mí en un intento por sacarme de mi encierro
—Ven déjame ayudarte
Sujeté su mano, que fácilmente me haló hacia su cuerpo, donde terminé cubierta por sus hombros anchos, su piel canela y su espléndida figura, que enloquecería hasta la más recatada y si la perfección de su cuerpo no fuera suficiente, sus cabellos oscuros como la noche misma, brillaban a la luz de la luna dejando relucir el violeta en sus ojos.
—Habría sido una mala noche si hubiera seguido aquí.
—Gracias — Logré decir con voz trémula
Un olor casi embriagador y adictivo proveniente de su cuerpo me extasiaba, con una hermosa sonrisa me acompañó hasta el campamento donde Laura y Emma revoloteaban el lugar buscándome, al verme llegar salieron a mi encuentro entre alegría y regaños de preocupación, las recibí tratando de calmarlas y explicándoles lo que había pasado, pero al voltear para presentarles a mi salvador él ya no estaba. Durante la noche no pude pegar los ojos pensando en los suyos, un violeta reluciente que habría envidiado, incluso, la mismísima Elizabeth Taylor.
LLAMADAS
«Yo creo que nada sucede por casualidad. ¿Sabes qué? En el fondo las cosas tienen su plan secreto, aunque nosotros no lo entendamos»
Carlos Ruiz Zafon
La excavación continuó, el último esqueleto era el de más interés para todos, blanco como el más fino marfil, sin el más mínimo signo de daño por el tiempo y el ambiente, incluso las hipótesis de su muerte eran múltiples ya que el único daño o señal que presentaba era una pequeña muesca en el reborde izquierdo del esternón, cerca de donde se une la cuarta costilla izquierda, los antropólogos debatían