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Los caballos del cielo
Los caballos del cielo
Los caballos del cielo
Libro electrónico248 páginas3 horas

Los caballos del cielo

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Información de este libro electrónico

Trepidante viaje desde el pasado hacia el más surrealista futuro a través de la ruta de la Seda.

Una historia de descubrimiento, amor y amistad.

Asistimos en la India a una boda Sij y en la luna de miel se nos va desvelando este misterioso subcontinente bajo los ojos enamorados. Rezamos junto a los Bahais en su templo, visitamos junto a los parsis las Torres del Silencio, descubrimos Cachemira, viajamos por la India de las aldeas de Gandhi, recorremos plantaciones de té o traspasamos absurdas fronteras que aún siguen sangrando.

Y de allí nos internamos en la mítica Ruta de la Seda buscando los afamados caballos de Dawan que galopaban como el viento y sudaban sangre, esos caballos que salvaron a China del ataque de los Hunos cambiando su historia y también la nuestra.

Seguimos las huellas de ese legendario pueblo guía de las caravanas que hizo de bisagra entre Oriente y Occidente, y uniendo pasado y futuro compartimos un proyecto apasionante que une arqueología y tecnología. Tras atravesar las más altas cumbres, las más profundas depresiones y los más temidos desiertos, cruzamos la puerta de Jade e imaginamos al antiguo dragón de piedra junto a cuyos muros iban pegadas las caravanas convertirse en un inmenso dragón de acero que serpentea silbando por montañas y desiertos.

Y oímos en vez del peculiar tintineo delas campanas de los camellos, el traqueteo del tren sobre los rieles y el zumbido de la locomotora cortando el aire como un cuchillo. Un sueño de progreso y paz que está muy próximo a hacerse realidad, tan solo hace falta derribar la última frontera, la de nuestra mente.

IdiomaEspañol
EditorialCaligrama
Fecha de lanzamiento17 may 2016
ISBN9788491125365
Los caballos del cielo
Autor

Marina de Chateaubriand

Marina de Chateaubriand, escritora de origen argentino, tras un largo peregrinaje se afinca en España. Se vuelca a la literatura de manera accidental, por un deseo de trasmitir, convirtiéndose en una pensadora independiente. A través de sus personajes que son arrojados al exilio, tema recurrente en toda su obra, va intentando reconstruir esos lazos rotos que algún día nos unieron a través de la Ruta de la Seda, ahondando en esas divisiones culturales, étnicas, o religiosas que son más ficticias que reales. Y nos invita a participar en ese sueño de un mundo fraternal, tolerante y unido por el amor que tenemos que ayudar a construir entre todos.

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    Los caballos del cielo - Marina de Chateaubriand

    Título original: Los caballos del cielo

    Imagen de la cubierta de Daniel Majcen

    Primera edición: Mayo 2016

    © 2016, Marina de Chateaubriand

    © 2016, megustaescribir

    Ctra. Nacional II, Km 599,7. 08780 Pallejà (Barcelona) España

    Esta es una obra de ficción. Cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia. Todos los personajes, nombres, hechos, organizaciones y diálogos en esta novela son o bien producto de la imaginación del autor o han sido utilizados en esta obra de manera ficticia.

    El texto bíblico ha sido tomado de la versión © Biblia de las Americas

    Quedan prohibidos, dentro de los límites establecidos en la ley y bajo los apercibimientos legalmente previstos, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, ya sea electrónico o mecánico, el tratamiento informático, el alquiler o cualquier otra forma de cesión de la obra sin la autorización previa y por escrito de los titulares del copyright. Diríjase a Thinkstock, (http://www.thinkstock.com) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

    ISBN:   Tapa Blanda   978-8-4911-2535-8

       Libro Electrónico   978-8-4911-2536-5

    Contenido

    PRIMERA PARTE

    LA VENTANA

    LA UNION DIVINA

    LA LÁGRIMA DEL TIEMPO

    EL OASIS DE LOS IMPUROS

    EL TEMPLO DEL LOTO

    EL TEMPLO DEL FUEGO

    Y ASI HABLÓ ZARATUSTRA…

    LA FLOR DE LOTO

    LOS MOLINOS DE VIENTO

    TODOS LOS FUEGOS, EL FUEGO

    LOS CABALLOS DEL CIELO

    SEGUNDA PARTE

    EL VALLE DE ORO

    TRAS LAS HUELLAS DEL PUEBLO PERDIDO

    LA RUTA DE LA SEDA

    LA PUERTA DE JADE

    EL EJÉRCITO DE LAS SOMBRAS

    MÁS ALLÁ DEL LAGO CELESTIAL

    LAS PUERTAS DEL CIELO

    EPILOGO

    SOBRE EL AUTOR

    El barquero y el erudito

    El Mula Nasrudin consigue un puesto de barquero.

    Cierto día, transportando a un erudito, el hombre le pregunta:

    —¿Conoce usted la gramática?

    —No, en absoluto —responde Nasrudin.

    —Bueno, permítale decirle que ha perdido prácticamente la mitad de su vida —replica con desprecio el estudioso.

    Poco después, el viento empieza a soplar y la barca está a punto de ser tragada por las olas.

    Justo antes de irse a pique, el Mulá pregunta a su pasajero:

    —¿Sabe usted nadar?

    —¡No! —contesta, aterrorizado, el erudito.

    —Bueno, ¡permítame decirle que ha perdido usted toda su vida!

    Cuento tradicional Sufi

    PRIMERA PARTE

    LA VENTANA

    Ama y haz lo que quieras. Si callas, callarás con amor; si gritas, gritarás con amor; si corriges, corregirás con amor, si perdonas, perdonarás con amor.

    San Agustín.

    Corre a través de un largo laberinto, atraviesa interminables pasillos, hasta que llega a una amplia habitación. En el fondo distingue una ventana, se acerca y ve cómo unas oscuras golondrinas dibujan con sus alas palabras en el cielo, y luego desaparecen. Presiente que le escribieron un mensaje, intenta leerlo pero solo ve unos extraños signos que no puede entender… Llora de impotencia, cuando de pronto oye una voz detrás de ella que le dice tú puedes".

    Después de la boda, Jadya y Nanak se quedaron unos días en Granada con Cristóbal y sus amigos y luego prosiguieron su viaje de enamorados por toda España antes de partir hacia la India. Había tanto que ver, que elegir un destino no resultaba tarea fácil. Para ellos, además de ser la legendaria Sefarad, también era la tierra de Esther y de Cristóbal y eso le añadía más encanto a la magia.

    Visitaron ciudades grandes y pequeñas cargadas de historia, despertaron junto a pueblos adormecidos en el tiempo, a Jadya con su carácter sencillo y abierto no le era difícil hacer amigos y aunque le atraía todo y su curiosidad era insaciable, su pasión eran los mercados, y le arrastraba de mercado en mercado. A veces prefería charlar y conocer a la gente sencilla de los puestos a ver sitios históricos o culturales. Para su sorpresa había encontrado allí muchos musulmanes africanos, muchos de ellos sufíes que le invitaban a sus centros. Le sorprendía descubrir esa fe tan sencilla y pura y le emocionaba conocer algo de esas vidas errantes tan llenas de vicisitudes y aventuras.

    Había uno en especial, un artesano del cuero, que era su favorito. Se llamaba Amadou. Hablaba con Jadya un idioma que Nanak no comprendía, pero no necesitaba comprender porque toda la historia estaba grabada en la tristeza profunda de esa mirada que parecía venir del fondo de los siglos y que contrastaba con la luminosidad de su sonrisa. Además ella le traducía y le trascribía la historia como una novela. Le relata su niñez, le habla de la legendaria Tombuctú, de su viaje por ese Sahara que no era un desierto sino muchos desiertos. Y de su ciudad natal, Touba, en donde se había construido la mezquita más grande del continente, denominada la Meca de África, centro de devoción a la que acudían peregrinos de todo el mundo. También le contaba su odisea para ir a Túnez, sus intentos frustrados de pasar a Italia, o su paso desde Tánger a Cádiz a recolectar fruta.

    Y lo describía con tanto lujo de detalles que Nanak sentía su infancia en Senegal, vivía como propia su orfandad, y ante sus ojos desfilaban caravanas con dromedarios cargados de oro, marfil, piedras preciosas y esclavos surcando el desierto, y veía a esos míticos tuaregs, u hombres azules, asaltando o protegiendo las caravanas. Todo se mezclaba en su imaginación. Pero el encantamiento se desvaneció cuando llegó la hora de partir y Jadya estaba tan entusiasmada que no quería irse. Nanak, molesto, le hizo comprender que si quería quedarse allí tendría que conseguir un puesto en el mercado.

    Ella, dándose cuenta de su postura extrema, le explicó:

    —Perdona, mi amor, no quiero quedarme, pero Amadou ha despertado mi sueño de conocer esas comunidades musulmanas, ver cómo viven, cómo sienten, cómo piensan. Me encantaría conocer su tierra… Ver y sentir cómo el Islam fue arraigando… Es como si a través de sus relatos, el mapa de ese continente misterioso y enigmático se fuese desplegando ante mis ojos. Y él se ofreció a ser nuestro guía.

    —Pero ¿cómo va a ser nuestro guía en África si él está aquí?

    —Sí, pero Amadou dice que va a regresar a su país. Quiere quedarse a vivir en Senegal.

    —Amor —le dijo él con dulzura—, sé que todo eso te atrae, pero está nuestra familia ansiosa esperándonos para la boda. Todos quieren conocerte… todos quieren conocer a esa princesa persa que robó mi corazón y dio forma a mis sueños. A mi Sherazade que me ha hecho viajar en alfombras mágicas y vivir historias más maravillosas que las de las mil y una noches

    Jadya se disculpó. Nanak le prometió que él sería su guía y que le mostraría que también allí había mucho que aprender, y sobre todo descubrir.

    —Además —le dijo con ternura—, quiero aprender a ver a mi país a través de tus ojos enamorados… Y créeme, aunque es una cultura antigua, cuna de religiones, encrucijada de caminos, es tan desconocida e incomprendida como África y es similar de sorprendente y misteriosa… Yo mismo tengo mucho que aprender…

    Y como prueba de su amor le obsequió un collar de cuentas de jade y ámbar con sus nombres grabados en árabe y sanscrito y engarzada en oro.

    Jadya se lo colocó temblando de emoción, no sabía qué hacer ni qué decir. Abandonó sus sueños de África y soñó con esa legendaria India, la India de Aladino y Jazmín, ese subcontinente que hizo de su pueblo uno de los más grandes y ricos imperios del mundo. Tenía una gran deuda con ella…Y ahora el amor la unía con un vínculo indisoluble… Nanak, sintiendo su renuncia, para compensarla, le dijo:

    —Te prometo que haré que la India nunca se borre de tu corazón, que en tus sueños sigas viendo mi país y que nuestro amor y el de mi país se graben en tu alma. Y yo prometo amar a tu país y a tu pueblo como si fuesen el mío. Y un día junto iremos a África.

    Llegó el momento de partir y volaron a despedirse de Cristóbal.

    Cristóbal les recibió emocionado con la misma calidez y ternura de siempre. Salieron a dar un paseo. El viento travieso despeinaba sus cabellos grises y jugaba con la orla de la sotana. Se adentraron por un sendero rodeado de lirios blancos y de rosas encarnadas. Era un día radiante de primavera, uno de esos días en los que parece que la naturaleza se ha vestido de fiesta y ataviado con sus mejores galas, los pájaros rivalizaban con sus cantos, la alondra, la paloma, el ruiseñor, y los zorzales, todos parecían entretenidos en una elocuente conversación, o en un amoroso dialogo que se mezclaba con el constante fluir de las acequias, y el arrullo de las fuentes. Las flores, árboles y plantas exhalaban su más exquisita fragancia y a lo lejos se extendían grandes extensiones de viñedos. Iban los tres en animada conversación cuando de pronto Cristóbal se detiene y observando los sarmientos temblorosos exclama:

    —¡Miren como llora la Viña!

    Y al ver la expresión de sorpresa en el rostro de ellos, les aclaró que lo que se denomina "el lloro de la vid" es el momento de la primavera cuando la savia comienza a fluir nuevamente a través de los sarmientos secos tras el largo letargo otoñal, y brota por los cortes de la poda cómo lágrimas por una herida abierta. Vendría ser como un despertar, o como un paso de la muerte a la vida.

    Y suspirando añadió:

    —No sé si lloran de tristeza o de alegría… Pero estos viñedos que tanto amaba Ariel con su llanto me acompañan…

    Ellos quedaron extasiados y les parecía ver a Ariel jugando descalzo entre los viñedos

    —No sé lo que me pasa últimamente, pero todo parece hablarme de él. Todo me recuerda esa amistad tan maravillosa. Siento su presencia junto a mí como nunca… Dicen que se es viejo cuando los recuerdos pesan más que las esperanzas… Quizá sea simplemente eso, que me estoy volviendo viejo.

    —¡Usted no es viejo! La vejez llega cuando se pierden los sueños y las ilusiones. Decía un famoso pintor vuestro que cuando se es joven, se es joven para toda la vida. ¡Y usted siempre lo será para nosotros!

    Cristóbal se rió.

    —Soy joven de corazón y espíritu, es verdad…Y de sueños también, pero no de cuerpo… estoy mayor… ya me canso… los años parece que no, pero van llegando uno a uno y cada vez pesan más… —Y mirándolos con ternura añadió—: Pero vosotros sois la juventud en mis venas, lo que me mantiene y da energía, así como mi amor a Dios y mi inmensa fe.

    Sin embargo ellos le notaban un dejo de tristeza en su voz, algo nuevo y prácticamente desconocido, pero él les aseguró que no era tristeza sino simplemente cansancio.

    —Aunque, sí es verdad —les confesó—, que a veces no puedo evitar que la tristeza por estas guerras entre hermanos invada mi alma y ponga a prueba mi fe. Hasta nuestra madre tierra sufre por sus hijos, cansada de tanta violencia y dolor se sacude, se estremece, tiembla y llora en un intento vano de limpiar tanta sangre… ¿Serán los dolores de parto del Mesías?

    No pudieron evitar pensar en todos los cataclismos que les asolaban… hasta los ríos parecían querer salirse de sus cauces, y miraban el rio con temor y respeto. Haciendo un titánico esfuerzo para ahuyentar de sus mentes esos pensamientos negativos se internaron por montes repletos de hierbas aromáticas, limoneros, naranjos, sauces, y jacarandas. La dulce melodía arrancada por el viento en la enramada se fundía con sus voces. De pronto se oyen los insistentes tañidos de una campana. Cristóbal se detiene a escuchar, y con pesadumbre dice:

    —Alguien en el pueblo ha muerto. No sé, últimamente parece que no las oigo más que doblar por los muertos… —Y al acabar la frase, eleva sus ojos hacia cielo y, esbozando una sonrisa, les confesó:

    —A veces no puedo evitarlo, me pongo a imaginar lo que debe de ser ese encuentro con el Amado…

    Ellos también miraron hacia arriba pero no vieron más que una bandada de cuervos que con sus alas negras oscurecen el cielo, y oyeron sus desagradables graznidos que se mezclaban con el canto de los grillos en el atardecer, y el croar de las ranas en el estanque. Permanecieron en respetuoso silencio, rezando por el descanso de esa alma que iba a reunirse con su Creador.

    Cristóbal respiró hondo, como queriendo llenar sus pulmones de ese aire embriagador, y acomodando su sotana, dijo suspirando:

    —Espero que esta nueva primavera no termine siendo un largo invierno.

    Emprendieron el camino de regreso, él les siguió confiando sus preocupaciones, sus presentimientos, angustias y también sus proyectos e ilusiones, mientras el sol se iba desangrando lentamente en el horizonte.

    Se despidieron con un caluroso abrazo y prometieron mantenerse en contacto.

    LA UNION DIVINA

    La medida del amor es amar sin medida.

    San Agustín.

    Tras largas horas de vuelo que a ellos se les hicieron cortas, llegaron al destino. Hacía un calor tan viscoso que se pegaba la ropa al cuerpo. En el aeropuerto estaban dos de sus hermanos esperándoles, y los ojos de Nanak al verlos y pisar su tierra eran dos luceros que brillaban de felicidad.

    En la ruta, los baches, las carreteras serpenteantes, el bullicio y los olores envuelven a Jadya como en una nebulosa y le producen un efecto narcótico. Nanak, al contrario, parecía haber despertado de un sueño, reía, cantaba, señalaba todo como un niño entusiasmado. Las ventanillas del coche se habían transformado en la pantalla de una película que le trasportaba a su infancia.

    Cuando al fin llegaron, corrieron todos a recibirles. Era como si hubiesen llegado los Reyes Magos con maletas repletas de regalos y un enjambre de niños esperando ansiosos. Lógicamente no había para todos, tendrían que haber traído un mago que pudiese convertir esa maleta en una chistera. Pero a los pequeños no les importaba, lo compartían y disfrutaban entre todos y estaban agradecidos igual. Nada ni nadie podían quitarles la ilusión ni la magia. Todos estaban ansiosos de conocer a esa princesa sacada de cuentos de hadas, de la que tanto les había hablado Nanak. La tocaban con sus manitas como para cerciorarse de que era un ser real de carne y hueso.

    Les dieron el tradicional Chai o té de bienvenida, con especias y hierbas aromáticas. Y comenzaron a desfilar una innumerable serie de platos que dejan asombrada a Jadya. Pensó que la habían visto cara de hambre. Es verdad que Nanak le había explicado que su pueblo siempre festeja todo comiendo, pero jamás se hubiese imaginado tanta diversidad y abundancia.

    —Tenemos fama de comilones —le dice riendo—. Y también de buenos gourmets. Nuestra comida dicen que es una de las más sanas y sabrosas de toda la India. Pero no nos gusta imponer nuestro gusto así que dejamos que cada comensal se sirva a su antojo, por eso ves tantos platos diferentes. Tenemos que agasajar cualquier invitado como si fuese el mismo Dios en persona que nos viniese a visitar. —Y sonriéndole con amor le dijo—: Y con más razón si el huésped, en nuestra casa, es nada menos que mi preciosa princesa persa.

    Al igual que en el desierto de Arabia, las saludables ensaladas y el yogur refrescaban del asfixiante calor, y aliviaban el ardor de los sabores picantes al que no estaba acostumbrado a ello. Jadya se sorprendió por la inmensa variedad de legumbres, parecía que Dios se había prodigado o no había querido elegir, de modo que había toda clase inimaginable aderezadas con esas aromáticas especias que habían encendido la imaginación y la codicia de todo el mundo. Y desfilaban por la generosa mesa platos compuestos de soja verde, arroz, lentejas amarillas o negras, e infinidad de garbanzos. Y sus paladares y olfatos descubrían el comino, la cúrcuma, el jengibre, el coriandro, el cilantro, el azafrán, el ají o la mostaza negra, que convertían a cada plato en algo único y diferente. O se deleitaban con deliciosas mezclas de condimentos como el cardamomo, azafrán, canela, clavo, anís, o la refrescante mezcla de cilantro, laurel y hojas de menta. Todo está acompañado de arroces y del típico pan o de la tortilla india. Los curris estaban cocinados con aceite de mostaza o de coco. Su plato favorito fue uno de lentejas amarillas, con pasta de tomate, cebolla, aceite y páprika. Nanak, orgulloso, señalando el basmati, que significa reina de las fragancia, le dijo, este arroz lo traemos de las colinas que bordean el Himalaya, para mi tiene un sabor especial que me recuerda a Cachemira, la región más bella del planeta, la corona de la creación y allí tengo que llevar a la reina de mi corazón. Jadya, al oír ese nombre mágico, paladeó el arroz viendo el precioso lago delineado de verdes y azuladas montañas, coronadas de eternas cumbres nevadas.

    Los postres eran de una dulzura embriagadora. Dominaba el cardamomo, la canela, la nuez moscada, el azafrán y la esencia de pétalos de rosa.

    También la bebida era de gran variedad, había yogur con zumos de fruta y agua, leche de coco, limonada fría o jengibre.

    Jadya quedó sorprendida al comprobar que eran vegetarianos como ella, en ningún plato había nada de carne.

    —Nosotros celebramos la generosidad de la naturaleza con platos de verduras, legumbres, frutas o lácteos —le explicaron.

    Nanak le aclaró:

    —Nuestro Gurú nos dijo: No hay nada impuro en la comida o bebida: todo sustento es regalo de Dios. Pero aunque no nos obligan a ser vegetarianos, nosotros lo somos para reverenciar la vida, por salud y también por respeto a las creencias de nuestros hermanos hindúes que tienen a la vaca como sagrada. En nuestros templos solo se sirven comidas vegetarianas. Tampoco nos prohíben el alcohol, y sin embargo no bebemos.

    Después del desfile de postres siguió el té. Pero lo más sorprendente para Jadya fue ver cómo después de la comida cada comensal se levantaba, iba a la cocina y lavaban sus platos sin distinción alguna.

    Se retiraron a descansar del agotador viaje, al día siguiente comenzaría la boda.

    La madre de Nanak le obsequia un vestido rojo bordado amorosamente durante largos meses con sus propias manos, con delicadas hebras de oro y plata. Las hermanas trenzan y adornan sus cabellos y le dibujan por el rostro y todo el cuerpo artísticos tatuajes con henna, también maquillan sus ojos, ponen una diadema sobre su cabeza y una preciosa lágrima de almizcle en su frente. ¡Ahora sí que parecía una verdadera princesa oriental!

    Fueron llegando los invitados, no eran solo familiares y amigos de Nanak sino que parecía que ahí estaba el pueblo entero, no cabía un alma en esa casa espaciosa y acogedora que más que casa era un gran corazón abierto. Los jardines y hasta los tejados estaban abarrotados de gente. Todos acudían curiosos, y nadie se quería perder la tan anunciada y esperada boda. Algunos habían venido de sitios lejanos exclusivamente para asistir a este gran acontecimiento. Una banda de música amenizaba y a la vez aturdía.

    Después de la comida y el postre se entregaron los presentes. Eran tantos que la madre de Nanak no daba abasto. Casi todo era en metálico, y ella lo iba guardando cuidadosamente en un cofre de marfil incrustado en nácar y forrado de terciopelo. Pero pronto quedó pequeño, tan grande era la generosidad de esta gente que parecía que disfrutaba más

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