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La sagrada ciencia del yoga
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Libro electrónico324 páginas4 horas

La sagrada ciencia del yoga

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Por mucho tiempo desconocido en Occidente, el Yoga vive hoy una masiva popularidad. Esto ha generado que ciertos aspectos más superficiales de la disciplina amenacen con opacar su auténtico valor y desvíen el significativo camino espiritual que busca establecer.

Dividido en dos partes principales, este libro primero presenta una introducción general al Yoga, su historia y devenir. Luego expone una nueva traducción de una de las obras más importantes de esta tradición:los Sutras de Sri Patañjali, piedra fundamental y gracias a la cual el Yoga se consagra entre las seis escuelas tradicionales de filosofía en la India.

Adentrarse en sus páginas dará al lector la oportunidad de entender desde una perspectiva clara y con un lenguaje sencillo —algo que solo puede lograrse a partir del conocimiento más acabado e íntimo que posee el autor en el tema—, qué es esta sagrada ciencia. Dicho proceso de aprendizaje y reflexión también lo llevará a examinar su propia consciencia en el camino que llamamos vida.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento21 sept 2023
ISBN9789564062358
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    La sagrada ciencia del yoga - José Miguel Perez Ortuzar

    Primera Parte

    Parte General e Introducción al Yoga

    Prefacio

    «Una vida sin examen no merece ser vivida».

    Sócrates

    Este pequeño trabajo busca abordar desde una mirada analítica, simple y sencilla al Yoga, para así entender su historia, sus fuentes, sus características y elementos esenciales. No pretendo que sea una obra perfecta, ya que por más que así lo quisiera, no puede emanar de mí una tal creación. Una obra perfecta solo existe cuando emana de las manos de Dios.

    Tampoco es esta una obra docta o científica, al carecer de la metodología requerida por la academia. Por el contrario, es un trabajo que nace de mi propia experiencia y, principalmente, de mi deseo por que otras personas puedan acercarse a la ciencia del Yoga y comprender mejor en qué consiste la mente, la consciencia, el alma y el propósito de nuestra existencia.

    Estas letras, entonces, son el reflejo del camino que he recorrido por ya más de quince años de práctica del Yoga, y cada concepto aquí tratado responde a lo que he experimetnado a nivel físico, energético, mental, intelectual y espiritual. Aun dicho esto, es preciso aclarar que ciertos estados superiores de consciencia se han desarrollado por medio de la teoría especulativa de los mismos y no a través de mi experiencia personal.

    He intentado meditar y comprender la verdad que se encuentra escondida en cada símbolo del Vedanta y del Yoga a través de mi intuición más que de mi razonamiento intelectual. Porque, en efecto, «la realidad profunda de las cosas solo puede simbolizarse, señalarse, expresando en el símbolo los profundos significados que se quieren manifestar».¹ Es decir, nuestro intelecto, indefectiblemente, reduce y fija fines o límites —que es lo propio de definición— a la Verdad, reduciéndola a lo que nuestra mente es capaz de re–conocer a través de una explicación intelectual según el refinamiento que tenga nuestra propia consciencia.

    En estas páginas se exponen conceptos filosóficos o estados de consciencia difíciles de asimilar a la luz de nuestra propia experiencia individual, ya que muchos conceptos o experiencias trascienden lo físico o lo que entendemos como posible o real.

    Por ello, recomiendo al lector incorporar en sus vidas solo aquello que les resuene directamente y sientan en el corazón. Que cada uno, según un examen individual, determine si le hace sentido y encuentra un eco en su propia consciencia, para que así las palabras leídas les sean útiles en sus diversos caminos espirituales.

    No crean ciegamente en mis palabras. Apliquen cuando puedan y quieran lo expuesto en esta obra y tomen como verdad solo lo que emane de su experimentación personal. Porque lo que aquí describo no es el resultado de ningún estado de iluminación o fruto de una maestría, sino por el contrario, simples experiencias que he vivido a lo largo de mi vida en la práctica del Yoga.

    Por lo mismo, aquellos conceptos que en vuestras mentes entren en la categoría de increíble, simplemente no los acepten como leyes hasta que su corazón los perciba o sean vividos por ustedes. Frente a esto, recurro a las palabras de Descartes, quien al plantearse una duda al afrontar su filosofía, decía que le valía más navegar en el terreno de las desconfianzas que en el de las presunciones, legando así una base sólida a las futuras generaciones en el intento por comprender que la duda se acerca más a la verdad que la fe ciega.

    Así, ante aquello que escape del territorio de lo creíble, repito, les pido humildemente que tengan paciencia y fe en su práctica espiritual, ya que a medida que la consciencia se expande, la capacidad de entendimiento y comprensión también lo hace. Es decir, lo que antes me pareció algo de difícil comprensión, con el tiempo dará la sensación de ser casi evidente.

    Por último, dejo en claro que no soy de la India ni hablo o domino el sánscrito. Toda traducción hecha a lo largo de este trabajo ha sido diccionario en mano y con la hermenéutica filosófica como guía.¹ Con esto, declaro que mi traducción se enfoca en la filosofía y experiencia personal más que en la lingüística o etimología.

    Pido perdón a Dios si he equivocado alguna de mis interpretaciones. De existir, han sido exclusivamente producto de mis limitaciones y capacidades personales, pero lo expuesto lo hago entregando lo más profundo de mi Ser.

    Espero de todo corazón que mi pequeña labor pueda entregar un poco de luz a vuestros intelectos y corazones.


    1 La hermenéutica es la rama de la filosofía que tiene por objeto descifrar el significado de un texto. También ha sido definida como el arte de la interpretación de los textos.

    Introducción

    Sea como sea que se aborde, el Yoga es una ciencia que ha existido por miles de años. Hay quienes prefieren llamarla una práctica; otros, una disciplina. Yo me quedo con ciencia.

    Para aproximarnos debemos crear una actitud de recogimiento ante la vida, ante nuestro entorno, el mundo que nos rodea, el Todo —llámese Dios, Yavé, Jehová, Alá, Ishvara, Brahman, Cosmos, Naturaleza, Universo, Energía, Gran Espíritu, Wakan Tanka, Futa Chau, Tao, Consciencia y tantos más—, como también observar una disciplina constante y diaria de nuestra práctica. (Una acción del todo opuesta a lo que el sistema establecido en las sociedades actuales nos ha llevado a adoptar como normal, cuando en realidad nos alejan del Ser).

    Hoy, sumando el calentamiento global a la pandemia planetaria, estamos en un punto de inflexión dentro de nuestra existencia. La Madre Tierra pide a gritos que la escuchemos y todos los seres sintientes nos encontramos en peligro producto de nuestra actividad. Es ahora cuando debemos cuidar y amar la casa que nos cobija, nuestro planeta.²

    La etimología de la palabra sánscrita «Yoga» es yuj, unir o enganchar³, y por lo general se sostiene que esta unión es la producida entre nuestra mente, nuestro cuerpo y nuestra alma, aquella porción del Espíritu que habita en cada uno de nosotros. El Yoga, entonces, bien podría definirse como la ciencia sagrada mediante la cual el alma se sumerge en el Espiritu de Dios.

    Es difícil determinar la naturaleza del Yoga e izar argumentos que dejen en claro y zanjen de una vez y para siempre el hecho de si se trata de una filosofía, una ciencia, una práctica, un arte o un estilo de vida. Yo me inclino por decir que tiene un poco de cada cual. Algunos, incluso, se preguntarán si el Yoga es o no una religión. La respuesta es ambivalente. Sí la es en cuanto sistema de creencias y normas de comportamiento que contiene símbolos que un grupo humano ha determinado como sagrados, amén de cumplir con la etimología de la palabra religión —del latín re–ligare, volver a unir—, que es justamente la meta final del Yoga: volver a Dios y fusionar tu alma con el Espíritu. Pero no es una religión si aplicamos sobre el Yoga la concepción normal de lo que entendemos por esta. A saber: una organización establecida y jerárquica en donde quienes participan de ella tienen ciertas obligaciones activas y una necesidad de cumplir con ciertos rituales de carácter obligatorio.

    En lo que no hay dudas es que el Yoga es una filosofía, una que se sistematiza con la obra de Sri Patañjali cual si fuera una ciencia y, a partir de ella, se establece como una de las seis escuelas tradicionales de filosofía de la India.

    Pero el Yoga es también una ciencia, ya que cuenta con un método científico que pone a prueba las distintas hipótesis que la misma plantea. En otras palabras, a través de un método científico pueden establecerse o medirse los efectos de la práctica, aun cuando en ocasiones estos sean imperceptibles para el ojo humano (lo que no constituye razón suficiente para eximirla de la categoría de ciencia, ya que el defecto de la imperceptibilidad no se encuentra en ella, sino en el instrumento utilizado para comprobar la hipótesis).

    Los efectos del Yoga ocurren, pero requieren de un tiempo para que estos vayan manifestándose en el plano físico de nuestra existencia.

    El Yoga además es parte de una ciencia especulativa —requiere de especulación filosófica para la obtención de conocimiento—, y participa asimismo de una ciencia práctica, ya que es necesaria la praxis para obtener conocimientos y experimentar sus efectos.⁴ Incluso yendo más allá, en realidad «el Ashtanga yoga es en un 99% práctica y un 1% teoría».² Suena exagerado, mas no puede obviarse que el Yoga «es un conjunto de técnicas muy elaboradas que conducen a un claro, intenso y permanente conocimiento de sí mismo, el cual implica a su vez un estado interior de paz, serenidad, fortaleza y comprensión intuitiva de las verdades esenciales de la vida».³

    Cuando me refiero a la práctica no hablo exclusivamente de la ejecución de asanas o posturas —muy importantes para tener un cuerpo sano, fuerte y flexible para que así el prana pueda circular libremente por él—, sino a la observación diaria de las ocho extremidades del Yoga, el Ashtanga —con ashto, ocho, y anga, extremidad—, y en particular, de los preceptos ético–morales de yama y niyama, que conforman los cimientos a partir de los cuales construímos nuestro desarrollo espiritual.

    Por si fuera poco, el Yoga es también «una ciencia experimental, [pues] nace en la experiencia y se vive en la experiencia. No se basa en ninguna fe ni en ninguna creencia, como toda experiencia. Parte, claro está, de algunos supuestos que en principio son pura hipótesis; sin embargo, esto no quita que la importancia del Yoga resida en los resultados que cada uno de los que trabajan van verificando dentro de sí, y que confirman los postulados de los que se parte».⁴

    Asimismo, el Yoga es un «arte», ya que el yogui recrea un aspecto de la realidad, o un sentimiento, en alguna forma bella de la materia. Con ello, el Yoga es emanación pura del espíritu humano —característica propia del arte—, y no está condicionado a la separación o dualidad de nuestra mente racional. O como dijo Iyengar: «el Yoga es un arte, una ciencia y una filosofía… y un método práctico para dar sentido a la propia vida y convertirla en útil y noble».⁵

    Por último, el Yoga es claramente un estilo de vida, por cuanto es una práctica y una filosofía que debemos observar en todo momento y que nos conduce a una forma de vivir en armonía con nuestro entorno, la naturaleza y nosotros mismos.

    O como bien dice Antonio Blay, «el Yoga es, fundamentalmente, un camino de realización espiritual; es decir, un medio para llegar a vivir con plena consciencia de la realidad espiritual, que es la base del ser humano».⁶


    2 Su Santidad, el Papa Francisco expresó su preocupación por el medioambiente en la última encíclica papal Laudato Sí.

    3 El sánscrito —cuyo significado es «perfecto»— es la lengua antigua y sagrada de la India en la que están escritas las sagradas escrituras.

    4 Un ejemplo de ciencia especulativa serían las Matemáticas, en donde, a muy grandes rasgos, basta con aprender los principios para comprender la ciencia en su totalidad. Es decir, si se aprende a sumar, por ejemplo, se aprenden todas las posibles combinaciones, haciendo innecesario el aprendizaje de memoria de todas las combinaciones que puede tener la suma. La carpintería, en cambio, sería una ciencia práctica. Pueden estudiarse y leerse todos los tratados sobre esta materia, mas si no contamos con la experiencia práctica de martillar o aserruchar, jamás se podrá construir una casa.

    Un barniz de Historia

    El origen del Yoga, según los estudios más fidedignos, se remonta a varios miles de años. Y si bien no hay fechas claras, podemos dar con una media de seis mil años de antigüedad.

    Los primeros indicios de esta práctica los encontramos en la cultura drávida, dravídica o de Harappa, establecida entre los ríos Saraswati e Indo, en el actual Pakistán.⁵ Esta civilización alcanzó un gran desarrollo y progreso —más alto, según algunos, que ciertos estadios de civilización de los egipcios, chinos o mesopotámicos—. «Sus casas de dos pisos», por ejemplo, «tenían baños con agua y desagües, y un sistema de eliminación de deshechos. Las ciudades tenían redes regulares de calles, lo que evidenciaba una inteligente planificación».⁷

    Como sea, este pueblo vivió una espiritualidad de plena armonía con la madre naturaleza, respetando sus ciclos y entendiéndose como parte de la misma. A su vez, la divinidad participaba dualmente de los aspectos femenino y masculino, algo que también reconocemos en los pueblos originarios de América.

    La civilización dravídica era una sociedad regida bajo una estructura matriarcal y su población llevaba una forma de vida en comunidad.

    Con los años —entre el 3000 y el 1200 a.C.— este pueblo fue invadido por los arios, nómades con una cultura de características propias muy distintas a la drávida.

    La procedencia de los arios es aún hoy un misterio, pero sí se sabe que eran, al momento de la invasión, superiores al pueblo subyugado en cuanto al conocimiento material. Mientras los drávidas desconocían incluso el bronce, los arios ya trabajaban el hierro.

    A diferencia de Mesopotamia o Egipto, por ejemplo, los arios no establecieron un poder central o una estructura piramidal como forma de definición social ni concibieron como forma de gobierno la creación de un imperio. Así, una vez asentados los arios en el nuevo territorio ocupado y consolidada la conquista, establecieron como forma de dominación un sistema de cuatro castas, con las tres principales como «privilegiadas» —y conformadas, por cierto, por los propios arios—, y la restante como una casta sin privilegio alguno, constituida por los habitantes originarios del lugar. Existió también, es menester decirlo, un quinto grupo: los expulsados del sistema social, los «descastados», quienes recibieron el nombre de Dalits o Parias.

    Con ello, la primera casta aria la conformaban los Brahamanes o sacerdotes; la segunda, los Kshatriyas o guerreros; y la tercera, los Vayshiyas o dueños de las tierras y ganado. A quienes conformaban la casta dravídica, por su parte, se les llamó Sudras.

    En cuanto a la religión, los arios adoraban un panteón politeísta muy similar al griego o romano. No obstante esto, asimilaron en gran medida la espiritualidad propia de la cultura drávida, de fuerte conexión con lo divino y, justamente, es en este contexto que mantuvieron este Yoga heredado del pueblo conquistado como herramienta para conectarse con lo sobrenatural.

    Luego, alrededor de los años 1000 a 800 a.C., los arios, que habían consolidado ya su dominio y en pos de nuevas tierras fértiles debido a la sequía que los azotó, se instalaron en el valle del río Ganges.

    Como se ve, «en este juego ondulante a través de los siglos, el Yoga no termina de ser un sistema ‘oficial’ sino hasta la canonización de los Yoga Sutras de Patañjali»⁸, en lo que se conoce como periodo clásico del Yoga. Es recién entonces cuando se establece un método científico para esta práctica filosófico–espiritual.

    Y como podrán ya haber advertido, es en este mestizaje inicial —ya que posteriormente «a los arios les sucedieron los persas, los griegos, los hunos, los musulmanes, los mongoles y los europeos»⁹ (principalmente los británicos)— donde está el germen de la actual cultura india, cultura de riqueza místico–espiritual invaluable, en la que aquí busco adentrarme.

    Sin más preámbulo, a continuación se abordará el desarrollo de las distintas etapas o periodos de Yoga.


    5 Esto se ha podido determinar, en parte, gracias a los descubrimientos arqueológicos realizados en la segunda década del siglo pasado por el británico Sir John Marshall, quien descubrió en Pakistán las ciudades de Harappa y Mohenjo–Daro.

    Etapas o periodos del Yoga

    En la historia evolutiva del Yoga existen diferentes periodos, cada cual con sus propias características.⁶ Los fundamentos de la escuela Yoga, como es sabido, se encuentran en el Vedanta; su consagración como darsana viene luego, con la materialización y «conquista» del periodo clásico tras la obra de los Yoga Sutras de Sri Patañjali, quien incorpora aquellos elementos del Sankhya que se revisarán más adelante.

    Sus etapas son: i) Periodo Védico; ii) Periodo Upanishádico; iii) Periodo Épico; iv) Periodo Clásico; y v) Periodo Post clásico.

    Primera etapa: el Periodo Védico

    Su nombre, como podrá subentenderse, viene por tener como fuente principal los Vedas, aquellos cuatro textos escritos en sánscrito que constituyen la fundación misma de las sagradas escrituras del pueblo que habita la India —donde la filosofía Vedanta cumple un papel preponderante— y entrega los elementos esenciales del Yoga. Pero, ¿qué son, realmente?

    Los Vedas —conocimiento, sabiduría—, también llamados Samhita —himnos—, son las escrituras más antiguas de la India,⁷ de data aproximada entre el 1.700 y el 900 a.C, y son la base de toda su filosofía.

    Los cuatro textos que lo componen son: i) el Rig Veda, de los himnos a los dioses; ii) el Sama Veda, de los cantos, versos y melodías de sacrificio, encantamientos y plegarias; iii) el Yajur Veda, de las fórmulas del sacrificio; y iv) el Atharva Veda, de los himnos de encantamientos y conjuros mágicos.

    Tanto los cuatro Vedas como los Upanishads son textos considerados shruti, escrituras reveladas o «directamente oídas»; es decir, verdad filosófica recibida o escuchada. Al ser, entonces, una percepción espiritual directa de alguna verdad, son el opuesto a un smrti, una verdad recordada o la explicación filosófica de un autor sobre algún tema en particular.

    En relación al contenido de los Vedas, estos refieren al Ser Superior y a los distintos aspectos o cualidades de la Divinidad —sean representados por Dioses masculinos o Diosas femeninas, según cualidad o arquetipo—. Además, hacen una descripción de su cultura en tanto pueblo espiritual y poderoso, describiendo a los distintos clanes, reyes y emperadores, amén de cómo se fueron sucediendo en el trono por medio de diversas y sucesivas batallas.

    «En el Rig Veda ya se plantean las inquietudes ancestrales del hombre, conocer su origen, el del cosmos y el por qué de su existencia; pero a su vez contiene lineamientos para la vida cotidiana y cuestiones domésticas muy concretas, [como] indicaciones sobre las cuatro castas».¹⁰

    El «Yajur y el Sama Veda», por su parte, «se ocupan principalmente de cuestiones litúrgicas y del recitado formal de himnos, oraciones y encantamientos, ya que la interpretación de los brahmanes no estaba orientada hacia un entendimiento filosófico de aquellos tópicos, sino a llevar a cabo el ritual que tenía como fin mantener el orden de las cosas por intercesión del oficiante–sacerdote. El Yajur contiene las sentencias yajas para dirigir todo el ritual necesario al servicio del altar. El Sama Veda está constituido por versos a los cuales pueden agregarse samans o melodías destinadas a ser cantadas o entonadas. [Y] el Atharva Veda es una colección de preguntas y acertijos profundamente místicos y esotéricos, donde se plantea la naturaleza del Uno, que es innacido, al que los sabios llaman con diferentes nombres pero es Único e Innominado y la causa del universo manifestado».¹¹

    En este último texto es en donde se mencionan las palabras gunas y prana, energía. Sin embargo, «nada trata sobre Kundalini o cualquier otro tipo de métodos místicos y mecánicos. Es totalmente indagación y especulación filosófica. Según el Vedanta, lo único que hay que destruir es la ignorancia sobre nuestra naturaleza real, y a esta ignorancia no se la puede destruir con estudio ni con pranayama ni con trabajo ni con cantidad alguna de torsiones y torturas físicas, sino únicamente mediante el conocimiento de nuestra naturaleza real».¹²

    La creación de los Vedas, como podrá suponerse, no responde a un autor particular; son revelaciones divinas dadas a los antiguos rishis8 cuando entraban a un determinado estado de consciencia a través de la meditación, y cuya transmisión al pueblo se debe a Veda Vyasa, uno de estos reverenciados rishis y quien codificó los mensajes y los ordenó en los cuatro tomos legados hasta hoy.

    Este conocimiento se conservó y mantuvo vivo por muchos siglos a través de la tradición oral, denominada parampara. Así, mediante la recitación en forma de sutras o aforismos, su contenido fue traspasándose de generación en generación. El objetivo de este método oral de enseñanza era impedir el deterioro de lo enseñado, al tiempo de mantener inalterable su significado a fin de conservar la esencia para que, en último término, la experiencia intelectual y práctica de las enseñanzas produjesen los efectos y beneficios correspondientes. (No debemos olvidar que fueron los rishis también quienes desarrollaron las posturas o asanas del Yoga a través de la observación y contemplación del movimiento animal y los ciclos naturales).

    Los Samhita, que si bien estrictamente son cantos a los Devas o seres de luz pero cuyo nombre se utiliza para referirse a los Vedas en su totalidad, contienen las ceremonias y sacrificios que se han de llevar a cabo. Son la parte más extensa de cada Veda y, dentro de estos y después del contenido mismo de cada uno, se encuentran los Brahamanas⁹, los Aranyakas¹⁰, los Upavedas11, los Vedangas12 y los Upanishad.

    Segunda etapa: el Periodo Upanishádico

    Este segundo periodo del desarrollo del Yoga nace junto a la «aparición» de los Upanishad, entre los años 800 y 400 a.C, los cuales son «especulaciones filosóficas acerca del origen del universo, la naturaleza del alma, del mundo y del cosmos».¹³

    Upanishad, en sánscrito, significa «sentado a los pies de otro para escuchar sus enseñanzas». Esta palabra se compone por las raíces «upa», cercano, «ni», debajo, y «shad», verbo reflexivo de la acción de sentarse. Aun con esto, y siguiendo lo dicho por Guénon, no significa nada decir «que la palabra Upanishad designa el conocimiento obtenido ‘sentándose a los pies de un preceptor’; esta denominación, si tal fuera su sentido, convendría indistintamente a todas las partes del Veda; y por lo demás, esa es una interpretación que jamás ha sido propuesta ni admitida por ningún hindú competente. En realidad, el nombre de las Upanishads indica que están destinadas a destruir la

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