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El Periodismo...: Una Lección en Cada Nota
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Libro electrónico421 páginas8 horas

El Periodismo...: Una Lección en Cada Nota

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El periodismo es una ventana a todas las actividades del género humano y fuente inagotable de fascinante información, que permite a quien lo ejerce, aprender sobre un universo de múltiples temas; desde aspectos relacionados con la seguridad local básica, lucha contra el crimen, narcotráfico; política local, estatal, nacional e internacional, educación, investigación médica y científica, todas las expresiones de arte así como conflictos armados, nacionales e internacionales, desastres naturales que hacen historia o el acceso a entrevistas con los principales protagonistas de la historia contemporánea. Pero eso, tiene un precio: determinación, paciencia y perseverancia.

Tras asegurar mi ingreso a “24 Horas” dirigido por el periodista fuera de serie Jacobo Zabludovsky, pionero de las noticias en la televisión Mexicana, quien creó el mejor equipo de comunicadores Mexicanos de todos los tiempos, vacunados contra la epidemia de protagonismo actual, en mi constante aprendizaje, llegué a pensar que ante tantas grandes figuras, pocas eran mis posibilidades de llegar a triunfar, pero, siguiendo el consejo de mi madre, no desmayé y en cuanto se me confirieron responsabilidades, me esmeré en no defraudar la confianza depositada en mí, lo que me abrió la puerta a toda una vida de enriquecedoras experiencias que ahora quiero compartir con estudiantes que no han decidido carrera, con los que acaban de graduarse en comunicación o con incipientes reporteros, cuyo trabajo ahora no parece ser por el momento muy prometedor.

A ellos quiero decirles que la competencia no pesa más que la determinación y que si lo deciden y trabajan por ello, no habrá obstáculos que les impidan conquistar las más grandes metas que se impongan en la vida.

Esta es parte de la historia de cómo lo conseguí yo.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento8 ene 2020
ISBN9781643342573
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    El Periodismo... - Gregorio Meraz

    Rumbo al Primer Gran Combate en mi Vida

    El autor, en lancha rumbo a San Juan del Norte.

    Aún bajo la oscuridad, el 12 de Abril de 1984 salimos del Hotel de San José, Costa Rica, con una pequeña mochila de 2 mudas de ropa además de la que traíamos puesta, una para bañarse allá cuando lo permitiera el tiempo y otra para regresar limpios, una regular porción de carne seca y lo más importante, nuestro equipo.

    Una fresca brisa transportando la fragancia de flores silvestres nos acarició el rostro cuando nos alejábamos con cautela del hotel, para encontrar al contacto que nos transportaría a la frontera con Nicaragua.

    Aunque disfrutamos de una opípara cena la noche anterior en previsión de las penurias que nos esperaban, tuve la extraña sensación de vacío en el estómago, posiblemente a causa de la incertidumbre y temor a lo desconocido.

    Fuera del hotel ya nos esperaba un vehículo todo terreno, que nos transportaría a la frontera. Para asegurar que era la persona esperada, preparamos la forma de identificación que nos pidieron: un pañuelo rojo amarrado a la mano derecha y un periódico doblado en la izquierda.

    Saludamos, abordamos y arrancó. Al principio sentimos inseguridad, pero en el camino nos fue dando indicaciones de lo que debíamos hacer.

    Al subir al vehículo de doble tracción, percibimos una mezcla de olores de cuero viejo, aceite quemado y óxido, con los que acabamos familiarizándonos mientras el vehículo devoraba kilómetros de asfalto.

    Dejando correr la imaginación tuvimos la sensación de entrar a un túnel interminable, jalado por las luces delanteras, que apenas si servían para ver brevemente cercados y objetos a los lados del camino desierto, oscuro como boca de lobo.

    Viajaremos en Panga a través de los canales hacia San Juan del Norte dijo el guía, mientras nos actualizaba del combate para tomar la población, en manos Sandinistas.

    De pronto, experimentamos una sensación extraña de algo así como ser los protagonistas de nuestra propia película de aventuras, navegando a un destino incierto, para presenciar uno de múltiples ataques simultáneos contra el gobierno Sandinista, en frentes de Contra Revolucionarios al norte y al sur.

    Un gran salto, nos sacó bruscamente de nuestros pensamientos, anunciando la transición, de la autopista pavimentada, a un camino de terracería casi oculto por espesa vegetación que nos llevó a las inmediaciones del puesto fronterizo de Peñas Blancas en la frontera de Costa Rica con Nicaragua.

    Cruzamos con él la frontera y caminamos hasta llegar a la orilla del río donde esperaba el resto del grupo y nos apresuramos a abordar las canoas.

    Algunos de los compas (como llamaban a sus compañeros) nos ayudaron a cargar nuestro equipo en otras pangas o lanchas que transportaban también municiones, medicinas, alimentos y agua.

    Johnny, un guerrillero costeño negro y alto, armado con un AK-47, dió la orden de salida y comenzamos a impulsarnos en las apacibles aguas del río, avanzando lo más que pudiéramos, antes de que los primeros rayos del sol comenzaran a iluminar la majestuosa y densa vegetación de la selva Nicaragüense, en la que ya se podían escuchar los primeros sonidos de los animales despertando al nuevo día.

    Fue una travesía casi en silencio, que nos llevó a pensar en la aventura que emprendíamos.

    Comenzamos a deslizarnos bajo el terciopelo de la bóveda celeste, aún vestida de brillantes estrellas, rumbo a la zona de Combate en San Juan del Norte, plaza en que Edén Pastora, el legendario Comandante Cero había comenzado el ataque tendiendo un cerco, para facilitar la captura del bastión Sandinista.

    Avanzábamos tan rápido como podíamos al amparo de una oscuridad que amenazaba desvanecerse, mientras escuchábamos el sonido de los remos entrando y saliendo del agua. Eventualmente se podía oír a lo lejos, el canto de ranas o insectos y aleteo de pájaros acomodándose antes de iniciar el nuevo día.

    Arrullado por el rítmico sonido de los remos, cerré los ojos y en medio de la más profunda calma, sin quererlo, me remonté a los primeros años de mi vida.

    Mi alegre y despreocupada infancia, primero en la Ciudad de Durango, donde nací y luego en el pueblo de Nuevo Ideal antes conocido como Estación Patos, donde mi padre Don Fernando era el responsable de la Hacienda General y la vida era rústica y tranquila.

    Patos era una aldea de calles polvorientas, a un lado de la carretera pavimentada, donde las formas de comunicación eran tan lentas como todas sus actividades—que se paralizaban por completo a la hora de comida— y se limitaban a la Central Telefónica, oficina de Telégrafos o Servicio Postal, que tardaba semanas.

    La forma más rápida para enviar mensajes urgentes era el telégrafo, donde se cobraba por palabra transmitida en clave Morse y resultaba 10 o 15 veces más cara que las cartas por correo.

    Telégrafos Nacionales era el servicio más común para comunicar noticias poco agradables, como decesos, accidentes, sucesos inesperados o cobros, aunque también para anunciar el nacimiento de niños o la llegada de familiares o amigos que pedían que alguien fuera a recogerlos a la estación de tren o autobuses.

    Las calles eran transitadas por autobuses, uno que otro carro o camión, tractores y jinetes a caballo o carretas jaladas por caballos, la gran mayoría de ellas de Menonitas, hombres y mujeres rubios, de ascendencia Alemana u Holandesa, asentados en productivas comunidades que abastecían a Durango de una gran variedad de quesos, salchichón carne, leche, huevos, fruta, verdura y muebles, a buen precio.

    Los hombres visten hasta la fecha pantalones de mezclilla con peto, camisa a cuadros y cubren sus ojos azules con gafas oscuras y el cabello rubio con sombreros, mientras sus mujeres, usan vestidos negros largos, estampados con coloridas flores, ocultando el cabello con pañoletas blancas con flores multicolores que ellas mismas bordaban. Su forma de vida, basada en la religión y el trabajo, es rigurosa.

    Nadie, con alguna excepción, bebía alcohol y todos debían respetar estrictas normas de convivencia, que contrastaban con la anarquía en Patos, a donde cada semana acudían a abastecerse de herramienta, combustible, implementos y provisiones así como para vender quesos, salchichón o deliciosas tartas de manzana que preparaban las Menonitas.

    En esa época, jamás pasó por mi mente el rumbo que tomaría mi vida.

    Nunca imaginé que algún día saldría de ese pequeño universo, en que mis más grandes preocupaciones giraban en torno al colegio católico Motolinia, de Monjas, jugar damas chinas, escuchar radio (porque aún no llegaba la televisión) y jugar en montañas de tlazole (forraje de maíz seco) con mis hermanos o comprar helados, cuando pasaba el carrito anunciándolos con una campanilla.

    Uno de los momentos más excitantes que recuerdo fue un día en que el jefe de policía local tocó a la puerta de nuestra casa a medianoche, preguntando a mi Papá sobre Toño Alvarado, un vecino dueño de la farmacia del pueblo, mientras veíamos emocionados las siluetas de agentes sobre las bardas de adobe, rasgando la oscuridad con la luz de lámparas sordas que apuntaban en diferentes direcciones, buscando al prófugo Alvarado quién seguramente aprovechó esos instantes para correr más lejos, hacia las afueras del pueblo o buscar refugio en algún lugar.

    Y otro día, en que, haciendo la tarea con mi hermano Fernando, en la cocina, sorpresivamente escuchamos una fuerte explosión que nos tumbó al piso e hizo zumbar fuertemente nuestros oídos, mientras a gatas, salíamos aterrorizados, llamando a nuestra mamá.

    La explosión se debió a que la señora que ayudaba en los quehaceres domésticos, puso a cocer frijoles en una olla Presto, que no cerró bien y al acumular presión, terminó disparando la tapa con gran fuerza incrustándola en el techo, igual que frijoles que luego, comenzaron a llover.

    Nunca imagine que algún día, por entrega, locura o sed de aventura, fuera a presenciar en primera fila, los horrores de la guerra enmarcados en el estruendo de explosiones más poderosas que ésa.

    Al cabo de 3 a 4 horas, los primeros rayos solares comenzaron a iluminar el denso follaje verde esmeralda de la selva, que cobraba forma e intensidad, mientras desaparecía el manto de oscuridad que la cubría, despertando a las especies que la habitan.

    Por primera vez vimos el verdadero tamaño de lo que al principio imaginamos como un pequeño y angosto arroyo, que en realidad era enorme y caudaloso río, semi-cubierto por árboles centenarios que cobijaban el avance de los guerrilleros, ocultándolos de la aviación Sandinista.

    Tratábamos de adivinar la sensación que experimentaríamos al cubrir el más intenso combate que hubiéramos visto en la vida y que era parte de una ofensiva simultánea de la insurgencia contra el régimen que, desde entonces, encabeza Daniel Ortega, el nuevo dictador Nicaragüense con casi 40 años en el poder, quien paradójicamente luchó hasta derrocar a Anastasio Tachito Somoza, porque se eternizó en el poder durante más de una década.

    Disfrutábamos ahora de una cada vez más sonora sinfonía de pájaros levantando el vuelo en busca del sustento cotidiano, mientras respirábamos una rica mezcla de aromas frescos de la selva.

    De pronto, el ensordecedor ruido del motor de una embarcación me hizo volver a la realidad y nos puso en guardia.

    Se trataba de una diminuta lancha de motor, roja y blanca que parecía de juguete.

    A medida que se aproximó, vimos que era tripulada por el Comandante Pastora, acompañado de 3 de sus leales guardaespaldas.

    Había venido a recibirnos. Nos guió hasta el punto de desembarque.

    Es del Comandante... dijo Johnny, mientras tomo su fusil AK-47, de la lancha para colgárselo a la espalda.

    Saludó y comenzamos a seguirlos. Luego atracamos junto a la orilla y comenzamos a descender y desentumir las piernas.

    Nos recibió un grupo de guerrilleros que nos llevaron hacia un lugar en que aterrizaba un mini helicóptero Bell 47 levantando una nube de polvo.

    Descargaron el cadáver de un guerrillero envuelto en una bolsa plástica, que fue colocado con respeto en el suelo y bajaron dos heridos.

    De inmediato la aeronave se re-abasteció de combustible, mientras era cargada con cajas de municiones, costales de pan, café, azúcar y agua para llevar al frente.

    El helicóptero provocó la curiosidad de una avioneta Sandinista que patrullaba el área, pero fue alejada por disparos de fusiles M-14 y Galil, por Álvaro Pastora, hijo Mexicano de Edén Pastora nacido en Guadalajara y Pánfilo Pastora también hijo suyo, nacido en Nicaragua.

    Los guerrilleros colocaban en un gancho -en la parte inferior de la aeronave-, una enorme red cargada con cajas de municiones, agua y medicamentos mientras otros llenaban el espacio desocupado de la cabina con bolsas de pan y otros alimentos, para guerrilleros hambrientos en la zona de combate, donde el tiempo tiene la capacidad de parecer rápido como una bala o lento como la eternidad.

    Tras caminar unos cuantos pasos, encontramos a Jon Anderson, reportero del New York Times, a su fotógrafo y a otras personas que ya venían de la zona de combate.

    Se detuvieron a conversar con nosotros, para compartirnos un poco de información, sobre su experiencia en San Juan, mientras se disponían a regresar a Costa Rica en las pangas.

    "Estuvimos ayer durante un operativo de la aviación Sandinista, vinieron al mediodía, sobrevolaron como una hora.

    Nosotros esperamos como 7 horas atrás de los árboles. Luego se fueron", dijo el reportero del New York Times, quien iba de salida.

    Esta no era mi primera experiencia en la cobertura de la guerra civil Nicaragüense, pero si con toda seguridad, la que sería más intensa, ya que antes solo cubrimos rápidos y esporádicos ataques de la Fuerza Democrática Nicaragüense, — primera fuerza anti- Sandinista, fundada por Fernando El Negro Chamorro Rappaccioli-, pero nunca presencié una acción militar tan planificada y continua como la Toma del bastión Sandinista en San Juan del Norte. Aquí estábamos ya a unos pasos de una guerra más, que en principio nos pareció atractivo cubrir, sin tener la más remota idea de la muerte, dolor, sufrimiento y todo lo que encontramos en ella.

    Antes, había viajado a los campamentos de Edén Pastora Gómez, para cubrir otros operativos.

    Edén Pastora, el Comandante Cero, siempre nos recibió con la mayor disposición de hablar de su lucha por una Nicaragua mejor. Siempre nos brindó su hospitalidad, igual que sus cálidos y amistosos combatientes.

    Recuerdo una ocasión, cuando lo visitamos, le acompañaban su esposa y su hija Yaosca, entonces de 10 años de edad.

    Al despuntar el día, conversaba con Pastora, cuando, sediento, tomé una bota española de cuero, que había dejado colgada de un árbol y llevaba a manera de cantimplora.

    Mientras hablaba con él, apoyado con el movimiento de mis manos, la acerqué a mi cuerpo, cuando de pronto tuve la sensación de que una enorme aguja perforaba mi pulmón izquierdo, dejándome sin aliento.

    ¿Qué pasa, hermano? Me dijo Pastora.

    Como reacción inmediata, tiré la bota y uno de los guerrilleros alcanzó a ver escapando un enorme alacrán negro. Pastora lo vió y movió la cabeza con una sarcástica sonrisa diciéndome: ¡Hermano, ya te cargó, pu--! ¿Te picó? ... ¿Que sentís, hermano?.

    Bromeaba, mientras el piquete de alacrán y sus comentarios hacían estragos en mí. El profundo dolor me impedía respirar. Sentí que un intenso calor me envolvió mientras se secaba mi boca, así como una gran debilidad y mareo. Comencé a sudar copiosamente, imaginando lo peor.

    En mi natal Durango, los piquetes de alacrán son habitualmente mortales, a menos que el afectado logre llegar a un hospital que tenga y pueda aplicarle el suero anti-alacránico.

    El guerrillero que vió y mató el alacrán, trató de tranquilizarme, abriéndolo con un cuchillo y poniéndolo sobre la parte en que recibí el piquete.

    Así absorbe el veneno, me aseguró, mientras Pastora continuaba sonriendo y diciendo: Mirá, vos hermano, ¿Cómo se llamaba el colochito (persona de cabello rizado) aquel que también le picó un bicho de estos? Se murió, ¿Verdad?.

    Edén Pastora tiene conocimientos de medicina que adquirió durante sus estudios en la Universidad de Guadalajara, además, la experiencia de vivir en la selva, le permitían saber que el piquete, si bien doloroso e incómodo, no necesariamente causa la muerte, lo que me confesó después, explicándome que el veneno de ese tipo de alacranes no era mortal como los de

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