Les dirás esta Palabra: Jeremías 14,17
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Orlando Fernández Guerra
Orlando Fernández Guerra (La Habana, 1963), diácono permanente de la archidiócesis de La Habana, es diplomado en Teología y Liturgia. Ha trabajado como profesor de Filosofía y de Ética cristiana en centros de la Iglesia cubana, tarea que ha compaginado con la colaboración en revistas católicas. Es coordinador del departamento de Misión y animación bíblico-pastoral de su diócesis y miembro de la Comisión bíblica del Consejo de Iglesias de Cuba.
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Les dirás esta Palabra - Orlando Fernández Guerra
Introducción
La lectura asidua de la Sagrada Escritura deja en la vida de cualquier cristiano una gran impronta. Ella se convierte en el principio animador de toda su existencia. Todo lo que hace, lo que espera, lo que ama, lo que vive y lo que celebra pasa por las palabras que allí escucha, medita y ora. Este libro es –¡o debiera ser!–, el gran amor de su vida. Al menos, esa es mi percepción personal. Como lector imparcial, no he encontrado otro libro que me plazca más revisar, una y otra vez, que la Biblia. Como cristiano, vivo persuadido de que Dios me habla desde allí de una manera muy especial; y esta convicción ejerce sobre mí una fascinación increíble, hasta el punto que las historias que ella cuenta las percibo como parte de mi propia historia personal.
Cuando pienso en Abrahán, Moisés, David, Salomón, Jeremías, Pedro, Pablo o Santiago, y cuanto cristiano que me ha precedido hasta hoy, no solo creo que son mis antepasados en la fe, como suele decirse simbólicamente, sino realmente mi familia. Israel es mi patria. Jerusalén, la ciudad de mis sueños. Allí tiene su origen la fe que amo profundamente. Ese es uno de los misterios que no se pueden comprar, medir, contar o pesar, porque la fe es un encuentro personal con el sobrenatural. Por eso, estoy tan agradecido al Dios que me llamó a su Iglesia, cuando perdido buscaba otros caminos. Al que creyó en mí para el ministerio ordenado, a pesar de mi indignidad. Sentirse acompañado, inspirado, amado y perdonado día a día es un don que no hay como pagar. En fin, no encuentro palabras para expresar mi gratitud.
Los capítulos que forman esta breve obra tocan parte del amplio abanico temático de una introducción a la lectura de la Biblia. En sentido general, las «introducciones» tienen como propósito prepararnos para lecturas fluidas e inteligentes de una materia. Para leer –y vivir– la palabra de Dios con provecho espiritual, también es menester haber leído una introducción a la Biblia, aunque esta sea breve.
Resulta un tanto difícil sumergirse en las profundidades de la palabra de Dios sin conocer algunos buenos criterios de interpretación, porque correríamos el riesgo de caer en excesos o defectos de lectura. La Biblia no es un libro fácil, pero tampoco imposible. Todo depende de que no tomemos el todo por la parte, ni viceversa. La cuestión de cómo interpretar correctamente un texto es vieja, arranca de la misma Biblia (cf He 8,34). Así que desde siempre fue necesario contar con la sabiduría de muchos creyentes para resolver algunas incógnitas. Israel tuvo en los rabinos, los escribas y otros maestros espirituales a esos creyentes que producían comentarios y paráfrasis de los textos sagrados para la instrucción religiosa del pueblo.
Los cristianos hemos adquirido en los Padres de la Iglesia, los concilios ecuménicos y el Magisterio eclesiástico los criterios para situarnos correctamente ante el significado –¡o los significados!–, de un texto concreto. A esta primera, e importante, instancia interpretativa la llamamos la Tradición. Con el correr de los siglos la teología se convirtió en ciencia, con sus propios presupuestos, tareas y métodos de trabajo. Con el auxilio de otras disciplinas: la filosofía, la historia, la filología, la arqueología, la sociología, etc., consiguió su especialización, y con ello un lugar importante como expresión del pensamiento cristiano.
Así, Tradición y teología aportan hoy los criterios para la correcta interpretación de la revelación en el interior de la comunidad cristiana. Obviar estas dos instancias sobre las que pivota el texto sagrado, en favor de una interpretación unipersonal, significaría falsear la buena noticia que Dios nos ha dado en Cristo y manipular la fe de los creyentes.
Esta es la razón por la que, antes de entrar en el estudio de la Sagrada Escritura, aquellos que van a dedicarse al ministerio de la predicación: obispos, sacerdotes, diáconos, religiosos, catequistas, misioneros, etc., se familiarizan con una buena introducción a la Biblia. Es también la razón por la que todos los cristianos deben conocer cómo fue el proceso de gestación de cada libro, o parte de él, y de cada bloque de libros en general. Tradiciones orales, autores, épocas, materiales, lenguas, géneros literarios, formación del canon, inspiración, traducciones, etc., conforman la temática de una introducción a la Biblia.
No tenerlo en cuenta, o rechazarlo, nos haría creer que la Biblia ha caído hecha y encuadernada del cielo; o que los autores han sido meros instrumentos en las manos de un dios caprichoso; o que solo es válida la interpretación literal (entendida como literalismo); o que todos los pasajes se interpretan de la misma manera, sin tener en cuenta su género literario, o que una traducción equis es la «Verdadera Biblia», sobre otras traducciones, olvidando las lenguas originales en las que se escribió y la cultura que las sustentó. Tantos olvidos le hacen más daño que beneficio a la propia fe.
Desafortunadamente, es el camino que han escogido los que suelen llamarse a sí mismos «cristianos fundamentalistas». El fundamentalismo sacrifica cualquier inmersión en la Escritura en aras del literalismo, para salvaguardarla de la contaminación del espíritu científico, aunque esto suponga poner grilletes a la acción del Espíritu Santo en la vida de la Iglesia. Este es otro de los desafortunados signos de nuestro tiempo.
Curiosamente, una encuesta realizada hace algún tiempo, reveló que las Iglesias cristianas de más rápido crecimiento hoy en el mundo son las de orientación fundamentalista. En Cuba el fundamentalismo bíblico es el pan nuestro de cada día. Muchas Iglesias y denominaciones cristianas de signo evangélico enraízan su pensamiento teológico en el fundamentalismo. Pero también dentro de la Iglesia católica uno puede encontrar a muchos fundamentalistas convencidos.
Los cristianos tenemos el deber de conocer bien nuestra fe. La ignorancia voluntaria no es ni meritoria ni excusable. El estudio serio de las Santas Escrituras, junto con la meditación, la oración y la celebración asidua nos capacitan para amar y servir mejor a nuestra madre la Iglesia, y para dar mayor gloria a Dios.
Siempre se podría haber dicho más o mejor cualquier cosa. En mi favor puedo decir que solo albergo la alegría de glorificar a Dios tratando de satisfacer la curiosidad que sobre su Palabra tienen muchos fieles. Deseo que lo reciban con gusto y les sea útil en sus lecturas de la Biblia.
Agradezco enormemente a todos los que han hecho posible su publicación, como parte de las excelentes colecciones de literatura cristiana de la Editorial San Pablo. Especialmente, a los Padres Paulinos de México, y los que trabajan en Cuba, que me han apoyado y animado. Y, por supuesto, a mi familia, que me acompaña en la vida diaria y espiritual. A Pastora, mi esposa y compañera en este peregrinaje. A mis hijos Yariel y Jennifer, y a mis nietos Elías y Sailé, que son la alegría de mi vida.
1
Claves de lectura de la Biblia
Para hacer una lectura inteligente y espiritual de la Escritura es necesario conocer algunos criterios básicos, ya que la Biblia no ha de leerse de un tirón como se lee una novela. No se aprende mucho siendo ambiciosos o rápidos con la extensión. Es más inteligente leer prestando la máxima atención al texto, y a todos sus detalles. Incluso, volviendo una y otra vez sobre lo ya leído, buscando en ello el mensaje de salvación que se nos quiere transmitir. Cualquiera puede leer la Biblia, pero no todos escuchan la palabra de Dios que ella transmite, porque para hacerlo necesitan un elemento adicional y esencial: la fe.
Por ser el libro sagrado de una comunidad de creyentes –para el Antiguo Testamento, el pueblo de Israel; para ambos testamentos, la Iglesia cristiana–, es precisamente dentro de esta comunidad donde encontramos los criterios para una buena comprensión y una recta interpretación. Si los obviamos, si creemos que solo basta saber leer y tener la suficiente inteligencia para comprender lo leído, sin duda aprenderemos muchas historias del Israel bíblico que nos podrán entretener o aburrir, encantar o escandalizar; pero no accederemos al Espíritu que gravita tras el texto y que es el responsable de la inspiración de todo el libro. Únicamente con una lectura en la fe y la tradición de estas comunidades –los judíos o los cristianos, que redactaron, custodiaron y transmitieron estas sagradas letras hasta hoy–, vamos a escuchar, en medio de estas mismas historias, la Palabra del Dios que nos interpela. Otro criterio importante es tener en cuenta que la riqueza espiritual que nos proporciona la Sagrada Escritura no es posible descubrirla de forma clara e inmediata de un solo golpe, porque de golpe no fue revelada, sino procesual y temporalmente. Es preciso escrutar, penetrar, ahondar en su sentido y significado más profundo una y otra vez, y esto lleva tiempo. Finalmente, para evitar una lectura superficial y fundamentalista es aconsejable –al menos– tener en cuenta estos seis puntos:
1) No olvidar que la Biblia no se escribió originalmente ni en español, ni en inglés, ni en ninguna otra lengua moderna; sino en hebreo, arameo y griego antiguos, que tienen sus propias maneras de decir. Nosotros utilizamos traducciones de las lenguas originales a idiomas modernos que expresan los hechos allí contados de modo distinto, por lo que hay que escoger una buena traducción. Hay algunas que, lejos de acercarnos, nos alejan del auténtico significado de la palabra de Dios. Por eso, es muy importante considerar el género literario usado. No es lo mismo una poesía que una narración, un relato historiográfico que uno de ficción. Siendo la Biblia toda una biblioteca, hay que esperar encontrar en ella muy variadas formas de decir. Algunas bien conocidas en nuestro idioma; pero otras, totalmente ajenas a nuestra cultura.
2) Situarnos ante la circunstancia humana, cultural, geográfica, histórica y vivencial en que se encuentra la persona –o grupo de personas– del pueblo de Dios a la que el texto se refiere. No olvidar que han pasado siglos desde su composición y el mundo ha cambiado mucho. Mal método es aquel que intenta proyectar y juzgar el pasado con los criterios y opiniones del presente. Esto no esclarece, sino que enrarece el texto, incapacitándonos para entenderlo bien.
3) Tener en cuenta el momento histórico y existencial de la comunidad a la que pertenece el autor del texto –que no es la misma que la nuestra–, para así intuir el significado y el sentido profundo que el acontecimiento narrado puede tener para nosotros hoy. Si la Biblia tratara solo de historias pasadas, poco podría decirnos hoy. Pero la grandeza de sus letras está, precisamente, en que de ella brota como un manantial toda la sabiduría de Dios para nuestro tiempo.
4) Disponerse para la escucha, el diálogo, la acogida. Toda la Biblia invita a estas actitudes. La escucha es el credo por excelencia de Israel (Dt 6,4). Esto supone una gran dosis de humildad para mirar nuestra propia situación, permitiendo que todo lo que vamos viviendo sea iluminado y transfigurado por el texto. Hay que dejarse interpelar, cuestionar, para que Dios se haga presente en nuestra realidad. Si nos defendemos de Él, si proyectamos lo leído sobre otras personas, no nos ayuda para nada la lectura.
5) Dejarse ayudar por quienes han recibido el carisma y la misión de enseñar en la Iglesia. No importa cuán inteligentes o bien formados creemos que estamos. La fe no es un ejercicio intelectual, aunque es posible y bueno pensar. La fe es sobre todo una experiencia personal de encuentro con un Dios que se nos revela a través de múltiples interlocutores. Los mejores maestros de la fe no necesariamente son los titulados, los intelectuales, sino los místicos, los santos, los cristianos de oración profunda; aquellos que pueden dar testimonio de lo que Dios ha hecho en sus vidas. Y a muchos de estos podemos encontrarlos entre los ministros, pero también entre los misioneros, los catequistas, etc. de las comunidades cristianas.
6) Finalmente, para no perderse en la lectura de la Biblia, lo primero es escoger la traducción más adecuada a nuestras necesidades y propósitos, ayudándonos con un buen diccionario bíblico, un comentario, guías de lectura, las notas e introducciones que suelen haber en la mayoría de las Biblias que hoy se publican.
Observando estos seis puntos tendremos un buen comienzo. La lectura no solo será interesante desde el punto de vista intelectual, sino que además se tornará edificante desde la perspectiva espiritual y será tremendamente fluida. Esto nos permitirá avanzar más fácil en ella y visualizar la voluntad de Dios para nuestra vida. Caso contrario, podríamos terminar aburridos y desencantados, porque la Biblia no fue escrita para que se leyera como una novela, sino para que se viviera. Ser cristiano, más que tener una religión, es tener un estilo de vida. El estilo de vida de Jesús de Nazaret, el Cristo.
2
El canon del Antiguo Testamento
Los cristianos nos encontramos hoy con el hecho de que existe una lista –o canon–, de libros sagrados, que nos viene dada por la Tradición y refrendada por la autoridad de la Iglesia. Normalmente la entrada de estos libros en el canon de las Escrituras no se ha decidido de una vez y para siempre, sino que requirió de un proceso largo de formación que duró siglos.
En cuanto a las Escrituras hebreas, primero hay que decir, que Israel posee una tradición sagrada y normativa para su fe desde muy antiguo (cf Éx 24,1-8; Dt 31,9-14.24-29). Desde luego, ningún texto, en la forma canónica que hoy conocemos, es anterior al período de sedentarización de la monarquía davídica. Los pueblos nómadas rara vez poseen una literatura desarrollada porque transmiten su cultura fundamentalmente a través de tradiciones orales.
Esta conciencia de Israel se acentúa sobre todo en los momentos de mayor peligro para su identidad nacional y religiosa, lo cual puede constatarse durante las reformas del rey