Juan el Bautista es el primer personaje que aparece en el más antiguo de los evangelios que integran el Nuevo Testamento. Es en el texto de Marcos (escrito hacia el año 70) donde comienza describiéndosele como alguien ataviado con pieles de camello y cinturón de cuero, que se alimenta de langostas y miel silvestre y que se dedica a predicar en el desierto, convirtiendo a quienes se acercan a él, bautizándolos en la cuenca oriental del río Jordán. “Detrás de mí –anuncia– viene otro mucho más grande que yo y me sentiría muy honrado si me permitiera arrodillarme para desatar la correa de su calzado. Pues yo no hago más que bautizaros con agua, pero él os bautizará con el Espíritu Santo”. Seguidamente aparece Jesús de Na zaret, quien se deja bautizar por Juan.
EL ENIGMA DEL BAUTISMO DE JESÚS
El evangelio de Mateo (años 80), enriquece esta escena incorporando nuevos diálogos: Juan recrimina la actitud hipócrita de fariseos y saduceos que acuden a bautizarse, advirtiéndoles de que “todo árbol que no dé buen fruto, será cortado y arrojado al fuego”. Al mismo tiempo, cuando se le presenta Jesús, Juan titubea: no se considera digno para bautizarle, respondiéndole que debe ser él quien le bautice. Sin embargo, Jesús le conmina para que se cumpla “lo ordenado por Dios”.
El evangelio de Lucas (que se escribe hacia los años 90, inspirándose en los textos de Marcos y Mateo, así como el desaparecido evangelio Q) es –un sacerdote del Templo de Jerusalén–, e , que es presentada como pariente (prima) de la . Ambos tienen ya avanzada edad y no han tenido hijos, por lo que nada hacía presagiar que fueran a ser padres, salvo la aparición del ángel Gabriel que así lo anuncia.