Descubre millones de libros electrónicos, audiolibros y mucho más con una prueba gratuita

Solo $11.99/mes después de la prueba. Puedes cancelar en cualquier momento.

Jesús: Libertad y servicio
Jesús: Libertad y servicio
Jesús: Libertad y servicio
Libro electrónico286 páginas4 horas

Jesús: Libertad y servicio

Calificación: 0 de 5 estrellas

()

Leer la vista previa

Información de este libro electrónico

Esta obra es una sencilla aproximación a Jesús, su vida y su doctrina, escrita con una narración asequible a cualquier persona. Después de situar a Jesús en el contexto social, geográfico, político e histórico en el que nació, la obra relata su vida, desde su nacimiento hasta su pasión, muerte y resurrección, estudiando también su actividad –palabras, enseñanzas, acciones y estilo de vida–, centrada siempre en el anuncio del reino de Dios. A lo largo del texto, el autor hace hincapié en dos valores de Jesús –la libertad y el servicio– que se estiman mucho en la actualidad y que pueden ayudar a los hombres y a las mujeres de hoy día a buscar la felicidad, como está inscrita en el corazón y en la mente de Dios, y a tomar conciencia de las exigencias fundamentales de los olvidados y marginados de la historia.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento12 abr 2024
ISBN9788428571166
Jesús: Libertad y servicio
Autor

Francisco Martínez Fresneda

Francisco Martínez Fresneda (Murcia 1946) es profesor ordinario emérito de Cristología Sistemática en la Facultad de Teología de la Universidad Pontificia Antonianum de Roma y en el Instituto Teológico de Murcia OFM. Ha escrito numerosos libros de Teología y Cristología. En San Pablo ha publicado «El Credo apostólico» (2011) y «La Palabra domingo a domingo. Años A, B y C» (2023).

Lee más de Francisco Martínez Fresneda

Relacionado con Jesús

Títulos en esta serie (6)

Ver más

Libros electrónicos relacionados

Cristianismo para usted

Ver más

Artículos relacionados

Comentarios para Jesús

Calificación: 0 de 5 estrellas
0 calificaciones

0 clasificaciones0 comentarios

¿Qué te pareció?

Toca para calificar

Los comentarios deben tener al menos 10 palabras

    Vista previa del libro

    Jesús - Francisco Martínez Fresneda

    Introducción

    Todos los años se editan biografías de Jesús en diversos recursos literarios y con perspectivas muy diferentes. Sin embargo, las que llegan al gran público son las biografías noveladas en las que se resaltan aspectos de la vida de Jesús que silencian las fuentes críticas y, por lo general, contradicen la imagen que nace de estas fuentes.

    Esta y otras razones de más calado me han llevado a relatar lo que puede saberse de la vida y doctrina de Jesús, habida cuenta de las investigaciones de la exégesis bíblica y la historiografía actual. El libro hace hincapié en los dichos y hechos de Jesús; con ellos podemos dibujar una silueta de su persona, de su vida, resaltando sus valores de la libertad y del servicio provenientes de su cultura judía y su novedosa experiencia divina.

    Los pensadores cristianos han buscado con ahínco a lo largo de los siglos hacer comprensible el mensaje de Jesús. En la actualidad, con la aplicación progresiva de los métodos histórico-críticos, la arqueología, la sociología, la historia de las religiones, etc., se descubren momentos y espacios esenciales de Jesús, no bien iluminados con anterioridad, y se incide con tenacidad en el punto de donde parte la fe cristiana: la historia de una vida concreta y la interpretación y adaptación a su contexto vital que realizan las primeras comunidades cristianas. Sabemos que la proclamación del reinado de Dios constituye para Jesús el núcleo fundamental de los evangelios; en ellos se recoge su misión en Palestina, que transmite a sus primeros seguidores y, a la vez, se profundiza en el significado que tiene su vida para la salvación de todos los hombres y para fundamentar el cristianismo.

    Seguimos las investigaciones de la exégesis actual en la medida de lo posible. Observamos que no es tan fácil dividir las fases de las tradiciones sobre las que se fundan las redacciones evangélicas, porque la historia de Jesús ha ido pareja a la interpretación y a la creencia. Pero también es cierto que se ha logrado descubrir una serie de expresiones y hechos de Jesús que relatan las fuentes y que nos dan una imagen aproximada sobre el Jesús que vivió en Galilea en tiempos de los emperadores romanos Augusto y Tiberio.

    Las palabras y los acontecimientos de Jesús se orientan y afectan a su existencia humana contemplada en su individualidad, en su constitución fraterna, en su relación con Dios Creador y Providente. Y aquí es donde estas páginas, escritas con la mejor voluntad, tropiezan con su mayor dificultad. La vida y el mensaje de Jesús se envuelven en una atmósfera que respira a Dios por doquier. Él es la referencia absoluta, no solo de su vida personal, sino también del marco donde se desarrolla y desenvuelve. Jesús vive, por consiguiente, en una sociedad profundamente teocrática, y pertenece a un pueblo que es propiedad de Dios, que está en todas partes y lo decide todo. Si ojeamos los intereses de nuestra sociedad occidental, comprobamos que se pueden establecer muy pocos puntos de contacto entre ambas culturas. De marginar a Dios para situar al hombre en el centro de la realidad, que defendía la Modernidad, se ha pasado a la «inteligencia artificial» actual, que coloca a la persona muy lejos de sus raíces antropológicas y teológicas.

    Sin embargo, no es nuevo este fenómeno. Con anterioridad, los movimientos gnósticos arrancan a Jesús de sus cimientos históricos y humanos, lo reducen a la interioridad y a la alegoría, y puentean la radicalidad de sus exigencias, como se manifiesta en la literalidad de los escritos evangélicos. Por consiguiente, estas páginas que hablan de Jesús, de sus proyectos y esperanzas, invitan de nuevo a que busquemos la felicidad como está inscrita en el corazón y en la mente de Dios, a que cotejemos nuestros proyectos con los suyos y a que evitemos, en todo caso, seguir huyendo hacia el vacío y ocupando la existencia con lo efímero.

    Por eso, a lo largo del texto, hacemos hincapié en dos valores de Jesús que se estiman mucho en la actualidad: la libertad y el servicio; ambos valores se dan en toda clase de culturas, sobre todo, en la Occidental, muy relacionada, por otra parte, con el judeocristianismo. Para Jesús, la libertad se respira desde su mismo nacimiento como el valor máximo de su pueblo (cf Dt 5,6; 25,5-8), entendida como la libertad de decidir entre el bien y el mal: «Mira: hoy pongo delante de ti la vida y el bien, la muerte y el mal» (Dt 30,15). Jesús mantiene la defensa de la libertad ante las leyes religiosas, políticas y económicas opresoras, ofreciendo su vida como servicio a los marginados de todo tipo para darles o devolverles su dignidad humana: «Jesús dijo a sus discípulos: Sabéis que los que son reconocidos como jefes de los pueblos los tiranizan, y que los grandes los oprimen. No será así entre vosotros: el que quiera ser grande entre vosotros, que sea vuestro servidor; y el que quiera ser primero, sea esclavo de todos. Porque el Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y dar su vida en rescate por muchos» (Mc 10,42-45; Jn 13,1-15). Con todo, la lenta y progresiva experiencia de fe y reflexión del cristianismo concreta que Dios es amor (cf 1Jn 4,8.16); que dicho amor es el que le lleva a enviar a su Hijo al mundo para salvarlo (cf Jn 3,16) y que el amor de Jesús a todos le ha conducido a entregar su vida (cf Jn 15,13-17). Esta relación de amor se funda en la libertad, que no en la necesidad; de ahí su gratuidad, y el servicio como su verdadero sacramento. Al final, serán intercambiables las tres experiencias: amor, libertad y servicio: «Ama y haz lo que quieras», dirá san Agustín[1].

    La obra comienza con el anuncio, nacimiento y acontecimientos de la infancia de Jesús que relatan los dos primeros capítulos de los evangelios de Mateo y Lucas. A continuación, se exponen los inicios del ministerio con el preámbulo de Juan Bautista como elemento esencial para el anuncio del reino de Dios. Este es el centro de su actividad, la obsesión de su vida, el eje de sus palabras, dichos y parábolas, y de sus hechos más significativos, como son los milagros. Tratar qué dice de Dios y cómo lo experimenta es una tarea poco menos que imposible. Sin embargo, hay indicios en su mensaje que traslucen una experiencia única, experiencia de la que hace partícipe a los discípulos que elige o le siguen con unas exigencias nada fáciles de cumplir, porque provocan una ruptura con la familia, la religión y la sociedad. Pero las enseñanzas que se derivan de la proclamación del Reino se muestran en un estilo de vida que Jesús quiere compartir desde el principio de su ministerio y, a la postre, dicho estilo de vida simboliza los principios de la presencia del Reino en la historia. Por último, exponemos la Pasión, muerte y Resurrección. Es un bloque muy difícil de deslindar, porque la narración de los discípulos de la vida Jesús después de haberlo experimentado resucitado es la razón última de que se continúe pensando en él y su vida componga el mejor aval de la esperanza de las mujeres y hombres de la cultura occidental, y la vía de acceso a Dios. Porque Jesús ha servido y sirve en la historia de los pueblos como un factor de integración social, de potenciación de la existencia y de una existencia racional, de valoración de las relaciones personales e interhumanas con evidentes formas religiosas, de dador de sentidos de vida y creación de estructuras sociales capaces de integrar a las personas y orientarlas en la historia individual y colectiva.

    El libro está escrito en forma de relato para que cualquiera pueda entenderlo, evitando los tecnicismos propios de la ciencia exegética y teológica y los juicios provenientes de las creencias cristianas. El texto expone los valores que fundamentan la felicidad humana, en cierta medida patrimonio de la cultura occidental, de clara influencia griega y judeocristiana. En fin, estas páginas procuran traer, a la conciencia de todos, las exigencias fundamentales de los olvidados y marginados de la historia.

    Doy las gracias a los profesores Dña. Caridad Hernández Martínez y D. Juan Diego Ortín García por la lectura, revisión y corrección del manuscrito.

    [1] Agustín de Hipona, Epístola de san Juan a los partos, VII, 8.

    1

    Los orígenes de Jesús

    Palestina

    Palestina linda al norte con el Líbano, al este con el desierto de Siria, al oeste con el mar Mediterráneo y al sur con la península del Sinaí. En línea recta de norte a sur tiene unos 240 km y una anchura media de 65 km. La superficie total suma 15.640 km2 –como la provincia de Toledo–. Palestina se compone de cinco regiones: Judea, Samaria, Galilea, Perea e Idumea. En el ámbito geomorfológico son tres: la llanura del litoral mediterráneo, la cordillera central y el valle del Jordán. Este lo recorre el río Jordán, que significa «el que desciende». Nace de Huleh el «pequeño» Jordán, se alimenta de los manantiales que provienen del monte Hermón, con 2814 m de altitud, y discurre 20 km hasta llegar al lago de Genesaret, que mide 21 km de norte a sur; su anchura es de 12 km y su superficie de 144 km2; 210 m bajo el nivel del mar Mediterráneo. El río Jordán continúa después 120 km en línea recta hasta su desembocadura en el mar Muerto, con una superficie de 940 km2, 80 km de norte a sur y una anchura de 17,7 km; está a 392 m bajo el nivel del mar y su profundidad mayor es de 390 metros.

    Al este del Jordán se sitúa la Transjordania; la conforman: al norte Basán, en el centro Amón y en el sur la meseta de Moab. Tiene cuatro ríos: Yarmuc, Yaboc, Zareky y Arnón, que desembocan en el río Jordán y el mar Muerto. Al sur del mar Muerto está el desierto de la península del Sinaí, que separa Palestina de Egipto. Es el desierto del Négueb según el Antiguo Testamento. Jesús vive en Galilea y su actuación gira alrededor de Cafarnaún; cuando visita Judea la actividad se centra en Jerusalén.

    El clima de Palestina ha sufrido pocos cambios a lo largo de los siglos. Es un clima subtropical, con verano e invierno, que se diferencian por la frecuencia de las lluvias. En Galilea varía el tiempo de las dos estaciones entre 15 y 30 grados aproximadamente. La costa es más estable, gira alrededor de 25 grados. El valle del Jordán, con clima tropical, está entre 30 y 35 grados, y 25 en el macizo central. En Judea, con un clima más continental y desértico, hay una variabilidad de 0 a 45 grados entre el verano e invierno. La lluvia viene del oeste, y riega toda la costa mediterránea y la parte occidental del macizo central. El valle del Jordán y Judea quedan aislados de esta bendición celeste. Con las precipitaciones y el suelo calcáreo, se originan gran cantidad de fuentes y pozos que, en Judea, sobre todo, dan lugar a fértiles oasis.

    En esta tierra se ha fraguado gran parte de la historia de la salvación de las tres religiones monoteístas, en especial la judía y la cristiana. Por eso se llama Tierra «Santa» (Zac 2,16), o «santuario», porque es la tierra de «Dios» y la «heredad de Yavé» (Is 14,2). Los israelitas, por consiguiente, se sienten huéspedes al ser una propiedad de Dios, que pone al servicio del hombre, sin explotarla. Por esto, la tierra también descansa, se redistribuye en el año del jubileo y ofrece sus primicias a su Dueño y a sus seres más indefensos, como las viudas, los huérfanos o los extranjeros: «Cuando seguéis la mies de vuestras tierras, no desorillarás el campo, ni espigarás los restos de tu mies. Tampoco harás rebusco de tu viña ni recogerás las uvas caídas. Se lo dejarás al pobre y al emigrante. Yo soy el Señor vuestro Dios» (Lev 19,9-10).

    Con esta lectura teológica de la tierra, el creyente judío encuentra en todos sus elementos continuos símbolos que remiten al Dios de la vida y la libertad. El Señor vive en el cielo, donde tiene su trono, y se le da culto. El sol es símbolo de Dios que ilumina la ciudad, o las estrellas, símbolos de lo inconmensurable, o de las tribus israelitas, siendo la luna y el sol los padres. Además, la luna tiene relación con la fecundidad, usada como adorno o colgada en el cuello de los animales. El Señor aparece en la nube, que indica el camino a los israelitas y los acompaña por el desierto para alcanzar la libertad en Palestina. El rayo es el fuego de Dios que purifica. En la tierra, la montaña es donde se revela Dios y se le da culto. La peña, la roca o la piedra muestran la seguridad del que confía en Dios. En la caverna se resguarda el hombre de la majestad de Dios y el desierto es el lugar donde salen Dios y el diablo al encuentro del hombre para apropiárselo. El agua de los ríos y de las fuentes es signo de vida y bendición divinas, del mismo Dios. Y el vino simboliza la prosperidad, el gozo y la salvación. La leche y la miel resumen la bondad de la tierra y la sabiduría. El olivo es imagen del justo y el aceite un don de Dios con el que se unge al rey y al sacerdote. La sal es la inmutabilidad de la alianza. El pan, el maná del desierto, es símbolo de la palabra de Dios, es el «trigo de los cielos», el «pan de los fuertes» (Sal 78,24-25) y «comida de los ángeles» (Sab 16,20), incluso la misma sabiduría (cf Si 15,3). Todo, por consiguiente, hace referencia a Dios, o también al mal, cuando aparta al hombre de Dios o hiere la existencia en la creación.

    La vida social

    Palestina, como las poblaciones del Imperio, entraña diversas clases sociales delimitadas por el rango, el honor y la riqueza. Estas categorías agrupan a la población, sobre todo en una sociedad agraria, en ricos, que son los propietarios de extensos territorios; en campesinos y artesanos y en marginados que viven a expensas de los anteriores. A la clase alta o aristocrática pertenecen los gobernantes, cuyas familias ocupan los puestos más relevantes en el ámbito político y militar. Constituyen una parte mínima de la población, como las sagas de los sumos sacerdotes y los grandes mercaderes en Judea y los terratenientes en Galilea. Ellos dan lugar a un subgrupo de gente que ejerce las funciones de jueces, mandos militares, recaudadores, mercaderes, administradores de fincas, propietarios de granjas, etc.

    La mayoría de la población la forman los campesinos y artesanos, a los que se unen los soldados, los sacerdotes que sirven al Templo, los funcionarios y recaudadores pertenecientes a los niveles más bajos, etc. Los trabajadores del campo lo hacen en tierras propias o arrendadas o como jornaleros en las grandes fincas. Por lo general, ganan para comer o perciben salarios de subsistencia. Por último, los marginados son los enfermos o impedidos para trabajar por cualquier causa física y psíquica, como los endemoniados, y los temporeros que dependen para todo de los que disponen de los bienes tanto familiares como sociales. El equilibrio social en el ámbito económico es tan inestable que, por ejemplo, una sequía prolongada o una guerra generalizada integra en este grupo a buena parte del conjunto de la sociedad.

    La economía se basa, fundamentalmente, en la agricultura, la ganadería, la pesca y el comercio. El trabajo en la agricultura abarca todo el año. Se comienza con la labranza y siembra de los cereales en otoño. Si no llueve, se siembra a final del invierno. Se labra con bueyes o asnos. Las recolecciones se inician con la del lino y le siguen las de la cebada, el trigo y la espelta. Para finales de la primavera y comienzos del verano se recogen los frutos, como los higos, y se vendimia, y en otoño se hace la recogida de la oliva. La tierra se usa de forma diversa. Hay pequeñas parcelas, donde se cultivan verduras y cereales, y grandes extensiones, que se parcelan y arriendan a granjeros con un contrato de arrendamiento, bien sobre la producción de la cosecha, bien por la cantidad de terreno. Otras grandes extensiones de terreno las mantienen obreros contratados y dirigidos por un administrador.

    La ganadería comprende el ganado mayor, como el buey, el asno y, en menor grado, el bisonte y el cebú, y también se crían el caballo y el camello. Todos ellos son animales que se emplean para el trabajo, la carga y la carne. Más importante es el ganado menor, o los rebaños de ovejas y de cabras, que dan leche, lana y carne, además de la piel, que se emplea para cobertores, tiendas y odres. La figura del pastor aparece bastante en los evangelios. El cerdo, como animal impuro, se cría en territorio no judío. En la avicultura prevalece la paloma, que se utiliza, además, como ave que sirve para dar culto a Dios. Las gallinas y toda clase de aves y pájaros se usan para la alimentación.

    La pesca es importante en Israel. El pescado y el pan son un alimento cotidiano para los pueblos costeros del Mediterráneo y del lago de Genesaret. Se pesca normalmente con una red de arrastre de 150 a 250 m de larga y 5 m de ancha, que llevan entre varios barcos. Después, el pescado se pone en salazón, se vende o come, y se limpian o remiendan las redes. La bilis, el corazón y el hígado de los peces se usan como medicación, y muchas veces se le añade miel al pescado. Los ciento cincuenta y tres peces que pescan los discípulos a la señal de Jesús, una vez que ha resucitado, pueden significar las clases de peces conocidas en este tiempo (cf Jn 21,11).

    En lo comercial, Israel exporta trigo, aceite y vino, y también cera, miel y bálsamo. Importa piedras preciosas, madera, hierro, etc. El comercio local es el más corriente. La fabricación, distribución y servicio se hace a pequeña escala para satisfacer las necesidades de la gente sencilla. Este comercio se realiza en la puerta de cada ciudad o pueblo, donde se intercambian toda clase de productos, además de existir profesionales de ciertos artículos artesanales trabajados con piel, hierro, madera, lana, etc. Hay alfareros, bataneros, tejedores, curtidores de piel, herreros, etc. Todas estas actividades provenientes de la agricultura, ganadería, pesca y artesanía exigen una formación específica, que se transmite de padres a hijos. Jesús es un especialista de la madera, de la piedra y del hierro: «carpintero» o «artesano» e «hijo del carpintero [o del artesano]» (Mc 6,3; Mt 13,55).

    Para el comercio se utiliza la moneda romana. Se cita en los evangelios la dracma (cf Lc 15,8-10), moneda griega que equivale a tres cuartas partes de un denario, que es de plata y la moneda más corriente del Imperio. Existen otras monedas inferiores de cobre, sobre todo el as, con las que se hacen las transacciones comerciales ordinarias. Un denario vale de 16 a 24 ases, según sean los honorarios de los cambistas. Los evangelios refieren el talento y la mina (cf Lc 19,11-27), que no son nombres de una moneda, sino valores globales económicos, que descansan en monedas corrientes, como en este caso se apoyan sobre la dracma, generalmente de plata (6000 dracmas para el talento y 100 dracmas para la mina). Para hacernos idea del coste de la vida, habida cuenta de sus fluctuaciones, con dos ases se pueden comprar cinco pajarillos (cf Lc 12,6), o con un as dos pajarillos (cf Mt 10,29). Para comer cinco mil hombres, según el relato de la multiplicación de los panes, el coste es de 200 denarios, lo que da a entender que una porción de comida cuesta menos de un as. Dos denarios bastan para el alojamiento y el sustento de varios días en una posada de campo, como sucede con la ayuda que da el buen samaritano al hombre apaleado en el camino (cf Lc 10,35). En la parábola de los obreros, estos son contratados por un denario al día (cf Mt 20,1-15).

    Palestina debe pagar los impuestos a los romanos. Estos son de dos clases. El impuesto que recae sobre la propiedad (tierras, casas, barcos, etc.) que es, más o menos, el 10% de la producción. Los impuestos directos los recauda un procurador de finanzas a las órdenes del gobernador. También existen los impuestos indirectos, como los de las aduanas por pasar las mercancías por el país o por venderlas en sus mercados y tiendas; de manumisión de esclavos, etc. El impuesto del Templo era de dos dracmas. Sobre este impuesto no hay problema para que la gente lo pague, incluso cobrarlo es fácil. Sin embargo, los impuestos directos o indirectos que recaban las instituciones políticas, especialmente las romanas, son muy impopulares. Estos últimos los recaudan los llamados «publicanos», personas dedicadas a los negocios públicos. Ellos pagan a las autoridades, y después son libres de cobrar lo que estimen necesario para resarcirse. En este sentido, hay subcontratas para la recaudación de impuestos dadas a personas de baja condición social para las pequeñas ciudades, pueblos o aldeas. Ellos son los que aparecen en los evangelios como gente despreciada por el pueblo, y se les une a los pecadores, como ladrones que son (cf Lc 19,1-10).

    Los impuestos, por lo general, se pagan a través de tasas fijas, lo que favorece a los que poseen mucho. Tal hecho abre más el foso en la población entre los ricos y los pobres. La riqueza se basa en la posesión de tierras heredadas, o adquiridas por insolvencia de los dueños, o compradas por comerciantes venidos a más, o tomadas como botín de guerra, o por el cambio que se hizo en tiempos de Herodes Antipas con el paso de una economía basada en el intercambio de bienes a otra economía fundada en la redistribución, en la que el intermediario adquiere una función importante, ya que fijaba los precios de los productos en razón de la producción y la demanda. En menor escala aparecen en los evangelios ricos de otra clase, como el mercader que encuentra una perla preciosa (cf Mt 13,45-46), Zaqueo (cf Lc 19,1-10) o los propietarios de las ganaderías, sobre todo las que abastecen a los mercados y los sacrificios del Templo. En cualquier caso, es difícil que la riqueza pase a manos nuevas. En la otra orilla de la vida, están los obreros eventuales, que trabajan en el campo, o en la pesca. Más desahogados viven los comerciantes y artesanos, como los propietarios de pequeñas parcelas de terreno, o granjas, etc., aunque condicionados por los imponderables de entonces, como las guerras, los saqueos, la irregularidad del tiempo, las enfermedades, etc. Casi sin estatuto de existencia están los esclavos, bien judíos, bien paganos, llamados siervos muchas veces, que son propiedad de otra persona, como los animales. Esta condición ínfima de la existencia es la que inspirará más tarde a la teología del Nuevo Testamento para comprender la Encarnación. Jesús asumió la forma de esclavo para liberar al mundo de las ataduras del pecado y dar a todos los humanos la dignidad de hijos de Dios (cf Flp 2,7).

    La casa suele ser de una habitación, que forma un rectángulo de 6 x 4 m. Cuando son muchos de familia se construye con un perímetro más grande. Casi todas tienen un patio común en el que se participa de la educación religiosa y social de los hijos, y se comparten bienes de todo tipo. La edificación tiene dos espacios, en uno de los lados o al fondo. El superior se utiliza para dormir. El inferior es donde se guardan los utensilios de trabajo y la comida, con tinajas para el aceite, el agua, etc. En un ángulo se tiene el horno, porque la mayoría de las veces, en el campo, se cuece el pan fuera de la vivienda. También en la parte baja de la casa es donde pernoctan los animales, sobre todo en caso de lluvia. El muro que la rodea se alza sobre piedra de mampostería y está hecho con adobes o ladrillos. Cuando hay ventanas, estas son pequeñas, de unos 50 x 50 cm; de lo contrario, la puerta es la que ilumina la casa. La mujer que pierde la dracma debe recurrir a encender una luz por la poca visibilidad (cf Lc 15,8). La casa se utiliza casi solo para dormir. La vida se hace en el atrio de la vivienda, en el patio común. También hay casas con dos o tres habitaciones y un patio interior, al que se entra directamente desde fuera. La casa noble tiene varias habitaciones, alrededor de un patio con un aljibe

    ¿Disfrutas la vista previa?
    Página 1 de 1