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Valentina, muerte y vida: El feminicidio de la DJ Valentina Trespalacios
Valentina, muerte y vida: El feminicidio de la DJ Valentina Trespalacios
Valentina, muerte y vida: El feminicidio de la DJ Valentina Trespalacios
Libro electrónico385 páginas4 horas

Valentina, muerte y vida: El feminicidio de la DJ Valentina Trespalacios

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Información de este libro electrónico

En «Valentina, muerte y vida», la voz de la familia de la víctima se alza para denunciar la violencia de género y honrar la memoria de su hija.



Un relato basado en los hechos reales del crimen que conmocionó al país.



Valentina Trespalacios Hidalgo era una joven bogotana de 21 años, gracias a su pasión y su fuerza interna fue convirtiéndose en una reconocida DJ en la escena nacional. Era alegre, extrovertida, determinada y con una visión muy clara de su futuro: llevar a su mamá y sus hermanos a una vida mejor y tocar con los más grandes de su medio musical. Conoció por redes sociales a John Nelson Poulos y, luego de una relación de nueve meses, aquel que dijo amarla y prometió cuidarla, cegó su vida el 22 de enero de 2023, ocultó el cuerpo en una maleta y lo arrojó a un contenedor de basura. El pasado y los últimos días de Valentina se entrelazan en esta historia que nos va dejando conocer la realidad detrás de la mujer, de su asesinato y del juicio oral, donde Poulos confesó haber cometido este atroz crimen.



Valentina, muerte y vida es la reivindicación de esas mujeres, imperfectas y muy humanas, que más allá de los estereotipos, buscan salir adelante y forjarse un mejor futuro para sí mismas y para los suyos. No es la moral de la víctima la que debe ser cuestionada, es el victimario el que debe ser condenado. Nada, absolutamente nada, justifica un feminicidio.



La voz de Valentina vive y perdura en estas páginas, como un legado que cuestiona la cultura patriarcal de nuestras sociedades latinoamericanas y señala los riesgos de tolerar la subvaloración simbólica y social de las mujeres.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento15 abr 2024
ISBN9786289606676
Valentina, muerte y vida: El feminicidio de la DJ Valentina Trespalacios

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    Valentina, muerte y vida - Laura Hincapié

    VALENTINA MUERTE Y VIDA

    ©️ 2024 Maureén Maya y Laura Hincapié

    Reservados todos los derechos

    ©Testigo Directo Editorial S.A.S

    ©Mercado de Contenidos S.A.S

    Primera Edición Abril 2024

    Bogotá, Colombia

    Editado por: ©️ Testigo Directo Editorial S.A.S

    E-mail: produccion@testigodirectoeditorial.com

    Teléfono: (604) 2888512

    Web: www.testigodirectoeditores.com

    ISBN: 978-628-96066-6-9

    Productores Ejecutivos: Rafael Poveda - Juan Guillermo Mercado

    Productor General: Jorge E. Nitola C.

    Edición: María Fernanda Medrano Prano

    Maqueta de cubierta: David Andrés Avendaño

    Coordinadora Editorial: Karen Arias Fotografía de cubierta: Juan GS

    Primera Edición: Colombia 2024

    Impreso en Colombia – Printed in Colombia

    Hecho el depósito de ley

    Todos los derechos reservados:

    Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño e ilustración de la cubierta ni las ilustraciones internas, puede ser reproducida, almacenada o transmitida en manera alguna ni por ningún medio, ya sea eléctrico, químico, mecánico, óptico, de grabación o de fotocopia, sin previo aviso del editor.

    Algunas situaciones descritas en la presente obra literaria han sido modificadas con fines narrativos y algunos personajes han sido creados basados en experiencias de diversas personas. En ocasiones, dichos personajes pueden fusionar vivencias de diferentes individuos en un solo personaje ficticio. Cualquier parecido con situaciones reales o personas existentes es pura coincidencia y no pretende representar de manera exacta a ninguna persona en particular.

    En memoria de

    Valentina Trespalacios, Laura Isabel Lopera, Isabella Mesa Sánchez, Diana Carolina Serna, Angélica Sucre, Claudia Llaneth Agudelo Torres, Viviana Chamorro, Paula Andrea Celis, Valentina Castro Rojas, Michel Dayana González, Yisney Juliana Gómez Escobar, Ana María Serrano Céspedes, Érikha Aponte Lugo, Tatiana Andrea Grueso, Ana María Suárez, María Camila Romero, Yesica Paola Campo, Yudy Paola Acero, Yamile Brito, Lady Carolina Navarrete, María Angélica y Sandra Milena Saavedra, Rosa Elvira Cely, Naomi Arcentales, Zulma Daniela Páez, Johana Ariza, Adriana Pinzón Castellanos, Carolina Paola Barrios Pacheco, María Fernanda Alarcón Vega, Lorena García Campo, Karina del Valle Rodríguez, Diana Fernanda Castañeda, Amanda Alma Aguilar, Victoria Pamela Salas, Luz Mery Tristán, Sharit Rodríguez, Maite Cárdenas, Yulieth Chamorro y sus pequeñas Hellen y Dulce María, Paola Andrea López Flórez, Jennifer Dulos, Ana María Suárez, María Camila Romero, Yesica Paola Ocampo, Yudy Paola Acero, Sandra Milena Saavedra, Yamile Brito, Lady Carolina Navarrete, Diana Pinzón Santoyo, Lucía Pérez Montero, Alexis Leigh, Elana Christine Fric, Debanhi Escobar, Agnese Klavina, Romina Celeste Núñez Rodríguez, Abril Pérez Sagaón, Michelle Nicolich, Francesca Flores, Susana Cáceres, Kimberly Mota, María Belén Bernal, Adriana Pinzón, Luz María López, Blanca Arellano, Brenda Pájaro Bruno, María Mercedes Gnecco Serrano y millones de mujeres que en Colombia y en el mundo son víctimas de violencia y feminicidio.

    Por justicia, verdad y dignidad:

    ¡Basta de violencia y de crímenes de odio contra las mujeres!

    Para todas las mujeres que resisten y hacen del amor su bandera.

    No puedes obligarte a ti mismo a sentir algo que no sientes, pero sí puedes obligarte a hacer el bien, a pesar de lo que sientes.

    Pearl Buck.

    En un sueño sereno los ojos se encontrarán, y sabrás que el amor venció.

    Agradecimientos

    Sin el ejemplo, el coraje y la ternura de las mujeres que resisten y despejan el horizonte con su amor y fortaleza, este libro no sería posible.

    Gracias infinitas a Tania Maya, a Betty Sierra y a Julián Zalamea por ayudar a tramitar el dolor y por el tiempo dedicado a revisar con cariño y paciencia estas líneas.

    Gracias infinitas a Mary Serna, Eliana Hincapié y William Hincapié por inculcar el amor, el respeto y la empatía por otras mujeres.

    Gracias a Cristián Valencia y a Rafael Poveda por creer, a Juan Guillermo Mercado por su juiciosa y rigurosa labor periodística; a Miguel Ángel del Río por su generosidad y elevada conciencia humana, a Lina Bautista, al fiscal Santiago Vásquez y a la procuradora Andrea Sánchez por su valiente compromiso con la justicia y la defensa de los derechos humanos de las mujeres.

    Agradecemos al equipo de producción, camarógrafos, asistentes, secretarias y compañeros de Rafael Poveda Televisión y Mercado de Contenidos; y, en especial, a María Fernanda Medrano y Karen Arias, por su tiempo y entrega hacia este libro. También infinitas gracias a las personas del mundo de la música electrónica por haber aportado sus recuerdos y cariño a este proyecto. Y, en especial, a Laura Hidalgo, Daniel Felipe, Sebastián y Hanna por resignificar el dolor, por enseñar su tenacidad y compartir con honestidad las voces del corazón.

    Gracias a la familia Hidalgo y Trespalacios por habernos permitido conocer y contar su historia.

    Marqué los números en la pantalla del celular con la seguridad del pescador que lanza su red a un mar claro y abundante. Pero, en este caso, sería yo la que quedaría atrapada. La paradoja que planteó esa llamada terminaría por pegarme una bofetada que me dejó pasmada en mi asiento de reportera con una profunda reflexión que hoy agradezco: motivó este libro.

    La conversación ocurrió la mañana del 24 de marzo de 2023. Al otro lado de la línea, una voz cálida, que me resultó familiar, me confirmó que hablaba con Laura Helena Hidalgo.

    —Sí, yo soy la mamá de la DJ Valentina Trespalacios, —contestó con un desgano que no pudo ocultar.

    Me presenté como una periodista que cubre casos de femicidio y que estaba interesada en contar la historia de su hija, y sí, del atroz crimen ocurrido dos meses atrás. Con decencia escuchó mi retahíla del programa de televisión que buscaba hacer. Acto seguido, engruesó su voz y se despachó:

    —No me interesa, ¡basta ya de reportajes, artículos y noticias amarillistas del caso de mi hija! A Valentina la han llamado prepago, solo por decirle una palabra, y a mí no me bajan de la madre interesada y alcahueta. ¿No cree que ya ha sido suficiente?

    Un silencio congeló la comunicación. Quedé muda. No quería decir algo que me hiciera quedar o sentir peor. Aunque tengo como premisa ser justa y enfocar las historias desde la voz de las víctimas, Laura Hidalgo tenía razón: en el fondo, duele decirlo, yo también quería una ‘tajada’ del caso taquillero de la DJ encontrada en una maleta.

    —Te lo agradezco, pero no quiero un programa. Dijo antes de colgar, en un intento por mostrarse cordial.

    En la intimidad del altillo de la oficina donde trabajo, comprendí que para mí era solo una llamada rutinaria para cazar una buena historia y presentarla en el prime time del domingo. Para ella, era la estocada final de la paliza que soportó por parte de quienes juzgaron a ‘la DJ’, sin siquiera conocer a Valentina. Concluí que esta historia debía contarse en un formato distinto, era necesario insistir con paciencia, sin la guillotina de una emisión.

    El abogado Miguel Ángel del Río, quien asumió probono representar a Laura Hidalgo en el proceso judicial, lanzó un salvavidas. Él ya me había dado un resumen de esos sucesos extraordinarios, casi milimétricos, que lograron la detención en Panamá y posterior captura en Bogotá de John Nelson Poulos, el norteamericano novio de Valentina, a quien Del Río no dudó en calificar como un «psicópata de la peor calaña».

    El penalista propició un encuentro en un café de un hotel en el norte de Bogotá, que debía ser casual para romper el hielo entre las dos. Para entonces, Poulos buscaba declarar su proceso nulo, en provecho de las limitaciones de la Rama Judicial, en algo tan básico, como traducirle al inglés los cargos por los que se le acusaba al capturado.

    Cuando por fin logré conocer a Laura Hidalgo a finales de abril –casi un mes después de la llamada– quedé sorprendida con su juventud. Tenía 43 años y una figura esbelta. Sin duda, Valentina heredó esa belleza. La elegancia contrastó con un dejo de tristeza y depresión. Lo ratificó al confesar su principal frustración en una frase que resume lo frágil que se sentía ante un extranjero en un estrado judicial. «Quisiera hablar inglés para preguntarle a ese gringo por qué le hizo eso a mi hija».

    Charlamos varias horas y luego hubo más encuentros que lograron que su abogado no fuese el único que confiara en mí. Así conocí a Valentina, la mujer detrás de ‘la DJ’. Desde los diecisiete años descubrió el mundo de la música a través de una consola. Aunque era una adolescente menudita, se imponía con personalidad en una tarima elevada en medio del público. En solo tres años, gracias a su disciplina y osadía, logró un maratónico ascenso. El 2023 era su año soñado. En su calendario marcó la Fiesta Blanca en Cartagena y la maratón electrónica en Medellín, pero el evento que más la emocionaba era una gira que estaba por cerrarse en España, Francia, Países Bajos y el mítico país de Islandia.

    Tenía 21 años recién cumplidos y había logrado consolidar algo más que toques. Valentina venía de un hogar disfuncional con las consecuencias de una figura paternal ausente. La música era, nada más y nada menos, que el proyecto de vida con el que sacaría a su familia adelante.

    Sentí casi propio el desgarro que dejó el feminicidio. Poulos asesinó con maldad y sevicia a Valentina, no solo al escupir encima de la dignidad de una mujer al arrojarla con desprecio a un basurero, sino también al pisotear la honra de un país que creyó incapaz de atraparlo. En su embestida, además, mató la esperanza de esa casa.

    Ahora, –luego de las comodidades que Valentina proveía en un apartamento en el Centro de la ciudad– Laura tuvo que mudarse al barrio Patio Bonito de Kennedy, y hacer malabares con su adusta economía. Trabajaba como aseadora de oficinas en un centro comercial cerca al aeropuerto El Dorado, iba y volvía en bicicleta a ese trabajo por una ciclorruta de 10 kilómetros que bordea el río Bogotá, y no podía evitar sentir que, sin Valentina, su vida se quedó sin rumbo.

    El crimen de Poulos se volvió viral. Pero, esa masificación que logró la captura se regresó como un búmeran de juicios implacables. Ahora, no solo debía convivir con el horror del crimen, también debía luchar todos los días por salvaguardar la honra de Valentina. La absurda tarea de defender a la víctima.

    Entonces le propuse escribir un libro.

    * * *

    En un café del sector del Park Way, en el bohemio Teusaquillo, conocí a Maureén Maya. Cristián Valencia, cronista amigo, me recomendó su nombre con gran acierto. Maureén tiene una amplia experiencia como escritora; pero, además, su trasegar incluye completos trabajos en la movilización social, al lado de mujeres rurales, campesinas, afros e indígenas. No solo conoce la complejidad de un delito como el feminicidio, sino que también ha logrado desmenuzar las causas culturales y sociopolíticas que están detrás de él. El proyecto y su premisa lo asumió con total convicción.

    En junio de 2023 iniciamos la investigación que le daría vida a este libro. Entendimos que el mejor método para trabajar con víctimas de un crimen tan reciente es recorrer con ellas el camino del duelo. Los cafés luego de cada audiencia, las visitas de domingo al cementerio, las charlas en noches de nostalgia. Vimos cómo la mamá, sumida en la desolación, tomó fuerzas y empezó a compartir pruebas valiosas, escenas clave de la personalidad de Valentina con su círculo privado. Se sentía dignificada al trabajar en el que bautizó «el proyecto de mi hija». Una vez la prevención de la primera llamada se transformó en confianza, ella entregó las claves del correo de Google de Valentina, que incluía una nube de más de diez mil archivos, entre fotos, vídeos, screenshots que retratan su vida, anhelos y la tormentosa relación con el norteamericano John Poulos.

    «Ella no tiene nada que esconder» sentenció.

    Después de terminar entrevistas con familiares, abogados, fiscales, investigadores y representantes del Ministerio Público; presenciar y revisar más de cincuenta horas de audiencias, devorar el expediente, experimentar el universo que acompañaba los toques y las fiestas, entrevistar a los DJ mentores y colegas que se convirtieron en hermanos; entendimos que Valentina logró imponerse en un mundo hostil y machista que es dominado por el alcohol y las drogas. Expuso su belleza a esa horda de frenéticos que aman la oscuridad no solo de los clubes a los que van, sino de las redes sociales. Allí triunfó y ganó varias batallas. Por eso, siempre lucía sonriente, como se ve en sus fotografías, con la seguridad que le daba la ingenuidad de querer tragarse el mundo sin ningún obstáculo.

    Del otro lado, John Nelson Poulos se mostró como un hombre familiar de 35 años. Dijo ser un trader del mercado bursátil estadounidense al que le gustaba moverse siempre con una laptop debajo del brazo por varios países del mundo. Se puso capa de gamer para hacerse amigo de Sebastián, el hermano adolescente de Valentina. Poulos pagó cenas y viajes costosos, convencido que así podría comprar la confianza de una familia promedio en Colombia. Los hechos dirán que siempre escondió su verdadera cara.

    Tras su captura salió a la luz su gusto por la pornografía. De ahí que en un documento inédito que obtuvimos de la Embajada de Estados Unidos, que le ofreció el derecho de contactar a un familiar, el único mensaje que quiso enviar fue a un amigo en Turquía al que le escribió: «You know what I´m asking… Destroy what you can1».

    Era un hombre obsesionado con el imaginario de una ‘colombian woman’. Muchas veces perdió el control en las charlas por chat desde la cárcel y en los recesos de las audiencias que tuvo con el periodista y productor Juan Guillermo Mercado, quien también hizo parte del equipo de investigación de este libro. Con ese material, entendimos que lo que más hizo peligroso a Poulos fue su capacidad de posar de inofensivo y hasta abobado, cuando en realidad tenía un perfil psicopático y violento.

    El contraste entre una chica arrolladora y ciega ante el peligro, como lo son muchas jovencitas a los veinte años, y el cazador foráneo que identifica en el tercer mundo la vulnerabilidad de su víctima, hizo que Maureén y yo desarrolláramos un concepto que sintetiza la particularidad de un crimen americano ocurrido en Bogotá. Lo llamamos Colombian Beauty.

    Hombres extranjeros que son comunes donde nacen, saben que en Colombia y otros países de Latinoamérica tienen el poder que les da su pasaporte y billetera. Con ese estatus, pretenden someter a jovencitas que encuentran en redes sociales o en rumbas casuales. Todo parece ir bien hasta que la sumisión desaparece al punto de negarse al control. Ahí sí muestran sus armas y dan rienda suelta a su celotipia y narcisismo, convencidos quizá, de la idea de que nuestros países tienen sistemas de justicia débiles y por eso, aún con las torpezas en las que incurrió Poulos, se atreven con soberbia a humillar no solo a la mujer que asesinaron con frialdad, sino a todo un país, con el absurdo intento de ocultar sus crímenes en una maleta y escapar hacia otro destino.

    Cuando estábamos a punto de entregar el manuscrito, quedó en evidencia que el feminicidio de Valentina Trespalacios fue el caso que ratificó un fenómeno sistemático y transnacional. El 9 de febrero de 2024, Laura Isabel Lopera, de solo veinte años, fue hallada sin vida en una maleta. Su novio, el canadiense Jesse Wiseman, escapó del país y aún se ignora su paradero. Valentina, muerte y vida, es el testimonio de esas mujeres víctimas del Colombian Beauty, a las que estos extranjeros buscaron silenciar, sin lograrlo, porque su voz es perpetua en este libro. Es la vida después de la muerte la que dignifica a Valentina Trespalacios Hidalgo, luego de su revictimización.

    Esperamos que John Nelson Poulos obtenga una condena ejemplar; porque ahora un norteamericano es el rostro de los feminicidas en Colombia. Ese juicio deben ganarlo, tanto la familia Trespalacios Hidalgo, como las autoridades del país. Pero no se nos puede olvidar que hay otro que aún debemos enfrentar como colectivo, el inclemente racero con el que las redes sociales, los medios de comunicación y la opinión pública han juzgado a una jovencita de veintiún años. Si este libro hace que nuestra sociedad conozca y entienda la historia de Valentina, más allá de ‘la DJ’, es posible que se obtenga una segunda victoria. Todavía falta ganar la batalla donde Poulos es exculpado porque «es el gringo al que solo querían sacarle plata», cuando nada, absolutamente nada, justifica los crímenes de odio contra las mujeres.

    Laura Hincapié.

    Bogotá, marzo de 2024.


    1 Tú sabes lo que estoy pidiendo. Destruye lo que puedas.

    1. El día que no salió el sol

    El domingo 22 de enero de 2023 una luz ámbar cubría el cielo de Bogotá. Unas lluvias aisladas al occidente de la ciudad se disiparon por una brisa fresca y un incipiente sol iluminaba con timidez el ladrillo rojo de las edificaciones. Francisco Sáenz cumplía su turno como supervisor de seguridad en el puesto satélite número cuatro del aeropuerto internacional El Dorado, atendiendo las puertas catorce y quince, además de otros lotes aledaños. Pasado el mediodía, luego de seis horas de servicio activo, se percató de haber perdido los papeles de propiedad de la moto asignada. Tuvo que pasar por la aburrida tarea de informarlo a su superior, quien, de inmediato, le asignó otro vehículo. Sin embargo, Francisco no perdía la esperanza de recuperar la tarjeta de propiedad y el carné aeroportuario, no solo porque estaba seguro de haberlos revisado en la mañana antes de salir de casa, sino porque quería ahorrarse el pago que le sería descontado de su salario. Realizó su habitual recorrido varias veces, desde la puerta catorce hasta el lote HB, sobre la avenida La Esperanza, observó con atención cada esquina, cada cúmulo de basuras y papeles, cada caneca. Así anduvo un buen rato, hasta que en la distancia vio unos restos plásticos amontonados que fueron arrojados con descuido cerca del basurero. Sus papeles podrían estar allí, pensó al descender de la moto, se acercó con curiosidad, retiró con el pie derecho algunos desechos, pero en su lugar avizoró un objeto que brillaba bajo el sol a poco más de dos metros sobre el césped. Se trataba de un celular, al parecer en buen estado y protegido con un estuche rosa, en el que se leía la marca Louis Vuitton. Lo tomó entre sus manos, oprimió el botón de encendido y vio en la pantalla la imagen de una mujer joven de cabello largo, lacio y oscuro, con la cabeza ladeada, sentada sobre un sillón azul en lo que parecía ser un restaurante de manteles blancos. La mujer vestía un strapless ombliguero color rosa, un jean gris con accesorios y en la mano izquierda levantaba una copa de vino tinto. Pensó que podría tratarse de una modelo, una foto comercial, seguramente, a la que no dio mayor importancia. Guardó el aparato en el bolsillo interno de su chaqueta y se alejó con la intención de continuar con la búsqueda.

    Terminada su jornada laboral a las seis de la tarde, regresó a casa entre aburrido y optimista, le enseñó el celular a su hijastra, aclarándole que no tenía tarjeta Sim y no podía saber a quién pertenecía. A Eliana le bastó una ligera mirada para darse cuenta de que era un iPhone 13.

    —Estos son caros —le dijo—. Y son los que más roban.

    —¿Cuánto costará uno así, de segunda? —preguntó con ansiedad—. Se ve como bueno.

    —No sé, tal vez unos ochocientos mil pesos o un poco menos. Y no le digo que me lo regale porque es una boleta, pero si quiere venderlo, en la Primera de Mayo con 68, en toda la esquina sur occidental, mi amigo Freddy tiene una tienda de celulares, puedo preguntarle si le interesa. Francisco aceptó, pensaba que ese dinerito extra no le caería nada mal, sobre todo ahora que debía pagar de su bolsillo el costo de los documentos extraviados.

    El vendedor, un hombre pequeño de mirada maliciosa, le dijo que no podía darle un valor preciso hasta no revisar su sistema operativo y verificar el IMEI para saber si había sido reportado como robado. Además, debía formatearlo para dejarlo ‘uva’.

    —¿Y eso demora mucho? —preguntó Francisco impaciente.

    —Regrese en un par de horas y se lo tengo listo —respondió.

    Francisco encendió la moto y arrancó en dirección a la avenida El Dorado. Quería revisar otro segmento de la ruta de la mañana, quizás con algo de suerte encontraría la cartera. Por supuesto que sabía que era altamente improbable, pero nada perdía con asomar de nuevo, los milagros a veces existen.

    Llevaba pocos minutos en la exploración, palmo a palmo, cada andén, cada tacho de basura, cuando su teléfono timbró. Era su hijastra, bastante agitada.

    —Pa, ¿qué hizo el iphone, todavía lo tiene?

    —No —respondió—. Lo dejé pa’ que lo formateen.

    —No, pa, recupérelo ya. Ese teléfono es de un crimen. A la chica de la foto la descuartizaron.

    —¿Cómo sabe eso?

    —¡Está en redes sociales! Era una DJ. Pilas, que no borren la info, eso debe ser superimportante para la Policía.

    Francisco quedó de una pieza. ¡Qué día!, pensó, se agarró la cabeza con ambas manos y sin perder tiempo en lamentaciones, salió veloz a la tienda donde había dejado el celular. La información del teléfono ya había sido eliminada, eso le dijo el técnico cuando lo vio llegar con rostro de preocupación pidiendo que cancelara todo procedimiento. Temía haberse metido en un gran lío, que de pronto terminara empapelado por obstrucción a la justicia o algo peor. Llamó a su superior para reportarle la segunda novedad del día y, con su autorización, se dirigió al puesto de Policía del aeropuerto para hacer entrega del aparato y explicar lo sucedido; tal vez los investigadores de la SIJIN, citados por el subteniente a cargo de la Policía, contarían con la tecnología necesaria para recuperar la información eliminada, porque a algún lado debía ir, ¿no?

    Mientras el celular empezaba a ser analizado por los expertos en investigación criminalística, a menos de un kilómetro de distancia, en el parque Cámbulos del barrio Versalles de la localidad de Fontibón, al suroccidente de Bogotá, se vivía un suceso aterrador. Poco antes, Jorge Enrique Flórez Chaparro, reciclador de ese sector, llegó a un contenedor de basura en busca de material reutilizable para vender ese día, pero lo que vio fue una maleta azul, de la que salía la cabeza de una mujer. El susto lo arrojó al suelo, pensó que era un error, un maniquí a lo mejor, se puso de pie y de nuevo se inclinó sobre el contenedor y para confirmar su sospecha decidió meterse en él, vio la sangre en las fosas nasales, tocó la cabeza y reconoció la frialdad de la muerte. Sintió terror. No tenía a quién gritar lo que acababa de descubrir, así que, presuroso salió del contenedor y corrió al CAI más cercano.

    —¡Agentes, hay un cadáver en la basura!

    —¿De humano o de animal? —preguntó un agente con desdén.

    —Es una mujer…

    —No estará metiendo porquerías, ¿cierto? Y no es una broma… —preguntó con fatiga. No era la primera vez que alguien llegaba con una falsa alarma.

    — Para nada, mi señor agente, lo juro, hay una muerta allí o al menos una cabeza —dijo y se santiguó.

    —¡Pérez, vaya y confirme la cuestión y nos reporta! —ordenó el comandante. Y dirigiéndose al aterrado reciclador dijo: —Más le vale que no nos esté tomando del pelo; sino se le va hondo.

    A las 16:22 del domingo 22 de enero, la Unidad Seccional de Investigación Judicial y Criminal (SIJIN) de la Policía Metropolitana de Bogotá reportó de manera oficial el hallazgo del cadáver de una mujer joven, dentro de una maleta azul, envuelta con cinta negra, la cabeza asomaba por un costado. Los primeros agentes que acudieron al lugar hicieron un barrido visual para determinar si había cámaras de seguridad en el sector y algún elemento dentro y fuera del contenedor que tuviera relación con el hecho. Luego interrogaron a los vecinos y en los sitios donde detectaron la presencia de cámaras de vigilancia, cuyo lente apuntaba a la calle, pidieron acceso a las grabaciones. Dos peritos de la unidad móvil de criminalística realizaron la primera inspección ocular del cuerpo. A simple vista se podían reconocer los golpes en el rostro y los surcos de presión en la región hioidea (cuello), lo que era señal de muerte por estrangulamiento. Los oficiales sospecharon que estaban ante un caso de feminicidio.

    —¡Hey, miren! —gritó Pérez que estaba asomado en el contenedor de basura y señaló con el dedo. Junto a la maleta había un estuche de peluche color rosa que los investigadores sospecharon, tal vez por lo inusual, que tenía relación con la víctima. Uno de ellos lo

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