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El arroz y las flores
El arroz y las flores
El arroz y las flores
Libro electrónico233 páginas3 horas

El arroz y las flores

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Una apasionante aventura espiritual y emocional de amor y amistad a traves de la Ruta de la Seda

En esta obra los sentimientos como plumas de ave se deslizan sobre trozos de seda. Es tan importante una lágrima, la caída del pétalo de una flor, como la verdad metafísica más profunda. Los personajes transitan de la mano por la senda del Tao. Fluyen con el río, se mezclan con el murmullo del agua, se detienen en cada recodo, se pierden en los remolinos o se reencuentran en un remanso. Nos sobresalta el croar de una rana o el canto de un grillo. El canto del ruiseñor nos arranca lágrimas y el viento compone melodías.

Dios no se menciona nunca sin embargo siempre está presente. Nos acompaña, nos habla, nos escucha, nos da la mano cuando nos perdemos, nos levanta en brazos cuando estamos caídos, llora con nosotros, y sonríe cuando sonreímos. Una obra de amor y de amistad en su sentido más profundo y eterno; un diálogo de corazón con corazón, de alma con alma, una sinfonía que trasciende a los propios personajes que se van superando llegando a ser la mejor versión de sí mismo ya que en el espejo del otro no se ven como son sino como pueden llegar a ser. En este viaje luchamos junto a Jacob con el ángel, nos reencontramos con Esau, nos sentamos en la piedra de Buda, nos cubren las nubes de gloria en el desierto, y seguimos por la Ruta de la Seda intentando comprender el porqué del fanatismo, de las guerras y la absurda división entre hermanos.

IdiomaEspañol
EditorialCaligrama
Fecha de lanzamiento12 abr 2016
ISBN9788491124887
El arroz y las flores
Autor

Marina de Chateaubriand

Marina de Chateaubriand, escritora de origen argentino, tras un largo peregrinaje se afinca en España. Se vuelca a la literatura de manera accidental, por un deseo de trasmitir, convirtiéndose en una pensadora independiente. A través de sus personajes que son arrojados al exilio, tema recurrente en toda su obra, va intentando reconstruir esos lazos rotos que algún día nos unieron a través de la Ruta de la Seda, ahondando en esas divisiones culturales, étnicas, o religiosas que son más ficticias que reales. Y nos invita a participar en ese sueño de un mundo fraternal, tolerante y unido por el amor que tenemos que ayudar a construir entre todos.

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    El arroz y las flores - Marina de Chateaubriand

    Título original: El arroz y las flores

    Imagen de la cubierta de Ángel Sánchez López

    www.marinadechateaubriandcom

    Primera edición: Abril 2016

    © 2016, Marina de Chateaubriand

    © 2016, megustaescribir

                Ctra. Nacional II, Km 599,7. 08780 Pallejà (Barcelona) España

    Esta es una obra de ficción. Cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia. Todos los personajes, nombres, hechos, organizaciones y diálogos en esta novela son o bien producto de la imaginación del autor o han sido utilizados en esta obra de manera ficticia.

    Quedan prohibidos, dentro de los límites establecidos en la ley y bajo los apercibimientos legalmente previstos, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, ya sea electrónico o mecánico, el tratamiento informático, el alquiler o cualquier otra forma de cesión de la obra sin la autorización previa y por escrito de los titulares del copyright. Diríjase a Thinkstock, (http://www.thinkstock.com) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

    ISBN:   Tapa Blanda               978-8-4911-2487-0

                 Libro Electrónico     978-8-4911-2488-7

    CONTENIDO

    PRIMERA PARTE

    LA PUERTA

    LA PUERTA

    LA LÁGRIMA DE SHIVA

    EL MAUSOLEO DEL AMOR

    EL TRONO DE LOS PAVOS REALES Y EL TEMPLO DORADO

    EN LA MORADA INVERNAL DE SHIVA

    SEGUNDA PARTE

    EL ARROZ Y LAS FLORES

    EL ARROZ Y LAS FLORES

    EL CANTO DEL RUISEÑOR

    LO SAGRADO Y LO PROFANO

    EL ESPACIO Y LO SUTIL

    LA SEMILLA DE BAMBÚ

    LOS TIEMPOS FRUCTUOSOS…

    EL LABERINTO DEL MINOTAURO

    LA NOVIA DE CRISTAL

    SOBRE EL AUTOR

    PRIMERA PARTE

    LA PUERTA

    Aunque sean llamados por nombres diferentes,

    Tao y Su Creación son, en sustancia, Uno. Ambos son sagrados.

    Y el paso que existe entre éstos es la puerta a todo lo

    Verdaderamente milagroso.

    Lao Tse

    H ABÍA UNA VEZ un cerrajero al que acusaron injustamente de unos delitos y lo condenaron a vivir en una prisión oscura y profunda. Cuando llevaba allí algún tiempo, su mujer, que lo quería muchísimo, se presentó al rey y le suplicó que le permitiera por lo menos llevarle una alfombra a su marido para que pudiera cumplir con sus postraciones cada día. El rey consideró justa esa petición y dio permiso a la mujer para llevarle una alfombra para la ora ción.

    El prisionero agradeció la alfombra a su mujer y cada día hacía fielmente sus postraciones sobre ella. Pasado un tiempo, el hombre escapó de la prisión y cuando le preguntaban cómo lo había conseguido, él explicaba que después de años de hacer sus postraciones y de orar para salir de la prisión, comenzó a ver lo que tenía justo bajo las narices. Un buen día vio que su mujer había tejido en la alfombra el dibujo de la cerradura que lo mantenía prisionero. Cuando se dio cuenta de esto y comprendió que ya tenía en su poder toda la información que necesitaba para escapar, comenzó a hacerse amigo de sus guardias. Y los convenció de que todos vivirían mucho mejor si lo ayudaban y escapaban juntos de la prisión. Ellos estuvieron de acuerdo, puesto que aunque eran guardias comprendían que también estaban prisioneros. También deseaban escapar pero no tenían los medios para hacerlo.

    Así pues, el cerrajero y sus guardias decidieron el siguiente plan: ellos le llevarían piezas de metal y él haría cosas útiles con ellas para venderlas en el mercado. Juntos amasarían recursos para la huida y del trozo de metal más fuerte que pudieran adquirir, el cerrajero haría una llave. Una noche, cuando ya estaba todo preparado, el cerrajero y sus guardias abrieron la cerradura de la puerta de la prisión y salieron al frescor de la noche, donde estaba su amada esposa esperándolo. Dejó en la prisión la alfombra para orar, para que cualquier otro prisionero que fuera lo suficientemente listo para interpretar el dibujo de la alfombra también pudiera escapar. Así se reunió con su mujer, sus ex–guardias se hicieron sus amigos y todos vivieron en armonía. El amor y la pericia prevalecieron.

    La historia del cerrajero. Cuento tradicional sufí.

    LA PUERTA

    "Francisco de Asís, creador de las órdenes mendicantes, acabó de introducir al pueblo en la religión; al revestir al pobre con un hábito de monje, obligó al mundo a la caridad; elevó al mendigo ante los ojos del rico y estableció en una milicia cristiana proletaria el modelo de aquella fraternidad que será el cumplimiento de aquella parte política del cristianismo que todavía queda por desarrollar, y sin la cual jamás habrá libertad y justicia completa sobre la tierra.

    François Rene de Chateaubriand.

    C ORRIÓ POR LOS largos pasillos, atravesó varios cuartos y cuando llegó al último, presa de desesperación, rompió en llanto… Se dio cuenta de que estaba perdida. Ya no tenía dónde ir. Sus perseguidores no tardarían en darle alcance. Estaba tan agotada que no le quedaban fuerzas ni para llorar, se dejó caer en una silla como un muñeco de trapo y cuando ya estaba resignada a su suerte apareció él como ángel caído del cielo. Se acercó con su sonrisa cálida y, sin preguntar ni decir nada, descolgó unos cuadros de la pared, y descorrió una cortina dejando al descubierto una puerta secreta. La atravesaron juntos. Con sorpresa comprobó que el también huía como ella y con una agilidad que no correspondía con sus años…Sin detenerse ni un instante ni siquiera para retomar el aliento, se internaron por una larga e interminable alameda flanqueada por una hilera de árboles a ambos lados que entrelazaban sus copas formando una tupida bóveda que les ocultaba el cielo. Pero a ella lo que más le impresionó era la soledad y la oscuridad que se iba haciendo más densa y profunda a medida que avanzaban. Quería darle las gracias pero él no cesaba de hablar y de darle consejos y ella ya no caminaba sino que corría a su lado. Hasta que sin detenerse le ordenó en tono imperioso: ¡Regresa! ¡Tienes que entrar por la puerta principal! Se quedó helada. No sabía qué hacer, ni que decir, sentía que tenía que acompañarle. Le veía tan solo por ese sendero tan largo e incierto pero por otro lado no se sentía capaz de desobedecer, había tanta angustia y tanto apremio en su voz. Se detuvo y con tristeza le vio alejarse hasta esfumarse en la distancia quizá para siempre. Con ese hábito blanco parecía más un etéreo que un ser de carne y hueso. Contra su voluntad emprendió el camino de regreso buscando la entrada. Cabizbaja y meditabunda, asolada por un sentimiento infinito de vacío y tristeza, caminaba a lo largo de esa muralla que parecía no tener principio ni fin y menos aún una puerta. Cuando al fin la encontró, no pudo entrar porque estaba cerrada y no tenía las llaves. Era tal la impotencia que no pudo contener el llanto. Iba a emprender el camino de regreso cuando de pronto las dos pesadas hojas de madera, como movidas por una mano invisible se abrieron lentamente de par en par lanzando un chirrido que más que a un rezongo, se asemejaba a un quejido. Miró hacia adentro y vio un prado verde y un carruaje que a toda velocidad se dirigía hacia ella. Quedó tan maravillada admirando a esos briosos corceles blancos que galopaban con las crines sueltas al viento que no se fijó en el coche. Cuando lo hizo, con horror se dio cuenta de que el pescante estaba vacío. Se aprestó a huir pero como en una de esas espantosas pesadillas no pudo moverse. Recordó que cuando eso ocurría podía volar. Agito los brazos, pero todo era inútil, sus pies estaban clavados al suelo como dos estacas…El pánico se apodero de ella…Miraba impotente y paralizada de terror al carruaje que se le acercaba, que ya estaba encima, podía oír el resoplido de los caballos y sentir su rostro bañado por esa espuma viscosa y caliente…Imaginó el dolor en sus entrañas y en todo su cuerpo cuando de pronto los caballos se pararon en seco… Y despertó agitada con el rostro anegado en llanto y el corazón batiendo como tambor enloquecido…

    Caminaban por un sendero bordeado de rosas encarnadas y de lirios blancos. El viento travieso jugueteaba entre las viñas, enredaba la melena de fuego de Teresa, agitaba la sotana de Cristóbal y despeinaba su cabello blanco. Era una tarde de estío, una de esas tardes donde el sol calienta como queriendo derretirlo todo, y ese aire era una bocanada de aire fresco y vivificante, una bendición del cielo que nos aliviaba del sofocante calor… Hablaban animadamente, sus voces se entremezclaban con el fluir constante de las aguas del río que susurraba entre las piedras y se detenía curioso en cada recodo como no queriendo perderse ni una palabra de la cálida conversación.

    —Te pasó eso porque no tenías las llaves. Creo que fue un aviso. Al menos yo lo veo así —le dijo Cristóbal pensativo.

    Teresa replicó:

    —Pero si las puertas se abrieron solas de par en par, ¿para qué necesitaba una llave?

    —Las llaves no solo sirven para abrir sino también para cerrar las puertas. —Respondió tajante. Y al acabar la frase la miro fijamente y al adivinar el aire de desconcierto en su rostro intentó explicárselo de otro modo—: Quiero decir que estás tratando de atravesar esa puerta que une la tierra con el cielo, pero quizá no estás aún preparada, o quizá ni siquiera sea necesario. —Y bajando la voz como si le fuese a confesar un secreto que no quería que nadie más que ella escuchase, susurró—: Además, no olvides nunca que las puertas más importantes son las que no tienen llaves ni cerraduras.

    Ambos se quedaron meditabundos y continuaron la marcha en silencio hasta que deteniéndose bruscamente Cristóbal le preguntó a bocajarro.

    —¿Sigues con la idea de ir a Oriente?

    —Sí, es su ilusión. Ahora que se ha convertido al budismo quiere conocer la cuna de las religiones, e impregnarse de espiritualidad. Su sueño es visitar las ciudades sagradas.

    — ¿Y es también el tuyo?

    —Mi sueño es acompañarle. Usted siempre nos enseña que donde va uno tiene que ir el otro. Que las parejas se deben de acompañar siempre y que no hay nada más agradable a los ojos del Creador que la unión entre hombre y mujer…El yin y el yang.

    Es verdad, eso siempre les decía. No podía contradecirla. Tampoco podía decirle que no le gustaba para nada ese viaje a la India, y menos aún esa búsqueda de espiritualidad. La sola idea le oprimía el pecho. Para él las personas que se van tan lejos a buscar espiritualidad que no encuentran en su interior, buscan más la experiencia, el exotismo, o la magia y esto poco o nada tiene que ver con búsqueda de verdadera espiritualidad. En realidad, muchas veces más que una búsqueda no es más que una huida hacia adelante… Pero no podía decirle nada. Si le decía sus ideas, ella pensaría que desaprobaba su relación y a decir verdad era en parte cierto, en su fuero interno no pensaba que Alejandro fuese la persona adecuada para ella. Pero él no era quién para meterse en la vida de nadie y menos aún para aconsejar. Era libre, y si era su felicidad, tenía que alegrarse pero a pesar de todos sus esfuerzos, lo que le invadía era todo menos alegría sino más bien un sentimiento de inexplicable desazón.

    Se adentraron por un sendero que atravesaba aromáticos jardines y huertos. Las clemátides curiosas trepaban los muros de las tapias, y desde lo alto parecían espiarles. Cristóbal, señalando la flor, le dijo: Esta flor la llaman de los soñadores. Y le siguió señalando las rosas de China y otras flores y árboles frutales que embriagaban los sentidos con su fragancia; había de todas las especies y para todos los gustos: albaricoques, duraznos, ciruelos, cerezos, peras, manzanos, almendros, naranjos, limoneros… Los pájaros rivalizaban con sus cantos…Pero Cristóbal no veía ni escuchaba nada, solo pensaba en esa partida. Mientras Teresa le contaba entusiasmada sus proyectos y la llama del amor y la ilusión brillaba en sus ojos, él la miraba con nostalgia y ternura. Admiraba su alegría, la pasión que ponía en todo lo que hacía, el modo en que se expresaba. Sus cabellos como rebañitos de cabras se despeñaban por sus hombros y ondulaban al viento; y sus ojos almendrados color de miel acariciaban el alma y parecían envolver todo con un manto de dulzura. Pensaba para sí, ¿qué será ahora de mi Viña sin su sonrisa? ¿Qué será de mi jardín sin el más perfumado de mis manzanos silvestres?

    Siguieron hablando, o mejor dicho, siguió Teresa hablando. De pronto ella se agachó, cogió un puñado de tréboles y distraídamente comenzó a deshojarlos uno a uno. Cristóbal no pudo evitar que a su mente le viniese la imagen de Ariel y se puso a contar historias de su amigo con tristeza y nostalgia.

    —Muchas veces me recuerda a ti —le confesó—. Tenía hasta tus mismos gestos.

    Y en verdad Teresa tenía un carácter parecido. Siempre encontraba belleza hasta en lo más sencillo, y como arañita laboriosa tejía lazos de armonía entre los seres. Tenía el raro y, por desgracia escaso don de buscar nexos de unión, de limar asperezas y ver siempre el lado positivo de las personas, de las situaciones o acontecimientos. Sabía escuchar. Siempre tenía esa palabra de aliento o de consuelo cuando más falta hacía, y la virtud de estar siempre cuando más se la necesitaba. Era muy cariñosa y dulce con los niños, estos la adoraban. Su paciencia no conocía límites, era imposible imaginarla enfadada o presa de la ira.

    Cristóbal siguió hablando de Ariel y al hacerlo lo sentía caminando a su lado. Teresa le escuchaba absorta, nunca se cansaba de oír las historias de ese personaje tan maravilloso. Le daba mucha tristeza pensar que nunca podría conocerle más que a través de los relatos. Cristóbal, como leyendo sus pensamientos, le consoló.

    —Es verdad que el Señor se lo llevo a su lado pero yo siento que sigue entre nosotros porque no deja de renacer. Es algo inexplicable pero muchos de los hijos de los cervatillos no solo comparten su nombre sino también su semejanza. Hay uno en especial que tiene en sus ojos ese mismo halo verde esmeralda… Bueno ese Ariel de carácter es un terremoto, pero físicamente se le parece mucho…Y todos, de un modo u otro, tienen algo de él…

    Y se sumió en el silencio recordando con ternura a sus "cervatillos" y a sus "gacelas"… Esos chicos díscolos que buscaban construir algo nuevo sin saber bien qué, llenos de sueños, energía, ilusión, altruismo, pero incapaces de poner sus ideas en práctica y menos aún en ponerse de acuerdo entre ellos.… Demasiados individualistas y cargados de miedos y prejuicios que fueron poco a poco superando… ¡Pero también maravillosos!… Ahora tenía muchos más cervatillos, por todos lados brotaban comunidades nuevas, pero los primeros para él siempre eran y serían especiales…

    Siguieron bordeando la orilla del río, que retozaba alegre entre las piedras, y se desvanecía en un suave murmullo que se mezclaba con el gorjeo de las aves y el croar de las ranas.

    —¿Ves ese río? Es grande porque va cogiendo el caudal de otros y todos van a desembocar en el océano. Pero para que todos desemboquen en el océano, el océano tiene que estar más abajo. Eso es lo que era Ariel para nosotros, como un inmenso océano donde todos podíamos confluir. Con él nunca podíamos discutir porque lo comprendía todo y se ponían en la piel de cada uno, y por todos sentía infinito amor y ternura… Y todos como ríos confluíamos en armonía en ese océano de paz, armonía, amor y sabiduría. No sé cómo explicarlo, pero él siempre estaba a nuestro lado, nunca detrás, nunca adelante, siempre sentíamos su presencia y su apoyo. Pero nos dejaba nuestro espacio y nuestra libertad para que pudiésemos crecer y desarrollarnos. Hablaba con palabras pero también con silencios… ¡Y su entusiasmo y alegría eran contagiosos! Los seres humanos para él éramos como las cuerdas de un violín, y él era un gran músico, siempre sabía sacar de cada uno de nosotros las más extraordinarias y sutiles melodías…

    Y después de decir esto cesaron todos los ruidos hasta el canto de las aves, como si alguien desde arriba estuviese escuchando sus palabras. Ninguno de los dos se atrevía a romper este mágico silencio, permanecieron un largo rato mudos y extasiados contemplando a lo lejos unos juncos que se doblaban con el viento y se volvían a erguir orgullosos e inmutables. Señalándolos con la mirada Cristóbal continuó.

    —Me decía, admiro la flexibilidad del junco porque siempre termina irguiéndose. En cambio las ramas rígidas no soportan las tormentas. Y así era él, flexible como esos juncos…También nos enseñó que la mente es como el paracaídas, si no se abre, no funciona. —Y en tono cómplice confesó— ¡Y en mí produjo un auténtico milagro!

    —¿Cuál? —preguntó curiosa.

    —Abrió mi dura cerviz española a la magia y a la vez a lo sencillo, a eso invisible a los ojos pero esencial para el alma. Me enseñó a caminar por el cielo con los pies bien asentados en la tierra. Me hizo comprender que tenemos raíces pero también tenemos piernas para caminar y manos para dar y recibir… Y comenzamos un camino que no acabará nunca…Él se fue pero siempre le siento a mi lado… —Y perdiendo su vista en el horizonte, exclamó emocionado—. Por él nunca podría abandonar ese sueño…y menos aún a mis cervatillos…

    ¡Que maravilloso sería que siguiese entre nosotros!… — exclamó Teresa.

    —Cada vez que hacemos algo por el mundo y por los demás, él está junto a nosotros —le confesó. Y tras exhalar un profundo suspiro continuó con la mirada soñadora perdida entre las viñas—….Y siento que hay tanto para hacer…hay tanto por lo que luchar. Necesitamos liberar las esposas mentales pero también necesitamos un mundo de justicia donde a nadie le falte lo básico. Donde la gente pueda ser feliz y tenga casa, comida, y educación…Donde compartir sea acrecentar las riquezas y no disminuirlas…y donde dar sea un acto gozoso de amor y agradecimiento al Creador y no un sacrificio.

    —Eso sería fácil si nos diésemos cuenta de que dar, cuidar y amar a la creación y a todas sus criaturas es lo único que nos asemeja a su Creador. Y es la manera más bella de agradecerle todo lo que nos da. Tendríamos que sentirlo como una bendición.

    —Exactamente, así es, o así tendría que ser. Y no solo es bueno para los demás sino sobre todo para nosotros mismos. Vendría a ser como la poda para la planta, un modo de crecer sanos y robustos y dar bellos frutos luego. Pero —reconoció—, en teoría es bien fácil pero en la práctica no lo es

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